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jueves, 17 de junio de 2021

Expediente Warren: obligado por el demonio (2021). Cambio de tono

 


Desde 2013, la saga sobre la pareja de investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren se ha convertido en una de las franquicias más rentables del género. Esta consistió  en tres entregas protagonizadas por ellos, toda una serie dedicada a la muñeca Annabelle (que no se mueve ni hace nada, pero tiene cara de mala persona y se supone que asusta), y unos cuantos spin offs de mayor o menor interés dedicados a los demonios que aparecían en las historias principales. Una decisión que servía en parte para seguir rentabilizando la serie y mantener mayor expectación hasta la siguiente aparición de los protagonistas principales. Y que esta vez, además de haber tardado un poco más, resulta diferente a las entregas previas.




Han pasado casi diez años desde que Ed y Lorraine fueran conocidos por primera vez tras investigar lo sucedido en la granja Perron. Pero ese fue solo uno de tantos casos que figuran en su archivo, y en este momento se encuentran ante la posesión del pequeño David, al que se le practica un violento exorcismo. En la ceremonia están presentes su hermana y Arne, el novio de esta, quien es la última persona en contacto con David antes de que este sea liberado. Unos días después, el extraño comportamiento de Arne, entre pesadillas y voces en su cabeza, termina con el asesinato de su casero. En el juicio, la defensa asegura que este ha actuado bajo la influencia de una posesión. Mientras el proceso se desarrolla basándose en esta circunstancia como única posibilidad de librarse de la pena capital, Ed y Lorraine saben que no ha terminado, y que no lo hará hasta que descubran y destruyan la maldición que pesa sobre Arne, y de algún modo, sobre el propio Ed.




Al igual  que los casos anteriores, el guion se basa en una de las investigaciones de los Warren, una de las más conocidas y de las que estos, no sin cierto orgullo, conservaban pruebas audiovisuales del exorcismo practicado: esta fue la alegación presentada  por el Arne Johnson real (aunque cualquiera que haya vivido de alquiler sospecha que no hace falta  una posesión demoniaca para plantearse el asesinato como opción viable), que, en este caso, vuelve a guionizarse de forma muy libre y centrándose en lo fantástico del caso original. Salvo que esta vez hay una mayor intención de ligarlo con el universo cinematográfico, al incluir menciones a la secta que aparecía en la primera entrega de Annabelle.



Pero también es la primera en la que James Wan se separa de las labores de dirección y en la que el tono es muy distinto: lejos de presentarse como la película “más aterradora”, con mayores sustos y más centradas en hacer pegar botes en el asiento, deciden abandonar un poco este recurso y centrarse en una historia con escenarios más variados, y donde lo importante es la trama de la investigación que sus protagonistas llevan a cabo. Hay una diferencia importante entre el caso Enfeld, donde una colección de espectros a cada cual más vistoso se paseaba por  un apartamento en Londres, y el par de siluetas que deambulan en n el caso de Arne Johnson, casi para recordar al público el espectáculo que suponía cada estreno mínimamente relacionado con los Warren.  En este sentido, la trama centrada en los movimientos de los protagonistas intentando resolver un caso, con pocas referencias al procedimiento judicial que  se desarrolla de forma secundaria, se acerca más al cine de sus pensé que al tipo de terror al que Wan había acostumbrado a sus espectadores con Insidious y The Conjuring.




También se aprecia un toque un tanto crepuscular en sus protagonistas: ha habido muchos casos desde su primera aparición a principios de los 70, y estos aparecen con un aspecto más envejecido, más agotados por el trabajo que por el paso del tiempo, y donde estos tienen un impacto negativo en su salud: más lejos de su papel como infalibles investigadores de lo oculto, estos corren un peligro real por cosas tan mundanas como un problema de salud, haciéndolos más vulnerables.

