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martes, 11 de marzo de 2014

Noticias de UCRANIA

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LLAMAMIENTO RELATIVO A LOS ÚLTIMOS ACONTECIMIENTOS EN UCRANIA Y JÁRKIV
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A todos los estudiosos del mundo, sociedades científicas, universitarios, gente de letras y artes
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La Sociedad Histórico-Filológica de Járkiv (Kharkiv), fundada en 1886 por los ilustres profesores de la Universidad de Járkiv, dirige este mensaje a la comunidad académica mundial.
El 1 de marzo de 2014, en Járkiv, fue organizado un violento enfrentamiento entre los partidarios de la integración europea de Ucrania y los así llamados adeptos “de la estabilidad y del restablecimiento del orden público”. Los partidarios del Maidán proeuropeo, en número de algo más de 100, mayormente universitarios jóvenes, permanecían pacíficos en el edificio de la Administración Regional, tras haber sido invitados oficialmente por el subgobernador Vasil Jomá, todavía, el 23 de febrero. Ellos demandaban el nombramiento de un nuevo gobernador en vez del profundamente comprometido Mijailo Dobkin, fiel secuaz del presidente derrocado Víctor Yanukóvich.
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El susodicho Dobkin, junto con su cómplice Guennádiy Kernes, el alcalde de Járkiv (un exconvicto criminal respaldado por el Partido de Regiones de Víctor Yanukóvich) orquestaron un mitin prorruso al que habían acudido cerca de dos mil participantes de la vecina ciudad rusa de Biélgorod, gozando del régimen sin visado que existe entre Ucrania y Rusia. Para evitar enfrentamientos, el Consejo Coordinador del Maidán proeuropeo canceló su propio mitin convocado en el mismo lugar y a la misma hora. Terminado el mitin prorruso, un numeroso grupo de militantes bien entrenados y armados de palos, armas no letales y gas lacrimógeno, atacaron el edificio de la Administración Regional, golpearon salvajemente a sus defensores y los arrojaron en medio de la multitud enfurecida prorrusa (y traída, en gran parte, de Rusia) que los siguió maltratando y pataleando. La policía corrompida por el alcalde Kernes no intervino.
Entre los defensores lesionados de la Administración, se encontraban Serguiy Zhadán, escritor de renombre internacional, y uno de los miembros de nuestra Sociedad, Valériy Romanóvskyi, doctor y profesor asistente en la Universidad de Cultura de Járkiv.
La propaganda y medios de comunicación oficiales de Rusia retratan a los partidarios de la democracia y libertad en Ucrania como nacionalistas radicales y extremistas nazistoides que amenazan la existencia de la comunidad rusohablante. Esta retórica goebbelsiana no tiene nada que ver con la realidad ucraniana. Las tendencias nazistas se observan más bien al otro lado. Baste decir que la persona que izó la bandera rusa en lo alto del edificio de la Administración Regional de la ciudad ucraniana de Járkiv es un ciudadano ruso, habitante de Moscú, Mika Ronkainen, quien exhibe en la Red su abierta admiración por Adolf Hitler.
Hay pruebas suficientes para afirmar que ésta no es sino una parte de la agresión llevada contra Ucrania por orden del presidente ruso, Vladímir Putin.
A este respecto, insistimos en declarar que el pretexto de la defensa de los derechos de la población rusohablante de Ucrania, utilizado por la propaganda rusa, no es más que pura invención. El idioma ruso siempre ha funcionado libremente en los medios de comunicación, escuelas y universidades ucranianas y en la vida cotidiana. Ucrania posee una de las mejores legislaciones en el mundo, que garantiza los derechos de las minorías étnicas, incluyendo a escuelas estatales que tienen como lengua de enseñanza, además de la rusa, la tártara de Crimea, la húngara, polaca y rumana. En muchas regiones, incluida la ciudad de Járkiv, es el idioma ucraniano el que necesita protección y apoyo.
Los intentos de jugar la carta étnica y lingüística para desestabilizar la situación en Ucrania vienen desde el extranjero. En 22 años de independencia, Ucrania ha aprendido a solucionar sus problemas étnicos y lingüísticos de manera responsable y, a diferencia de muchos otros países postsoviéticos, nunca ha padecido conflictos por motivos étnicos. Resolvemos todos nuestros problemas, cuando los hay, por medio de debates abiertos que resultan en compromisos viables y hacen innecesaria toda intervención exterior.
Lanzamos este llamamiento a la comunidad académica mundial, pidiendo que se nos ayude a divulgar una información veraz sobre el estado real de cosas en Ucrania. A quienes gocen de la posibilidad de dirigirse al público a través de una amplia variedad de medios, les rogamos que lo hagan lo antes posible. Es necesario frenar la campaña de desinformación diseñada por el Kremlin. Queremos que el mundo sepa la verdad. Particularmente, que se dé cuenta de la rabia salvaje mangoneada desde Rusia en Járkiv durante el último sábado.
 
En nombre de toda la Sociedad,
Ígor Mijalyin (presidente)
Serguiy Vakúlenko (secretario)
Ígor Órzhytskyi (miembro de la sociedad)
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sábado, 12 de mayo de 2012

¿El Plan Bolonia en Italia?

