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Mi pequeño homenaje

2016 no empieza bien, no señor. Enero no ha traído todavía las nieves que todo lo curan y que prometen año de bienes; no ha traído la tan ansiada lotería, no ha traído el moreno de ojos verdes que espero todos los años por Reyes, y de salud andamos más bien justas. Pero eso no es lo peor. Si 2016 no trajera nada, se lo podría perdonar. Lo que no le perdono es lo que se está llevando.

Mi pequeña tragedia empezó ayer (sí, ayer, 13 de enero, y no el diez con la muerte de Bowie; no le deseo mal a nadie, el hombre me caía bien, pero la verdad es que su música me la trae al pairo y su muerte no me ha afectado lo más mínimo). Como todos los miércoles me fui a clase de alemán por la tarde, y al salir me encontré con un montón de mensajes y llamadas perdidas de mi hermano. La perrita de la familia (y digo perrita por no decir "la perra de la familia", que parece que estoy insultando a alguien, pero el bicho pesaba cincuenta kilos y de "perrita" nada) estaba muy mal, no tenía cura y la veterinaria aconsejaba encarecidamente acabar con su sufrimiento. Para cuando pude llamar a mi hermano, Itzel, un pastor vasco de trece años, ya ni sufría ni padecía, y la familia había perdido a su miembro más cariñoso. Se me quedó cara de idiota, por más que la chucha no viviera conmigo, y hoy mis sueños han estado plagados de recuerdos de cuando era un cachorro y pesadillas sobre sus últimos meses. Tenía un tumor en el bazo que reventó ayer. Nosotros no lo sabíamos; pienso en cuánto dolor debió sufrir y en qué silencio se mantuvo, sin una queja ni un mal gesto, siempre contenta de vernos. No creo en dios ni en el cielo, y me da rabia, porque me gustaría pensar que Itzel está correteando entre nubes de algodón con toda una jauría de perros a su alrededor. Ya no sufre. Es poco consuelo, pero algo ayuda.

Hoy he ido con el humor torcido a trabajar, porque entre las pesadillas y el disgusto no he dormido bien. Tenía toda la intención de echarme una siesta al mediodía, antes de enfrentar las clases de la tarde, pero hoy no ha podido ser. Mientras comía con la compañía de la quincuagésima reposición de Anatomía de Grey en la pantalla del televisor, he cometido el grave error de echar un vistazo a Twitter en el móvil. Y ahí me he llevado el disgusto de mi vida, tanto que la comida me ha dado una vuelta en el estómago y he sentido el corazón en el cuello por un momento. He leído que se ha muerto. La Voz, así, con mayúsculas; el Actor, ese que está (estaba, ¡ay!, estaba) a diez mil millones de años luz de cualquier otro actor, ese cuya sola presencia da caché a una película o a una obra de teatro; él, el único, el incomparable, el gran actor secundario, Alan Rickman, ha dejado este mundo a los sesenta y nueve años víctima de un cáncer. Y a mí el mundo se me ha hecho un poco más pequeño, y he estado a punto de echarme a llorar, y si no lo he hecho ha sido por la vergüenza de llorar por alguien a quien nunca he conocido y cuya falta no me va a afectar en absoluto.

He corrido a Internet esperando que fuera un bulo, uno de esos que rondan la red de vez en cuando (¿cuántas veces al año muere Morgan Freeman?), pero en el fondo sabía que era verdad. Me he pasado media hora navegando sin ton ni son, releyendo la misma noticia una y otra vez (¿sabíais que se casó hace apenas tres años con la que ha sido su novia desde los dieciocho?, ¿que estaba promocionando una película?, ¿que era más cotizado como actor de teatro que de cine?; yo sí, pero hoy lo he vuelto a saber), hasta que al final he encontrado (reencontrado, mejor dicho) un vídeo de hace apenas seis meses donde se puede ver un atisbo de Alan Rickman el hombre, no el actor. Ya estaba enfermo, pero seguía promocionando la película. Meses y meses viajando de un lado a otro (hay fotos de Australia, Nueva York, Londres), y no puedo evitar preguntarme si sabía que estaba en las últimas. No he visto ninguna foto suya después del verano, creo. Ha escondido bien su enfermedad. Yo, que sigo sus noticias cual prepúber a Justin Bieber, no sabía que estaba enfermo. Quizás por eso su muerte me ha caído como un jarro de agua fría. Qué disgusto. Y qué tonta me siento.



