Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna
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jueves, 17 de noviembre de 2022

Mundo desconocido. Fantasmas, monstruos, ovnis y donde encontrarlos


 Cuando se trata de libros infantiles, además de los primeros que vienen a  a la cabeza, por  mantener su fama o por  nostalgia, hay otros que se han ido  quedando lejos. Celia y Guillermo son vintage, ¡Abajo el colejio!  Es más una curiosidad lectora para adultos que  algo publicable hoy para niños y muchos otros, aún recientes, se han quedado más en la cabeza de sus primeros lectores que len los estantes de las librerías.  Los tiempos cambian, y muchos de estos libros tienen una segunda vida como  compra de quienes los disfrutaron por primera vez hace décadas.  ES el caso de una de las colecciones d ella editorial Usborne, que en los años setenta publico una serie de libros que, bajo el título de Mundo  de lo desconocido, hablaban en poca página y con formato de album ilustrado, de temas como los espectros, la parapsicología, los monstruos y las criaturas mitológicas, las naves espaciales y los seres de otros mundos. Hace unos años, la editorial  decidió publicar de nuevo su colección, pero ya consciente de su valor nostálgico y acompañada en su edición, de un prólogo de Reece Shearsmith (el guapete de The League of Gentlemen). Estos libros, que en su día salieron en España con la editorial SM, volvían a verse en las librerías gracias a Diabolo, que hasta la fecha ha sacado los dos primeros volúmenes. 



Estos, dedicados a los fantasmas y monstruos respectivamente, abarcan el tema con una curiosa mezcla  entre leyendas populares, eventos históricos, explicaciones naturales  e incluso algunas nociones de ciencia o parapsicología muy someras. Estas, acompañadas  de una gran cantidad de ilustraciones muy vistosas, distribuidas de forma que existe muy poco espacio en blanco, son ante todo unos libros muy visuales. Que pese a tratar unos temas potencialmente inquietantes, no contaban con ninguna estampa especialmente aterradora ao impactante, sino que respondían más a un estilo de “definición gráfica”. Muy marcado por el uso de los colores  y lo vistoso, que actualmente, debido a los cambios en la calidad de las impresiones, se nota más debido al exceso de saturación cromática de las primeras ilustraciones, haciendo que estas tengan una coloración que resulta menos detallada pero muy fiel a lo que fue originalmente. 

De los tres libros, el más memorable sería el de Fantasmas. O al menos para mí, que era el que tenía y lo releí hasta aprenderlo de memoria. El primero y en el que en sus páginas se pretendía dar una visión general de lo sobrenatural, entre lo fantástico y lo científico: estos hablan de fantasmas a través de la historia, desde las tablillas de Gilgamesh hasta los espectros en la antigua Grecia o los campos de batalla históricos. Pero también de los aparecidos alrededor del mundo, con especial hincapié en las islas británicas y en un pueblecito que tiene el dudoso honor de contar con una docena de fantasmas. Y un repaso, quizá lo más curioso, a los fraudes espiritistas y fotográficos practicados a lo largo de la historia, junto con las reproducciones de algunas fotos que, si bien ene l momento de la primera impresión del libro existían dudas sobre su veracidad, hoy quedan descartadas con un solo vistazo. Pero que,e n retrospectiva, eran parte del encanto que conserva este libro para muchos niños: esa mezcla entre los relatos tradicionales y lo racional, las reproducciones de las fotografías plagadas de grano setentero, y ese tono en general de “yo no digo que existan los fantasmas pero haberlos haylos” que lo convertía en una especie de manual con todo lo que un chaval necesitaría saber sobre fantasmas en una primera aproximación.  





La distribución del segundo tomo, dedicado a los monstruos, es similar: na aproximación a los de la mitología clásica, una posible explicación racional, en este caso, recurriendo a los fósiles de dinosaurios, monstruos cinematográficos y criaturas inexplicables de la actualidad, hoy un poco lejana, donde se habla del abominable hombre de las nieves o el monstruo del lago Ness.



De los tres, quizá el dedicado a los ovnis es el que han tenido que tirar mas´de la imaginación (aun no se ha reimpreso en España y he tirado de una copia en inglés para echar un vistazo rápido). Aunque la primera parte es un resumen de los avistamientos más famosos de los setenta y sesenta, las teorías sobre las pirámides o los visitantes alienígenas a lo largo de la historia, dando paso a la parte “racional” con descripciones de prototipos de aviones o fenómenos meteorológicos, incluye también hipótesis sobre como sería la vida en otros planetas y que especies los poblarían. Estos son tan improbables como cualquier otra toería desarrollada a posteriori, pero sí resultan tremendamente coloridos, setenteros, y con el estilo de ilustración tan propio de la colección.

Los tres libros incluyen, además, un glosario de referencia, una serie de consejos prácticos sobre como empezar una investigación sobre fenómenos paranormales o críptidos, y una bibliografía, al menos, en las ediciones nuevas. Como todos esos libros que se leen de nuevo tras haber sido repasado hasta la extenuación en la niñez, es un poco difícil hablar de ellos sin recordar lo que supusieron entonces . Y que su desaparición de las librerías era algo normal con el cambio de intereses de cada generación. Quizá dentro de cuarenta años los adultos de entonces se emocionen ante un video de Five Nights at Freddy´s o un post sobre Slenderman del mismo modo en que muchos no pudimos contenernos, y llevarnos a casa, ahora desde la sección de libros “nostálgicos”, los ejemplares que nos faltaban o que se habían quedado demasiado matrechos con el paso del tiempo.


jueves, 8 de julio de 2021

Krull (1983). Héroes, princesas en apuros y rayos laser

 


Los ochenta, además de películas que empezamos a considerar clásicos y quizá una preocupante nostalgia, también fue una década decisiva para la fantasía. Willow, Lady Halcón o Legend, por citar unas cuantas, coincidieron con otras producciones  más modestas. O incluso con otras a las que el tiempo parece haber olvidado, y no necesariamente por poco vistosas, sino por no haber contado con el favor de un público dispuesto a asombrarse.


Krull es la historia de como un príncipe debe rescatar a su prometida de as garras de un tirano que pretende hacerse con la princesa, el trono..y la galaxia. Porque este no es un reino, sino un planeta lejano en el que una profecía  cuenta que el hijo de los herederos de reinos enemigos estará llamado a gobernar la galaxia. Y una monstruosa criatura, conocida como la Bestia, pretende emplear ese augurio a su favor. Solo el príncipe Colwin, junto a un variopinto grupo de acompañantes que encontrará en su camino, puede detenerlo y salvar a su amada.




