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domingo, 3 de mayo de 2015

Pizza en Berlín sin fiesta...

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Nos fuimos a Kreuzberg el Primero de mayo porque mi peluquero me lo recomendó. Olivier es un joven guatemalteco que lleva muchos años viviendo en Alemania. Me convenció diciéndome que había muchas fiestas en la calle, donde tocaban bandas de música, de distintos géneros, en un espectáculo siempre improvisado... Todo muy verosímil tratándose de Berlín. Otro amigo, que vive en la ciudad, un español, o catalán español, muy talentoso, que intenta abrirse camino como compositor, me comentó que estaba trabajando en España, pero que su mujer quizá nos acompañaría, como así fue, aunque el Primero de mayo en Berlín le sonara a manifestaciones y porrazos de la policía...
Nos citamos en una esquina de la Bergmannstr. y nos dirigimos tranquilamente, dando un paseo, al puente del Almirante, atravesando el cementerio, entre tumbas, claro, y luego, por delante de la fuente en homenaje a los hermanos Grimm... El caso es que no sonaba música alguna, aunque tampoco apareciera la policía, quizá porque no había manifestantes.
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A esas alturas de la excursión, había llegado la hora de comer, por lo que nos quedamos en la pizzería Il casolare, frente al Admiral Brücke, que es uno de esos locales berlineses guays, si tal cosa sigue diciéndose, regentados por colegas, en los que no acaban de servirte nunca... El correspondiente camarero mal encarado te trata a patadas y te cobra como si fuera un lugar elegante y con buen servicio. El caso es que, al fin y al cabo es lo principal, la pizza (capricciosa, 4 formaggi y ortolana, respectivamente) estaba buena y la cerveza a la altura de las circunstancias (todo por 35 euros), aunque el frío empezara a arreciar. Alguna música tímida se oyó mientras disfrutábamos de la comida y la conversación, primero un bajo rasposo, y finalmente el estruendo de un ruido que salía del restaurante de enfrente fue abriéndose paso, aunque ellos lo ofrecían como si de música modernísima se tratara. Os evito todos los anglicismos al uso para definir los tipos y músicas citados.
A nuestro regreso, ya sin esperanza de toparnos con algún conjunto musical, rehicimos el camino y encontramos una terracita estratégicamente situada para que llegaran allí los mejores rayos de sol, donde nos tomamos un capuchino, que me supo a gloria. Y así transcurrió el día, sin palos, sin policía y sin manifestaciones, pero en la grata compañía de dos inteligentes y atractivas señoras...    
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viernes, 6 de abril de 2012

Happennings en Berlín

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La capital alemana es, en muchos sentidos, una ciudad sorprendente. Ayer, por ejemplo, me crucé por la calle, delante de los almacenes KaDeWe, con el jugador internacional de balonmano Iker Romero, quien ahora juega en un equipo de la ciudad. Como hubiera dicho mi abuelita, iba hecho un indio... Pero hace un par de semanas, en esa misma tienda, me topé de pronto con la señora Merkel, que paseaba tan tranquila mirando bolsos de señora. Cuando levanté la cabeza para decírselo a mi acompañante, el gorila que la protegía, solo vi a uno, ya había clavado sus ojos en mí, por lo que se me pudiera ocurrir, con lo que inmediatamente desistí de decirle nada.  
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La otra noche, volviendo a casa en el tren, presencié una escena que me pareció admirable. Un joven emprendedor había fijado su bicicleta en el suelo, y tras acercarla a una de las paredes del vagón, se dispuso a arreglar una de las llantas allí mismo, con sus correspondientes herramientas (Doy foto por aquello de la verosimilitud). Durante las siete u ocho paradas que compartimos, no consiguió acabar con su labor. Pero me sirvió para comprender en qué consiste el llamado milagro alemán. Y ayer mismo, en el metro, una joven voluminosa, sentada frente a mí, en un momento dado, metió la mano en una bolsa que llevaba, no pequeña precisamente, y sacó un bote de desodorante, de formato ahorro. En un instante, se me pasó por la cabeza qué podría hacer con él. Y acerté, en efecto, pues la chica se abrió la camiseta y, sin temblarle el pulso, enchufó el bote a uno de los sobacos y se perfumó. Repitiendo la misma operación con la otra axila. La atmósfera se quedó impregnada de un olor más parecido a un insecticida que a extracto de pino... La gente que nos rodeaba se mostró impasible, ni la esfinge de Guizeh ha logrado alcanzar tal grado de hieratismo, por lo que resultó más llamativo mi asombro que el propio happening de la moza garrida, de la que siento no tener foto.
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Pero no acaba todo ahí; si tuviera que escoger lo más sorprendente que me ha ocurrido en estos últimos días, me quedaría con lo que presencié durante el intermedio de una ópera, en el Schiller Theater, ahora sede de la Staatsoper: una pareja de edad media que se había sentado en el foyer, se colocó unas servilletas encima de las rodillas, y -ni corta ni perezosa- extrajo de una pequeña bolsa una tartera y un termo, disponiéndose a cenar tranquilamente.
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Aquí, es cierto, no hay Semana Santa. Ni podemos disfrutar de las procesiones, ni admirar a los penitentes, ni oír las bandas de tambores y cornetas, como tampoco tenemos a unos pobres regulares o legionarios que echarnos a la boca, pero qué duda cabe de que los habitantes de esta ciudad suelen dar a menudo mucho de sí. 
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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domingo, 17 de julio de 2011

