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domingo, 2 de abril de 2023

¿Por qué?



     Estoy en plena lectura del relativamente reciente libro de Francis Wolff “¿Por qué la Música?”. Y tengo la sensación de que un honrado profesor de filosofía antigua y a la vez diletante musical ha intentado encajar con calzador muchas ideas y conceptos provenientes de ambos campos. El texto me interesa mucho más desde el punto de vista de las preguntas que se plantean que desde el punto de vista de las respuestas que se dan. Wolff muestra especial cuidado en no centrarse exlusivamente en la música clásica occidental, y a tal fin incluye en sus ejemplos también al jazz, la música tradicional india, el flamenco, el blues o el rock, destacando así los supuestos conceptos inmanentes de la etiología musical y su relación con los humanos y sus emociones. Sin embargo, al mismo tiempo parece excluir aquellos elementos que no le encajan en sus ecuaciones, como la música serial, en este caso bajo la excusa de que el dodecafonismo nació con la voluntad de ir en contra de algo que está en la naturaleza de la música. Según Wolff, la falta de direccionalidad armónica que muestran las piezas dodecafónicas y que las hace, así, absolutamente impredecibles, constituye una gran excepción en el mundo del arte de los sonidos. Esta consideración -que por otra parte me parece consecuente con sus preferencias por la filosofía de Platón y Aristóteles- no es nueva y enlaza con una corriente de pensamiento estético que ignora la evolución y orilla la Postmodernidad (esto se hace patente cuando se multiplican las referencias al compositor Arvo Pärt). La cuestión acerca de la etiología de la música y su relación con la realidad física es para mí particularmente importante porque entronca con cuestiones filosóficas más esenciales como las viejas dicotomías ser/existir, mente/materia o inmanencia/contingencia. Y con las viejas soluciones, cuando se opta por los primeros términos de las citadas dicotomías, del acercamiento asintótico a la verdad. La diferencia más perentoria entre los lenguajes semánticos y los no semánticos es que los primeros evolucionan más o menos lentamente, de forma natural y colectiva, mientras que los segundos evolucionan mucho más rápido y a saltos cuánticos, de la mano de destacados autores que trazan nuevas formas de decir cosas (que, a la postre, en un lenguaje no semántico, importa mucho más que el supuesto contenido de tal lenguaje). Después del dodecafonismo y su seguidor natural el serialismo la historia de la música occidental ha pasado por alguna etapa más antes de llegar a ese punto de inflexión involutiva que llamamos postmodernidad. La pregunta más misteriosa que se me ocurre está relacionada con la evolución musical. Si el lenguaje de la música está indisolublemente unido de forma “natural” a unas leyes acústicas físicamente determinadas, ¿por qué se ha llegado tan lentamente a este supuesto lenguaje perfecto, por qué este período arcádico ha durado tan poco y por qué la evolución del lenguaje no se ha detenido ahí? La evolución de la música occidental ha seguido unos jalones que partían de la “modalidad pre-tonal” (disponemos de conocimiento teórico de los modos griegos antiguos y registros prácticos de su resurrección en el canto gregoriano medieval), su derivación hacia la tonalidad por incorporación de los sucesivos grados armónicos, un breve período “clásico” en el que sus principales representantes juegan con excepciones dentro de la regla, un posterior camino de desintegración de este “lenguaje natural” dando lugar a numerosas derivaciones y un último período de vanguardias en que se llega a un punto singular (el famoso 4’33’’ de Cage) a partir del cual la evolución parece frenar hasta el punto de ser abolida. Y es aquí en donde se hace realmente necesaria una re-consideración de nuestros puntos de vista. Si nos fijamos en la evolución de la Pintura observamos unos jalones semejantes a los correspondientes a la evolución de la Música, aunque algo defasados en el tiempo. Partiendo de unas representaciones ciertamente bidimensionales y añadiendo la perspectiva, la descomposición impresionista, la inclusión de la dimensión temporal del cubismo, el cuadro en blanco (Raushenberg) y la postmodernidad serian la evolución paralela a la que antes enumeraba. En ambos casos el lenguaje se ha formado alrededor de la supuesta perfección objetiva (en el caso de la música, refrendado por la Física y las Matemáticas), de la que posteriormente se ha alejado. Este acercamiento/alejamiento con respecto a una realidad física aparentemente invariable -al menos durante un período temporal mucho más largo- ¿es una singularidad o es algo que se repite periódicamente?

