Mientras espero para entrar en el
concierto leo con interés a Rorty, cuyas precisas, agudas y -para nuestra
época- cada vez más heterodoxas apreciaciones me resultan un bálsamo con que
combatir las racionalizaciones rayanas ya en la demencia con que nuestro
entorno se intoxica cotidianamente. El concierto, una versión revisada -pero
respetuosa con el original- de la stravinskiana Histoire du soldat, me parece
de lo más interesante. La traducción también muy buena (menos el título; ¿cuándo
se traducirá correctamente -como en las versiones alemana e inglesa que
aparecen en la partitura- como "El cuento del soldado"?). A la salida
observo al público que llenaba la sala: la media de edad raya los 60 años (tan
solo la rebajan los menores de 10 años que acompañan a sus abuelos). Una
vez en la calle observo como el público que, simultáneamente, está saliendo de
un espectáculo teatral ‘clásico’ es mucho más joven. Y una vez más me lamento:
en los años 30, si en algo coincidían Roosevelt, Hitler y Stalin era en la
importancia que concedían a la música como medio para la educación de las
masas. La música, siendo compleja y polifacética, tiene una riqueza que va más
allá de unas simples intenciones: la misma sinfonía de Mozart podía representar
los más vibrantes valores de la democracia como ilustrar el ideal de vida de los
totalitarismos (una vez expurgada la música en este último caso, claro está, de
“degeneraciones” o “formalismos”). A pesar de la miseria moral y económica de
los años 30, todavía existía la pretensión de “educar a las masas” a base de
ampliar su capacidad de pensamiento, por muy coloreada que fuera esta
pretensión. En nuestro tiempo, dada la inconsistencia de nuestros paradigmas
–desde los morales hasta los estéticos, pasando por lo sociales y –por qué no-
también los epistemológicos-, no existe ya un ‘fundamento’ sobre el que
proyectar una posible educación. Este hecho, necesario en la historia de la
evolución, representa un arma de doble filo ya que nos sitúa a la vez al borde
de una gran evolución y de una gran involución. De una cosa, sin embargo, estoy
(bastante) seguro: el bombardeo continuo de consignas, músicas, lecturas y
explicaciones de simplicidad pueril no harán nunca que las sociedades evolucionen
hasta comprender, aceptar y adoptar la complejidad a la que, hecho inherente a
la evolución, nos vemos ahora abocados.
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martes, 18 de junio de 2019
miércoles, 3 de abril de 2019
Creencias
Curiosamente hoy todavía consideramos que las creencias suponen un lastre o un mecanismo mental primitivo y obscuro que debiera acabar desapareciendo para dar paso a un sistema demostrativo que nos iluminara con la luz de la Razón. Esta situación era la que las almas más evolucionadas de Europa imaginaban hace 250 años y se llamó Ilustración. La Época de las Luces significó un gran avance para el pensamiento europeo, en parte truncado por el posterior auge del Romanticismo, que se dedicó a negar la racionalidad en pos de la involución hacia un prístino pero incierto pasado mítico. El espíritu de las luces siguió animando el desarrollo de la ciencia hasta bien entrado el siglo XX. Algunos desarrollos posteriores -como el tan citado caso de la Mecánica Cuántica- participan ya de una importante componente trans-racional (como lo advirtieron en su momento los propios padres fundadores). Si algo tiene claro nuestra época, la de la llamada postmodernidad, es que el discurso de la Ilustración ha perdido su significación original y nos aparece hoy descontextualizado. El mundo de la ciencia, sin embargo, ha presentado un característico aferramiento a él y solamente en algunos campos ha sido capaz de evolucionar más allá de las estructuras antiguas de pensamiento. Sin duda, cuando hablamos de creencias nos aparece toda una galería de imágenes coloreadas con tintes religiosos (la idea de Voltaire y su época) que nos hace retroceder en el pensamiento y nos refuerza la idea del fundamento inamovible, de la ley natural, del carácter cerrado del mundo, de nuestra supuesta posición fija de observadores objetivos (curiosamente, la ciencia se aferra también a estas viejas creencias y algunos científicos, como el biólogo británico Richard Dawkins, representan lo más parecido a un obispo inquisidor del renacimiento que tenemos en nuestros días, el Dogma de la Biología Molecular habiendo substituido al de la Santísima Trinidad). Abramos un poco la mente: cuando elegimos menú, pareja, estudios, opción política o zapatos lo hacemos sobre una base más o menos extensa de creencias conscientes e inconscientes. Lo que disipan las estructuras mentales racionales no son las creencias sino más bien las estructuras míticas y mágicas. De hecho, la suposición de que el mundo es exclusivamente racional no es otra cosa que una creencia más. Ya lo dice el proverbio anglosajón: the mind is a good servant but a bad master. El mundo de las “ciencias positivas”, epíteto paleolítico que algunos políticos todavía utilizan, está lleno de ideologías que resultan invisibles a muchos de sus parroquianos, quienes prefieren creer que su actividad es a-moral y absoluta.
