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sábado, 3 de junio de 2023

El refino de bisabuela Antonia. Recuerdos

 

Cosiendo con adornos de más de cien años


Por Esperanza Cabello


De vez en cuando, como con la magdalena de Proust, se me vienen a la memoria recuerdos que creía perdidos, no solo con olores o sabores, sino mientras estoy sumergida en alguna actividad que requiere mi atención.

Hace poco, mientras intentaba coser a máquina dos trozos de un material plástico para un toldo sin conseguirlo, se me vino a la memoria mi querida Teresita que, cariñosamente como siempre, me regañaba "Esperancita, no puedes coser bien ese dobladillo si antes no le haces un hilván", y, efectivamente, después del hilván la costura fue muy fácil.

 

Ahora, preparando una cortinilla para la cocina, y buscando adornos y puntillas para adornarla un poco, abrí la caja de los lazos y toda mi infancia de pequeña costurera vino a mi memoria.

Mi bisabuela Antonia (Antonia Rivera Vázquez, en este enlace) era una mujer muy peculiar. Nacida en Grazalema, era la mayor de diez hijos, y sus padres se trasladaron a Ubrique, donde instalaron un batán, cerca del puente de Carlos III, en el que ella trabajó desde los diez años.

Más adelante se casó con Francisco Rivera, un arriero cuya familia había llegado desde Ataquines, en Valladolid, y que se dedicaba a transportar mercancías con sus mulas desde cientos de kilómetros. Ella puso un refino (una mercería) en el Portichuelo, la casa en la que nació nuestro abuelo Leandro. Y aprovechaba los viajes a Sevilla o a Jerez de los arrieros para ir con ellos y buscar bordados, encajes, puntillas, botones o abalorios (así además controlaba un poco la economía familiar, que era lo suyo).

 Antes de la Guerra Civil nuestros bisabuelos se trasladaron a la calle Real, con nuestro abuelo y su familia, y entonces cerraron aquel refino.

Nuestra tía Teresita guardaba en el soberado de su casa, en la que cuidó de nuestra bisabuela con mucho cariño y trabajo (que abuela Antonia era una mujer de armas tomar), todos los restos de aquella mercería ordenados primorosamente en cajitas y botes.

Aquel soberado fue el paraíso de varias generaciones, desde tito Leandro en los cincuenta hasta Elisa en los noventa. Teresita, con tanto amor, nos dejaba registrar entre aquellos tesoros y nos regalaba muchos de los aderezos que encontrábamos.

 

 

 

Cordoncillo verde  marca El As. "Alta novedad". Diez metros



Yo fui atesorando algunos de aquellos abalorios, y guardándolos con mucho cuidado, en este enlace podemos ver aquella caja de costura que era un verdadero cofre del tesoro.

Y casi nunca los he utilizado. A pesar de haber heredado una parte de aquella tradición costurera (todas mis mayores eran unas excelentes costureras, modistas y bordadoras), mi costura siempre ha sido más de andar por casa, y no merecía la pena utilizar aquellas maravillas.

Pero hoy, al buscar cintas para esta cortina, me he encontrado un par de encajes  de abuela Antonia y he pensado que ya era el momento de utilizarlos. Casi cien años después de haber estado expuestos en el refino de mi bisabuela, estas cintas están adornado una tela que, por desgracia, dista mucho de la calidad de los tejidos de entonces.

 

 


 

Y al coser, los recuerdos han ido fluyendo a borbotones. Bisabuela Antonia desmotando la lana (en este enlace), el ajuar (en este enlace), la primera caja de costura que me regaló abuela Julia en el 69; las clases de costura con la señorita Mari Gloria Janeiro, Teresita ayudándonos a hacer hilvanes y sobrehilados; abuela Natalia enseñándonos los primeros pasos del croché, mamá y tita Reme con el punto; tita Carmen haciendo jerséis en tiempo récord; María Teresa bordando con aquellas puntadas milimétricas; las canastillas de tita María Romero; los primeros trajes de Antonia Mari...

Aquellas veladas con nuestras primas Antonia María y María Teresa, que son las auténticas herederas de esta saga costurera y con las que compartimos tantos recuerdos entrañables; aquellas larguísimas tardes de verano haciendo mantelerías a punto de cruz y aquellos puntos de lana que se nos iban y se nos perdían para siempre, o el punto "muy apretao" con aquellas grandes agujas metálicas y aquellas manitas pequeñas en la azotea de abuela Natalia.

