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sábado, diciembre 07, 2013

La abanderada de los humildes (7)

Previously: "Casandra", de J. R. Wilcock
"El único privilegiado", de Rodrigo Fresán
"(Star Quality)", de Edgardo Cozarinsky
Cine (fragmento), de Juan Martini
"La razón principal", de Luis Gusmán
La ciudad de los sueños (fragmento), de Juan José Hernández

Como nada se pierde, todo se retoma, vuelvo a mi estimada renovación de corpus alrededor de la abanderada de los humildes, Evita. En este caso, vía El oasis, dejo el relato de César Aira, "Las dos muñecas". Es interesante cómo recupera "El simulacro" de Borges, la perspectiva de la infancia y el peronismo (que luego desplegará con altísima calidad en El tilo) y lo ominoso de las muñecas como juguetes casi reales. El relato fue escrito en 1995 y recopilado en La trompeta de mimbre (Beatriz Viterbo, 1998).

Las dos muñecas (César Aira)

Evita tenía dos muñecas “Evita” de tamaño real, que había mandado a hacer especialmente, idénticas a ella y entre sí. Las necesitaba por la cantidad de actos a los que debía asistir, en razón de la importancia que tenía su figura en el ritual peronista. La idea original era mandar hacer una sola, para poder duplicarse y satisfacer con su presencia a más gente; pero después se le ocurrió que con el mismo esfuerzo necesario para hacer una se podían hacer dos, y tendría más margen de acción. En realidad, hecha una también se podían hacer diez, o veinte, o mil; pero se limitó a dos nada más porque con dos sus necesidades quedaban cubiertas, y le resultaba chocante tener una legión de réplicas. A los alemanes que se las hicieron les dijo que las quería a las dos igualmente perfectas, porque como nunca se sabe qué va a pasar, nunca sabría cuál de las dos debería utilizar. No quería tener una mejor que otra, una “favorita” y una “de repuesto”, sino dos muñecas iguales. Y las tuvo. Se las entregaron en sendas caja de níquel con cerraduras de seguridad, que fueron depositadas en un cuarto de acceso restringido de la Residencia Presidencial. Los chambelanes de la Señora sacaban una y otra, a veces las dos a la vez, según las necesidades de la agenda, y durante años cumplieron sus funciones sin que nadie cayera en la cuenta de la sustitución. Eran asombrosamente pequeñas pero las medidas estaban bien tomadas, y respondían hasta el último milímetro al modelo. La realidad siempre es ligeramente más extraña de lo que uno espera. Las muchedumbres fervorosas que la veían aparecer en persona ante sus ojos la agigantaban, y llenaban con ella todo el espacio de su memoria, para siempre. Las instrucciones a los fabricantes habían sido cumplidas cabalmente: se había logrado la perfección. Pero sucede que la perfección, como todos los absolutos, es una cuestión muy resbalosa. Eran perfectas, es decir idénticas, pero ese rasgo no era recíproco. Lo cual produjo, llegado el momento, un accidente muy triste, que por suerte para el régimen quedó secreto.
Sucedió en una de esas ceremonias, entre grotescas y conmovedoras, típicamente peronistas, que tenían lugar casi todos los días en alguno de los barrios populares del Gran Buenos Aires. En este caso se trataba de la inauguración del campo recreativo de un sindicato. Era una tarde hermosa de primavera, a las siete. Se había anunciado la presencia de Evita, y allí fue una de las muñecas… y la otra. Porque por un malentendido en el personal a cargo mandaron a las dos, ataviadas con el mismo tailleur pied de pule blanco y negro, el mismo sombrerito, los mismos zapatos de gamuza negra, cada una en su respectiva caravana de Cadillacs y motociclistas que partieron con dos o tres minutos de diferencia.
Todo el barrio se había dado cita. Los bombos hacían latir el suelo y las casas. Por unos parlantes se hacían los anuncios y se pasaban tangos… Una característica del peronismo fue que no se propuso dominar el mundo, sino sólo la Argentina. Eso bastó para hacer de la Argentina un mundo: el mundo peronista. El sol se ponía tras las casitas vacías, al fondo de las calles de tierra. Los pájaros cantaban en los árboles del parque sindical. La multitud se inflamaba en la expectativa… ¡Y de pronto la anunciaron! ¡Ya estaba aquí! Un grito unánime salió de las gargantas y miles de pañuelos se agitaron. “Evita” había aparecido en el estrado, más hermosa que los sueños donde vivía, más real que la esperanza. Como sucedía siempre que se presentaba, nadie podía creerlo del todo. La tenían tan presente, todos los días… Su realidad en cierto modo distorsionaba la percepción, y fue por eso que nadie se dio cuenta que había dos.
Las aclamaciones se transformaron con naturalidad en la marchita, y después empezaron los discursos. En primera fila, flanqueando a “Evita”: el obispo, el intendente, el secretario del sindicato, la representante de la rama femenina, diputados, ministros provinciales y colados. El público fijaba la vista con arrobo en la Señora, en una o en la otra. Los corazones decían “¡Presente!”.
Era la primera vez que las muñecas se veían entre sí (y fue la única). Estaban atónitas, porque las dos ignoraban la existencia de la otra. La ignoraban en la medida que podían hacerlo, en su limitadísima psicología de objetos, que en esta circunstancia tocó sus trémulos extremos. Mientras saludaban, y cantaban la marcha, y volvían a saludar, notaron que todos sus gestos eran los mismos, que se movían al mismo tiempo y lo hacían todo igual. Cuando empezó el discurso del Ministro de Trabajo, las dos clavaron la vista en el mismo punto del vacío, con el mismo gesto cortés de fatiga. Habían decidido ignorarse, porque parecía lo único razonable, pero la curiosidad pudo más. Se volvieron una hacia la otra, se miraron francamente, con la misma duda en los ojos. Pero, ¡qué difícil hablar, hacer una pregunta o responderla, sin que la otra no lo hiciera al mismo tiempo! Cada pregunta que pudiera hacer una, se la haría la otra, y no valía la pena oír la respuesta porque era lo que respondería ella. En una cascada vertiginosa, todo el diálogo se anticipaba a sí mismo y se consumía en un fuego de revelación: no era la única, y eso significaba que no era ella. Una tristeza inmensa la invadía, su tonto narcisismo de muñeca se disolvía, y no dejaba nada en su lugar. Era casi como si todo el mundo se disolviera y se volviera nada: la tarde de primavera, el pueblo, la Argentina… Todo se hacía atrozmente transparente, un desierto que en adelante debería atravesar sin esperanzas, sin ilusiones.
La puesta de sol había difundido por todo el cielo un intenso rosa, que se derramaba en la tierra y afectó su naturaleza de muñecas. Corrían lágrimas por sus mejillas, y el pueblo reunido frente al palco también lloraba, no sabía por qué. Era la infancia de la Argentina, la edad de los juguetes.