sábado, 2 de marzo de 2019
Correlaciones
En 2008 se publicó un ahora famoso
artículo en el que se re-visita el aforismo de George Box –y de algunos
estadísticos anteriores- que afirma que todos los modelos usados por la ciencia
–desde la biología hasta la psicología, pasando por la sociología y la física– son
falsos, aunque algunos son muy útiles. Esta idea se ha visto reforzada gracias
a la actividad correlacionadora que ofrece el Big Data. Es decir, que el propio método científico a través del
cual se generan hipótesis que luego se contrastan experimentalmente se ve
cuestionado por la petagígica nube. Según las corporaciones de Big Data la generación de modelos ya no
es necesaria. Los modelos siempre acaban fallando, al contrario que las
correlaciones. ¿Quién dice que los filósofos no son ya necesarios? ¡Lo son más
que nunca! Es evidente que se trata de un enunciado falaz, y no precisamente
porque el método científico sea infalible sino porque la ausencia de modelo que
reivindica el Big Data no es tal. Existe un modelo implícito que, por omnipresente
y rutinario, ha acabado transparentando y está por este motivo epistemológicamente
camuflado. La afirmación sobre los modelos presenta un notable isomorfismo con los
enunciados básicos de la Postmodernidad: No
existen verdades absolutas. No existen; pero el anunciado, por contenerse a
sí mismo, se sitúa fuera de la lógica aristotélico-cartesiana: las conclusiones
postmodernas son ciertas, pero no se pueden
aplicar en absoluto dentro de un ámbito anterior (es decir, moderno). El
hecho de querer hacer de una correlación estadística una verdad universal es
como hacer una religión del enunciado Todas
las religiones son falsas o pretender que los modelos científicos se
transforman, a base de años, en dogmas de fe universales. Los modelos no son
más que narrativas que van
evolucionando y se adaptan así a las contingencias de cada momento histórico. Los
modelos del día de hoy son los de la complejidad, que gran parte del mundo
científico todavía no ha comprendido. Y esto que aplica al mundo de la ciencia
aplica también al mundo de la espiritualidad y al mundo del arte. Hay que
recelar siempre de los poseedores de la verdad absoluta, sean quienes sean.
Aunque se trate de la hoy omnipresente y omnipotente petagígica nube.
miércoles, 5 de diciembre de 2018
Ruina
He vuelto a leer a Han –publica tantos
libritos que uno puede hacerle visitas periódicamente-. Esta vez el nuevo
volumen –Psicopolítica, 2014- me ha parecido particularmente brillante (una de
las cosas que más admiro en este autor es su capacidad para las ideas condensadas, aunque
después las repita tanto que pierden algo de la concentración inicial). Los
temas que trata Han vienen a ser los mismos de siempre aunque su importancia y
alcance excusa la insistencia: el smartphone
como herramienta de dominación (“como el rosario, sirve para examinarse y
controlarse a si mismo; el me gusta
es el amén digital. El smartphone es
un confesionario móvil; Facebook es la iglesia, la sinagoga global de lo digital”),
la política como mercancía (“hoy no se exige transparencia frente a los
procesos políticos de decisión –por los que no se interesa ningún consumidor-
sino transparencia para desnudar a los políticos hasta convertirlos en objeto de
escándalo frente al espectador pasivo”), el Big
Data como vigilancia policial aperspectivista, el capitalismo de la emoción
–que, a diferencia del sentimiento, no permite la narrativa que articule
ninguna idea-…. Una vez más lo único que
encuentro a faltar es que la descriptiva tan lúcida y brillante de nuestro
presente se enmarque dentro de una historia que narrativice el antes, el como y el después. Porque
cada vez que Han utiliza términos como aperspectivista,
a-narrativa o racionalidad lo hace en un contexto puramente peyorativo. Como los
que utilizan el término globalización
en sentido exclusivamente negativo, sin pensar que todo ello pueda ir asociado
a un concepto evolutivo en el más noble sentido del término. Así, el a-perspectivismo es una manera de citar la multiperspectiva que genera una estructura superior que engloba a las inferiores, al igual que sucedería con la polinarrativa o la trans-racionalidad.
lunes, 30 de julio de 2018
Perfección
En aquella calurosa mañana de verano
en que, para mayor penuria, los sistemas de climatización fallaban de forma
intermitente haciendo la atmósfera aún más pesada, el administrativo S.P.M. se
veía incapaz de trabajar. En realidad S.P.M. no trabajaba demasiado en ninguna
ocasión, independientemente del clima, pero normalmente no tenía conciencia de
ello. Se engañaba a sí mismo con tanta facilidad que nadie hubiera dicho que
ganó su posición gracias a toda una serie de pruebas interminables y dilatadas
en el tiempo que aseguraban que tan preciado trofeo se convirtiera en un lujo
al alcance de muy pocos ciudadanos del reino. ¿Y cuál era la etiología y el
sentido profundo del puesto de trabajo que tan flamantemente ocupaba S.P.M.?
