Hay determinadas películas que, nada
más encontrarlas en televisión, me olvido de lo que estuviera
haciendo en ese momento y me quedo a verla. Sin importar que haya
empezado, al punto de terminar o el número de veces que la haya
visto, que suele superar a lo largo de los años, la media docena. Me
pasa cada vez que Jack Burton intenta recuperar su camión y a la
novia de su mejor amigo de las garras del hechicero Lo Pan, cada vez
que el padre de Conan le revela a este el secreto del acero, y en
menor medida, con la segunda aparición del cimmerio en el cine.
Conan el destructor es un título muy
poco imaginativo para un personaje al que, igual que en las
recopilaciones de relatos, se limitan a poner su nombre y un adjetivo
cualquiera. Cuanto más épico, salvaje y prometedor de aventuras
mejor. Aunque en este caso sí que es adecuado porque en su camino sí
que provoca unos niveles de destrucción bastante irreparables al
intentar cumplir las misiones que la reina de Shadizar le ha
encomendado: acompañar a su sobrina hasta la fortaleza de Thoth
Amon, donde deben conseguir una gema que solo ella puede tocar, y
recuperar el Cuerno de Dagoth, el dios al que veneran. La recompensa
que le ofrecen a cambio no es oro, ni el reino que algún día
conseguirá el cimmerio, sino traer de entre los muertos a su amada
Valeria. Aunque el comportamiento del guardaespaldas de la princesa
que los acompaña en el viaje le haga sospechar que quizá el papel
de esta, y el destino que aguarda a Conan y sus compañeros, sea muy
distinto al que le ha prometido la soberana.
No puede decirse que el primer Conan
fuera una versión fiel a los relatos de Howard, ni que Arnold
Schwarzenegger reflejara la verdadera astucia y desconfianza del
personaje original. En cambio, sí habían captado perfectamente, y a
veces de una forma un tanto surrealista, la idea de la decadencia de
la civilización, y sobre todo, un entorno cargado de violencia y
erotismo, a veces sutil, a veces un tanto patoso, que caracterizaba
el pulp. Y que para su secuela sería reducido al mínimo con la
intención de obtener una calificación inferior a la de la primera
película a fin de obtener una mayor amplitud de audiencia y
distribución (hace un par de décadas había que huir de la
calificación R como de la peste y ahora es algo que garantiza que el
contenido será algo más adulto). Este cambio implicó que el guión
tuviera menos secuencias violentas. Una disminución no demasiado
drástica, porque sigue teniendo sus buenas escenas de acción,
espadazos y figurantes que caen como moscas bajo espadas
ensangrentadas, pero a la que sí le acompaña un desconcertante
cambio de todo al haber incluido más dosis de humor y secuencias
cómicas intencionadas, muy alejadas del tono más severo y centrado
en la épica de su predecesora. Un tono muy distinto, aunque
llevadero, que solo acaba desmejorado a causa de uno de los
personajes incluidos: la princesa, apenas una adolescente, que se
limita a estar asustada, poner morritos y reírse como una
quinceañera, acaba suponiendo un lastre un tanto insalvable,
especialmente cuando el papel de esta es uno de los ejes centrales de
la trama.
Tú el bárbaro, tú el arquero...
El aspecto cómico viene reforzado por
un protagonismo más grupal: a Conan esta vez le acompañan en su
misión una serie de personajes que practicamente repasan los
arquetipos de la fantasía heróica: un ladrón un tanto bocazas y
alivio cómico, un chamán con conocimientos curativos y unos cuantos
hechizos, una guerrera salvaje, un paladín, una princesa y...sí,
estoy usando las clasificaciones de Dragones y Mazmorras, porque en
cuanto los protagonistas se ponen en marcha, el guión acaba
pareciéndose una partida de rol: una reina propone no una, sino dos
misiones, los protagonistas van encontrando al resto de compañeros
por el camino, y, o bien obtienen una serie de recompensas tras el
desenlace, o bien el final queda abierto de cara a la próxima
entrega. El montaje, casi una sucesión de escenarios y personajes
distintos con funciones concretas, hace que si al final de los
créditos una voz en off anunciara las puntuaciones y subidas de
nivel de los personajes, no hubiera quedado fuera de lugar.
Con un tono más ligero que la
anterior, la caracterización de los personajes es un tanto
irregular: Conan resulta algo más expresivo que su primera aparición
(quizá porque Schwarzenegger es uno de esos actores que va
aprendiendo a actuar sobre la marcha), teniendo todavía muchos
momentos en los que parece que no sabe ni como tiene que hacer cuando
la cámara enfoca a otro actor. Grace Jones da el pego fisicamente y
con una serie de diálogos contados donde se tiene que limitar a
poner expresión fiera y el resto, dado lo que se puede exigir al
guión y la historia, cumple.
El aspecto técnico se defienden muy
bien teniendo en cuenta el presupuesto y que nos hace recordar que
hubo una época en la que era posible hacer cine fantástico sin
tener que contratar a un equipo de informáticos: los paisajes de
Mexico son toda una ayuda para los exteriores, los chromas a veces se
notan un poco, al igual que en todas las producciones de esa década,
y solo salen perjudicados los interiores, donde tanto los palacios
imperiales como las fortalezas de los hechiceros tienen un aspecto de
corchopan insalvable (bueno, y los monstruitos de goma. Pero en este
blog tenemos debilidad por los ochenta y lo artesano). Mucho mejor
conservados, en cambio, los vestuarios, que aunque hoy podrían verse
un tanto kitsch, lo abigarrado de los diseños palaciegos, y la
simpleza de los protagonistas, ademas de evitar la aparición, y el
coste que supondría), de armaduras completas, hace que se llegue a
acercar a la idea que podría haber tenido Howard en mente cuando
empezó a escribir sobre la Era Hiboria.
A Conan el destructor, con cada pase en televisión, se le van notando sus defectos: la voz en off acartonada, los efectos especiales un tanto limitados, y sobre todo, un tono más para todos los públicos que no le hace ningún favor. En cambio, es imposible, con cada uno de ellos, no quedarse a verla una vez más, y disfrutarla como el primer día.