El guion, con sus repetidas menciones al espacio y a profecías galácticas hace pensar en La guerra de las galaxias, cuyo desenlace entonces estaba pendiente, pero en realidad  su influencia es más cercana a las aventuras clásicas y a la fantasía de Edgar Rice Burroughs que al space opera. La insistencia en mencionar que se trata de otro planeta, de profecías espaciales o que incluso unos vistosos rayos laser, con ruidito incluido, sean armas disponibles, tiene en realidad muy poco  peso en una trama que acaba por ceñirse estrictamente a los cánones de la fantasía heroica: una princesa en peligro, un malo, un arma mítica y un grupo de personajes que podrían clasificarse como caballeros, mago, adivinos o guerreros. Y que cumplen su papel en un guion que a veces asusta por lo simple, y otros, por lo mal envejecidas que están algunas partes: las primeras secuencias, con los actores casi declamando sus líneas, el intento de pasar como algo  trascendente escenarios que resultan un tanto ñoños, que convivan con tota naturalidad enemigos genéricos con cascos opacos y rayos laser frente a un héroe  ataviado con unos leggins a rayas, o que el cometido de la princesa sea únicamente estar prisionera deambulando por un castillo. Cuyo diseño, a base de juegos de espejos y líneas superpuestas, se convierte en la aportación visual más interesante.




Una historia que al público no terminó de gustar y a la crítica, menos, convirtiéndose en un fracaso pese a tener un presupuesto holgado, y que al trabajar con algunos rostros conocidos, pero no famosos (aparece por ahí Liam Neeson cuando ni se imaginaba que se iba a dedicar a pelearse con lobos y salvar a su hija de la mafia cada verano), pudo permitirse el dedicar una parte importante de los recursos a los efectos especiales. Esto resulta en un aspecto visual que podría estar a la altura de cualquier clásico de los ochenta: junto a las secuencias deudoras del surrealismo en el castillo del antagonista, la película aprovecha bien los efectos artesanos, el stop motion, pero también los exteriores, donde los paisajes de Inglaterra no tendrían tampoco que envidiar a tomas que vendrían años después, y que de paso sirve para que el público no se fije tanto en unos interiores donde el decorado resulta evidente.


Aunque la producción resultar aun fracaso, especialmente junto al estreno del retorno del Jedi, y verla hoy suponga enfrentarse a algunas secuencias que chirrían por lo ridículo, Krull no es una mala película. Si es una muy naif, donde hay que olvidarse de matices y disfrutar del tono do nada, del bien contra el mal y del poder del amor frente a todo. Donde su aproximación como aventura espacial no funciona como pretendían pero si lo hace su visión como historia de fantasía muy sencilla. Una historia que con cinco o seis años, apenas entendí, pero sí lo suficiente como para que el mago quejica me hiciera gracia, el doppelganger me diera miedo y el desenlace del cíclope, uno de los personajes con los que intentan reforzar el entorno fantástico, me produjera un disgusto inconsolable. Y que hoy, una vez superada la sensación de vergüenza ajena de sus primeros diez minutos, volví a encontrar de nuevo.


jueves, 18 de febrero de 2021

Lecturas de la semana. El vuelo del dragón




Una de las cosas que no puede faltar en una estantería nacida en los ochenta es uno, o varios, ejemplares de Timun Más. Desde los ejemplares de Elige tu propia aventuras hasta un montón de colecciones y subcolecciones de fantasía y terror. Pero sobre todo, de las primeras. Sus tomos, en una fardona tapa dura con sobrecubierta primero, y ya en edición de bolsillo más adelante, eran algo habitual en toda sección de género fantástico en librerías y grandes superficies. Aunque este catálogo,en su mayoría fuera franquicias derivadas de Dungeons and Dragons, también había sitio para obras independientes y para autores conocidos. E incluso para sacar una colección destinada al público más jóven, algo curioso teniendo en cuenta que el público objetivo de toda la sección lo era. Esta, de vida muy breve consistía en obras menores o, efectivamente, destinados a los más jovenes, que se caracterizaban por tener una extensión más breve que el resto de textos publicados por la editorial y que, como amante del papel y de las ediciones antiguas sin posibilidad de recuperación, reconozco que tenían una presentación francamente bonita. Esto son dos de los cuatro que se publicaron en su momento.



Charles de Lint. El país de los sueños. Nina, una joven normal y corriente se ve acosada por pesadillas en las que, convertida en un animal, es perseguida por un depredador. Lejos de ser simples pesadillas, sospecha que hay algo más tras ellas, y que su prima, una joven huraña y resentidad quien se ha trasladado a vivir con su familia tras la muerte de su madre, tiene algo que ver con ellas. Con un argumento así de simple comienza una historia enlazada de forma muy curiosa con la mitología nativo americana (y en su desenlace, de forma un tanto forzada, con la celta), que se resuelve de forma muy sencilla y que hoy día su lectura acaba resultado un ejercicio de nostalgia: escrita en los noventa, esta acumula en su primera mitad un montón de tópicos sobre distintas tribus urbanas y corrientes alternativas: los padres de la protagonista, una pareja de antiguos hippies, el cliché de los progenitores asiáticos estrictos, y sobre todo, la adolescente siniestra coqueteando con el ocultismo cuyos motivos para sospechar de ella son...que lleva una cazadora de cuero y la camiseta de un grupo punk (llega a tener un manual de D&D y aquello sería el acabose).

Estos elementos no terminan de envejecer demasiado bien pero que caen en lo rancio, por lo que el tipo de caracterización no deja de tener su punto gracioso en una historia que constituye una narración breve de fantasía de lo más efectivo. Y donde, en muy pocas páginas, el autor consigue que entre tanto estereotipo, los personajes principales consigan la caracterización y la empatía necesarios para la historia.

Una historia que, por lo visto, forma parte de la serie de Newford, de más de quince tomos, caracterizada por tratarse de novelas independientes con una misma ciudad como escenario. Aunque El país de los sueños fue la única que pudo verse publicada en español.




Robert Silverberg. Cartas de la Atlántida. Junto con Tanith Lee y Louise Cooper, Silverberg fue uno de los nombres conocidos que fueron publicados en la colección. En este caso, con una novela corta en la que el arqueólogo de un futuro lejano, se comunica con una de sus colegas de trabajo mientras desarrolla su labor de investigación en un reino del que siempre se tuvo dudas sobre su existencia: alojado en la mente del príncipe heredero de la Atlántida, el narrador describe la vida diaria de este y su entorno, sus sospechas y teorías acerca de la sociedad atlante y una particular amistad con el huésped cuyo cuerpo ha tomado prestado.

De este libro, compuesto por una serie de cartas de las que no se sabe su respuesta, puede decirse que no pasa nada: se limita a ser una descripción de un mundo pasado, como la que está haciendo el narrador, pero que por su brevedad, y por el tono melancólico en la que se describe, funciona perfectamente: la forma de narrar recuerda en cierto modo a un tipo de ficción que podría haberse desarrollado en el siglo pasado, describiendo todo tipo de tecnología y civilizaciones sin más límites que la imaginación, algo que permite el elegir un escenario sobre el que se ha especulado tanto como es la Atlántida. Y que en su mayoría funciona por ese sentido de la maravilla hasta que Silverberg decide resolver su trama mediante un recurso un tanto magufo de dotar a sus habitantes de un origen extraterrestre, y que resulta fuera de lugar en comparación al tono que adopta la narración en todo momento.




jueves, 14 de noviembre de 2019

Are you Afraid of the Dark? (2019). Reviviendo el Club de Medianoche

Una de mis series preferidas durante los noventa era, como no, de terror. Entonces, una producción de esa temática destinada al público juvenil, en una cadena tan minoritaria como podían serlo las escasas franjas horarias de emisión libre de Canal + era todavía menos conocida y muy difícil que alguien coincidiera conmigo como espectador. Lo que no sabía es que se trataba de una de las más populares de Nickelodeon y que, aprovechando la ola nostálgica de los noventa (¿¡Cómo!? ¡Pero si ayer por la tarde estábamos echando de menos los cardados y las hombreras!) ha tenido su remake emitido, convenientemente, durante las últimas semanas de octubre.