 

Mi bisabuela Antonia murió en el verano del 69,  había cerrado su tienda a principios de los años treinta, y ahora, más de noventa años después, yo estoy cosiendo con sus cintas y sus lazos... nostalgia asegurada y, como dijo Esperanza ayer:  

"Coser con encajes de tu bisabuela, eso es un punto". 💜💜💜



miércoles, 17 de febrero de 2021

Nuestro tatarabuelo Blas Rivera. Ubrique en 1909


 Biblioteca virtual de prensa histórica (en este enlace)

 

 

 Por Esperanza Cabello

 

 Hemos localizado en la Biblioteca Virtual de prensa histórica  un número de "El fomento industrial y mercantil : periódico dedicado a la defensa de la industria y el comercio": Año XVII Número 642 - 10 Marzo 1909.

En este número hay un pequeño listado de los profesionales, entre los que hemos vuelto a encontrar a nuestro tatarabuelo Blas Rivera, grazalemeño de origen, que se trasladó a Ubrique con toda su familia (incluida nuestra bisabuela Antonia) para instalar su batán y su fábrica de mantas.

 


 

 

UBRIQUE 

Villa con Ayuntamiento de 7.036 habitantes, a 11 kilómetros de  Grazalema, a cuyo partido pertenece, y a 16 de Cortes de la Frontera, que es la estación más próxima.

 

Aceites de oliva (Fábricas de)

Gristóbal Rubiales

Francisco reguera

Francisco Guerrero

Aguardientes (Fábricas de)

José María Herreros

Juan María Roldán

Calzados (Fábricas de)

Anselmo Cabezas

Francisco Parra

José Esquivel

Corcho (Exportadores de)

Cristóbal Nieto

Ferrer Hermanos

Francisco Molla

Curtidos (Fábricas de)

Alonso Mancilla

Casiano Moreno

Cristóbal Toro

Diego Reguera

Eduardo Rubiales

Esteban Rodríguez

José Corrales 

José Reguera Bohórquez

José Reguera Romero

José Rubiales

Juan María Roldán

Juan Reguera Carrasco

Manuel Corrales

Manuel Vázquez

Vicente Corrales

Harinas (Fábricas de)

Francisco Reguera

Ramón Peña Hijo

Sucesores de Joaquín Peña

Hilados de lana (Fábricas de)

Esteban Rodríguez

Manuel Romero Gil

Mantas de lana (Fábricas de)

Blas Rivera

Esteban Rodríguez

Manuel Romero

Paños (Fábricas de )

Esteban Rodríguez

Manuel Romero

Petacas y carteras (Fábricas de) 

Calvo y Naranjo

Canto Hermanos

Doroteo Rivero

Federico Venegas

José Aragón

José Vallejo

Juan María Roldán

Juan Luque

Lorenzo Chacón

Piña García y Compañía

Sombreros (Fábricas de)

José Arenas

Rafael Marín

Rubiales Hermanos


 

miércoles, 6 de mayo de 2020

Sotero y Leandro Izquierdo Villa: los hermanos Izquierdo en 1870

Ubrique en 1876
Este es el Ubrique que encontró nuestro tatarabuelo al llegar desde Ataquines





Por Esperanza Cabello


Siempre hemos sabido que la familia Izquierdo venía de Valladolid, nuestra madre nos lo contó muchísimas veces, y siempre hemos pensado en esa realidad como algo muy lejano.
Con la confusión de las ideas de niña, pensábamos que era nuestro bisabuelo Francisco Izquierdo Moreno quien había llegado de Valladolid, pero al comenzar a repasar los documentos del censo que nuestro amigo Manuel Zaldívar nos enviaba del AHMU, pudimos comprobar que no, que Francisoc Izquierdo Moreno había nacido en Ubrique. (En este enlace).
Hoy estábamos entretenidos intentando agrupar nuestros apellidos y hemos recordado que en algún lugar del ordenador estaban los datos de los tatarabuelos Izquierdo ¿Cuál sería el segundo apellido de nuestro tatarabuelo Leandro?

Entonces hemos llegado a los documentos del censo del Archivo de Ubrique que Manuel nos había enviado, y, como por arte de magia, hemos recordado la historia,o al menos una parte de ella.

