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sábado, diciembre 03, 2011

Sobre El agua en los pulmones de Juan Martini (Elvio Gandolfo)

Sigo intentando configurar un pequeño rastro del policial negro en Argentina (intento omitir las obviedades o lo muy trabajado por la academia). Ahora, traigo esta concisa y lúcida reseña de Gandolfo, escrita en los '70, sobre el policial negro de Juan Martini, El agua en los pulmones (1973) (luego, vendrían Los asesinos las prefieren rubias (1974) y El cerco (1977)). Gandolfo separa a la novela de otras que también tienen elementos de policial negro en ese momento y se detiene específicamente en los logros de la prosa de Martini y en la configuración de los personajes. En fin, cortita y al pie, una reseña para otro ejemplar de policial negro en Argentina.

Reseña

Juan Carlos Martini, El agua en los pulmones, Buenos Aires, Goyanarte, 1973.

La primera novela de Juan Carlos Martini presenta varias características que llaman la atención. Se trata, por empezar, de una "policial'' a secas, clásica, con intriga, asesinatos y un investigador privado como protagonista. Esto la diferencia de otras novelas recientes (Triste, solitario y final de O. Soriano; Los tigres de la memoria de J. C. Martelli o The Buenos Aires Affair de M. Puig) donde lo policial era un elemento más dentro de una trama mítica o novelística (Soriano o Martelli), o no existía (Puig). En segundo lugar, la acción se desenvuelve en una ciudad poco frecuentada por la literatura argentina en general y por la policial en particular: Rosario. En tercer lugar, Martini se desenvuelve con una seguridad poco frecuente incluso dentro del panorama de la novela "negra" en general.
La efectividad de su estilo, que debe mucho y lúcidamente a Chandler y MacDonald, se expresa sobre todo en el ojo incisivo y sintético con que define, por detalles externos y materiales, ya sea la personalidad de un personaje o el habitat que lo rodea. Pocos trazos, aparentemente gruesos y al descuido, bastan para "ver" a Vargas, a Ferrer, a la Sra. Iglesias.
Los personajes están estructurados dentro de una compleja pero férrea pirámide de clases y vínculos de dependencia, que va desde la cúspide (el industrial Iglesias) descendiendo a través de Ferrer, la señora de Iglesias, Milton, Vargas, hasta llegar a las mucamas y los mozos, que se mueven como sombras a un lado de la madeja principal. Virginia Soulages queda un poco apartada de esa pirámide. Es cierto que maneja los hilos de la intriga, pero lo hace con la inescrutabilidad y la lejanía de una Parca o del Destino. Esto la vuelve más simbólica que real y cuando aparece físicamente, en las últimas páginas, provoca una de las pocas fallas del libro, de la que hablaremos más adelante.
Por último está el contorno, la atmósfera en que todos se mueven: Rosario. Martini ha sabido tratarla literariamente, como un escenario convincente, sin fisuras ni pintoresquismos, también sin simpatía. Los personajes sólo la soportan o la usan. La humedad y la llovizna permanentes que la cubren dejan de ser propiedades climáticas para convertirse casi en una exhudación de la sórdida cadena de crímenes, traiciones y humillación. Por fin, cuando todo acaba, el cielo es celeste, limpio, el sol da una luz intensa y blanca, y el foco se ha movido desde el centro o los barrios a la orilla del río, la parte menos opresiva de la ciudad.
Dos personajes medios, tanto por su acción como por su ubicación en la pirámide, el ex policía Vargas y el periodista Oliva, son los más trabajados. De ellos conocemos las vidas completas, detalles de la infancia y la juventud. Solís, en cambio, comparte con una larga serie de protagonistas, desde el Quijote hasta Marlowe o Archer, su destino de factor desencadenante. Es un hombre solo que únicamente puede conseguir romperse las uñas arañando la superficie de las cosas. Además, como antihéroe, está destinado a que le bajen los dientes, lo torturen, o a ser simplemente ridículo (la misma puerta que se haría astillas incluso ante el impacto de Marlowe se abre cortésmente y lo deja trastabillando frente a una Luger).
En ese mundo de decisiones masculinas, donde las mujeres quedan a un lado —lejanas (Laura Solís), impotentes (la Sra. de Iglesias), desesperadas o tristes (Lina)— recibiendo de rebote algunos golpes, que es tomado hasta con ironía por los personajes cuando se enfrentan y hablan, todos actúan conscientes de su papel, sobre todo los que están al tanto del asunto de las tierras. Por eso sorprende el papel de Virginia Soulages. No sólo se mantiene inalcanzable, como dijimos, sino que cuando es alcanzada por Solís, provoca en él una reacción poco acorde con el resto de la novela: la ahoga en un bañado, envuelto en vendas, bajo un cielo nublado, en la oscuridad. Aún justificado por la venganza, el fragmento suena discorde, con un sabor un poco grotesco, casi romántico. Este pequeño desfasaje se refleja sobre el final. Toda policial, por su mismo carácter, soporta un andamiaje lógico que, para diferenciarlo de la trama o del estilo, yo llamaría "mecánica". Dentro de esa mecánica, es un poco inconcebible que varios meses más tarde de su asesinato los patrones de Virginia no conozcan su destino, que Marín deba preguntarle justo a Solís qué ha sido de ella. Felizmente la solidez de las 170 páginas anteriores quita trascendencia a este detalle.
Juan Carlos Martini es autor de dos libros de relatos1. En ellos predominaba un estilo experimental, del que se fue despojando con el tiempo, hasta llegar a sus últimos cuentos2 y a esta novela, donde, paradójicamente, en esa prosa descarnada, casi esquemática, parece haber encontrado su voz propia.