Itzel y Alan, Alan e Itzel. Un perro y un actor lejano. Muchos dirán que me quejo por nada, que vaya pérdidas, que son tonterías. Yo también lo digo. Soy muy consciente de que podía haber sido peor, mucho, mucho peor. Pero lo digo con la boca pequeña, porque ahora mismo me arden los ojos al pensar que no voy a volver a ver a Itzel, y se me hace un nudo en la garganta porque Alan no va a cumplir una de las frases que más se han citado esta tarde: "When I'm 80 years old and sitting in my rocking chair, I'll be reading Harry Potter. And my family will say to me, 'After all this time?' And I will say 'Always'".

Y afuera llueve.

21 de febrero

Me he levantado yo hoy con cuerpo extraño, y mira que eso es raro teniendo como he tenido un puente de cuatro días. No era sueño, no era malestar de estómago, no era migraña, no eran ninguno de los males comunes que me acechan de vez en cuando. Era una sensación extraña, como de que hoy era un día importante, pero sin que fuera nada urgente.

He seguido con mis rutinas. La primera hora del día es siempre para la escritura, sea laboral o festivo, y si pueden ser dos horas mejor (menos los domingos, que no sé por qué no consigo sentarme a escribir; será que el cerebro necesita recargar baterías). Después he preparado materiales para un curso que estoy dando y he bajado a comprar con todas las marujas del barrio antes de comer (de lo que la cajera del súper, muy atenta ella, se ha coscado: "uy, qué raro, moza, tú aquí por la mañana". Me encanta lo de moza. Ahora ya todo el mundo me llama señora). Tras leer un buen rato y coser otro tanto, que para algo estoy de fiesta y es el último día de asueto hasta Semana Santa, me he dado cuenta de que mi malestar continuaba. ¿Qué será, será?

Y entonces me ha venido a la cabeza un malestar similar de no hace mucho. Un malestar que se tradujo en un "se me olvida algo importante" cuando me metí en la cama y un grito a las cuatro de la mañana cuando me di cuenta de que me había olvidado del cumpleaños de una amiga. Tate, va a ser eso: se me olvida un cumpleaños, me he dicho.

Un cumpleaños, un cumpleaños... EL CUMPLEAÑOS. El único, verdadero y... único (sí, me repito) cumpleaños.



Mi Snape, mi Alan, la Voz, el Hombre. Happy birthday, Mr. Rickman.

Cosas de cine y un sábado tranquilo.


Creo que me van a quitar el carné de gafapasta: he visto Blade Runner y no me ha gustado. Aparte de que sabía cómo iba a acabar en el minuto diez de la película, no podía dejar de reírme por la visión futurista de la historia. Sí, mucho coche volador y mucha cabina telefónica con videoconferencia, pero no fueron capaces de "inventar" el móvil, internet o los periódicos digitales. Y parece ser que en 2019, Los Ángeles va a estar lleno de chinos. Qué cosas, oye.


Sandra Bullock se ha separado de su marido. Mecachis... Con lo que me gusta a mí esta chica y lo majo que me parecía su Jesse James (no me digáis que no es el nombre ideal para un mecánico de coches, por muy televisivo que sea). Pues ahora resulta que el tonto del culo se ha liado con una modelo, o eso dicen. Y la Bullock, como cabía esperar, le ha mandado a la mierda; bueno, más bien se ha ido ella. Ya me pareció a mí raro que no diera un morreo a su maridín cuando recogió el Oscar, con lo enamoradísima que estaba al principio. Yo de mayor quiero ser Sandra Bullock. Monísima, majísima y graciosísima. Estupendísima de la muerte.