En 1870 llegaron a Ubrique, procedentes de Ataquines,  un pueblo muy pequeño de Valladolid, los dos hermanos: Sotero (nunca habíamos oído ese nombre propio) y Leandro Izquierdo Villa, ambos arrieros.
Sotero estaba casado con una mujer también de Ataquines, llamada María Malmagro Lozano. Según podemos saber en el libro de censo de 1889, llevaban residiendo en Ubrique 18 años, o sea, que habían llegado alrededor de 1870.
Sotero y María tenían 50 y 46 años en 1889.  Tuvieron tres hijos ubriqueños, María, Dolores y José, que tenían en 1889 15, 11 y 10 años respectivamente.
Desconocemos totalmente qué destino tendrían estos tres niños.




Por su parte, el hermano Leandro, nuestro tatarabuelo, que en la misma época tenía 38 años, había llegado soltero a Ubrique, también como arriero, y aquí se había casado con una ubriqueña llamada Francisca Moreno Canto. Francisca era viuda, además diez años mayor que Leandro, y tenía dos hijos de su anterior matrimonio, Bartolomé y Juan Clavijo Moreno, que en la época tenían 28 y 25 años.
Ignoramos en qué año se casaron Leandro y Francisca, pero en 1889 tenían dos hijos de 13 y 9 años, María y Francisco, y vivían en la calle Real.




María, la mayor, se casó con Bartolomé Saborido, vivían en la Calle Consistorio, y tuvieron dos hijas: Juana y Mercedes. Dos hermanas totalmente diferentes, Mercedes discreta y humilde, estuvo trabajando en casa de don Norberto Aparicio. Nunca se casó ni tuvo hijos. Juana era camisera, de las buenas. Se casó pero se divorció, porque su marido era muy bruto. Así que de esta rama Izquierdo no hubo descendencia.

Por su parte Francisco se casó con Antonia Rivera Vázquez, nuestra bisabuela,  teniendo un solo hijo, Leandro, nuestro abuelo, fundador, junto con nuestra abuela Natalia Fernández Piñero, de una inmensa saga de  Izquierdo en las que los nombres Natalia, Leandro, Eduardo, Francisco y María han perdurado y perduran aún.

Lo mejor de esta entrada ha sido la última parte: nos hemos puesto en contacto con el señor alcalde de Ataquines, en Valladolid, esta misma tarde. Se llama Héctor Arroyo Izquierdo. Le hemos contado nuestra historia y muy amable nos ha invitado a consultar cuando queramos los archivos municipales y se ha prestado a hablar con el párroco de Ataquines para poder consultar el archivo parroquial. Queremos agradecerle públicamente su amabilidad y disponibilidad.
También nos ha contado que su segundo apellido, Izquierdo, es de Ataquines de siempre, uno de los apellidos antiguos, así que entra dentro de lo posible que seamos de la misma familia.

Finalmente Eduardo nos ha recomendado consultar la guía telefónica de Ataquines, a ver si quedaba algún rastro de nuestro apellido en el pueblo de nuestro tatarabuelo, y, en un pueblo de quinientos habitantes...  juzguen por ustedes mismos.







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jueves, 24 de marzo de 2016

El ajuar, aquellas tradiciones populares.

 El ajuar en los cajones de una antigua cómoda

 Por Esperanza Cabello

La vida va evolucionando y las costumbres, por supuesto, también. Poco a poco vamos teniendo una visión de lo cotidiano que difiere, cada vez más, de los muy jóvenes, y eso hace que nos empeñemos en dar a conocer un poco mejor antiguas costumbres y tradiciones que se han perdido o se están perdiendo.
No es que quisiéramos que volvieran, pero sí que no nos gusta que caigan en el más absoluto de los olvidos.
Pertenecemos a una generación que hizo de llave entre los tiempos antiguos, aquellos de la dictadura, y los modernos, estos de la democracia. Las costumbres de las casas han cambiado, aunque a veces no nos damos cuenta de que hay cosas que se perdieron.
Hace poco, durante una clase a chavales de diecisiete años, vimos un "coffre de mariée" (el baúl del ajuar) en uno de los castillos del Loira, y fue la primera vez que nos dimos cuenta de que la costumbre del ajuar, tal y como se conocía hace cincuenta años, se ha perdido para siempre.