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Comento en Padua, con varios amigos vinculados a la universidad, españoles e italianos, los efectos nefastos sobre la enseñanza del llamado Plan Bolonia, que tantos estragos sigue causando en el estudio de las Humanidades. Lo curioso y sorprendente,  me comentan, es que en Italia apenas se habla ya de ello, porque no ha traído grandes cambios. Por lo visto, los adalides y únicos seguidores de Bolonia somos los españoles, siempre a la vanguardia de todas las ocurrencias europeas y norteamericanas, sobre todo si es para que las costumbres y el conocimiento vayan a peor. 
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domingo, 18 de septiembre de 2011

La ceremonia del saber

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El viernes pasado estuve en Valencia formando parte del tribunal de la tesis doctoral de Maria Rosell, sobre La dimensión apócrifa de la Modernidad: la escritura de Max Aub, dirigida por el profesor Joan Oleza. El trabajo da mucho más de lo que el título anuncia, pues empieza proporcionándonos una historia de los falsos, y no solo en la literatura, puesto que también tiene en cuenta la pintura y el cine. Aclara conceptos como apócrifo, heterónimo, pseudónimo, falso, pastiche o canular, que no siempre se usan con la precisión y el rigor necesarios. Sin olvidarse nunca de la dimensión internacional de este tema, se centra en autores tan importantes como Fernando Pessoa, Antonio Machado, Eugenio D'Ors y Max Aub, con alusiones a obras de Joan Perucho o el apócrifo Sabino Ordas. Dada la calidad del trabajo, debería publicarse en uno o varios libros. 
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Esta tesis, además, tenía la categoría de doctorado europeo, por lo que debía incluir un resumen en inglés y, entre los componentes del tribunal, haber al menos un investigador de otro país. En este caso era la profesora italiana Rosa Maria Grillo. El resto del tribunal estaba compuesto por Dolores Fernández, Xelo Candel y Joaquín Álvarez Barrientos.
   
Tras acabar la licenciatura, los investigadores más brillantes suelen conseguir una beca que los vincula a un proyecto colectivo de investigación. Tras cuatro años de duro trabajo, de múltiples lecturas, visita a bibliotecas y hemerotecas, el estudiante concluye su tesis que, tras el visto bueno del director, es juzgada por un tribunal de especialistas en la materia. Si todo este proceso se cumple, como ha ocurrido en este caso, el Departamento universitario ha hecho bien su trabajo, y el Estado, una inversión que debe rentabilizar, lo que solo puede conseguir concediéndole un puesto de trabajo remunerado a la persona, a fin de que esta, a su vez, pueda transmitir a otros estudiantes los conocimientos adquiridos, y no se quiebre la cadena del saber. Todo ese proceso, decía, culmina, pero también empieza, con la lectura de la tesis doctoral, uno de los ritos de paso más importantes en la vida del investigador, y como nos recordaba Oleza, una fiesta del conocimiento y del saber, y una ceremonia emotiva. Así las cosas, una vez la Universidad, los estudiantes y los profesores han cumplido con su obligación, el Estado no debería de incumplir con la suya. En los últimos tiempos, lamentablemente,  el gobierno no siempre ha asumido su responsabilidad, malbaratando de este modo no solo la inversión hecha en la investigación, sino también un activo humano que ve de pronto su formación sin proyección de futuro. Es un pésimo camino que nos aleja, una vez más, de los países civilizados, de la Europa de la cultura.
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* En las fotos, Maria Rosell y Joan Oleza.

viernes, 6 de mayo de 2011

Somos los mejores...


Los estudios de Lengua y Literatura Española que se ofrecen en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona ocupan el primer lugar en la clasificación de 50 carreras que elabora anualmente el diario El Mundo. Para elaborar esta clasificación, se han evaluado todas las universidades públicas y privadas españolas, en las 50 titulaciones más demandadas por los estudiantes durante el pasado mes de junio, así como las cinco mejores universidades en donde estas se cursan. Y gracias a las puntuaciones obtenidas por las 21 titulaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, situadas entre las tres primeras, ocupa el segundo lugar en la clasificiación global de Universidades, sólo superada por la Universidad Complutense.
El informe de El Mundo considera 25 criterios valorativos, repartidos en tres grandes apartados. El primero es un cuestionario a profesores de toda España (con una ponderación del 40%); el segundo apartado recoge los datos de la propia universidad -demanda universitaria, recursos humanos, recursos físicos, plan de estudios, resultados e información de contexto (sic)- (suponen el 50% de la valoración final); por último, también se tienen en cuenta los diferentes indicadores externos, que puntúan conjuntamente un 10%, tales como resultados en las clasificaciones internacionales, informes de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), memorias de autoavaluación de los centros, o resultados de informes de universidades españolas, entre otros.