Hay como cinco nuevas películas de Alan Rickman que todavía no he visto. Si a esas les sumamos todas las viejas que no consigo encontrar porque son demasiado raras, podría pasarme un mes viendo una película suya al día. Ay. Suspiro.


No he visto la última de Hugh Grant. No me gusta cuando participa en comedias americanas, prefiero las inglesas, aunque Sarah Jessica Parker me es simpática. Intenté verle una vez en una de Woody Allen y la tuve que quitar. "Two weeks notice" sí mola, pero ahí el mérito es de Sandra. Si es que ya digo yo, que la Bullock es mucha Bullock. Que sí, que sí, que merece la pena. De hecho, creo que me la voy a volver a ver esta tarde. Eso, o estudio alemán.



(saltad al minuto 4:38 para mi escena favorita)

Vamos, que voy a ver una película.

No me puedo creer que se me haya olvidado.

No entiendo cómo ha pasado.

No sé en qué estaba pensando.

Creo que voy a ir al médico a mirármelo, a ver si va a ser grave.

Ayer ni me acorde. Y hoy tampoco me hubiera dado cuenta si no llega a ser por un post en un blog.

Ayer fue veintiuno de febrero. Ayer, hace sesenta y cuatro años, nació Alan Rickman. Y a mí se me ha olvidado su cumpleaños.

(Le dejo que me dé un par de cachetes por mala. Hala, qué guarrona me estoy volviendo.)

Feliz San Valentín.

Hoy he tenido un día de lo más ocupado. Señor, que veinticuatro horas no dan para nada, leñe, a ver cuándo inventan el día de cuarenta y ocho. O, al menos, que hagan de San Valentín una fiesta que dure una semana.


Nada más levantarme me he encontrado con un mensaje de Hugh en el contestador. "Nos vemos esta tarde, preciosa, ponte la minifalda que tanto me gusta". Sí, hombre, con el frío que hace hoy, me he dicho, y he borrado el mensaje. Él, insistente, ha llamado tres veces más, pero después de mandarle a la porra en la primera llamada he dejado de contestar. Él ha terminado dándose por vencido y se ha ido de putas. Igualito que el año pasado.

Después de desayunar he sacado la agenda y he empezado a organizar mi día.



A las diez, café con pastas con Robert. Por suerte, aún no le ha dado por el té por muy inglés que se haya vuelto últimamente.



A las doce, paseo romántico por el parque de Arriaga (antes de que se lo carguen para hacer la maldita estación de autobuses) con Colin.



A las dos, comida con Ewan, que salía ya mismo con la moto a vaya usted a saber dónde.



A las cinco, una cervecita con el bueno de Ben, a quien he tenido que hacer un hueco de última hora.



Y dentro de media hora, cena a la luz de las velas con mi Alan, quién si no, que ha tenido la santa paciencia de aguantar a mis otras citas y ha sido tan amable de mandar a la mierda a Hugh de mi parte.

Feliz San Valentín a todos, y a ver si el año que viene me organizo mejor.

El junquillo de Snape

He caído en la red. En la red de Facebook, quiero decir. Todavía no he picado con Twitter, ni Tuenti, ni cosas de estas, pero todo se andará. De momento, me entretengo con el Facebook.

Una de las cosas que primero hice cuando entré fue hacerme admiradora de Alan Rickman, por supuesto. Aunque el grupo tiene su foto en primera plana y hay uno que escribe que se llama "Alan Rickman", empiezo a sospechar que no es el verdadero y que las veinte mil y pico personas que le admiramos estamos en realidad admirando a un becerro de oro, pero eso es harina de otro costal. Ayer me llegó un mensaje del grupo, en inglés, francés y castellano. Leí por encima en la versión inglesa algo sobre la fundación de un club de fans europeo y no sé qué de una donación. Yo, que soy vasca y atea pero podría haber sido catalana y devota de la Virgen del Puño perfectamente, desconecté cuando vi la palabra "donación" y empecé a echar un vistazo a las traducciones en francés y castellano, tarea harto inútil porque no hablo ni pimienta de francés. Pero en la de castellano, que parecía hecha por un sudamericano por los términos tan curiosos que había, me llamó la atención una frase al final:

"Quien haga la donación más grande, se llevará una réplica del junquillo de Snape".

