Amparo Carmona, Ángela Ortiz y Juan Ramírez en la presentación del libro
Por Esperanza Cabello
Como explicábamos la semana pasada (en este enlace), el lunes tuvo lugar en Sevilla la presentación del libro "¡Ay, mi niño!", del ubriqueño Juan Ramírez Domínguez.
En el acto, celebrado en la Casa de la Provincia, Juan estuvo acompañado por Amparo Carmona Casado, de la Asociación Alma y Vida, y la psicóloga Ángela Ortiz.
Un acto emotivo, del que todos los beneficios fueron destinado a la Asociación "Alma y Vida", que ayuda a padres y madres en el duelo por la pérdida de un hijo.
Nuestro amigo Juan nos ha enviado el guion de la presentación, que además fue grabada por Canal Sur, a continuación podemos ver una pequeña entrevista
P
R E S E N T A C I Ó N
- Saludos y
agradecimientos: a los asistentes, a Amparo (Facilitadora de duelos) y a la
psicóloga Ángela Ortiz.
Me emociona ver caras conocidas y también aquellas que no
lo son. Quiero comenzar con esta frase de
Baltasar Gracián,
escritor español del Siglo XVII, dijo que
“La muerte para los
jóvenes es un naufragio, y para los viejos es una llegada a puerto”.
Del que se produjo en nuestro hogar, aunque lejos de
nuestra casa, nace “¡Ay mi niño!, y
diferencio hogar de casa, esta es sólo un lugar, mientas que el hogar es un
sentimiento que siempre nos va a acompañar vayamos a donde vayamos. . Un día, en nuestro caso inesperado y ni siquiera intuido, en
un segundo la vida nos cambió. Todavía no sabes que ya no volverás a ser nunca
más la persona que eras, y empiezas a lamentarte por lo que te han hecho,
cuando realmente se lo han hecho a ellos.
Nos adjudicamos el papel de
víctimas, y lo somos, pero de una forma colateral. Las verdaderas son ellos,
los que se han ido. Rechazamos la realidad de que todos iremos desapareciendo,
que el aire vendrá a llenar el hueco que un día ocupamos como dueños y señores
de un espacio en el que siempre estuvimos de paso. La vida sigue sin él, aunque
ya nunca podrá ser la misma. Todos los textos son el intento de devolvérsela al
que no está. Todo concluye en un grito desgarrado por restituirle la presencia:
A tu lado
Aunque no te vea
Respirándote
Aunque no te tenga
Escribiéndote
Aunque no me leas
¿Sigue siendo la naturaleza la misma, cuando ya no es
observada por el que no está? Juan Ramón Jiménez, con su delicada sensibilidad,
sintió ese mismo presagio más allá de su vida
Y yo me iré
Y se quedarán los pájaros cantando
Y se quedará mi huerto
Con su verde árbol
Y con su pozo blanco
Coger papel y lápiz fue el primer mecanismo que vino en mi
ayuda. Ya tenía alguna experiencia. ¿Quién a los 13 años no emuló los versos de
Bécquer? Pero ahora había que escribir otras cosas aunque me dolieran mucho, recordando
a Dante en el Canto V de su Divina Comedia:
Ningún dolor más grande,
Que el de acordarse del dichoso tiempo
En la desgracia
- L E C T U R A. Epílogo
(Dos párrafos).
Escribir este libro no ha sido ni un reto ni una obligación, ha sido
una imperiosa necesidad que me ha ayudado a acercarte y a la vez a
desmitificarte, hijo mío. A verte y aceptarte como una persona independiente,
adulta, en toda la extensión de la palabra, madura y noble.
He escarbado en tu vida y en
la mía, me he reencontrado con tu añorada infancia dulce y feliz como tenía que
ser. Con la siempre alborotada pubertad: la mía y la tuya, con el ser bueno,
cariñoso, protector y generoso que se nos perdió en este cruento, gratuito y
odiado naufragio.
- El libro es un conjunto de conversaciones solo de ida, sé
bien que nunca las habrá de vuelta, en ellas me dirijo a él en primera persona,
como si lo tuviera físicamente junto a mí, esperando que cuando escribo esté
apoyado en mi espalda leyendo por encima de mi hombro. No es una novela, ni un libro de aventuras. Es una elegía, un
permanente diálogo de amor, sin los tonos tan excesivamente trágicos de Jorge
Manrique, ni la profundidad de la que Miguel Hernández escribió a su amigo
Ramón Sijé, pero es mi libro para mi hijo, el que saltó de los sentimientos que
anidan en mi corazón.