En fin, por una vez que a uno le favorecen estas clasificaciones, aprovecho la ocasión para decir que creo muy poco, nada, en ellas, pero sí me alegra por lo que pueda satisfacer a mis ilustres compañeros Francisco Rico, Alberto Blecua, Bienvenido Morros, Guillermo Serés, Ramón Valdés, Carme Riera, Neus Semblancat, Montserrat Amores, Manuel Aznar Soler, Juan Rodríguez, José Ramón López, Helena Usandizaga, Beatriz Ferrús, Lluïsa Hernanz, Dolors Poch, Gloria Clavería, Santiago Alcoba, José María Brucat, Juan Carlos Rubio y Carlos Subirats, por sólo citar a los más veteranos. En el peor momento de la Universidad española en muchas décadas, cuando tenemos que soportar las estupideces de Bolonia, nos piden que ahorremos lo que nunca hemos tenido y amenazan con dejar sin trabajo a los interinos (¿por qué no echan a los pedagogos que tanto y tan irreparable daño están causando?), este resultado representa una mínima satisfacción, que desde luego no nos compensa de tantos sinsabores.

http://www.uab.es/Document/536/809/ranking2011.pdf

martes, 9 de junio de 2009

Las universidades se anuncian

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Parece ser que los periódicos atraviesan una grave crisis económica por la escasez de publicidad. Me cuentan que los colaboradores han visto reducidos sus emolumentos, por no hablar de despidos y jubilaciones anticipadas. Dicen que ya sólo se anuncian las agencias de viajes, los hoteles, los bancos y los organismos oficiales. Pero se olvidan de las universidades. En el anuncio de la Complutense que reproducimos (ocupa media página de El País) no se dice nada de esa universidad que la singularice de las demás: "Tu opción de futuro"; "Nuevos grados adaptados al espacio europeo". En la mía, por ejemplo, he visto carteles anunciando cursos de la Pompeu Fabra. Lo curioso es que no ofrezcan nada que no esté ya en la misma Autónoma. En cambio, la UIMP, que anda de mal en peor, este año no ha anunciado sus cursos en la prensa. ¿Qué venden entonces? ¿Cuánto les habrán cobrado los publicitarios por una campaña tan tosca? ¿Acaso no tienen nada mejor en que gastar el presupuesto las universidades, o es que quieren contribuir, aunque sea modestamente, a salvar los periódicos? Como diría un personaje de Millás, todo son preguntas..., y perplejidades.
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sábado, 7 de marzo de 2009