El Club de Medianoche era el título, muy libre de “¿Tienes miedo a la oscuridad?”, una serie antológica donde un grupo de chicos de no más de 14 años se reunían cada noche para contar historias de terror. Estos solo actuaban como narradores y enlace con el público para unos relatos caracterizados, como era habitual entonces, por unos efectos especiales muy escasos, un presupuesto limitado, y unos giros finales que, aunque eran marca de la casa, a menudo me parecían mejor traídos que los de los libros y serie de R. L. Stine. Casi treinta años después, un grupo de chicos continúa con la tradición, a la que se les une como nuevo miembro Rachel, una chica recién llegada a la ciudad y con una gran capacidad para fabular historias aterradoras. Como la que narra en su entrada al club, sobre una siniestra feria ambulante que recorre las ciudades llevándose a los niños y haciendo que todos olviden su paso por el lugar. Salvo que, unos días después, ese mismo festival hace su aparición en la localidad, y Rachel teme que las pesadillas que inspiran sus dibujos y relatos puedan tener una base real, y que solo ella, y quizá sus amigos, puedan detenerlas.




Aunque el formato anterior funcionaba perfectamente, y más tratándose de una serie (hace unas semanas Creepshow lo demostró, sin más enlace que el muñecote que unía los dos guiones de cada episodio) para la nueva versión han optado por convertir a los protagonistas en los verdaderos héroes de la historia: en la serie original, estos, pese a su papel de narradores, eran bastante queridos por el público, y si contaban con unos personajes con el suficiente carisma, la idea podría funcionar. El cambio no es algo nuevo y se utilizó previamente en la adaptación cinematográfica de Historias de miedo para contar en la oscuridad, aunque es en esta miniserie donde parece haber funcionado mucho mejor. Limitándose a un único arco argumental, se sirven para contar la misma historia dos veces: el relato original, que sería un homenaje a los capítulos de la primera serie, es en realidad muy simple, pero también presentado de forma muy ingeniosa como la historia de terror que podría haber ideado alguien muy joven. Y a partir de esta se desarrolla la trama principal que también es todo un homenaje a los estereotipos de muchas series de la época: las bicicletas, el club secreto y con un acceso nocturno que, a todas luces, sería imposible que cualquier crio pudiera acceder, el tópico de los carnavales siniestros y un grupo de chicos dispuestos a detener una amenaza sobrenatural que solo ellos han descubierto. Los nombres de estos, donde se encuentran apellidos como Carpenter, Coscarelli o Raimi, son también un guiño a los espectadores adultos que crecieron con la serie y que serían después aficionados al cine de terror.



Pese a todos estos factores que apelan al pasado, está pensada para ser disfrutada por el público que la conocía y los espectadores nuevos, sin que resulte un paseo continuo por la nostalgia (lo siento pero ¡Stranger Things siempre me pareció un catálogo de tópicos idealizados de los ochenta!) y los clichés habituales, que en muchos casos evitan con agilidad: se evitan las tramas sobre matones de instituto, despachándose con poco más de un guiño, los protagonistas cuentan con unos entornos más variados que los habituales de “marginados”  y aunque algunas de sus aficiones parezcan un poco pensadas para ser reconocidas por los espectadores más mayores, tales como las referencias a ciertos grupos de los ochenta y a escritores clásicos, resultarían perfectamente posibles para cualquier chico con hobbies un poco distintos y en un momento donde es mucho más sencillo acceder a toda esa información.

El regreso de Are you Afraid of the Dark, además de una miniserie divertida y que funciona para su público anterior y las generaciones nuevas, parece, con su brevedad, un tanteo sobre sus posibilidades de volver a la pantalla, aunque solo fuera como evento durante las semanas previas a Halloween. Visto el resultado, no estaría mal una siguiente entrega en el 2.020. Y ya puestos, quizás un regreso de Eerie Indiana, serie que en su momento nunca pude ver: poco después de los créditos de El Club de Medianoche, la llegada de unas rayitas grises y un susurro anunciaban que la programación en abierto se había terminado.



jueves, 23 de mayo de 2019

Cazafantasmas (1984) ¿A quién vas a llamar?



Nada menos que 35 años se cumplen de una de as sagas más memorables y más breves de los ochenta. Tres décadas, rumores desmentidos sobre una tercera parte y un reboot que quizá tuvo peor recibimiento del que merecía, al que ahora hay que sumar  un nuevo anuncio de esa secuela. Suficiente tiempo como para creérmelo cuando lo vea y de momento, seguir disfrutando con la pirmera.

Los cazafantasmas son un grupo de científicos, interesados en la parapsicología, que tras ser despedidos de la universidad, encuentran la oportunidad que habían estado esperando: la prueba definitiva de la existencia de los espectros, la posibilidad de capturarlos y de paso, el poder empezar un lucrativo negocio dedicándose a la expulsión de entidades sobrenaturales. Pero la actividad paranormal que se manifiesta sobre Nueva York parece ser el preludio de algo mucho peor: manifestaciones demoniacas, la proximidad del fin del mundo…y un funcionario del ayuntamiento muy cabreado además de competente.




De la película lo más recordado es su grupo protagonista: las personalidades de Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson que desarrollan unos personajes cínicos, asombrados, sesudamente científicos y el que podría ser el ciudadano de a pie. Quizá este último es el que menos destaque, pero también es el que fue concebido como representación del público que asistía a la película y participaba de las aventuras de estos. Los tres primeros, conocidos previamente por su papel de cómicos, se adueñan de sus personajes, sin resultar histriónicos ni limitarse a repetir gags. Es curioso que en una comedia haya un alivio cómico, pero en este caso existe y es el contable interpretado por Rick Moranis, que en una serie de apariciones secundarias aporta varios momentos humorísticos a costa de todos los clichés habidos y por haber sobre los contables (la mayor parte de ellos, infundados. Conozco a varios y son una gente francamente simpática)….y de las posesiones. Un repertorio humorístico que comparte patalla con Sigourney Weaver, cuyo personaje, más comedido y cabal resulta un contraste con el resto.

La película fue un blockbuster de su época y hoy, una de las más recordadas de los ochenta. También, una de las que resume mejor la actitud, gustos y forma de pensar de entonces. No tanto por la estética, que en realidad es un poco más neutra, y los vestuarios, muy clásicos, como correspondería a un reparto adulto y unos escenarios donde lo que tiene que brillar son los efectos especiales artesanos. Pero sí lo son los cambios iniciales de guión, a menudo motivados por razones presupuestarias muy lógicas (la infografía todavía era ciencia ficción), la actitud profundamente optimista y también rebelde y defensora del individualismo hasta el absurdo. Pocas cosas la representan tan bien como la personalidad sinvergüenza de Peter Venkman, y la caracterización de su antagonista, un funcionario empeñado en cumplir las normas y del que siempre se recordarán dos cosas: su presentación caricaturesca del burócrata enfadado, y que el público, unos años después, se da cuenta que su personaje solo se limita a hacer bien su trabajo en un entorno donde todos parecen estar divirtiendo sin pensar en las consecuencias.