Aunque el cambio de estilo resulta  interesante para una serie que  cuenta con un número de películas considerable y hace que la premisa sea  algo más que “Ed y Lorraine metidos en una casa  donde hay un demonio”, el caso elegido no resulta el más adecuado : por su trasfondo, no queda otra  que distanciarse de la historia principal, que se resuelve felizmente, para desarrollar una trama donde, en lugar de demonios, buscan un antagonista  cuyas motivaciones están tan desdibujadas y su aparición es tan arbitraria que cuesta ubicarla dentro de la historia, si no es para aceptar la correspondiente explicación sobrenatural.




A The Conjuring se le acusa de estar agotándose…no tanto por las tres películas sino por la cantidad de spin offs y secuelas de estas que cada monstruo aparecido previamente generaba. Si bien esta no es la secuela más brillante, comparada con la anteriores, si es un giro a tener en cuenta. Y una prueba de que muchos preferimos esperar para ver de nuevo a la pareja formada por Vera Farmiga y Patrick Wilson en lugar de tener películas sobre muñecas malencaradas, monjas de caseta del terror, o, si se siguen poniendo, el sofá de skai de aspecto inquietante que aparecía un par de minutos en El caso Enfeld.

jueves, 25 de julio de 2019

Annabelle vuelve a casa (2019). La ausencia de los Warren y el trastero de los horrores


Desde 2013, la saga titulada Expediente Warren (título que me gusta mil veces más que The Conjuring) ha aportado como legado dos cosas. La primera es unas entregas de cine de terror muy competente y donde gracias a los hechos reales contamos como protagonista a unos investigadores de lo paranormal cuyos testimonios y entorno supera a la ficción. La segunda es una tanda de spin offs que empezó con la famosa muñeca Anabelle y continúa con cualquier espectro que haya aparecido en la saga, sea muñeca, monja o leyenda urbana. La que ha tenido más presencia ha sido la primera, que, después de guionizar sus orígenes, y quizá después de una temporada sin la presencia del matrimonio Warren en las pantallas, deciden llevarla a donde empezó todo: al museo, almacén o cámara donde los investigadores guardan todos aquellos objetos que han tenido algo que ver con sus casos.



Un poco después de que Ed y Lorraine investigaran una muñeca de aspecto grotesco, cuyos propietarios creían que se encontraba vinculada al fantasma de una niña, esta descansa ahora en su sótano encerrada en una urna, siendo probablemente, uno de los objetos más peligrosos que se encuentran allí. Pese a las medidas de  protección tomadas por ellos, la influencia de la criatura que se esconde en la muñeca sigue notándose en el exterior, y durante uno de sus viajes (seguramente, donde resuelven un caso más interesante que el que nos cuentan en esta película) en el que Judy, la hija de ambos se queda sola con su canguro y una amiga de esta, consigue valerse de los temores de una de las jóvenes para ser liberada de su prisión y mostrar por qué esta era seguramente el objeto más peligroso que custodiaban: Annabelle es capaz de actuar como foco para todas las entidades que se encuentran allí encerradas, liberándolas y amenazando la vida de quienes se encuentran en la casa.




En principio, esta parecía la que sería mejor de las tres entregas de una de las muñecas más inmóviles y más persistentes dentro del cine de terror. Contaba, sobre todo, con la presencia de los protagonistas de la saga principal y un entorno más cercano a estos y a sus caso. Aunque ya avisaban que su presencia se reducía a un cameo, podría ser lo más parecido de momento a una tercera entrega de Expediente Warren y ofrecía también más variedad en cuanto a fantasmas que la muñeca titular. Y efectivamente, puede que sea la mejor de las tres, pero tampoco era muy difícil porque no es una serie que se distinga por ser muy brillante.

En realidad, el resultado es una mezcla de personajes que por lo menos, se esfuerzan en no resultar demasiado irritantes. O si lo son, intentan darles una motivación posterior por la que llevan a cabo decisiones francamente estúpidas. Porque el motivo por el que se desencadena la historia hará pensar al público que hace falta ser muy tonto y, entre su actitud durante el primer tercio, junto a los momentos cómicos fuera de lugar, hace que estos no generen más interés más allá de esperar a que empiece la trama sobrenatural.