Los chavales y chavalas no sabían que antes había que confeccionar a mano todo el ajuar. Explicamos que en tiempos de nuestra madre las mujeres preparaban, desde su más tierna infancia, su propio ajuar, desde su ropa hasta toda la ropa de casa: manteles, sábanas, paños de cocina, toallas, delantales y cualquier tipo de prenda. Todas estas prendas se guardaban en un baúl, o, en su defecto, en cajas debajo de la cama. Cuando las muchachitas se iban haciendo mayores toda la familia ponía su empeño en que fuera "preparando el baúl".







Nuestra generación aún conoció "el baúl" y también tuvimos ocasión de comenzar a hacer nuestros propios manteles. De hecho, comenzamos con la costura desde los primeros años. Al revisar nuestro "ajuar" hemos encontrado algunos mantelitos que hicimos con la señorita Mari Gloria Janeiro, la recordamos con mucho cariño, intentando enderezar aquellas torpes puntadas infantiles con sus diestras manos. Hicimos varios mantelitos en "El Asilo", pero también durante las largas tardes de verano. En aquellas ocasiones eran nuestra tía Reme o Teresita las que enderezaban con gran destreza todos nuestros puntos fallidos.


Lo más alucinante es que al aprobar las oposiciones al cuerpo de Enseñanzas Medias, en 1982, nos vimos obligados a entregar el certificado de haber realizado el "Servicio Social"  de la Sección Femenina (que aún existía), y para poder expedirlo María Sánchez (que era la encargada) nos pidió que hiciéramos una mantelería y la entregásemos en El Asilo.
En aquella ocasión todas las manos de la familia ayudaron a hacer aquel trabajo.

Pero sigamos con el ajuar. Nuestra madre había confeccionado ella misma decenas de prendas con delicadas vainicas y las iniciales CI bordadas; nuestra bisabuela, por ejemplo, también había bordado hasta sus toallas (aunque ella les bordaba sus propias iniciales, porque decía que el ajuar era suyo); y nuestras abuelas habían cosido sábanas, paños, cortinas, toallas y todo tipo de mantelitos.



Como explicábamos antes, nuestra generación ya apenas conoció el baúl; había buenas tiendas en Ubrique y se compraban las sábanas de tergal, los camisones, las mantelerías ya bordadas y todo tipo de prendas necesarias para la casa.
Sin embargo atesoramos un precioso ajuar, muy poco estereotipado, eso sí, que nos permite recordar a todas y cada una de las mujeres de nuestra familia.
Bordados de María Teresa y de Tere; mantelitos de Teresita, de tita Reme y de Tita Carmen; mantelerías de nuestra madre; trapitos de abuela Natalia; manoplas y toallas de bisabuela Antonia; fundas de almohada de bisabuela Pepa; guarda-pañuelos de Antoñita; paños de croché de Dolores o de abuela Lola; marcadores de María, de María Teresa, de Antonia Mari, de Tere, de Esperanza, de Rosario, de Luisa; bolsas de peines de las Piñeritas. 


Son todas obras de arte con puntadas milimétricas, con diminutos bordados, con puntillas de croché casi invisibles. Obras de arte que significan cientos de horas de costura, sentaditas en sus sillas bajas, afanándose por calibrar las puntadas, haciendo coincidir las esquinas, inventando puntos nuevos...



Así que el ajuar, ese montón de primores que las mujeres iban confeccionando desde su más tierna infancia preparándose para el "único" fin que la sociedad tenía pensado para ellas se ha convertido, a fuerza de insistencia y dedicación, en un verdadero muestrario de obras de arte.
La costura doméstica era una actividad exclusivamente femenina, y, a pesar de nuestras reivindicaciones y de denunciar que no se  daba a las mujeres ninguna otra posibilidad de expresarse que cosiendo, hoy nos sentimos muy orgullosos de conservar y poder disfrutar de una parte del trabajo de las mujeres de nuestra familia, del "ajuar familiar" que, después de cinco generaciones, seguimos guardando en el cajón de la cómoda de las Piñeritas.