La Universidad en tiempos de crisis (y 2), por Juan José Lanz

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Para muchas de las instituciones políticas que la sufragan, y de los núcleos económicos que la sustentan, la Universidad se ha convertido en una institución “sospechosa”. Y cautamente, buena parte de nuestros poderes políticos y económicos, han transferido esa sospecha a la sociedad a la que la Universidad sirve. ¿Para qué sirve la Universidad? ¿Qué rendimientos sociales otorga? ¿Merece la pena sostener una institución con tan alto coste económico? Son preguntas que vuelven a hacerse treinta años después para responderse de modo inverso a como se hizo en el período de la Transición. Son preguntas que tratan de desviar otras cuestiones quizás más profundas que podrían derivarse hacia la inoperancia de una parte de la clase política o hacia los detentadores ocultos de un poder económico esquivo pero omnipresente.
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Insisto en que la función principal del Sistema de Educación Superior (y aquí debería incluirse el Sistema Europeo) no ha de ser tanto la “preparación para el ejercicio de actividades profesionales”, sino la formación de espíritus críticos, de ciudadanos conscientes y libres capaces de construir una verdadera sociedad democrática que avance hacia la resolución de las desigualdades sociales y que profundice en la solidaridad, y que ha de hacerlo contribuyendo al desarrollo y difusión de la ciencia, la técnica y la cultura en aras de una mayor calidad de vida, que sólo puede concebirse en un mundo más igualitario y en una sociedad en constante construcción y transformación en la que esos ciudadanos son elementos indispensables. En una sociedad tan fuertemente tecnificada y capitalizada como la de nuestro entorno tal vez resulte más cómodo hablar de la formación de futuros trabajadores de nuestros universitarios, transfiriendo a la Universidad una responsabilidad (y los costes económicos que ello conlleva) que tradicionalmente desempeñaban y deberían seguir desempeñando las empresas que contratan a esos trabajadores. Como en otras facetas de nuestra economía de capitalismo avanzado, los costes empresariales se distribuyen entre el cuerpo social, mientras que los beneficios se capitalizan en unas pocas manos. Así, la acusación al sistema universitario aparece diáfana: la Universidad no cubre las necesidades que le demanda la sociedad, vistas éstas, desde una óptica netamente economicista, como la aportación de trabajadores técnicamente cualificados para lograr un mayor desarrollo cuyo beneficio recaiga básicamente en las manos de los que administran dicho desarrollo. Hace más de setenta años Ortega y Gasset se preguntaba si la formación científica y técnica debería integrarse dentro de las funciones que debería desarrollar la Universidad.
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Pero lo que resulta paradójico es que quienes escenifican ese aparente divorcio entre la Universidad y la sociedad, entre la institución universitaria y los beneficios económicos que ha de traer una sociedad más tecnificada, son precisamente aquellos que han apartado espacial e intelectualmente a la Universidad de los centros de decisión del poder político y social; los que temerosos de que pudieran reproducirse las revueltas estudiantiles de hace cuarenta años, comenzaron a construir los centros universitarios lejos de los núcleos sociales, apartados e incluso incomunicados (o mal comunicados) con el ágora, con los centros de convivencia cívica. Es un rasgo más de la geografía urbana posmoderna al que nos hemos acostumbrado, pero que no deja de ser llamativo. Frente al elitismo que esa dislocación de las sedes universitarias tenía para el modelo del humanismo tradicional, esa nueva desubicación o deslocalización (por utilizar un léxico que participa del sistema que critica) de los núcleos universitarios, característica de los años setenta y ochenta, ha hecho de ellos una especie de nuevos no-lugares, como los definió Marc Augé, espacios de tránsito donde se cultiva el anonimato, lugares que no pueden definirse ni como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico. Los modernos núcleos universitarios participan de esas características del no-lugar, y su esencia se define, no por su ser relacional o por su historicidad, que contribuirían a la definición de su identidad, sino por su sentido de tránsito, tal como lo quiere el sistema económico, del mismo modo que los aeropuertos o los grandes centros comerciales, en que los ciudadanos se transforman en futura masa trabajadora tecnificada, se forman como futuros trabajadores especializados y contribuyen al sostenimiento del propio sistema. Los no-lugares universitarios eximen de toda responsabilidad a sus usuarios; son lugares de tránsito que no fuerzan la conciencia crítica ni el compromiso. Las modernas universidades no forman parte ya del perfil visual de la ciudad, porque han sido cuidadosamente apartadas del perfil social de la comunidad que en esas ciudades habita; son lugares de paso para futuros productores-consumidores y, no lo olvidemos, colchones de protección social frente al fracaso del propio sistema económico, manifiesto en las crecientes cifras de desempleo. En un no-lugar así definido no cabe lógicamente ni la formación de un pensamiento “crítico”, ni el desarrollo de la ciencia, ni la difusión de la cultura, ni, por supuesto, la mejora de la calidad de vida. Porque evidentemente tampoco la Universidad, en ese estado actual, ha contribuido a la permeabilidad social deseable en una sociedad democrática, en la que supuestamente ha de valorarse no tanto la posesión del conocimiento, sino la posibilidad de transformarlo y difundirlo. En este sentido, también se muestra indiferente, desposeída de toda operatividad social, y buena parte de los centros universitarios privados que proliferaron a lo largo de los años noventa y primeros años de este siglo, han venido a certificar la negación de ese papel discriminatorio que venía ejerciendo la Universidad pública en las sociedades democráticas.
