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miércoles, 6 de enero de 2010

Pfaueninsel, y 2

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Los animales que habitaban la isla, concebida como una representación del Paraíso, fueron el origen del parque de fieras de la ciudad, en 1842. El resto de las construcciones son también obra de Schinkel, quien las fue diseñando a lo largo del XIX. Así, cerca del castillo se encuentran la Casa de los sirvientes y las cocinas. Si se opta por seguir el camino que lleva hacia el interior de la isla encontraremos el Pozo de James y otro palacete, el Kavalierhaus, inspirado en una casa de la ciudad de Danzig, donde se alojaba la familia real. Pero quizá sea más recomendable seguir el sendero que bordea la isla, donde no aparece ninguna construcción, pero puede observarse la hermosa bahía de Parschenkessel donde suelen anidar los cormoranes.
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En el extremo norte de la isla se encuentra la Meierei, una vaquería neogótica que parece sacada de una novela de Jane Austen, como si de una abadía medieval -de esas que veíamos en las películas- se tratara, y la llamada Casa holandesa, que no es más que un establo de vacas, al que delata su hedor antes de que hayamos podido reconocerlo. Parece ser que, en la primera, los reyes prusianos solían pararse a descansar y reponer fuerzas, en medio de sus paseos, tomándose un vaso de leche recién ordeñada.
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Si seguimos el camino, bordeando el lago, como parece más conveniente, nos toparemos con una lápida negra en la que se nos recuerda que el alquimista y vidriero Johannes Kunckel (1638-1703) residió en la isla en el siglo XVII. Este curioso personaje fracasó en su empeño por descubrir cómo fabricar oro, pero en cambio encontró un método para producir cristal de color rubí. No lejos de allí, puede observarse entre el follaje el Luisentempel, un templo dórico que construyó Schinkel, situado en el lugar en que le gustaba pararse a descansar a la reina Luisa, pero que proviene de su mausoleo en el Palacio de Charlottenburg.
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Ahora volvemos a encontrarnos de nuevo con otra bifurcación de caminos que nos lleva, una vez más, por el borde de la isla o hacia el interior. En esta ocasión optamos por transitar el camino interior, dejando atrás el puente gótico, que nos conducirá al parque ornitológico, con loros y faisanes, la cascada y la gran fuente, obra de Martin Friedrich Rabe, que data de 1824. Este es uno de los lugares más atractivos del parque donde merece la pena sentarse un rato a descansar, aunque nadie nos ofrezca un vaso de leche fresca, mientras oímos correr el agua, que en vano se esfuerza por esquivar los rayos del sol.
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Durante la Segunda Guerra Mundial la isla no sufrió daños, quedando intacta, a pesar de que en 1945 unos 400 hombres de la Wehrmacht la ocuparon, y de la resistencia de sus habitantes, jardineros y cuidadores, quienes evitaron su destrucción. El 16 de agosto de 1936, con motivo de la clausura de los Juegos Olímpicos de Berlín, Goebbels organizó en ella una fiesta, los árboles se adornaron con farolillos de colores; tuvo lugar una cena servida con criados de librea, baile y fuegos artificiales, que pudieron contemplarse desde la capital. Cuentan las crónicas de la celebración que los jardines se convirtieron en un lugar propicio a las naturales espansiones de los sentidos de los invitados, más allá de lo que el decoro aconsejaba, por lo que la prensa extranjera llegó a hablar de orgías.
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Hoy, la isla está lo suficientemente llena de visitantes como para no sentirse solo, aunque no haya tantos que lleguen a molestar. Está prohibido fumar y aunque parece que se permite el uso del teléfono móvil, -¡una muestra de exceso grave de permisividad!-, tuvimos la inmensa suerte de no oír tronar a ninguno que rompiera el hechizo del lugar. Antes de llegar a la isla, como hombre de escasa fe, me preguntaba si realmente habría pavos reales. Ya hemos comentado que sí, aunque pocos, pero lo que me contrarió fue el hecho de que ninguno hiciera ostentación de su naturaleza, desplegando su plumaje, tal como esperábamos que hicieran, quizá como merecido castigo a nuestros recelos.
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Sea como fuere, no resulta difícil imaginar que la construcción de esta isla responde a la idea de llevar a la práctica un ideal de vida en armonía con la naturaleza. Ya de regreso, cerca del embarcadero está la Nokolskoe, la casa rusa de madera, que data de 1817. Fue un regalo de Federico Guillermo III a su hija Charlotte y a su yerno, el zar Nicolás II de Rusia. Parece ser que no debieron ocuparla con frecuencia porque todavía se cuenta que su cochero la acabó convirtiendo en una venta, con todo lo que ello conllevaba... En la actualidad, para no abandonar del todo la tradición, alberga un lujoso restaurante, que siento no conocer, aunque su Hirschgulasch (gulach de ciervo) tenga fama de notable.
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Quizá lo ideal sería calcular el recorrido de tal forma que al concluirlo fuera la hora de reponer fuerzas con una buena comida, tras el paseo. Un lugar adecuado puede ser el Wirtshaus `Zur Pfaueninsel´, una cervecería al aire libre, junto al embarcadero y la parada del autobús, donde sirven comida alemana, que no pasa de correcta, no me gustaría que nadie se hiciera demasiadas ilusiones y generara los jugos gástricos equivocados, pero eso sí, a precios moderados, puesto que se puede comer por unos 12 euros, cerveza de trigo incluida.
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Durante el viaje de vuelta en tren a la ciudad, me fijo en una joven que intenta que su perro se tienda en el suelo. La chica lo acaricia una y otra vez, le pasa la mano por el cuello, le mesa las barbas, intenta amansarlo, hasta que el animal, no sin cierta resistencia, acaba cediendo y se mantiene en la posición de la esfinge. Si por algo desearía que Javier Marías me concediera un ducado en Redonda sería para poder lucir el título de Herzog de la Isla de los Pavos Reales. Así, el día que me pierda, ese reconocimiento me concedería una cierta respetabilidad. Y por si a alguien le interesa, es probable que me encuentren en uno de los bancos que hay esparcidos por todo el recinto; no en los de piedra, sino en los verdes, de madera, con respaldo, que son los que prefiero. Estaré leyendo, o mirando como surcan los barquichuelos por el Havel, oyendo caer el agua de la cascada o de la altísima fuente, u observando melancólicamente los infinitos matices del rojo y del verde que se entreveen en las ramas de los árboles, mientras cantan los pájaros.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Dos años de blog: Pfaueninsel, 1

