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viernes, 29 de septiembre de 2017
Perspectivas
viernes, 2 de diciembre de 2016
Juegos
Kant fue el
primer pensador que estimó que el espacio y el tiempo se comportan como “formas
sensibles de conocimiento”, abriendo así una puerta a la idea de que es nuestra
mente la que crea tales categorías y que la razón debe, necesariamente,
someterse a tales coordenadas para poder ponerse en práctica. En alguna ocasión
anterior he sugerido ciertas asociaciones entre nuestra percepción
espacio-temporal y nuestros sentidos, asignando la espacialidad al sentido de
la vista y la temporalidad al sentido del oído. Así como desde el punto de
vista de la Física el espacio, el tiempo, la materia y la energía forman una
constelación indisociable, desde el punto de vista noético la estructura
mental-racional también se mueve conjuntamente en las coordenadas de espacio y
tiempo. Propongo un pequeño juego: imaginar un mundo en el que exista espacio
pero no tiempo y viceversa. ¿Qué imagen perceptiva resulta de este experimento
mental? El mundo sin tiempo nos dibuja una imagen visual inmóvil, congelada.
Después de todo percibimos el tiempo como movimiento, ya sea un desplazamiento
a través del espacio, ya sea un proceso biológico como el envejecimiento u otro
tipo de proceso experiencial (la música). Es decir, todo aquello que nos remite
a una evolución, que es la palabra más cercana al espíritu del tiempo. ¿Cómo
nos aparece un mundo sin espacio? Tal constructo es aparentemente más difícil
de imaginar. Un mundo sin espacio es necesariamente un mundo sin estímulos
visuales; la imagen negra que percibe un invidente. Los estímulos permitidos
serían entonces los aurales, olfactivos, las sensaciones físicas. Nos podemos
preguntar si los procesos mental-racionales tales como la asociación, la
deducción, la comparación son experienciales, participando así de la
temporalidad, o se pueden llegar a situar más allá del tiempo, como hace nuestro
inconsciente ¿Y los procesos de maduración, aceptación, comprensión?¡El juego da para mucho!
viernes, 21 de octubre de 2016
Algoritmos
Acabo de leer
el monstruosamente largo ensayo del conocido físico Roger Penrose La nueva mente del emperador (1989). La
tesis de la obra, anunciada periódicamente a lo largo de la misma, es la
constatación del carácter no algorítmico de la mente (humana), lo cual la
distingue radicalmente de lo que usualmente entendemos por inteligencia
artificial, que sí que en principio sigue instrucciones del tipo máquina de
Turing. A lo largo de seis séptimas partes de la obra Penrose despliega
complejas disquisiciones –supuestamente escritas para el gran público-
alrededor de temas que, como físico y matemático distinguido que es, domina a
la perfección: algoritmos y máquinas de Turing, física clásica y relativista, teselaciones,
mecánica cuántica, termodinámica y fisiología cerebral. Algunas aproximaciones
me han resultado particularmente interesantes (otras tremendamente aburridas).
En la última séptima parte de la obra Penrose despliega brevemente su tesis,
así como sus ideas sobre la creatividad y el mundo platónico de las ideas,…¡sin
referencia significativa aparente hacia todo lo que ha explicado con
anterioridad! Debo decir que estoy en un 85% de acuerdo con dichas tesis, pero
mi ruta hacia ellas nada tiene que ver con la mecánica cuántica ni con otros
modelos físicos. ¿Por qué Penrose acaba su obra invocando la esperanza de que
la tesis pueda ser demostrada algún día desde el punto de vista de las ciencias
naturales? Un punto de vista muy de los hombres de ciencia británicos. Pienso
en los escritos “filosóficos” de Bohr, Heisenberg o Schrödinger. Estaban mucho
más basados en la “sabiduría” de sus autores que en sus conocimientos
científicos. Y, evidentemente, ninguno de ellos creía en el reduccionismo
científico.
viernes, 1 de mayo de 2015
Confianza
Según una
conocida aseveración popular, una vez se aprende a ir en bicicleta, ya no se
olvida jamás, por tiempo de falta de práctica que pase. Lo mismo sucede con la
capacidad de flotar en el agua. Aunque se pierdan facultades la técnica básica
se mantiene. ¿Por qué sucede asi? Pues porque la capacidad de sostenerse sobre
una bicicleta en marcha o de flotar sobre la superficie del mar dependen de una
función básica de nuestra mente: la confianza. La práctica de un deporte de
competición o de un instrumento musical requieren altas dosis de
psicomotricidad que se adquieren con entrenamiento y que ciertamente decaen con
la falta de uso. En los casos mencionados de la bicicleta y la flotación la
sola constatación de que algo que parecía poco menos que imposible es absolutamente
posible dispara automáticamente los bucles psicomotrices que lo actualizan. Es
un poco como la puntualidad en los horarios de los trenes. La simple aceptación
de la idea de que la puntualidad es importante la hace posible por polarización
del sistema, infinitamente más que las cuestiones técnicas, que les son
subsidiarias –aunque ciertamente en este caso es necesario dar tiempo al
sistema para generar toda la complejidad que entraña-. El ejemplo da la razón a
la premisa budista acerca de la posible interferencia de la mente consciente en
el desarrollo de algunos procesos (que hay que hacer, no que pensar). O, como dicen en inglés: mind is a good servant but a bad master.
