Ignacio Calderón tenía una peculiaridad. Podía reconocer a distancia cualquier fragancia. Así iba por la calle y decía, allá va un Ivonne. O bien comentaba hoy me topé con un Klauss en la cafetería.
Su habilidad le había ganado un puesto en su oficina, donde sus compañeros y compañeras de trabajo ponían a desafío su olfato. No importaba si fumaban o mezclaban dos o tres aromas distintos. El siempre lograba dar con la fragancia inicial.
Un día este don lo condujo a una cita con la nueva oficinista del piso seis. Una delicada pelirroja esculturalmente dotada. Ignacio movió sus piezas y fue muy precavido. Antes de regresar a su casa cuidó de cambiar su ropa, lavarse la cara, las manos y no llevar ninguna seña de su cita clandestina.
Llegó a su casa, cenó con su esposa y fue al cuarto de su hija para leerle un cuento como todas las noches. Al verla con los ojos cerrados y creyéndole ya dormida se dispuso a retirarse cuando Iris su hija le preguntó: ¿Papá cómo se llama ella? Recuerda que éste, es un don familiar.
Autor: Álvaro Arrivillaga
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