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Un paseo por la Isla de los Pavos Reales
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El día que se corría la maratón de Berlín, que acabó ganando por cuarta vez consecutiva el etiope Gebrselassie, aprovechando el buen tiempo, decidimos alejarnos de la ciudad y visitar la Isla de los Pavos Reales, en el entorno del Wansee. Es uno de esos pocos lugares idílicos en los que resulta difícil encontrar turistas que no sean alemanes. Por ello, a los amigos que se acercan a la ciudad y se quedan satisfechos, que son todos, les aconsejo que hagan un segundo viaje sólo para conocer Potsdam y alrededores, pues merecen una visita exprofeso. Es un viaje, claro, que sólo puede hacerse con buen tiempo, entre abril y octubre, dado que prácticamente todos los lugares que merece la pena conocer se encuentran al aire libre.
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El día amanece espléndido, con cielo despejado y sol radiante, 23 grados a las 11 de la mañana, y el tren va lleno a rebosar de gente, sin que ni siquiera falte un veterano cantautor alemán, con su guitarra en ristre, empeñado en amenizarnos el trayecto. Lo hermoso del recorrido es que una gran parte de él transcurre a lo largo de un túnel sin techo, el que van formando los propios árboles. Produce un efecto grato y tranquilizador ver cómo los rayos del sol se filtran por entre la tupida vegetación, mientras el tren transita a buena marcha. Frente a nosotros, en los asientos de la derecha, una joven rubia, y blanca como el papel folio, alta, grande y razonablemente rellenita, teje con parsimonia lo que parece apuntar hacia un jersey a rayas, de mil colores. Jóvenes y mayores andan con sus bicicletas en los vagones del tren. Alguien se acaba de dejar una castaña en el asiento. En la estación de Wansee, punto de llegada, hay que coger el autobús 218, que en este caso es un viejo armatoste que funciona a la perfección, dejándonos frente al muelle. Puesto que a la isla sólo se puede llegar en barco, es necesario coger un pequeño y más bien rústico transbordador, que, por 2 euros, cumple con el viaje de ida y vuelta, aunque el periplo sea uno de los más breves que puedan hacerse en transporte público, ya que sólo dura unos pocos minutos.
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La isla posee la forma de un gato tendido, con el cuerpo levemente levantado a la altura de la cabeza, que vuelve hacia la izquierda. Pero tracemos un pequeño recorrido por su historia. En 1765 se inicia en Dessau la concepción del jardín silvestre, con la naturaleza creciendo en libertad, que es la que aquí se seguirá. Pfaueninsel, o la Isla de los Pavos Reales, es un parque y reserva natural (desde 1924) de menos de un kilómetro cuadrado, que fue diseñado en 1795, por Johann August Eyserbeck, basándose en su concepción del jardín campestre, en contraposición al de Sanssoucci, de tipo francés, geométrico, por lo que se le denominó Neuer Garten, o Nuevo jardín. Así las cosas, su disposición actual es obra del diseñador de jardines Peter Joseph Lenné, quien trazó también los caminos que recorren la isla, para que los visitantes pudieran disfrutar de su tranquilidad y belleza.
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El único edificio que puede visitarse es el palacete de estilo neogótico, construido por Johann Gottlieb Brendel, para Federico Guillermo II, `El Grande´, y su favorita Guillermina Encke, la condesa de Lichtenau, a quien con tanta malicia retrató en 1744 Anna Dorothea Therbusch. Con tan mala fortuna que el rey murió unas semanas después de concluidas las obras y la viuda, la reina Isabel Cristina, se dio el gustazo de poner de patitas en la calle a la amante. Después, el palacete fue utilizada como residencia de verano de su sucesor, Federico Guillermo III y de la muy querida reina Luisa. Este monarca fue el que encargo traer a la isla animales exóticos como búfalos y ciervos bengalíes. Todavía se conserva en el norte de la isla el llamado estanque de los búfalos. En la actualidad, la disposición de las salas del palacete, como veremos, son las que ellos decidieron y sus retratos presiden las estancias. A partir de 1835 la isla era ya muy conocida por la belleza de su campo y el exotismo de su flora y fauna, pudiendo ser visitada por los habitantes de Berlín y Potsdam los martes y jueves.