¿Junquillo?, pensé yo en mi desesperación. ¿Me está diciendo que Snape la tiene pequeña? En ninguna de las entrevistas que yo he leído de J.K. Rowling se asevera una cosa así, pero igual se me ha escapado algo.

Y entonces volé con el ratón a la versión inglesa, pensando en cuánto sería una donación decente para conseguir el junquillo de Snape, o sea, de Alan Rickman, y leí el último párrafo con el corazón en un puño: a replica of the WAND of Severus Snape. Wand. Varita. Nada de junquillos.

Ya me veía yo con el junquillo de Snape en una vitrina... Mi gozo en un pozo, oye.

Happy birthday, Mr. Rickman


De perfecto gentleman inglés.


De malo, malote.


De bellísimo ser humano.


De ñoño, ñoñísimo y hasta un poco cargante.


De cabrón encantador que consigue hacerse perdonar.


De personaje histórico.

Pero es que, claro, 63 años dan para esto y mucho más...

/k/ no es /g/

El sonido /k/ en inglés es un sonido sordo, velar y plosivo. El sonido /g/, sin embargo, es sonoro, aunque el resto de sus características sean iguales. Os daréis cuenta de que no es lo mismo decir "gato" que "cato"; a nuestros oídos, la diferencia es obvia.

Entonces, ¿por qué, oh, por qué, llega gente a este blog buscando a Alan RIGMAN? ¿Tan difícil es escribir bien su nombre? Hasta entendería que se confundieran o se les escapara el dedo y escribieran Ricman, o Rickman, aunque Riqman ya me parece un poco demasiado, ¿pero Rigman? Ya sé que que su nombre completo, Alan Sidney Patrick Rickman (y fijaos que he escrito Patrick, y no Patrig), no es algo del dominio público, pero algo tan sencillo como Rickman...

Un respeto, hombre, que con ciertos temas no se juega. Y con las cosas de comer (ñam, ñam) tampoco.

Sin nada que decir

Verano, nada que decir, mucho tiempo libre... Y a una le da por mirar viejas páginas de You Tube.

Ya sé que dije que no iba a odiar más, pero ahora mismo a esta mujer le tengo algo de manía. No sé por qué será.



Por cierto, yo así también bailo: el tío se queda quieto y deja que la otra gire a su alrededor. No te jode... (aunque supongo que bastante hace a sus sesenta y cuatro, el pobre).

Solución


No era tan difícil, ¿no? Menos aún para los que os habéis pasado por aquí alguna vez antes.
(Para el que no lo identifique -ejem, aparte de cadena perpetua-, es Alan Rickman guiñando(me) un ojo. Y el Monstruo acaba de darse cuenta de lo mal que está.)

La vida

El otro día, no sé a cuento de qué, les pregunté a los críos si ellos eran optimistas o pesimistas (supongo que estaríamos trabajando el significado de las palabras) y, aunque la mayoría me contestaron sin pensar, hubo alguna respuesta que me llamó la atención. Una cría me dijo: "Yo me levanto muy optimista por las mañanas, pero es que luego... No sé... Empieza el día y se jode todo. Llega la vida, supongo". Que una niña de doce años sintiera el peso de la vida de semejante manera me dejó helada.
Y eso es un poco lo que me ha pasado a mí esta semana. Empecé el lunes con unas ganas terribles de hacer cosas; tenía las pilas cargadísimas, ganas de estudiar, de ver a mis alumnos, de probar con ellos un par de ideas nuevas de esas que se te ocurren cuando tienes la mente descargada, de escribir, de comentar el viaje en el blog... Y poco a poco me he ido descargando, hasta que hoy me he obligado, literalmente, a sentarme delante del ordenador y escribir algo (porque hoy es jueves, ¿os habéis fijado en que tengo una pauta involuntaria de escribir los jueves y los domingos?). Pero no voy a hablaros de Brighton, que seguro que todos conocéis o habéis oído hablar de él, ni de Canterbury (qué bonito, qué bonito), ni del castillo de Arundel (parecía una vulgar estadounidense, boquiabierta ante un castillo, pero es que ¡pedazo de castillo!), ni del hecho de que haya aprendido a cruzar la calle en Inglaterra (no, a conducir no, a cruzar la calle, que después de casi morir atropellada dos veces tiene mucho mérito).

