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De lecturas que te llevan a otras, o cómo he acabado yo aquí

Que leer un libro te lleva a otro es algo que toda buena lectora y todo buen lector saben desde hace mucho. Hay por ahí una frase del tipo "leer a Cortazar te hace querer leer a Poe" (o viceversa, soy terrible para las citas) que creo que resume muy bien esa ansiedad que sientes cuando terminas de leer un libro que hace referencia a otro, o cuando investigas un poco sobre un autor o autora y descubres qué lecturas les influenciaron (o, sin más, porque te gusta el tema y quieres profundizar más en él). Cuando leí a Munro sentí curiosidad por Atwood solo porque eran amigas; después de 1984 vino, irremediablemente, Fahrenheit 451. Toni Morrison me hizo sentir curiosidad por la América negra, e Isabel Allende me llevó a Gabriel García Márquez (ahora Allende me da urticaria, pero reconozco que mi adolescencia no hubiera sido la misma sin ella). Incluso El código DaVinci me hizo sentir curiosidad por la teología, no os digo más. Las redes que pueden surgir de un solo libro son infinitas, y el agobio que siento cuando pienso en todo lo que quiero leer y seguramente nunca conseguiré es indescriptible.

Ayer me metí en una librería sin ánimo de comprar nada, solo por ver si había algo que me llamara la atención (para no comprarlo; sí, muy lógico todo), porque últimamente solo veo los bestsellers de siempre y empiezo a hartarme. Por variar mi ruta de todos los fines de semana, me colé un momento en la sección de filosofía y recordé por un instante que me había propuesto leer al menos un libro de no ficción al mes que tuviera que ver con filosofía, pedagogía, educación o cualquier otro tema del millón que me interesan. Me costó treinta segundos desesperarme al ver los títulos y autores de muchos de los libros, no os digo ya nada al ver su precio (ninguno bajaba de veinte eurazos, y me niego a que los herederos de Nietzsche y compañía se lleven mi dinero); calculé que me haría falta otra vida y una lotería de las gordas para conseguir siquiera un mínimo conocimiento sobre filosofía, por no hablar de pedagogía y demás. Y entonces, en la mesa de novedades, vi este libro. Y, por supuesto, no me pude resistir.


Creo que los que os pasáis por aquí con cierta asiduidad ya sabéis que soy capaz de gastarme un dineral en cualquier cosa que lleve el nombre de Harry Potter en el título, pero es que lo que tuve con este libro fue un flechazo descomunal. Ahí estaba yo, buscando una especie de guía de iniciación a la filosofía, cuando de repente me encuentro con una colección de artículos que tratan temas filosóficos desde las páginas de la saga. Acabo de empezarlo y ya tengo una idea muy general sobre las distintas visiones del alma que se han dado a través de la historia de la filosofía (¿qué se llevan los dementores cuando se llevan el alma?, ¿tus recuerdos, tu forma de ser, tu personalidad, tu energía vital?) y me he tragado un artículo muy interesante sobre la dualidad cuerpo/mente de Descartes basándose en la figura de Sirius/Padfoot (me niego a decir Canuto, ¿a quién se le ocurrió traducir Padfoot como Canuto?). No es la lectura más amena que he tenido entre las manos, pero desde luego es una buena manera de sumergirme en los libros de no ficción y leer algo con relativa consistencia para variar (que no digo yo que leer a Julian Barnes no lo sea, pero creo que me he empachado de ficción y necesito un cambio). Mientras tanto, voy haciendo una lista en el móvil de libros que buscar en librerías de viejo y en las secciones baratas de librerías varias, pero creo que he acertado con el punto de partida. Ahora a ver si soy capaz de terminarlo y digerirlo, sobre todo el capítulo dedicado a la redención de Snape, que sabéis que voy a devorar con ansia. 

Un libro lleva a otro, una lectura te anima a querer seguir leyendo. Las conexiones entre ellas a veces son incomprensibles, y tan variadas como las personas que las leen. Por eso me resulta tan crucial y tan importante leer: nunca sabes a qué nuevo puerto te va a llevar. Y este viaje, al igual que los físicos en barco y avión, es lo que nos convierte realmente en humanos y en máquinas de aprender. 