Los efectos especiales, hoy más que superados, consisten en su mayoría en actores disfrazados, superposiciones en pantalla, decorados a escala y un croma que ha soportado bastante bien los años. No son, ni de lejos, impresionantes ni realistas, pero si cuidados y llenos de inventiva. A fin de cuentas, este fue el guión al que se le ocurrió utilizar un muñeco gigante como villano final.
Hoy los Cazafantasmas es, al igual que Legend, La princesa prometida y muchas otras, una de esas películas que tarde o temprano vuelven a emitirse en los canales dedicados al cine. Y que tarde o temprano, a punto de comenzar o ya por la mitad, acabamos viendo de nuevo.

lunes, 9 de mayo de 2016

Lecturas de la semana. Hoy, la prehistoria lectora (Los años mozos VIII)


Hace unas semanas me sorprendió mucho encontrar un libro en un escaparate: el pop up de The Walking Dead. Primero, porque es un formato que tenía muy asociado con los primeros textos que manejan los niños muy pequeños, y los más llamativos (algunos, hasta el extremo de la originalidad y vistosidad). Después, porque yo todavía seguía llamándolos “desplegables” y también hace un montón de tiempo, había tenido algunos. De estos, recuerdo uno bastante bonito sobre astronautas y naves espaciales, perdido hace mucho y  que por desgracia, destrocé en mi curiosidad de párvulo a ver como demonios funcionaban aquellas solapas. No fuera a ser que hubiera unos enanitos detrás de la cartulina moviendo el decorado. Otro se mantiene más o menos maltrecho, y ese desplegable sobre el abecedario tiene ejemplos de las letras tan particulares como Dragón, Serpiente quebrantahuesos o Vampiro, que era mi dibujo favorito por cierto. El último, por suerte, lo conservo como el primer día. Quizá por ser ya un poco más cuidadosa con los libros, o quizá porque era mi preferido. El tema, por si quedaba alguna duda, eran los monstruos.

 


La casa embrujada era uno de los primeros libros en los que figuraba el nombre de su autor. Entonces Jan Pienkowski no me sonaba de nada, salvo a revuelto de letras para alguien a quien tener que poner “qu” antes de la e y la i era toda una novedad. Y si no llega a ser por esta entrada, no sabría que es un autor e ilustrador de libros infantiles entre los que se cuentan varios desplegables. Este, pese a la escasez de texto, con solo una frase por cada página, contaba una historia breve que acompañaba a las imágenes: la visita de un doctor a una casa donde su paciente cree que es todo más o menos normal. Unas poquitas letras servían para presentar las distintas estancias de una mansión embrujada en toda regla: cuadros con ojos que se mueven, esqueletos en el armario, un enorme gorila que despliega los brazos al abrir su página y unos cuantos fantasmas deslizándose entre las cartulinas con solo tirar de una pestaña.

 


En realidad, la casa y sus habitantes no daban tanto miedo como podría parecer, y sí tenían bastante gracia: todos los monstruos parecen bastante contentos, desde el cocodrilo que se da un baño tranquilamente hasta el esqueleto saleroso. Y donde hay un humor muy peculiar  y hasta un retrete tiene su correspondiente solapa y sorpresa: en este caso, un gato bastante contento. Porque ese es otro punto a favor: el libro, de dibujos de mininos negros, va bien servido. Como toda casa encantada que se precie.

 


Solo entonces había una cosa que no me gustaba nada: era muy corto. De buena gana habría pasado más tiempo con las habitaciones que aparecían dibujadas y animadas en el libro, donde pese a aquella portada los monstruos no daban ningún miedo y en unas páginas donde era capaz de perder varios minutos embobada tirando de una solapa. Hoy, en cambio, me parece un ejemplar precioso. Tanto a nivel de ilustraciones, de inventiva y de humor. Y que junto a la colección de Cuenta Cuentos, y El libro secreto de los gnomos (al que algún día tendría que dedicarle también una entrada), conservo como mis primeros libros.  

 

lunes, 11 de enero de 2016

Obituario; Angus Scrimm


Angus Scrimm es otro de esos nombres que no suenan demasiado ante el público en general. Pero, que al igual que Wes Craven, cuenta un gran aprecio entre los aficionados al cine de terror. Y que, en este caso, interpretó a uno de los monstruos emblemáticos de la década de los ochenta.




Hablar de Scrimm hace pensar inmediatamente en El Hombre Alto, el misterioso guardián del cementerio que persiguió a Reggie Bannister durante las cuatro entregas de Phantasma. Un personaje que, comparado con el resto de la década, podía ser menos popular que Freddie Krueger, menos llamativo que los cenobitas de Hellraiser, pero que contaba con su propio carisma y estilo. Sus inexistentes líneas de diálogo, su ausencia de trasfondo y el aspecto amenazador que aportaban los 1.93 cm del actor, enfundado en un traje de director de funeraria, lo convertían en un hombre del saco moderno, pero muy deudor del pulp, de las imágenes de la cultura popular, y en cierto modo, una posible fuente de inspiración para el Slenderman que aparecería unos años después.




Al contar con un papel reconocible, su carrera como actor parece no contar con otros papeles igual de famosos. Lo cierto es que para su edad, sus apariciones en el cine son bastante tardías, a partir de los 70, y una parte de ellas, en producciones B y Z…aunque eso no implica que fueran películas horriblemente malas. Bueno, sí, lo eran, Pero dentro de la categoría de lo disfrutable y la comedia involuntaria. Algunas de estas podían resultar casi un cameo y ser de lo más variadas: desde una aparición muy breve como Rey de los vampiros en Subespecies, hasta una parodia de El hombre alto en Transylvania Twist, una comedia de terror llena de guiños a películas que, además de funcionar perfectamente como comedia, dentro de este estilo, los hermanos Wayans deberían verla varias veces, a ver si aprenden que entre “comedia terrorífica” y “Scary Movie”, hay una diferencia abismal.

 

 

El cambio de siglo aportó papeles con un carácter más regular, y quizá alejados de la serie B por la que lo conocimos entonces: un personaje recurrente en Alias, la serie de Abrahams y Jennifer Gardner. O, para los que seguíamos prefiriendo el terror, una actuación breve, pero memorable, como médico en I sell the Dead, una película sobre la época de los ladrones de tumbas, con mucho humor negro y que en algún momento debería ver de nuevo, porque se merece una entrada por sí sola.

 
 
Después de algo más de tres décadas siendo toda una cara recnocible, en múltiples películas, series y sobre todo, como personaje emblemático de una saga, Angus Scrimm fallece el pasado domingo a los 89 años. Y del que nos queda, al menos, una de sus pocas, pero memorables, frases como El hombre alto: “ Booooy…!”

