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lunes, 11 de diciembre de 2023

Vicente Blasco Ibáñez: Los cuatro jinetes del apocalipsis

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1916

Valoración: Está bien


Poquito caso le hemos hecho en ULAD a Vicente Blasco Ibáñez, apenas una reseña antes de esta, escaso para un autor durante largo tiempo aupado a posiciones relevantes del escalafón literario, al menos en España. El autor valenciano, famoso en su época como combativo republicano y anticlerical, fue también promotor de audaces iniciativas agrícolas y económicas y, aunque gozó de cierto reconocimiento por algunas de sus obras anteriores, conoció el éxito editorial precisamente con la novela que traemos hoy aquí. Éxito por cierto mucho más destacado en Estados Unidos, al mismo tiempo que en Europa lo petaba Sin novedad en el frente, centrada también en la Gran Guerra, aunque de características bastante diferentes. 

Si, como la mayoría de la gente, tenemos como referencia de su obra literaria la famosa etapa valencianista, naturalista y teñida de costumbrismo (La barraca, Cañas y barro, Entre naranjos...), Los cuatro jinetes… nos resultará algo extrañamente ajeno, quizá más por el contexto que por la prosa, que sigue siendo brillante, con importante carga lírica y gran colorido y sensualidad. Pero Blasco está ya en otra cosa, y parece decidido a escribir algo terminante que fijase una postura inequívoca sobre el conflicto mundial, sin matices ni consideraciones sobre las causas de la guerra o el entorno político. Se entiende bien que esa inclinación a lo que se podría tachar de maniqueísmo calara tan bien en un público norteamericano, tan aficionado a identificar buenos y malos.

Sin desmerecer la capacidad de Blasco para relatar con poderío y capacidad de atracción, el libro resulta enormemente irregular. Monta el autor una saga familiar surgida a partir de Julio Madariaga, español indiano que hace fortuna en Argentina. Es en mi opinión la parte mejor construida, el típico relato que gira sobre el pionero que triunfa en tierra desconocida, un tipo severo y arrogante que levanta su imperio a base de fuerza e ingenio. A partir de ahí la familia se divide en dos ramas, que para sorpresa de todos encabezan un francés y un alemán, ambos alcanzando el éxito (y la fortuna) bajo la sombra del fundador. Los Desnoyers y los Von Hartrott volverán a encontrarse no mucho más tarde.

El autor, que quiere contar la guerra dejando claro que toma partido sin medias tintas, pasa a exponer algunas larguísimas parrafadas para sentenciar la maldad intrínseca de los alemanes, en las que se mezcla cierta simpleza con una sorprendente visión profética del futuro nazismo, y de ahí pasamos a la guerra. Aquí tenemos una perspectiva bastante interesante, porque la narración se desarrolla desde París, donde las noticias son confusas y domina el ambiente la masiva movilización de los combatientes hacia el frente. Es la imagen de un país entero en marcha para defenderse de un enemigo terrible, y resulta sobrecogedor porque Blasco Ibáñez, claro está, lo cuenta con toda la potencia de su prosa.

Seguirán después los episodios más sangrientos de la guerra, en los que no se rehúyen, al contrario, las escenas más escabrosas de destrucción, cuerpos mutilados y fusilamientos de adolescentes. Son muchas páginas de violencia extrema, de terror e ignominia, que parece que es justo lo que se estaba deseando contar. Y lo hace bien, desde luego, aunque abuse claramente de la reiteración, de revolcarse en el barro y la sangre y, sobre todo, de algunas escenas que rayan en lo grotesco para una vez más definir al malo sin matices, con todo lo inhumano y demoníaco que a don Vicente le podía venir a la cabeza. 