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Retrato de la reina Luisa de Prusia, 1804, realizado por Josef Grassi (1758-1838)
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Tras desembarcar, hay que coger el camino de la izquierda y subir la leve cuesta que lleva al castillo. Con suerte, nosotros la tuvimos, pueden oírse repicar las campanas a lo lejos y ver cómo los barcos surcan el Havel, mientras aparecen los pavos reales entre los cuidados parterres, como si todo estuviera preparado para el disfrute y el ambiente placentero. Después, tras dejar a la izquierda la Casa del Castellano y la Casa Suiza, habitada por el jardinero (¿a quién no le gustaría ser jardinero en esta isla?), se planta uno ante el castillo que tiene delante un hermoso jardín con flores por donde pululan los pavos reales. El escritor Theodor Fontane escribió en 1880 que esta isla le traía a la memoria imágenes de su niñez, con castillos, palmeras, papagayos, pavos reales yendo de acá para allá, extensas praderas y tapices de flores en el centro del cuadro.
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El aspecto externo de castillo, la fachada es de madera, más bien kitsch, recuerda un tosco decorado de película, aunque visto desde lejos, tiene un aspecto romántico, mucho más agradable. Lo que sí merece la pena conocer es su interior, la planta baja y el primer piso, con mobiliario de los siglos XVIII y XIX, así como la espléndida escalera de caracol. El único inconveniente es que para visitarlo hay que ponerse pantuflas, para no estropear el parket; excepto la delgadísima guía, claro, que no parece necesitarlas. Se trata de una veterana del antiguo Este, a la que le cuelgan unos monumentales aretes de las orejas, antes de que el cuerpo aparezca embutido en un ajustado vestido negro. Si no fuera por su extrema delgadez, recordaría a una de esas mujeres tremendas, con una larga boquilla, que aparecen en los cuadros de Otto Dix, aunque su dicción y trato resultan tan amables como distantes. Sólo se nos permite recorrer la planta baja y el primer piso, para lo que hay que subir una espléndida escalera de caracol, con pasamanos de madera, que se enrosca por la torre lateral del edificio. A lo primero que se accede es a la sala de té, o de visitas, cuyo suelo está hecho de madera de ciruelo. Entre la decoración, aparecen varios retratos de la reina, sus sombreros de verano y un curiosa mesa para jugar al Coliseo, entretenimiento del que no tenía noticia alguna. La ya muy ponderada escalera nos conduce al salón comedor, en el primer piso. La guía elogia que las columnas del artesonado de la pared sean de madera y se fija en la chimenea, pero lo que más llama la atención son las dos arañas que cuelgan del techo y la vista del Havel, desde las tres amplias ventanas. Antes había también un piano, pero no se nos cuenta qué ha sido de él. Esta sala da al pequeño despacho del rey, con vistas también al río, que conserva su correspondiente bureau de época. En dos de las esquinas restantes de la planta se encuentran los dormitorios de los reyes, conectados por un pequeño pasillo. En la estancia del monarca, cuyos mobiliario es obra de Schinkel, incluida la minúscula cama, cuelga un retrato de la reina Luisa, cuando tenía 22 años. En el segundo piso, al que no se puede acceder, estaban las cocinas.

