Los adolescentes suelen reverenciar personajes y actitudes con ribetes de rebeldía que desafían al supuestamente inamovible mundo de los adultos (supuestamente maduros). Siempre ha sido así y no parece que la situación vaya a cambiar en poco tiempo. Las necesidades del marketing, que apetece del cliente adolescente porque tiene una gran capacidad de persuasión y una voluntad férrea para gastar dineros que no son suyos, han llegado a llevar tal reverencia a un ámbito mayor. Y el halo de maravilla que rodea el mundo de las drogas, de la delincuencia y la marginalidad no se entiende a no ser que consideremos globalemente a la sociedad en una especie de fase adolescente. Las drogas y la violencia no dejan de interesar al adulto porque éste pierda vigor juvenil o deje de “estar enrollado”. No le interesan porque antepone de forma consciente la salud y el diálogo. Alguien dijo, en un discurso parecido al anterior, que “las niñas buenas van al cielo pero las niñas malas van a cualquier parte” contando con un concepto muy pobre de “cielo” y un concepto muy impreciso de “cualquier parte”. Las drogas, la violencia, cualquier parte no son antónimos “interesantes” de salud, diálogo y cielo sino meros estados de “desconexión”.