César Aira, 21 de Agosto de 1995

sábado, marzo 16, 2013

La condesa sangrienta


Un rocambolesco rumor acosó a Buenos Aires el verano de 1952: los niños y adolescentes tenían que estar en casa temprano y no andar solos al oscurecer. Siniestros autos acechaban el centro y los barrios. Muchos habrían sido raptados y no se sabía más de ellos. “Ella tiene la sangre infectada, padece leucemia o septicemia y se la renuevan a cada rato. Por eso andan buscando sangre fresca, de pibes; les vacían las venas y los tiran por ahí”.
Esta fantasía de vampirismo era parte de una leyenda negra tejida en torno de Eva Perón. Se moría, sí, pero de cáncer.

Rozenmacher, Germán: "La historia desconocida de Eva Perón" en revista Siete días ilustrados, n° 11, 25 de julio de 1967, p. 20.

PD.: la inquietante ilustración es de Santiago Caruso para la versión ilustrada del libro de Pizarnik.

miércoles, julio 27, 2011

La abanderada de los humildes (6)

En 1971, Juan José Hernández publica una novelita genial: La ciudad de los sueños. La trama, construida a través de un coro de géneros textuales (en un punto se toca con Puig, y sin embargo, no trabajan desde la misma perspectiva), se desenvuelve entre Tucumán y Buenos Aires, en los primeros años del peronismo, y toma la historia de una joven que busca en las luces de la Capital una oportunidad de trabajo y fama, amparada por los cambios sociales y políticos.
Hacia el final, Hernández escribe un breve capítulo en el que los pensamientos de la abuela, oligarca y cristiana, se entremezclan con Evita hablando para los humildes de Tucumán. La ciudad de los sueños es un hermoso relato (y vuelvo a recomendar enfáticamente su lectura) y viene a sumarse a este espacio que aporta otras representaciones de la señora, de esa mujer.

