Una de las formas externamente más suaves aunque profundamente más combativas de ejercer la rebeldía consiste en dejar de alinearse con los poderosos. La pena resultante se puede adivinar fácilmente: desde el ostracismo hasta la represión propiamente dicha en grado variable. El alineamiento con el poderoso forma parte del instinto de supervivencia y hay que buscar sus raíces en un estado de conciencia bastante primitivo, el que se describe en el modelo de Beck-Cowan como
meme púrpura. También se puede ver como un tipo de proyección del
deseo de pertenencia propio del modelo de Maslow. Uno de los aspectos que creo más negativos de las competiciones deportivas –ya lo he apuntado alguna vez- consiste en esta tribalización (estados, países, ciudades) que acaba arrastrando a unos “hinchas” que supuestamente se identifican con una de las partes y combaten la otra. Los jugadores, debido a su profesión, suelen identificarse con una de las partes durante el combate para luego olvidarse de los alineamientos –ó mantenerlos dentro de unos límites aceptables-, hecho que en ocasiones es recriminado por los hinchas como “falta de sentimiento por los colores del equipo”. Aunque el mundo de las competiciones deportivas de equipos arrastra muchas identificaciones en masa, existe una alineación más terrible por cotidiana y más perversa porque juega con la subsistencia del individuo. Me refiero a la identificación con los “colores” de la empresa en la que trabajas. Creo que un buen profesional –desde los más especializados hasta los menos cualificados- ha de ponerse al servicio de su compañía, pero no es necesario que se alinee con ella en forma de adhesión inquebrantable. Eso lo suelen hacer los mediocres porque así se pueden engañar a sí mismos creyéndose algo que en realidad no son (y las empresas se guardan bien de mantener este
status quo que siguen creyendo que les favorece). Ya sé que en una buena parte de las corporaciones son preferidas las adhesiones de mediocres que el pensamiento independiente. Acabo de leer
Pasos hacia una Ecología de la Mente, suma de
papers y otros escritos sobre muy diversos temas y obra más conocida de Gregory Bateson, pionero de muchas cosas, pero especialmente del pensamiento sistémico y de la visión alternativa que comporta (por si alguien hubiera sospechado sobre la procedencia de la inspiración para mis últimos y cibernéticos
posts, aquí la tiene). Y hoy me ha llamado la atención su descripción de los circuitos de comunicación en el proceso de amaestramiento de animales. Bateson afirma que, para que un animal pueda ser efectivamente entrenado tienen que darse dos condiciones aparentemente contradictorias: por un lado, tiene que desplegar al máximo su inteligencia mientras que por el otro debe de limitar su inteligencia hasta un umbral el cual no puede sobrepasar. Y pone el ejemplo paralelo de un humano siendo hipnotizado. A mí se me ocurre en seguida otro ejemplo más cotidiano: el de las corporaciones. En el mundo de la empresa actual, uno debe de sacar lo mejor de sí mismo y poner toda su creatividad al servicio de su profesionalidad, pero manteniendo un claro límite que, una vez cruzado, amenaza con deteriorar los propios
drivers y que, tarde ó temprano, acabará por provocar una desestabilización. Es necesario, por tanto, dejar a la entrada del trabajo aquella parte superior de la inteligencia que solamente servirá para crear conflictos internos, y usar la inteligencia solamente hasta cierto nivel, tal y como describe graciosamente un ocurrente colega.