Multilingüismo

Ayer estaba en la piscina, durante mi hora de tortura malaya autoimpuesta porque mi piel también tiene derecho a saber que es verano, y vi entrar a una familia de marroquíes, o árabes, o lo que quiera que fueran, ya me entendéis lo que quiero decir. Los niños entraron en la piscina como si nunca hubieran visto una, con la madre diciéndoles -que no gritándoles- algo en un idioma que yo no entendí. No sé qué les dijo, pero me da la impresión de que no le hicieron mucho caso porque los churumbeles salieron corriendo hasta la barandilla del final de la zona de hamacas, señalaron la piscina que se veía a lo lejos (un pequeño aquapark con sus toboganes y sus palmeritas) y se gritaron unos a otros: Begira, begira! Ikusi, ikusi! ¡La piscina! ¡¡Aaaaaah!!

Y yo me enternecí toda, y me hubiera gustado ver la cara del Savater y compañía y explicarles que toma, que ahí tienes a un grupo de niños que aún no ha cumplido los siete años comunicándose entre ellos en tres, ¡TRES!, idiomas, y estoy convencida de que no dijeron Look! Look! porque aún no se lo han enseñado en la clase de inglés que reciben desde los tres años.

Para que luego me hablen de defensa de idiomas que no necesitan ser defendidos.

El Monstruo


Tengo al pobre Monstruo que le va a dar algo.

Claro, tanto tiempo callado, encerrado en su hemisferio izquierdo, ahora que le he dejado salir está que se me come viva. Que ya te lo había dicho yo, que nunca me escuchas, que mira que te dije que era una puta mierda, pero tú nada, tú dale, tú pa'lante como si las críticas no fueran contigo, y hala, a encerrarme en tu lado más aburrido, sin arte, sin imaginación, todo números y palabras sacadas del diccionario, ni una mala metáfora que echarme a la boca.

Porque claro, me dice, si me llegas a escuchar cuando te avisaba de que ibas por mal camino, que ya el mismo tema era una mierda de elección, no habrías perdido meses escribiendo gilipolleces. Y yo le explico, trato de explicarle, que el tema no era ni mejor ni peor que mil otros, que se trata de cómo se lleve a cabo, pero él erre que erre. Si es que hay que ser cabezona, insiste, mira que te lo advertí, que te parases, que vieses que así no ibas a ninguna parte, que estabas haciendo el ridículo. ¿Ridículo?, pregunto yo, ¿qué ridículo, si esto no lo va a leer nadie más que yo? Él se queda mudo y me mira con esos ojos inyectados en sangre, los ocho colmillos a la vista. Entonces, me dice, ¿para qué lo has escrito? Para probarme que podía.

Pero, ¿qué has escrito?, insiste él, recuperándose al instante (que para algo es un monstruo diabólico), porque no me vendrás ahora con que te has marcado una novela, que si no llega a 80.000 palabras no te lo acepta ni el tato y tú justo has llegado a la mitad. Sí, pero está terminada, le explico. ¿Y qué? Ibas a por una novela negra y te ha quedado un gris perla; ibas a por una obra con todos los flecos atados y esto parece una falda escocesa, ibas a por algo digerible y esto no hay quien se lo trague. No, odiado Monstruo, te equivocas: iba a por un producto final. Iba a probarme a mí misma que podía hacerlo. Iba a encontrar mi técnica, mi estilo, mi forma de escribir. ¿Y lo has conseguido? No. Pues ya está. Has perdido el tiempo.

Pues no, tío listo, y ahí te vas otra vez al hemisferio izquierdo, por coñazo pesado de las narices. Como le pasó a Edison con la bombilla, yo he encontrado una manera de la que no me puedo valer para escribir, que ya es mucho descubrimiento para un verano. Sólo me quedan un par de millardos más por probar.

Así que será cuestión de seguir con ello ya.