1 El último de los onas, Buenos Aires, Galerna, 1969; Pequeños cazadores, Buenos Aires, Centro Editor, 1972.
2 "Pájaro sobre pájaro" en Pequeños cazadores; "La pura verdad" en El lagrimal trifurca, nº 9; "Procedimientos" en La Opinión Cultural, 3 de marzo de 1974; "Cuarteles de invierno", en Crisis, nº 10.

En revista Hyspamérica, nº8, octubre de 1974, pp. 97-98.

sábado, agosto 20, 2011

Procedimientos (Juan Martini)

Aparte de sus novelas (de El agua en los pulmones a El cerco), Juan Martini escribió, allá por mediados de los 70, un puñado de relatos inscriptos en el policial negro que parecían anunciar el huevo de la serpiente que estaba quebrando su cáscara. Entre ellos, está "Procedimientos", un cuento que forma parte de La brigada celeste, libro que permaneció inédito hasta 1983. Con un estilo seco, violento y vertiginoso, Martini escribe un buen relato, como para reafirmar que puede existir el policial negro en Argentina.

Procedimientos (Juan Martini)

El piso de madera estaba mojado y olía a detergente. En las paredes, sin embargo, se notaban manchas de sangre. Cuando lo empujaron hacia el centro de la pieza, alcanzó a ver al tipo que encendía el reflector: giró la cabeza para mirarlo y la luz, de pronto, le dio en los ojos. Bajó la cabeza y se quedó quieto, con los brazos a los lados del cuerpo, espiando la puerta. Entonces apareció el otro y llamó desde la sombra al del reflector:
—Mono, vení.
El Mono se acercó y escuchó lo que el otro decía en voz baja. Era alto, encorvado y de brazos largos.
—Bueno —dijo.
Avanzó hasta penetrar en el círculo de luz. Tenía la piel aceitosa, un bigote renegrido cayendo sobre los labios y una mata de pelo rebelde aplastada con gomina. El otro permanecía atrás, en la sombra, y era imposible distinguir su cara: sólo la forma del cuerpo, más bajo y más gordo que el Mono.
—Desnudate —dijo el Mono.
El hombre levantó la cabeza, asustado.
—¿Para qué?
—Desnudate, te digo.
Los ojos del hombre, incrédulos, se dirigieron a la oscuridad buscando al otro.
—¿Por qué me hacen esto?
—Obedecé —dijo el Mono entre dientes, y descargó la culata de una escopeta contra el pecho del hombre.
Se fue de espaldas y se golpeó la nuca contra la pared. Enseguida el Mono estuvo a su lado, lo agarró del pelo y le sacudió la cabeza.
—Haceme caso, carajo.