Según él, su trabajo –además de extenuante- era absolutamente clave para la
homeostasis social. S.P.M. se dedicaba fundamentalmente a cotejar y, en su
caso, ajustar los requerimientos que debían aplicarse a las normas que
regulaban el correcto funcionamiento de las medidas de contingencia que se
ponían en marcha cuando el sistema oscilaba más de una séptima parte de la
desviación standard calculada teóricamente para el cotejo de los requerimientos
de satisfacción social. Un trabajo, como solía decir el propio S.P.M.,
excitante. Durante la primera época de su experiencia laboral S.P.M. tenía, en
ocasiones, que improvisar sobre la marcha y adaptar su trabajo a cualquier
casuística. Pero en los últimos años el departamento correspondiente (en su
caso, el de bienestar social) había puesto en marcha unos procedimientos que
actuaban como masterfiles capaces de
protocolizar cualquier contingencia. Toda la realidad tenía que estar contenida
en tal documento (casi) definitivo. La identificación de cualquier caso que se
situara fuera de tal cartografía ponía inmediatamente en marcha un plan de
actualización de los procedimientos. Este plan conllevaba la reunión apremiante
(aunque no necesariamente urgente) de todo un grupo de funcionarios especializados
que decidían así sobre el futuro de las futuras realidades (también decidían si
tales realidades eran en realidad reales o no). A fin de llevar un control
riguroso de los resultados de su trabajo, S.P.M. debía, como todos sus
compañeros, generar mensualmente los correspondientes informes ISO.2-324 y
además, los ISO.3-426 cada trimestre y los ISO.6-538 anualmente. Todo parecía
controlado y S.P.M. podía descansar tranquilo porque su contribución a la
sociedad le generaba suficiente paz de conciencia como para descansar
plácidamente cada noche para así poder llegar, al día siguiente, fresco a su
mesa de trabajo. Y no era para menos. El material que manejaba y generaba
S.P.M. no solo modelaba cualquier aspecto de la sociedad sino que, además,
devorava todo lo que no parecía poder contener al principio, que acababa así
incorporado al particular universo en el que S.P.M. y tantos otros, de forma
consciente o inconsciente, vivían. Curiosamente, sin embargo, esta especie de
cajón de sastre que todo lo acababa conteniendo se iba pareciendo cada vez más
a un agujero negro –o más bien a un agujero gris- que devoraba, cual moderno
Saturno, a sus hijos, especialmente a aquellos más díscolos. De esta manera el
sistema siempre aseguraba que todo su contenido quedase convenientemente
catalogado, taxonomizado, aceptado y digerido. Tal contenido constituía su
Corpus de La
Verdad. La diversidad era
analizada e incorporada. Y la divergencia se intentaba digerir previamente a la
incorporación. Si la digestión no se hacía posible se ponía en marcha el
programa-anatema que reducía la divergencia a la no-existencia. Tal sacrificio
era necesario en pos de la continuidad. Sí, el piadoso S.P.M. constituía un
pequeño pero importante eslabón de un sistema perversamente modélico.
viernes, 4 de mayo de 2018
Substantia
Sigo leyendo a Byung-Chul Han. Y me
sigue pareciendo un sintetizador excepcional de nuestro momento histórico.
También me sigue pareciendo que todas sus reflexiones parecen encaminadas a
concluir que estamos en un momento particularmente malo de la historia y, por
consiguiente, lo mejor que podríamos hacer es frenar, poner la marcha atrás y
salir de este callejón (¿sin salida?) para ir a otro sitio (¿nuestro pasado?).
Supongo que Han nos incita a reflexionar, rebelarnos contra el estado de cosas
y abrazar una filosofía a-temporal (todavía no he leído su libro sobre la
filosofía Zen, pero puedo casi anticipar esta posibilidad). Me gustaría más que
Han fuera capaz de un ascenso dialéctico y abogase por un Zen del futuro, con
elementos de la cultura occidental de la que por otra parte él es buen
conocedor. ¡Cuántas veces he oído –y contrareplicado- manifestar la creencia de
que la filosofía de Oriente no sirve para arreglar el mundo porque debido a su
pasividad lo deja invariante! Esta idea es absolutamente occidental. Desde
Oriente se puede argüir con idéntica facilidad que la filosofía de Occidente no
hace más que crear necesidades e ilusiones. Me parece absolutamente necesario
que la filosofía de nuestro tiempo y del futuro próximo supere esta dialéctica.
Las culturas oriental y occidental hace ya mucho tiempo que se encontraron y su
fusión es un necesario proceso de lógica histórica. A este respecto acabo de
leer también a Giles Lipovetsky, quien hace diez años analizaba los males pero
también los aspectos positivos de nuestra época. Me pregunto si tales aspectos
siguen siendo hoy en día vigentes. Para mi el problema más serio que presenta
la visión postmoderna es la falta de historicidad, la falta de dialéctica y de
sentido evolutivo. Aplicada al mundo artístico, la postmodernidad precluye la
existencia de vanguardias: todo ha sido ya dicho -todo ha sido descubierto- y
lo único que nos cabe producir son combinaciones de elementos que se encuentran
en la historia. Éste es el gran subproducto que la falta de grandes narrativas
o de metanarrativas acarrea. Leo en la entrada catalana de la Viquipèdia (¡en
la Wikipedia en castellano el artículo en cuestión ni existe!) que la postmodernidad consiste en una visión liberadora
del mundo, una visión sin los trasfondos paternalistas-sexistas-capitalistas
propias de la modernidad, que propugna la libertad personal, la subjetividad
individual y la revolución artística (¿!). Recomiendo la entrada de la
Wikipedia inglesa para ahondar de forma seria sobre esta cuestión.