Objetivo conseguido


Ya he logrado el objetivo que me había marcado para este verano: terminar de escribir algo más o menos largo sin que el monstruo tuviera voz hasta el final. He conseguido poner el punto y final a un proyecto de cuarenta mil palabras, pero sobre todo he conseguido crearme una rutina que, incluso ahora que he "terminado", me obliga a sentarme delante del ordenador un par de horas todos los días porque es el tiempo reservado a la escritura y no puedo hacer otra cosa que no sea escribir. Eso era lo que quería y lo he conseguido.
El escrito en sí (me da hasta vergüenza llamarlo novela, siendo tan corta) es una caca de la vaca que no hay por donde coger, pero está acabado. Según escribía, iba viendo fallos y apuntándolos en un cuadernito al lado del portátil, haciéndome un millón de notas para la revisión que vendría más tarde. Me he dado cuenta de que la revisión va a ser más bien una cirugía de cuerpo entero y que a la criatura no la va a reconocer ni la madre que la parió, que soy yo, cuando esté verdaderamente acabada, pero eso no me importa. He visto mis fuertes y mis rotundos fracasos; he sudado tinta, pero creo que he conseguido dar una voz distinta a cada personaje, de manera que no hace falta dar un nombre cada vez que cambio de punto de vista porque me doy cuenta de quién está hablando; pero luego he fracasado estrepitósamente en la caracterización de los personajes, y el argumento, que al final es lo de menos porque eso se mejora pensando mucho y haciéndose muchos esquemas antes de poner dedo sobre tecla, hace aguas por todas partes. Muchas cosas que mejorar. Muchas horas que meter. Mucho trabajo antes de poder pasarle el borrador a mi amiga la monstrua, que hace un trabajo tan detallado y tan sincero que podría dedicarse a ser editora sin ningún problema.
De momento, lo voy a dejar macerar y voy a dejar que los personajes se definan en mi mente antes de ponerlos en acción. Ya no tengo prisa, ya tengo una chabola de hojalata bajo la que guarecerme si llueve, ahora poquito a poco trataré de convertirla en una vivienda decente, al menos algo a lo que pueda traer invitados sin que se me caiga la cara de vergüenza. El chalet lo dejaremos para más adelante, cuando haya construido unas cuantas casas con cimientos fuertes y tenga la suficiente confianza en mí misma para lanzarme a la aventura de edificar a lo grande. De momento, voy a dedicarme a los cuentos cortos, pero en serio, no dejándome llevar por un momento de inspiración sino escribiendo, borrando y volviendo a escribir y a borrar. Total, este verano no tengo otra cosa mejor que hacer (aparte de ir a la piscina, pintar la casa, aprender a cocinar, seguir con mi curso de alemán, terminar la lista de libros que me he autoimpuesto, andar dos horas todos los días para bajar los kilos de más...), y esas dos horas delante del ordenador hay que llenarlas como sea.

Queja a mi alcalde

No, Patxi, no, la Plaza Nueva no necesita ser cubierta para fomentar el comercio, ¡porque ahí no hay comercio! Sólo hay bares, y unos arquillos geniales para esconderte cuando llueve.
No, Patxi, no, la calle Dato tampoco necesita ser cubierta, porque es una calle. Definición de calle: algo que está en la calle. Si no quieres mojarte cuando llueve, te vas al centro comercial.
Y no, no necesitamos que cambies el hospital del centro a un barrio de las afueras que no pilla de paso a no ser que vivas allí. Tienes que mejorar el que hay, no cerrar, por ejemplo, el ala de pediatría y que la gente se busque la vida. ¿Por qué no modernizas un poco las instalaciones en lugar de empezar uno de cero? Digo yo, vaya.
Y, habiendo tanto sitio en Vitoria, ¿de verdad tienes que cargarte la mitad del parque más grande de todo Euskadi para hacer la intermodal? Mira que te costaba mucho moverla unos metros y ponerla en una de las decenas de parcelas vacías que aún quedan en Lakua. ¿Y por qué nos vamos a tener que tragar un auditorio más pequeño que el teatro que tenemos ahora, en el que todavía no vamos a poder ver obras que necesitan un gran montaje? Ya, ya sé que va a tener la mejor acústica de Euskadi, de España y de Europa, pero sólo va a ser para orquestas. No se va a poder traer a las obras que se tienen que ir a Bilbao porque aquí no hay escenario que las acoja. Te recuerdo que somos la capital de Euskadi, que deberíamos disfrutar un poco de ese título.
¿Y qué hay del soterramiento del tren? ¿De arreglar la avenida Gasteiz, que parece un paseo sacado de una postal de hace cincuenta años (que serán los que tiene)? ¿Y a quién se le ocurre querer quitar una vía del tranvía que ya está puesta? ¡Y que hay de las puñeteras losetas sueltas del suelo que te empapan los pantalones cuando llueve! Digo yo que hay más asuntos urgentes que tapar una calle, ¿no?
Todos los alcaldes de Vitoria tratan de dejar su marca en la ciudad. Cuerda nos dio los centros cívicos (bien por Cuerda), Alonso nos dio el tranvía (ya veremos cuando esté en marcha) y Lazcoz... Lazcoz quiere poner techo a las calles.
Ya sé de una que no le votó en su día y no le votará en las próximas.