jueves, julio 14, 2011

Ave

Yo soy aquel que reseñó la primera y la segunda parte por lo que la aparición de la tercera y última, Cine III. La inmortalidad, sólo puede alegrarme y hacerme desear. La tengo ahí, esperándome, ya llegará algún comentario sobre la misma. Todo concluye al fin...

domingo, abril 17, 2011

La abanderada de los humildes (4)

En Cine de Juan Martini (2009, Eterna Cadencia), Sívori, guionista y profesor de cine, se aboca a la tarea de escribir una trilogía cinematográfica sobre Evita. La pregunta que surge en las páginas de esta novela, en la vida de Sívori es: ¿cómo escribir una nueva película sobre Evita sin caer en lo obvio, en lo remanido? La respuesta está en el guión que va escandiendo el relato sobre la vida cotidiana de Sívori y sus furtivos encuentros con su vecina, Pina Bosch, un guión centrado en pocos personajes (Eva y Rita), en un lugar fijo, (el departamento de Eva en la calle Posadas), en tiempo real (dos horas de la tarde del 17 de octubre de 1945), con una Evita que, cual profeta, anticipa la construcción de su propia leyenda y escenifica su tensión con la figura de Perón. Lo que sigue es parte del guión, la novela es genial así como su continuación, Cine II, en la que Sívori se aboca al segundo guión (vendrá parte del mismo en una próxima entrega de esta sección que dimos en llamar "La abanderada de los humildes"):

EL GUIÓN

PERSONAJES
Eva Duarte (26 años) y Rita Molina (amiga,
actriz y cantante).

VESTUARIO
Rita Molina lleva un vestido floreado, con hombreras,
y zapatos con plataformas de corcho. Eva tiene un
vestidito de entrecasa, verde seco, mangas tres cuartos,
escote en V, y un par de zapatillas chinas. Eva se pinta
las uñas de las manos, y Rita Molina hojea Radiolandia.

DÍA Y HORA
17 de octubre de 1945, entre las 5 y las 7 pm.

LUGAR
Un living chico, en el departamento de Eva D.
en la calle Posadas (Perón vive en otro departamento
del mismo edificio).

CIRCUNSTANCIAS
Perón ha pasado cuatro días preso en Martín García.
El 16 de octubre lo traen de vuelta a Buenos Aires.
Parece que está enfermo y lo llevan al Hospital Militar.
El 17 de octubre, desde muy temprano, se produce la
movilización popular. A la tarde el gobierno del general
Farrell decide liberar a Perón. Lo conducen primero a
su casa, para que se cambie. Y luego a la Casa Rosada, y
allí, desde un balcón, por primera vez, le hablará
a la multitud. Entre las 5 y las 7 de la tarde,
mientras Eva lo espera, acompañada por Rita Molina,
las dos mujeres hablan.

17 horas

Estoy preocupada, Rita.
¿Qué te pasa?
Preocupada y de mal humor...
¿Por qué?
Por Perón.

domingo, octubre 03, 2010

¿Hoy me miraste? ¿Qué me miraste? ¿Qué viste? (sobre Cine: II. Europa, 1947 de Juan Martini)


Me acerco a Cine: II. Europa, 1947 de Juan Martini (Eterna Cadencia, 2010) con la desconfianza que me producen las segundas partes. Cine, la primera parte de la trilogía publicada en 2009, me había sorprendido gratamente pero, a pesar de su final abierto, no me esperaba una continuación. Y sin embargo, esta segunda parte que nos ofrece Martini y que deja el camino abierto para la tercera, esta segunda novela funciona como un despliegue de la propuesta y los recursos formales que había inaugurado en Cine. Este despliegue consolida un proyecto narrativo y, a su vez, apuesta por la proliferación. Y eso, de nuevo, me sorprende gratamente.