Esta, aunque satisfaga un poco la curiosidad que pudiera generar ese garaje/trastero lleno de objetos, siendo bastante creativos a la hora de darles un trasfondo macabro, acaba resultando más una especie de reunión de monstruos donde la impresión que da es que podemos ver a todos aquellos que no van a tener spin off. Estos van de lo cantoso, como un vestido de novia diabólico o un juego de mesa poseído, a lo macabro y con bastante potencial, como la secuencia donde tienen cabida un teléfono y un televisor que salvan un par de momentos de la parte central de la película. El resto, entre la sobreexposición de objetos de un escenario que no deja de parecer el cuarto de los trastos que todos tenemos por casa, y las secuencias en exterior con el secundario cómico siendo perseguido por el fantasma de un hombre lobo recuerda más a la versión cinematográfica de Pesadillas que a una producción de terror que, como lo fue el primer Expediente Warren, podía tirar a pequeña, pero sabía manejar bien sus bazas y se tomaba un poco más en serio.



Pese al desfile de fantasmas más o menos variado, la película parece irse salvando a ratos: el comienzo, prometedor con la presencia de los protagonistas, recuerda mucho a la primera entrega a o al mundo sobrenatural que James Wan fue perfilando en Insidious. Del mismo modo que hay secuencias terroríficas muy bien llevadas en momentos concretos, y donde se inventa de forma ingeniosa la maldición que puede albergar un objeto de lo más cotidiano. En conjunto, esta hace que se vaya salvando, pero no lo suficiente, y aunque tampoco se esperaba algo a la altura de una tercera parte de la serie original, esta se queda en un desfile de escenas cotidianas bastante aburridas, momentos cómicos fuera de lugar y una colección de fantasmas variados apareciendo por los pasillos. Seguramente seguirá habiendo spin offs relacionados con cualquier cosa que haya tenido presencia en las películas, pero sería preferible que después de esta vez, Annabelle se quedara definitivamente en la urna.



jueves, 16 de mayo de 2019

La Llorona (2019). Mitología popular y un fantasma escandaloso

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Lo reconozco: la primera vez que oí hablar de La llorona fue en un capítulo del Chavo del Ocho. Lo que mencionaban sobre ella era suficiente para hacerse una idea, más o menos aproximada, de una figura cuyas versiones y orígenes eran tan variables como la historia de la chica de la curva. Después llegó internet y fue posible conocer, de forma más concreta, esa figura que sorprendentemente no había tenido presencia en el cine mayoritario. Al menos, hasta que se decidió que su primera aparición en este campo tuviera lugar como parte del universo de Expediente Warren. No era una mala idea, en principio, el recurrir a una leyenda en lugar de dedicarle un largometraje a cada bicho que se cruzara tangencialmente  con Ed y Lorraine.

Estos no tienen ninguna aparición junto a La Llorona, una criatura sobrenatural que amenaza la vida de los niños en la comunidad latina de Los Ángeles durante los setenta. Una asistente social observa como una pareja de hermanos a su cargo aparecen ahogados. Pese a que las sospechas recaen sobre la madre de estos y sobre su historial de alcoholismo, la verdad es muy distinta: ella no intentaba sino protegerlos, y ahora que La Llorona se los ha llevado, la maldición se transmite hacia los hijos de la asistente.



En principio, poca relación tiene el guion con el resto de elementos y lugares comunes a los Warren: la referencia más cercana es la aparición del sacerdote al que se pudo ver en la primera entrega de Annabelle, y que en este caso, también sirve como enlace para presentar a un investigadora paranormal muy distinto: un santero, con un carácter bastante parsimonioso y un punto un tanto ácido que lo convierte en uno de los elementos más aprovechados de la película. Y, según vaya la cosa, quizá en un personaje recurrente para entregas posteriores.

El segundo es el marco temporal de la historia: la década de los setenta parece haber sido elegida únicamente por la cercanía con la de los protagonistas de la saga principal. Pero de ser así, este lo ha sido muy bien empleado: la estética resulta intemporal, el único indicio de que la historia tienen lugar en el pasado es la ausencia de tecnología como algo habitual (bueno, además de la ingente cantidad de pantalones de campana y el mobiliario hortera) y que sea más sencilla la transmisión oral de la leyenda que sirve de trasfondo. El escenario, de esta forma, produce la impresión que la historia podría tener lugar en cualquier momento. El tono gris en la mayor parte del metraje, amenazando lluvia o tormentas, también es muy distinto al que se esperaba de la localización.