Tormenta de ideas

Cosas que se puedan hacer en una ciudad como Vitoria para las que no sea imprescindible el buen tiempo y que sean gratuitas o casi. Ah, sí, y que impliquen salir de casa, que se me está cayendo encima (o sea, que no vale "limpiar los cristales" o "bañar al gato en leche de burra").
Agradeceré cualquier comentario.

De urgencias y fiebres

Treinta y nueve y medio de fiebre. Tiritona incontrolable que no consigue eliminar ningún analgésico. Visita a urgencias, donde somos atendidos sin que nos hagan esperar porque la fiebre asusta. Médica majísima que no tarda ni cinco minutos en ponerle a mi hermano un chute de todo para que le baje la inflamación de la garganta y la fiebre, y paseo por el ambulatorio para coger la baja para este fin de semana.
Y es aquí donde una amable funcionaria nos da una charla sobre no usar urgencias por unas simples anginas. Por más que mi hermano y yo tratemos de explicar a la buena mujer que si la médica ha decidido no hacerle esperar será porque a ella también le ha parecido urgente, la enfermera no se apea. "Porque los médicos de aquí no son tontos; si tú llegas con un dolor en el brazo, el médico te hace un electro y llama a una ambulancia si hace falta, que para eso está el ambulatorio, no hay que colapsar urgencias".
Pues ya sabéis: la próxima vez que creáis que os está dando un infarto, id a la consulta de vuestro médico de cabecera para que os haga un electro y llame a una ambulancia. Que vuestro cadáver sirva de estoico ejemplo a todos esos inhumanos que colapsan las urgencias.
(Yo, aún a riesgo de que una enfermera que tiene la osadía de llamar a un tío de veintisiete años "chico grandote" me eche la bronca, seguiré acudiendo a urgencias si mi temperatura pasa de treinta y nueve y no consigo bajarla con analgésicos. Pero yo siempre he sido rara.)

¡Mecagüen Blogger!

Ayer me pongo a curiosear en la nueva plantilla que tanto tiempo llevo ignorando cada vez que me conecto al blog. Qué bonito, pienso, puedo poner encuestas, qué curioso... Me gusta, muy "salao".
Hoy vuelvo a entrar y me encuentro con que me ha quitado, sin yo pedirlo, los dos contadores (o alimentadores de ego, como yo los llamo) y los anuncios de Adsense, ¡y llevaba la friolera de siete dólares!
¡Mecagüen la tecnología moderna! ¡Mecagüen todas las actualizaciones que siempre terminan jodiendo algo que ya era bueno! ¡Mecagüen Blogger!

A vueltas

Lo siento, pero a mí esta viñeta me ofende.



¿Soy la única?

Porque me aburro y porque hoy es hoy

Me apetece escribir, pero no me apetece escribir nada original. Estoy metida entre libros, disfrutando de lo que leo, y me apetece comentarlo, pero nadie a mi alrededor tiene la paciencia de escuchar mis largas peroratas sobre libros que no se han leído, no les gustan o no tienen intención de leer, así que me he decidido a escribir esos comentarios.
Pero no aquí, porque sería un caos. Por eso he creado un blog nuevo, que durará lo que dure mi ánimo crítico, en el que hablar de esas obras. No sé si sobrevivirá al verano, y si lo hace no creo que se renueve muy a menudo, pero ahí estará, para el que quiera visitarlo y reírse de mi simpleza literaria (que es mucha).
Es como empezar un cuaderno nuevo e invitar a tus amigos a que pasen y lo vean...

