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viernes, 5 de septiembre de 2014

Historicidad



            Cuando escuchamos músicas del pasado con nuestros oídos del presente establecemos una mínima conexión hermenéutica que preclude tanto el extremo postmoderno de considerar los diferentes elementos musicales como partes objetivas separadas y montables a medida como el extremo opuesto que considera la música como un objeto historicista que debe ser visitado como una pieza museística. No podemos abrir en canal un madrigal de Monteverdi o un trío de Haydn sin que el sentido profundo de la música se nos escape de las manos. Sería como destripar un ser vivo pretendiendo que siguiera con vida. Tampoco podemos observarlos como quien mira una colección de mariposas disecadas. La música se interpreta para ser amada y no podemos amar ni a un cadáver ni a una imagen so pena de necrofilia o fetichismo. Por eso no me gustan ni los pastiches postmodernos que carecen de una mínima organicidad ni las interpretaciones historicistas castradoras. Cuando Philip Glass introduce unos cuantos compases del pas d’action del Orphée de Stravinsky en su White Raven y los repite, digamos que hasta la saciedad, el tema stravinskiano deja de formar parte de un ser vivo. Cuando Paul Badura-Skoda interpreta a Schubert en un imposible de afinar pianoforte de época tengo la sensación de ser sometido a un tercer grado en pos de la “autenticidad”. El tema de Stravinsky puede utilizarse de forma similar –orgánica y creativa- a la que él mismo empleó con diversos estilos del pasado, no como un objeto  inorgánico y fragmentario. Y los fortepianos de Schubert seguramente debían de sonar más afinados a los oídos de sus contemporáneos que a los nuestros. Aguantar la desafinación en pos de la historicidad equivale a tener que leer el Quijote en la edición facsímil del orginal so pena de “tergiversar” la obra. Absurdo, no?

viernes, 20 de junio de 2014

Flores



                     La primavera avanza en el hemisferio boreal. Las flores aparecen por doquier y los poetas, los pintores y también los simples mortales se aprestan a aprehenderlas, en los más diversos sentidos. Esta aprehensión provoca un corte, una fragmentación epistemológica que pretende aislar de su flujo un objeto que es, en realidad, una parte de un proceso. Las flores marchitan –lo mismo que si se dejan en su sitio, pero no de igual manera- para regozijo de poetas y pintores, que plasman así sus naturalezas muertas. Los comunes de los mortales, en un gesto también poético, las colocan entre las páginas de un libro. Quizás la mayor diferencia entre el mundo material y el mundo simbólico –del cual el mundo del arte es parte importante- radica en la recolocación del objeto artístico, una vez extraído del proceso físico, en una zona en la que los flujos restituyen el proceso y por ello lo perpetúan. La Naturaleza imita al Arte pero haciendo lo contrario que él. Arrieros semos, puede que en el camino nos encontremos.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Matrioshkas


                        Ya he comentado en muchas ocasiones que la influencia de Parménides en el pensamiento occidental es clave para entender la tardanza en la aparición de teorías evolutivas y el rechazo que éstas siguen sufriendo en algunos sectores particularmente obtusos de la población. Para Parménides sólo el objeto, lo fijo, se corresponde con la noción de verdad. Sólo hay dos caminos: el del ser y el del no-ser. El ser es el-uno inmutable, no cambiante, eterno. El no-ser es todo lo demás. La misma tradición que ha considerado a Parménides como el primer representante del idealismo filosófico ha considerado a Heráclito como el primer representante del escepticismo o del materialismo, lo cual es absolutamente falso. Heráclito representa –con su el ente es cambio incesante o el ser resulta de la tensión entre arco y flecha- el pensamiento profundo oriental mientras que Parménides representa lo propio en Occidente. Es absurdo pensar que una de los dos sistemas se contiene en el otro como también lo es pensar que se excluyen mutuamente. Cualquier coyuntura se puede corresponder con uno de los dos sistemas en un nivel determinado. Si cambiamos de nivel también cambia el sistema. Es como un juego de matrioshkas infinito: un sistema contiene al otro, que a su vez contiene al primero, y así sucesivamente ad infinitum. Pero en realidad ¿Cuál es el elemento que distingue ambas cosmovisiones, que las hace intrínsicamente distintas?: el tiempo. El tiempo inexistente para la esfera global del primer sistema y el fluir temporal del segundo (aunque se tratara de un tiempo infinito). El reposo absoluto y el equilibrio dinámico. El tiempo es el elemento necesario para que la bellota se convierta en roble (y viceversa), como diría Aristóteles. El problema es que posteriormente los occidentales hacemos una distinción entre ser y devenir, y es entonces cuando entra en juego el tema del motor de la evolución (¿empuja desde atrás o atrae hacia delante?). En una visión integrada ser y devenir son caras de la misma moneda (o matrioshkas concatenadas), por mucho que históricamente ambas visiones se hayan sucedido de forma mutuamente excluyente.