lunes, 28 de abril de 2014
Aromas
Está claro que nuestro
sentido más primitivo es el del olfato. Primitivo en cuanto nos remite a
nuestra animalidad, a nuestro mundo más instintivo. La magdalena de Proust, el
sentido evocador de un perfume, los olores y sabores de la cocina familiar de
la madre o la abuela dan fe de ello. Nadie se sorprende con la actualización de
una evocación visual o sonora del pasado, cosa contraria a lo que sucede con
las evocaciones olfactivas, mucho más etéreas, intangibles y que se nos
aparecen más ligadas a un pasado que dudamos si soñado o vivido. Sin embargo, y
como todos los sentidos, nuestro olfato se halla fuertemente subyugado a
nuestra mente. Es nuestra mente la que establece el paradigma que luego modula
nuestra percepción. La repugnancia o atracción hacia determinados olores viene
en buena parte condicionada por nuestros recuerdos y nuestros hábitos culturales.
Prueba de ello es la diferente actitud que ofrecemos a la presencia de un mismo
agente odorífero en diferentes contextos. Los ácidos butírico y valeriánico obtienen
en nosotros muy diferente respuesta dependiendo si provienen del aroma de
odoríferos quesos o de unos pies poco lavados. Algo parecido sucede con el
3-metilindol (también llamado escatol), compuesto presente en numerosos
perfumes, así como en los aceites esenciales de jazmín y flor de azahar, y que
paradójicamente es uno de los principales responsables del fuerte olor de las
heces de los mamíferos. Un último ejemplo: los compuestos azufrados que otorgan
a las crucíferas su característico olor cuando son hervidas para elaborar
apetitosos caldos y que ofenden nuestras narices mientras los cocinamos o
cuando alguna ventosidad se escapa en nuestras inmediaciones.
domingo, 30 de marzo de 2014
Mentalidad
Recuerdo que cuando era niño, y de eso empieza a hacer algunos años, en algún transporte público el respaldo del asiento era abatible de manera que se pudiera acomodar al sentido de avance del convoy. En aquella época se consideraba como un fastidio difícilmente aceptable el viajar de espaldas. Hoy día, exceptuadas algunas personas especialmente sensibles al mareo, la gente no se preocupa tanto de tal asunto (o, como mínimo, es capaz de aceptarlo con más naturalidad). Un geneticista molecular recalcitrante se dedicaría a investigar qué tipo de mutación ha permitido tal cambio, haciendo al sistema límbico menos sensible al movimiento. La mutación genética, sin embargo, no ha existido. Lo único que ha habido es un cambio de mentalidad. Digo lo único pero con ello no quiero minusvalorar tal hecho sino más bien todo lo contrario. Un "simple" cambio de mentalidad permitió superar el esclavismo, descubrir América o construir una nueva cosmología hace quinientos años. Aunque estoy yendo demasiado lejos: tales cambios involucraban ya una variación más cualitativa, de segundo orden, en los que la propia estructura del pensar colectivo quedaba profundamente modificada.
lunes, 1 de octubre de 2012
Drivers
Buena parte de las fuentes de problemas son de orden mental. Cuando resolvemos mentalmente, aceptamos mentalmente, nos relajamos mentalmente, nos integramos mentalmente,…. ya tenemos la mayor parte del trabajo hecho, puesto que solamente debemos esperar que el mecanismo correspondiente complete la acción, guiada ahora por un poderoso e invisible driver. Si solamente consideramos el mundo extramental nos quedamos con una imagen fragmentada, esencialmente incompleta y falta de alma propia. Hace poco vi una especie de documental en el que se hablaba sobre el mundo de aquí a cincuenta años. A pesar de que parecía hecho de forma seria, en los fragmentos en los que se dramatizaban aspectos de la vida del futuro los personajes pensaban, hablaban y sentían como nuestros contemporáneos. Un poco como en los peplums de Cecil B. de Mille, en los que se presentaban supuestos personajes del año 5 que pensaban, hablaban, sentían (¡e incluso se peinaban!) como el público de 1950. Si los humanos de 2060 han avanzado tecnológicamente al nivel de las películas futuristas de serie B pero siguen aferrados cazurramente al pensamiento mítico su fin por autoaniquilación estará cercano por inviabilidad de base. Por esa misma razón el driver de los nuevos paradigmas que son los que a la postre llevan a la tecnología del futuro son básicamente mentales.
domingo, 7 de agosto de 2011
Otra vez...
