Lucas, sus huracanes
Desde La Habana
El otro día instalé una fabrica de huracanes en la costa de La Florida, que se presta por tantas razones, y ahí nomás hice entrar en acción los helicoides turbinantes, los proyectarráfagas a neutrones comprimidos y los atorbellinadores de suspensión coloidal, todo al mismo tiempo para hacerme una idea de conjunto sobre la performance.
Desde La Habana
El otro día instalé una fabrica de huracanes en la costa de La Florida, que se presta por tantas razones, y ahí nomás hice entrar en acción los helicoides turbinantes, los proyectarráfagas a neutrones comprimidos y los atorbellinadores de suspensión coloidal, todo al mismo tiempo para hacerme una idea de conjunto sobre la performance.
Por la radio y la televisión fue fácil seguir el derrotero de mi huracán (lo
reivindico expresamente porque nunca faltan otros que se pueden calificar de espontáneos),
y ahí te quiero ver porque mi huracán se metió en el Caribe a doscientos por
hora, hizo polvo una docena de cayos, todas las palmeras de Jamaica, torció
inexplicablemente hacia el este y se perdió por el lado de Trinidad arrebatando
los instrumentos a numerosas "steel bands" que participaban en un
festival adventista, todo esto entre otros daños que me impresiona un poco
detallar porque lo que me gusta a mí es el huracán en sí mismo, pero no el
precio que cobra para ser verdaderamente un huracán y colocarse alto en el
ranking homologado por el British Weather Board.
A todo esto vino la señora de
Cinamomo a increparme, porque había estado escuchando las noticias y allí se
hablaba con términos sacados del más bajo sentimentalismo radial tales como
destrucción, devastación, gente sin abrigo, vacas propulsadas a lo alto de
cocoteros y otros epifenómenos sin ninguna gravitación científica. Le hice
notar a la señora de Cinamomo que, relativamente hablando, ella era mucho más
nociva y devastadora para con su marido y sus hijas que yo con mi hermoso
huracán impersonal y objetivo, a lo cual me contestó tratándome de Atila,
patronímico que no me gustó nada, vaya a saber porqué, puesto que en realidad
suena bastante bien. Atila, Atilita, Atilucho, Atilísimo, Atilón, Atilango,
fíjese todas las variantes tan bonitas.
Desde luego no soy vengativo, pero la próxima vez, voy a orientar los
helicoides turbinantes para que le peguen un susto a la señora de Cinamomo. No
le va a gustar nada que su dentadura postiza aparezca en un maizal de
Guatemala, o que su peluca pelirroja vaya a parar al Capitolio de Washington;
desde luego ese acto de justicia no se podrá cumplir sin otros desplazamientos
quizá enojosos, pero siempre hay que pagar algún precio por las cosas, qué
joder.-
Julio Cortázar.
Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid,
n° 364-366, octubre-diciembre de 1980.
Quique de Lucio.
*
- Arthur L. Basham "El Prodigio que fue India"
De esta manera
podemos comprobar cómo la clave de la reforma de Asoka consistió en instaurar
principios humanitarios en lo que a la administración se refiere, y en el
abandono de las guerras de agresión. En vez de la política tradicional de expansión
territorial él sustituyó la conquista por la Rectitud (término por el que
traducimos inadecuadamente la riquísima voz de dharma) Afirma que ha obtenido muchas victorias con este método, incluso sobre los cinco
reyes helénicos cuyos nombres, apenas indianizados, son nombrados en el pasaje
anteriormente citado: Antiochus II, Theos de Siria, Ptolomeo II, Filadelfo de
Egipto, Antigonus Gonatas de Macedonia, Magas de Cirene y Alejandro de Epiru.
Según parece, Asoka creyó que su ejemplo de gobierno recto convencería a sus
vecinos de los méritos de esta nueva forma de ejercer política y que así
obtendría el liderazgo moral sobre la totalidad del mundo civilizado. En ningún
caso, sin embargo, se desembarazó de sus ambiciones imprerialistas, limitándose
a modificarlas para que coincidieran con la ética humanitaria del budismo.
En lo referente a los asuntos
domésticos, la nueva política se notó sobre todo en una suavización general de
la severa justicia proveniente de los tiempos antiguos. Asoka llegó a decir que
todos los hombres eran hijos suyos, y en más de una ocasión reprobó a los
gobernantes locales por no haber aplicado los nuevos principios correctamente.
Puso mucho énfasis en defender la doctrina de ahimsâ ( no ejercer violencia ni contra los hombres ni contra los
animales), que entonces se estaba generalizando entre los practicantes de todas
las sectas religiosas, prohibió el sacrificio de animales, al menos en la
capital, y reguló su matanza para el consumo humano, llegando a prohibir
sacrificar ciertas especies. Se sintió orgulloso de haber sustituido las
expediciones de caza, el deporte tradicional de los reyes indios, por la
peregrinación a los santuarios del budismo, y de haber reducido a porciones
infinitesimales el consumo de carne en su palacio. De esta manera, la
determinación de Asoka fue en parte responsable del aumento del vegetarianismo
de India.