Pese a contar con un escenario y una premisa interesante, como película de terror entra dentro de lo fallido. Se queda en un desarrollo rutinario, amparándose únicamente en los sustos a base de apariciones inesperadas y los bocinazos que profiere la Llorona una vez que atrapa a sus víctimas. Una vez presentada, su modus operandi suele ser aparecer quieta en una esquina, subir el volumen de la banda sonora y acompañar un movimiento repentino con un grito digno de una banshee. El sistema, más propio de un screamer de los que se enviaban como broma, pilla por sorpresa a la primera, levanta inquietud a la segunda y deja indiferente a la tercera, cuando el público sospecha que en un momento aparecerá un fantasmón con intención  de dejarlo sordo. Solo la última media hora resulta un poco más interesante, cuando la llorona toma un carácter más corpóreo y persistente, aunque el desenlace y puntos débiles de este consisten en el uso de una parafernalia muy de serie B y que recuerda un poco al ocultismo setentero.
La Llorona, en conjunto se queda en una entrega más de los spin offs de los Warren: mucho susto, un guión en función de un monstruo y  no al contrario. Al menos, este resulta más interesante (y con más movilidad) que los de ese muñeco que va ya por su cuarta entrega.

jueves, 27 de septiembre de 2018

La monja (2018). Hay que reconocer que el título no engaña


Aunque la saga protagonizada de los Warren no es la más larga ni se da demasiada prisa a la hora de sacar entregas, sí lo ha hecho con los spin offs: cada película cuenta al menos con uno protagonizado por los espectros que, en mayor o menor medida, aparecían en estas. Y si algo tan poco animado como la muñeca Annabelle tiene su propia serie, era de esperar que a una criatura tan inquietante como el demonio con aspecto de religiosa de El caso Enfield le correspondiera una producción para él solo.



La monja narra los orígenes de la criatura que acecha el segundo caso de los Warren, cuyo origen se remonta a un convento en Rumanía durante los años cincuenta. El suicidio de una monja hace que el Vaticano envíe a un especialista en casos extraños, junto a una novicia que desconoce el por qué ha sido convocada como ayudante en un caso que, en principio, poco tiene que ver con su apacible vida en Inglaterra. Lo que encuentran allí es una construcción desvencijada, habitada únicamente por un escaso grupo de religiosas que deben mantenerse en vigilia perpetua como parte de sus votos y una extraña presencia que recorre los pasillos del convento y parece conocer los miedos de los protagonistas.



Una de las ventajas de la película es contar con un antagonista con mucho más potencial del que podía tenerlo, o más bien, mejor desarrollado que el de una muñeca que, a fin de cuentas, no puede hacer otra cosa que estar quieta y tener una permanente expresión de extreñimiento malvado. Y es que, la gigantesca silueta de una religiosa de aspecto cadavérico, y un tanto irreal, que puede acechar en cualquier lugar oscuro, garantizaba el éxito de una saga muy capaz de gestionar la tensión y las escenas terroríficas. A esta le proporcionan ahora un entorno adecuado: los escenarios de un convento ruinoso, donde la iconografía cristiana aparece reducida al mínimo pero sí hay abundancia de imágenes y crucifijos destrozados por el paso del tiempo, y donde, más que un lugar de oración, este hace recordar a un castillo embrujado como los que hace tiempo que no se ven. Y en el que no falta de nada: los pasillos, el trono, la cripta poblada de cruces e incluso un camposanto donde los personajes tienen su primer encuentro con lo sobrenatural. Unos espectros, que, como es habitual en las series iniciadas por James Wan, suele ser muy físico y supone que estos, además del temor a lo desconocido, acaben siendo golpeados, vapuleados, poseídos y enterrados vivos.