Pues eso, pasen y vean...

Lo siento

Leo en la red que las librerías (que no la venta de libros) están en crisis. Que últimamente se vende más, pero "de peor" calidad (volvemos al interminable debate de quién decide si algo es bueno), que se venden muchos más libros en los kioscos y en hipermercados que antes, y que estos son sobre todo best-sellers y libros infantiles.
Y a mí esto me da pena, porque me gustaría vivir en un mundo en el que no sólo se leyera más, sino también más selectivamente. Que no nos dejáramos guiar por el primer libro que nos pusieran delante, el más barato o el que más anuncian por la tele, sino que tuviéramos algo de crítica y nos lanzáramos a la aventura de leer autores noveles, o por lo menos grandes contemporáneos (aunque cualquiera corre el riesgo, con el precio que tienen los libros). Por eso yo pongo mi granito de arena y compro los libros en las librerías, siempre después de pasearme por algunas páginas y leer recomendaciones de gente que no se lleva un duro por hablar bien de un libro. Paso de largo la mesa de los más vendidos y curioseo entre las nuevas adquisiciones, o trato de llevarme un par de clásicos. Cada vez que entro en una librería, aun mirando los precios y usando un poco de juicio, no me gasto menos de sesenta euros, lo que no me duele porque no tengo otro vicio que la lectura y el estudio (y puedo ir andando a trabajar, y como en casa de mis padres, y no soy de llevar ropa de marca ni renovar mi vestuario cada temporada) y me lo puedo permitir.
Pero yo sola no puedo levantar la crisis (perdón, el desaceleramiento económico). No me importa comprar libros, eso es fácil y siempre puedo recurrir a las ediciones de bolsillo o a los chollos de Amazon (¿eso cuenta como librería?, creo que no), pero es que NO TENGO TIEMPO para leer todo lo que compro. Que tengo la casa llena de deberes, jopé. Que por más que lea -por gusto, con deleite-, siempre tengo una docena de libros esperando su turno. Que no doy más de mí. Que no puedo volver a comprarme un libro hasta septiembre por lo menos, porque sería ridículo seguir comprando si no puedo leerlos.
Que lo siento, vaya. Señores libreros, yo lo intento, de verdad, pero mi apretada agenda no me permite llegar a leer veinte libros al año, aunque compre treinta. Y, la verdad, para que estén cogiendo polvo en mi casa, que lo cojan en la suya, oiga, que mi piso es pequeño y al gato lo tengo ya en lo alto del armario porque no me cabe en ningún otro sitio...

4 de julio

Hoy hace dos años justos que volví de los Estados Unidos. Ningún remordimiento, era el momento.
Esta fecha siempre significará algo para mí, por mi vuelta y porque, obviamente, la busqué aposta para no olvidarla nunca. Dedicado a todos los estadounidenses buenos (que haberlos haylos, y a montones) y a todos aquellos que no votan a Bush (que no tienen por qué ser buenos).

". . . the genius of the United States is not best or most in its executives or legislatures, nor in its ambassadors or authors, or colleges or churches or parlors, nor even in its newspapers or inventors — but always most in the common people, south, north, west, east, in all its States, through all its mighty amplitude." -- Walt Whitman, Preface, 1855, to First Issue of Leaves of Grass

"...El genio de los Estados Unidos no reside en mayor o mejor medida en su ejecutiva o en su legislatura, ni en sus embajadores o autores, o en las universidades o iglesias o salones, ni siquiera en sus periódicos o sus inventores; sino siempre en la gente común, en el sur, el norte, este y oeste, en todos sus estados, en toda su gran extensión". --Walt Whitman, Prefacio de 1855 a la primera edición de Hojas de hierba .