viernes, 31 de agosto de 2012

Bionosología



            Leo por algún sitio que un nuevo rico ruso tiene el proyecto de invertir y hacer invertir a otros millonarios de la famosa lista de Forbes una gran suma de dinero en un proyecto de investigación sobre la perpetuación a go-go de la vida de los humanos. Este buen señor, que por lo visto quiere sacar provecho de los hallazgos que, según dice, podrían prolongar la vida de un individuo más allá de los doscientos años a base de biorobótica, este buen señor, digo, demuestra una vez más que el dinero no lo puede comprar todo. En este caso el sentido común, sin ir más lejos. La prolongación de una vida humana individual comporta, además del mantenimiento de las funciones vitales, la adaptación a la época en que se vive. Cuando alguien deja de estar siquiera mínimente adaptado a su época está abandonando una parte importante de la vida, que mantiene a base de recuerdos y esquemas que pueden no pertenecer ya al presente. Incluso una buena parte de las mentes preclaras que han ido por delante de su época y han ofrecido alguna revolucionaria idea, creación ó hallazgo acaba, aun a su pesar, siendo desplazada por los tiempos que se suceden. Y es que en el terreno de las ideas, la finitud de la biología de los individuos es el agente renovador más eficaz.  El compositor checo Leos Janacek escribió en 1926 una ópera sobre una obra previa de K. Capek que ahonda en este sentido: el caso Makropoulos, en donde un personaje femenino se ve en la encrucijada de tener que vivir más de 330 años sin otro deseo al final que acabar con un periplo para el que su mente ya no está preparada, por mucho que su cuerpo lo esté.

sábado, 2 de junio de 2012

Baile



            Siempre he querido ser diferente. Eso no deja de ser un desequilibrio, porque todos formamos parte de lo mismo, o todos somos manifestaciones de lo mismo. Querer ser diferente y temer ser igual supone una ceguera a este respecto. Hay otros que siempre han querido ser iguales y temen ser diferentes. Es otro desequilibrio, porque todos tenemos nuestras particularidades; todos somos, en cierta manera, diferentes. Querer ser igual supone una negación del libre desarrollo. Lo ideal, lo nirvánico, es no querer nada en especial. Caminar alegremente, incluso mejor realizando unos pasos de baile. El tipo de baile que cada uno prefiera, o el que la vida le permita.

sábado, 5 de marzo de 2011

Camino central


            Casi estoy por pensar que dos impulsos en principio antagónicos que todos sentimos en algún momento en lo que respecta a  nuestra relación con el mundo y la sociedad, la rebelión y la aceptación, se corresponden con las actitudes tradicionalmente adscritas a Occidente y Oriente, respectivamente. Las rebeliones (me refiero a las internas) tienen un lado positivo: pueden hacer desatascar una situación y hacer renovar un flujo, flujo externo como corresponde al sentir occidental. La aceptación –que, por regla general, sigue de forma natural a una rebelión- tiene la virtud de poner las cosas en su sitio para que el flujo –ahora me refiero a un flujo interno, el que corresponde al sentir oriental- siga su curso hacia la transparencia que permita el acceso hacia la liberación, hacia el fin del (auto)engaño. Las construcciones culturales han hecho que los occidentales percibieran a los orientales como faltos de impulso y determinación para la acción y que los orientales percibieran a los occidentales como unos irreflexivos a la caza de una pura ilusión. Es decir, que han visto la parte negativa de la cultura ajena. Cuando seamos capaces de equilibrar los factores antagónicos vislumbraremos el camino central, el único capaz de superar el dualismo e integrar los contrarios.

