“Vuelvo a mi cueva por las calles de Praga con los ojos como
rayos X y a través del pavimento transparente veo estados mayores de ratas
haciendo maniobrar sus regimientos de guerreros, generales que por radio dan órdenes
de reforzar el combate en éste o aquél frente, ando y bajo mis zapatos
castañetean los dientes puntiagudos de las ratas, camino pensando en la
melancolía de este mundo que no se acaba de construir jamás, piso albañales y
levanto los ojos llenos de lágrimas para ver lo que no había visto nunca, en lo
que no había reparado nunca: las fachadas, los portales de las casas de pisos y
de los edificios públicos ofrecen un espejo a mis sueños, a los anhelos de
Hegel y Goethe, reflejan la Grecia que todos llevamos dentro, la belleza
helénica, meta y modelo, veo columnatas dóricas con sus triglifos y sus
cornisas, frisos y volutas jónicas, capiteles corintios adornados con hojas de
acanto, vestíbulos de templos, cariátides, balaustradas griegas incluso en los
techos de las casas praguenses entre las que camino, vuelvo a encontrar la
Grecia antigua en los barrios periféricos de Praga, en las fachadas comunes y
en las puertas y las ventanas adornadas con mujeres y hombres desnudos y hojas
y plantas de una flora exótica.”
BOHUMIL HRABAL: Una soledad demasiado ruidosa.
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