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Diario


(...) Me vuelven a asaltar dudas sobre lo que estoy haciendo; me digo que esta historia no es la mía y que estoy escribiendo un churro que no vale ni para sujetar la pata de una silla que cojea (sobre todo después de leer alguna de las maravillas que hay fuera, como el texto de ayer en The New Yorker, que ya podía darme a mí por leer a Ken Follet, leñe), y me planteo dejarlo y aprovechar esa hora para dormir. Pero luego recuerdo que escribo porque quiero, que el objetivo no es publicar ni ganarme la vida con esto, sino escribir lo que me gusta y no puedo leer porque a nadie más se le ha ocurrido y no me queda más remedio que escribirlo yo. Ya sé que la historia está mal, ya sé que es un churro sin personalidad, sin voz, sin estructura, sin personajes creíbles ni voces identificables, históricamente incorrecto y psicológicamente imposible. Pero sigo. Porque prefiero escribir mal a no escribir en absoluto. Porque no pasa nada si escribo un churro, no tiene por qué leerlo nadie y nadie está esperando a que se publique. Porque solo se aprende cometiendo errores, y ser capaz de verlos ya es un gran avance. Antes solo era capaz de decir "algo no funciona, está mal y no sé por qué". Ahora sí sé qué falla. Otra cosa es que sepa arreglarlo. (...)

Diario de una novela, o confesiones de una escritora bipolar en ciernes




Día 0: Principios de octubre. Se me ocurre una idea para una novela. Es la mejor idea desde la invención de las persianas, va a revolucionar el mundo literario y toda la humanidad va a hablar de mí durante décadas. Empiezo a pensar en cómo me voy a quitar a las editoriales de encima. Quizás debería ir pensando en hacer el guión cinematográfico al mismo tiempo que la novela. Me hago una lista de actores buenorros para que la protagonicen.

Día 1: Empiezo a escribir. No he escrito ni guión ni diario de personajes, no he delineado la novela, no he hecho ningún trabajo previo. Solo escribo. Me levanto una hora y media antes de ir a trabajar y me juro a mí misma que éste va a ser mi horario de escritura, pase lo que pase, y que no lo voy a usar para nada más. Tengo sueño. 

Día 5: Empiezo a pensar en mí misma como escritora porque he escrito todos los días. Me imagino yendo a conferencias y participando en tertulias sobre cuyos temas no tengo ni idea, pero a las que me invitan por mi condición de escritora. Empiezo a andar más erguida por la calle. Miro a los demás con superioridad porque soy escritora y ellos no, ja, ja, ja. Me doy cuenta de que escribir por la mañana me pone de mejor humor y voy a trabajar más contenta. Si antes la historia me parecía buena, ahora es cojonuda.

Día 17: La hora y media de escritura por la mañana se ha reducido un pelín. La culpa es del despertador, que le das y vuelve a sonar a los diez minutos. La historia va, pero más bien psé. Empiezo a tener dudas.

Día 31: La historia es una mierda, yo no valgo para esto, no sé en qué estaba pensando, mejor estaba durmiendo. Pero no duermo. Mi cuerpo se ha habituado al horario y me tengo que levantar, y ya que estoy levantada, pues escribo. Mi dosis de café diaria ha subido de cuatro a siete tazas. Leo un estudio que dice que el café es bueno. Menos mal.

Día 45: Odio mi vida. Odio mi ordenador. Odio mi idea. Odio a los personajes. Todo es una mierda. A ver si el mundo explota ya de una bendita vez y no tengo que terminar el churro que a pesar de todo insisto en seguir escribiendo. 

Día 62: Me pregunto qué hacía yo antes de ponerme a escribir esta historia. Me pregunto qué hace por las mañanas la gente que no escribe. Me pregunto qué es eso que llaman dormir. Mi hora y media de las mañanas se ha convertido en una hora, pero ahí sigue. Vuelve a engancharme la idea, al menos la mayor parte del tiempo.

Día 84: Estoy terminando el primer borrador. Estoy tan emocionada que mi hora de escritura al día se ha vuelto a convertir en hora y media por las mañanas y otros cuarenta minutos a la hora de comer. Los personajes han tomado vida en mi cabeza y el mundo de fuera me parece banal y aburrido. Empiezo a pensar que tengo una úlcera por comer tan rápido y beber tanto café.

Día 95: He terminado el primer borrador. Lo leo y no quiero saltar por la ventana ni liarme a martillazos con el ordenador. Paso una semana retocándolo y tomando apuntes de cosas que quiero cambiar. Hago tres copias de seguridad. Decido que es lo mejor que he escrito nunca, aunque eso no signifique mucho porque mi tolerancia es muy baja. Salto un poco por casa. Quizás haya bailado a ritmo de Britney Spears, pero no hay testigos y nunca podréis probarlo.

Día 102: Empiezo a escribir otro proyecto y dejo el anterior macerando, a ver si en el disco duro coge solera. Decido que esta nueva novela va a ser mucho, pero que mucho mejor que la anterior. No veo película, veo serie. De hecho, no voy a poder escribir un solo libro, calculo por lo menos tres o cuatro. Es la mejor idea desde la última buena idea que tuvo nadie. Soy genial. Soy maravillosa. Soy la hostia.