- Está ordenado cronológicamente, por eso se entremezclan
poemas, relatos y reflexiones, los recojo en el momento que me llegan. Van a
ser los recursos literarios sobre los que se sustenta. He usado el nuevo
lenguaje que trae la pérdida, en el que palabras como amor o ausencia cobran
otra dimensión. El lenguaje en el que nos entendemos los huérfanos inversos,
con el que no nos hacemos daño cuando nos comunicamos entre nosotros.
- En los poemas
es donde brotan las lágrimas del alma. Ya desde que puse el pie en el
aeropuerto de la ciudad donde fuimos a recogerlo, las palabras se me fueron agolpando
en la mente. Querían salir y no sé si lo hacían para amortiguar o para hacer
crecer el dolor, pero a pesar de ello, te vuelves a encontrar con la ternura.
Os leeré dos.
- L E C T U R A
- El primero lo escribí después de haber permanecido
sentado un buen rato en su cama con los ojos cerrados, lo titulo: Nana para Juanma (Número 76).
Templad
la voz,
corred las cortinas,
andad de puntillas,
que mi niño se ha
dormido.
Dejémosle soñar
con unicornios dorados,
que toque el arcoíris,
que vuele como un
pájaro,
que salte de nube en
nube,
que llegue a las
estrellas,
que sople polvos de
hadas,
que corra con los
duendes,
que escale las más
altas montañas,
que patine sobre lagos
de hielo,
que ruede por las dunas
de arena,
que blanda espadas de
acero,
que desplegue las velas
al viento,
que navegue sobre olas
de plata,
que reme por los rápidos del río,
que sueñe con caballos alados.
Apagad por favor las
luces,
que todo se quede en
silencio,
que aunque el nido
parezca vacío
yo estoy velando sus
sueños,
porque mi niño está
sólo dormido.
- El segundo fue la
felicitación por su cumpleaños cuando ya no estaba: Treinta barquitos veleros
(Número 26).
Sobre
las olas del mar azul,
con sus velas retando
al viento,
pintados de sal y
espuma,
vuelan hoy por la
bahía,
treinta barquitos
veleros.
Sobre las olas del mar
azul,
cuando esta noche la
luna,
se asome al firmamento,
se encenderán para
siempre,
treinta luceritos
nuevos.
-
El relato es una búsqueda
profunda de la persona, desde su llegada hasta su partida. Me bastó con
desempolvar los recuerdos, eso sí, pagando el alto tributo de convertir
aquellos que fueron felices en tristes.
- L E C T U R A.- Tu
cunita de palos torneados
(Número 9).
Desde el pasillo
contemplo la habitación vacía. El cabecero de tu cama está teñido día y noche
por los resplandores de sol, estrellas y luna que se cuelan por la ventana. En
mi retina brillan y se manifiestan aquellos momentos, que ojalá hubieran sido
eternos, en la que estuvo llena de mucha vida, de tu vida, de nuestras vidas.
Te
percibo en tu cunita pegada a la pared. Unas veces sumergido en un profundo,
apacible e inocente sueño. Otras muchas, nada que se le pareciera. Te veo de
pié, agarradito a los barrotes sonriéndome y buscando con tus vivaces ojillos
el rastro de algún peluche o cochecito, que segundos antes con un gesto
radiante de pillería habías lanzado por los aires, y que no alcanzas a
localizarlo en el suelo.
Cierro
los ojos y me regresa ese olor a la ternura de tu infancia que me asaltaba al
abrir la puerta. Ahora, lo busco, lo persigo, lo fuerzo, pero no me llega. No
está perdido del todo, lo conservo aún en la memoria.
Cuando
oyes que mis pasos se te acercan te pones de puntillas y me extiendes tus
bracitos;
-
Ahora te cojo mi vida.
Ahora mismo nos iremos a mi butaca del
salón. Allí te recostarás sobre mi pecho y nos dormiremos a la vez, y también a
la vez, se fundirán en un enorme abrazo tus sueños y los míos.
- La reflexión
es el intento infructuoso de encontrar respuestas a las miles de preguntas
que se me planteaban. Es el espacio en el que descargar la inmensa rabia y la
ira que te está destruyendo, es donde poner en duda las creencias, donde
rechazar el destino, donde revelarte contra el final de un ciclo que llegó de
una forma antinatural.
- L E C T U R A.- Desvaríos (Número 84).
No será así, pero muchas veces llego a creer que sobre mis hombros
estoy soportando solo todo el peso de la desgracia, y me hace sentir
desgraciado, hundido, vencido, entregado al abandono, al vacío que va horadando
segundo a segundo mi alma, sin tener ni una sola tregua para engranar los
sentimientos ni para recomponer la “nueva vida” con la que gratuitamente me han
castigado.