Cinco libros que me gustaría que mis hijos leyeran (si los tuviera)






Javi de Ríos lanzó el otro día en Twitter la idea de escribir un post sobre cinco libros que nos gustaría que nuestros hijos e hijas leyeran, y la idea me hizo gracia. Después de aclarar que lo de los hijos era circunstancial y que lo importante eran los libros, me puse a pensar qué libros de literatura infantil y juvenil me marcaron a mí en mi más tierna infancia, y terminé con una lista tan grande que tuve que comprarme un hacha. Reducirla a cinco me costó un esfuerzo, y no tengo muy claro que haya logrado el objetivo porque la mayoría de ellos no son literatura juvenil como tal, sino clásicos adecuados a los críos, pero allá va mi lista. 
El primero no es un libro, sino una serie, pero creo que ninguna infancia en los ochenta se escapó de la lectura de Los Cinco, de Enid Blyton. Leí pocos, porque yo era más de la competencia americana (la serie que menciono más abajo), pero he de reconocer que los valores y las aventuras sanas de esta pandilla eran de lo mejor que había publicado en nuestro tiempo. Niñas que se comportan como chicos porque no les gusta ser ñoñas (faltaba un chico amanerado, supongo, pero no pidamos milagros), amor por la naturaleza y contar al perro como uno más de la pandilla, cómo no iba a atraer a los millones de niños y niñas que atrajo. No he vuelto a releerlos de adulta y me pregunto si todavía mantiene el gancho que tenía en nuestro tiempo. El otro día un niño de quinto estaba leyendo uno de ellos y me entró una morriña tremenda. 
Los que devoraba uno tras otro sin cesar eran los libros de Los Hollister, la familia perfecta americana en la que todos eran guapos, formales, maravillosos, se iban a la cama a su hora y comían palomitas de maíz con melaza. Los cinco hermanos Hollister me acompañaron durante toda mi infancia, al punto de que mis amigos imaginarios se llamaban Pete, Pam, Ricky y Holly dependiendo de mi humor (Sue no, Sue era muy pequeña y no me hacía mucha gracia); yo estaba convencida de que era la única que leía aquellos libros y me llevé un disgusto del quince cuando oí a una librera recomendarlos a una señora que buscaba libros para su sobrino porque “estos gustan mucho, se venden muy bien”. Con los Hollister aprendí el valor de la amistad, la diferencia entre ser travieso y ser malo (o sea, un Ricky Hollister o un Joey Brill), que a una casa abandonada nunca hay que entrar solo y que en Estados Unidos se cambian el tenedor de mano cuando cortan el filete para llevárselo a la boca con la derecha. También que las madres abrazan a sus hijos y los padres solo les dan palmaditas en los hombros, y que las chicas no pueden ir solas a hacer recados de noche y siempre tienen que ir con su hermano mayor. Aún así, los recomendaría a cualquier niño o niña de nueve o diez años a quien le gusten los misterios sin toque de terror. Estoy convencida de que mi afición a la novela negra viene de ahí. 

Fuera ya de la literatura escrita con niños y niñas en mente, un libro que aún recuerdo (aunque no lo leí entero porque nos daban capítulos sueltos en clase y nunca tuve el libro completo en la mano) es El Camino, de Miguel Delibes. Todavía puedo citar frases enteras, quizás porque después, como profesora, he encontrado fragmentos en los libros de lengua, y me parece una pequeña joya literaria asequible que cualquier prepúber con afición a la lectura puede entender y disfrutar sin problemas. A mí me gustaba sobre todo el vocabulario que tenía, porque los personajes utilizaban palabras que yo había oído usar a mis abuelos pero nunca a la gente de mi alrededor. Si hay un clásico de la literatura castellana que se adapte bien a la infancia es éste.
Y otros dos clásicos que pueden hacer las delicias de los adolescentes (siempre y cuando se les venda bien, y no como me los vendieron a mí, “leed esto para el mes que viene y haced un trabajo de X páginas, y no se os ocurra ver la película”) son El guardián entre el centeno y El señor de las moscas. El primero, para mí, es la definición perfecta de la adolescencia, de ese momento de tu vida en el que no tienes ni idea de lo que estás sintiendo ni cómo explicarlo, y me gusta tanto que estoy dispuesta hasta a ignorar el toque misógino que destila a ratos. La historia de un crío que huye de todo, que quiere afecto y no sabe dónde encontrarlo, que tiene una familia pero no se siente comprendido, que aún es un niño pero niega serlo. No sé si está en el currículum de secundaria, y si así es yo lo sacaría de él. Éste es un libro que tener por casa, que ver ahí presente, siempre, al alcance de la mano para cuando a uno le apetezca leerlo, que puede ser a los quince o a los treinta y cinco. Mi copia tiene tantos párrafos subrayados y páginas marcadas que dudo que sea legible. Con cada lectura descubro algo nuevo.