Os voy a hablar de otra de mis obsesiones, esta ya antigua pero que amenaza con volver. Es este señor de la foto, Robert Downey Jr., por el que me dio casi tan fuerte (pero sólo casi) como me ha dado ahora por Alan Rickman cuando empezó a trabajar en Ally MacBeal. Me gustaba, como buen ser insustancial y superficial que soy, por lo guapo que me parecía con esa cara de niño travieso y esa sonrisita que hacía que todo se lo perdonaras, y luego me gustaba porque me daba la sensación de que él necesitaba que a mí me gustara (qué mal suena, pero es mucho más sencillo que un egocentrismo sumo), con todos sus problemones con las drogas y la cárcel y ese rostro de Calimero-nadie me quiere que me derretía. Aunque, la verdad, ya hay que ser tonto, coño, y tener muy mala suerte -permitidme que le llame mala suerte, aunque sé que se lo buscó él mismo- para que te pille la poli cuatro veces haciendo una de las tuyas, ¡que hasta se metió en casa de un vecino a dormir porque no encontraba su casa del pedo que llevaba!
Pero ahora está limpio, y lleva así mucho tiempo, parece ser que gracias a su segunda mujer, que lo tiene sujeto y bien sujeto y le ha dicho que a la mínima, puerta. Una pena que su hijo no fuera suficiente motivación para mantenerse sobrio, aunque ya se sabe que tiran más dos tetas que dos carretas, o que tu hijo, por más que lleve su nombre tatuado en el brazo y lo adore, por lo que dice (pero bien que lo dejó con la nanny para ir a pillar drogas). Y ahora, limpito cual patena, se nos planta en la pantalla haciendo de super héroe, el majetón de él. Y qué queréis que os diga, no creo que vaya a verla al cine, pero que me pillaré la peli lo tengo muy claro, porque aparte de guapo este señor me parece un actor estupendo (y me derrite su sonrisa, para qué nos vamos a engañar), y va a merecer la pena admirar los pectorales que se ha echado de tanto ejercitarse para la película.

Y hablando de actorazos y volviendo a mi obsesión de siempre, ¿os podéis creer que en Inglaterra no tienen, NO TIENEN, canal Alan Rickman? Yo pensaba que iba a estar la BBC, la ITV, la Qué Sé Yo y el Alan Rickman Channel, ese donde te ponen las tropecientas películas de este señor tan estupendo que tiene la edad de mi padre pero no su fachada, y le cambian los finales a Robin Hood y Jungla de Cristal para que por una vez no muera el malo, leñe, que ya les vale. Conseguí ver, eso sí, tres segundos de él en las noticias. Resulta que había ido a un funeral al que también asistió Jude Law y, no os lo perdáis, Jude Law leyó un poema. ¡En una sala en la que estaba Alan Rickman, leyó alguien que no era él! Qué poca vergüenza hay que tener. O qué ego. O qué gran autoestima. No, me quedo con poca vergüenza.
Si no fuera porque sé que Alan es republicano, le nominaba para Sir hoy mismo. Uy, no, que se me han adelantado...