Regreso a Berlín

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De nuevo en la capital alemana. Nada más llegar, nos hemos ido a comer al viejo café Einstein, al primigenio, con Julia y Flor, dos viejas amigas españolas que a veces añoran Berlín, donde vivieron varios años. Hoy mismo regresaban a Madrid y Granada, respectivamente. Nos hemos decantado por el Wiener Schnitzel (filete empanado de ternera), con sus patatas cocidas y la correspondiente ensalada, y una Weizen Beer (cerveza de trigo). Estaba lleno, como suele ser habitual y el día se prestaba para comer al aire libre, como hemos hecho, con los árboles meciéndose sobre nuestras cabezas en la fabulosa terraza con que cuenta. Para los que tengan curiosidad por el tiempo que hace les diré que desde el mediodía hasta el atardecer hemos tenido ratos de sol y de lluvia, que ahora hace fresquito, y que hará cosa de un par de horas que el cielo encapotado ha dado paso a una lluvia fina pero constante. Puro Berlín.
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* La foto es de GP.
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lunes, 29 de noviembre de 2010

Adviento en Berlín

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Ayer se celebraba el primero de los cuatros domingos de Adviento. En Alemania, las ciudades se llenan de mercadillos en los que pequeños artesanos ofrecen sus productos y donde pueden comprarse los típicos regalos navideños. Nosotros nos fuimos a pasear por los jardines de Charlottenburg. Queríamos ver el mausoleo de la reina Luisa de Prusia, muy querida por los berlines, pero sólo se abre al público entre abril y octubre. Después del largo paseo nos fuimos a visitar los puestos del mercado que todos los años se instala en la entrada del palacio, donde puede uno tomarse un Glühwein (vino caliente), una salchicha, comprar un collar, una bufanda o un gorro, al tiempo que los más golosos pueden disfrutar del turrón italiano, las castañas o del típico pan de frutas alemán. En uno de los puestos, el único en el que vendían libros, nos encontramos con las novelas de la escritora catalana Maria Barbal, traducidas al alemán, que han tenido mucho éxito. Pero también existen alicientes para los que vayan con niños, bajo la forma de una pequeña feria, con su correspondiente tiovivo. Nuestra amiga María Jesús, mientras su hijo mayor Daniel, que ayer cumplía 20 años, le preparaba la comida en casa, se compró durante el paseo un gorro blanco que le quedaba estupendamente. A la vuelta, nos paramos en una pastelería donde dicen que venden los mejores baumkuchen (pastel de árbol, le llaman, hecho a base de capas) de la ciudad. Y así se nos fue el día casi sin darnos cuenta.
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El origen remoto de las fiestas de Adviento se cifra entre los siglos IV y V, cuando fueron cobrando una importancia cada vez mayor, sobre todo, en las iglesias de Hispania y de la Galia, donde empezaba a sentirse la necesidad de consagrar unos días a la preparación de la celebración de la Navidad y de la Epifanía. Pero, en sus orígenes, el Adviento fue un tiempo de penitencia en el que, además, resultaba obligada una participación más asidua al culto. Las primeras noticias que tenemos sobre la celebración de esta fiesta aparecen en Roma, a mediados del siglo VI. Hoy, el Adviento es el tiempo en el que los feligreses cristianos se preparan para el nacimiento de Jesucristo y para renovar la esperanza en la Segunda Venida de Cristo, al final de los tiempos o Parusía. Y para los que no son cristianos, se ha convertido en una celebración festiva más, como tantas otras, de cierto carácter, digamos, pagano.
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Su duración es de 21 a 28 días y su color es el morado, celebrándose los cuatro domingos anteriores a la fiesta de Navidad. Marca el inicio del año litúrgico en casi todas las confesiones cristianas. Durante este periodo se coloca en las iglesias, pero también en algunos hogares, la denominada Corona de adviento, que puede bendecirse en los templos, formada por ramas de pino y cuatro velas, una por cada domingo de adviento. A cada una de esas velas se le asigna una virtud que hay que mejorar durante la semana. En la primera, el amor; durante la segunda, la paz; en la tercera, la tolerancia; y durante la cuarta, la fe.