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martes, 6 de octubre de 2015

La bufanda de abuelo Leandro


 Bufanda de lana tejida por Esperanza Izquierdo
Enero 2012


Por Esperanza Cabello

Nuestra bisabuela Antonia era todo un personaje. La mayor de una familia de diez hermanos, había aprendido a trabajar desde muy pequeña. Tenía sus ideas muy especiales sobre todo, e intentaba gobernar la casa, la tienda y la fábrica con mano firme.
Con diez años trabajaba en el batán con su padre, y más tarde regentaba un refino en el que vendía el paño fabricado en el batán por varas. Cuando se casó con Francisco Izquierdo, que era arriero, lo acompañó en más de una ocasión en los viajes con los mulos a Sevilla, a Jerez, a Gibraltar y donde fuera necesario.
Tuvo un hijo, Leandro, y el parto resultó tan difícil que decidió no tener más hijos.
Leandro recibió una educación espartana, lejos de mimos y facilidades. Empezó a trabajar con doce años en la fábrica de Juan Villalobos Luque de sol a sol, porque, según su madre, ya había tenido bastante escuela.
Un día de Reyes, excepcionalmente, Leandro recibió una bonita bufanda, con la amenaza de que si no se portaba bien la perdería. No habían pasado ni dos días, cuando Antonia decidió que ya estaba bien de disfrutar del regalo y, a las primeras de cambio, le quitó la bufanda y volvió a ponerla a la venta en la tienda, no se fuera a acostumbrar el niño a tantas comodidades...





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martes, 29 de julio de 2014

Cómo se desmota la lana

 Lana de oveja lista para desmotar
Debajo, una manta de lana del batán de nuestra bisabuela



Por Esperanza Cabello


Cada verano llega el momento de desmotar colchones y almohadas... o al menos llegaba, hace cincuenta años. Actualmente dudamos que sigan existiendo muchos colchones de lana, poco a poco han ido dando paso a colchones modernos, más cómodos y que dan menos trabajo.
Pero nosotros conservamos y renovamos las almohadas de lana, desde siempre. Nos parecen más cómodas, más frescas y más adaptables.
Los últimos colchones de lana que conocemos estaban en la casa de nuestra tía Teresita, en el "soberao", y siempre nos dejaba que cogiéramos un poco de lana para ir renovando nuestras almohadas.
Y cada verano, como hace cincuenta años, lavamos y desmotamos la lana.



 La lana desmotada y la lana abatanada

 Con el uso y el paso del tiempo, la lana, que en origen es esponjosa y suave, se abatana y se apelmaza, por eso hay que desmotarla.
Cada vez que abrimos las almohadas para lavarlas nos acordamos de nuestra bisabuela Antonia. En primer lugar porque desde los diez años trabajó en el batán de su padre (en este enlace podemos leer la historia), y además porque la recordamos en la azotea de nuestros abuelos, sentada en una sillita baja, junto a un montón de lana abatanada desmotándola.
Con una paciencia infinita nuestra bisabuela cogía uno a uno los mechones de lana y los separaba, quitándoles las pelusas, las semillitas, los trocitos de hojas, las hebritas de hilo y todos los trocitos minúsculos de cosas que no eran lana.

Cuando pasábamos corriendo y jugando nos llamaba: "Ven un ratito a ayudarme", y nos sentábamos un rato a intentar separar las fibras de lana. Apenas habíamos desmotado uno o dos montoncitos, nos aburríamos y seguíamos jugando, mientras ella continuaba, paciente, la labor.
Y eso que nuestra bisabuela no se caracterizaba precisamente por la paciencia, pero la recordamos dedicada a ella, y también, a su lado, su inseparable Rosario.

Ya hemos perdido casi todo el vocabulario relacionado con la lana y con su cuidado, apenas nos queda lo imprescindible: esquilar, desmotar, abatanar, enfurtir... También sabemos que un vellón (o tusón) de lana es toda la lana de una oveja cuando se esquila; un mechón es cada uno de los trocitos de lana, y las hebras son los mechones, ya hilados, que sirven para tejer o coser.



Desmotando la lana, hay que separar las fibras y quitar las partículas extrañas


Ahora es un lujo poder lavar y desmotar cada año la misma lana que guardamos celosamente. En verano los días son largos, la lana seca bien y colocamos nuestro montoncito de lana de las almohadas (muchísimo más pequeño que el de los colchones de nuestra bisabuela) sobre una de sus mantas, de las mantas fabricadas en el batán hace tantos años.
Con paciencia infinita vamos separando los mechones y las hebritas de lana, y entre las charlas de la sobremesa vamos viendo cómo el montón de lana abatanada se hace cada vez más pequeño, mientras que la lana esponjosa y suave va acomodándose en las fundas para servir de almohada un año más.
¡Quién sabe! Quizás algún día nuestros bisnietos se pregunten qué es la lana.