Día 112: Reservo un montón de libros sobre el tema que estoy tratando en Amazon, pero no le doy a comprar.

Día 130: Empiezo a sospechar que esta historia es mucho para mí.

Día 153: Decido mandar el nuevo proyecto a la porra y volver con el antiguo. Echo de menos a los personajes. Releo el primer borrador y vuelvo a pensar que qué bello es vivir.

Día 175: Fin de curso y exámenes de la UNED. Mi agotamiento y mi ánimo son inversamente proporcionales. La historia es una mierda que no hay quien salve. Me rindo. No valgo para esto. La hora de escritura ahora son treinta minutos que empleo en leer los periódicos digitales antes de ir a trabajar. 



Día 210: Vuelvo de un curso en el extranjero con las pilas cargadas. Retomo la historia poco a poco. Escribo una precuela, saco una historia corta de ella. Releo mis notas y decido que los cambios no son para tanto.

Día 230: Primeros de agosto. Termino el segundo borrador. Lo releo y cambio un par de detalles. Decido que es una obra maestra, que va a vender millones y que tengo el Planeta en el bolsillo (y con eso me refiero tanto al premio como a la Tierra). Empiezo a pensar en actores que interpreten a los personajes. Me pregunto si el señor de la foto tendrá libre el calendario del próximo año y cuánto cobrará, por si puedo pagarle de mis emolumentos como escritora de grandes ventas. Decido que igual le mando un mensaje vía twitter; total, ya debe pensar que estoy loca de atar después de todos los que le he enviado.

Esta es la cara que veo cuando me imagino
a uno de mis personajes. Ya, sí,  la motivación
tiene que venir de la historia, bla, bla, bla.
Y una leche. 

Día 230, dos horas más tarde: Me tiro de los pelos y decido que he escrito un churro, que no valgo para esto, que mejor le doy a borrar y empezamos de nuevo. Mando otro tuit al chato de la foto y le digo que mejor lo dejamos.

Día 230, por la noche: Vuelvo a estar convencida de que el dinero y la fama están a punto de llamar a mi puerta, pero que ya puede ir llegando que tengo que pagar el coche nuevo. Decido dejar el borrador macerando y darle un repaso dentro de uno o dos meses. La idea de dejar que alguien lo lea me produce dolor de tripa, aunque quizás sea la úlcera. Cambio de nombre en twitter, no vaya a ser que conteste el otro.

Día 231: Empiezo un nuevo proyecto. Este sí que va a dejar a todo el mundo con la boca abierta. Pienso en el diseño de la portada y en que quizás Sandra Bullock quiera protagonizar la película. Será cuestión de ir buscando el teléfono de su agente para ver qué fechas le vienen bien.

Diario de una novela

(...) Estoy leyendo muchos libros y artículos sobre teoría de la literatura, crítica, metaliteratura, etc., lo que de momento me sirve para saber que, si un crítico cogiera cualquiera de los dos proyectos en los que estoy trabajando (uno está en barbecho, pero es parte del proceso), lo dejaría en la primera página para salir corriendo a vomitar. Y no me importa. Por primera vez en mi vida, estoy entendiendo el proceso de escritura como un proceso de aprendizaje, en el que el hecho de escribir algo "bueno" (lo que quiera que eso signifique) pasa a un segundo plano. Por supuesto que quiero escribir algo decente, pero ahora por fin (¡por fin!) entiendo que eso no ocurre de la noche a la mañana y que hay que currárselo. Es como decidir que se quiere correr una maratón de un día para otro: lo primero es que te guste correr, porque si no disfrutas con ese simple hecho, te va a ser muy difícil invertir los kilómetros de preparación que necesita una carrera de esa envergadura. Y, aunque consigas terminar una (y eso en sí ya es todo un logro digno de ser celebrado, como cuando terminas -de verdad- una novela), nadie te asegura que vayas a quedar entre las diez primeras. Ni siquiera las cien. De hecho, con terminar date por satisfecha.
(Me estoy dando cuenta de que el número de analogías entre la escritura y el atletismo es directamente proporcional al dolor en mi rodilla. No sé cómo entender esto.) (...)

Diario

Llega septiembre, y con él el frío. No, en realidad el frío lleva aquí desde julio -vamos, que nunca se fue-, pero no sé qué tienen los meses con erre que parecen más fríos. O serán cosas mías.
El día está nublado y por la ventana entreabierta entra el aire fresco de la calle. El gato trata de asomarse por el hueco de las oscilobatientes, por más que sepa que no le cabe la cabeza y que no, no va a poder suicidarse saltando desde un segundo. Me esperan los apuntes de literatura irlandesa sobre la mesa de la cocina; leo, comprendo, pero no retengo, le estoy cogiendo manía a la asignatura por culpa del profesor (y autor del libro). A mi lado, medio litro de té verde en una taza del Starbucks de Santa Cruz. Ya van dos tazas. El té verde apenas tiene teína y no le echo azúcar. Dormiré bien esta noche. Para ser domingo, me refiero.
La tarde va a ser tranquila, simplemente yo con mis libros, mi té y mis series americanas mientras sigo acolchando un tapiz de patchwork que debería haber acabado hace siglos. El otoño llama a la puerta y apetece mantita, calor, abrigo y chocolate caliente (pero mejor me quedo con el té, por lo de las calorías). Poco a poco voy volviendo a la rutina del curso, y me doy cuenta de que me gusta, de que, a pesar de momentos puntuales, soy una persona equilibrada con momentos de felicidad, que ya es más de lo que se puede pedir. Una canción me aborda, y no me queda otro remedio que escucharla una y otra vez en mi cabeza; escribí algo sobre ella en Twitter y la cantante me ha encontrado, me ha hecho mucha ilusión. Es la segunda persona "famosa" que se da cuenta de que existo. ¿Por qué le doy tanta importancia a semejantes chorradas?
El fresquillo que siento en el cogote me indica que tengo que dejar crecer el pelo para el invierno.