La corona tiene su origen en una tradición que consistía en prender velas durante el invierno representando el fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. La corona, además, atesora diversos símbolos. Así, la forma circular se debe a que el círculo no tiene principio ni fin, por lo que es una señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin; pero también se refiere al amor de los creyentes para con Dios y el prójimo, que nunca debe de terminar. El verde de las ramas simboliza color de la esperanza y la vida, ejes fundamentales de la fe cristiana.
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La función de las cuatro velas consiste en hacernos reflexionar sobre la oscuridad que produce el pecado, cegando al hombre y alejándolo de Dios. Según la fe cristiana, después de la primera caída del hombre, Dios fue concediéndole, poco a poco, una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas de la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que se enciende, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo al mundo. Estas velas van prendiéndose de una en una, durante los cuatro domingos de adviento, mientras se reza en familia. Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén, con Adán y Eva, que trajeron el pecado al mundo aunque también recibieron la promesa del Salvador. Por último, el listón rojo representa tanto el amor a Dios como el amor de Dios.
Durante estos cuatro domingos la familia, o la comunidad cristiana, se reune en torno a la corona para leer la Biblia y meditar. Las lecturas proceden, sobre todo, del profeta Isaías, aun cuando suelen escogerse pasajes proféticos del Antiguo Testamento, como aquellos en los que se recuerda la llegada del Mesías. Así, Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesia ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor. En fin, que hace unos días, apenas sí sabía nada del adviento y ahora, mirando aquí y allá, casi me he hecho un experto, o al menos me he convertido en lo que la ligera posmodernidad considera un experto en algo, que consiste en saber cuatro cosas, más o menos bien hilvanadas. Que Dios, en su bondad infinita, me perdone.
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* Las fotos de Charlottenburg son de Gemma Pellicer. ..... .......

domingo, 31 de octubre de 2010

Ritos de noche, con pato

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Sin apenas darnos cuenta, a los amigos que pasan por Berlín los solemos llevar a cenar a un restaurante chino de la Kantstr., 30, el Good Friends. El menú, si nos conceden tiempo para encargarlo, siempre es el mismo: Peking Ente, esto es, pato de Pekín. Se compone de cuatro platos: la piel tostada que se come con verduras y frutas (pepino y piña) envueltos en una oblea, como si de un rollito se tratara; el pato propiamente dicho, cortado en tiras, con una guarnición de verduras variadas, también cortada en delgadas tiras; una sopa de verduritas, con trozos de pato; y de postre, unos buñuelos de plátano regados en miel. Todo ello puede acompañarse con una cerveza de trigo. Por fortuna, ni el plátano ni la cerveza llevan pato... El amplio restaurante, de atmósfera algo cargada, suele estar lleno, con numerosos clientes chinos (orientales, al menos) y alemanes. No es un lugar al que lleguen los turistas. El rito suele completarse con la conversación y una vez acabado el plato y la charla, nos retiramos a dormir..
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Ayer, con el editor Miguel Ángel Arcas y sus amigos, le añadimos un capítulo más. Nos fuimos al cercano club Quasimodo donde añoche tocaba en directo The Michael Landau Group. Landau es un guitarrista formidable que se mueve entre el Blues, el Rock, y el Jazz, pura fusión. En su currículum dice que ha tocado con Miles Davis, Rod Stewart, Diana Ross, Chaka Khan y James Taylor. Y aunque el Quasimodo estaba lleno, nosotros conseguimos una esquina en la barra y desde allí, con un vista razonable del escenario, disfrutamos con las maravillas que Landau sacaba de su guitarra.
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La noche no acabó ahí. Como había que bajar el pato y quitarnos de la cabeza las telarañas que deja la música, dimos un largo paseo por la Ku´damm, hasta Nollendorf Platz. Como los amigos granadinos no tenían demasiadas ganas de acostarse, mal aconsejados por Arcas, que pretendía meterle fuego a la noche berlinesa, nos adentramos en el barrio gay, con el fin de rendirle homenaje a El Dorado, el cabaret donde solía recalar Marlene Dietrich vestida de hombre. Hubo fotos, risas, y a la puerta de los taxis, las despedidas de rigor. Hoy tenían que seguir recorriendo la ciudad, Kreuzberg, y ser turista resulta siempre agotador.
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domingo, 12 de septiembre de 2010