sábado, julio 17, 2010

"¿Qué historia es ésta?": sobre La vida entera de Juan Martini (3)

Post anterior: "¿Qué historia es ésta?": sobre La vida entera de Juan Martini (1)
"¿Qué historia es ésta?": sobre La vida entera de Juan Martini (2)
De acuerdo, había dicho la voz gangosa de ella me interesa la oferta Oriental, te llamás así ¿verdad?' te llaman así, ¿no?, eso es lo que me dice el Pastor, pero el Pastor miente tanto, se ha pasado la vida mintiendo, engañando, y sin embargo no es un mal tipo, yo sé que puedo confiar en él, bueno che, ¿qué esperás?, ¿no te dije ya que estoy de acuerdo?, vení acá, vení, ¿o tenés asco, tenés miedo, qué tenés?, apenas distinguía sus formas, mareado por un olor penetrante, pestilente, a tientas, avanzando lentamente, sin saber cuándo se llevaría algo por delante, en qué momento tropezaría con una de aquellas piernas monstruosas, ahogado en la oscuridad, sudoroso: húmedas, rancias nubes caían sobre él mientras ella hablaba, las nubes amargas, tibias de su aliento, veía moverse dificultosamente algo en las sombras, una mano de ella llamándolo, aquello era una de sus manos, lenta, pesada, enorme, se derrumbaría bajo su peso, le obligaría a sumirse en ella, en sus cavernas, y cuando le faltase el aire no tendría más remedio que respirar los nauseabundos vahos de aquel cuerpo, y cuando la sed que ya le hinchaba la lengua fuese inaguantable debería beber el sudor y las segregaciones, saciarse con aquellas substancias porque quizás sólo en ellas estaba la salvación, el regreso, la conservación de la vida, la identidad, como si se tratase de sacramentos infernales, divisaba en las sombras la inmensa forma del cuerpo desnudo que ocupaba casi por entero la habitación, los blandos rollos de grasa, la opulencia de los pechos, la negritud de los pezones grandes como higos, con horror percibía os ojos, la nariz y la boca de ella en medio de una bola de sebo, hundidos casi en los pliegues y repliegues de la carne y la grasa, la obscena sonrisa en la boca esperándolo, el turbio fulgor de la mirada, vení, vení Oriental, no tengás miedo, él avanzaba, extendía un brazo, sus dedos penetraban en una piel húmeda, aceitosa, y tardaba en comprender que aquello que latía contra su mano eran bulbos varicosos, pero lo sabía al escuchar la voz gangosa, desvanecida ahora como en una especie de creciente éxtasis: sangro por ahí, por todos lados, de mis orejas sale siempre cera, mirá, tocá, le llevaba la mano a las orejas, al cuello, y aquel tacto espeso, tibio, que embadurnaba la piel de ella le producía náuseas, espanto, vení, vení, besame, me quemo por dentro, mi cuerpo no tiene límites, nunca viste algo como yo, estoy segura, y nunca harás con otra mujer lo que vas a hacer hoy conmigo: era sumergido entre los pechos, hundido en la