El final del verano


Mi verano eterno, ese que todo el mundo envidia a los profesores, llega a su fin. No me quejo, no soy tan mala persona, simplemente constato un hecho. Mañana curro. Sin más.
Hoy he empezado la paulatina vuelta a la normalidad (sí, el 31 de agosto, para qué correr). Mi frigorífico ha notado la vuelta a la rutina; lo he llenado de frutas, pescado y carne fresca. Se acabaron los bocadillos, o eso de "como lo primero que pille, que no he madrugado y tampoco tengo hambre". Hoy mismo vuelvo a las buenas costumbres, a contar calorías, a comer sano (ya me he comido una manzana, la primera en un mes), a perder los kilitos que he vuelto a recuperar. Ha sido un verano sin sobresaltos, sin viajes, sin alardes. Ha sido el verano en el que me convertí en funcionaria, aunque mi vida no ha cambiado en absoluto porque trabajo en el mismo sitio y tengo los mismos alumnos. Ya he encargado pastelitos para mañana, y luego compraré el champán. Parte de la oposición se la debo a mis compañeras, que me han enseñado mucho (aunque sea cómo no ser y qué no hacer), así que quiero celebrarlo con ellas. Es una buena manera de empezar el curso, comiendo y bebiendo.
Este año me he propuesto tomarme las cosas con más calma. Voy a disfrutar de la gente y de mi tiempo libre. Voy a hacer ejercicio porque me encanta cómo me hace sentir, aparte de los beneficios a simple vista. Voy a aprender a tocar la guitarra (sí, nuevo antojo) y voy a ir a clases de alemán para aprender el idioma y conocer gente nueva. Seguiré con mis estudios, pero sin exigirme lo que me he exigido hasta ahora, porque me he dado cuenta de que le estoy cogiendo manía a la filología, y no es plan. Y voy a enseñar inglés, y voy a disfrutar con los pitufos, y voy a tratar por todos los medios de que todos los días ellos aprendan algo, y yo más. Porque de eso se trata. Tengo el mejor trabajo del mundo y me lo han dado de por vida.
Casi estoy deseando que llegue mañana.
Casi.

Diario de un personaje



Lo peor del pasado es ver las cosas que no has hecho. Mirar atrás y recordar lo que no dijiste, lo que no explicaste, las normas que no rompiste. Y saber –porque lo sabes, porque no eres tonta– que ya no hay vuelta atrás y que nunca podrás hacerlo. Que el pasado está a años luz y no hay segundas oportunidades.

El pasado se esconde de nosotras en nuestros recuerdos. Tenemos imágenes en la cabeza, pero no podemos fiarnos de su veracidad. Sus ojos no eran tan azules, ni mi risa tan aguda. Aquel trabajo no era tan grandioso, pero cualquier cosa es mejor que lo que sufres ahora, o eso te parece (pero no es cierto). Las situaciones no cambian, cambiamos nosotras, y así cambiamos a nuestras hijas, que terminan enfrentándose a las mismas situaciones que vivimos nosotras, pero de otra manera. Es un círculo vicioso. No cometas los mismos errores que yo –pero lo hará–, no te dejes ninguna sensación –pero lo hará–, no dejes nada por decir porque te arrepentirás cuando seas mayor –pero lo hará, vaya si lo hará–. Solo nos damos cuenta de la brevedad de la vida después de haberla vivido. Antes nos creíamos invencibles. Ahora sabemos que nacimos derrotadas.

El pasado es pasado, el futuro no ha llegado. Lo que nos queda es el presente. Solo una adolescente sabe vivir el presente. El resto solo sabemos lamentarnos. La putada de ser adulta es la perspectiva que te da la vida. Quién pudiera haber muerto a los veintitrés.

Diario

Hola, buenas, ¿qué tal va todo? Pues me he visto con un rato libre y me he dicho "voy a ver qué se cuentan por la blogosfera, que hace tiempo que no sé nada de mis viejos compis", y aquí me he venido, a tomar un café -sin baileys, por favor, que ya tuve bastante ayer- y a ver qué tal os va todo.

Yo bien, gracias, atareada pero bien, contenta, encantada de conocerme y de ser yo misma (estos días; la semana que viene igual no me aguanto, pero hoy me quiero mucho). El sábado tuve el examen escrito de las oposiciones y la semana que viene me presento a la parte oral, que no me da tanto miedo pero hay que preparar igual, así que os ruego que recojáis los pedazos que queden de mí el día treinta de junio. Quizás también tengáis que recoger el cadáver de un par de niños, o no, o los que terminan conmigo son ellos. Me sobran las últimas semanas de curso, ni ellos ni yo estamos a lo que hay que estar y me dedico a reñir y a poner orden, pero no a enseñar. Tendré que volver a mis viejas andadas de ponerles un examen el último día de clase, para que se asusten y guarden un poco las formas. Pero no me sale. Estoy feliz, y no se puede putear cuando estás feliz.

