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viernes, 3 de octubre de 2014

Revisiones



                              A lo largo de la historia los filósofos –desde los antiguos griegos hasta finales del S XVIII- han pensado y nunca se han planteado nada sobre la acción de pensar. Han considerado que los productos de su pensamiento vienen dados o son un reflejo fiel de la naturaleza. Kant fue el primer filósofo de la conciencia de segundo orden: el primero que piensa sobre el pensar. Y, evidentemente, pone el propio acto de pensar patas arriba. En los campos de la ciencia el equivalente a las críticas kantianas ha tenido lugar siglo y medio más tarde en el campo de la física (Bohr y Heisenberg fueron, de hecho, filósofos colaterales) y, en el caso de algunas ciencias como la química y la biología, mucho más tarde. Incluso se puede decir que amplios sectores de la “ciencia oficial” todavía no han percibido este profundo cambio y siguen aferrándose a un realismo ingenuo insostenible. Después de Kant los filósofos no tan sólo han mantenido la conciencia filosófica de segundo orden sino que han puesto límites a la acción de pensar, han descubierto las limitaciones de la racionalidad. Estos límites pueden llevar a la desesperación nihilista (Nietzsche), a la definición lógica de la frontera (Wittgenstein), a la cartografía de la incompletitud humana (Heidegger), al representacionalismo (Rorty) o a la autocomplacencia del prestidigitador enseñando sus trucos al público (Derrida). El hecho de que muchos de los grandes científicos de nuestro tiempo no hayan llegado todavía a esta crítica muestra la terrible fisura que padece nuestro momento histórico. El propio Stephen Hawking, prototipo del científico genial de nuestros días (con ribetes míticos asomando por todos lados) declaraba hace unos pocos años que “la filosofía está muerta; no ha sabido mantenerse al lado de los modernos desarrollos científicos; los científicos se han convertido en los modernos portadores de la antorcha del saber en nuestra búsqueda del conocimiento; los problemas filosóficos pueden ser respondidos por la ciencia, particularmente por nuevas teorías científicas que nos aporten visiones alternativas del universo y nuestro lugar en él”. Con todos los respetos, Hawking es un gran científico, pero no tiene nada de sabio. La crítica y autorevisión de la Modernidad, de la tridimensionalidad, de la Racionalidad, debe de alcanzar tanto al mundo de la filosofía como al del Arte (en ambos casos lo ha hecho sobradamente) pero igualmente al de la Ciencia. Si no es así, la ciencia se colocará en el mismo lugar que la Iglesia en el S XVI y comenzará a pontificar excatedra como hace cada vez con más afán Mr Hawking y otros cardenales  de nuestro tiempo como Richard Dawkins, quien todavía discute el modelo lovelockiano del sistema Gaia con miope acaloramiento (básicamente porque lo percibe, bajo la mentalidad de otra época, teleológicamente). La época de las dicotomías entre determinismo e indeterminismo, azar y necesidad, después de Progogine, Lorentz, Mandelbrot, Varela, Lovelock y unos cuantos científicos más ya han pasado a la historia.