miércoles, 11 de abril de 2018
Cardinales
A fuerza de tanto repetir que vivimos
en una sociedad abocada al precipicio de la incomprensión, la ignorancia, la
imbecilidad, la ignominia y la inmolación me lo acabé creyendo. Y mis
subsiguientes pensamientos y acciones, claro está, fueron absolutamente
coloreados y matizadas por tal creencia. Y cada vez que pisaba el freno y
miraba hacia el retrovisor, con ánimo de comparar lo que tenía delante y lo que
tenía detrás, caía presa de esa inconmensurabilidad gnoseológica a la que tan
finamente llaman paradigm shift. Y no
solo no lograba encontrar un metaespacio desde donde visualizar simultánea y
nítidamente las dos zonas sino que cada vez la trampa epistemológica se cerraba
más y más en torno a mi mente y oprimía con más fuerza mi fuente de inspiración,
que parecía secarse por momentos. Así fue como llegue a la conclusión de que
debía acudir a un gurú inspiracional, un maestro místico o algún hábil
charlatán que volviera a enderezar mi entendimiento so pena de caer en una especie
de decadencia senil prematura. Pero… ¿Dónde buscar tal gurú? ¿Debía mirar hacia
adelante, hacia atrás, hacia los lados o hacia arriba? Si miraba hacia atrás mi
selectiva aprecición encontraba a viejos maestros cuyas enseñanzas parecían en
su momento eternas pero la aplicación de las cuales parecía en el momento
actual fuera de contexto. Si miraba no tan hacia atrás me topaba con mis
predecesores directos: progenitores, maestros, ex-compañeros y ex-profesores el
recuerdo de los cuales no hacía más que aumentar mi sensación de vértigo y
tristeza por la pérdida de un tiempo pasado que, una vez más, parecía
simplemente mejor. Como siempre he
tratado de evitar esta sensación de refugio virtual que ciertamente apacigua a
la corta pero que enloquece a la larga, miré a los lados. El problema era ahora
muy diferente. El torbellino frenético al que estamos estructuralemente
sometidos precluye el paisaje lateral. Sus vórtices voraces literalmente
engullen toda nuestra perspectiva lateral o externa. No existen exteriores.
Todo parece englobado por el torbellino. Si lo que quería era ganar una posible
metaperspectiva no iba por buen camino, así que decidí mirar hacia delante. En
esa dirección se podían observar gurús de todo tipo, algunos con pretensiones
visionarias, otros más puramente folklóricos, muchos iluminados, también
bastantes chiflados (la conjunción incluída), mercachifles, algunos finos
analistas y muchos, muchos mamarrachos. Y, evidentemente, algunos que no podía
clasificar fácilmente pero que podían caer en uno cualquiera de los grupos anteriores. Mi
intención última para con este grupo no era sin embargo la clasificación sino
el hallazgo de puentes de comunicación con el pasado que me permitieran conocer
mejor el futuro. El establecimiento de metapuentes, vaya. Por mucha ruptura
epistemológica que hubiera pensaba que, alejándose lo suficiente, la tal grieta
podría necesariamente permitir la creación de tales metapuentes. Pero ahí, ay,
me engañaba sin saberlo. Porque las situaciones, los metapuentes, las
epistemologías y demás tanto se nos pueden presentar como objetos que como
procesos. Como la luz. Y a medida que me alejaba de la grieta epistemológica
con objeto de hallar la conexión natural que la cerrara me encontraba más con
una dinámica, con un sistema en evolución que con un objeto de dimensión
espacial. Decidí una vez más cambiar de dirección y oteé hacia arriba, quizás
buscando un deus ex machina que de
repente iluminara la situación, clarificándola. Me imaginaba un espectáculo
poético-circense a medio camino entre la revelación divina y el juego
mistificador del prestidigitador. Mirando hacia esa dirección, sin embargo, me
pasaba una cosa diferente a las experiencias anteriores. Tan pronto veía una
multitud de sombras difusas que parecían quererme decir algo como una imagen
más nítida pero inexpresiva como en muchas ocasiones no veía absolutamente
nada. Al cabo me percaté de que esa dirección era en realidad una subrogada de
otra dirección que no procede de la espacialización. Cuando miraba hacia arriba
salía en realidad de la esfera del tiempo espacializado y entraba en la esfera
de la interioridad des-temporalizada. Cuando miraba hacia arriba miraba, en
realidad, hacia mi interior. Y allá había de todo –o no había nada, dependiendo
de mi estado, mi receptividad y mis expectativas-. Fue así como, con mucho
esfuerzo, logré construir una narrativa que podía recoger o, mejor dicho, contener todos los puntos de referencia
que necesitaba para esbozar un modelo. Mi modelo, que no debía enfrentarse a
otros modelos, sino abrazarlos.