Los padres, en silencio, sin hablarlo,
vivimos martirizados por el temor de perder a un hijo, rogando siempre desde
nuestro frágil interior que no nos suceda nunca. Si llega el terrible
infortunio no estamos preparados para afrontarlo. Es imposible. Pensamos que
sólo es un temor y que nunca pasará de ser sólo eso. Desde nuestra infancia
vamos viendo desaparecer a personas queridas de nuestro entorno. Nos apenamos,
pero lo aceptamos porque sabemos o intuimos que es el ciclo vital de los seres
humanos. Una cadena que comienza con el nacimiento, que a través de nuestro
camino cada uno va enriqueciendo con los eslabones que libremente eligió.
Mientras tanto se envejece, y siempre, siempre, habrá un final. El eslabón
viejo sujeta al joven, pero llega un momento en que se desgasta y se rompe.
Para eso estamos preparados, hemos sido muchas veces testigos. ¿Pero y si
sucede al revés? ¿Y si se ha roto el orden natural? ¿Y si nos toca ver morir a
quién hemos visto nacer? ¿Cómo nos preparamos para ser protagonistas en el
miserable escenario de crueldad que se nos ha venido encima? ¿Cómo se hace?
¿Cómo poder entenderlo? ¿Cómo creernos que ha pasado? ¿Cómo vamos a prepararnos
para oír campanas de duelo si en nuestros interiores aún resuenan las nanas que
parece que fue ayer cuando se las cantábamos? ¿Cómo estar preparados para
aceptarlo? ¿A quién hay que odiar por consentirlo? ¿A quién hay que pedir
piedad para soportarlo?
Me han quitado el suelo de debajo de
los pies. Caigo en barrena por una espiral interminable dejando jirones de mi
corazón en cada golpe de realidad que voy recibiendo. No hay donde agarrase, no
se puede frenar esta locura autodestructiva que nos han asignado. El tiempo se
hace interminable, se hace eterno desde el desastre, pero el tiempo no existe
cuando se trata de olvidarlo.
No sé si serán pensamientos negativos
de una mente desquiciada o desvaríos de un espíritu mortalmente herido. Más de una vez, más de
dos y más de las que debiera me acabo preguntando:
¿Y por qué a mí me han dejado aquí?
Sé
que no habrá respuestas, lo sé a ciencia cierta, pero si las hubiera, sé
también que ya no querría conocerlas.
Finalizo la intervención como acaba el Epílogo, que es como
acaba el libro. En este párrafo final hago un agradecimiento a la dedicación
abnegada de esas personas, que sin pedir nada a cambio, nos ayudaron, y siguen me ayudándonos en la
reconstrucción de nuestras vidas.
Me refiero a los Psicoterapeutas voluntarios de
Alma y Vida de la sede de Chiclana de la Frontera. Lo hago extensivo a todos
los que nos atienden en cualquiera de las poblaciones en los que está
implantada la Asociación.
L E C T U R A.- Alma
y Vida. Epílogo (Último
párrafo).
Nos vemos cada dos semanas en las terapias grupales.
Juan, Fernando, José, Isabel y Águeda. No me olvido de África, que además, por
cuestiones de organización es la psicóloga, y ya amiga, de nuestras terapias
individuales. Le agradezco profundamente su afán por curar mi alma. Palabra a
palabra, sonrisa a sonrisa y abrazo a abrazo, va consiguiendo que llegue un
rayito de luz a mi dolorido espíritu. A todos los quiero, los respeto y los
admiro como a héroes, porque lo son. En las tardes de los viernes, a las 19
horas, cuando han acabado la última jornada laboral de la semana, se apartan de
su hogar y de sus familias para atendernos a todos, que en conjunto somos un
volcán de dolor y sufrimiento. Ellos, se nos acercan sin miedo a acabar
achicharrados por nuestras ardientes lavas. Junto al resto de padres formamos
una familia donde consolarnos y comprendernos, donde compartir sin ninguna
clase de prevención el amor por nuestros hijos perdidos, donde llorar sin
ninguna vergüenza que limite nuestra voluntad, donde aunque sea pasito a pasito
vamos mejorando. Estamos unidos por un lazo invisible que anudó el infortunio,
pero que es más fuerte que los obligados por la sangre.
La última frase del libro es una despedida desesperada:
Hijo mío, encuentra
pronto el camino de vuelta a casa.
Muchísimas
gracias por vuestra asistencia y atención.
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