Gracias por nada, guiñoles

Pongo hoy la tele y me encuentro con los guiñoles de la cuatro, la versión resumida de lo que echan luego en Eva Hache, que es a donde os mando con el link. Parodia de Sweeney Todd, el barbero de la calle Fleet (o algo así), con mi queridísimo Jhonny Depp y mi no menos querido Alan Rickman.
Y ahí me empieza a dar.
En el papel de Jhonny... Gallardón.
(El corazón me palpita más rápido. Tengo sudoraciones. Me tiemblan las manos.)
En el papel de Alan...
(¡¡¡¡ARGH!!!! ¡¡OXÍGENO!! ¡¡EPINEFRINA!! ¡¡DEFRIBILADOR!! ¡¡ME MUEROOOOOOO!!)
Mariano Rajoy.

piiii, piiii, piiii, piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

RIP

En la biblioteca

Entro en la biblioteca todo lo silenciosamente que puedo y, como todos los días, la cremallera de mi abrigo golpea los estantes de metal, mi bolso hace temblar toda la hilera de sillas cuando lo dejo caer junto a mí y la cremallera del estuche parece un rugido de león en el silencio de la sala. Sólo hay dos personas más conmigo; los exámenes han acabado y nadie tiene ganas de empezar con el nuevo cuatrimestre, yo la que menos, pero si no lo hago me pillará el toro como siempre. Además, estudiar a Shakespeare no es estudiar, sino un placer.
Cuando por fin consigo sentarme sin que venga el encargado a echarme la bronca por ruidosa, me doy cuenta de que el chaval que tengo delante (¿se sigue siendo chaval pasados los treinta o tengo que empezar a decir hombre?) ha estado observándome y aparta la vista en cuanto yo levanto la mía. Me suena su cara, y por un segundo imagino que es de tanto verlo en la biblioteca. Pero no, no, no es que me suene, es que le conozco. Sé que he hablado con él, y en euskera además, lo que le sitúa en mi época tardía de instituto (cuando me empecé a dar cuenta de lo que significaba tener una lengua), pero no puedo ponerle un nombre. Da igual. Abro el libro y empiezo a leer lo que la crítica feminista opina de Richard II.
Pero no da igual, no puedo concentrarme hasta que no recuerde su nombre. Piensa, Ruth, piensa. Una anécdota, un sucedido, una frase. Y entonces viene a mí, como siempre vienen estas cosas, como si siempre hubieran estado en tu mente y sólo hubieran estado esperando que tú las reclamaras. Y le veo señalándome, riéndose de mí por el tamaño de mis gafas, lo pasado de moda de mi ropa, llamándome cosas que había olvidado que me llamaban, haciéndome burla desde el otro lado de la acera. Sigo sin recordar su nombre, pero le recuerdo a él. Vaya si le recuerdo.
Levanto de nuevo la vista. Él sigue con los ojos fijos en sus folios llenos de gráficos y números. Me muestra lo alto de la cabeza, todo inclinado sobre sus apuntes, y veo un repecho perfectamente redondo libre de pelo en plena coronilla. Sus entradas también son de juzgado de guardia, y no me extraña, vista la manera que tiene de tirarse de los pelos mientras estudia. Las gafas de culo de vaso, de pasta marrón y muy pasadas de moda (¿no son las mismas que llevaba hace casi veinte años?), no consiguen disimular ni las bolsas bajo los ojos ni la mirada cansada y algo desesperada. No me mira, pero sabe que yo le observo porque sus ojos no se mueven sobre el papel. Sonrío.
Recojo mi abrigo -de marca, comprado este año, aunque eso no importa-, me cuelgo el bolso al hombro -de marca también, y no lo compré en rebajas, aunque sigue sin importar-, cargo mis libros -de la carrera que estudio porque quiero, porque puedo, porque me gusta- y salgo de la sala con paso que sé elegante, tentada, pero que muy tentada, de darle una colleja en ese principio de calvicie en plena coronilla que le ha llegado antes de los treinta y cinco...