blandura del vientre, las piernas perdidas en el abismo entre los muslos, desesperado en la cima blanda y voraz de una masa que lo sorbía hacia su interior y advertía que la boca de ella lo buscaba, las manos le atenazaban la cabeza, lo alzaban, los labios se abrían y se cerraban sobre su boca y su nariz, aspiraban y bebían de él, era lamido y succionado, su lengua presa de enérgicas encías desdentadas, su piel herida por uñas, garras afiladas, su sexo aprisionado por una mano compulsiva, sus testículos estrujados rabiosamente, mientras ella reía, sollozaba, se revolvía, una mezcla de sangre, sudor y aceite impregnaba su espalda cuando una gruesa pierna le sujetaba la cintura, lo oprimía, y entonces lejano, como un difuminado recuerdo, llegaba hasta la habitación un murmullo de quejas, de voces, de crujientes camas, los lamentos de mujeres castigadas, un patético y estremecedor arrullo cuando la inmensidad de aquel cuerpo lo devoraba y una débil luz azul era la evocación de las profundidades del mar del castigo, seno habitado por feroces imágenes, hambrientas fauces, pustulosas llagas de la piel de ella corrosivas como ácidos en su pie!, en el fondo de una cueva dos brasas verdes, amarillentas, herían su mirada, y sin moverse de su sitio, sin alzar las manos, el puma le desgarraba el vientre y sus visceras se derramaban, ella reía, sonora, groseramente, el cuerpo convulso, las segregaciones multiplicando su caudal, haciendo de la masa informe del cuerpo una untuosa, indefinida ciénaga, la cabeza nuevamente atenazada, la boca por un instante libre respirando un aire fétido pero indispensable: era empujado, era enviado hacia la unión de los muslos, hacia la oscura grieta, y al ser introducido en ella un flujo ardiente le quemaba los ojos, las orejas, los labios, sanguinolentos vahos lo asfixiaban y comprendía que sólo introduciéndose hasta el fondo de aquella gruta podría obtener nuevamente la vida, bebiendo la amarga sangre derramada por una incierta fuente, bebiendo esa miseria y ese don, sin remedio, la cabeza totalmente hundida en ella y ella estrechando los muslos, frotándose contra su cuerpo, retorciéndose en violentos temblores, aullando y riendo cuando él lamía, bebía su sangre en el origen de la sangre, bajo la salvaje mirada de un puma que acecha en lo más profundo de la cueva y el estertor de ella era el signo de la saciedad, del fin, ya lo sabés todo Oriental, quien hace esto conmigo descubre el secreto fundamental: caía a un costado, exhausto, vomitaba, se arrastraba por el suelo y volvía a caer: me gusta esa chica, Lengua de Fuego, el Pastor la trajo para que la viera, tiene pasta, sí, es un poco arisca pero ya le vamos a enseñar, estamos de acuerdo ahora vos y yo, Oriental, había dicho Encarnación. (“Encarnación”, pp. 182-185)

