-¿Has oído hablar de los países exteriores?.
-No.
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Elogio de H. Potter
Un muchachito de Birmingham,
Humphrey Potter, dicen que en cierta ocasión ató, con el cordel de su peonza,
la palanca de la máquina de vapor que le tocaba accionar con la mano; así
huyendo de un trabajo aburrido para ir a jugar, inventó, suprimiendo su
esclavitud, una especie de feed-back. Verdadera o inventada, esta historia
alaba la precocidad de un genio; para mí; más bien muestra la competencia,
frecuente, fina y adaptada, del obrero, hasta del más humilde, en los lugares
mismos en que aquellos que deciden, lejanos, exigen la acción sin preguntar
nada a sus actores, prejuzgados incompetentes. H. Potter es uno de los nombres
de guerra de Pulgarcita.
La palabra empleado expresa
esa presunción de incompetencia: se trata, en efecto, de doblegar a alguien a
voluntad con tal de explotarlo; así como el enfermo es reducido a un órgano que
es preciso reparar, el estudiante a una oreja que hay que llenar o una boca
silenciosa que hay que atiborrar, el obrero es reducido a una máquina que es
necesario controlar, un poco más complicada que la otra máquina, en la que él
trabaja. Arriba, antes, bocas desorejadas; abajo, orejas mudas.
Elogio del control
recíproco. Al restituir rostros completos a ambos niveles, las mejores empresas
ponen al obrero en el centro de la precisión práctica. Lejos de organizar, de
forma piramidal, la logística en función del flujo y la regulación, dejan que
Pulgarcita controle ella sola en tiempo real su propia actividad –averías que
se detectan y antes son reparadas, soluciones técnicas encontradas con mayor
celeridad, productividad mejorada-, pero puede también examinar a sus
mandatarios, en este caso a sus jefes, en otros casos a médicos y políticos.
[Michel Serres, Poulcette]
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A penas me asombro al leer el libro
de Serres. Lo encontré deambulando en la “sección” infantil. Por algún motivo
ahora es la única sección de la biblioteca que me inspira algo. Este ya anciano
autor es miembro de la Ac. francesa, profesor de historia allá en Norteamérica
y al parecer profundo defensor del “buenrollismo”. “Poulcette”(Pulgarcita) es un breve y extraño libro para mí. Habla de un mundo
extinguido y otro, que vivimos, que es perfecto en su aparición. Demanda. En
cierto modo me gusta cómo está escrito el libro. Pero se huele un entorno
teo-legal académico ducho en -posts, leloliberalísmos que pululan alrededor de
Serres. Poulcette hace referencia a
la actual facilidad con la que el adolescente comulga con las nuevas
tecnologías
Si Spinoza de algún
modo objetaba a la voluntad poder hacernos libres, “Los hombres creen ser
libres sólo porque son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas
que determinan” no estaba diciendo que los hombres somos sujetos libres o no.
Tal vez sí valiera concordar con Kant, y su “definición” de libertad como deliberado
espectro del cerebro.
Para construir un
nuevo inconsciente, si de eso se extrae de toda cháchara político-social, es
necesario visibilizar los límites. Morar el mundo sensorial externo. Hilo.
Pasar el dedo por la fábula de piedra. Tactar la hoja de hierba. Agujerear el
virus tan de mano en mano. En resumidas cuentas, a pensar con el corazón.
Desneutralizar los sentimientos. ¿Nihilismo? No. El inconsciente, siempre será
subjetivo. La libertad se piensa con el corazón.
Aunque las subjetivizaciones no son primeras y si
dependen de agenciamientos complejos como advertía Deleuze[M.M.].
Control recíproco,
examinar al examinador. ¿Seguir ocultándonos de nosotros mismos? Reconozco que
a veces me oculto de mí mismo, por comodidad, para evitar el desplazamiento. Para ocultarme de mi mismo podría obstinarme en la dialéctica tecnológica
imperante. Bueno, aquí en este blog dejo alguna corteza de mi pensamiento,
puede ser también hilo-al-espectro de un anclaje con el pasado. Que se
convierte en lastre, ante la imposibilidad de su distancia. Ya que
individualmente es imposible atajar. Pues vivimos sobredimensionados en un ente
de acontecimientos concatenados en shock perpetum. Igualamos información con
saber.
Mal vamos.
Mal vamos.
Tras mitificar la
imagen (en una civilización tan yang) y dejarnos vaciar el rostro para devenir masa, u organización como
destino como ya calculó Kafka, esta concurrencia se diluye y extravía en el
complejo entramado del sistema capitalista. Al transcurso del capital y de la
información llamamos ética, o, retorno a la ética (dependiendo del
debilitamiento de la cohesión social). Distancias hoy la propiedad, rango,
posición social dilatan el horizonte haciéndolo menos común pues nos es exigido
ponernos, exponernos, a la altura de los tiempos. La revolución virtual, la de
las mal llamadas democracias y change.orgs, las fundaciones educativas(etc) que
sustentan, corroboran, el privilegio de la autoridad, que a su vez depende del
poder de las nuevas tecnologías. Que nos obligan a la repetición, Detenernos
constantemente en una huella. La enfermedad psicótica de hoy es una enfermedad
de la productividad. El buen caminante jamás deja una/ o se detiene en una
huella. Los taoístas veían el mundo como un inmenso desierto devorando
pensamientos con calma. Aunque con la deificación de la imagen y el capitalismo
lo inestable permanente es el horizonte.
Elogio del control
recíproco, ¿aislable?, sería todo un error creer un sistema
inmunológico/membrana o /muro tanto más creer en un centro no externo.
¿Esquizofrenia? y paranoia, e histeria, patológicas pulsiones inestables que
tientan a través del pensamiento de masa la manzana del consumo, la
excrecencia, el alejamiento creciente, recíproco. Pero inserto en una vasta red
de contra-reciprocidades –formas sociales de exclusión/reclusión. La sangre de la
revuelta baña los uniformes de los verdugos. No llega el agua del mundo para
limpiarlos. Ya acostumbrados, algunos, lo llaman vanidad. Y a la sangre,
suplicio.
Pensar que la
enfermedad y el mal pesan igual en todas partes se equivoca igual que pensar
que quien administra el poder debe tomar decisiones políticas. Las armas y el
dinero son el sustento del Estado, el sustrato entre el que nacimos, república
burguesa o zanahoria. Puede resultar incómodo, incluso tener como la necesidad
de participar en ella cada timba electoral. Salarios miserables a cargo de
mantener un aparato opresor.