El señor de las moscas, por su parte, es el libro de aventuras perfecto. Nada de Robinson Crusoe y su mejor amigo Viernes, nada de idílicos paisajes, sino un grupo de adolescentes solos en una isla desierta luchando por sobrevivir y sacando sus verdaderos colores al poco de llegar. Otro de esos libros que no fue escrito para adolescentes y que tiene una lectura mucho más profunda que la de una aventura en una isla desierta, y que no por ello deja de enganchar a un nivel superficial. La lucha entre el bien y el mal, la muerte de inocentes, la maldad en su versión más salvaje. ¿A qué adolescente no le gustan las aventuras? Eso sí, que nadie les haga hacer uno de esos trabajos de “dime el tema del libro y resúmelo en veinte líneas”, por favor. Cuánto daño se ha hecho a los grandes libros en la clase de literatura, madre. 

Hasta aquí mis cinco, que ya digo que podrían ser muchos más pero se trataba de elegir cinco. Yo disfruté como una enana con La Regenta a mis tiernos quince años, pero reconozcámoslo, no es muy normal y no es un libro que recomendaría a un adolescente. Me dejo uno de mis favoritos en literatura infantil-juvenil por ser demasiado obvio y porque cualquiera de los que visita este blog o me conoce sabe que sería el primero en recomendar. Los libros de Harry Potter pasarán a la historia por haber revitalizado la literatura juvenil y por haber animado a muchos niños y niñas a coger un libro cuando lo que ellos preferían hacer era ver la tele o jugar con la Wii, aunque solo fuera por leer lo que todo el mundo estaba leyendo y no quedarse fuera de onda. JK Rowling devolvió la magia a la literatura y consiguió que miles de chavales dejaran al niño mago y cogieran otros libros que jamás hubieran tocado de no haber empezado con Harry. Solo por eso, ya merece mención aparte. 

De cine

Ayer fui, por fin, a ver la última película de Harry Potter. Iba sin ninguna expectativa, porque me habían jodido las tres anteriores y no esperaba que hicieran milagros. Sólo había una frase que quería que mantuvieran, algo que dice Snape al final: no me llames cobarde. Si la metían, perdonaría todas las burradas que pudieran cometer en la historia y las escenas inventadas (que no entiendo por qué tuvieron que meter tanta escena que no está en el libro en una película de dos horas y media, pero en fin). Si no la metían, me iba a cabrear muy seriamente. Y sabía que no la iban a meter, porque era hilar muy fino con un personaje al que todo el mundo tiene manía y que sólo era importante para sus fans más acérrimos.

Por supuesto, no la metieron.

Pero no me cabreé.

Lo cierto es que es la película que más me ha gustado, si exceptuamos, quizás, la primera por eso de ser la novedad (aunque la he visto tantas veces que ya ha perdido la magia). Pero esta me gustó. Respetaron la historia, las escenas inventadas no desentonaban y tuvo momentos muy divertidos. Quizás se les fue la mano con el amor adolescente, y, como siempre, desaprovecharon inmensamente al actor que hace de Neville Longbottom, al mismísimo Draco Malfoy y, cómo no, a mi Alan, aunque he de reconocer que en esta película tiene mucha más presencia que en las anteriores. Pero me gustó. Será, quizás que estoy dejando de ser tan freaky, que hace tiempo que no me releo los libros, o que simplemente ya me he cansado de Harry Potter. Sí, puede que sea eso. Son muchos los años con la misma obsesión.

Esta película me ha dado esperanzas para las dos que quedan. Quizás hagan justicia al libro más épico de la saga, quién sabe. Ya sé que las dos frases que quiero que guarden no van a aparecer (adivinad quién las dice), porque si con la anterior me parecía que hilaban fino, con "always" y "look at me" ya ni te cuento, pero al menos espero que dejen el capítulo del príncipe intacto y cuenten la historia de Snape sin saltarse nada. Harían un flaco favor a la película si no lo hicieran.

