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Hoy he ido con el humor torcido a trabajar, porque entre las pesadillas y el disgusto no he dormido bien. Tenía toda la intención de echarme una siesta al mediodía, antes de enfrentar las clases de la tarde, pero hoy no ha podido ser. Mientras comía con la compañía de la quincuagésima reposición de Anatomía de Grey en la pantalla del televisor, he cometido el grave error de echar un vistazo a Twitter en el móvil. Y ahí me he llevado el disgusto de mi vida, tanto que la comida me ha dado una vuelta en el estómago y he sentido el corazón en el cuello por un momento. He leído que se ha muerto. La Voz, así, con mayúsculas; el Actor, ese que está (estaba, ¡ay!, estaba) a diez mil millones de años luz de cualquier otro actor, ese cuya sola presencia da caché a una película o a una obra de teatro; él, el único, el incomparable, el gran actor secundario, Alan Rickman, ha dejado este mundo a los sesenta y nueve años víctima de un cáncer. Y a mí el mundo se me ha hecho un poco más pequeño, y he estado a punto de echarme a llorar, y si no lo he hecho ha sido por la vergüenza de llorar por alguien a quien nunca he conocido y cuya falta no me va a afectar en absoluto.
He corrido a Internet esperando que fuera un bulo, uno de esos que rondan la red de vez en cuando (¿cuántas veces al año muere Morgan Freeman?), pero en el fondo sabía que era verdad. Me he pasado media hora navegando sin ton ni son, releyendo la misma noticia una y otra vez (¿sabíais que se casó hace apenas tres años con la que ha sido su novia desde los dieciocho?, ¿que estaba promocionando una película?, ¿que era más cotizado como actor de teatro que de cine?; yo sí, pero hoy lo he vuelto a saber), hasta que al final he encontrado (reencontrado, mejor dicho) un vídeo de hace apenas seis meses donde se puede ver un atisbo de Alan Rickman el hombre, no el actor. Ya estaba enfermo, pero seguía promocionando la película. Meses y meses viajando de un lado a otro (hay fotos de Australia, Nueva York, Londres), y no puedo evitar preguntarme si sabía que estaba en las últimas. No he visto ninguna foto suya después del verano, creo. Ha escondido bien su enfermedad. Yo, que sigo sus noticias cual prepúber a Justin Bieber, no sabía que estaba enfermo. Quizás por eso su muerte me ha caído como un jarro de agua fría. Qué disgusto. Y qué tonta me siento.
Itzel y Alan, Alan e Itzel. Un perro y un actor lejano. Muchos dirán que me quejo por nada, que vaya pérdidas, que son tonterías. Yo también lo digo. Soy muy consciente de que podía haber sido peor, mucho, mucho peor. Pero lo digo con la boca pequeña, porque ahora mismo me arden los ojos al pensar que no voy a volver a ver a Itzel, y se me hace un nudo en la garganta porque Alan no va a cumplir una de las frases que más se han citado esta tarde: "When I'm 80 years old and sitting in my rocking chair, I'll be reading Harry Potter. And my family will say to me, 'After all this time?' And I will say 'Always'".
Y afuera llueve.