Ya lo he dicho aquí en numerosísimas ocasiones: tenemos una tendencia enfermiza hacia la proyección en el “exterior” de todos nuestros trasuntos internos. Ya sea en forma de conceptos, agentes, deidades, normas, panfletos, ángeles y demonios. El místico, contrariamente al concepto vulgar de este término, no es el bobalicón que vive en un anhelado mundo ideal producto de su (buena) fe, sino el que vive plenamente en el mundo presente, el que integra y transparenta todos los filtros que desdibujan cotidianamente nuestras percepciones. Exterior es el mundo material del dualismo cartesiano, pero también exterior la noción histórica de Dios. Exteriores los conceptos de Bien y Mal, que siempre queremos separar para dejar únicamente el primero eliminando el segundo (que es como querer eliminar una sombra). Exteriores las normas de buen funcionamiento de la sociedad (¿expresión de nostalgia por un pasado coherente?): simplemente hay que seguir los dictados cuidadosamente cartografiados y llegaremos a la perfección. Y en muchas ocasiones incluso llegamos a proyectar nuestros contenidos sobre objetos naturales reales (como hacían nuestros antepasados en épocas mágicas y míticas con rayos, volcanes y ciclones) ó potenciales (nuestra obsesión actual por la posible colisión de un meteorito sobre la superficie terrestre). Las localizaciones “interior/exterior” son solamente el fruto de una dualidad; un puro espejismo. Simplemente nuestra mente crea una diferencia en base a unas percepciones y unos hábitos. Exterior e Interior se corresponden de la misma manera que arriba y abajo, que diría Hermes Trismegisto.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Flujo
Cualquier buen actor, músico, deportista, locutor, bailarín, profesor ó piloto aéreo sabe perfectamente que durante el ejercicio de su profesión (durante su performance, diríamos) no puede –no debe- establecer una metaposición que lo lleve a observarse a sí mismo de forma objetiva ó externa, so pena de una interrupción en el flujo de la acción con el consecuente “accidente” ulterior. Solamente cuando uno se implica en primera persona es cuando el resultado que se obtiene (visto desde tercera persona) tiene un valor subjetivo real. Me gustaría reflexionar sobre la posibilidad de que el panorama descrito no solamente tuviera su aplicación en las tareas performativas enumeradas anteriormente sino que se extendiera también hasta otros ámbitos del quehacer humano. Creo que se trata de una cuestión de suma importancia en lo que se refiere al estudio de la consciencia. Lo primero que se me ocurre es que algunas de las tareas descritas al principio (actor, deportista, profesor) forman en realidad parte del quehacer diario de cualquier persona independientemente de su oficio ó profesión. La mente, nos lo enseñan las sabidurías y disciplinas orientales, juega muy malas pasadas y tiene una innegable tendencia a proyectarse fuera del aquí y ahora que resultan cruciales en los asuntos que expongo (y en la inmensa mayoría de los que les son subsidiarios). Es interesante observar que las tareas enumeradas al principio tienen en común el empleo de una forma ú otra de la psicomotricidad. Las tareas puramente intelectuales ó puramente mecánicas (de éstas últimas existen muy pocas que los humanos puedan practicar, salvo las resultantes de las afecciones neurológicas de mayor ó menor gravedad) no requieren de tales prevenciones. Otros factores que influyen en estas tareas son la presencia de un público potencial ó de una necesaria demarcación temporal. Si la acción en cuestión no precisa de una determinada cadencia ó ritmo muy concretos se ve aparentemente menos afectada por la aparición de metaespacios mentales, a no ser que nos sintamos observados, en cuyo caso puede darse de nuevo la tentación de interrumpir el flujo natural con la consiguiente impresión de falsedad que se imprime inconscientemente en nuestra pequeña performance. Hablamos en ocasiones de la “gente que se escucha a sí misma” como un símil para personas con un distinguido sentido del ego ó que pierden su discurso en pos de una exhibición. ¿Qué decir entonces de una actividad como la meditación? La meditación no posee en principio una componente psicomotriz pero sí se ve afectada por la aparición de (meta)espacios mentales, que inhiben al punto la presencia de posibles espacios transmentales. Ahora bien, la meditación es más bien una actividad trans-mental (sin componentes intelectual ni mecánica) que también requiere un flujo, no asociado éste a la tarea performativa (a diferencia de las actividades psicomotrices) sino más bien a la superación de direcciones mentales. Durante la meditación el meditador pretende diluir su propia yoidad para aparecer como un proceso que es parte y a la vez constituye un todo con el mundo. Esta ‘desobjetualización’ de sí mismo nada tiene que ver con la subjetividad de los románticos; más bien estaría emparentada con el ‘flujo’ asociado con las actividades performativas a las que aludía al principio.
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