O eso creo yo. Pero, claro, yo no soy juez imparcial.

Se acerca...

¡Ay, qué ganas tengo de ver esta peli, madre! Aunque la hayan retrasado, aunque no se parezca en nada al libro, parece que han mantenido la única, ÚNICA escena que yo considero fundamental...



Ahora solo espero que el "fight back, you coward!" se lo esté diciendo a Snape, porque sino va a ir a ver la peli Rita la Cantaora...

Encefalograma plano

Ya han empezado los exámenes. Mi día se reduce a estudiar, estudiar y estudiar otro poco: de casa a la biblioteca, de la biblioteca a casa, de casa al examen. Así, toda la semana.
Como os imaginaréis, no tengo la cabeza para informaciones serias. La neurona me da lo justo para pasearme por vuestros blogs de puntillas, sin hacer ruido ni dejar comentarios, y absorver informaciones inútiles. Mi cerebro está lleno de oraciones subordinadas sustantivas en posición de complemento de régimen preposicional, poetas metafísicos, pidgins y el renacimiento americano, así que a lo más que llego es a dejar que fotos como esta me llamen la atención:



Por más rebote que tenga porque todo apunta a que se van a cargar uno de mis libros favoritos de la serie (a quién voy a engañar, me gustan todos) dejando fuera la boda de Bill y Fleur, los Gaunt e, incluso, a Trawloney, me muero de ganas por ver esta escena. Dos de mis personajes favoritos en los libros y, con creces, los mejores actores de la película (Tom Felton es el mejor de los "peques", el único que era actor de verdad antes de empezar la serie, y eso se nota).
Pues eso. Que acabo de empezar y ya estoy cansada.
Vuelvo a estudiar.

Va de idolos



Si mañana me dieran la oportunidad de conocer a cualquier persona, sin ninguna duda elegiría J.K. Rowling. Sí, de verdad, no miento, incluso antes que a Alan Rickman o a Hugh Grant (a este último no pediría conocerle nunca, se me caería un ídolo) querría conocer a Joanne. Y no porque haya escrito uno de mis libros favoritos (como ella, yo considero toda la serie una unidad en la que voy descubriendo cosas nuevas con cada nueva lectura), sino por lo bellísima persona que es. Cuanto más leo sobre ella, mejor me cae. Sus opiniones sobre los fundamentalistas cristianos que piden la quema de sus libros sin haberlos leído, siendo ella creyente y habiendo bautizado a sus hijos; el puntazo de incluir un personaje gay y lograr que su sexualidad no le definiera (Sirius Black también podría haber sido gay, ¿no?; no se le menciona ninguna novia ni que le gustara nadie en la escuela); su lucha contra la depresión y el hecho de que no le avergüence hablar de ello; el que dedique un porcentaje de su fortuna a causas benéficas; que se moje a la hora de hablar de política, de anorexia, de problemas sociales... Me gusta esta mujer. Y el hecho de que sea una de las mayores fortunas del mundo, que tenga una casa que parece un castillo y que se compre zapatos de miles de libras a pares (ja, ja) no va a cambiar mi impresión.

Curioso, sin embargo, que el personaje de los libros que menos me gusta sea Harry, el único que, precisamente, tiene mucho de la autora. Los detalles del chaval que menos me gustan son los que ella misma ha dicho que la definen, con lo que, supongo, nunca podríamos llegar a ser íntimas amigas. Ni falta que hace, tampoco: me encantaría poder darle la mano, felicitarla por su trabajo y pedirle que ruegue a los guionistas de las películas que quedan que no las fusilen como fusilaron la tercera.

O, ya puestos, que me contraten a mí, que puedo recitar partes enteras de los libros y le haría una adaptación monísima. Lo único que la séptima se iba a llamar "Severus Snape and that highly annoying Potter boy". Detalles, vamos...

(Os iba a poner un link a su última entrevista, pero por algún motivo no funciona -seguro que el motivo es que lo estoy haciendo mal, pero bueno, qué le vamos a hacer, si con un encantamiento valiera seguro que lo hacía funcionar-. Si queréis leer alguna de sus entrevistas, www.mugglenet.com tiene muchas.)