A su favor también tiene el saber dosificar muy bien la tensión y pararse lo justo en escenas accesorias. A los personajes se los presenta de forma muy breve, con el tiempo suficiente para conocer un poco su trasfondo…al menos, en el caso de la Hermana Irene, la novicia protagonista, quien cuenta con una de las escenas más divertidas e inesperadas en una producción de terror que se podían haber esperado para caracterizarla. Sus acompañantes, por comparación, no pasan de secundarios efectivos, lo suficiente como para aprovechar lo que la película pretendía ofrecer desde el principio: sustos. Y escenas siniestras, y todas las variaciones que el concepto de "monja espectral" pueda ofrecer: monjas demonio, monjas fantasmas y hasta monjas zombie en un momento dado, que, aunque en el fondo produzca la sensación de no ofrecer nada nuevo, se le reconoce que el resultado está muy bien montado, especialmente a nivel estético.



La Monja acaba sufriendo lo que se pudo ver ya con la primera entrega de los spin offs de los Warren: en el fondo, no aporta nada nuevo. Trabajan con un personaje creado especialmente para unas apariciones limitadas, al que posteriormente tienen que crear un trasfondo y guión que justifique su aparición posterior, y que siempre está muy limitado a la intención de ofrecer el mayor número de sustos posibles en pantalla, además de presentar el correspondiente guiño a su posterior historia con Ed y Lorraine Warren. Y que en este caso, pese a haber contratado a Taissa Farmiga, no se trata, como se pensaba al principio, que su protagonista sería una joven Lorraine.

Muy superior a las dos partes de Annabelle, cumple lo que prometía: es efectiva, su antagonista funciona, y su transfondo, recuerda mucho a las explicaciones que podían verse en películas de serie B. Pero también se olvida fácil, y desde luego preferiría ver una tercera parte de Expediente Warren a una película basada en el monstruo que solo aparecía dos o tres minutos.


lunes, 27 de junio de 2016

Expediente Warren: El caso Enfield (2016). Poltergeist y…¡Jesús, qué susto! ¡¡Una monja fantasma!!


A James Wan hay que reconocerle una cosa: sabe como hacer cine de terror efectivo. Desde inaugurar una saga de asesinatos retorcidos como Saw, hasta sacar exitosamente dos más sobre fantasmas. Incluso en obras un poco fallidas, como Dead Silence, sus películas de corte sobrenatural se salvan gracias a manejar muy bien una estética que remite a todos los arquetipos del género, y que tanto en Insidious como Expediente Warren consolidó con un panorama mucho más inquietante que el habitual entonces en estas producciones, gracias a sus  escenarios oscuros y todo tipo de elementos potencialmente macabros. Es en esta última, donde sus protagonistas, un matrimonio de investigadores de lo paranormal  basados en personas reales, resultaban bastante carismáticos y sus archivos tenían material suficiente como para inspirar varias entregas.

 


El caso Enfield es una investigación de los Warren posterior lo sucedido en uno de sus casos más famosos. Amityville les ha supuesto cierto renombre en los medios, pero también  las críticas de los más escépticos. Lorraine se plantea abandonar su trabajo como investigadora tras las visiones sufridas en esa mansión, que le han hecho temer por la vida de su marido. Pero en Londres tiene lugar uno de los casos más conocidos de la década: en una casa de Enfield, la hija menor de una familia está siendo acosada por un poltergeist, que se identifica como el anterior dueño. Pero la violencia de los fenómenos hacen sospechar que la explicación, pese a seguir siendo sobrenatural, pueda deberse a una presencia demoniaca y no solo un fantasma. Algo a lo que el matrimonio de investigadores se ha enfrentado previamente, y a los que se les solicita que comprueben como paso previo a una actuación formal de la iglesia.