sábado, 8 de enero de 2011

Equilibrio

           
 Existen individuos que temen apartarse del grupo por razones diversas, pero que se podrían resumir diciendo que en el grupo encuentran protección y seguridad. Existen otros individuos que temen integrarse en el grupo por razones diversas, pero que se podrían resumir diciendo que fuera de él encuentran protección y seguridad. Una vez más, dos verdades opuestas pueden coexistir simultánemante (al contrario que dos enunciados ciertos opuestos). Aunque convendría analizar un poco el trasfondo de ambas actitudes, ya que ninguna de ellas representa el modo ideal de relacionarse con el prójimo. Es evidente que protección y seguridad representan cosas muy distintas para el sociólatra o para el sociófobo. Para el primero el grupo aporta o bien el suficiente apantallamiento como para reforzar un yo débil o bien el suficiente escaparate como para exhibir un yo hinchado. Para el segundo el grupo tiende más bien a disgregar ó diluir un yo diferenciado ó individual. El tema del yo es complejo se mire como se mire, pero lo que parece fuera de duda es que solamente se puede trascender atravesándolo. Tanto si se evita el yo como si se hace excesivamente opaco nos hallamos en una situación de punto muerto. O sea, que el diálogo con el grupo sin que éste disgregue tu individualidad teniendo en cuenta, sin embargo, que tal individualidad es algo provisionalmente ilusorio sería una situación de equilibrio ideal.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Motto


Una de las claves para la mínima aprehensión de las diferencias entre las mentalidades oriental y occidental pasa por la consideración sobre la naturaleza de la participación del yo, de la voluntad, sobre el ello, el entorno. De hecho, la presentación que estoy haciendo ya acusa fuertemente mi origen occidental, con su clara distinción entre el yo y el entorno, siendo el dualismo cartesiano uno de sus más clásicos exponentes. Hace pocos meses, durante un curso corporativo al principio del cual se pidió a los participantes que expusieran un motto que describiera su desenvolvimiento vital, improvisé, por convencimiento pero también por aportar una visión alternativa, una frase de claro regusto orientalizante: dejar que las cosas fluyan (frente al casi general “adelante a todo tren”). A todo el mundo le pareció muy bien, pero durante una pausa una joven participante se me acercó y me comentó que si todos adoptáramos esta actitud, no se lograría cambiar nada. En pocas palabras, pese a que aparentemente le gustaba mi filosofía (por chic, supongo), la pasividad que ella veía desprenderse de mi improvisado motto no se ajustaba a su visión. Le contesté con mucha cortesía que una cosa no tenía nada que ver con la otra. Más bien que los occidentales miran el televisor como si vieran la vida y que los orientales miran la vida como si vieran el televisor. Las dos aproximaciones son parciales y el verdadero camino está en la superación de ambas. Volviendo a mi sintético motto, dejar que las cosas fluyan es lo que dejamos de hacer desde el momento en que creamos compartimentos estancos para todos nuestros pensamientos, sean éstos impresiones, opiniones, recuerdos, referencias o (especialmente), deducciones. Y precisamente, en muchas ocasiones, la mejor manera de hacer que las cosas no acaben nunca de cambiar es impedir su flujo y trocarlo en una irreflexiva huída adelante a todo tren. Esto ya me pareció mucho más difícil de explicar a mi joven colega durante los cinco minutos que duró el descanso.