(Continuará...)
*Hoy, la bitácora cumple su segundo aniversario. Gracias a todos los visitantes y a los que dejan comentarios. Entre la nieve y el frío, me quedo al sol en la Isla de los Pavos Reales, para daros un poco de envidia.... Las fotos son de Gemma Pellicer.
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viernes, 7 de agosto de 2009

Zernsdorf, Brandenburgo

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A los berlineses les gusta comentar que cuando cayó el muro se les abrió el inmenso horizonte de los numerosos lagos de Brandenburgo. A menos de una hora en coche de Berlín, pero también con buenas conexiones con los ferrocarriles de cercanías, la estación más cercana es casi de juguete, Kablow, se puede llegar al pequeño pueblo de Zernsdorf, cercano al Lankensee. La casa que ocupamos, o cabaña, así suena más campestre y virgiliano, se halla en la orilla misma del lago, a unos 45 kilómetros de la frontera polaca. ¿Qué puede hacerse aquí? Charlar, bañarse (la casa tiene un embarcadero que da al agua), si hay suerte tomar el sol, pasear, y si no te la das de muy gourmet, cenar en La luna (así, en castellano), uno de los pocos restaurantes agradables de los alrededores (estamos en el antiguo Este), aunque a poco que te descuides, el perro de los dueños puede meterte el hocico en el plato... Y también, como el día es tan largo, se puede leer, incluso trabajar; aunque si uno se junta con los amigos resulta muchísimo más agradable, y se aprende y disfruta más conversando. Y, desde luego, siempre es grato tener la ocasión de jugar un poco con el pequeño e inquieto Rafael, de dos años y medio (no me he atrevido a dar su foto, sin el permiso de sus padres), una criatura fascinada con el agua y los instrumentos de jardinería... Si, además, Isabel tiene que ensayar, y nos ameniza la tarde con su violín (Chaikovski, Mozart, Sibelius...), mejor que mejor...
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*Las fotos son de Gemma Pellicer.
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martes, 28 de julio de 2009