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Zygmunt Bauman, el filósofo de la modernidad líquida, recordaba una idea de Claus Offe donde apuntaba que las sociedades complejas “se han vuelto tan rígidas que el mero intento de renovar o pensar normativamente su orden […] está virtualmente obturado en función de su futilidad práctica y, por lo tanto, de su inutilidad esencial”. Efectivamente, el mero hecho de pensar desde un espacio teórico el papel de la Universidad en una sociedad altamente tecnificada es rechazado por su “inutilidad esencial”, y sin embargo dicho pensamiento supone una profunda crítica contra la practicidad de dicha sociedad tecnificada. Se pregunta ahora una y otra vez, qué respuesta da la Universidad ante la crisis del sistema social y económico que estamos viviendo, cuál es el papel de la Universidad en tiempos de crisis como los que nos toca vivir (sin tener en cuenta que la crisis, concebida como cambio continuo, es el estado en que se desarrolla nuestra existencia). La Universidad lleva enunciando su respuesta de modo machacón desde hace por lo menos medio siglo, si no mucho más, pero la sociedad tecnocrática del capitalismo avanzado ha preferido borrar los espacios teóricos desde donde esa respuesta se enunciaba, por su “futilidad práctica”, mediante un progresivo desarme ideológico (la Universidad está habitada por utopistas que muerden la mano que los alimenta), un desarme social (no cumple el papel social para la que se formó) y económico (sus enseñanzas no son rentables económicamente). Frente al rodillo de los beneficios económicos a corto plazo, en un sistema que está demostrando a las claras que resulta insolvente para manejarse con el mundo contemporáneo, para construir un mundo más justo y solidario, la Universidad lleva años clamando en el desierto con un pensamiento crítico, con un constante “no, no era esto”, que reivindica el lugar y la importancia de los espacios teóricos, de los espacios de reflexión teórica, frente a la supuesta practicidad de un mundo altamente tecnificado, que no trata de formar ciudadanos sino de instruir a trabajadores alienados, productores-consumidores con una conciencia acrítica, que inmolar, como en Metrópolis, la película de Fritz Lang, al gran dios Moloch, al gran dios de la productividad y el consumo, que sustenta su propio sistema. A la Universidad se la ha recluido tácticamente al margen de la sociedad, y se la ha acusado del escaso rendimiento social de los saberes que impartía. Quizás haya llegado ya la hora de demostrar el verdadero rendimiento social de ese conocimiento, que el valor del espacio teórico que construye la Universidad consiste en intentar no participar directamente de la dinámica mercantilista que sustenta una sociedad tecnocrática basada en el beneficio económico cortoplacista, que olvida la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, los valores de solidaridad e igualdad en que ha de construirse una verdadera sociedad democrática; definir el saber desde perspectivas que no se pliegan a esos valores económicos, sino que invocan otros: los de la posesión democrática del saber y de la cultura; los del derecho a participar en las redes de desarrollo, transformación y transferencia del conocimiento; los del derecho democrático a definir el saber desde otros lugares. Marcel Gauchet se quejaba hace unas semanas de la vacuidad de una reforma universitaria, como la emprendida en Francia por Sarkozy, que no atiende a las verdaderas cuestiones de fondo. Quizás sea hora, como planteaba Gauchet en sus palabras, de cuestionar la redefinición del saber que se lleva a cabo desde el neo-liberalismo. El saber no debería definirse en términos de desarrollo y beneficio económico, de productividad social medida en términos dinerarios, puesto que ya hemos visto el fracaso del sistema que sustenta dicha definición del saber; el saber debería definirse en términos de construcción de una sociedad verdaderamente democrática, donde la productividad económica no sea un valor absoluto, sino un elemento más para la integración social. El saber no debería entonces vincularse a la generación de empleo y a la productividad económica, sino al reparto más equitativo de la riqueza, a la racionalización de los medios de producción en un sistema de desarrollo sostenible y ecológico, al reparto del ocio, a la responsabilización colectiva en la construcción de un modelo social equilibrado y no al reparto de sus despojos y a la culpabilización colectiva de un desastre cuyos responsables exportan el modelo de explotación a otros lugares, más allá del brazo de la justicia. No deberíamos plantearnos si la Universidad está pensando en la nueva sociedad, sino el modo en que contribuye a construirla y transformarla, no sólo con la formación técnica y científica de sus alumnos, sino con la generación de ideas, de espacios teóricos resistentes, de un pensamiento crítico. Las ideas de Marx o de Adam Smith han contribuido a transformar nuestro mundo tanto como los descubrimientos de Marie Curie o Albert Einstein.
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Hace más de sesenta años, se quejaba Pedro Salinas, en el contexto de la II Guerra Mundial, del estado de desdén y menosprecio hacia los fines de conservación, transmisión y creación del saber que caracterizan a la institución universitaria, que se había instaurado en la sociedad de la época, para llegar, según indicaba, “a una perversión de conceptos, que yo llamaría satánica”. Y concluía señalando: “Porque se ha introducido en la Universidad el principio de destrucción de la misma: la indiferencia o la falta de respeto al saber puro y a la cultura desinteresada”. Esa indiferencia y esa falta de respeto siguen siendo hoy en día los elementos que marcan el principio de destrucción de la institución universitaria.
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* Los chistes son de El Roto y Forges, y la foto de Luis Matilla.
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viernes, 6 de marzo de 2009

