Siguiendo la indicación de Marta Salazar, pero contraviniendo su deseo de acortar el artículo -soy muy malo para resumir-, os traigo a vuestra consideración estas reflexiones sobre el dopaje, España y las drogas en general.
Señoras, señores, los deportistas españoles... también se dopan. Y quizás se crean más justificados que los grandes-grandes, porque con cien medallas en veintinueve olimpíadas, menos de las que conseguirán China o Estados Unidos tal vez sólo en ésta, los tres metales olímpicos saben mejor en español.
Una ciclista española se derrumbó psicológicamente justo antes de que empezasen los juegos, el mismo día que le hicieron un control antidopaje en el que estaba cantado que iban a descubrir su trampa.
Cuando ayer se conoció el positivo a la eritropoyetina,o "EPO", de dicha ciclista, las más altas instancias políticas del deporte español (ese tema, el de la incrustación de la política en el deporte, es también digno de análisis), se avalanzaron dialécticamente sobre ella. Parece que una proteína puede suponer una mancha indigna para un país, bastante más allá que las mujeres que en ese país matan los hombres cuando se dan cuenta de que no son sus esclavas, o de la bajada de pantalones -colectiva junto a todo el orbe occidental salvo la agradable sorpresa alemana- ante la dictadura corporativista-nacionalista china.
Me considero en contra del dopaje deportivo, pues creo que es un engaño, un fraude al espectador, por una parte, que con su deporte favorito del "silloning" es quien propicia la llegada del dinero a las arcas de equipos, clubes, federaciones y deportistas, vía sobre todo las televisiones, y, segundo, una flagrante mentira a las mentes jóvenes que quieran y puedan poner sus cuerpos a competir, porque ese ansia de competición les puede llevar demasiado lejos en la aparente mejora de sus capacidades físicas. Más luego el típico eufemismo de la adulteración de la competición, etc. Sin embargo, me parece bastante falsa la aparente lucha sin cuartel contra el dopaje emprendida en Francia y España, sobre todo, los últimos años. Por una razón: no va lo suficientemente lejos.
El dopaje, el fluido linfático que corre por las conductos vitales del deporte profesional (la sangre de ese deporte es el dinero, directamente), está en la raíz de varias muertes "naturales" y súbitas de deportistas jóvenes, y en algún suicidio, en el final abrupto de algunas carreras profesionales y en algún juicio más mediático que muchos de casos más graves. Ahora bien, ciñéndonos a esto último, si pensamos en lo que ha trascendido al público de esos juicios, vemos que las condenas se ceban sobre los deportistas y, a lo sumo, los médicos deportivos (¿dónde quedó su "juramento hipocrático"?), y que ahí se paran, aparentemente, las investigaciones, o al menos, como digo, lo que trasciende al público, de cuyo general conocimiento es, por ejemplo, que en algunos deportes sólo los juveniles que aceptan doparse (también existe el dopaje legal, como el de los casi mitad de corredores del Tour que llevaban justificantes médicos para tomar esto, aquello y lo de más allá), pasan a profesionales.
Ahora bien: al médico alguien le tiene que hacer llegar esas sustancias, muchas de ellas auténticos frutos de muchas horas-persona de trabajo. Y en el principio, en la raíz de esta mala hierba que es el dopaje, alguien las tiene que sintetizar, probar en animales (¿o no?) y depurar y mejorar. ¿Quién tiene la capacidad tecnológica de hacerlo? Mi respuesta: aventuro que los principales laboratorios farmacéuticos.
Al final, vemos que el deporte profesional no es un ejercicio de personas que cobran un sueldo, sino un campo más, perdón: un mercado más, para las corporaciones. Porque, si Nike, Adidas o el Santander ganan tales millonadas por los deportistas que patrocinan, en la lógica neoliberal extremista que nos asola, ¿por qué las grandes farmacéuticas no iban a poder entrar en el negocio del deporte? Y evidentemente, lo oculto y lo prohibido da más dinero que lo legal y abierto al escrutinio público.
Sin embargo, el deporte es un híbrido, el resultado de muchas simbiosis, y por tanto, tanto lo bueno como lo malo del deporte tiene múltiples raíces.
Vivimos en un país, España, y en una sociedad planetaria, la occidental (para no dar lugar a equívocos, digo planetaria para no decir global, porque afortunadamente aún hay muchas otras sociedades planetarias diferentes a la occidental, como ésta, con sus vicios y virtudes propios e importados), donde tomar sustancias químicas sintetizadas entre artesanal e industrialmente que alteren nuestro ser (nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro aspecto, nuestro grado de envejecimiento por la acción de los oxidantes, nuestro estado de ánimo, casi cualquier cosa que se nos ocurra) está entre "aceptado"-"tolerado" y "aplaudido". En una sociedad en la que cada vez aceptamos menos personas que nos influyan íntimamente, profundamente, psicológicamente, damos la bienvenida empero, y abrimos de par en par las puertas, sin embargo, a la modificación de nuestro yo más íntimo a las grandes corporaciones gracias a los procesos de adicción que provocan esas cosas de colorines o graciosamente enrolladas que tanto nos gustan. ¿Con qué derecho le puede decir esa sociedad española que ha obrado mal a esa ciclista, si aquí ya casi no hay abstemios, y quien no fuma bebe alcohol, o quien no fuma tabaco, fuma hachís o marihuana, a menudo en su propio trabajo? ¿Hay alguna diferencia fundamental -aparte de los órganos a los que afectan- entre EPO, vino, heroína o costo? ¿Acaso no modifican por igual la integridad total del ser humano, la naturaleza del individuo concreto que los toma? La misma hipocresía de quien para las investigaciones sobre el dopaje ante las puertas de las grandes y pequeñas empresas farmacéuticas es la de una sociedad que por un lado persigue el tabaquismo, pero por otro tolera los porros y aplaude el alcoholismo social, así como la de todos aquellos que se "colocan" sin pensar que las decenas de euros que dejan por uno o dos gramos van a parar a las empresas armamentísticas que alimentan la negra sangre de las guerras civiles africanas, de los asesinatos selectivos israelíes, de la propia E.T.A. o de los grupos paramilitares sudamericanos. Unas empresas donde seguro que también invierten, y recíprocamente, las farmacéuticas.