 


La estructura de la película es similar a la de la anterior entrega: los problemas y dudas, sobrenaturales o no, de los protagonistas, transcurren de forma paralela  durante la primera parte, hasta el momento en que estos confluyen en la trama sobre la investigación. Pero esta vez los Warren son ya unos personajes conocidos y se les dedica menos tiempo que a desarrollar la trama de Enfield. Esta parte se hace un poco larga, especialmente por la simpatía que tengo a los protagonistas. Estos son sencillamente entrañables, un poco personajes sin mácula y sin más defectos que unos poquitos miedos. Tan intachables que se nota  que han sido aprobados por la señora Warren y sus herederos, y donde no faltan los momentos abnegados por su parte: se preocupan por la familia aterrorizada, les hacen una velada familiar y hasta les arreglan el fregadero y la lavadora. Vamos, es que hasta dan ganas de que se te venga un fantasma por casa solo por que te hagan una visita. Pero esto se compensa por la interpretación de Patrick Wilson y Vera Farmiga, que también dotan a sus personajes de mucho sentido del humor y donde se acepta con facilidad su actitud un poco cándida. 

 


En un principio, el tiempo que se toman para presentar el caso de Enfield es necesario, al tener también una mayor carga personal: la familia desestructurada, los miedos, y especialmente, la tensión que se va construyendo en una casa de aspecto desvencijado y sucio, funcionan tan bien como en la primera parte. No es necesario un caserón anticuado, sino que un sótano polvoriento o algo tan simple como un camión de juguete que se mueve en plena noche sirven para poner en alerta de unos sustos que no son engañosos: en cada sombra puede haber algo, que puede acabarse mostrando acompañado por una música un tanto estridente, pero sin el mal truco de subir el volumen o el manido “es un gato saltando”. Solo en algún momento se juega un poco con lo que el público espera encontrar, con un par de giros bastante hábiles. Al menos, la mayor parte del tiempo: al cabo de un tiempo va quedando claro el modus operandi de los fantasmas de James Wan, provocar un infarto y echarle las manos al cuello de alguien.

 


Si la primera entrega sirvió para presentar a los Warren, mientras que el caso era una revisión tirando a clásica de las casas encantadas, aquí el personaje más memorable es el fantasma, al menos uno: una monja de aspecto cadavérico que, pese a tener un papel relevante, ha tenido suficiente impacto como para que se le garantice un spin off . Pero esta también hace que otras criaturas, igual de fascinantes, parezcan un poco secundarias pese a contar con un diseño muy cuidado, como es el caso de El hombre torcido, con menos presencia pero igual o más aterrador que la monja anterior. Además, esta al principio me daba bastante miedo. Después me di cuenta que se parecía a Marilyn Manson y le perdí el respeto.

 


El caso Enfield ha resultado una secuela muy digna y una historia de terror tan buena como su predecesora, aunque con un par de puntos negativos. Se incide mucho más en los hechos reales y en los datos que sirvieron de inspiración al guión, de forma que en los primeros momentos parecen de  un estilo más documental que una producción de terror. Y la media hora que ha ganado se nota un poco, resultando a veces más pausada de lo que debería. Especialmente al incluir una secuencia destinada a describir de una forma general la Inglaterra del 77 con imágenes de archivo…y en este caso, la señora Tatcher impone bastante más respeto que cualquier fantasma.

lunes, 19 de agosto de 2013

The Conjuring (2013). Por una vez, el título español me parece mucho más divertido


Antes de que Zak Bagans se dedicara a investigar edificios vacíos buscando demonios con los que pelearse, un simpático matrimonio de especialistas en lo paranormal hacían lo suyo con varios casos que los harían famosos. Seguramente Amityville fuera el más conocido, con películas incluídas, pero los archivos de Ed y Lorraine Warren guardan muchos otros además de un montón de objetos presuntamente malditos que exponen en el museo de su casa. Algunos de ellos, con pinta de haber salido de una tienda de atrezzo cutre y con alguna explicación imposible detrás, pero no voy a meterme en el tema de si esta pareja (ahora viuda solamente) eran fraude o unos chiflados simpáticos, porque lo cierto es que su visión de lo paranormal, llena de demonios por todas partes, exorcismos y demás recursos de película de serie B, siempre me pareció muy cómica y entrañable. Algo así como las aventuras del musculitos de Ghost Adventures. Por eso en cuanto me enteré que la última película de James Wan narraba otro de sus casos más famosos, me lancé a la copia más cercana como se lanzaría un fan de Guillermo del Toro al estreno de Pacific Rim.