La Universidad en tiempos de crisis (1), por Juan José Lanz

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Leo con cierta preocupación el artículo de Don Juan Carlos Rodríguez Ibarra titulado “La crisis y la Universidad”, publicado el pasado 21 de febrero en El País. El planteamiento fundamental del señor Rodríguez Ibarra es si la Universidad, en su actual situación, “tiene fórmulas que vayan más allá de la coyuntura y si está pensando en la nueva sociedad y en la formación de sus alumnos para la era digital”. “Lo que se espera de la Universidad –señala el señor Rodríguez Ibarra– es que la persona preparada académicamente no pida, sino que ofrezca. Que ofrezca su capacidad de contribuir a una economía más competitiva y productiva, que añada valor y genere empleo”. Es decir, según añade el ex­-presidente de la Junta de Extremadura, “el universitario no puede limitarse a cambiar fuerza de trabajo manual por capacidad intelectual”.
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En el fondo, lo que subyace en la reflexión del señor Rodríguez Ibarra, positiva y de enorme valor en muchas de las cuestiones que plantea, es una pregunta que se hacen muchos de nuestros ciudadanos en estos momentos: ¿cuál es la respuesta de la Universidad a esta crisis?, ¿qué soluciones propone la institución? Y más aún, y ésa es la pregunta que late en las palabras del citado articulista: ¿cuál debe ser la función de la Universidad?
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Tal como plantea la Ley Orgánica de Universidades de 2001, en el artículo 1 de su “Título preliminar”, las funciones de la Universidad “al servicio de la sociedad”, más allá de realizar “el servicio público de la educación superior”, son cuatro: “a) La creación, desarrollo, transmisión y crítica de la ciencia, de la técnica y de la cultura. b) La preparación para el ejercicio de actividades profesionales que exijan la aplicación de conocimientos y métodos científicos y para la creación artística. c) El desarrollo de la ciencia y de la tecnología, así como la difusión, la valoración y la transferencia del conocimiento al servicio de la cultura, de la calidad de la vida y del desarrollo económico. d) La difusión del conocimiento y la cultura a través de la extensión universitaria a lo largo de toda la vida”. En fin, la Universidad atiende, tal como la define la LOU, a dos presupuestos básicos: 1.º) a la formación y preparación de los estudiantes para las futuras actividades profesionales que desempeñen al final de sus estudios universitarios; 2.º) a la formación de investigadores y al apoyo al desarrollo científico y técnico. La pregunta sobre la función de la Universidad debería pasar, por lo tanto, por la pregunta subsidiaria de si la Universidad actualmente cumple con las funciones que la LOU le otorgó, y, si no lo hace, cuáles son las causas de esa dejación de funciones.
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Efectivamente, una de las funciones principales de la Universidad es la “preparación para el ejercicio de actividades profesionales”, pero no ha de olvidarse que entre las funciones que se definen para la institución universitaria se encuentran también “la difusión del conocimiento y la cultura”, “el desarrollo de la ciencia […] así como […] la transferencia del conocimiento al servicio de la cultura, de la calidad de la vida” y la formación de una actitud “crítica”. Sin duda, la pregunta sobre el fracaso de la función de la Universidad en cuanto al primer aspecto, que se da por sentado en buena parte de las reflexiones actuales de nuestros políticos y en una buena parte de nuestra sociedad, impulsada en muchos casos por aquéllos, debería llevar a cuestionarnos si el resto de funciones tampoco se han cumplido y cuáles son los motivos. ¿Cumple la Universidad actualmente su función de transferencia y difusión del conocimiento y la cultura? ¿Qué “conocimiento” y qué “cultura” difunde? ¿Contribuye al “desarrollo de la ciencia” puesta al servicio de la cultura y de una mayor calidad de vida? ¿Forma la Universidad verdaderas conciencias críticas? Me temo que muchos nos planteamos serias dudas ante estas cuestiones, por lo que deberíamos preguntarnos por las causas últimas que las motivan.
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En primer lugar, la institución universitaria, bastante debilitada ya tras los cuarenta años de dictadura, ha sufrido en los últimos veinticinco o treinta años un progresivo y constante desarme ideológico, social, político y económico. A las primeras alegrías del nacimiento de las diversas universidades autónomas, que sirvió para contemplar un cierto florecimiento intelectual y cultural en los centros universitarios, ha seguido una decepción más o menos grande. Es evidente que, haciendo caso a esa determinación, plasmada en la LOU pero latente en la LRU, de que la Universidad debe estar “al servicio de la sociedad”, entendida ésta, como quería Aristóteles, como una comunidad civil, se ha entendido que las instituciones universitarias deberían estar al servicio de las comunidades en que se encontraban instaladas y esto, que ha provocado indudables beneficios en el desarrollo social y cultural de dichas comunidades en su especificidad, también ha causado un perjuicio casi irreparable, por un efecto sinecdóquico: el servicio a las comunidades se ha entendido muchas veces como el servicio a los poderes públicos que las representaban. Estos males no se derivan exclusivamente, por supuesto, del sistema de la autonomía universitaria (bajo la dictadura, la Universidad centralista y autocrática, fiel reflejo del régimen que la sustentaba, sólo pudo sobrevivir intelectualmente en los márgenes), sino de su empleo perverso en algunos casos. La dependencia económica de las diversas instituciones universitarias de las instituciones políticas que las gobiernan en última instancia, no cabe duda de que ha restado radicalmente independencia a la propia Universidad como institución. El control económico, lógicamente, se ha transformado en una forma de control político e ideológico, que ha hecho que vaya aumentando la tensión a medida que las diferencias aumentaban. Porque no hay que olvidar que si, y de nuevo evoco las palabras de Aristóteles, el fin último de toda comunidad es actuar “mirando a lo que les parece bueno”, parece lógico que la clase política y la universitaria no siempre coinciden en aquello que “parece bueno” para la comunidad. Los rendimientos de la clase política han de sentenciarse a más corto plazo que los de la comunidad universitaria; o, al menos, así se entendía hasta hace unos años. Lo cierto es que, si una de las principales funciones de la Universidad es la formación de una conciencia “crítica”, ésta no puede sino referirse al poder y sus formas de instauración en una comunidad; se trata de crear y fomentar una conciencia alerta, vigilante con respecto a lo que las instituciones (y la propia institución universitaria) desarrollan a fin de lograr el “bien común” de la comunidad en que se inserta, “bien” que evidentemente no puede definirse en valores absolutos, sino en términos históricos, sociales e ideológicos, y se redefine, como el saber, desde distintas posiciones. Poca labor crítica puede desarrollar una institución que depende de aquella a la que debe vigilar. El resultado, todos lo conocemos, consiste en la retirada de ayudas y el progresivo ahogamiento económico de la institución universitaria en aquellas facetas en las que el rendimiento político (bajo la máscara del rendimiento social) no resulta adecuado. La autonomía universitaria raramente ha repercutido en una verdadera autonomía económica de la Universidad, que ha dependido de la aprobación anual de los presupuestos económicos, más o menos flexibles según la ideología de los respectivos gobiernos políticos y universitarios.
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Evidentemente, mucho menos puede desarrollar esa función crítica una Universidad dependiente del patrocinio de los poderes económicos, de las empresas e industrias, que les suministran un aporte dinerario a cambio de la formación de trabajadores. La “preparación para el ejercicio de actividades profesionales” es, no lo olvidemos, una de las funciones de la Universidad, pero no la única, y me atrevería a decir, que ni tan siquiera la más importante. No debe olvidarse que la Universidad debe contribuir al “desarrollo de la ciencia” y a la “difusión del conocimiento” todo ello puesto “al servicio de la sociedad” y a la consecución de una “mayor calidad de la vida” de sus ciudadanos, que la LOU vincula, erróneamente desde mi punto de vista, al “desarrollo económico” (Continuará).
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* Juan José Lanz es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad del País Vasco y uno de los mejores especialistas en la poesía española de las últimas décadas, tema al que ha dedicado numerosos estudios y ediciones....
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miércoles, 4 de marzo de 2009