Llevo una semana entera pensando en que tengo un montón de cosas que poner en el blog, pero cuando tengo ideas no tengo tiempo, y cuando tengo tiempo se han ido las ideas, o no tengo ganas, o vaya usted a saber cuál es la excusa. Quizás cuando acabe el curso, cuando caiga en picado tras mantenerme alerta varios meses sin fines de semana siquiera, se me ocurra algo que contaros. De momento, aquí me planto. Solo pasaba a saludar. A decir que estoy viva y más fuerte que nunca, pero cansada y ocupada (y lesionada, ¡ay, mi rodilla!), que no es buena combinación para escribir asiduamente. Pero volveré. Vaya si volveré. Para contaros las buenas nuevas, si las hay, y ocultaros las malas, que total para qué, a vivir que son dos días.

Seguid ahí. Al pie del cañón.

Diario

Y otra vez llega la primavera, como todos los años, porque la primavera llega siempre, las que puede que no lleguemos somos nosotras (y nosotros; inclúyanse en el femenino, háganme el favor). Calorcito, sol, pajaritos piando, bla, bla, bla, pero al final el año sigue siendo el mismo y lo que cuenta es lo que una haga con su tiempo, no el tiempo que haga.

Sigo sin escribir. Digo "sigo", pero no sé realmente si lo he vuelto a dejar o es que lo dejé hace tanto que ya ni lo recuerdo. Mi lado defensivo, ese que se excusa ante todos los ataques, dirá que no se pueden estudiar una carrera y oposiciones y encima escribir una novela; mi yo verdadero, ese que me ataca en sueños de vez en cuando, reconoce que no escribo porque no me da la gana, porque no estoy inspirada, porque quien no escribe no puede volver a ponerse a ello así, de la noche a la mañana. Lo peor (o lo mejor, por eso de la salud mental y tal) es que no lo echo en falta. No lo echo de menos. Ahora me ha dado por la lingüística y me sorprendo a mí misma ideando teorías, en lugar de buscar algo que contar en formato novela o relato.

De hecho, ni siquiera leo. Me he dado cuenta de que, aunque me leyera un libro a la semana, nunca, NUNCA, podría leer todos los libros que quiero leer, porque de cada uno salen cinco, y luego te cambia el humor y ya no quieres leer ese género, quieres leer otro, y luego te cansas, y ya no quieres leer punto, pero te sientes culpable, porque tú eres lectora, y por dios cómo no me voy a leer todas las obras de Virginia Woolf en versión original y con medio libro de notas. Y luego llega agosto, con su piscinita y sus libros de encefalograma plano, y una se siente culpable porque qué hago yo leyendo una de chic lit cuando podría estar leyendo cualquier otra cosa. Vamos, que la historia es sentirse culpable.

Y ahora me voy a estudiar, que es lo que tienen los domingos remolones, y luego seguiré con una colcha de patchwork que me he propuesto terminar esta semana (solo la parte de arriba, ¿eh?, que el acolchado necesita meses). Y luego quizás, solo quizás, me tire en el sofá a leer Dubliners, que habrá que aprovechar que por fin he encontrado un libro de James Joyce que me gusta (y entiendo, ejem) y a ver si lo termino.

Y eso, que aquí sigo, o seguiré hasta que los hados (que no las hadas, que son distintas) me lo permitan.

Sábado preprimaveral

(Me he inventado una palabra, sí. Preprimaveral no existe. Creo. Estoy por patentarla. Aunque, si existe premenstrual, no sé por qué no iba a existir preprimaveral.)

Sábado. Día de fiesta. Sí, literalmente, día de fiesta porque los sábados son los únicos días que me obligo a no hacer nada. Tampoco es que pudiera si quisiera. No sé qué tienen los sábados, que son más cortos que un lunes, por poner un ejemplo, y para cuando te quieres poner a hacer algo ya es la hora de comer, o la hora de dar una vuelta, o la hora de tomar un pote por ahí. No da para nada, un sábado. Qué cosas. Podían hacer los sábados laborables y darnos el lunes festivo, digo yo.

Se me ha ocurrido pasar por aquí porque tengo el chiringuito algo abandonado y quería asegurarme de que no le habían salido hierbajos ni había una invasión de cucarachas (cucarachas, buaj; creo que hoy he soñado con cucarachas. Joder, hubiera preferido no acordarme. Qué asco). La verdad es que no tengo mucho que contar, literalmente hablando. Y entiéndase eso como el doble sentido que tiene: ni cuentos, ni historias, ni sueños (del de las cucarachas no me acuerdo, menos mal), ni nada interesante que pueda, eso, interesar. Pero me daba cosa no contaros nada. No es que piense que mi vida pueda interesarle a nadie, pero oye, quién sabe, lo mismo tengo un admirador secreto que no puede vivir sin mis escritos y ahora mismo está en la terraza a punto de saltar de un quinto porque hace dos semanas que no escribo nada.

