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viernes, 6 de mayo de 2016

Onanismos


               Una época narcisística es necesariamente una época onanista. Y si una parte no despreciable del narcisismo viene cristalizada alrededor de la exhibición de  imágenes, una parte importantísima de ellas tiene un origen claramente onanista: las selfies. El retrato fotográfico nació, en la época de los albores de la fotografía, como un intento de plasmar una persona o grupo de personas a la manera de un retrato pictórico. Es decir, con una pose artificial y afectada. Es más, como el trasunto primero burgués y más tarde proletario del aristocrático óleo. Hace cien años todas las familias, incluidas las de origen humilde, pasaban, una vez en la vida al menos, por casa del fotógrafo para realizar “la fotografía” que las inmortalizara, y que luego enviarían incluso, a modo de postal, cargada de buenos augurios y autógrafos  a sus parientes y amigos. La apariencia de los personajes nada tenía que ver con su imagen habitual: vestían con el traje de las grandes ocasiones, que rara vez se ponían, sobre un decorado con tenues arbolillos que parecía una versión burguesa de los fondos pictóricos renacentistas, e incluso en ocasiones lucían, como las postales iluminadas, unos toques de color sobre sus mejillas y que permitían, a su vez, efectuar leves modificaciones del color de sus cabellos. Cuando la posibilidad de hacer fotografías se vulgarizó –especialmente tras la universalización de la auto locomoción- las familias no tan solo retrataban a gogo a sus familiares sino también –y especialmente- los lugares que visitaban (las fotos-trofeo en que el familiar aparecía, a veces con tamaño liliputiense, ante el decorado ahora natural del lugar visitado). En aquella época de las Instamatic y Verlisa rara vez se pretendía fotografiar una cara de cerca. Solamente los que realmente amaban la fotografía y se habían comprado carísimos objetivos especiales podían hacerlo sin riesgo a desenfoques o deformaciones de los rostros. La irrupción de la fotografía digital supuso un salto a una nueva era. El resultado ya no se hacía esperar hasta el revelado y las copias. Ahora era posible tener un feed-back instantáneo que nos guiara a través de un trial-and-error hasta el resultado deseado. Además –¡gran novedad!- ya no era necesaria la iluminación del fogonazo de magnesio en interiores. La débil luz de una vela era suficiente para dejar su rastro en el objetivo, que por algo la física es más esencial que la química. El paso siguiente no se hizo esperar demasiado: la incorporación de cámaras fotográficas a cualquier tipo de utensilios, hasta llegar a los smartphones. Estos aparatos han supuesto una revolución en las comunicaciones pero evidentemente con su parte regresiva incorporada. Así, los adolescentes no se desprenden de ellos porque los utilizan para expandir –con ayuda de las insidiosas redes sociales- su narcisismo y exhibicionismo naturales. Imagino al arquetipo de adolescente que representa el mozartiano Cherubino utilizando su smartphone para hacer furtivamente fotos comprometidas de tutte le donne del palazzo y, como no, gran cantidad de fotos reflexivas, auto-fotos o, como se las conoce vulgarmente, selfies. La selfie publicada en una red social satisface simultáneamente los impulsos narcisistas y exhibicionistas de adolescentes y población adolescentoide de hoy en día. Pero el problema de la selfie es que, debido a un simple problema de óptica, ofrece una imagen deformada del rostro debido a la excesiva proximidad del objetivo. Curiosamente el adolescente ha aprendido a vivir con esta deformación en sus manifestaciones visuales. El adolescentoide, con más recursos y menos tragaderas que su joven emulado, ha preferido desarrollar el llamado palo de selfie o brazo alargador que permite autofotografiarse a una distancia suficiente como para esquivar la deformación. El palo de selfie parece querer hacernos olvidar el origen onanista de este tipo de fotografía. Al menos con este artilugio también se pueden auto-fotografiar grupos. Algo es algo….