Fuente: Martini, Juan (1987 [1981]): La vida entera, Buenos Aires, Legasa.

miércoles, julio 14, 2010

"¿Qué historia es ésta?": sobre La vida entera de Juan Martini (2)

Post anterior: "¿Qué historia es ésta?": sobre La vida entera de Juan Martini (1)
La luz del infierno es roja, debe ser roja, profundamente oscura, como la sangre de una mujer, devoradora, impiadosa, para descender con espanto hasta el último reducto, hasta el inviolable claustro de toda la verdad, allí donde ella es el origen, el fuego blanco, y la luz desesperada, enceguecedoramente blanca, y el calor de la muerte, íntimo, abrasador, incomprensiblemente doloroso porque aquél y sólo aquél es el momento de la más pura identificación, del más hondo reconocimiento, cuando ya no hay límites entre el cuerpo y los mares de fuego, cuando en lo más secreto del vientre del infierno el fin de pronto se abre como un nuevo abismo, un canal vertical de turbulentas y silenciosas aguas negras, más allá de su propia perfección final para fundar una forma definitiva, inmersa, inaprehensible, más allá del fracaso de toda búsqueda, de la búsqueda de toda muerte, de la muerte perpetuándose en las llamas negras de su seno, mucho más allá del bosque donde comienza el camino, del río que se introduce en ella, de las paredes rojas, húmedas, ardientes, mucho más allá de la bruma incandescente y blanca que de pronto se presenta como el fin pero no es el fin sino el comienzo de un infinito instante de comprensión ya inútil, los labios partidos en heridas al buscar su otra boca, la puerta del infierno, largos brazos que nacen en su vientre, el rumor de sus incendios acecha en las llamas negras de los ojos como penantes fantasmas que anuncian los peligros de su cuerpo, la pérdida que en su seno se produce, pero reflejando al mismo tiempo el deseo del invasor al reflejar su propio, insaciable deseo, el instinto de los animales de la muerte que esperan en la profundidad de los mares de fuego, pechos que atrapan las manos, bocas que sorben hasta la devoración, todas sus bocas, todos sus ingresos, todo su cuerpo dócil, abierto y complaciente, para recibir, para contener, para recoger los lastimosos restos de otro cuerpo que otras aguas, otros fuegos, otras ausencias arrojan como un despojo frente a sus puertas, para ser besado por una lengua que conozca la verdad de todos los misterios, para dar sentido a la febril agonía del cuerpo al caer sobre su cuerpo dócil, muslos abiertos, boca que humedece, manos que aferran el alma endurecida de la última batalla para conducirla hasta cada una de las bocas del infierno, una y otra vez, largos, hondos abismos que conducen siempre al claustro del fuego blanco, al nacimiento del canal de aguas altas y negras, cavidades que lamen, sorben, se abren ante el invasor, fantasmas que revelan por una sola vez la intimidad de su cuerpo, largo cuerpo sobre un lecho de tierras vivas y aguas en reposo, mareas que lubrican la piel de sus brazos, de sus muslos, la curva de su espalda y de sus ancas, el olor intenso de su pelo en flameantes llamas negras. (“Noche y día”, pp. 74-75)
Fuente: Martini, Juan (1987 [1981]): La vida entera, Buenos Aires, Legasa.

miércoles, julio 07, 2010

"¿Qué historia es ésta?": sobre La vida entera de Juan Martini (1)

Del corpus de la literatura argentina en los últimos años de la dictadura, esas novelas que, como Nadie nada nunca de Saer o Respiración artificial de Piglia, desplegaban distintos recursos y tramas para referir, de forma soslayada, al clima de opresión, persecusión y formas de resistencia que caracterizó a dicha época, digo, de ese corpus tan transitado, me gustaría volver a La vida entera (1981) de Juan Martini porque, de algún modo, propone una jugada diferente a las antes nombradas.
La novela de Martini propone una galería de personajes y de lugares vinculados con el margen (la villa del Rosario, la estancia del Alacrán, Encarnación), la cultura popular (el tango, la santería) y los divertimentos urbanos (los prostíbulos, el juego) que constituyen de alguna manera una red de poder (o, por qué no, de relaciones de poder) que tensa la narración, que crea intereses y bandos y que se reacomoda a medida que las páginas suceden. Así, el poder, el sexo y la muerte (atravesados todos por la pasión) son, como mínimo, tres ejes alrededor de los cuales se configura un mundo alternativo y marginal pero con suficientes conexiones con nuestra realidad, un mundo en el que diferentes personajes, escondidos detrás de sus apodos,  intentan sobrevivir en una atmósfera atávico-delictiva (Cortázar realiza un comentario muy acertado en la introducción a esta novela: es un policial sin la presencia de la policía). Por lo demás, el estilo con el que narra el autor de Cine es otro de los elementos que se destaca en La vida entera: lejos del objetivismo de Saer y del intelectualismo de Piglia, Martini nos propone un estilo que incorpora lo coloquial, lo oral, lo performativo, que coquetea con el discurso indirecto libre y que, a su vez, se mezcla con imágenes poéticas de una sensualidad muy lograda. 
En fin, ahí va un fragmento de La vida entera de Martini y en unos días, irán otros fragmentos más. Disfruten.