[Modo realidad on]

Estos días estoy estudiando para oposiciones, lo que a cualquiera podría parecerle la peor penitencia del mundo pero que yo agradezco inmensamente. Viene bien repasar cosas que toda profesora debería saber. De hecho, debería ser obligatorio hacer un curso de reciclaje en métodos de enseñanza cada cierto tiempo, a ver si así lidiamos con las dinosaurias que todavía pueden encontrarse en las aulas. Fijaos si me gusta lo que estoy estudiando, que no hago más que darle vueltas al asunto de la educación y he creado mi propia reforma. Es una utopía, el sueño de una profesora a la que le encanta su trabajo; al gobierno no le gustaría porque supondría mucho dinero; a los sindicatos no les gustaría porque exigiría mucho de los profesores; a los profesores no les gustaría por lo mismo que a los sindicatos; y a las familias no les gustaría porque daría mucho poder a los profesores y exigiría mucho de las familias. Pero estoy segura de que los alumnos y alumnas estarían encantados y encantadas. Iban a aprender la hostia. Yo, aunque nadie me lo exija, ya me he puesto a trabajar como si mi reforma fuera ley. Algún día quizás os la cuente. Si me animo a ponerla por escrito.

Sigo con el régimen. He perdido casi cuatro kilos. Teniendo en cuenta que empecé con la historia hace casi dos meses, es una mierda de pérdida, pero algo es algo. Como mejor, hago más deporte, me siento mejor. Aunque me temo que ese "me siento mejor" se debe a muchas, muchas cosas que están pasando y que son demasiado personales para escribir aquí. Qué le vamos a hacer, amor secreto que te balanceas en la barandilla de un quinto, no todo puede contarse a los cuatro vientos.

Y la vida sigue, y la semana que viene anuncian nieve...

Martes

Martes, sí, y no trece, sino quince. La fecha da igual, lo que importa es cómo estás. Yo estoy bien, creo, más o menos, lo normal, no voy a andar fardando ahora. He terminado los exámenes, de mala manera pero ya están hechos, y ahora la programación de oposiciones, que es lo que toca. Es martes, por si no os habíais dado cuenta. Martes. Que no es lunes, pero como si lo fuera. Cuando el despertador suena media hora antes de lo que debería y tú has dormido mal porque tienes catarro y no puedes respirar, un martes es casi tan malo como un lunes. O peor. No sé. Desde luego, no tan bueno como un viernes. Dios, lo que falta todavía para el viernes. Así me paso la vida, desechando cinco séptimos de mi semana porque sólo me interesan el sábado y el domingo; bueno, y el viernes a partir de las cinco de la tarde, que el zurito y el pinchito saben a gloria, y más ahora que no hay humo en los bares. Es martes, y llevo tres horas pegada al ordenador intentando poner por escrito lo que quiero que hagan mis niños de seis años en un mundo ficticio, porque jamás programaría quince unidades en un año. Es martes. ¿Martes ya, eh? Jo, cómo vuela el tiempo. Y cada día más viejos, oiga.

Diario

El año ha empezado raro. Entre temas familiares y agobios personales, el uno de enero empezó como los cohetes que lo anunciaron, ruidoso y con mucha marcha. No tiene por qué ser malo. Pero los cambios siempre te desequilibran.

Ayer una niña de cuatro años me dijo: mi madre sabe más inglés que tú. Me sentó como una patada en el culo y le contesté que no. La niña se quedó planchada. Me tuve que concentrar muy mucho en el hecho de que la renacuaja sólo tiene cuatro años y sabe de inglés lo que yo de francés (Lulú, güi, se muá) y que para ella su madre es el centro del universo. Habrase visto, mi ego...

He leído un libro sobre cómo conseguir un millón de euros (legalmente, no a lo Correa y cía.). Habla de ahorrar un tanto por ciento de tu sueldo todos los meses y ponerlo a un interés del seis por ciento (que digo yo, dónde consigue este un interés asegurado del seis por ciento, porque a mí el banco sólo me da uno y medio). Habla de no gastar en cosas innecesarias y comprar ropa de segunda mano, compartir la conexión wifi con los vecinos y las suscripciones de las revistas con los amigos. Habla, en fin, de vivir para ahorrar y que, cuando ya no necesites el dinero porque te habrás convertido en la versión humana del tío Gilito, tengas un millón de euros en el banco y mueras la persona más rica del cementerio. Me ha chocado sobre todo una frase, en referencia a invertir el dinero: si tengo que elegir entre estar ansioso por mis ahorros y ser pobre, prefiero estar ansioso. Lo que me demuestra que yo no tengo alma de inversora, porque yo prefiero ser pobre.

Los exámenes están a la vuelta de la esquina y yo no he hecho nada en las fiestas de Navidad. Esta primera semana de vuelta al cole me ha dado el canguelo y me he encerrado en casa con los libros. El miércoles batí un récord de estudio entre semana: cuatro horas. Me encanta Shakespeare, pero me temo que voy a tener que tomarme un año sabático y leer sus obras con más tranquilidad, antes de que me dé un derrame cerebral. Hoy descanso; mañana, a estudiar, que, por si fuera poco, también se avecinan las oposiciones. Sarna con gusto no pica, pero jode y mortifica.