viernes, 22 de enero de 2016

Ambitos


                        La evolución, por regla general y a largo término, comporta un aumento de  la complejidad. Y con ella el aumento de posibilidades tanto para lo mejor como para lo peor. Hablo en general, tanto de los sistemas biológicos como de los noológicos. Nuestro estado de evolución en cuanto a los medios de comunicación no es una excepción y actualmente la red nos permite acercar tanto a las cimas del arte, del pensamiento y de la ciencia como efectuar un descenso a las simas más miserables del narcisismo, la necedad, la locura o la sinrazón. Los sistemas biológicos, por supuesto, también acusan la doble consecuencia del aumento de la complejidad, volviéndose a la vez más capaces pero en cierta manera también más frágiles. La gran diferencia de los sistemas actuales de comunicación estriba, a mi parecer, en la rápida configuración y modificación de su ecología. Hace solamente cincuenta años, el hecho de publicar un libro, opúsculo o incluso folleto de propaganda era un proceso limitado y más o menos costoso desde diversos puntos de vista. Y este hecho, en cierta manera, limitaba la generación de basura (que también, evidentemente, se publicaba). El nicho ecológico resultaba, así, limitado, y solamente las obras de envergadura alcanzaban una difusión importante. Hoy en día cualquier memo puede escribir estupideces en la red o, peor aún, colgar vídeos tóxicos o simplemente idiotas que alcanzan una difusión extraordinaria (aunque extraordinariamente efímera, también). No entro ya en el tema de los mensajes subliminales o los que tienen por objeto el lavado de cerebro de los receptores. Y la estupidez tiene, así, un efecto multiplicativo importante. Es la celebración masiva de la ignorancia, nuestro becerro de oro particular. 

sábado, 5 de febrero de 2011

Medallas


Una clara consecuencia del aumento del narcisismo y del ego-que-no-fluye es la creciente utilización –a todas luces, con éxito- de la condecoración como forma de retribución. Sea en forma de medalla (sin fondos asociados, al estilo militar), sea en forma de premio ó simplemente en forma de exposición pública, la condecoración es capaz de comprar almas, hacer callar bocas y serenar los ánimos hasta nuevo aviso. Dice Raimon en una de sus pocas canciones irónicas que hay gente que ha resistido la tortura pero no la adulación. Los recién condecorados de hoy en día no aguantarían la tortura a la que alude la canción, pero para ellos la baja exposición pública ó la falta de reconocimiento ya es una forma de tortura. Son los mediocres antiprofesionales que genera hoy día el sistema de retribución por objetivos, perversión favorita de un sistema que hace aguas por todos los costados.

jueves, 11 de febrero de 2010

Indigo children

Leo en algún lugar un escrito sobre un tema que hace años que coletea y creo que constituye un ejemplo bastante claro de la falacia pre-trans que suele acompañar a muchas de las manifestaciones de los movimientos New age. Se trata del fenómeno de los niños índigo. Estos niños encarnan supuestamente una nueva etapa evolutiva en la historia del desarrollo de la conciencia. Es por ello que no encajan en absoluto en su entorno, poseen un comportamiento autista –ya que supuestamente se comunican transverbalmente- y no creen en la autoridad de padres y educadores. Por mi parte estoy convencido de que la humanidad está sufriendo –como todo el universo, por su parte- un desarrollo desde el origen y que además dicho desarrollo se puede objetivizar como discontinuo y proceder de tal modo por saltos cuánticos. No tengo demasiados problemas para admitir que algunos de los niños de hoy puedan llegar a alcanzar un elevado grado de evolución de conciencia en el futuro. Lo que sí me resulta más sospechoso es que dichos niños nazcan ya con una parte siquiera de dicha evolución ya desarrollada. Porque el desarrollo infantil parte del punto cero de conciencia, del punto en que se hallaban nuestros más primitivos ancestros (Piaget y la mayor parte de la psicología al uso dixerunt). Conforme la historia se desarrolla y diferencia, el camino a seguir desde el nacimiento hasta la madurez también se agranda y, evidentemente, aunque un humano y un chimpancé partan de un punto similar, podemos reconocer fácilmente que, en el primer caso, la esperanza de desarrollo es muy superior que en el segundo por un puro problema genético. Volviendo al tema inicial, gran parte de las supuestas cualidades transconvencionales de los niños índigo mucho me temo que derivan de una mala interpretación por parte de los adultos. Lo que para mí no hace sino reflejar la decadencia de un período (y esto, visto desde una perspectiva lo suficientemente lejana, es bueno, ya que permite el nacimiento de uno nuevo) se toma como prueba fehaciente de progreso. Los padres de los supuestos niños índigo prefieren pensar que su hijo es diferente a que esté expresando el malestar de una época: una nueva forma de manifestación de narcisismo. Conviene distinguir entre la rebeldía permanente del monje zen y la rebeldía del revolucionario, que normalmente se acaba en seco el día que consigue hacerse con el poder.