Ese empeño en subrayar el sadismo y la inhumanidad del enemigo, como colectivo agresor y también como individuos indeseables tomados de uno en uno, empaña lo que a ratos es una narración vigorosa, eficaz y muy visual, y genera esa sensación de maniqueísmo que decía al principio. No se trata de una denuncia de la guerra y sus horrores como en el libro de Remarque, sino de una filípica contra esta guerra y este adversario en concreto, una exposición muy plástica que desde luego consigue el objetivo de señalar al enemigo y adornarle con todos los atributos para ser odiado sin restricciones. En Europa, donde se puso la mayor parte de la sangre y la destrucción, resulta coherente que se apreciase mejor un relato más anónimo, centrado en el sufrimiento de los combatientes, el dolor y el desgarro sin colores ni nacionalidades.

Por el camino quedan unos cuantos personajes, que nacen con caracteres prometedores pero terminan en un recorrido chato, sucumbiendo en ese ambiente de trazo grueso: la amante reconvertida en enfermera y de nuevo abnegada esposa del héroe mutilado, el despiadado sobrino dominado por la ceguera nacionalista, el joven descerebrado que se transmuta en valeroso combatiente. Solamente el protagonista, el viejo Desnoyers, parece un hombre de carne y hueso, a la vez horrorizado y perplejo ante los espantos que pasan ante sus ojos, más preocupado por la vida de los suyos que por el fervor patriótico general.

Si consideramos que la estructura narrativa resulta más bien caprichosa y descompensada, junto con ese decaimiento de los personajes, el libro termina por ser algo más bien inconsistente, que a veces abruma y a veces aburre, y solo es posible disfrutar a ratos de lo que tiene de bueno, la capacidad de Blasco Ibáñez para contar determinados episodios con toda la intensidad, como un huracán, sin tregua y sin medida. Aparte de esto, considerándolo como el cuerpo de casi cuatrocientas páginas que es, la valoración no puede ser mucho más generosa.


Otras obras de Blasco Ibáñez en ULADLa barraca


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Vicente Blasco Ibáñez: La barraca

Idioma original: español
Año de publicación: 1898
Valoración: muy recomendable

El lenguaje sencillo de esta novela puede llevarnos a confusión y hacernos creer que los temas que se tratan en ella son igualmente sencillos. Pero no lo son: ni el lenguaje es tan sencillo (Blasco Ibáñez lo carga de un profundo lirismo que el lector bebe como espontáneo) ni los asuntos retratados son en absoluto simples, ni de fácil resolución (como demuestra el final de la novela).

Ambientado en la Valencia agraria de finales del siglo XIX, La barraca presenta un conflicto vecinal... y un conflicto social. Cuando al tío Barret se le hace imposible el abusivo precio del arrendamiento de su parcela de tierra, el resto de los vecinos deciden unirse para boicotear cualquier posibilidad de que esa tierra sea cultivada por nadie. Pero Batiste y su familia llegan al pueblo para labrarse desde cero una nueva vida, rompiendo así ese pacto de solidaridad vecinal. Los vecinos, liderados por el zángano de Pimentó, se opondrán a ellos con armas que sólo son pacíficas al principio.

Esta novela saca a relucir los mejores y los peores aspectos del carácter humano, y nos muestra cómo incluso la solidaridad puede transformarse en intransigencia cuando entran a juego los intereses de una comunidad desesperada.

Vicente Blasco Ibáñez utiliza su evocador lenguaje para hacer un análisis de la condición humana que trasciende la lucha de clases, acercándose al instinto de supervivencia más descarnado e inclemente.

También de Vicente Blasco Ibáñez en ULADLos cuatro jinetes del apocalipsis

lunes, 19 de marzo de 2018

Enric Aguilar: La Fallera Calavera

Idioma original: valenciano
Título original: La fallera calavera
Año de publicación: 2015
Valoración: ¡De categoría!  o sea... bueno, que te ríes

