La prensa ha contado, yo me he enterado por la de papel, que por primera
vez en seis siglos dos papas se han sentado en Castel Gandolfo a hablar en
privado durante una hora y media, ambos de blanco impoluto, el uno en un sillón
y el otro en un sofá, con una pequeña mesa de por medio. Parece ser que
Benedicto XVI le ha explicado a su sucesor los pormenores del caso llamado
Vatileaks, mostrándole los datos que contiene el informe que le encargó a tres ancianos
cardenales de su confianza. Pero, además, por si ello fuera poco, Ratzinger ha
redactado un informe, de unas 300 páginas, destinado a Bergoglio, explicándole
las luchas por el poder que se suscitaron durante los últimos tiempos de su
mandato. Y, sin embargo, son solo informes escritos. Más interesante aun me
parece lo que hayan podido decirse ambos, las preguntas y los comentarios que
ha debido de plantearle Francisco I, así como las respuestas que le haya podido dar el
viejo papa, las inflexiones de sus voces, las miradas que habrán intercambiado,
cuánto han durado los ilencios, o si en algún momento se han cogido las manos o les ha temblado la voz. Hasta qué punto, en suma, el anciano papa alemán ha querido ser sincero con su sucesor.
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No he podido dejar de pensar en qué buena pieza de teatro podría escribir
con todo este material Jean-Claude Brisville, quien ya hizo hablar a Descartes
y al joven Pascal, a Talleyrand y a Fouché, dirigida e interpretada también por Flotats, sobre
el diálogo que mantuvieron el pasado día 23 ambos pontífices, antes de que Ratzinger
se lleve a la tumba los secretos de su pontificado.
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