martes, 19 de mayo de 2009

A moi même...


Hoy he asistido a una reunión de trabajo en la que –como cada vez sucede con más asiduidad- el único interés de la mayor parte de asistentes era el de mantener su (a menudo, imaginario) status sin aportar ningún elemento que se pudiera calificar de positivo. Después he atendido a mi correo, que estaba cargado de mensajes concatenados en los que se podía asistir a todo un compendio de exhibición de plumajes multicolores ante superiores jerárquicos. Cuando volvía a casa he coincidido en el autobús con una colega que me ha ilustrado el fenómeno de la autocomplacencia y la hinchazón del ego actuales en el mundo laboral con numerosos ejemplos (mi preferido ha sido el de la reunión general de mandos que empezó con un aplauso dedicado ‘a nosotros mismos’, en el mejor estilo de Satie), entre los cuales, dicho sea de paso, intercalaba historias propias que apuntaban con fuerza hacia un narcisismo desmesurado. Cuando bajo del bus para incorporarme al metro, me encuentro la línea parada por un fenómeno que va en aumento cada día: alguien se ha tirado a la vía al paso del convoy. Este hecho trágico es, en el fondo, la otra cara de la misma moneda. Cuando por fin llego a casa paso primero por mi entidad bancaria a hacer una transferencia. Recuerdo cuando en esa sucursal –no hace tanto tiempo- había indicios de vida y equilibrio psíquicos saludables. Ahora, a pesar de haber eliminado las barreras y haber literalmente empapelado las paredes con autopublicidad-propaganda hablando de cercanía y buenas intenciones, la atmósfera es tensa. Digamos que un único empleado trabaja de forma visible. Su superior y el superior de su superior trabajan preocupándose. Preocupándose de cumplir objetivos, de dar una imagen, de controlar la situación…Me recuerda la anécdota que Stravinsky explicaba sobre Diaghilew, que tenía miedo congénito a las travesías marítimas y que, durante una tempestad en pleno Océano Atlántico, repartió el trabajo de forma muy curiosa: puso a su sirviente a rezar mientras él, personalmente, se preocupaba. Cuanto más creemos alejar al monstruo empleando únicamente métodos racional-científico-objetivos, más cerca nos lo volvemos a encontrar.