Mientras terminaba de escribir, veía la noticia de David Bowie. No es habitual que le dedique a la entrada a los músicos, pero hoy es una excepción. Para mi Bowie fue desde siempre, el rey Jareth.

 

jueves, 17 de diciembre de 2015

Lecturas de la semana. Cualquier tiempo pasado parece mejor. Pero yo sigo prefiriendo tener internet



Entre muchas otras cosas, tras ver los guiños que aparecen en capítulos de Hora de Aventuras e Historias corrientes, y sobre todo, de echar un vistazo a los escaparates de las librerías, terminé de confirmar que los ochenta y los noventa están de moda. Y es que estos días no faltan libros pensados para los nostálgicos, donde se dedican a recordar lo más emblemático de esas décadas. En cambio, una de las cosas que podrían echarse en falta, como son las horas de colegio, sirven casi como apodo para los lectores que se reconocerán enseguida como parte de esos años.



Javier Ikaz y Jorge Díaz. Yo fui a EGB. Este libro nació como una web de los mismos autores, donde diariamente se recopila todo lo que pudiera tener relación con los años que abarcó este sistema educativo. Canciones, anuncios, chucherías, libros, películas, pero también noticias relacionadas con personajes conocidos de entonces e incluso exámenes sobre asignaturas de Educación General Básica que hoy, pese al esfuerzo del profesorado, no se aprueban ni de broma.

El libro es a grandes rasgos, una antología de los artículos anteriores, y ha tenido éxito como para ir ya por la tercera entrega. Una suerte que en esta página haya mucho material, porque la época EGB abarca desde los setenta hasta finales de los noventa. Este viene dividido en varios temas, tan amplios como el mundo de la infancia: la ropa, los libros, las clases, los juegos y la tv, pero también los hogares y las frases dichas una y mil veces por los padres. No está pensado para encontrar información, sino una recopilación de todas esas cosas que hoy son parte de la nostalgia. Por eso su redacción es muy afectuosa con todas ellas, sin sarcasmos, y tan amplio como para ser capaces de recordar, aunque solo sea de nombre, marcas de ropa y alimentación, pero sin caer tampoco en quejas sobre lo bueno que era todo antes por comparación.

En cambio, el viaje por todos estos elementos comunes se queda un poco genérico: muy limitado a finales de los setenta y mediados de los ochenta, la quinta de los autores, que en muchos casos se queda todo en nombrar cosas sin ofrecer algo más de detalle. Tratándose de un libro, se habría agradecido esto último, porque para ser todo tan somero, me quedo con la web que es más amplia.



Javi Nieves. Generación EGB. En lugar de internet, este libro viene de un medio más tradicional, y hasta más nostálgico, que es la radio, donde nació como programa. El tema es el mismo que Yo fui a EGB y el contenido, muy similar (tampoco me quejo, porque, ¿qué quería encontrar en un libro con este título? ¿Física cuántica?), recopilando en bloques temáticos todo lo que recuerdan quienes crecieron en los ochenta y noventa.

La principal aportación en este caso es una mayor profundidad, aunque tampoco demasiado, porque no es un libro de información ni lo pretende. Los capítulos se desglosan con más detalle e incluyen  material algo más minoritario, aunque solo sea de pasada. También cuenta, a modo de recopilación, con una lista sobre diez cosas importantes, o más recordadas, que pueden ser ropa, anuncios, películas vhs o programas de tv. Algo que en la sección sobre audiovisuales se agradece mucho.

También le da algo más de peso a algo que, para unos lectores que fueron niños en esos años, es un elemento más importante de lo que parece: los padres. No solo limitándose a la enumeración de frases tópicas, sino también muchas de sus manías, formas de ver el mundo que chocan mucho con una generación posterior que no tuvo que vivir con tanta intensidad los valores del ahorro y de conservar las cosas hasta el extremo de lo absurdo...Lo que, en uno de los momentos más divertidos, se resume perfectamente  en sus menciones a los manteles de hule. Y que, pese a las risas, demuestra mucho respeto por ellos además de una visión menos idealizada de los años anteriores al 2000.

Otro punto a favor es un sentido del humor más evidente, de nuevo, sin llegar a ser burlón. Es más bien un poco de comicidad, como la que puede tener el recordar anécdotas de la infancia. pero también con un poco más de ironía con algunas modas y tendencias. Como reconoce el autor, tal vez no fue buena idea tirar las hombreras y los calentadores. Lo mismo dentro de unos años se ponen a la última...otra vez.

jueves, 7 de agosto de 2014

Lecturas de la semana. Los años mozos VII. Autores españoles


El verano es una época muy ligada a las lecturas ligeras. Seguramente por el tiempo disponible y por la falta de ganas de complicarse con las tramas. También es cierto que esto de cruzarse con todos los críos disfrutando de las vacaciones me ha vuelto a poner nostálgica y he empezado a acordarme de lo que leía esos meses, que era bastante. Pero hasta ahora había pasado por alto a escritores españoles que también pusieron su granito de arena en esto de escribir literatura fantástica para los más jóvenes.



 Joan Manuel Gisbert. El misterio de la isla de Tökland. Años después me enteré hablando con gente que este libro también es el favorito de muchos, y merecidamente. En su momento, me quedé con una historia que me costó mucho seguir, por lo compleja que me había parecido entonces. Esta comienza cuando un millonario arrendatario de un islote del Pacífico hace un sorprendente anuncio: la isla de Tökland oculta un laberinto, por el que ofrecen una recompensa al aventurero capaz de resolverlo. Muchos sospechan de esa oferta ¿Hay en realidad un yacimiento de mineral bajo la isla, o algún motivo oculto que lleva a su propietario a actuar de esa forma? Un grupo de exploradores y científicos, reunidos por el periodista Nathaniel Maris, intenta llegar al fondo del enigma mientras el tiempo, aunque ellos no lo sepan, se va agotando.

Lo más sorprendente de la trama es cómo se ha mezclado de forma efectiva todo tipo de elementos: desde la novela de aventuras clásicas, la de enigmas…hasta la mitología y la filosofía, que van filtrándose según el argumento avanza. El laberinto y su misterio pasan un segundo plano, mientras parte de la novela transcurre en el exterior donde los personajes corren peligros bastante reales (desde un empleado del gobierno corrupto hasta el terremoto que asola la isla). La parte mitológica es la más lograda, donde Gisbert crea la suya propia, con conceptos como mantener vivo el espíritu de la aventura para asegurar la historia de la humanidad o el concepto de la vida como algo que ha sido soñado por el universo…Cosas que en su momento pueden pasarse por alto, pero que, entre el suspense que genera el planteamiento de la historia, y especialmente, la recreación de un laberinto lleno de escenarios irreales junto al sentido de la aventura que impregna todo, hace que se convierta en un libro inolvidable. Curiosamente, Los espejos venecianos, que escribió años después, no me había gustado mucho…pero era de esperar tratándose de una lectura impuesta por el colegio: se pusieran como se pusieran, eso le acababa restando puntos. 