Tal vez alguno de ustedes, estimados seguidores de Un Libro Al Día, se encuentre ahora mismo, 19 de marzo, día de San José, en la abarrotada plaza del Ayuntamiento de Valencia, aguardando a que tenga lugar la última mascletà de las Fallas, un espectáculo pirotécnico-sensorial sin parangón en el mundo (con permiso de la Descarga de Cangas del Narcea) y decida amenizar la espera leyendo la reseña diaria de ULAD (si es que ningún carterista les ha mangado antes el smartphone). Pues han de saber que hace unos años, en ese mismo emplazamiento y misma fecha, tuvo lugar una súper-híper-mega-mascletà, la más grande de la Historia, en la que un desgraciado accidente provocó la muerte de una de las falleras de la Corte de Honor, que se encontraba, como es preceptivo, en el balcón del Ayuntamiento del Cap i Casal.

Una muerte que fue ocultada por los poderes públicos, comenzando por la poderosa Alcaldesa perpetua de la ciudad, de tal modo que al cabo de un año nadie recordaba lo sucedido... hasta que la fallera muerta, la Fallera Calavera, regresó de la tumba para averiguar la verdad y buscar venganza. No estaba sola en su empresa; por el camino se encontrará con otros emblemáticos zombis que la ayudarán: la Delicá de Gandía, una Bellea del Foc alicantina y nada menos que el legendario rey Jaume I, célebre sobre todo por haberle puesto nombre a la horchata... Zombis bastante simpáticos, en realidad, y nada proclives a zampar cerebros humanos, aunque nuestra fallera se vuelve irracional cuando se encuentra con, cómo no, una auténtica paella valenciana...

Ya se habrá dado cuenta, quien aún siga leyendo esto, que La Fallera Calavera no es, precisamente, una complicada novela de tesis, ni mucho menos un sesudo ensayo político sobre la valencianidad, aunque sí es evidente que toda la trama gira en torno a los símbolos más conocidos del País Val... quiero decir el Reino de Valen... la Comunid... en fin, la Región 39-47-N-0-37-O, como se la denomina en el libro. Cierto que eso dificultará su comprensión para aquel que no los conozca, ni tampoco las peculiaridades socio-políticas de Valencia en los últimos años, pero quien pille alguna de las alusiones se puede partir de risa, porque la ironía, o más bien la retranca mediterránea de la que hace gala la novela es considerable. Un libro, por cierto, que nació de manera harto peculiar: a partir de un juego de cartas con los personajes que aparecen aquí, y del que, al parecer, se realizan incluso encuentros y campeonatos.

Ahora bien, por mucha coña que se traiga, el libro no deja de ser un homenaje a la (bien que autodenominada) millor terreta del món. Pero a su manera: de ahí que aparezcan incluso elementos de lo más chocarrero o personajes variopintos, como la ya citada Alcaldesa (*) o el recordado Joan Monleón -con sus "monleonetes", claro-, mítico presentador de Canal 9 (la televisión zombi por excelencia, por cierto) en los 90. Y vale que no es una de las joyas de la literatura valenciana; ni es el Tirant lo Blanch ni los poemas de Aúsias March ni de Vicent Andrés Estellés. Ni tan siquiera uno de los innumerables novelas de Blasco Ibáñez o un cómic de Daniel Torres o Paco Roca, pero... xé, qué voléu? No todo van a ser autores austrohúngaros rarunos y cosas así... ; )


(*) Para los muchos indignados de piel fina que pululan por la Red (ya sé que no frecuentan este blog, pero por si acaso), hay que precisar que la figura de la Alcaldesa, a pesar de que sus rasgos y características guardan un asombroso parecido con los de la finada Rita Barberá, no pretende hacer una burla irrespetuosa y ventajista de alguien que ya no se encuentra entre nosotros, puesto que el libro se publicó en el 2015 y doña Rita pasó en 2016 a disfrutar del "caloret" eterno. Del "caloret faller", se entiende, no del otro...