Hace sol y una temperatura no heladora. Me temo que lo vamos a pagar caro esta primavera, nevará en mayo. Tengo que ir de rebajas, pero no me apetece. Necesito zapatos para una boda y he fichado unos sin tacón, quince euros, una ganga. Me duele la cabeza de tanto dormir y me niego a tomar un analgésico porque mi cerebro es idiota, como dice el doctor Arturo Goicoechea, y dormir no representa ningún peligro para mis neuronas, si acaso lo contrario. Y la vida sigue, y son dos días, y mañana es domingo...

¿Fin?

Estoy pensando en cerrar el blog. Ya no escribo, que fue la chispa que me incitó a abrirlo, ya no estoy en ese mundillo que compartía con tantos y tantas que os pasáis por aquí. No tengo tiempo (miento, no hago tiempo) para colgar entradas que me puedan parecer interesantes, algo que pueda compartir con vosotros. No sé si es la rutina o que mi infame frase de "trabajo mejor bajo presión" me ha llevado a estar a punto de estallar (en lo que a tiempo se refiere, nada más). No lo sé. Antes era una vía de escape, ahora he encontrado otras. Puede que sea el frío. Puede que sea yo. Pero lo que sí sé es que no me gusta ver este blog tan parado como lo ha estado estas últimas semanas.

Seguiré aquí de momento, aunque no sé por cuánto tiempo. Espero volver a la sana costumbre de sentarme a escribir, aunque solo sea media hora al día, para poder contaros lo que se me pasa por la cabeza. Quizás esta sea la entrada que me lance a escribir todos los días. Quién sabe.

No me esperéis.

Viernes con sabor a sábado.

Hoy mi ikastola celebra el día del maestro (que debería llamarse "de la maestra", dado que el noventa por ciento somos mujeres) y yo tengo fiesta. Había planeado mil cosas para hacer en uno de esos días en los que para mí es festivo y para los demás no, pero al final me ha vencido el sueño y todos mis planes se van al garete. Soy persona de mañana (traducción literal de "a morning person", ya me vale), las tardes me gustan para sentarme a leer y ver no-nevar por la ventana. Los recados, antes de comer. La tarde, descanso del descanso.

Sueño con el día en que todos mis días tengan sabor a sábado. El día que me toque la lotería, por ejemplo -pero un euromillones, porque con la de Navidad no vamos lejos-, o el día que me jubile, aunque queda lejos. Por un lado estoy deseando no volver a tener que madrugar; por otro, el trabajo nos hace ¿libres?, ¿humanos?, ¿útiles?, y ¿dignifica?, no me imagino de vacaciones eternas. Buscaría quehaceres. Me dedicaría a estudiar, o al voluntariado, y entonces volvería a madrugar y a protestar porque no me gusta madrugar. Pero me gusta hacer cosas. No soy patata de sofá (otro anglicismo, permitídmelo, por favor), no soy persona que se contente con estar sentada todo el día. Quiero aprovechar mi tiempo y trabajo mejor bajo presión. Aunque es cierto que ando escasa de tiempo y me gustaría que el día tuviera veinticuatro horas a partir de que me despierto, no contando las de sueño.

Estoy más tranquila últimamente. Me he convencido de que todavía soy joven, que tengo mucha vida por delante y que no hay nada, NADA, que me impida llevar a cabo mis sueños, excepto yo misma, claro. Me resigno a mis bajones -porque soy persona de bajones, aunque de naturaleza optimista-, pero voy buscando armas para luchar contra ellos. Ahora solo queda encontrar esos sueños. Saber hacia dónde me dirijo y qué es lo que quiero. Y hacer lo posible por llegar.

Viernes con sabor a sábado. Fin de semana largo. Harry Potter en cines. Y función de teatro. Todo está a mi favor. Ahora solo falta saber aprovecharlo.

Diario

Es domingo. Me encantan los domingos. Me encierro en mi casa y solo hago lo que yo quiero. No salgo, no veo a nadie, no me mandan horarios externos, solo los míos. Yo, mi, me, conmigo. Ojalá todos los días fueran domingo.

El viernes tuve un enfrentamiento con un niño de siete años. Me alegro mucho de que no dejen pegar a los maestros, porque si se me llega a escapar la mano, él está en el hospital y yo en la cárcel. Tuve que repetir varias veces "aquí mando yo". Su respuesta: tú a mí no me mandas. Y sé que tiene razón.

Ayer fui a ver una serie de performances de teatro experimental. No entendí absolutamente nada, pero me encantaron. Creo que, cuando se trata de teatro experimental, no es cuestión de entender, sino de sentir. Sentí arcadas -todavía hoy, cuando recuerdo cierta escena-, sentí miedo, sentí tensión. También indiferencia, pero alguien que iba conmigo se entusiasmó, así que no era necesariamente malo. Eso es el arte, supongo, que cada uno lo entienda de manera diferente.

Queda una semana para mi cumpleaños. Cumplo treinta y cinco. Estoy pasando una crisis, pero no sé si es la de los treinta tardía o los cuarenta temprana. Espero que esto signifique que me salto una crisis, porque si dentro de cinco años tengo que pasar por otra voy a hacer rica a mi psicóloga. Qué cosas, oye. Crisis. La palabra maldita.

Cambian las reglas ortográficas, pero yo a la "y" la voy a seguir llamando y griega, porque me gusta. Ye. Soy la chica y y. Je, je. En fin. Es domingo. He dormido demasiado. Ya no se tilda la o. Jon, ¿me oyes? Ya no se tilda la o. Nunca. Jamás.