The Conjuring, con su fabuloso título en español, Expediente Warren, plantea de forma paralela las actividades de las familias Warren y Perron. Los primeros, alternan su trabajo ayudando a víctimas de encantamientos, y posesiones con charlas en universidades y atender su casa, que además de su hija pequeña, incluye un museo en el sótano lleno de objetos potencialmente peligrosos (entre ellos, la muñeca poseída Annabel, debidamente maqueada para la película con un aspecto más siniestro que la pepona que existe realmente en el museo Warren). Los Perron acaban de empeñar hasta la camisa para mudarse a una vieja granja, que además de necesitar una reforma a la voz de ya, incluye elementos bastante más desagradables como un sótano escondido lleno de trastos y telarañas, ruidos nocturnos y algo que asusta a sus cinco hijas hasta el extremo de que estos deciden acudir a los Warren en busca de ayuda. No hay muchas dudas acerca de lo que está pasando en la casa: es un encantamiento con tema satánico de por medio en toda regla, y los Warren junto a su equipo deberán realizar una investigación, y solicitar un exorcismo, para poder salvar a la aterrorizada familia.



En las dos o tres películas de fantasmas que ha rodado, el estilo de James Wan ha quedado claro: sutileza cero, y unos fantasmas espantosos y amenazadores tanto a nivel mental como físico. Esto es algo que, para las imposibles casos investigados por los Warren le va muy bien, por lo que el guión va al grano en cuanto al tema de sustos y apariciones espectrales: lo que empieza por crujidos y golpes termina con la aparición de unos espectros de aspecto bastante tremendo y con el personaje de Lily Taylor, la madre de los Perron, recibiendo más palos que una estera. Los escenarios tienen más atmósfera que en Insidious, tanto por el aspecto de la casa en medio del bosque, sacada directamente de cualquier escenario terrorífico arquetípico, como la propia historia ambientada en los setenta: coches enormes, jerseys de cuello vuelto y magnetófonos con auriculares que juraría habérselos visto a algún hipster últimamente.



El desarrollo de la película me pareció un poco lento al principio, seguramente porque lo que más me interesaba en ese momento era ver las peripecias de los Warren y no cómo una familia se iba asustando progresivamente de una casa que obviamente, estaba embrujada. Pero al menos la parte terrorífica está muy lograda, especialmente en la dosificación de sustos que si tienen fundamento (vamos, que realmente hay alguien mirando a un personaje o sí aparece un fantasma detrás de estos) y no se limitan a tirar de subidas de volumen, cosa que no soporto en las películas y de lo que se abusó mucho hace algunos años.



A la izquierda, la amenazadora muñeca poseída. A la derecha, su reinterpretación.

Lo más divertido, por su puesto, son los investigadores protagonistas. Se nota que la señora Warren todavía vive, porque el tratamiento que les dan es un tanto de Mary Sue: son buenos padres, desprendidos, no dudan en arriesgarse por los demás, y si hace falta, hasta te preparan el desayuno y te arreglan el coche (como se ve en la película, tal cual), y es en una historia como The Conjuring cuando dos personajes tan improbables se encuentran a sus anchas e incluso su famoso museo parece un poco menos de todo a cien y sí algo más amenazador. Ellos y los dos ayudantes de su equipo, un policía aficionado a la parapsicología y un chico especialista en aparatos técnicos, de los que espero que se acuerden para las próximas películas porque su aparición me resultó muy simpática.


Foto real del museo Warren. Junto con las reuniones de la Asociación de Amigos de Jean Ray en Gante, otro de los sitios que me gustaría visitar antes de morir.

The Conjuring termina con un final abierto y sus protagonistas recibiendo una llamada para investigar un caso en Long Island (la casa de Amityville. Pero espero que no le hagan otra película), que en un principio era solo un guiño a todas las investigaciones que estos llevaron a cabo pero, visto el inesperado éxito de esta, es muy probable que se convierta en una franquicia y en un par de años haya alguna nueva historia protagonizada por Ed y Lorraine. Y yo desde luego no me las pierdo.

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