lunes, 28 de julio de 2008

Críticos


En este período histórico que estamos viviendo (la conciencia de período histórico se hace mayor a medida que tales períodos disminuyen en extensión temporal, haciéndose más frenéticos, especialmente en los momentos de transición) un determinado estadio de conciencia, una vez agotado, se ha hecho regresivo, dificultando el salto hasta el estadio siguiente. Tal estadio de conciencia es, según el modelo de la dinámica espiral, el del pluralismo ó meme verde. Y la enfermedad que padece, la que Ken Wilber describe como Boomeritis (ó narcisismo regresivo practicado desde el relativismo antijerárquico). Una de las formas de boomeritis más frecuentadas en los medios académicos ha sido la de la crítica literaria postmoderna que ha desmenuzado concienzudamente todo vestigio de construcción sociocultural con un más ó menos consciente sentimiento de superioridad respecto a lo desmenuzado. Esta tendencia también se puede observar desde hace años en la crítica musical y teatral. Quizá para comenzar deberíamos preguntarnos cual es el sentido de tal tipo de crítica. A diferencia del análisis de creaciones culturales, la crítica de interpretaciones/ejecuciones tiene una finalidad poco definida. ¿Constituirse en tribunal que vela por las buenas costumbres? Quizás esto tenía sentido en otra época. En la época del relativismo cultural todo parece ser válido y la función de vigilancia ha sido abolida. ¿Constituirse en reclamo publicitario para hacer que el público acuda masivamente a determinado espectáculo? Quizá ello pueda funcionar en parte en el mundo teatral, pero en el mundo de la música, en que el número de funciones suele ser muy limitado, en un elevado porcentaje de ocasiones la crítica aparece publicada tras la celebración del último concierto. ¿Cuál es, entonces, la función de dichas críticas? Observamos con demasiada frecuencia cómo estudiosos con muchos conocimientos y muchos años de experiencia y de reflexión se dedican a exhibir impúdicamente tales conocimientos en el 90 % del espacio de sus críticas y el restante 10 % lo dedican a desplumar al correspondiente intérprete. Es una forma indirecta de manifestar que ellos están por encima de tal interpretación. Me viene a la cabeza una frase de Richard Strauss en la que compara a los críticos musicales con los eunucos: “todos saben cómo se hace, pero ninguno de ellos es capaz de hacerlo”. La frase es un poco desproporcionada (como la música de su autor), pero no por ello carece de sentido. ¿Padezco yo también una forma insidiosa de boomeritis? Posiblemente: en ello estamos.

sábado, 26 de abril de 2008

Exhibicionismo


Uno de los numerosos rasgos característicos de nuestro momento es una marcada tendencia al exhibicionismo. Muchos individuos, por dinero, notoriedad ó vete a saber qué, acceden a ser exhibidos públicamente en los mass media que venden tal mercancía bajo el disfraz de experimento psicológico sobre incomunicación y comportamiento. Los happenings que involucran recintos transparentes están a la orden del día. El exhibicionismo se ve favorecido por el boom de las comunicaciones. Bajo este punto de vista también los blogs pueden considerarse afectados por esta tendencia. Los diarios personales han servido durante siglos de espejos interlocutores del alma. En algunas ocasiones especiales, como en el caso de personajes históricos destacados ó testigos históricos excepcionales –Anna Franck-, los diarios acababan siendo póstumamente publicados. El pudor acostumbraba a impedir la publicación en vida. Un blog puede ser más que un simple diario, pero en la mayoría de los casos y sea cual sea su etiología, exhibe un paralelismo vital con su autor, que de esta manera saca públicamente a coletear sus vivencias, fantasías, ideas, obsesiones, deseos, creaciones ó frustraciones. Incluso en el terreno artístico, en el que por tradición se supone un cierto grado de exposición pública, la tendencia se hace ver. No en el sentido de los artistas románticos, que exhibían –y exhiben- su vida personal a fuerza de volcarla en sus creaciones. Me refiero, por ejemplo, al consejo de Philip Glass al espectador de su Einstein on the Beach conminándolo a salir durante la función a tomar un café y observando, a su regreso, que en el escenario todo sigue igual, con el consiguiente aumento de la sensación de voyeur de un fondo neutro y atemático. La voluntad de exhibición tiene uno de sus orígenes más evidentes en la pulsión narcisista, consciente ó no, que busca a toda costa la atención y admiración del prójimo. Pero no es éste su único origen. El atrincheramiento de la racionalidad, el auge de la despersonalización, la pérdida de un suelo común, conllevan a su vez la incomunicación, fuente de locuacidad como pocas. Como apuntaba un post hace unos meses, cada vez se escribe más para ser leído por menos gente.