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sábado, 14 de junio de 2014

San Antonio de Padua

La imagen de San Antonio a su paso por la ermita de San Pedro


Por Esperanza Cabello

Hoy, al volver a casa, nos hemos llevado una grata sorpresa: la imagen de San Antonio, titular de nuestra iglesia más simbólica, era llevada en procesión en un recorrido que incluía nuestra calle.
Nunca habíamos asistido a  una procesión similar, nos ha dicho nuestra amiga Mari que antaño se sacaba al santo en procesión, pero en tiempos que ni ella ni nosotros hemos conocido.
El caso es que ayer era el día de San Antonio, y ha habido cultos y actividades durante toda la semana.


Cultos en honor a San Antonio de Padua


 En nuestra familia siempre ha sido una fiesta muy celebrada, Antonia era nuestra bisabuela (a la que conocimos en nuestra infancia, pues fue muy longeva), y como ella se llama nuestra prima, y también Antonio eran nuestros tíos y son nuestros primos, por lo que siempre ha sido un nombre muy cercano y muy querido.
Así que, al ver la procesión, hemos pensado que era una buena idea hacer unas cuantas fotografías que nos sirvieran además para felicitar a todos nuestros amigos y primos Antonio.























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viernes, 14 de febrero de 2014

Estamos endisantados

Diccionario de la Lengua Castellana, 1739


Por Esperanza Cabello

Nos encanta tener que recurrir a los antiguos diccionarios para encontrar nuestras palabras auténticas y, por supuesto, antiguas. Hace muchos años teníamos "vergüenza lingüística", ya que  a algún cretino se le ocurriría emparejar "andaluz" con "ignorancia" y hemos sufrido a lo largo de los siglos un constante bombardeo diciéndonos lo mal que pronunciábamos y aguantando sonrisitas no solo por la forma de pronunciar las haches o las dos eles, sino por utilizar palabras "desconocidas", sin comprender que, en realidad, nuestra manera de pronunciar habla de nuestra mayor evolución de la lengua y que nuestro léxico forma parte de la riqueza de nuestro patrimonio...  
Afortunadamente con el paso del tiempo hemos ido recuperando nuestro orgullo lingüístico y mimando nuestras palabras antiguas, ahora ya para que no se pierdan, porque, de tanto no usarlas, las estamos olvidando.
Tanto es así que el pasado fin de semana, hablando con unos amigos ubriqueños, explicábamos que con tanta agua y tanto tiempo encerrados estabamos todos "como endisantaos".
Nos pusimos a comentar qué era eso de endisantados, porque nuestros amigos no conocían la palabra. Estar endisantado es estar en un día de fiesta absoluta, de esas en las que antiguamente ni siquiera se barría en las casas, por estar prohibido trabajar en las "fiestas de guardar".
Cuando se está endisantado no hay orden en las casas, no se sigue un ritmo, no hay ningún trabajo que hacer.

 Disanto en la RAE


Recordamos a nuestra  bisabuela Antonia, que siempre utilizaba esa palabra "Hoy es disanto", y también un refrán que antes podía oirse constantemente: "Por las vísperas se conocen los disantos", o sea, que cuantos más preparativos se hagan, más importante es el acontecimiento.


 Refrán castellano, documentado  al menos desde 1739


Diccionario de refranes comentado


Buscando, buscando, hemos encontrado un magnífico Diccionario de Refranes comentado que nos ha hecho pensar en nuestra amiga Susana Merino y que haría las delicias de cualquier persona interesada en la sabiduría popular  (en este enlace), y hemos encontrado otros refranes más hablando de disantos




Y en el diccionario de 1739 muchas otras alusiones a los disantos



Pero endisantar, endisantar, lo que se dice endisantar, no hemos encontrado el verbo endisantar por ningún sitio, aunque eso  no significa que no lo hayamos utilizado en otros tiempos o que no lo hayamos oído tantas otras veces hablando de lo sueltos que nos vemos cuando estamos endisantados.
Si además de nuestros mayores y algunos de nosotros se usara esta palabra más ampliamente, podríamos intentar enviarla con la palabra "angarilla" (pinchar aquí)  que lleva un par de años esperando a que en la Academia de la Lengua Española la admitan como "puerta o cancela de paso en el campo".