P.D: No me olvido. 21 de febrero:
-Bonito eclipse.
-Harry hablará castellano en apenas media hora.
-Happy birthday, Alan Rickman. I truly, madly, deeply hope you have a harry birthday and finish it off with a snowcake. Your die hard fan, Ruth.

A vueltas con la obsesion

Hasta hace un par de días, yo era feliz. Llevaba mi obsesión con dignidad, en secreto, como las hemorroides, sin molestar a nadie y sin que nadie se enterara de que dentro de este cuerpo de treinta y dos años habita una adolescente de quince que sonríe como una tonta y hasta se sonroja cuando el héroe de turno da un beso a la heroína que toca, no te digo ya si el héroe en cuestión es británico y la película está en versión original. Mi simplicidad fetichista era suficiente para sobrellevar mis días; con tener al bueno de Alan como fondo de escritorio me bastaba, y la mayoría de los días conseguía ponerlo en un segundo plano y seguir adelante con mi vida. Hasta diría que me había empachado un poco de él, después de verme todas sus películas en menos de dos meses (y creedme, Alan tiene muchas películas).

Pero no. Tenía que llegar Maritormes y poner esta pedazo de foto de Alan y decir que hay hombres en este universo real y tangible de todos los días (dios mío, hasta las rodillas me tiemblan) que se parecen a él. Y entonces me ha dado el cuarto de hora "pubertilla-acosadora" y, ante la imposibilidad de buscarle por cielo y tierra de manera física -y con su doble no me vale-, me he puesto a buscar toda la información que he podido de él en el mundo cibernético.
Lo primero que he buscado, como buena acosadora, ha sido su dirección, o por lo menos una foto de la fachada de su casa, pero los fans de hoy en día ya no son lo que eran y los muy sosos dicen que no ponen la dirección para proteger la privacidad de su actor favorito (¡ja! ¡Lo que pasa es que no la sabéis, o no queréis competencia haciendo guardia en la puerta!). Así que me he dedicado a buscar otro tipo de información, y como ya me sé su filmografía completa, su canción favorita, el día de su cumpleaños y hasta el número de zapatos que calza, he ido a por su vida amorosa. Porque, ¿alguien ha visto alguna vez a la mujer de Alan Rickman?

Pues hete aquí que Alan no está casado, pero lleva más de treinta años con esta mujer, Rima Horton, una MP (Member of Parliament) del Partido Laborista que, aunque semirretirada, aún está metida en política. Sus fans (los de ella, que también los tiene) dicen que no viven juntos porque ella no se puede marchar del área de Londres que representa (que nadie sufra por ella: vive en Chelsea), aunque yo me imagino que estará empadronada donde la ley le diga que tenga que estar y dormirá todas las noches al lado de este pedazo de hombre, como haría cualquier mujer. Es experta en macroeconomía y está muy metida en asuntos sociales, como buena política de izquierdas, y según todo el mundo lleva muy bien el hecho de que Alan sea un sex symbol y uno de los hombres más deseados de Inglaterra. Ni siquiera le importa que la paren por la calle para pedirle autógrafos de su "marido".
Y cuando la he visto, lo primero que he pensado ha sido: ¡OLE, OLE Y OLE, ALAN! No esperaba que un actor tan conocido y mundialmente famoso saliera con alguien tan... normal (físicamente, se entiende, la tía debe ser un cerebro andante), ni que tuviera una relación tan discreta, ni que llevara tantísimos años con la misma mujer. Me esperaba una rubia, quizás no despampanante pero sí más joven que él, alguien con cara inteligente pero que se dedicara a ser "mujer de" más que a hondear su propia personalidad. Y me he encontrado con Rima, y me ha hecho mucha ilusión, porque si antes Alan me caía bien, ahora me cae aún mejor.