sábado, 17 de marzo de 2012

Imagen, Símbolo, Mecanismo


Una imagen es, en sentido amplio, la representación intramental, noética, que nos hacemos acerca de un elemento del mundo percibido, bien corresponda a una percepción sensorial (imágenes visuales, acústicas, olfactivas) o bien de otro tipo más abstracto, (geometría, modelos físicos, ideas en general). Las imágenes mentales han sido tratadas de manera muy distinta por diferentes escuelas de pensamiento, desde aquellas que propugnan su equivalencia con la realidad hasta las que las que las categorizan como puros estados mentales. Un símbolo también se corresponde con una representación intramental, pero situada en lo que algunos modelos psicológicos denominan inconsciente, por lo que conocemos obscuramente su significado pero desconocemos su procedencia (bien sea ésta pre- ó post-racional). El símbolo sería así una especie de imagen oculta. Un mecanismo es la imagen mental muy concreta de un proceso causa-efecto (no necesariamente mecánico) concatenado. Al contrario que el símbolo, el mecanismo es una imagen que nada oculta. Es, por tanto, un hecho consumado que lo único que puede llegar a hacer es concatenarse con otro mecanismo. Cuando un ilusionista revela sus trucos, su quehacer pasa de ser imagen poética a puro mecanismo. El mecanismo ha sido especialmente apreciado en el campo científico porque, mediante el proceso de concatenación, puede llegar a barrer todo el espacio correspondiente a un paradigma (nunca puede generar un paradigma per se; para eso hace falta otro tipo de imagen). Cuando un intérprete ejecuta una pieza musical básicamente genera un sonido físico a partir de una imagen mental previa de la pieza que está interpretando. Para generar esta imagen de modo máximamente efectivo necesita experiencia, madurez, conocimientos y un don especial que se puede llamar de muchas maneras (sentido musical, fuerza mental-musical), además de suficiente entrenamiento psicomotriz. Si lo que queremos es desvelar el misterio que se oculta tras una interpretación memorable y buscamos el mecanismo, la memorabilidad se queda en una pura destreza física ó en un análisis perspectivista de la estructura de la pieza en sí. Ambas cosas son sumamente interesantes, pero no tienen nada que ver con la imagen poética y su traducción, como pasaba con el ejemplo del ilusionista.

sábado, 23 de octubre de 2010

Imágenes

                       







El pasado siglo XX, de por sí rico en imágenes, nos ha legado dos de ellas de alto contenido simbólico, dos instantáneas que han cambiado para siempre nuestra percepción del mundo. La primera de ellas se refiere al poder (auto)destructivo al que la humanidad ha accedido en tal época. Este poder se basa además en una recién descubierta nueva dimensión de la materia; nada menos que su percepción como energía concentrada. De alguna manera hemos visitado más de cerca la naturaleza íntima de la materia al tiempo que hemos atisbado una imagen del infierno; una nueva versión de Fausto y El Aprendiz de Brujo. La segunda imagen, en cierta manera, es complementaria de la primera. Una instantánea que contiene, en su interior, a toda la humanidad y su sistema planetario: la Vida, pero también nos presenta lo relativo de las dimensiones y la infinita pequeñez de nuestra Tierra en el Universo. Ambas imágenes dan pie a nuevas cosmovisiones que se pueden ampliar hasta límites inverosímiles: el agujero negro, concentración tal de materia que todo lo engulle, luz incluída –y que por tanto no podemos “ver” de forma convencional-, constituyendo una especie de ombligo entre nuestro mundo físico y una dimensión desconocida, y la posible imagen de nuestra galaxia, la Vía Láctea, captada desde otra galaxia –imagen que probablemente no pueda ser vista por humanos hasta dentro de unos cuantos millones de años, tiempo necesario para que dicha imagen efectúe el correspondiente viaje-. Mientras tanto, en nuestro pequeño mundo seguimos con nuestras grandes crisis.