martes, 20 de marzo de 2018
Aromas
Después de una
ausencia impropia de este espacio (¿crisis de crecimiento?) vuelvo no con
energías renovadas sino con una sensación de irrealidad creciente. Cada vez me
resulta más difícil -quizá en realidad más fácil pero más penoso- el realizar
la cartografía de nuestro momento histórico. Es por eso que busco
desesperadamente a alguien con ideas claras sobre el tema. Siempre he
considerado que hay gente en el mundo a quien escuchar atentamente -lo único
que sucede es que hay que saber encontrarlos e identificarlos-. En un intento de capturar las esencias
de nuestro momento a través de pensadores que describan la postmodernidad pero
no se queden atrapados en ella –es decir, que crean que la postmodernidad en realidad
no es un terreno objetivo absoluto- he llegado a Byung-Chul Han, autor de una
plétora de pequeños ensayos que en estos momentos reclaman cierto éxito
editorial. Debido a mi interés sobre cuanto tenga que ver con la temporalidad
he comenzado leyendo “El aroma del tiempo”. Me ha parecido una sugerente
descripción de uno de los aspectos que configuran la crisis de la Modernidad
lleno de fértiles ideas y derivaciones. He continuado con “La expulsión de lo
distinto”, que todavía me ha gustado más, hasta el punto de releer algunas
frases un instante después de haberlas leído, como si saboreando un aroma con el que
resuenas extensivamente. Sin embargo, Han no va más allá para poner en contexto
qué significa esta crisis y hacia donde se dirige (que en el fondo es lo que yo
quería encontrar en los libros). Diríase que el autor se lamenta sobre un
pasado perdido que conviene re-encontrar para bien de nuestra salud general. En
el volumen sobre el tiempo durante unos breves pasajes parece querer esbozar el
posible sentido y evolución de todo ello, pero se queda en el intento. Aun así
sigo con muchas ganas de visitar otras obras de este autor. Merece la pena, lo aseguro.
miércoles, 6 de septiembre de 2017
Elegancia
Mercutio, el personaje amigo de Romeo Montesco en la tragedia de Shakespeare, hace gala a su nombre (que en realidad deriva del más cristianizado Marcuccio) y se nos presenta como un carácter plenamente mercurial. Ésta es una característica general del teatro de su autor, quien construía magistralmente sus personajes a través de figuras arquetípicas, mitológicas, tipos simbólicos, astrológicos... Es difícil plasmar la ardiente y destructiva simbología del escorpio con más acierto que con el personaje de Othello o la del equilibrio dubitativo del libra que con el de Hamlet. Pero volviendo a Mercutio lo que más me llama la atención de su paleta tipológica es la elegancia, propia del dios alado. Quizás porque en nuestro adocenado mundo la elegancia se ha reducido a una palabra únicamente utilizada en el mundo de la moda y ya nadie la practica. La elegancia es una actitud -no solamente estética aunque siempre conlleve ese matiz- frente a la vida. Mercutio adora a Romeo y odia a Tybalt no solamente por seguir la actitud de su amigo. Tybalt representa la fuerza bruta, el primitivismo, la no-diferenciación y, por si fuera poco, no tiene el más mínimo sentido del humor. Diríase que Mercutio obtiene un placer especial azuzando a Tybalt, a sabiendas de que pone su vida en juego. Mercutio, el poeta, el irónico, el juguetón, el amigo fiel, el saltarín, muere así a manos de su contrario. Un poco como pasa ahora en nuestra sociedad. El egoísmo primitivo y zafio ha cobrado suficientes alas como para destrozar la cristalería a su paso. Nulla aesthetica sine aethica.
domingo, 8 de junio de 2014
Viaje
El mundo está cambiando de forma acelerada. Para poder dar cuenta de este
cambio necesitamos de un marco, un paradigma, una perspectiva. La necesidad del
marco está fundada en la objetivización de nuestras percepciones: podremos ser
capaces de observar/aprehender/conocer/racionalizar/controlar. En otras
palabras, necesitamos de un metaespacio privilegiado. Este hecho se ha dado
siempre por supuesto en relación con las Humanidades pero no fue hasta Koyré,
Bachelard y Kuhn que quedó claro que aplicaba igualmente a las ciencias de la
naturaleza, cuyo estudio es tan humano como el de las humanidades propiamente
dichas. Pero en una época de cambio es difícil establecer un marco que nos sirva
para un trayecto significativamente duradero. Debemos ir cambiando de marco
conforme nos aceleramos. En la mecánica clásica las estrellas fijas se tomaban
como sistema de referencia no movible, aunque las estrellas también tienen
paralaje y movimiento aparente. Todo depende de la escala a la que nos movamos.
¿Qué necesitamos, pues, ahora, si queremos seguir conociendo? Por un lado,
necesitamos ampliar nuestro ámbito de visión. Como en el Renacimiento, debemos
ser capaces de poder observar a la vez disciplinas muy diferentes –disciplinas
antiguas y también nuevas disciplinas-. También debemos ser capaces de mirar
con ojos nuevos, otorgando así una validez relativa a nuestros marcos previos
de referencia. Debemos, por fin, y como hecho adicional sin precedentes, ser
capaces de ir más allá de nuestro método analítico y basado exclusivamente en
la razón y alcanzar una visión trans-objetiva –estoy intentando hablar de una
nueva forma de subjetivismo que no tiene nada que ver con lo que usualmente se
entiende por ello-. El nuevo subjetivismo no tendría demasiado que ver con la
llamada Inteligencia Emocional sino más bien con la convicción de que somos
parte del sistema y no deberíamos aislarnos de él para su comprensión. Un poco
como la amenaza del ego: el desarrollo del ego como mecanismo psicológico de
supervivencia se tiene que ver superado evolutivamente con la convicción de su
esencial falsedad so pena de hacer todavía mayor la desconexión.