La ciudad de los sueños (Juan José Hernández) (fragmento)

No puede dejar de oír la voz de la mujer; sale vibrante y exaltada de los altoparlantes colocados en los naranjos y faroles de la plaza; se eleva por encima de la multitud enardecida que repite su nombre; atraviesa los anchos muros de la casa de los Figueras y como una oleada de furor invade patios y corredores para llegar al cuarto en el que doña Brígida desgrana las cuentas de su rosario de azabaches: séptimo y último misterio gozoso. Descamisados, la oligarquía no está muerta, acecha y espera a pegar su zarpazo traicionero.
Imposible no oír la voz de la serpiente, la señal de la que hablaba el padrecito en su último sermón. ¿A qué había venido esa mujer con el mismo nombre de esa otra, maldita, por quien la humanidad fue privada del Paraíso? Anunciaba el odio, la destrucción. Aunque apareciese retratada bajo palio como el Santísimo, ella no se engañaba: la mujer que vociferaba en la plaza era la aliada del maligno, la hembra de los ejércitos que llegaba de la gran ciudad con su lenguaje de violencia y abominaciones.
Pobres habrá siempre, había dicho Jesús. Pero la pobreza evangélica tenía dignidad: evocaba tierras áridas, pedregales. En la provincia, en cambio, era un fruto nauseabundo que la naturaleza prodigaba a manos llenas. Jardín de la República, decían con orgullo. Jardín lleno de moscas para un pueblo de idólatras sensuales y holgazanes.

lunes, mayo 16, 2011

La abanderada de los humildes (5)

En Lo más oscuro del río (1990), un hermoso libro de cuentos, Luis Gusmán escribió "La razón principal", un relato que recupera lateralmente la estela que deja la muerte de Evita en un paisaje helado y en el destino de un hombre y su voz. ¡Qué lo disfruten!

La razón principal (Luis Gusmán)

Un paisaje helado. Atravieso la hilera de pinos que ocultan y custodian el chalet suizo que está al final de la calle. Trato de afirmar mis pasos en la nieve del otoño. Me invade un sentimiento oscuro donde se mezcla la esperanza y el rencor. Se aproxima el fin de un encuentro que se ha demorado durante muchos años.
Camino eludiendo racimos de piñas plateadas que amenazan mis pies; animales de formas indefinidas, frutos de antiguas obsesiones, convergen como un ejército perfectamente alineado que marcha hacia su objetivo. Por un momento se me cruza el extraño pensamiento de incendiar la nieve, incendiar esas formas perversas de la pesadilla. Los frutos se parecen entre sí. Por eso dudo antes de separar uno. Es una brasa fría, quemante. En ella calculo todo el peso de la infancia, aquellos años en que la vida del hombre que ahora me espera era para mí un enigma. El animal de madera agoniza, la materia inconsistente se deshace entre las manos. Lo arrojo lo antes posible, se desliza sobre la poca nieve que aún queda pero que es suficiente para atenuar el golpe. Todavía no ha terminado de detenerse porque ha encontrado una pendiente imprevista, cuando me doy cuenta de que en ese gesto he arrojado aquel tintero que durante años adornó mi escritorio, aquel estilo grotesco que tomaba la forma de una piña y que había sido regalo de Néstor, quien sorpresivamente me ha mandado llamar.
Pronunciar el nombre de Néstor siempre significó para mí algo sagrado. Creo que nadie de la familia escapaba a su influjo. El magnetismo que irradiaba no era ajeno a su origen. Un hombre que había nacido en el sur y que había pasado su infancia entre la nieve. Más de un familiar atribuía a ese mismo origen los diferentes matices de su voz. Glacial y majestuosa, eran los adjetivos más justos para definir ese tono que nos sumía en un estado de sublime admiración. Había elegido el paisaje perfecto para su voz. Había encontrado una tumba de cristal donde refugiarse, esperando quizás una muerte cercana, una sentencia y un alivio que nunca acababan de llegar.

domingo, abril 17, 2011

La abanderada de los humildes (4)