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jueves, 13 de junio de 2013

13 de junio: San Antonio

 San Antonio de Padua
Curiosamente la imprenta se llama Izquierdo


 Por Esperanza Cabello

Hace años el día del Santo era muy importante para todos nosotros, en las familias se celebraban y festejaban  los santos y las abuelas eran extremadamente celosas para que se cumplieran las "leyes" no escritas de los nombres en los recién nacidos.
Nuestra familia ha  tenido desde siempre una relación muy estrecha con los "Antonios". No en vano una de las mujeres más representativas de todas, nuestra bisabuela, se llamaba Antonia. 


Antonia Rivera, nacida en Grazalema, que llegó a Ubrique siendo una niña, cuando sus padres decidieron venirse aquí y montaron un batán, en el que Antonia trabajó desde muy joven.
Por ella se llamaba Antonio nuestro tío, al igual que  su hijo, y también  nuestra prima Antonia Mari (a la que felicitamos desde aquí).


Felicitación de Antonia Rivera a Antonio Izquierdo


Esta es una felicitación de nuestra abuela Antonia a su nieto Antonio en los años cuarenta. Nos parece muy tierno que le dedicara esta estampita con el santo.
Pero también se llamaba Antonio nuestro padrino (y su hijo, al que también felicitamos desde aquí), y siempre hemos estado muy orgullosos y felices de tener dos tíos Antonio, de la misma forma que teníamos dos tías Remedios.
Por eso, cada vez que llega este día, no podemos evitar tener un recuerdo para todos los que, aunque se fueron,  siguen estando con nosotros, porque no los olvidaremos nunca.
Pero también, con alegría, para todos los Antonios y Antonias que nos acompañan  y que siguen a nuestro lado en la vida de todos los días.
¡Felicidades!

viernes, 15 de marzo de 2013

Nuestros Tatarabuelos Francisco y Antonia, 1890

Extracto del Padrón 1980
Archivo Municipal en la Biblioteca de Ubrique

Por Esperanza Cabello

Cada vez estamos más entusiasmados con los documentos que nos envía Manuel Zaldívar. Si hace unos días eran los tatarabuelos Rubiales y Coveñas los que aparecían, ahora tenemos, con una sorpresa mayúscula, los datos del censo de 1890 (o quizás un poco más tardíos, no está demasiado clara la fecha) con nuestros tatarabuelos Cabello Medina.
Desde siempre hemos sabido que  nuestra bisabuela Joaquina Orellana Artacho (originaria de Cuevas Bajas, Málaga) vino desde Argentina a Ubrique cuando enviudó, porque su cuñado, José Cabello Medina, era el cura párroco de Ubrique.
Pues bien, en los datos que Manuel zaldívar nos ha enviado, podemos comprobar que en la calle Sagasta, número 4, vivía, desde hacía dos meses, don José Cabello  Medina, el cura párroco, de 40 años de edad. Y hacía quince días que sus padres se habían mudado también a Ubrique.
Don Francisco Cabello Carrión, de 76 años, y natural de Sedella (Málaga), casado con doña Antonia Medina Macías, de 80 años y natural de Sedella (Málaga) eran nuestros tatarabuelos, los padres de Francisco Cabello Medina, padre de Francisco Cabello Orellana, padre de Manuel Cabello Janeiro, padre de Francisco Cabello Izquierdo, padre de Francisco Cabello Oliva.

Nosotros creíamos que nuestro tatarabuelo se llamaba Francisco Cabello España (lo datos del padrón a veces dan errores), y de hecho tenemos una fotografía de él, que nuestro padre guardaba con mucho cariño.





Ahora sabemos que nuestro tatarabuelo Francisco vivió también en Ubrique junto a nuestra tatarabuela Antonia. ¿Se quedarían aquí? ¿Estarán enterrados en el cementerio de San Bartolomé? ¿Vendría nuestra bisabuela con sus hijos a conocer a los abuelos?
Nos queda, de nuevo mucho camino por recorrer.
Gracias, Manuel Zaldívar, por enviarnos estos documentos tan preciados para nuestra familia.


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martes, 23 de octubre de 2012

El refino de Abuela Antonia: el costurero de antaño

Costurerito de niña de los años sesenta
Fotografía: Luis Eduardo Rubio




 Por Esperanza Cabello

Al hablar de la camisería de Fernando Corrales Cordón   ha venido a nuestra memoria un pequeño tesoro que guardamos desde hace cuarenta años, pero cuyo interior  debe de tener ya más de cien años.
Nuestra bisabuela Antonia Rivera tenía un refino en el Portichuelo. Era un pequeño negocio en el que vendía paños (sus padres tenían un batán), hilos, pasamanería, encajes, tiras bordadas, botones y mil y un detalles para las costureras. En aquella época (nos referimos al principio del siglo pasado) toda la ropa se confeccionaba a mano en las casas, por lo que se hacían imprescindibles todos los utensilios de costura para cada familia.