lunes, 16 de septiembre de 2013
Mudanzas
Intento
seguir, con una mezcla de curiosidad, estupor y horror, el presente y porvenir
de nuestra frenética y sin embargo balbuciente sociedad. Ciertamente, las
simplificaciones del lenguaje (en los
teléfonos móviles), de los conceptos (clichés por doquier), de las ideas
(tópicos largamente cultivados), de las estructuras (dualidades decretadas) son
útiles para hacer un cambio. Es como cuando se realiza una mudanza y se colocan
las pertenencias en cajas para su traslado. Durante la mudanza tenemos que
sobrevivir con lo puesto, pero albergamos la esperanza de recuperar lo que
guardamos y así continuar avanzando. Cuando se intenta continuar sin recuperar
la parte esencial de lo anterior se repiten los vicios y, lo que es peor, no se
evoluciona por falta de base. Nuestros conceptos-cliché de hoy día me recuerdan
cada vez más los experimentos realizados con primates, algunos de los cuales
logran aprender un código de signos de manera relativamente sencilla. ¿Por qué
se insiste en colocar una foto de Einstein al lado de los anuncios de los tests
de inteligencia? (¿qué miden exactamente los tests de inteligencia?). ¿No sería
mejor intentar explicar de manera sencilla cuál fue el significado de los
logros de Einstein? Lo mismo sucede con Marilyn Monroe, Hitler, Che Guevara y
otros signos icónicos. Lo peor de esta dinámica de cajas estancas es que frena
toda evolución, porque elimina cualquier conciencia sobre la presencia,
significado y posibilidad de evolución de las estructuras de conocimiento. Y
equipara las posibilidades de conocer algo nuevo a las de encontrar algún
objeto nuevo (de cualquier tamaño) confinado en un espacio definido (de
cualquier tamaño), cuando el modo más radical de avanzar en cualquier área de
conocimiento pasa por ver lo mismo de siempre de una manera nueva. Es difícil de ver cuando se está inmerso en ella,
pero la racionalidad no es un modo absoluto de conocimiento, como no lo eran
tampoco la magia o el mito. Representa un avance enorme respecto a estas
estructuras, pero no un punto final. La pregunta constantemente planteada en
los filmes infantiles sobre si la magia existe o no está absolutamente mal
formulada y se puede aplicar igual a la racionalidad: tanto una como la otra no
son más que formas de ver el mundo.
miércoles, 31 de julio de 2013
Alienación
Hace cuarenta
años el término “sociedad alienada” hacía furor. En cualquier foro “in” se
hablaba entonces (sin haberlos leído) de los hoy bastante olvidados Marcuse y Althusser.
La perspectiva que aparecía en aquel momento ante los ojos del gran público en
muy diversas ramas del saber era infinitamente más limitada que la actual. Sin
embargo, se sabía que había mucho por conocer y la ilusión por conocer nos
acompañaba. Un poco al revés de lo que sucede en nuestro momento, en que pese a
la amplia perspectiva que aparece enfrente nuestro, la alienación ha llegado a
niveles entonces impensables y a la vez el supuesto espacio inexplorado se ha
empequeñecido ante nuestros ojos. Hace cuarenta años las jóvenes no se
maquillaban –o, al menos, lo disimulaban más- por no hacer juego al “capitalismo
degenerado” y por aparecer “más naturales”, es decir, con más posibilidades
inexploradas. En la actualidad existe una gran sobremaquillación (como en el
film Fellini-Satyricon) que parece ampliar la perspectiva de lo posible, aunque
empequeñece el área de las potenciales posibilidades.
miércoles, 30 de enero de 2013
Crescendo
Dada la muy extendida propensión de los humanos a anticipar el futuro (inicialmente por puras razones de supervivencia, aunque ahora tal proceder ya se ha cronificado) se hace muy fácil provocar el pánico contando con tal implicación psicológica. En música, un calculado crescendo orquestal puede provocar más angustia que el fortísimo más súbito, ya que aunque éste puede generar una buena descarga de adrenalina que desciende rápidamente (el susto, como en la Sinfonía de la Sorpresa de Haydn), el primer fenómeno cuenta con el generador de angustia más eficaz: uno mismo. Si en vez de a un fenómeno acústico aplicamos este principio a una situación histórica tenemos un poco un retrato de lo que nos sucede en la actualidad. La crisis del sistema da miedo, pero lo que más miedo da es la imaginación desbocada, la incertidumbre sobre el futuro. Lo que angustia del crescendo es que no sabemos realmente hasta qué nivel asciende antes de terminar. No como en el caso del meticulosamente preparado y laboriosamente orquestado Bolero de Ravel (que asciende hasta la famosa modulación para entonces acabar), sino más bien como en el caso de un redoble de gong y platillos que comienza casi inaudible y crece inexorablemente durante unuos instantes que no parecen tener fin, como en el caso de muchos finales de Messiaen (aunque, a diferencia de nuestro contexto actual, muchos de los redobles de Messiaen destilan alegría).
