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Los juicios y las valoraciones literarias son siempre subjetivos, aunque no todas las opiniones valgan lo mismo. Pero a veces se hacen afirmaciones sobre la historia literaria que me parecen gratuitas y equivocadas, por la confusión que puedan provocar entre los lectores. En la entrevista que apareció en el último número de la revista Quimera la escritora Clara Obligado maneja opiniones que no se ajustan a los datos que barajamos, a disposición de todo aquel que quiera conocerlos. Así pues, comenta que hacía cincuenta años que no se le concedía a una mujer el Premio de la Crítica, cosa que no es cierta, a menos que no consideremos mujeres o escritoras a Julia Uceda, Luz Pozo Garza, Juana Castro, Chantal Maillard, Chus Pato, Yolanda Castaño o Maria Mercè Marçal, por sólo aducir unos pocos nombres. Todas ellas han ganado el Premio de la Crítica en lo que llevamos de siglo XXI, y se lo ha concedido un jurado semejante al que este mismo año le otorgó el premio a la novelista Clara Usón.
Sí le doy la razón, aunque ella no hile tan fino, en que otras escritoras valiosas podrían haberlo ganado, tales como Carmen Martín Gaite, Esther Tusquets, Cristina Peri Rossi, Carme Riera o Cristina Fernández Cubas, por sólo citar casos notables. Pero el Premio de la Crítica se concede al mejor libro del año -sólo al mejor, sin cuotas-, en narrativa o poesía en las cuatro lenguas oficiales de España.
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También afirmaba Clara Obligado que sólo durante los diez últimos años se habían publicado libros de microrrelatos en nuestro país. Bueno, pues la realidad es muy distinta si nos atenemos a los hechos: Ramón Gómez de la Serna publicó
Caprichos (1925); Ana María Matute,
Los niños tontos (1956); Ignacio Aldecoa,
Neutral corner (1962); Antonio Fernández Molina,
En Cejunta y Gamud (1969),
Dentro de un embudo (1973) y
Arando la madera (1975); Antonio Beneyto,
Textos para leer dentro de un espejo mojado (1975), Fernando Arrabal,
La piedra de la locura (1984), Alberto Escudero,
La piedra Simpson (1987); Javier Tomeo,
Historias mínimas (1988),
Bestiario (1988) y
Zoopatías y zoofilias (1992); Gustavo Martín Garzo,
El amigo de las mujeres (1992); Pedro Ugarte,
Noticias de tierras improbables (1992); José Jiménez Lozano,
El cogedor de acianos (1993); y Rafael Pérez Estrada,
La sombra del obelisco (1993), entre otros posibles. Todos los citados son libros de microrrelatos y tienen veinte años, algunos incluso se acercan a los noventa.
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Sostenía, por último, que la España postfranquista, ella llegó a Madrid en 1976 procedente de Argentina, era un páramo, donde "se pensaba que el cuento era un género para niños". Bueno, pues lo cierto es que en medio de ese
páramo que era la España de mediados de los setenta, escribían narrativa nada menos que Francisco Ayala, Cela, Delibes, Torrente Ballester, Juan Benet, Miguel Espinosa, Luis Goytisolo, etc., y empezaban a publicar jóvenes de la talla de Luis Mateo Díez, José María Merino o Javier Marías. Y respecto al cuento, tampoco anda mejor informada Obligado, ya que, una vez más, a partir de los años cincuenta se publican en nuestro país libros de cuentos de Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Jesús Fernández Santos, Daniel Sueiro, Medardo Fraile, Carmen Martín Gaite, Juan Benet, Antonio Pereira o el muy elogiado por Borges Fernando Quiñones.
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La dicharachera señora Obligado lleva viviendo en España casi cuarenta años y -por lo visto- en todo ese tiempo no ha tenido el más mínimo interés ni curiosidad por conocer la literatura que se estaba haciendo en nuestro país, aunque sólo fuera para evitar juicios gratuitos como los que emite en la entrevista.
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