Los domingos de Treptower Park

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Una buena manera de recorrer el parque Treptower, si el día está bueno y soleado, es llegar hasta la parada de metro del mismo nombre y salir al sendero que transcurre junto al río Spree. Estamos en la antigua Alemania del este, y en una de las zonas verdes más extensas de la ciudad. Treptow fue una zona industrial, con fábricas químicas y de construcción de maquinaria. Este inmenso parque fue diseñado en 1876 por Johan Gustav Meyer. En 1919, Rosa Luxemburgo y sus camaradas lograron reunir aquí a 150.000 trabajadores en huelga. El andar debe ser pausado hasta toparse con un biergarten llamado Haus Zenner, que conserva una fachada clasicista del siglo XIX, el único que queda de los muchos que había en esta zona a la que acudían los berlineses los fines de semana a bañarse y divertirse. Allí puede hacerse un alto en el camino y oír un rato a la Dixieland de Postdam, que se esmera con el jazz de Nueva Orleans o la música de Kurt Weill. Y si renuncia al Burger King, decisión siempre sensata, puede optar en el quiosco por una sopa de garbanzos con carne, Erbsensuppe, al módico precio de 3 euros.
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Sendero junto al río Spree
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Biergarten Haus Zenner.
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Los más románticos pueden tumbarse en la Zenner Beach, leer un libro, pensar en las musarañas, divisar la noria del cercano parque de atracciones de Spreepark, o achucharse un rato en el césped, cerca de las fuentes con carpas y barbos, si la compañía y los ánimos son propicios, o acaso atravesar el puente cercano, el Abteibrücke, construído por los prisioneros franceses en 1916, y dar un paseo por la Insel Garten, en la época socialista llamada Isla de la Juventud, me imagino que por motivos no difíciles de imaginar, aunque ya no exista la abadía que antaño la ocupaba. Pero también se puede recorrer el río en barco e incluso remar, si se tiene la fuerza y habilidad necesarias para tan olímpico empeño.
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El Abteibrücke
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Vista del biergarten desde la Isla de la Juventud
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Después se puede tomar la Pushkinallee, por el escritor Puskin, claro, y detenerse en el Archenhold Sternwarte, observatorio astronómico, construído en 1896 para la Exposición de las Artes Decorativas. Aquí dio una conferencia sobre la relatividad, en 1915, el mismísimo Einstein. Además, presumen de atesorar el telescopio reflector más largo del mundo, con 21 metros, y un pequeño planetario. Cerca de aquí, el Muro separaba Treptow de Kreuzberg. En una de las torres de vigilancia que quedan hay ahora un curioso Museo del Arte Prohibido, junto a la Avenida de Puskin.
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La avenida de Puschkin o Puschkinallee
.. Observatorio astronómico. Tras el reloj de la fachada, asoma el telescopio
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Pero quizá lo que atraiga a más turistas, casi todos rusos, los nativos vienen a pasear y tomar el sol junto al río, sea el faraónico monumento en recuerdo del Ejército Rojo, el Sowjetisches Ehrenmal, construido en la segunda mitad de los cuarenta, y levantado sobre la tumba de cinco mil soldados soviéticos, de los 20.000 que murieron durante la liberación de Berlín en 1945. El monumento, en suma, se compone de mucho cemento, algunas estatuas de tosco gusto, pertenecientes al estilo del realismo-socialista, y cuenta con diecisés cenotafios con unos frisos que representan escenas de batallas o de campesinos y trabajadores idealizados con no menos tosquedad. Los responsables fueron el arquitecto Jakow Bielopolski y el escultor Jewgien Wuczetic, quienes se han ganado el olvido a pulso.
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Arco de triunfo que recuerda la liberación de Berlín por el Ejército Rojo
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El Sowjetisches Ehrenmal
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Alegoría de una Alemania agradecida tras su liberación, vista por los rusos
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El Sowjetisches Ehrenmal recuerda a los soldados muertos del Ejército Rojo
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Frisos de los cenotafios, al estilo del realismo socialista, con escenas de la liberación de la ciudad

Todo este teatro esta rodeado por unos agradables jardines, con sus correspondientes cipreses y álamos, que impiden que los visitantes se achicharren durante los días de mayor sol. Y todo ello presidido por un mausoleo coronado por la estatua monumental de bronce de un soldado, con cerca de 12 metros de altura. La escultura se vale de la imagen de San Cristóbal con el niño, aquí representado por un soldado soviético que ha rescatado a un infante berlinés de las garras nazis, al que lleva en brazos, mientras que con la otra mano somete, a sus pies, y con la ayuda de una espada colosal, una cruz gamada que yace abatida.
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Estatua de bronce en honor al soldado soviético
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En el camino de vuelta, hasta regresar al metro, si es que no han llegado en bicicleta, cosa más que probable en esta ciudad, puede uno detenerse en cualquiera de los muchos chiringuitos que jalonan el camino que bordea al río, donde es fácil aliviar el hambre con una salchicha, un crep o una bouletten (pariente cercano del filete ruso o la hamburguesa), o bien rematar la colación con un helado, antes de regresar a casa tan campante, y con la enorme satisfacción de haber disfrutado de una hermosa mañana de verano.....

* Las fotos son de Gemma Pellicer....