martes, 15 de febrero de 2011
Escaleras mecánicas
martes, 27 de enero de 2009
Ciclistas
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Voy –de nuevo- por la calle y observo como una bicicleta se dirige a buena velocidad hacia mi persona, esquivándome en el último momento, cuando yo ya debía poner cara de espanto. Por un instante pienso en el incivismo de que hacen gala los ciclistas. Enseguida apostillo: algunos ciclistas. Había creado una relación categorial falsa, de aquellas que te enseña a evitar la psicología cognitivo-conductual y que se resumen en aquello de tomar la parte por el todo. Entonces pienso que no es que los ciclistas sean incívicos, sino que en general muchos barceloneses lo son, ya sean ciclistas, automovilistas ó peatones. Pero después pienso que este tipo de aseveración exige bastante rigor metodológico para ser certeramente contrastada y que, previamente y de forma más acuciante, debo establecer un baremo de incivismo adecuado. Entonces pienso que quizás existen otras zonas del mundo donde se piensa más en el prójimo o, al menos, se tiene más conciencia de él y, consecuentemente, de la comunidad, de la res publica, en pocas palabras. Pero al poco pienso todavía que en las zonas donde hay más respeto a la comunidad suele haber también menos sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, como si conciencia de comunidad con respeto al individuo estuviera en contradicción con ignorancia de la comunidad con compasión hacia el individuo. Entonces establezco una gradación vertical de conciencia/compasión y veo que las zonas descritas anteriormente se compensan: quizás las comunidades con más conciencia comunitaria han olvidado demasiado la compasión individual hacia los individuos. Estoy a punto del siguiente giro dialéctico cuando una nueva bicicleta me devuelve exactamente al punto de partida.
martes, 6 de enero de 2009
Falsedad
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El período navideño suscita no pocas reflexiones en torno a uno de aquellos temas básicos que subyacen en lo más profundo de la sociedad humana: la falsedad. ¿Por qué nos seguimos dejando engañar por las apariencias, aun sabiendo que no son más que eso, meros montajes cada vez más férreamente y menos sutilmente orquestados? No voy a dudar de la buena fe de la gran masa de la población (aunque este argumento no deja de ser falaz porque la gran masa con buena fe está llena de elementos con más mala que buena fe), pero constato que una buena parte de la sociedad prefiere vivir en la –falsa- inocencia a abrir los ojos e intentar ver un poco más allá. Sospechamos fuertemente que para que nosotros podamos conseguir determinados bienes han tenido que pasar cosas reprobables a nuestros ojos pero que preferimos ignorar. El famoso tema del conocimiento y la ampliación de conciencia son experiencias que, como todo crecimiento, duelen. Duelen pero conducen a espacios y experiencias de mayor calibre. Hoy día muchos menores que ya no están en edad de creer en la existencia de Santa Klaus ó los Reyes Magos confiesan abiertamente que prefieren seguir creyendo en ellos. Evidentemente que siempre hay que creer en algo para mantener un mínimo equilibrio psíquico, pero es importante que ese algo vaya creciendo y evolucionando con la edad. Quizás los adultos se enternezcan al contemplar a los niños en Navidad porque evocan con nostalgia épocas pretéritas de su vida, pero en buena parte de los casos no es más que un descanso del frenesí que nos ronda durante todo el resto del año. Es como las treguas que –antaño y hoy día- realizan facciones beligerantes el día de Navidad. Si se puede parar la carnicería un día, ¿por qué no pararla el resto del año? Aunque tanto la tregua como la carnicería responden a impulsos atávicos a los que nunca solemos preguntar por su nombre y apellido.
martes, 30 de diciembre de 2008
Toma el dinero y corre
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En la actualidad, mucha gente no tendría ningún problema en afirmar que, en el campo del arte –ó los campos relacionados de la creatividad proto ó pseudoartística- lo que cuenta son las cifras económicas. Invocando un relativismo “de grandes almacenes” no tendrían ningún rubor en afirmar que El código da Vinci es superior a Der Schloss. En cambio casi nadie se atrevería a afirmar que la comida de los establecimientos de american fast food es superior a la de un modesto restaurante de cocina de mercado –y no digamos ya la de un cocinero con estrellas Michelin a sus espaldas-, caso paralelo al que exponía al principio. Aquí entra en juego el complejo tema publicitario. Lo que cada comprador compra –en ocasiones creyendo comprar otra cosa- es una cualidad que cree adivinar en determinado producto. Los organizadores de los fenómenos de masas saben muy bien qué es lo que mueve al cliente potencial a gastar su dinero. Y existen numerosas razones más relacionadas con la ilusión que con el producto: la exclusividad, el deseo de pertenencia al grupo y el valor de lo efímero, por ejemplo. Para algunos, el no haber leído en su día El Código da Vinci les supone el no sentirse integrantes de la manada y, por tanto, rechazados ó al margen de “lo moderno”. Ello hace de los best-sellers un tipo de productos de gran consumo, lo que casi siempre viene a significar baja calidad literaria, lo que significa ganancias rápidas y producto rápidamente olvidado. Es el toma el dinero y corre; la provisionalidad de nuestra situación.
