El toro, por Sacha
Por Esperanza Cabello
Érase una vez un pueblo de la sierra de Cádiz. Un pueblo como tantos otros, trabajador, con su idiosincrasia y sus historias, tranquilo y apacible normalmente, luchando por salir de la crisis y peleando siempre por un futuro mejor.
Érase un pueblo con sus luces y sus sombras, en el que teníamos algunas cosas de las que no estar orgullosos pero muchas más por las que levantar la cabeza bien alta y sonreír.
Érase un pueblo en el que los dirigentes de unos y otros partidos hacían, casi siempre, lo que mejor sabían y trabajaban lo mejor que podían.
Érase un pueblo que cantaba Carnaval en febrero con énfasis, que comía gañotes en Semana Santa y crujía gamones en mayo. Un pueblo que desfilaba con una Patacabra carnavalera bailando de alegría y que se enorgullecía de su Peña Flamenca, de sus deportistas, de sus Nutrias Pantaneras, de sus carreras de coches, de sus estudiantes, de sus pintores, de sus artistas, de sus músicos, de sus petaqueros. Un pueblo que sacaba a su Patrona con el terno puesto y bajaba Calzada abajo con disfraces de romano. Un pueblo que lo mismo se vestía de hebreo en Navidad para el Portal Viviente que de flamencos en la Feria para bailar sevillanas.
Érase un pueblo capaz de volcarse en las redes sociales para explicar cómo "No eres de Ubrique si..." o para compartir miles de fotos y recuerdos comunes.
Érase un pueblo capaz de ofenderse y protestar cuando en la tele nos colgaban una y otra vez un sambenito que no queríamos y capaz de organizarse para exigir una sanidad digna.
Érase un pueblo que lloraba cuando destruían uno de nuestros monumentos más queridos y que se alegraba y reía cuando se recuperaban otros lugares emblemáticos.
Érase un pueblo que honraba a sus mayores y cuidaba de sus pequeños, orgulloso de los buenos resultados académicos y de la gran cantidad de universitarios bien formados que procedían de estas sierras.
Érase un pueblo en el que todos se respetaban normalmente , y en el que cada cual tenía su lugar...
Pero nos han partido por la mitad, han quebrado el equilibrio entre unos y otros, han roto la armonía y, lo que es peor, nos han dividido en dos, con una fisura que no sabemos cerrar, una fisura dolorosa por la que se nos escapan ilusiones, esperanzas y alegría.
Lo que fuera un pequeño grupo de personas que quería sacar a un toro por las calles se está convirtiendo en una maraña de gente que se une a ese grupo por una u otra causa.
Lo que fueron varias voces que se levantaban tímidas protestando porque nos rompían la armonía, porque querían trasladar a nuestras calles una actividad con la que muchísimos no están de acuerdo, porque ni siquiera nos cabe en la cabeza que en nuestras calles pudiera maltratarse a ningún ser vivo, se ha convertido en un clamor popular, en cientos de personas movilizadas, recogiendo firmas, haciendo propuestas, pidiendo ayuda, escribiendo cartas a las autoridades.
Poco a poco vemos cómo se enconan las posturas. Hemos visto cómo había disputas incluso dentro de las familias, cómo algunos irrespetuosos de uno y otro bando se insultaban y se zaherían con palabras que solo buscan hacer daño.
Nosotros mismos hemos recibido algún que otro mensaje "incoherente" por las redes sociales y hemos visto cómo alguien -a quien no conocemos- hacía extraños en una moto delante de nuestro vehículo, movimientos que no entendíamos hasta que nos fijamos en la camiseta del indivuduo: era la camiseta de la peña que quiere soltar dos toros por las calles de Ubrique.
Nos han roto. Nos han dividido. Nos han partido.
Nadie nos preguntó si queríamos que nos partieran, nadie nos preguntó si queríamos que nos hicieran daño, nadie nos preguntó si queríamos que el pueblo estuviera dividido por la mitad. Independientemente de partidos políticos (todos nuestros gobernantes juntos nos han decepcionado a algunos y han apoyado a otros): hay personas sensibles con el maltrato animal en todos los partidos, y jóvenes que quieren segregar adrenalina delante de un toro independientemente de sus ideas políticas.
Una amiga que participa en la recogida de firmas para pedir que no se autorice la suelta de toros en Ubrique nos decía amargamente "Lo que no entiendo es por qué tengo yo que sufrir de esta manera, cómo nadie nos ha preguntado, van a venir a importunarnos en nuestras calles y no entiendo por qué ahora estamos obligados a defendernos".
Y esa es la palabra que planea sobre una gran parte de los ubriqueños: Amargura.
Porque dará igual que haya miles de firmas explicando que muchos ubriqueños no queremos maltrato a ningún ser vivo en nuestras calles y que eso no forma parte de nuestras costumbres ni de nuestras tradiciones; dará igual que se autorice o no la suelta de toros, algunos ubriqueños se sentirán satisfechos y otros llorarán.
Si hay toro, algunos nos iremos apesadumbrados de nuestro pueblo para no estar aquí esos días de "supuesta fiesta", para no participar en nada.
Si no lo hay, algunos se enfadarán y se sentirán muy defraudados, han apostado fuerte por eso y no entenderán, de ninguna manera, que en los tiempos modernos está dejando de haber sitio para ellos.
El daño ya está hecho, Ubrique es un pueblo dividido, un pueblo partido por la mitad, y esa brecha es muy dolorosa, muy amarga.
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