Concha López Narváez. La tejedora de la muerte. ¡Historia de terror! Yo aún diría más ¡Historia de fantasmas! ¡Y con la palabra “muerte” en el título! Este libro se vendía solo, y lo cierto es que el planteamiento sorprendía mucho al contar con un protagonista adulto (cuarenta años. Para los niños, esto es poco menos que un Matusalén) que intenta resolver el misterio de la casa familiar mientras rememora lo sucedido en su niñez. Un suceso que hace treinta años supuso que su cuarto fuera cerrado a cal y canto y que poco después, su familia se trasladara a la ciudad. A su regreso, conoce la maldición echada por una siniestra anciana conocida como La tejedora de la muerte, y la relación que la unía a los miembros de su familia.

Además de su protagonista, la narración recuerda mucho al terror clásico: algo que se desencadena en la niñez de la protagonista y que influirá en su vida adulta, las maldiciones familiares y en menor medida, los pueblos con secreto oculto. Esto último queda mucho más relacionado con elementos más de novela realista, como los dramas costumbristas, la caracterización de uno de los secundarios (la madre de la protagonista. A la que definen como alguien con “muchos nervios”) o que parte de la tragedia que hay de por medio se nada menos que…dos hermanas enfrentadas por una herencia. Hoy, más acostumbrada a historias donde todo tiene que ser mucho más macabro y menos prosaico, resulta un poco desconcertante y hasta algo cómico, pero en su momento, una explicación tan simple y material es mucho más efectiva. Además, el suspense y los flashbacks de la protagonista funcionan igual de bien sin que todo tenga que ser deliberadamente siniestro.

jueves, 6 de marzo de 2014

Lecturas de la semana. Los Años Mozos VI. A la sombra de R. L. Stine



En los noventa, la serie Pesadillas fue un éxito editorial bastante sorprendente. No solo por la serie de televisión y los derivados de la franquicia, sino por las otras colecciones similares que empezaron a publicarse un tiempo después. Algunas mejores que otras. Unas cuantas, más originales que el resto…lo que sí tenían todas en común era la idea principal: ofrecer argumentos terroríficos destinados al público infantil.


Solo por tener las palabras "muertos vivientes" en el título, minipunto a su favor

Christopher Pyke. Fantasville. Es un poco difícil encontrar una traducción adecuada cuando el título original es Spooksville. Pero lo de optar por hacer una remezcla entre el castellano y un anglicismo resulta bastante cutre.
Los libros de Pyke son de todos los publicados entonces, los más parecidos en estructura y temática a R. L. Stine. La principal diferencia es que, en lugar de tratarse de historias independientes entre s, los protagonistas eran los mismos a lo largo de los veinticuatro libros: un grupo de niños de doce años vive en una ciudad con el mayor número de fenómenos extraños por metro cuadrado. Aunque los adultos lo nieguen, las apariciones de alienígenas, muertos vivientes, portales a otra dimensión e incluso el contar con una hechicera local (que a ratos es una enemiga y a ratos, apoya a los protagonistas) hace que esta se haya ganado el nombre no oficial de Fantasville.
Aunque estas fueran autoconclusivas entre sí, la serie guardaba una continuidad, apareciendo personajes a lo largo de ella que se convertían en fijos o habituales. El desarrollo de estas también era bastante exagerado, y el autor parece que decidió que con el cliché de “la ciudad donde pasan cosas raras” tenía carta blanca para hacer todo lo que le diera la gana sin importar lo absurdo o imposible que resultara.
Entre lo imposible de muchos argumentos, y que los personajes fueran un poco tópicos, contando con el líder, la valiente y el cerebrito de turno, Fantasville tenía una ventaja: en muchos casos, se saltaba la norma no escrita de que en un libro para niños no puede morirse nadie y llegaba a liquidar a un personaje principal. Y cuando el principal defecto de este tipo de libros es tener la seguridad de que nadie va a salir mal parado, es un buen añadido.



Colección Sobresaltos. La editorial Altea también decidió apuntarse un tanto con las novelas de terror para niños, y optó por traducir la colección Funfax Horror. Este título servía para agrupar novelas de distintos autores, coincidiendo todas en el género y en contar con protagonistas menores de doce años. Aunque ninguno de estos escritores sea especialmente conocido, la principal ventaja de una colección así era el contar con muchísima más variedad de la que podía dar una escrita por un solo autor. Y no solo variedad, sino también calidad. Algunas novelas eran bastante simples y parecían escritas por rellenar, pero otras resultaban sorprendentemente creativas y alejadas de las estructuras y estereotipos de otras series.
La maquetación de Sobresaltos también se saltaba un poco la norma respecto al resto: frente al tamaño de novela de bolsillo que presentaban Fantasville y Pesadillas, esta contaba con un tamaño similar al de un bolsilibro y no más de ochenta páginas (cosa que le pasaría a las otras colecciones si no usaran el tamaño de fuente 12), e incluso ilustraciones en algunos casos.


Además, la edición española contaba también con una serie de audios narrados por el difunto Juan José Plans, quien se presentaba en ellos como El señor del Miedo, y narraba los relatos, muy breves, en segunda persona. Solo por esto, y por lo desconocida que parecía esta colección, hizo que fuera mi preferida de las tres. Aunque la hubiera leido de mayor gracias a unos saldos, lo que tiene bastante delito. 

jueves, 20 de febrero de 2014

Lecturas de la semana. Los años Mozos IV


Este tiene pinta de gustarle menos ir a clase que a mi

Una de las cosas que más ha cambiado en las librerías durante los últimos años es la sección de literatura infantil. Entre Gerónimos Stiltons y Capitanes Calzoncillos (con ese título tengo que tragarme el sentido del ridículo y leerme alguno) las estanterías parecen mucho más llamativas que las pobladas por las series de Enid Blyton y las colecciones de Ala Delta o Austral. Y eso que de calidad no menciono nada, por no conocer el tema y porque el catálogo de esta última era de primera categoría. Aunque solo fuera por El misterio de la Isla de Tokland y Doneval. Pero la imagen que tenemos muchos es la del estante de una papelería con dos opciones: los libros obligatorios del colegio que tenían enfrente, con sus códigos de colores indicando las edades de lectura, y las colecciones estrictamente infantiles y que eran el regalo más socorrido para tíos y demás familiares desorientados a la hora de los cumpleaños. Estos últimos eran casi los más bonitos que había entonces, con sus tapas duras, pensadas para tener aspecto de libros “para mayores” y para resistir el paso del tiempo y de varias generaciones de lectores.

Lo cierto es que entonces no fui muy aficionada a este tipo de series: me gustaban otros libros sueltos, como Las brujas, de Roald Dahl, y no debí pasar de los dos o tres volúmenes de cada serie, exceptuando los de Guillermo que sí me pillaron el truco. Se supone que con tan poco material no tengo suficientes elementos de juicio para escribir sobre ellos, pero hay una cosa a favor: pese a los veinte o treinta tomos de cada, independientes todos ellos, en la mayoría de los casos sus argumentos y estructura eran lo suficientemente parecidos como para hacerse una idea general del estilo de la colección. Y para que estos dieran las dos posibilidades, de, o bien convertirse en una lectura favorita, o bien en algo que como mucho, se recuerda con un poco de nostalgia.