En Cine de Juan Martini (2009, Eterna Cadencia), Sívori, guionista y profesor de cine, se aboca a la tarea de escribir una trilogía cinematográfica sobre Evita. La pregunta que surge en las páginas de esta novela, en la vida de Sívori es: ¿cómo escribir una nueva película sobre Evita sin caer en lo obvio, en lo remanido? La respuesta está en el guión que va escandiendo el relato sobre la vida cotidiana de Sívori y sus furtivos encuentros con su vecina, Pina Bosch, un guión centrado en pocos personajes (Eva y Rita), en un lugar fijo, (el departamento de Eva en la calle Posadas), en tiempo real (dos horas de la tarde del 17 de octubre de 1945), con una Evita que, cual profeta, anticipa la construcción de su propia leyenda y escenifica su tensión con la figura de Perón. Lo que sigue es parte del guión, la novela es genial así como su continuación, Cine II, en la que Sívori se aboca al segundo guión (vendrá parte del mismo en una próxima entrega de esta sección que dimos en llamar "La abanderada de los humildes"):

EL GUIÓN

PERSONAJES
Eva Duarte (26 años) y Rita Molina (amiga,
actriz y cantante).

VESTUARIO
Rita Molina lleva un vestido floreado, con hombreras,
y zapatos con plataformas de corcho. Eva tiene un
vestidito de entrecasa, verde seco, mangas tres cuartos,
escote en V, y un par de zapatillas chinas. Eva se pinta
las uñas de las manos, y Rita Molina hojea Radiolandia.

DÍA Y HORA
17 de octubre de 1945, entre las 5 y las 7 pm.

LUGAR
Un living chico, en el departamento de Eva D.
en la calle Posadas (Perón vive en otro departamento
del mismo edificio).

CIRCUNSTANCIAS
Perón ha pasado cuatro días preso en Martín García.
El 16 de octubre lo traen de vuelta a Buenos Aires.
Parece que está enfermo y lo llevan al Hospital Militar.
El 17 de octubre, desde muy temprano, se produce la
movilización popular. A la tarde el gobierno del general
Farrell decide liberar a Perón. Lo conducen primero a
su casa, para que se cambie. Y luego a la Casa Rosada, y
allí, desde un balcón, por primera vez, le hablará
a la multitud. Entre las 5 y las 7 de la tarde,
mientras Eva lo espera, acompañada por Rita Molina,
las dos mujeres hablan.

17 horas

Estoy preocupada, Rita.
¿Qué te pasa?
Preocupada y de mal humor...
¿Por qué?
Por Perón.

martes, diciembre 14, 2010

La abanderada de los humildes (3)


“El cronista que narra acontecimientos sin distinguir entre grandes y pequeños
se guía, al hacerlo, por esta verdad: de todo lo ocurrido, nada debe ser considerado
como perdido para la Historia.”

“El verdadero rostro de la Historia pasa raudamente. Sólo puede retenerse
el pasado como una imagen que, en el instante mismo en que se deja reconocer,
emite un resplandor que nunca volverá a verse.”

Walter Benjamin: “Tesis sobre filosofía de la Historia”



(Star Quality) (Edgardo Cozarinsky)

Anoche soñé con ella. La vi en la pantalla de televisión, toda gris y azul, y no parecía sentirse a gusto. Quería volver a la radio y le prometí ayudarla. La ausencia de feedback nos dejó, a ella con un aire desconsolado y a mí con un resabio de impotencia. Esta mañana, al despertarme, ya sabía que nunca iba a hacer un film sobre ella. Había jugado con la idea durante años. Había puesto por escrito secuencias enteras. Había visto en mi mente imágenes precisas: recuerdo cómo estaban iluminadas, dónde un corte las unía y las separaba.
Tal vez no lo intento de puro cobarde. ¿Qué temo? ¿Que la ambigua fascinación que ella me inspira no sea la hagiografía reclamada por sus fans desamparados? ¿Que me insulten? ¿Que intenten atacarme? ¿O acaso temo que, si me arriesgo, yo mismo me convierta en uno de ellos?

lunes, diciembre 06, 2010

La abanderada de los humildes (2)

"El único privilegiado" de Rodrigo Fresán, cuento que forma parte de Historia argentina (1991) (tal vez el mejor libro de este periodista y escritor cool), narra la llegada de Mónica, una muchacha de "belleza salvaje y diferente", a una suntuosa casa en la que realizará las tareas domésticas, excitará al niño de la casa y será reemplazada brevemente por otro cuerpo. Es un cuento prolijo, no un gran cuento, pero viene a lugar en este espacio recientemente inaugurado. Que lo disfruten.