Gente

Me gusta juzgar a los desconocidos a primera vista. No me refiero a los desconocidos que te presentan y se vuelven conocidos, sino a esas personas que te cruzas por la calle y sabes que bajo muy extrañas circunstancias vas a conocer. Me suelo hacer ideas sobre la fortaleza de su personalidad solo con mirarlos: la forma en la que andan, si miran o no a su alrededor, si llevan cascos, si sonríen al pasar... Ya sé que es una soberana gilipollez y que si alguien lo hiciera conmigo probablemente llegaría a la conclusión de que tengo la misma personalidad que un cangrejo de mar, pero me gusta, me entretiene.
En mi camino al trabajo suelo ver a una chica que va a donde sea que vaya en bicicleta. Me chocó la primera vez porque es de las pocas que van por la carretera en lugar de ir esquivando peatones por las aceras, y el otro día hasta la vi pararse en un semáforo (sólo hasta que se aseguró de que era seguro pasarlo en rojo, pero bueno). En los días más frescos lleva una bufanda de esas muy largas que consigue, milagrosamente, mantener fuera del alcance de los radios de las ruedas, y en verano va con sandalias de dedo. La bici -lo dice alguien que no sabe andar en bicicleta, así que podría estar completamente equivocada- parece demasiado grande para ella y es de chico, con barra en medio, así que, cuando se para en los semáforos o a dejar que pasen los coches, tiene que apoyarse en el suelo de puntillas porque no le da la pierna. Es rubia, muy jovencita, con una melena larga que siempre lleva inmaculada, hasta en los días de viento, y suele ir con ropa de moda sin una sola arruga.
Me parece la persona más simple de todas las personas que me cruzo por la mañana de camino al trabajo. Tengo la sensación de que va en bicicleta porque así se llega antes, no porque lo disfrute (su ropa no encaja con la de alguien que disfruta en una bici, va demasiado "prieta" para poder ir cómoda); seguramente no tenga coche y no quiera usar el urbano (o no pueda) por razones que se me escapan. Y su impolutez (me acabo de inventar la palabra, soy consciente) me habla de una persona sin imaginación, alguien que no entiende que un mechón fuera de sitio favorece, que ir siempre tan mona cansa, que de vez en cuando unos vaqueros y una camiseta sientan mejor que un modelito de marca X. Siempre va seria, tensa, sin mirar a nadie, como si temiera ser juzgada o quisiera aparentar que el juicio ajeno se la trae floja, y eso es lo que me hace pensar que es una persona sumamente insegura y que tiene que pasarlo muy mal en ciertos círculos.
Todo eso veo, cuando ando deprisa y me cruzo dos segundos con una persona. Hay muchas más, por supuesto, pero ella me llama la atención porque creo que me he hecho una imagen de ella que es la opuesta a lo que a ella le hubiera gustado.
Quién sabe. Quizás algún día la conozca y se convierta en mi mejor amiga...

Vacaciones

Hoy a las dos y media de la tarde han empezado oficialmente mis vacaciones, aunque desde que terminé mis exámenes y se fueron los niños, la tensión es mucho menor. Va a ser un verano extraño, sin viajes fuera y con muchas visitas al hospital, pero al menos sólo voy a tener que preocuparme por mí y los míos en lugar de añadirle a eso los estudios y el trabajo.
Desde que terminé de estudiar, me estoy dedicando a leer (y a escribir también, pero he llegado a un bache, a ver si lo solvento hoy). Voy a libro por semana, más o menos, y estoy intentando darle a todos los palos. De momento ya han caído El perfume, uno de cuentos cortos de Cortázar que he sido incapaz de acabar, una pseudo novela negra con toques humorísticos de Jorge M. Reverte y Careless in Red, de mi admiradísima Elizabeth George, por supuesto. Me da pena decir que este último no me ha gustado tanto como esperaba que me fuera a gustar, aunque está en su línea y no defrauda.
Y hoy he empezado con El cuaderno dorado, de Doris Lessing, mientras tomaba el sol en un banco. Sólo he leído el prefacio, una crítica a su libro escrita por ella misma, y ya estoy pensando que yo me debería dedicar a otra cosa. Mientras ella siga escribiendo, ¿para qué molestarnos los demás? Vaya manera de alimentar al Monstruo, joder, leer a autoras como ésta. Supongo que hay que leer a los mejores para poder acercarnos siquiera a ellos, pero qué duro es ver cuán buena es una mujer que dejó los estudios a los catorce y yo, que llevo toda la vida estudiando, no seré nunca digna ni de oler sus pedos. Deprimente. Pero así es la vida.
Pues eso, que me voy a pasar los próximos dos meses leyendo, echando la siesta, escribiendo, echando una cabezada con el gato, estudiando un poco de alemán con uno de esos cursos de "Aprenda alemán en 30 días", durmiendo mucho y, quizás, si estoy de muy buen humor, dibujando. Aunque esto lo veo chungo.