martes, 8 de junio de 2010

Pausa




Me gustaría celebrar la entrada número 300 de este vomitorio público que es transcliché metacorner con algo especial. Algo que haga referencia a la propia etiología del blog. Como en las manchas del test de Rorschach ó en la observación de la forma de las nubes, cada uno ve el mundo según su idiosincrasia. Y, consecuentemente, proyecta su mundo interior inconsciente en tales observaciones. Esto es sano siempre y cuando esta proyección revele al sujeto proyectante algo acerca de su naturaleza. Cuando la propia proyección permanece inconsciente solo puede servir para amargar al proyectante y a su entorno. Creo firmemente que cuanto más intentes agarrar un pensamiento, una situación, un objetivo, más se te escapa éste. La única manera de mantenerlo presente es flirtear ligeramente con él, sin forzar la situación. Solamente cuando todo fluye libremente tiene lugar la catarsis. Y este fluir libremente no es otra cosa que la vida misma. Es la idea central de Otto e mezzo, film que adoro y al que ya me he referido aquí en muchas ocasiones: cuando se deja de intelectualizar todo lo que te rodea es cuando aparece la vida y el gran tapón se deshace como por arte de magia. Entonces, se me dirá, ¿por qué no vives la vida y te dejas de masturbaciones mentales? Porque intento flirtear ligeramente con ella y sus aspectos menos evidentes, porque me gustan las vías de pensamiento alternativo y porque vivo a menudo con más plenitud mi vida interior que la externa. Pero ¡basta de confesiones y volvamos ya al trabajo!

miércoles, 3 de febrero de 2010

Flujo


Cualquier buen actor, músico, deportista, locutor, bailarín, profesor ó piloto aéreo sabe perfectamente que durante el ejercicio de su profesión (durante su performance, diríamos) no puede –no debe- establecer una metaposición que lo lleve a observarse a sí mismo de forma objetiva ó externa, so pena de una interrupción en el flujo de la acción con el consecuente “accidente” ulterior. Solamente cuando uno se implica en primera persona es cuando el resultado que se obtiene (visto desde tercera persona) tiene un valor subjetivo real. Me gustaría reflexionar sobre la posibilidad de que el panorama descrito no solamente tuviera su aplicación en las tareas performativas enumeradas anteriormente sino que se extendiera también hasta otros ámbitos del quehacer humano. Creo que se trata de una cuestión de suma importancia en lo que se refiere al estudio de la consciencia. Lo primero que se me ocurre es que algunas de las tareas descritas al principio (actor, deportista, profesor) forman en realidad parte del quehacer diario de cualquier persona independientemente de su oficio ó profesión. La mente, nos lo enseñan las sabidurías y disciplinas orientales, juega muy malas pasadas y tiene una innegable tendencia a proyectarse fuera del aquí y ahora que resultan cruciales en los asuntos que expongo (y en la inmensa mayoría de los que les son subsidiarios). Es interesante observar que las tareas enumeradas al principio tienen en común el empleo de una forma ú otra de la psicomotricidad. Las tareas puramente intelectuales ó puramente mecánicas (de éstas últimas existen muy pocas que los humanos puedan practicar, salvo las resultantes de las afecciones neurológicas de mayor ó menor gravedad) no requieren de tales prevenciones. Otros factores que influyen en estas tareas son la presencia de un público potencial ó de una necesaria demarcación temporal. Si la acción en cuestión no precisa de una determinada cadencia ó ritmo muy concretos se ve aparentemente menos afectada por la aparición de metaespacios mentales, a no ser que nos sintamos observados, en cuyo caso puede darse de nuevo la tentación de interrumpir el flujo natural con la consiguiente impresión de falsedad que se imprime inconscientemente en nuestra pequeña performance. Hablamos en ocasiones de la “gente que se escucha a sí misma” como un símil para personas con un distinguido sentido del ego ó que pierden su discurso en pos de una exhibición. ¿Qué decir entonces de una actividad como la meditación? La meditación no posee en principio una componente psicomotriz pero sí se ve afectada por la aparición de (meta)espacios mentales, que inhiben al punto la presencia de posibles espacios transmentales. Ahora bien, la meditación es más bien una actividad trans-mental (sin componentes intelectual ni mecánica) que también requiere un flujo, no asociado éste a la tarea performativa (a diferencia de las actividades psicomotrices) sino más bien a la superación de direcciones mentales. Durante la meditación el meditador pretende diluir su propia yoidad para aparecer como un proceso que es parte y a la vez constituye un todo con el mundo. Esta ‘desobjetualización’ de sí mismo nada tiene que ver con la subjetividad de los románticos; más bien estaría emparentada con el ‘flujo’ asociado con las actividades performativas a las que aludía al principio.