Año de publicación: 1916
Valoración: Está bien
Poquito caso le hemos hecho en ULAD a Vicente Blasco Ibáñez, apenas una reseña antes de esta, escaso para un autor durante largo tiempo aupado a posiciones relevantes del escalafón literario, al menos en España. El autor valenciano, famoso en su época como combativo republicano y anticlerical, fue también promotor de audaces iniciativas agrícolas y económicas y, aunque gozó de cierto reconocimiento por algunas de sus obras anteriores, conoció el éxito editorial precisamente con la novela que traemos hoy aquí. Éxito por cierto mucho más destacado en Estados Unidos, al mismo tiempo que en Europa lo petaba Sin novedad en el frente, centrada también en la Gran Guerra, aunque de características bastante diferentes.
Si, como la mayoría de la gente, tenemos como referencia de su obra literaria la famosa etapa valencianista, naturalista y teñida de costumbrismo (La barraca, Cañas y barro, Entre naranjos...), Los cuatro jinetes… nos resultará algo extrañamente ajeno, quizá más por el contexto que por la prosa, que sigue siendo brillante, con importante carga lírica y gran colorido y sensualidad. Pero Blasco está ya en otra cosa, y parece decidido a escribir algo terminante que fijase una postura inequívoca sobre el conflicto mundial, sin matices ni consideraciones sobre las causas de la guerra o el entorno político. Se entiende bien que esa inclinación a lo que se podría tachar de maniqueísmo calara tan bien en un público norteamericano, tan aficionado a identificar buenos y malos.
Sin desmerecer la capacidad de Blasco para relatar con poderío y capacidad de atracción, el libro resulta enormemente irregular. Monta el autor una saga familiar surgida a partir de Julio Madariaga, español indiano que hace fortuna en Argentina. Es en mi opinión la parte mejor construida, el típico relato que gira sobre el pionero que triunfa en tierra desconocida, un tipo severo y arrogante que levanta su imperio a base de fuerza e ingenio. A partir de ahí la familia se divide en dos ramas, que para sorpresa de todos encabezan un francés y un alemán, ambos alcanzando el éxito (y la fortuna) bajo la sombra del fundador. Los Desnoyers y los Von Hartrott volverán a encontrarse no mucho más tarde.
El autor, que quiere contar la guerra dejando claro que toma partido sin medias tintas, pasa a exponer algunas larguísimas parrafadas para sentenciar la maldad intrínseca de los alemanes, en las que se mezcla cierta simpleza con una sorprendente visión profética del futuro nazismo, y de ahí pasamos a la guerra. Aquí tenemos una perspectiva bastante interesante, porque la narración se desarrolla desde París, donde las noticias son confusas y domina el ambiente la masiva movilización de los combatientes hacia el frente. Es la imagen de un país entero en marcha para defenderse de un enemigo terrible, y resulta sobrecogedor porque Blasco Ibáñez, claro está, lo cuenta con toda la potencia de su prosa.
Seguirán después los episodios más sangrientos de la guerra, en los que no se rehúyen, al contrario, las escenas más escabrosas de destrucción, cuerpos mutilados y fusilamientos de adolescentes. Son muchas páginas de violencia extrema, de terror e ignominia, que parece que es justo lo que se estaba deseando contar. Y lo hace bien, desde luego, aunque abuse claramente de la reiteración, de revolcarse en el barro y la sangre y, sobre todo, de algunas escenas que rayan en lo grotesco para una vez más definir al malo sin matices, con todo lo inhumano y demoníaco que a don Vicente le podía venir a la cabeza.
Ese empeño en subrayar el sadismo y la inhumanidad del enemigo, como colectivo agresor y también como individuos indeseables tomados de uno en uno, empaña lo que a ratos es una narración vigorosa, eficaz y muy visual, y genera esa sensación de maniqueísmo que decía al principio. No se trata de una denuncia de la guerra y sus horrores como en el libro de Remarque, sino de una filípica contra esta guerra y este adversario en concreto, una exposición muy plástica que desde luego consigue el objetivo de señalar al enemigo y adornarle con todos los atributos para ser odiado sin restricciones. En Europa, donde se puso la mayor parte de la sangre y la destrucción, resulta coherente que se apreciase mejor un relato más anónimo, centrado en el sufrimiento de los combatientes, el dolor y el desgarro sin colores ni nacionalidades.
Por el camino quedan unos cuantos personajes, que nacen con caracteres prometedores pero terminan en un recorrido chato, sucumbiendo en ese ambiente de trazo grueso: la amante reconvertida en enfermera y de nuevo abnegada esposa del héroe mutilado, el despiadado sobrino dominado por la ceguera nacionalista, el joven descerebrado que se transmuta en valeroso combatiente. Solamente el protagonista, el viejo Desnoyers, parece un hombre de carne y hueso, a la vez horrorizado y perplejo ante los espantos que pasan ante sus ojos, más preocupado por la vida de los suyos que por el fervor patriótico general.
Si consideramos que la estructura narrativa resulta más bien caprichosa y descompensada, junto con ese decaimiento de los personajes, el libro termina por ser algo más bien inconsistente, que a veces abruma y a veces aburre, y solo es posible disfrutar a ratos de lo que tiene de bueno, la capacidad de Blasco Ibáñez para contar determinados episodios con toda la intensidad, como un huracán, sin tregua y sin medida. Aparte de esto, considerándolo como el cuerpo de casi cuatrocientas páginas que es, la valoración no puede ser mucho más generosa.
Otras obras de Blasco Ibáñez en ULAD: La barraca