Aulas de dos años

Ayer los padres recibieron las cartas sobre la escolarización de sus retoños de dos años, donde se les explica el horario de la ikastola. Antes de llamar a la ikastola a preguntar, llamaron directamente a Lakua: EXIGEN comedor, horario completo, ludoteca antes y después de la clase y extraescolares. Quieren dejarlos en clase a las ocho de la mañana y recogerles a las siete de la tarde. Ellos, o los cuidadores, o los abuelos.
Lo siento, pero no conozco a nadie que trabaje doce horas. Una cosa es conciliación del horario laboral, y otra tener hijos para que te los críe otro. Si no puedes, no los tengas.

Bibliotecas

Si hay bibliotecas especializadas en ciencias, en ciertos tipos de literatura, en investigación... ¿Por qué no puede haber una especializada en literatura escrita por mujeres? Ojo, que no estamos hablando sólo de novelas o ensayos, sino de cartas, diarios, listas de la compra, notas a los hijos... Si los científicos pueden tener todo el material que necesitan en una sola sala, ¿por qué no va a tenerlo una doctora en literatura que quiera analizar las cartas de Emily Dickinson, esas que nunca se han publicado para el gran público? Por poner un ejemplo entre millones, vamos.
A mí me parece una idea estupenda.

Priorizando

Desde hace unos años a esta parte, mi vida tiene todos los elementos para ser, digamos, una buena vida. Un trabajo muy estable con visos de estabilizarse aún más, buen sueldo que me permite ciertos caprichos, casa propia, cuadrilla de amigos de esos que sabes que te darían un trozo de su hígado si lo necesitaras, hobbies, intereses, tiempo libre para dedicarme a todo lo que me gusta... Todo era tan bueno, resumiendo, que lo disfrutaba a tope porque sabía que algo, de alguna manera u otra, se iba a torcer y todo lo bueno iba a dejar de serlo.
Y lo ha hecho. En forma de enfermedad grave en un familiar cercano, que jode aún más que si fuera en carne propia. Y el mundo ha cambiado de golpe, y mi orden de prioridades ha variado radicalmente. Ya no me obsesiono por sentarme a escribir todos los días a la misma hora. Me importa un pepino que mi sofá nuevo esté invitándome a sentarme y leer ese libro que tanto he esperado. Ni siquiera me alegra que afuera haga un sol de justicia y el verano por fin haya llegado a Siberia Gasteiz; de hecho, me jode aún más porque en la habitación del hospital hace un calor insoportable.
Así que quizás no ande tanto por aquí, o quizás ande incluso más porque quiera pensar en otras cosas. Quizás el tono de las entradas cambie, o desvaríe, o sólo ponga imágenes porque no me salen las palabras. Pero seguramente escriba, porque es mi terapia. Aunque me sienta luego culpable por haber pasado una hora concentrada en un ser imaginario en vez de en mi padre.

Elizabeth George

¡Ya está aquí! ¡Ya ha llegado! ¡El libro que llevo un año esperando! Mi escritora favorita ha sacado, ¡por fin!, el siguiente libro de mi serie favorita. Y no, no es J.K. Rowling, y ni siquiera es inglesa, aunque sus personajes sí lo sean. Se llama Elizabeth George, era profesora de inglés en un instituto y todos sus libros están basados en el Reino Unido aunque ella es californiana. Recomendable cien por cien si os gusta el género negro con un toque psicológico.