martes, 16 de diciembre de 2008
Catecismo Corporativo
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Esta especie de esperpento de sociedad a punto del colapso que vemos por doquier y que sin embargo forma parte de la evolución natural de cualquier sistema –con sus correspondientes tiempos asociados: nacimiento, desarrollo y muerte- se hace todavía más patética cuando, con objeto de salvarse, lo único que hace es prolongar todavía más su agonía. Mientras una todavía pequeña parte de ella evoluciona lentamente abrazando nuevas concepciones otra buena parte de los sectores con más poder se aferra a las viejas con tal de salvar al máximo los muebles; muebles que antes ó después acabarán ardiendo. Y para colmo, en muchas ocasiones se coloca el disfraz de la moda de manera que acaba generando el famoso doble vínculo ó mensaje con metamensaje opuesto incluido. Las corporaciones, por demostrar que están al día y hacer caso a lo que sus carísimos consultores les indican incorporan cursos de formación en los que se enseña lo contrario de lo que desde su propia cúpula ellas mismas practican. Una versión particularmente peligrosa de lo que podemos clasificar de esquizofrenia social. Hace un mes que hemos asistido al triste espectáculo de un ministro belga que, tras ver denunciada en un blog la juerga nocturna que se corrió durante una superflua visita de trabajo a Nueva York, logró, utilizando los hilos secretos del poder, que despidieran del local a la camarera autora del blog, la estudiante Nathalie Lubbe-Bakker. Y encima, este energúmeno se permitió comentar que los blogs representaban uno de los grandes peligros de nuestro tiempo. Seguro que este personajillo, típico representante del arribismo moral de nuestra época, ha asistido a innumerables cursos en los que se destaca la transparencia como gran virtud social. Si los segmentos de la sociedad que poseen las mayores cuotas de poder son incapaces de evolucionar, los cambios vendrán de manera súbita y descontrolada. Es la diferencia entre una transición y una ruptura. Aunque por lo visto el tal ministro esté ahora en un aprieto teniendo que dar molestas explicaciones a los parlamentarios en Bruselas.
viernes, 5 de diciembre de 2008
Miedo
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El miedo colectivo, que amenaza a la humanidad desde sus albores, parece haberse instalado de nuevo entre nosotros. Primero lo hace de forma inconsciente, amenazadora. Eso resulta ya muy terrible para una sociedad que tiene miedo de tener miedo, o sea, de enfrentarse cara a cara consigo misma. Porque tal cuidadosa autoobservación conduciría implacablemente a una catarsis largamente evitada. De forma significativa, esta especie de instinto de evitación lo único que hace es acelerar la huída hacia delante, como la de las protagonistas del film Thelma & Louise que, aplazando lo que parece inevitable no hacen más que aumentar la probabilidad de que eso mismo ocurra. Poco a poco la cara del adversario se va perfilando con más nitidez: cada uno teme perder aquello a lo que más se aferra: posesiones materiales, comodidades, poder, hinchazón del ego y mil cosas más. En este estado de cosas hacen su aparición los salvadores automáticos de la humanidad: las sectas, que piensan por ti, los fascismos, que actúan por ti, y los chusqueros miserables que han estado anteriormente agazapados –como los flamingeants de la canción de Jacques Brel, “fascistas durante las guerras y católicos entre ellas”-, personajes estos que aglutinan tanto elementos sectarios como fascistas. Entonces es cuando el miedo cobra una dimensión desconocida, porque por un lado es alimentado desde los sustratos más profundos de la mente y por el otro afecta a la pérdida de valores también más profundos, como el sentimiento de la libertad ó la dignidad humanas. ¿Cuándo empezaremos a escuchar a Laoconte en lugar de mirar hacia otro lado mientras el ruido de fondo crece de forma amenazadora?
martes, 21 de octubre de 2008
Aplazamiento
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El hace ya años inevitable crash financiero que el sistema está experimentando es el resultado del desbocamiento de un driver que –utilizando una vez más el lenguaje cibernético- está positivamente acoplado a su circuito de retroalimentación. Me refiero al afán por aumentar las riquezas materiales. Ya lo dice el refrán: cuanto más se tiene, más se quiere. La acumulación de riqueza material, de manera fabulosamente irónica, no produce tranquilidad sino todo lo contrario. Todos los mecanismos de compensación psíquica se disparan para advertir de que hay algo que no funciona (en otra época esto se llamaba mala conciencia). Y la víctima, lejos de interpretar esos signos como frenos, los interpreta como aceleradores. Y ya tenemos el acoplo positivo ó autoreforzante que lleva al colapso. En este caso hay muchos aspectos que una vez más nos hacen reflexionar. Primero, el tema de la otredad: nos dedicamos a escindir y lanzar lejos nuestro las causas denostando a los responsables directos del desaguisado, olvidando que los responsables somos todos los que formamos parte del sistema (lo cual no quiere decir ni mucho menos que apruebe sin más las medidas de reflotación que se están adoptando para salvar a los ladrones de guante blanco y al sistema al cual pertenecen). Segundo, y tal como decía hace un tiempo, la insensata visión de dos bloques socio-políticos antagónicos pugnando por tener la razón se desvanece. Hoy en día tanto el socialismo como el capitalismo entendidos a la manera tal y como se llevaban a la praxis hace cincuenta años están más que liquidados (¡tanto el uno como el otro, Mr Fukuyama!). Tercero, las limitaciones de un espacio de pensamiento: el espacio físico impone unos límites (los límites en la sostenibilidad de que tanto hablamos, por ejemplo), pero los espacios de pensamiento también los poseen. A pesar de que los hayamos querido ampliar hasta su máxima elasticidad mediante una palabra mágica que ahora nos pasa la correspondiente factura: aplazamiento.
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