 El costurero contiene cajitas e hilos del refino



El refino del Portichuelo estuvo funcionando hasta finales de los años veinte, época en que nuestro abuelo Leandro consiguió montar su propia empresa y toda la familia se mudó a la calle Real.
Más tarde nuestros bisabuelos se mudaron a la calle San Pedro con su querida Teresa, y allí, en el soberado de la casa, donde tantos buenos ratos pasamos en nuestra niñez, se acumularon todos los hilos, botones y cintas sobrantes del negocio en cajitas y latas muy bien ordenados en los estantes.
Aquel era el paraíso de todos los niños de la familia, no solo porque a veces jugábamos entre la pequeña azotea y las escaleras de madera, sino porque nuestra tía Teresita, con su infinita paciencia y su infinita bondad, nos dejaba trastear entre aquellos tesoros y elegir pequeñas cosas que después nos permitía quedarnos.


Carretes de hilo
Su madera se convertía en unos mágicos tacones


 Pasamos muchas tardes, muchos días, mirando en aquellas cajas con Teresita, a veces aparecían cosas de nuestros tíos o de nuestra madre. A veces eran folletos de propaganda del cine. Otras eran fotografías familiares. Otras muchas eran cositas brillantes (botones, lentejuelas) que nos encantaban y Teresa nos regalaba para una caja de costura que abuela Julia nos había regalado.
Para aquellas manos infantiles cualquier cosa era un tesoro. De vez en cuando salía rodando un carrete de los de madera, ya vacío, que convertíamos en tacones cortándolos por la mitad. Unas vez cortados los pegábamos con "super" en las suelas de nuestros zapatos y jugábamos a ser mayores.


Carretes de hilo de colores


Una vez conseguimos tener tacones todas las primas, y nos fuimos corriendo a la petaquería para que nos ayudaran a hacernos los zapatos de tacón. después organizamos un desfile de modelos por los pasillos de la casa de abuela, dando vueltas alrededor de las cristaleras.
Otra vez conseguimos tener varios carretes, pero estaban sin estrenar, y no servían para hacer tacones, y sin estrenar llevan más de cuarenta años.


 Un original sobre de agujas
Muy elegante



Agujas de "La exposición Sevillana"
Cada sobre valía 1´50 (bastante caritas, la verdad)


Y hoy, al hablar de la camisería del "Catalán" y buscar unos gemelos para la entrada. Hemos recordado todos aquellos tesoros que acumulamos con aquella ilusión infantil y hemos querido rescatarlos por un minuto de sus cajitas y latas en las que están cuidadosamente guardados desde hace tanto tiempo. 
Así que por un día estos modestos instrumentos de costura se convierten en los protagonistas de nuestro blog, sabiendo que ya han adquirido, casi todos ellos, la categoría de centenarios:



Un puñado de botoncitos de azabache



Un puñado de botoncitos de cristal



Un puñado de botoncitos de nácar



Un puñado de botoncitos de madera



Un puñado de botoncitos de pasta




Borlones para pasamanería



Botones forrados de hilo y de tela







 Un botón de luto, para el ojal



 Este botón es mucho más moderno, de septiembre de 1971
Perteneció a nuestro padre




 Borlones de seda natural


Un pisacuellos simple



 Unos gemelos de metal



 Punzones y agujas de hueso
Antes era habitual ir al "moriero de los burros" a recoger huesos
para hacer utensilios y herramientas para la costura y la marroquinería



Dos huevos de madera para zurcir calcetines
Uno perteneció a "las Piñeritas", el otro a nuestra abuela Natalia




En aquel soberado quedan aún mil y un tesoros, que otras generaciones de niñas exploraron después que nosotras. A Teresita le encantaba que su nieta Elisa fuera una de las exploradoras y admiradoras del refino de nuestra bisabuela. Y seguro que estará feliz pensando que dentro de poco nacerá su bisnieta o su bisnieto, y en pocos años una nueva generación de "exploradores", la quinta, volverá a subir los escalones de madera para admirar los "tesoros" de la "retatarabuela" Antonia.



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