Sigo escribiendo, y, aunque es malo, sé que tiene arreglo. Estoy creando tanto personaje despreciable que empiezo a pensar que hay algo de ellos dentro de mí, no es normal que salga tanta mierda de un sitio limpio. Uno de ellos tenía que dar pena; en lugar de eso, da asco. No sé si están tomando vida propia o es que no sé controlarlos. Un poco de todo, supongo.

Domingo. Hace frío en casa. La calefacción a tope y el gato en el radiador...

Diario

Vitoria ha sido elegida como Capital Verde Europea de 2012. No sé lo que eso significa, porque Vitoria siempre ha sido capital, siempre ha sido verde y siempre ha sido europea, pero está bien que nos lo reconozcan, aunque no sea hasta el 2012. Los de la ETB parecen no haberse enterado, o les parece menos importante que el adoquín suelto junto al Gugenheim (es un decir; quien dice adoquín dice grava).

Un alcalde elegido democráticamente por hombres y mujeres, que encima es ginecólogo, se burla de manera soez de una mujer que ostenta un cargo de poder por encima del suyo y se va de rositas. Porque sí, le están poniendo a parir en todos los medios, pero sigue siendo alcalde y sigue siendo ginecólogo. Cosa que no me sorprende, no ahora, no en este país. Es un país machista, y me da igual que haya el mismo número de ministras que de ministros. Sigue siendo un país de pandereta.

El jueves me dijeron que era "digna". El contexto era muy específico y me sonó a piropo. Cuanto más pienso en esa palabra, más me la cuestiono. Me recuerda a "Lo que queda del día" y el concepto de dignidad que tiene el mayordomo protagonista. Es curioso, cómo todo en la vida está relacionado.

Hoy es sábado y esta es mi hora de escritura. Se supone que debería estar tecleando ideas para la historia que quiero escribir. Me he apuntado al NaNo, pero no tengo muy claro que lo vaya a seguir. Me limitaré a escribir a mi ritmo y leer los "pep-talks" que mandan una vez a la semana. Mi mente trabaja -poco, pero trabaja- aunque no escriba, y van surgiendo ideas. Tengo el principio y el final, y creo que tengo un posible momento climático que desencadena el final. Todo lo demás está por decidir. Debería ponerme en serio. Debería.

El gato, en mi regazo, me observa escribir. Creo que el movimiento de mis dedos sobre el teclado le acuna.

Diario

Empieza semana nueva. El lunes, por ser lunes, duro. Y si le añadimos domingo de resaca, más todavía.

Estamos dando los colores en clase de cinco años. Yo digo "touch something black", y el niño se levanta para tocarle la cabeza al niño de al lado, que es negro. Me reí, claro. A ningún adulto se le hubiera ocurrido hacerlo. Pero al mismo tiempo me pregunté quién le habría dicho que su compañero era negro, porque ellos lo ven marrón. Que es lo que es.

Escribo, pero poco. Esto es como ir al gimnasio, poco a poco. Intento buscar momentos sueltos en el día, pero no tengo. Quince minutos aquí, diez allá, en la ducha, de paseo. Porque todavía estoy en la fase de idealización de la historia, todavía no he escrito ni una palabra. Ya llegará. Si llega.

Aunque lea todos los minutos que me quedan libres el resto de mi vida, nunca conseguiré leer todo lo que quiero. Cada día aparece algo nuevo que añadir a la lista. Ya no tengo sitio en casa. Bueno, sitio siempre se puede hacer, pero no tengo fondos. Económicos, me refiero. Ni de armario.

Me he apuntado a teatro -porque siete asignaturas de filología inglesa no son suficientes-. Tenemos que aprendernos una poesía cortita. He elegido una de García Lorca que todavía no he memorizado. No quiero viciarla. Es bonita. Simple, sencilla, pero bonita. A ver qué nos mandan hacer con ella. Prefiero no preguntarme para qué es el corcho que nos han pedido que llevemos.

Hace frío. Dicen que hoy va a helar.

Ni que una estuviera depre, oye

He estado echando un vistazo a post pasados y me he deprimido. Yo sola. Leyendo lo que yo misma había escrito. Que no, leches, que no estoy deprimida, ni cerca de estarlo, sino muy llena de vida y con muchas ganas de enfrentarme a lo que venga. Lo que pasa es que, últimamente, siempre que me pongo a escribir es un poco desahogo, porque no escribo para nada más. No sé si es permanente o solo una fase, pero de momento no encuentro la necesidad de escribir. Ni siquiera en este blog. Y mira que os tengo aprecio, ¿eh?, pero es que no tengo nada que contar.

Podría contaros mi vida, pero se resumiría en un "hoy he ido a trabajar, he comido, he vuelto a trabajar y me he ido a casa". Ya tá. No me pasa nada emocionante. Lo que no tiene porque ser necesariamente malo, porque el año pasado por estas fechas estaba la mar de ajetreada y no era nada bueno. Así que virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

Podría hablaros de mis niños, pero me da la sensación de que estáis hasta el moño de ellos porque no hablo de otra cosa (y eso que no soy madre; ay si fuera madre). Podría hablaros de J., mi niña con síndrome de Down, la más guapa y la más lista de su clase, que me da la mano para ir a la clase de inglés porque su psicomotricidad no es muy buena y le cuesta subir a escaleras. Podría hablaros de mis gemelos de cuatro años, que cantan y recitan en inglés como si llevaran haciéndolo toda la vida, cuando han empezado este año. Podría hablaros de mis monstruos del año pasado, que me saludan con un "hello, how are you" cuando me ven por los pasillos y me hacen sonreír. Podría hablaros de tantos niños que acabaríais hasta el moño de mí.