Casi lo olvido: con ilustraciones de Esther Méndez 



lunes, 2 de marzo de 2020

Biografías lectoras II: Windows

Mucho hemos tardado. Fue allá por el quinto aniversario de este Un libro al día cuando quienes por esa época llenaban de reseñas el blog se decidieron a desnudarse un poco y mostrar al mundo algo de su currículum lector, claro está, el anterior a embarcarse en este pequeña aventura. Han transcurrido no ya otros cinco años, sino seis, y todavía varios de ellos conservan humor y afición suficientes para seguir aquí, ni siquiera hace falta que los nombre, porque todos los conocéis: los cuatro fantásticos de ULAD. Y ahora, así, en frío, nos lanzan a los más jóvenes recientes colaboradores una invitación, no sé si algo envenenada, para que pasemos por el mismo trance. No sé si con más pudor que entusiasmo aceptamos la iniciativa, y aquí nos tendréis, uno tras otro, contando nuestras batallitas con los libros, espero que para entretener y no para aburrir.

ooooOoooo

Hummm… esto de las biografías lectoras tiene un peligro evidente: el autobombo, en plan: yo, devorador de libros desde mi la más tierna infancia, a los trece ya leía a Sartre y me había despachado la Ética a Nicómaco, lo que más me divertía era leer a Joyce en versión original para descubrir los matices del humor irlandés, y para mi decimoquinto cumpleaños me pedí las obras completas de… No va a ser mi caso. De hecho mi trayectoria como lector es bastante poco espectacular, discreta, hasta corriente.

La Prehistoria 

Podría llamar así a esa etapa inicial de la infancia, más o menos tardía, porque todavía ni siquiera había comenzado propiamente mi historia como lector. Uno no era nada parecido a esos niños ensimismados/entusiasmados tras las páginas de un libro en un desván (vamos, el Bastian de La historia interminable), ni siquiera despachaba con avidez colecciones para chavales, y de hecho nunca he leído nada de Los Cinco o similares. Las que sí volaban eran las páginas de tebeos de Mortadelo, Zipi y Zape y cosas así, ya saben, Ibáñez, Vázquez y toda esa tropa, además de algunos antiguos de Superman y Hazañas bélicas de mi hermano mayor. Entre aquella marea de historietas ilustradas apenas pudo hacerse hueco alguna cosa de tapas algo más sólidas: El principito que mandaban leer en el colegio, Viaje al centro de la Tierra (único Julio Verne que quise leer de una amplia colección a mi disposición) o, algo más tarde, el Diario de Ana Frank, además de un venerable tomo sobre astronomía que todavía luce su lomo azul en lugar preminente del salón, faltaría más. Las ventanas eran pequeñas, apenas dejaban ver el exterior, pero sí se podía intuir que algo asomaba por ellas.

La verdad está ahí fuera

Efectivamente, el primer impulso para ver lo que había detrás de los libros parece que me llevó, más que hacia la literatura, hacia los misterios de lo paranormal. No sé hasta dónde pudo influir la combinación previa entre Julio Verne y el libro sobre los cuerpos celestes, creo que no mucho, más bien debió ser el descubrimiento de los libros de mi primo Javi, que incluía unos cuanto títulos de gente como Erich von Däniken o Charles Berlitz. No sé cuántos de esos libros leí ni cuáles eran, solo se me ha quedado grabado el título de El triángulo de las Bermudas. Pero en todo caso eran distintos (aunque me temo que muy semejantes) tipos de misterios sobre ruinas mayas, extraterrestres, mensajes ocultos o desapariciones inexplicables. Servidor era desde luego muy crédulo, y debatía con ardor frente a quien se atreviese a poner en duda mis asombrosos descubrimientos. El asunto terminó de golpe cuando leí (no sé si en libro o en alguna revista) que J.J. Benítez afirmaba que había estado (de cuerpo presente, no en ensoñación) en Ganímedes, el satélite de Júpiter que yo conocía tan bien por el libro de astronomía. No, este señor no había estado en Ganímedes ni de coña, y en tiempo récord me convertí en agnóstico en materia paranormal. Posiblemente gracias a eso estuve preparado para abrir la siguiente ventana. La buena.