Escribiendo

A pesar de que escribir es una de las cosas que más me gustan en el mundo (junto con comer y dormir, y... bueno, dejémoslo ahí), es increíble lo mucho que me cuesta ponerme a hacerlo. Creo que es, como ya he dicho alguna vez antes, por mi terrible inseguridad y el completo convencimiento de que no lo hago bien, de que debería dedicarme a otras cosas y dejar a aquellos que "saben" que lo hagan. Pero es inútil: por más que intente alejarme de ello, siempre termino poniendo boli sobre papel para tratar de plasmar algo que me haya llamado la atención. Es como una droga, y yo soy una adicta reincidente que, lo sé, nunca va a desengancharse del todo.

Así que, como considero que no lo hago bien, trato de aprender. Cuando llegué a Estados Unidos, descubrí que allí todo el mundo parece querer ser escritor y los libros sobre escritura creativa abundan como perretxikos tras una tormenta. Entrar en una librería se convirtió entonces en un duro trago y tarea de varias horas: ya no solo había que revisar la sección de novela negra, de nuevos lanzamientos, del club de lectura de Oprah, también había que pasarse por la sección de escritura, que siempre estaba llena de "new and improved editions" de libros que habían sido éxitos en su tiempo (o quizá no tanto, y por eso tenían que ser "improved"). No había día que no saliera con dos o tres libros bajo el brazo, por no hablar de las mil y una revistas sobre escritura. Como en el pueblo donde yo vivía no había librería y la revista que a mí me gustaba no la vendían junto al People Magazine, tuve que suscribirme, porque meterme una hora y media de coche sólo para comprarla me parecía excesivo. Una revista al mes durante tres años, ejemplares de los que no he tirado ni uno solo y que llenan la cesta de la fotografía.
Pero luego llegué a Vitoria y, oh disgusto, aquí parece que eso de escribir no es tan guay como lo es en los States. Aún así, yo no me rendía y, en lugar de escribir y pulir mi propio estilo, buscaba entre los manuales de gramática a alguien en forma de libro que lo hiciera por mí.
Y así, un día, de refilón y por pura casualidad, encontré por fin un manual de técnicas narrativas en castellano, que los de inglés están muy bien pero hay cosas que no se transfieren bien a otros idiomas. No lo abrí nada más llegar a casa porque, para variar, no tenía tiempo, y se quedó cogiendo polvo en una balda hasta que, casualidades de la vida, un bloguero llamado Enrique Paez pasó por esta casa y me di cuenta de que era el autor del libro que me había comprado. Me hizo una ilusión terrible conocer a un escritor de verdad, aunque sólo fuera a través del ordenador, y me prometí que, cuando tuviera tiempo, me sentaría y me tomaría en serio sus enseñanzas, ya que era el primer autor de un manual de escritura que, estaba segura, sabía de lo que se hablaba.
Ya lo creo que lo sabe.

Llevo toda la semana pegada a su libro, devorando cada comentario, cada pie de página, cada consejo. Cada vez que leo la sección de "Ponte a escribir" me digo que ya lo haré cuando termine con el proyecto grande que tengo entre manos, que si me entretengo con pequeños ejercicios no voy a terminar nunca. Pero hoy he tenido la lucidez de aplicar unos consejos sobre creatividad en los personajes con los que estoy trabajando y todavía estoy alucinando por lo que ha ocurrido. No he hecho más que una tormenta de ideas, uno de esos globos expansibles que el doctor House suele marcarse en su pizarra, y ha cambiado toda mi historia. He conocido detalles de los personajes en los que no había pensado hasta ahora. He entendido por qué actúan de una determinada manera, por qué se han rebelado mis dedos y me han impedido escribir ciertas frases en un diálogo, por qué la víctima (es una novela negra, mala hasta decir basta, pero me lo estoy pasando pipa) es doblemente víctima, por qué me tiene que dar pena el asesino. La he gozado, sobre todo, porque no había forma de meter la pata, porque todo lo que he escrito me ha llevado a otra conclusión. Me lo he pasado bien escribiendo, y ahora quiero seguir haciéndolo.
Así que me voy a ello, que aún me queda mucho por definir y mucho libro que leer.
Gracias, Enrique.