El único privilegiado (Rodrigo Fresán)

Sólo los jóvenes conocen momentos semejantes.
Joseph Conrad, The Shadow-Line

Venía de una estirpe de exitosos mitómanos, nada le estaba prohibido. Sus mentiras tenían la sustancia de lo verídico, su realidad muchas veces se hacía dudosa y nadie disfrutaba esta paradoja más que él, amparado por la fuerza de su apellido, moviéndose por entre los pasillos invisibles de una fiesta con la seguridad de quien se sabe hijo de lo irrefutable.
Se me acercó y me dijo lo mismo que tantos otros: Usted es escritor, ¿no? Pero a partir de ahí su discurso (porque fue un discurso que no admitía interrupciones y que tampoco las necesitaba) me llevó por comarcas que yo no conocía y, poco a poco, la terraza donde estábamos y la luz de los farolitos chinos se fue haciendo más difusa, reservando su nitidez para el resto de los honestos invitados, mientras el escritor y el mentiroso desenfundaban linternas como cowboys al mediodía.
Así habló el mentiroso:
Soy consciente de que mi fama precede a mi persona, por lo que ni siquiera intentaré convencerlo de que es cierto lo que voy a contarle. Después de todo, su oficio tiene más de un punto en común con el mío. Los dos mentimos, los dos hacemos de lo inexistente un arte aunque, se entiende, nuestras musas inspiradoras no se saludarían de encontrarse en la calle. Pero en el fondo, como dije, somos lo mismo. Y es esta camaradería implícita la que me impulsa a decirle todo esto como si fuera la verdad y nada más que la verdad, a no insistir sobre la legitimidad de mis palabras y a contarle lo que sigue con los mismos modales de quien le hace un favor o un obsequio. Porque lo que va a escuchar es, ante todo, una buena historia.

miércoles, diciembre 01, 2010

La abanderada de los humildes (1)

Harto ya de leer una y otra vez, siempre los mismos textos en los que la literatura argentina representó a Evita (de Perlongher a Walsh, de Copi a Viñas, de Borges a L. Lamborghini), comienzo esta nueva sección (y van...) en la que pondré a disposición del interesado o la interesada, algunos relatos por fuera de la ya clásica y canonizada serie antes mencionada. Acepto propuestas heterodoxas para seguir sumando a este nuevo  y humilde corpus. 
Se abre esta sección,  La abanderada de los humildes, con un cuento de J. R. Wilcock, antiperonista de la primera hora. Su título es "Casandra" y apareció por primera vez en español en La Prensa (26 de febrero de 1956); luego, fue publicado en italiano en Il Mondo (19 de Agosto de 1958); y, finalmente, fue recopilado en el libro de cuentos, El caos de 1974. Este cuento, reescritura en alguna medida de "La lotería en Babilonia" de Borges, imagina un país en el que Casandra, una vagabunda que ha devenido en figura carismática y poderosa gracias al Arcontado de Entretenimientos, conmueve a masas de suplicantes y visitantes a los que atrae con sus palabras, sus vestidos y sus desplantes. En fin, disfrútenlo y ojalá esta pequeña contribución sirva para incluir otras palabras y otros autores a la cerrada serie de textos sobre la figura de Evita.


Casandra (J. R. Wilcock)

Desde lejos se ven los estaqueados, los enterrados hasta el cuello en el barro helado, los flagelados. La gruta queda en el fondo de una hondonada pedregosa, labrada según dicen por la erosión de los glaciares, y situada aproximadamente en el centro del pentágono que forman las cinco ciudades principales de nuestro tetrarcado. No es una gruta, es una casa; pero conserva su nombre de gruta porque Casandra, en otras épocas, cuando todavía era una escuálida vagabunda, solía refugiarse en una gruta cerca del puerto, y con su persistencia de trastornada siguió llamando gruta primero la casilla de madera que en cierto momento le instaló el Arcontado de Entretenimientos, y luego la espléndida casa-templo que su popularidad vertiginosa no tardó en exigir.
Los turistas del Asia Menor, de Sicilia y de Egipto vienen a visitar nuestro país exclusivamente atraídos por la fama de Casandra. Afluyen en multitud, aun sabiendo que muchos no volverán, o volverán esclavos de sus esclavos, o inválidos, o ciegos. Hasta se murmura que la Capadocia no nos declaró la guerra porque su rey no quiso ofender a Casandra (¡como si algo pudiera influir sobre sus decisiones!).
 

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