Soy una persona de rutinas muy marcadas. Tengo mis horarios, hasta cuando estoy de vacaciones, e incluso mis momentos de asueto tienen su momento y su lugar. Soy así de control freak, qué le vamos a hacer, si no tengo un orden me pierdo.
Esta semana, ese orden se ha visto alterado. Otro ingreso hospitalario que me obliga a madrugar más y a sacrificar (muy gustosamente) esas mañanas que dedico a escribir. Pero sigo queriendo ser escritora, sigo con mis sueños de grandeza, así que me trago mi "yo por las tardes no puedo escribir" y me siento un par de horas a la caída del sol, antes de cenar y perder el tiempo frente a series ya vistas, y escribo, y me sorprendo al ver que soy tan capaz de escribir por las tardes como por las mañanas, que la cantidad y la calidad son las mismas y que la que controla la escritura soy yo, no al revés.
Enrique Páez dice que para ser escritor hay que escribir todos los días mil palabras, pero todos los días del año, sin excepción. Me pregunto qué dirá de alguien que escribe dos mil palabras diarias los meses de verano y que se pelea con tres o cuatro mil a la semana el resto del curso. ¿Seré también escritora? Supongo que me da la media. Espero.
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Objetivo conseguido
Ya he logrado el objetivo que me había marcado para este verano: terminar de escribir algo más o menos largo sin que el monstruo tuviera voz hasta el final. He conseguido poner el punto y final a un proyecto de cuarenta mil palabras, pero sobre todo he conseguido crearme una rutina que, incluso ahora que he "terminado", me obliga a sentarme delante del ordenador un par de horas todos los días porque es el tiempo reservado a la escritura y no puedo hacer otra cosa que no sea escribir. Eso era lo que quería y lo he conseguido.
El escrito en sí (me da hasta vergüenza llamarlo novela, siendo tan corta) es una caca de la vaca que no hay por donde coger, pero está acabado. Según escribía, iba viendo fallos y apuntándolos en un cuadernito al lado del portátil, haciéndome un millón de notas para la revisión que vendría más tarde. Me he dado cuenta de que la revisión va a ser más bien una cirugía de cuerpo entero y que a la criatura no la va a reconocer ni la madre que la parió, que soy yo, cuando esté verdaderamente acabada, pero eso no me importa. He visto mis fuertes y mis rotundos fracasos; he sudado tinta, pero creo que he conseguido dar una voz distinta a cada personaje, de manera que no hace falta dar un nombre cada vez que cambio de punto de vista porque me doy cuenta de quién está hablando; pero luego he fracasado estrepitósamente en la caracterización de los personajes, y el argumento, que al final es lo de menos porque eso se mejora pensando mucho y haciéndose muchos esquemas antes de poner dedo sobre tecla, hace aguas por todas partes. Muchas cosas que mejorar. Muchas horas que meter. Mucho trabajo antes de poder pasarle el borrador a mi amiga la monstrua, que hace un trabajo tan detallado y tan sincero que podría dedicarse a ser editora sin ningún problema.
De momento, lo voy a dejar macerar y voy a dejar que los personajes se definan en mi mente antes de ponerlos en acción. Ya no tengo prisa, ya tengo una chabola de hojalata bajo la que guarecerme si llueve, ahora poquito a poco trataré de convertirla en una vivienda decente, al menos algo a lo que pueda traer invitados sin que se me caiga la cara de vergüenza. El chalet lo dejaremos para más adelante, cuando haya construido unas cuantas casas con cimientos fuertes y tenga la suficiente confianza en mí misma para lanzarme a la aventura de edificar a lo grande. De momento, voy a dedicarme a los cuentos cortos, pero en serio, no dejándome llevar por un momento de inspiración sino escribiendo, borrando y volviendo a escribir y a borrar. Total, este verano no tengo otra cosa mejor que hacer (aparte de ir a la piscina, pintar la casa, aprender a cocinar, seguir con mi curso de alemán, terminar la lista de libros que me he autoimpuesto, andar dos horas todos los días para bajar los kilos de más...), y esas dos horas delante del ordenador hay que llenarlas como sea.
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