Dime cómo les tratas y te diré en qué se convierten

J.K. Rowling ha dicho alguna vez que no le gusta cómo son tratados los adolescentes en su país, como si fueran criminales en potencia o lo único que tuvieran en mente fuera joder al personal. Siempre he estado de acuerdo con ella, pero con excepciones; creo que hay adolescentes que realmente son criminales en potencia, y con algunos hay muy poco que hacer. Igual me paso de pesimista, pero es que he visto a verdaderos bárbaros de ocho años que ya me daban miedo a esa edad.
Hoy, sin embargo, estoy más de acuerdo con la Rowling que nunca. Ayer pedí permiso en la ikastola para acompañar a mi padre a hacerse unas pruebas médicas en Bilbao, que el hombre es peor que Alfredo Landa y si le sueltas solo en el metro la puede liar. Mis alumnos se quedaron a cargo de las profesoras que tenían guardia en ese momento y con tarea asignada: tenían que escribir unos bertsos en parejas y luego escribir una redacción. Les dije, con intención de facilitar las cosas a mis compañeras, que ya sabían lo que tenían que hacer y que no necesitaban que nadie les pusiera a trabajar, lo hacían ellos y listo.
Craso error. La primera hora fue bien, todos trabajaron y no hubo mayor problema. Cuando llegó la segunda profesora, por tanto, ya estaban todos sentados en parejas, con el aumento de ruido que eso suele conllevar. Ella intentó que se sentara cada uno en su silla, y ellos le dijeron (toda la clase, hasta los más benditos que nunca mienten, me aseguran que sin faltarle al respeto) que estaban haciendo lo que yo les había dicho que hicieran. Pero la profesora empezó a decir que ahí mandaba ella, así que que cada uno volvía a su sitio porque ella lo decía y listo. Una niña que jamás, JAMÁS, ha llevado la contraria a ninguna profesora y que es la favorita de todos los profes que pasan por esa clase, le indicó que yo había dejado escrito lo que tenían que hacer. Ella castigó a la cría a quedarse después de clase, ignoró mi nota y les hizo sacar el libro de matemáticas. Lo abrió por la última hoja del último tema y les obligó a "hacer" los ejercicios. Todo aquel que le dijo que no habíamos dado ese tema fue castigado; todo aquel que le preguntó porque no podían seguir con lo que habían estado haciendo fue castigado. Una de mis alumnas, probablemente la más brillante de todas, fue castigada "por chula, porque a mí nadie me habla así" (palabras textuales que me ha dicho la profesora esta mañana). Resulta que la profesora le preguntó "Qué pasa, ¿te quieres quedar castigada a la una y media?", y la niña no respondió. "Pues te quedas. ¿Te quieres quedar mañana también?", a lo que la niña, viendo que el silencio no era respuesta adecuada, contestó que no. "¡Pues te quedas también!"
Así que hoy vengo lívida, furiosa, rabiosa, encabritada, cabreada y todos los sinónimos que estas palabras conllevan. Porque no se puede juzgar a un niño o a una niña a primera vista; porque no se puede abusar del poder; porque no es justo castigar a alguien por responder a una pregunta que no tiene respuesta adecuada. Y, sobre todo, porque no se puede castigar a chavales de doce años sin avisar en sus casas de que van a llegar tarde. Cuatro padres llamaron ayer para quejarse, y uno ha venido hoy a hablar conmigo en persona.
Esa profesora se ha dedicado a decirle a todo el que se ha parado a escucharla que mi clase es un nido de víboras, de seres maleducados, de chulos y de respondones. Menos mal que todo el mundo conoce mi clase de otros años y saben que no es así; menos mal que la jefa de estudios tiene a su hija en mi clase y sabe que no es así.
Menos mal, ¡menos mal!, que me queda menos de un mes en esta ikastola y no voy a volver a ver a la pedazo de bruja esta.

Solución


No era tan difícil, ¿no? Menos aún para los que os habéis pasado por aquí alguna vez antes.
(Para el que no lo identifique -ejem, aparte de cadena perpetua-, es Alan Rickman guiñando(me) un ojo. Y el Monstruo acaba de darse cuenta de lo mal que está.)