Mis vecinos turcos

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Hoy, la selección turca de baloncesto juega la final del campeonato del mundo de baloncesto, contra los Estados Unidos, y me gustaría que ganara. La tarea, claro, no se presenta fácil. En Berlín vivo en una zona del barrio de Schöneberg que los alemanes tachan de multiculti, pero en la que en realidad predominan los habitantes turcos, como ocurre en mi mismo edificio. El primer peluquero que tuve en el barrio era turco, pero pronto tuvo que cerrar el negocio. Acudo con frecuencia a los comercios turcos de mi barrio y los miércoles compro fruta, verduras y pescado en el mercadillo turco de la Willmanndamm con Neue Kulmerstr., muy cerca también de mi casa.
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En las últimas semanas ha estallado una polémica en Alemania, tras las publicación del libro del político socialdemócrata Thilo Sarrazin (65 años, doctor en Ciencias Políticas, consejero de gobierno del Banco Central alemán o Bundesbank y hasta hace muy poco ministro de Hacienda del gobierno regional de Berlín), titulado Alemania se suprime. En los comentarios que ha hecho a los medios, con motivo de la presentación, no faltan los argumentos racistas, sobre todo contra los turcos que residen en Alemania, a los que acusa de reproducirse más. Los turcos, apunta el militante del SPD, son menos inteligentes que los alemanes de origen europeo. Tampoco faltan apelaciones a los genes, como que los judíos y los vascos tienen un gen que los hace distintos. En fin, que algunos parecen tener ganas de volver a las andadas volviendo a las teorías eugenésicas de los nazis. El hecho es que el libro aparece como el segundo más vendido en la lista del semanario Der Spiegel. Más preocupante me parece que las encuestas que han hecho los medios de comunicación, tanto en la televisión como en la prensa, den unos resultados sorprendentes, pues resulta que la mitad de los encuestados, cuando no una mayor cantidad, según el medio, están de acuerdo con las afirmaciones de Sarrazin, cuyo apellido debe sobrellevar con harto pesar, dado como piensa.
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Alemania debería seguir alerta ante estos brotes de xenofobia, cada vez más frecuentes en Europa. También en Francia y en España, sin ir más lejos. Todos deberíamos estar vigilantes. Pero, lo evidente, es que existe un problema de integración de la población emigrante, mal resuelto, y que deberían tomarse medidas, educativas, para que los ciudadanos de origen turco que han nacido en Alemania, pudieran sentirse miembros de su propio país, algo que no parece ocurrir ahora. No me gustaría resultar frívolo, pero ayer me alegró mucho la victoria de Turquía en el mundial de baloncesto, frente a Serbia, aunque sólo sea por el buen rato que debieron de pasar mis vecinos turcos en mitad de estas terribles semanas para ellos.
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* Las fotos del barrio son de Gemma Pellicer.
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jueves, 2 de septiembre de 2010

Cementerios de Berlín, 2

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El cementerio de la Ciudad de Dorotea
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En la Chausseestrasse, en lo que fue el centro del antiguo Berlín oriental, se encuentra el que quizá pueda considerarse como el más conocido camposanto de la ciudad, el Dorotheenstädlicher Friedhof, que data de 1763. Al Berlín comprendido entre la Unter den Linden y el Spree se le conocía entonces con el nombre de Ciudad de Dotorea. La Dorotheenstadt era, en aquel tiempo, un barrio acomodado en el que solían vivir los profesores de la Universidad, como los filósofos Hegel y Fichte, primer rector de la Friedrich-Wilhelm Universität (hoy Humboldt), quienes a su muerte fueron enterrados aquí. Sus tumbas se conservan juntas.
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Lutero