O podría comentar los libros que leo. Podríamos hacer unas lecturas dialógicas la mar de entretenidas (por fin, algo en educación con lo que comulgo, qué ganas tenía de ir a una charla que me llenara la cabeza de ideas). Ahora mismo es White Teeth, de Zadie Smith, y me está gustando tanto que no sé a cuánta gente le he recomendado el libro. Lo único que me deprime un poco es que la autora tiene mi edad y ya está dentro del currículum de filología inglesa. Pero si no lo estoy yo es porque no me da la gana. Y, seamos sinceros, porque ni en un millón de años podría escribir como ella.

Tantas y tantas cosas... No, si al final va a resultar que no voy a tener hueco en el blog para hablar de todo lo que quiero. Ahora solo hace falta encontrar las ganas. Y el tiempo. Y un momento del día que dedicarle al digno arte de dar a la tecla.

Pero que por aquí todo bien, ¿eh? Por aquí, todo perfecto.

Diario

Este curso que empieza, los niños de cuatro años son mucho más formales que los de cinco, y los de primero son unos benditos. Los de segundo también, pero esos no cuentan, a mí me ha tocado la clase buena. Voy a tener un buen año académico, pero voy a terminar muy cansada. Muchas horas -para una maestra, nada comparado a un minero- y muchas responsabilidades -para una maestra, nada comparado con una alcaldesa. O quizás sí-.

He ido a la delegación de educación para rellenar el Anexo I. Nadie sabe qué es eso, por mucho que me llamaran ellos por teléfono el quince de julio y yo oyera el mensaje este lunes. Mañana me llamarán al móvil. Espero. Si no, me quedo sin trienios.

De camino a casa, he oído a un chaval de unos diez años tratar de explicar a su abuela lo que era una peonza. La señora le ha cortado de cuajo: "Sí, sí, pero ¿quién era ese chico con el que estabas jugando?" Amistades peligrosas. Todo lo que se puede hacer con una peonza, madre.

Ya estoy estudiando. Tenía ganas de empezar, aunque las asignaturas de este año no son tan fantásticas como me esperaba. Novela inglesa contemporánea es mi asignatura favorita (de momento). Shakespeare está bien. Traducción, también. Literatura irlandesa en castellano con examen en inglés, no tiene sentido. Y mi libro de "Computer Assisted Language Learning" fue publicado en el '97. Creo que está un poco obsoleto. Me da a mí.

Y mañana dicen que empeora el tiempo, y yo sin ropa de temporada...

Diario

Todas las decisiones que tomamos afectan a los demás. Todas. Algunas veces nos damos cuenta; otras, no somos conscientes. Cada vez que nos movemos en una dirección, cambiamos el curso de otra vida. No vivimos en una burbuja. Hoy, donde antes había muerte, hay vida. Antes había dolor, hoy hay esperanza. Sólo una mujer puede ser el centro del universo. Todo a su debido tiempo. Yo no lo seré. No lo soy. Quizás lo sea. Más bien no. El mundo no gira a mi alrededor. Lo prefiero así.

El chantaje emocional es la más peligrosa de las armas. Usada debidamente, puede destruir decenas de vidas a lo largo del tiempo. Hay que ser muy hábil para esquivar las balas. Aprenderé alguna vez. Tengo que hacerlo, porque me están volviendo loca. Dice una amiga que acaba de descubrir su poder para cambiar las cosas que están mal en su vida. El problema viene cuando lo que está mal en tu vida son las personas. A ellas no se las puede cambiar si ellas no quieren. Tendré que cambiar yo.

Hace calor y siento que todos los poros de mi cuerpo sudan...

Aquí sigo

El sol brilla con fuerza hoy, a diferencia de días pasados. Anochecerá tarde, aunque cada vez antes a este lado del día de San Juan. La luz no se cuela por mi ventana, no ahora, no por la tarde. Pero fuera hace calor y en casa se nota.
El gato persigue moscas, yo persigo fantasmas. Demasiado tiempo libre (¿demasiado?, ¡eso nunca!), muchas horas para pensar. No escribo. ¿Por qué no escribo? Porque no escribo. No es bloqueo. ¿Desidia? Quizás. Rendición, le llamo yo.
La gente pasa y se va. Algunos se quedan un rato, pero al final marchan. Yo también. Como decía algún poeta, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Tengo que leer más poesía. No la entiendo. No sé disfrutarla. Una pena. Recomendadme algún poeta, anda.
Y aquí sigo, y, a pesar de lo que pueda parecer por el tono de la entrada, estoy feliz, o algo así. La felicidad va a ratos, pasa y se va, como la gente, como las cosas. Mis rutinas son fiables. No me puedo quejar.
Si algún día consiguiera volver a escribir -pero escribir de verdad, no esto-, sería feliz de verdad.