Enid Blyton: Los Cinco. Leer el nombre de Enid Blyton es pensar en Los Cinco, los Siete Secretos, las Torres de Mallory e incluso Las aventuras de la silla de los deseos. En los dos primeros casos, la estructura de los libros es muy similar: un grupo de varios niños, en un tranquilo lugar de la campiña inglesa, viven aventuras que en muchos casos implican la resolución de misterios. Que van desde cosas como robos menores o a algún caso de contrabando. El grupo está formado por dos chicos, dos chicas y un perro, de los cuales cada uno tiene su propio rasgo distintivo: la chicazo, la dulce, el más atleta o el más reflexivo.

Leídas hoy, lo más llamativo es lo pacífico y edulcorado que parece todo: no es solo que los lugares sean completamente seguros, sino que hay una sensación de apacibilidad que lo impregna todo y que hace que cada año que pasa, resulte menos creíble y probablemente, menos válido para los futuros lectores. Incluso en cuestiones de argumento, especialmente en los “misterios” que resuelven los chavales, estos son bastante nimios y gran parte del argumento consiste en los protagonistas yendo a algún sitio de excursión o preparando bocadillos para una acampada. Como decía Condesadedía, “siempre estaban comiendo”. Su forma de describir los entornos llegó a convertirse no solo en lo más reconocible para quien recuerde los libros, sino en algo sumamente parodiable. Hasta el punto en que sus personajes se ganaron una aparición en El pozo de las tramas perdidas, de Jasper Fforde, la mar de divertida. Y que los herederos de la autora encontraron también bastante simpática.  




Robert Arthur. Alfred Hitchcock y los Tres investigadores. Este tenía truco, porque si bien al director se le nombraba y retrataba bien grande en la portada, su escritor se limitaba a figurar en la primera página con la referencia de “Texto de Robert Arthur”. En este caso, se trata de tres chavales, Júpiter, Bob y Peter, que tienen una agencia de detectives. Y como suele pasar en este tipo de libros, hasta resuelven sus misterios y llegan a pasarlas canutas en más de una ocasión. Los títulos, además de contar con la figura del director, que solía encargarse del prólogo, eran cuando menos llamativos. Y para mí, que me gustaba entonces el terror, bastante engañosos: Misterio del castillo del terror, de la calavera parlante o de la sombra riente. En realidad todo tenía una explicación lógica y no sobrenatural, aunque hay que reconocer que en algunas de ellas, resultaban bastante creativas. Y estos tres personajes eran algo menos ñoños que los creados por Enid Blyton.

Igual que en otros casos, cada tomo es independiente de los anteriores, de forma que resulta casi indiferente leerse el número 1 que el 36: todos ellos comienzan describiendo, una vez más, a los personajes y su entorno, por lo que al menos dos o tres páginas irían destinadas al resumen de la situación principal, y el resto, al desarrollo del misterio correspondiente. Esto es un tipo de cosas que ahora que las tendencias en la narración se han modificado, parece un poco cansino, pero hay que tener en cuenta que el primer año de publicación es de 1964 y esta era una fórmula muy habitual. 

lunes, 27 de mayo de 2013

Lecturas de la semana. Los años moz...prehistóricos





Hace muchos años, a TVE se le ocurrió hacer una serie basada en un personaje infantil muy conocido…hace todavía más años. Así nació Celia, la serie que adaptaba los libros de Elena Fortún y que muchos, hasta que no apareció en las pantallas, es probable que no les sonara nada (como era mi caso). En ella se contaba la historia de una niña en el Madrid de los años veinte, y de su familia, muy típica de la época: una madre que parece pasar un poco del tema, un padre que la mima, la chacha que no se corta en regañarla (y falta que le hace a la criatura) y el resto de detalles típicos de una familia bien de la época, como podían ser la institutriz, la niñera o la portera que vive abajo. La serie, al igual que los libros, contaba las peripecias de su protagonista, que era un poco la piel del diablo. No es que fuera especialmente mala, pero un exceso de imaginación y la forma de ver el mundo que tienen los niños hace que más de una vez la regañen o que, según su forma de ver las cosas, acaben enviándola interna a un colegio un curso entero.

Teniendo en cuenta el esfuerzo que se necesitaba para caracterización y ambientación, la serie tenía muy buen nivel. No escatimaron a la hora de recrear la época e incluso las interpretaciones eran razonablemente buenas (aunque alguna me daba la impresión de estar ahí por ser sobrina de algún productor, con lo sobreactuada que estaba), y aunque esta terminaba con la promesa de una segunda temporada, nunca llegó a filmarse, por los apuros económicos que estaba pasando TVE en aquel momento. Ahora debe estar también a dos velas, pero los costes se han abaratado y se nota menos.




El estreno de la serie sirvió para que una editorial, en concreto, Alianza, se animara a reeditar los libros respetando el formato original, en tapa dura y cuadrado, además de añadir un prólogo bastante completo en el que se explicaba un poco el trasfondo de la autora y los años en que escribió, y que desde luego, se notaba que no estaba pensado para lectores infantiles. También hay que decir que con lo de la edición vintage aprovechó para calzar algo más el precio a unos libros, que si bien en el momento pudieron venderse algo mejor por  la publicidad de la serie, tenían entonces más interés para lectores adultos que para su público original. Hoy, que sepa, siguen en su catálogo en la sección de literatura juvenil, donde publican también clásicos como Verne, pero ya en edición de bolsillo y mucho más asequible.


En concreto, los libros de Celia contaban más o menos lo mismo que se vio en la serie: las aventuras diarias de una niña en un momento histórico y en un lugar muy concreto, todas muy marcadas por lo cotidiano, como pueden ser las anécdotas de vacaciones, las visitas de gente que a ella no le gusta o las consecuencias de alguna de sus ocurrencias. Siempre hubo este tipo de literatura juvenil a lo largo de los años, y ahí tuvimos a Antoñita la fantástica, Manolito Gafotas, o, cruzando los Pirineos, El pequeño Nicolás. Y al igual que estos, los libros de Elena Fortún están contados en primera persona, con lo que el mundo que rodea a la protagonista estará reflejado por como lo ve una niña de siete años: no solo cree firmemente en las hadas, sino que muchas de las actitudes de los adultos las interpreta como tal. Ella puede ser “buena” o “mala”, sin más, y muchos personajes van y vienen por su vida sin más explicaciones que las que ella supone o las que el lector más mayor puede sacar entre líneas (como detalle adicional, diré que tiene un gato. Con el poco respetable nombre de Pirracas).






El principal problema de los libros no es su forma de estar escritos, que es muy correcta, ni por aburridos, porque muchas niñas disfrutaron con ella hace años, sino que se trata de un tipo de literatura que se queda desfasada con facilidad, y si ya en los noventa fue difícil que a los niños les gustaran unos libros así, hoy es practicamente imposible. Cuando se estrenó la serie, aún quedaban detalles con los que sí podía identificarse. Porque no se al resto, pero cuando me portaba como un jíbaro, me amenazaban con meterme en un internado. O lo que es peor ¡mandarme a un colegio de monjas!