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Nada más entrar, lo primero que se observa es una pequeña capilla y una llamativa estatua de Lutero. A la derecha, en el denominado rincón de los poetas, se encuentra la tumba del dramaturgo Bertolt Brecht, junto a su segunda esposa, la actriz (interpretó la primera Madre Coraje) y directora teatral Helene Weigel (1900-1971), quien había sido discípula de Max Reinhardt. En este mismo cementerio también están enterrados dos de sus más estrechos colaboradores: el compositor Paul Dessau (1894-1979), a quien le debemos la música de Madre coraje, y la actriz, periodista y directora de teatro danesa Ruth Berlau (1906-1974), amante del escritor. Si continuamos caminando en línea recta, en dirección hacia el fondo, muy cerca nos toparemos con la tumba del hermano de Thomas Mann, el escritor Heinrich Mann (1871-1950), militante comunista, fallecido en 1950 en Santa Mónica, California, y autor de novelas como El profesor Unrat (1905), en la que se inspira la película El ángel azul, de Josef von Stenberg, protagonizada por Marlene Dietrich, y El súbdito (1914).
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A.D. Shadow

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En otros lugares de este cementerio, paseando despacio, sin prisas, podremos encontrar el mausoleo de los grandes arquitectos K.F. Schinkel (1781-1841), autor del Altes Museum y del Konzerthaus, de Berlín; y su aventajado discípulo F. A. Stüler (1800-1865), a quien le debemos el Neues Museum y la Nueva Sinagoga, de Berlín, pero también la Orangerie, de Potsdam, y el Museo Nacional de Bellas Artes, de Estocolmo; así como el del escultor J.G. Schadow (1764-1850), autor de la cuadriga de la Victoria que corona la Puerta de Brandemburgo. Todos ellos tenían derecho a ser enterrados aquí, como miembros de la Akademie der Kunste que eran, cuya sede se emplazaba en la parte delantera de la Staatsbibliothek.
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K.F. Schinkel

F.A. Stüler

Hans Mayer

La última casa de Brecht
........... Helene Weigel y Bertolt Brecht
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Paul Dessau
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Günter Gaus
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Anna Seghers

Ruth Berlau
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Hegel
........... Fichte y su esposa
............ Heinrich Mann
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Herbert Marcuse
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Con un poco de paciencia, tampoco resulta difícil encontrar las tumbas de la escritora Anna Seghers (1900-1983), autora de La séptima cruz (1942); la del filósofo y sociólogo Herbert Marcuse (1898-1979), autor de libros tan influyentes como Eros y civilización (1955), El hombre unidimensional (1964) y Cultura y sociedad (1970); la del crítico literario alemán Hans Mayer (1907-2001), la del periodista Günter Gaus (1929-2004) y la del dramaturgo Heiner Müller (1929-1995), autor de Hamletmachine y Cuarteto. Quizá sea un personaje mucho menos conocido, pero de una gran presencia en la ciudad, Ernst Litfass (1816-1874), a quien se considera el inventor de la Litfassäule, columna cilíndrica utilizada como soporte para pegar anuncios publicitarios, que data, la primera, de 1854.
Aquellos visitantes impacientes, a los que les guste ir al grano, pueden consultar la situación de las tumbas en la entrada, pero entonces la visita pierde todo su interés, pues se trata precisamente de merodear, de perderse entre jardines, tumbas y mausoleos para descubrir, como un hallazgo, a algún personaje que nos interese. A diferencia de lo que solemos hacer los católicos, que sólo acudimos a los cementerios el día de difuntos, y eso los pocos que lo hagan, que tampoco es mi caso, para los alemanes, acostumbran a ser lugares de visita frecuente y paseo, e incluso de lectura, pues no es raro que en ellos haya bancos donde sentarse y se asemejen a cuidados jardines, en los que las tumbas están adornadas y pulidas con el respeto que se les debe a los difuntos, a los seres queridos. En nuestro caso, durante la visita a este cementerio, nos cruzamos con un par de jóvenes parejas que habían hallado en un banco entre los difuntos el lugar ideal para achucharse…
Junto a la parte norte del cementerio y pegado a él, se encuentra la Brecht-Haus, el edificio donde vivió Brecht desde 1953 hasta su muerte en 1956. Desde 1978 se ha convertido en el Archivo de Bertolt Brecht, donde se celebran diversas actividades literarias. En la planta baja hay un restaurante, con jardín, donde se sirven algunos de los platos austríacos que solía cocinar Helene Weigel.
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P.D. En el libro de Fernando Aramburu, Viaje con Clara por Alemania (Tusquets, 2010), se relata una hilarante visita a este cementerio, en la que Ratón, el protagonista, quizá con demasiado amaretto en el cuerpo, dialoga y acaba resucitando a todos estos ilustres difuntos que, convertidos en gatos, se esparcen por la ciudad...
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.

