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La letra jugando entra

Esta semana pasada he estado con los críos en un campamento de inglés. Durante cinco días, diez niños y niñas de sexto han estado haciendo actividades a media hora de Vitoria con cinco monitores nativos con los que se han tenido que comunicar en inglés sí o sí (aunque el último día descubrieron que dos hablaban castellano casi mejor que ellos y se llevaron un sorpresón de infarto). Han hecho todo tipo de actividades, incluido sentarse a escribir un diario todos los días (algo inimaginable en el aula); han plantado una lechuga en una botella de plástico y visitado el valle salado de Salinas de Añana, a tiro de piedra del albergue donde estábamos, con los niños y niñas de otro colegio con el que han hecho una amistad muy bonita. Se han esforzado como nunca por hablar inglés y no les ha quedado otro remedio que entenderse con los monitores, ya fuera por señas o pidiendo ayuda. Cinco días no dan para mucho y no creo que hayan aprendido más que la letra de un par de canciones que han bailado y cantado hasta la saciedad (si vuelvo a oír la de "What does the fox say" voy a matar a alguien), pero la experiencia ha sido genial. Como todos los años.

Salinas de Añana, donde se produce sal de manera tradicional que luego
se puede comprar a precio de oro blanco. Visita muy recomendada.

Genial para ellos, claro, porque a mí me ha entrado un agobio del quince. No puedo evitar comparar lo que han hecho en el campamento con lo que hacemos en clase, y me apena decir que no hay ni el más mínimo parecido. Intento trabajar canciones con ellos y ellas, hacer algún teatro, dar plástica en inglés, pero al final la mayor parte del tiempo están sentados/as delante del libro y haciendo ejercicios siempre fuera de contexto. Sé que cada año mejoro un poco y les doy más contextos comunicativos, más excusas para hablar en inglés, pero es difícil cuando las notas están basadas en contenidos lingüísticos, sobre todo en sexto, cuando empieza mi canguelo personal por mandarlos con un nivel decente al instituto. ¿Entiende el texto? ¿Ha sabido elegir las respuestas correctas en el "listening"? ¿Les ha puesto la "-s" a todos los verbos de la tercera persona? ¿Sabe describir correctamente la ropa que lleva su compañera? Pues igual no, pero entiende todo lo que le digo en clase, trata de comunicarse conmigo en inglés aunque a veces suene a telegrama codificado y le encanta venir a clase. Incluso ha empezado a ver los dibujos animados en inglés en casa, lo que me deja de piedra. Se supone que los idiomas están para comunicarse, pero cuando la prisa aprieta y los resultados se miden cuantitativamente, nos lanzamos al libro y a repetir como loritos. Y no seré yo la que se queje de los temas que trabajan los libros (cómo han cambiado y qué amenos son ahora), pero de vez en cuando no estaría mal preguntarles qué necesitan decir y cómo les puedo ayudar yo a aprenderlo.

Yo doy inglés y me doy cuenta de las lagunas que hay en mi clase, pero supongo que todo esto es extrapolable a cualquier asignatura. Me muero por una escuela en la que no se trabaje por asignaturas, sino simplemente por objetivos y competencias, pero sin clasificar. Construir un barco a escala leyendo las instrucciones en inglés; intentar adivinar el tiempo de la semana que viene basándose en pronósticos antiguos; organizar una recogida de fondos para cualquier grupo que necesite ayuda en su ciudad; crear un libro de recetas en los tres idiomas que ya hablan. Hay tantas, tantísimas cosas que se pueden llevar a cabo sin necesidad de tenerlos sentados con la mirada fija en la pizarra que me pongo a escribirlas y me emociono. Pero seguir un libro de texto es más fácil, y lo que es peor, es lo que van a seguir haciendo cuando pasen al instituto. Con un poco de suerte, las cosas cambiaran para los y las que lleguen a la universidad, pero para muchos y muchas será ya demasiado tarde y se habrán quedado por el camino por el simple hecho de que nunca aprendieron a ponerle la "-s" a la tercera persona del inglés. Al menos recordarán el día que plantaron lechugas en una botella y aprendieron a hacer fuego sin cerillas. O esa esperanza me queda.

Objetivo conseguido


Ya he logrado el objetivo que me había marcado para este verano: terminar de escribir algo más o menos largo sin que el monstruo tuviera voz hasta el final. He conseguido poner el punto y final a un proyecto de cuarenta mil palabras, pero sobre todo he conseguido crearme una rutina que, incluso ahora que he "terminado", me obliga a sentarme delante del ordenador un par de horas todos los días porque es el tiempo reservado a la escritura y no puedo hacer otra cosa que no sea escribir. Eso era lo que quería y lo he conseguido.
El escrito en sí (me da hasta vergüenza llamarlo novela, siendo tan corta) es una caca de la vaca que no hay por donde coger, pero está acabado. Según escribía, iba viendo fallos y apuntándolos en un cuadernito al lado del portátil, haciéndome un millón de notas para la revisión que vendría más tarde. Me he dado cuenta de que la revisión va a ser más bien una cirugía de cuerpo entero y que a la criatura no la va a reconocer ni la madre que la parió, que soy yo, cuando esté verdaderamente acabada, pero eso no me importa. He visto mis fuertes y mis rotundos fracasos; he sudado tinta, pero creo que he conseguido dar una voz distinta a cada personaje, de manera que no hace falta dar un nombre cada vez que cambio de punto de vista porque me doy cuenta de quién está hablando; pero luego he fracasado estrepitósamente en la caracterización de los personajes, y el argumento, que al final es lo de menos porque eso se mejora pensando mucho y haciéndose muchos esquemas antes de poner dedo sobre tecla, hace aguas por todas partes. Muchas cosas que mejorar. Muchas horas que meter. Mucho trabajo antes de poder pasarle el borrador a mi amiga la monstrua, que hace un trabajo tan detallado y tan sincero que podría dedicarse a ser editora sin ningún problema.
De momento, lo voy a dejar macerar y voy a dejar que los personajes se definan en mi mente antes de ponerlos en acción. Ya no tengo prisa, ya tengo una chabola de hojalata bajo la que guarecerme si llueve, ahora poquito a poco trataré de convertirla en una vivienda decente, al menos algo a lo que pueda traer invitados sin que se me caiga la cara de vergüenza. El chalet lo dejaremos para más adelante, cuando haya construido unas cuantas casas con cimientos fuertes y tenga la suficiente confianza en mí misma para lanzarme a la aventura de edificar a lo grande. De momento, voy a dedicarme a los cuentos cortos, pero en serio, no dejándome llevar por un momento de inspiración sino escribiendo, borrando y volviendo a escribir y a borrar. Total, este verano no tengo otra cosa mejor que hacer (aparte de ir a la piscina, pintar la casa, aprender a cocinar, seguir con mi curso de alemán, terminar la lista de libros que me he autoimpuesto, andar dos horas todos los días para bajar los kilos de más...), y esas dos horas delante del ordenador hay que llenarlas como sea.