Los hermanos Maristas

Es muy posible que sea el único que lo diga, pero es de justicia: en favor de mi afición lectora intervinieron de forma decisiva dos profesores de Maristas de Bilbao. El primero fue el hermano Palencia (nunca supe su nombre). El plan de estudios incluía por esa época más bien algunos clásicos, supongo que el Quijote, el Lazarillo, Bécquer y no recuerdo qué más. O sea, nada demasiado atractivo para un chaval de quince o dieciséis años. Pero es que el hermano Palencia, desde luego muy a su pesar, nos hacía tanta gracia cuando hablaba enfáticamente de esos libros o cuando leía algún párrafo, que terminó por engancharme un poquito. También por ahí pudo empezar a entrar cierta afición a la poesía, quizá Machado, Lorca, mi paisano Blas de Otero, y tal vez la que podría considerar mi primera lectura seria: La catedral, de Blasco Ibáñez.

La estocada decisiva me la dio don Pedro Orbezua, a quien seguramente haya ya citado alguna vez aquí. En clase era el hombre más serio y enérgico del mundo, inflexible, granítico, nos tenía acojonados pese a estar ya (nosotros, no él) en edad plenamente contestataria. Pero oiga, cada día entraba en clase con cuatro o cinco libros para leer pasajes concretos en que apoyar sus explicaciones. Y ahí sí que se abrieron las ventanas de par en par. En el irremediable orden cronológico entraron el 98, la generación del 27, Cela y Sender, y sobre todo la narrativa española de los 60 tras los pasos de Joyce o Faulkner, el existencialismo, Camus… En fin, todo ese mundo de la literatura irrumpió por aquella ventana como una luz inmensa, desordenada, inabarcable y fascinante.

Y todo lo demás

Cuento tantas cosas de ese momento cero porque a partir de ahí todo fue un flujo interminable que ha llegado hasta hoy mismo, con la misma ansia de conocerlo todo y sin nada que se pareciese a un sistema. Quizá de lo primero realmente potente, tras amagar con el Retrato del artista adolescente y Dublineses, fue el Ulises, pero mezclado con mil cosas heterogéneas: el descubrimiento de que los clásicos griegos no eran un tostón incomprensible (La Odisea, Sófocles), La metamorfosis, César Vallejo, La muerte en Venecia, Shakespeare, Sartre, Valle-Inclán, León Felipe, Nietzsche, Jorge Manrique, libros políticos a cascoporro, la Biblia y el Corán, Quevedo, por supuesto Cien años de soledad… 

No sería capaz de destacar hitos concretos, seguramente cada uno de esos grandes títulos de la literatura fue en sí mismo un gran empujón, el impulso hacia otras de las miles de ofertas que este arte iba sembrando aquí y allá. Pero tal vez hubo momentos en que determinados títulos me ayudaron a abrir nuevas ventanas a libros que escapaban a los clásicos consagrados. Ahí tuvieron bastante culpa El nombre de la rosa y, unos años más tarde, Juegos de la edad tardía. Efectivamente, había vida más allá de los 60 o 70 del siglo pasado y, aun manteniendo mi reverencia hacia los clásicos, también había que conocerla. Así se ha ido formando un aluvión casi aleatorio, una masa creo que bastante respetable, aunque muy modesta en comparación con mucha gente, seguramente todos mis compañeros de blog y muchos de nuestros habituales lectores. 

¿Qué ha quedado en limpio de todos estos años de lectura caótica? Pues muy buenos ratos, algunas decepciones y tiempo perdido en cosas que no lo merecían, recuerdos de libros venerables, muchos olvidados por mi escasa memoria, y la sensación de haber explorado, aunque solo sea un poquito, el genio y el trabajo de muchos tipos brillantes que lo dejaron ahí escrito para que otros, en el momento o muchos años después, lo disfrutemos o aprendamos con ellos.

Y esto continúa.