Con las Filologías amenazadas de la Universidad del País Vasco

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La Universidad suele proporcionarnos pocas alegrías, de ella sólo nos llegan malas noticias. Cuando no son los políticos, son los propios gestores universitarios quienes se extralimitan en sus atribuciones, o los alumnos más radicales en el abuso de sus derechos. Los profesores de a pie, los que se dedican a dar sus clases e investigar, o llevar a cabo una gestión eficaz y discreta, reciben por todos los frentes. Ahora, la Universidad del País Vasco, acatando un decreto del Gobierno autónomico, publicado el pasado 29 de enero, ha decidido eliminar las licenciaturas de Filología Hispánica, Alemana, Francesa y Clásicas, porque tienen menos de 30 alumnos en el primer curso, aunque los políticos y los rectores académicos no paran de decirnos que la Universidad no va a regirse por las normas del mercado. Los alumnos más sensatos, siempre la mayoría, quienes a la hora de la verdad suelen ser más valientes y menos demagogos que las autoridades académicas y políticas, se han movilizado y protestado enérgicamente en contra de la supresión de estas titulaciones, dejando claro que a lo que aspiran es a una enseñanza de calidad, más que a las estadísticas y al dinero que dejan en las matrículas. Por lo que respecta a Filología Española, la materia que yo conozo, en la UPV enseñaron nada menos que Carlos Blanco Aguinaga y Paloma Díaz-Mas, excelente narradora y experta en el Romancero y en la literatura sefardí, y siguen siendo profesores de la casa Rita Gnutzmann, de Literatura Hispanoamericana, María Eugenia Lacarra y Carlos Mota, reconocidos expertos en la literatura española medieval y del Siglo de Oro, Juan José Lanz, uno de los mejores conocedores de la poesía española de las últimas décadas, y la joven pero brillante Natalia Vara, por sólo recordar unos pocos nombres. Pero, por lo visto, a los políticos vascos sólo les preocupa la rentabilidad ecónomica, ya que tanto desdén muestran por la incidencia social y cultural de estos estudios.
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Reproducimos a continuación el Manifiesto de la Plataforma de Defensa de las Letras.
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Ante los rumores aparecidos en prensa sobre la desaparición de las titulaciones de Filología Hispánica, Francesa, Clásica y Alemana en la Universidad del País Vasco (UPV), los alumnos y profesores de la Facultad de Letras manifestamos lo siguiente:
1) La eliminación de estas cuatro filologías supone la amputación de una parte fundamental del patrimonio cultural de la Comunidad Autónoma Vasca, con la disminución del capital intelectual y simbólico que ello supone y el coste social que implica en el marco europeo en que nos ubicamos.
2) La L.O.U. y los Estatutos de la UPV definen como uno de los objetivos principales de la Universidad la “preparación para el ejercicio de actividades profesionales”, pero, según recogen la ley y los citados estatutos, es también tarea primordial de la Universidad garantizar “la difusión del conocimiento y la cultura”, “el desarrollo de la ciencia […] así como […] la transferencia del conocimiento al servicio de la cultura, de la calidad de la vida” y la formación de una actitud “crítica”.
3) No se puede estructurar la enseñanza superior atendiendo exclusivamente a las necesidades mercantiles de un sistema económico y social que proyecta su rentabilidad económica a corto plazo. Los beneficios sociales de los estudios humanísticos, y de las filologías en particular, son mucho mayores que las ganancias económicas directas que se producen en un sistema de mercado como el que soportamos.
4) El papel de la investigación y de la transferencia de conocimientos en Filología es quizá más difuso que en los dominios de las ciencias duras, pero su impacto social y cultural es tan profundo y duradero como el de aquellas.
5) La eliminación de las cuatro titulaciones de Filología en la UPV plantea dos problemas fundamentales: la redefinición del saber en el estadio actual y el papel que la enseñanza superior, pública y de calidad, desempeña en nuestra sociedad.
6) La supresión de estas cuatro titulaciones de la Universidad pública abre el debate sobre la implantación de un modelo privatizado en la enseñanza oficial.
7) A su vez, la extinción de estas cuatro titulaciones cuestiona y desarticula el futuro de la enseñanza secundaria en la Comunidad Autónoma Vasca y su valor como servicio público obligatorio e indispensable para la formación de los ciudadanos. ¿Qué sucederá cuando la demanda de nuevos filólogos en secundaria no pueda ser satisfecha? ¿Quién va a desempeñar esa labor?
8) Es necesario repensar el papel de la investigación y de la transmisión del conocimiento en la UPV y en la propia sociedad vasca, y el papel esencial que en ésta desempeñan los estudios de Filología.
9) El estudio de las filologías no es sólo un modo de erudición, sino una forma de profundización en la cultura y de construcción de una identidad histórica y social, tanto en nuestra comunidad como en el contexto europeo.
10) La Universidad debe desempeñar el papel de garante de una conciencia crítica en la sociedad, a la que sirva como espacio de reflexión y de defensa rigurosa de los valores de un sistema plural.
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Os invito a que déis vuestra opinión sobre la supresión de estos estudios en la Universidad del País Vasco. Por mi parte, me sumo al Manifiesto y añado mi protesta contra una medida que me parece utilitarista, demagógica y arbitraria. Espero que los nuevos gobernantes de la Comunidad Autónoma, los políticos del Partido Socialista, rectifiquen el grave error cometido por los del PNV, de los que nada sensato podía esperarse.
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* Las esculturas son de Oteiza.
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viernes, 1 de agosto de 2008