Y, por supuesto, ole también a Rima, que no debe ser fácil ser la pareja de un actor, más cuando estás metida en política. Las pocas declaraciones de Alan sobre su relación que he podido encontrar me han parecido muy propias de él: tenemos una relación normal, con sus altos y sus bajos, como cualquier pareja; no fue amor a primera vista, nuestros comienzos no tuvieron nada de especial ni de película de cuento de hadas; Rima está cerca de ser una santa; lo que más me gusta de ella es su sentido del humor y que no se deja agobiar por los problemas, es la persona más positiva que conozco. Pero ella es ella y él es él, y hay que buscar un rato por Internet para encontrar una foto de los dos juntos porque ninguno de los dos vive bajo la sombra del otro (bueno, Rima un poco, más que nada porque le llega por el codo ;-)).
Y después de este intenso reportaje sobre la vida sentimental del conosido actor Alan Rickman, damos por terminado este programa de Corasón, Corasón. Un saludo y hasta el próximo domingo.
A ver cuánto me dura esta vez...

Obsesion



Le encontró por casualidad, en una de esas películas que no son buenas pero sí taquilleras, un domingo por la tarde en el que hubiera podido tragarse cualquier bodrio. Su personaje destacaba sobre los demás -malo, perverso, odioso-, pero no por mérito del guión, sino gracias al actor que le encarnaba. Su manera de andar, de moverse, esa mirada... Se sorprendió a sí misma siguiendo la acción de la película, absorbiendo cada escena en la que salía él y desechando el resto, impaciente por ver al alma de la película. ¿De dónde había salido aquel actor? ¿Cómo era posible no haberle visto antes, si ya tenía que tener más de cincuenta?
La segunda vez que le vio también fue por casualidad. Había ido al cine a ver una de miedo y se lo encontró de bueno esta vez; su angustia era tan real que ella quería cruzar la pantalla, abrazarle, consolarle. ¿Por qué tienen que pasarle cosas tan malas a este hombre que, salta a la vista, no se merece sufrir? Salió del cine con el corazón en un puño, furiosa con el asesino que le había robado más que la vida, y se supo capaz de matar por vengar su dolor, el de él. No, no podía ser fingido, una angustia así no se puede fingir. Aquel hombre era real. Su dolor era real.
Y entonces empezó a buscarle. Investigó en Internet y consiguió todas sus películas en orden inverso; primero las más recientes y después las de sus comienzos. Con cada fotograma, cada imagen, cada fotografía rescatada de números antiguos de revistas a las que ella jamás había prestado atención, se iba enganchando a él un poco más, sin darse cuenta de que el objeto de su obsesión cada vez tenía menos años en su mente, cada vez retrocedía más en el tiempo, cuando el de verdad estaba cerca de cumplir los sesenta. Encontró la página de su club de fans y consiguió hasta su dirección. Obvió el hecho de que estuviera casado. No quería nada con él, sólo adorarle, admirarle. Tenía que ir a buscarle.
Y lo hizo. Aprovechó un puente largo para plantarse en Inglaterra y se aposentó frente a la puerta de la que ella sabía era su casa, sin pasar siquiera por el hotel, aterrada de que un momento de descanso pudiera significar perderse su salida. Eran las cinco de la mañana; el frío era tan intenso que no sentía la cara, las manos se le habían helado dentro de los guantes de piel, pero ella no se movió. Al fin, a las ocho, la puerta se abrió y un labrador canela apareció tirando de un hombre mayor que su propio padre. El hombre se subió el cuello de un jersey marrón, se ajustó las gafas y echó a andar hacia donde ella estaba sentada, sin verla. El perro se le acercó, juguetón, y apoyó sus patas en sus rodillas. El hombre pegó un tirón de la correa y le pidió perdón. Ella vio sus ojos, esos ojos que tantas veces había observado en la pantalla, y sintió un tirón en el estómago; pero luego se fijó en las ojeras bajo ellos, en las mejillas caídas, en las arrugas que inundaban todo su rostro, y supo que no era él. Se había equivocado de casa. El club de fans tenía una dirección errónea.
Volvió a su ciudad en el vuelo siguiente. Y siguió buscando.
Aún lo hace.