Otros mundos...

¡Ay, lo que me he podido reír! ¡Cómo se aburre la gente (y cómo me lo paso yo buscando chorradas de estas)! A ver si consigo poner un vídeo que he encontrado, que es la primera vez que lo hago.



Y este ya se sale...

Harry Potter: La historia



AVISO: Probablemente me cargue la historia, así que, si no habéis leído alguno de los libros y tenéis intención de hacerlo, no seguiría. No digáis luego que no os he avisado...


Harry Potter no es una historia original. J.K. Rowling no ha tenido que inventar un tema que no existiera; la serie cuenta, simplemente, la eterna lucha entre el bien y el mal que ha inundado páginas y páginas de la literatura universal. Las comparaciones con El Señor de los Anillos (Dumbledore y Gandalf podrían ser gemelos, y Voldemort es poco más que un ojo hasta el sexto libro), La Guerra de las Galaxias (hasta usa terminología parecida, como lo del lado oscuro) y la leyenda del rey Arturo (los Weasleys tienen nombres directamente relacionados con ella: Arturo, Ginebra, Percival,...) son obvias, pero son sólo unas pocas de las que se pueden hacer: el síndrome Bambi, con toda figura paternal muriendo (a excepción de Arthur Weasley, que, en palabras de la autora, se salvó porque le cogió cariño pero iba a caer en el quinto); el niño huérfano, el castillo de cuento de hadas, los malos malísimos y los buenos buenísimos... Hasta las criaturas que pueblan las páginas del libro han sido sacadas de la mitología universal. ¿A qué viene tanto entusiasmo con el libro, entonces?
Que hasta ahora, sólo una autora ha sabido poner decenas de historias contadas mil y una vez en una sola y lograr que su historia fluya con una fluidez que la convierte en nueva. Y sólo Rowling ha sabido acertar con la universalidad de esos temas, escogiendo los que más tocan la fibra sensible de los lectores, logrando que, de una u otra manera, todo el que lea el libro se sienta identificado en algún punto. Y lo ha hecho sin que se note, convenciéndonos de que es un libro nuevo cuando en realidad es algo que llevamos leyendo toda nuestra vida.
Me considero una "potteróloga" de primer orden, rozando incluso la obsesión -sobre todo en épocas estivales, como ahora, donde las horas muertas abundan-. Admito que, como mucha gente, ignoré la serie durante un tiempo por considerarla una mera historia para niños. Mis compañeros de piso en King City insistían en que me iba a gustar y terminé accediendo a ver la primera película. El enganche fue instantáneo y absoluto; me leí los tres libros que habían salido hasta entonces en poco más de un mes y empecé a comprarme los audiobooks (una forma estupenda de practicar listening en inglés, por cierto). Cada vez que salía un libro nuevo, lo leía una vez con ansiedad y una segunda con tranquilidad, y después escuchaba todos los libros anteriores y me maravillaba ante la habilidad de Rowling de plantar pistas y personajes en los primeros libros que eran de gran importancia en los siguientes, haciéndote chasquear los dedos con un "¡claro, qué tonta, cómo no me di cuenta!". Lo mejor de todo era el enigma, el qué habrá querido decir con eso, el de qué parte estará realmente Snape, el qué pasa con la tía Petunia... Ahora ya no hay más enigmas, aunque leer una entrevista con Jo significa seguir encontrando matices nuevos a información que ya tenías, cosa que me encanta (por ejemplo, ¿alguien sabe qué era el ser que lloraba mientras Harry hablaba con Dumbledore cuando estaba "muerto"? Era el trozo de alma de Voldemort que habitaba en Harry).
Las mayores virtudes de esta historia, en mi opinión, son dos: haber utilizado temas universales de manera magistral y haber sabido dosificar la información de manera que sólo se crearan más preguntas, en lugar de responder las antiguas. Incluso hoy, después de haberme leído el séptimo dos veces y haber escuchado el primer y segundo libro (¡he encontrado un gazapo!, en el segundo libro se dice que los ojos de Ginny son verdes y en el séptimo marrones), todavía me quedan preguntas que me encantaría hacer a la autora.
Sobre todo una: ¿por qué tuviste que matar a Snape y a Sirius? ¡Mala, mala, mala!