 

De los pisos en el centro a cenar pan y agua...Mas o menos, igual que hoy

Porque el mundo de Celia es el del Madrid de preguerra, el de las porteras, las criadas de pueblo con cofia y los guardias civiles a caballo. Incluso la protagonista, y sus amigos, aún cuando pueden jugar a las mismas cosas que cualquier niña de hoy, parecen, en un repaso de la serie o de los libros, un poco repollos y paternalistas, alejados de lo que le gustaría a un niño cuyos primeros libros son las aventuras de Gerónimo Stilton. Aún así, la vida de la protagonista continúa a lo largo de los libros, que, al igual que el momento histórico en el que vive, se va volviendo más amargo: en los siguientes libros, de los que con la serie de tv se habló menos, Celia crece, pierde a su madre, debe hacerse cargo de sus hermanos y vive el Madrid de la posguerra, aún pasando también hambre como cualquier otro, con un poco más de fortuna gracias al dinero de la familia.

lunes, 13 de mayo de 2013

Lecturas de la semana. Los años mozos III




Internet. Circa 1989

Voy a empezar la semana confesando algo: a mí no me gustaba leer. No tenía ningún problema con la lectura como tarea en clase, pero eso de dedicarme a juntar una letra detrás de otra no me motivaba nada de nada. Me gustaba ver los dibujos en la tele, emborronar papeles con rotuladores de colores chillones y que me contaran historias. Seguramente por esto último fue por lo que, al ir avanzando la EGB, la lectura se convirtió en algo realmente importante. Pero cuando la palabra escrita y yo no nos llevábamos muy bien, las cassettes con narraciones de historias eran la mejor alternativa. En la época había muchas, la mayoría narrando cuentos de toda la vida como podían ser La cenicienta, el soldadito de plomo o incluso Barbazul, pero una de ellas, que formaba parte de una colección de fascículos, fue la más popular, y en mi opinión, la mejor que llegó a haber.



Cuenta Cuentos, de la editorial Salvat, se publicitaba como “Una colección para mirar, leer y escuchar” y nació en la época dorada de los fascículos, en la que semana tras se mana, lo mismo podías hacerte una colección de cinco tomos sobre el ganchillo, la Guerra Fría, historia del Arte y hasta enciclopedias completas. Entre una y otra, era posible irse leyendo cada fascículo de cabo a rabo hasta la siguiente entrega. También es cierto que entonces dichos fascículos lo que vendían era letra e información, y no recurrían al gadget de regalo (desde tanques en miniatura hasta dedales) tirado de precio para vender como churros el primer número. Cuenta Cuentos era la colección destinada a los más pequeños, y como su nombre indicaba, se trataba de unos fascículos con dos o tres relatos por número, acompañados de una cinta que equivalía a la versión en audio del fascículo.




Lo más desconcertante es que hoy las cassettes se utilizan como adorno hipster para las funtas de Iphone

Impresos en un papel de bastante gramaje, casi tan grueso como una cartulina (lo único capaz de resistir las relecturas de unos usuarios un poco destroyer), cada entrega era bastante breve, con unas dieciséis páginas en total de las que se aprovechaba hasta la contraportada para incluir texto e incluía las tres o cuatro relatos, un par de canciones infantiles que tenían su versión en la cassette, y un par de hojas con un par de dibujos en blanco y negro extraídos de las ilustraciones, para poder colorearlos. Cosa que nunca llegué a hacer porque yo era una niña bastante chambona (y más vaga que la chaqueta de un caminero) y esto de los libros de colorear nunca me gustó nada. El tamaño de letra era relativamente grande, más o menos un Times New Roman a tamaño 14, que era la fuente típica de las publicaciones de la época, pero teniendo en cuenta el público objetivo, era suficiente para que tuvieran bastante para leer.


El texto venía repartido entre las ilustraciones, que eran lo mejor, y más llamativo de los fascículos: el nivel de los dibujos era muy alto, y sobre todo, variado: podía ir desde un estilo más tradicional para determinados cuentos, a la caricatura casi grotesca, como la versión de El traje nuevo del Emperador, representada en plena corte del Rey Sol, hasta otros más simples para los relatos humorísticos e incluso, dibujos de aspecto más étnicos cuando recopilaban historias populares de otras partes del mundo. Porque en la colección había practicamente de todo: desde el típico cuento de toda la vida, hasta relatos africanos, asiáticos, mitología griega, nórdica, e incluso unas cuantas versiones por entregas de clásicos, como Heidi o el Mago de Oz. Naturalmente, estas estaban adaptadas para poder abarcar un libro completo en un número limitado de entregas, pero estas versiones eran bastante coherentes y gracias a ellas pude conocer libros muy poco conocidos en España, como la historia de Dot y el canguro, en la que no solo recorre el desierto del continente acompañada de de dicho marsupial sino que presentan al resto de su particular fauna…de la que, según cuentan, el ornitorrinco es el animal más sabio de todos (teniendo en cuenta todas sus prestaciones biológicas, solo puedo estar de acuerdo).



Dentro de la colección también había unas cuantas historias de las que, hasta donde sé, si eran originales de esta, y que son las más recordadas a día de hoy. Una de ellas, el Ogro Grogro, debe ser una de las primeras historietas de espada y brujería para niños pequeños, se trataba del típico relato del viaje iniciático protagonizado por un pequeño ogro que acompañado por un dragón era capaz de enfrentarse a monstruos algo más horrendos y pringosos de lo que nadie esperaría en un cuento para niños. Es curioso leer a día de hoy un relato de fantasía en el que no sale ni un humano, sino criaturas como ogros o dragones a modo de protagonistas, hoy desplazados como villanos típicos a favor de elfos y demás personajes genéricos.



En los cuentos largos también había espacio para los gatos, en concreto, la historia de Gobolino, el gato embrujado. Un gatito cuyo destino era ser un gato de bruja, pero al que no se daba bien porque no solo tenía una patita blanca y los ojos azules (cuando todos sabemos que los gatos de bruja son más negros que Legrá), sino que a él le iba mucho más perseguir ovillos y acurrucarse junto al fuego. Durante varios capítulos, que a mí en la época me parecieron un montón, Gobolino escapó de la casa de una bruja para ir conociendo a sucesivos dueños, y, con mayor o menor fortuna, irlos ayudando hasta que encontró un hogar de verdad. Personalmente a mí no me gustaba mucho esta parte porque lo de un gatito sin hogar me daba mucha pena, y es que ya entonces la cabra tiraba al monte.

Hace unos pocos años, y seguramente por el factor nostalgia, se intentó reeditar la colección, esta vez incluyendo un cd, pero como ya la tenía completa y disponible (además de haberme pasado a mp3 las cassetes, por previsión), no era algo que me hiciera falta. No sé si se llegó a terminar o a dar buen resultado, porque ya se sabe que este tipo de iniciativas no suelen funcionar bien. Pero gracias a youtube muchos de estos relatos pueden escucharse de nuevo, y de paso, ver si resisten el paso del tiempo o de nuevo, todos esos años de por medio hacen que las cosas parezcan más bonitas:

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