martes, 24 de agosto de 2010

Cementerios de Berlín, 1

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Antiguo cementerio de San Mateo
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Una parte importante de la historia de las ciudades puede rastrearse en sus cementerios, pero no sólo por los hijos ilustres y los seres anónimos queridos que permanecen en ellos, sino también porque la forma de conservar y respetar a nuestros antepasados, cómo los visitamos, puede decir mucho de la idea que tenemos de nuestro paso por el mundo. Apunta Ignacio Sotelo, ilustre berlinés de adopción, que nadie puede afirmar que conoce la capital alemana si no ha frecuentado sus aproximadamente setenta camposantos. Desde luego, no pretendemos ocuparnos aquí de todos ellos, pero sí de algunos de los más curiosos y significativos.
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El llamado Antiguo cementerio de San Mateo (Alter St.-Matthäus-Kirchhof Berlin) fue construido para enterrar a los difuntos de la denominada "comunidad secreta" que se forjó alrededor de la iglesia de San Mateo, obra del arquitecto F.A. Stüler, situada al sur del Tiergarten. Hoy la iglesia aparece escoltada nada menos que por la Filarmónica, el Kulturforum, la Neue National Galerie, obra de Mies van der Rohe, el Instituto Iberoamericano y la Biblioteca Nacional. Esta comunidad evangélica fue fundada en 1846 y en su zona residencial vivían entonces, ocupando sus elegantes villas, científicos de renombre, importantes empresarios y altos funcionarios del estado. Pocos años después, en 1854, adquieron unos terrenos en el vecino barrio de Schöneberg para construir un cementerio. A comienzo de siglo, entre 1906 y 1909 se levantó, junto a la entrada, a la izquierda, una capilla ardiente de estilo renacentista y barroco italiano, no en vano casi todos los que acababan enterrados aquí formaban parte de familias acomodadas.
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Tumbas de la familia Grimm.
Las de la dcha. pertenecen a los escritores


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Entre 1938 y 1939, al crearse el eje norte-sur de la ciudad, se destruyó parte importante del cementerio, que fue trasladado a otro lugar. El caso es que estaba prevista su desaparición para 1941, pero las imperiosas necesidades de la guerra favorecieron su pervivencia. En los pasados años setenta empezó a tenerse conciencia del valor histórico del camposanto, de la importancia de su arquitectura funeraria, así como de los significativos personajes que reposaban en sus tumbas, por lo que empezaron las labores de reconstrucción y protección del lugar. En el folleto que facilitan en la entrada se dice que cuenta con unas sesenta tumbas de gran valor pertenecientes a personalidades significativas de la historia de la ciudad, entre las que destacan las de los hermanos Grimm (Jacob, 1785-1863, y Wilhelm, 1786-1859), quienes recogerían cuentos populares tan leídos como "Caperucita roja", "La Cenicienta", "Pulgarcito" y "Hänsel y Gretel"; la sufragista Minna Cauer (1841-1922); y el médico, antropólogo y político Rudolf Virchow (1821-1902), uno de los creadores de la anatomía patológica, aunque lo que más pueda llamarnos hoy la atención sea, probablemente, que en 1879 acompañó a Troya a Heinrich Schliemann, su descubridor. Este lugar de reposo, para gentes pudientes, es una prueba evidente de que se muere como se vive, pues hay tanta distancia entre una y otra tumba que, como en el cuadro de Manet, podríamos almorzar sobre la hierba.
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El único inconveniente es que no resulta fácil dar con él, si no se toma la salida adecuada al dejar la parada del tren de Yorckstr. La entrada está como disimulada en una esquina, de tal forma que cuesta trabajo dar con ella, a pesar de que hoy se encuentra en plena ciudad, rodeado de edificios modernos, mientras que por uno de los lados, de pronto, se oye el paso estridente del ferrocarril. Pero una vez dentro, si hace buen día, resulta un lugar muy grato para pasear o sentarse a leer en uno de los bancos que nos encontramos entre los diversos caminos, pues nunca faltan las flores frescas, las regaderas verdes a mano, ni la sensación de estar muy cuidado, en perfecto estado de revista. Además, el cementerio está ordenado en cuadrículas, como si lo hubieran trazado con tiralíneas, de ahí que resulte muy sencillo transitar por él. Y, desde luego, es obligado dejar unas flores en la tumba de los hermanos Grimm.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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