75 años de la UIMP

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El 3 de julio de 1933 se iniciaron los cursos de la Universidad Internacional de Verano, de Santander, en la península de la Magdalena. Su artífice fue el poeta Pedro Salinas, nombrado secretario general, bajo el rectorado de don Ramón Menéndez Pidal, también presidente del Patronato, en el que figuraban Unamuno, Ortega y Gasset, Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros. Todo ello se gestó siendo ministro de Instrucción Pública Fernando de los Ríos.

Podría decirse que en estos cursos confluyeron tres experiencias anteriores: los celebrados en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, organizados por el Centro de Estudios Históricos; los cursos patrocinados desde 1923 en Santander por la Sociedad Menéndez Pelayo, que presidía Miguel Artigas, y los de medicina que se hacían en la Casa de Salud de Valdecilla, en Santander, recién inaugurada, considerada entonces el mejor hospital de España.
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Durante estos primeros años, participaron hispanistas tan importantes como Karl Vosler, Marcel Bataillon, Jean Sarrailh, Huizinga y J. Seznec, o los españoles Unamuno, Antonio Marichalar, Xavier Zuburi (tenía su tertulia en el Salón de la Reina), Jorge Guillén, Dámaso Alonso o Federico García Lorca, con La Barraca, por sólo citar nombres vinculados a las letras. Pero también importantes científicos, varios premios Nobel, o el filósofo Jacques Maritain. Pero quizá lo que recordaran especialmente quienes participaron fuera la grata convivencia, los ratos de tertulia distendida, propia de una "isla de libertad", como la denominó el poeta Gerardo Diego, en aquellas clases que, a veces, se daban al aire libre, sentados entre los pinos. No resulta extraño, pues, que en medio de este ambiente se gestara el romance entre la estudiante norteamericana Katherine Whitmore y el poeta Salinas.
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Entre los testimonios más curiosos de aquellos años no me resisto a transcribir los recuerdos del arquitecto Fernando Chueca Goitia sobre Soledad Salinas, hija de don Pedro, luego casada con el hispanista Stephen Gilman: "Solita Salinas empezaba a convertirse en una mujer. Cada día le robaba al mar alguna extraña potencia que aceleraba su espléndida madurez. Parecía hija de la espuma cuando dejaba las olas y llegaba a la arena, humeda todavía, su cuerpo brillante al sol en líquidos espejos. Y entonces era de ver su esbelta figura de adolescente, ceñída por un somero traje de baño azul, que dejaba admirar toda la pureza cautivadora de su línea, toda la escueta firmeza de sus contornos, toda la suave y contenida inflexión de sus perfiles". O el comentario más prosaico de Julián Marías, quien afirma en sus memorias que "se comía bien -sólo se quejaban los que estaban acostumbrados a comer en pensiones de tercera".
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Unamuno, quien no tenía función específica alguna, más alla de conversar con unos y otros, durante su estancia compuso los versos del Cuaderno de la Magdalena, cuya impresión pagaron entre varios amigos, como homenaje a su jubilación, e hizo una lectura pública de su nuevo drama El hermano Juan o El mundo es teatro. El sacerdote Manuel Minán Mandero, discípulo de José Gaos y luego profesor de Filosofía en el Instituto Ramiro de Maeztu, ha contado la larga conversación que mantuvo con Unamuno a propósito de la gestación de San Manuel Bueno, mártir, y las singularidad de la fe del protagonista.
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Todo ello acabó, por razones suficientemente conocidas, el 3 de septiembre de 1936, cuando se produjo el cierre definitivo y la evacuación de estudiantes y profesores, camino de una Irún, ciudad que se encontraron incendiada, en un "viaje macabro", como lo denominó Fernando Chueca Goitia, hasta llegar a Biarritz, en un modesto barco de guerra, el Aisne, con el apoyo del embajador francés. En el disparate de aquellos días, Salinas lo definió como una "olla de grillos rabiosos", seis estudiantes fueron detenidos por poseer una radio y finalmente fusilados. Hasta 1947 no se reanudarían los cursos, ya con el nombre de Menéndez Pelayo, siendo nombrado rector Ciriaco Pérez Bustamante. Pero esta parte de la historia, más reciente, la dejaremos para mejor ocasión....

* La mayor parte de estos datos proceden de VV.AA., La Universidad Internacional de Verano de Santander en seis testimonios personales (1932-1936), UIMP, Santander, 2008..
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