—Nos vamos a la ciudad grande —había dicho, con el mismo tono que a veces usaba para decir hoy nos tocan los corrales, y partían a controlar la hacienda, la forma en que las cosas se tienen que hacer, el cuidado que hay que poner en la faena, menesterosos, gente de mierda, que apenas el cuero de esta bestia vale más que ustedes y las familias de todos ustedes. Por eso, como hablando de animales, de las putas de su quilombo, de la lluvia, de la mujer de la noche anterior, Violeta, una puntana nuevita que me ha regalado Encarnación, dieciséis años y hay que ver qué cosa seria es esa pendeja en la cama, ganado de primera como quien dice, desde hoy se la podrán cojer todos ustedes, porque ya fue probada como corresponde por primera vez acá, que al fin y al cabo soy yo el que les da de comer a todos los que acá viven, qué tanto joder; por eso tal vez, por el tono, que fue el que solía utilizar para disponer, por ejemplo, me echan a ese fullero ahora mismo, no quiero volver a verlo, ¿entendido?, por la calma de aquella voz que sin embargo sus hombres reconocían mejor como un trueno dando otras órdenes, organizando la rutina, maldiciendo al cielo y al infierno, quejándose de su destino, él, el único capaz de hacer de esta tierra un lugar donde se pueda vivir como dios manda, como a mí me parece que debe gozar un hombre de su vida; por eso, por la severidad de la voz que envejecía, como su piel, su pelo y su mirada, fue tal vez que a los hombres se les hizo más difícil de creer aquello que oían y se produjo un silencio, el aire que entró por la bombilla, en el fondo del mate, fue como un ronco silbido que subrayó palabras semejantes.

jueves, septiembre 24, 2009

"¿Cómo lo hace? ¿Sabe lo que hace? ¿Hace lo que quiere?" (Sobre Cine de Juan Martini)


No quiero caer en la obviedad de hablar del cine y sus procedimientos técnicos en una novela, la última de ese interesante autor santafesino llamado Juan Martini, cuyo título es precisamente Cine (Eterna Cadencia, 2009) y por cuyas páginas desfilan múltiples referencias al ámbito cinematográfico (recordemos que Sívori es, precisamente, un guionista ocupado en la creación otra película sobre Evita y un profesor de cine; recordemos que la novela está plagada de referencias a directores y películas; recordemos que Mulholland Drive de David Lynch tiene una importancia considerable en la trama y en el juego con el doble, juego que se despliega a lo largo de relato generando un sistema de espejos y representaciones por demás interesante).También, tal como Martini lo señaló en la presentación del libro en la librería Eterna Cadencia, está claro que el montaje en varios capítulos de su nueva novela toma decididamente como patrón o modelo el montaje del cine en el que el pasaje de un suceso a otro suele ser abrupto, un mero empalme, sin necesidad de avisar que se cambia de tiempo, de personaje o de situación (el lector o espectador es el que debe estar lo suficientemente atento como para captar tal pasaje e ir recomponiendo el hilo narrativo).

En lugar de dedicarme a explorar las relaciones entre el cine y la literatura en la nueva novela del autor de La vida entera, prefiero señalar tres o cuatro cuestiones formales, propias de la construcción del relato si se quiere, que me parecen una apuesta fuerte para la literatura argentina contemporánea:

1. La construcción de los personajes: en los dos protagonistas en los que se sostiene el relato, Sívori y Pina Bosch, se nota un trabajo narrativo que además de crear identidades claras y verosímiles (la elección de Martini del registro realista se enriquece con las variaciones formales con las que expande sus posibilidades), representa con acierto la complejidad de las subjetividades y de las relaciones. Así, el guionista y la traductora, aunque lo que señalo podría ser extensible a otros personajes de Cine (Dippy, Carola, Florencia), se ven caracterizados en la opacidad y en las tareas que ordenan la vida cotidiana, en los sentimientos y pensamientos reprimidos y en la rutina, en los amores frustrados, deseados o pendientes y en la relación de consumo que establecen con distintos productos culturales, en los ritos privados y en los esfuerzos desesperados por establecer algún tipo de vínculo con el otro, el de la puerta de enfrente. Sívori y su vouyerismo, Pina y su masoquismo, son dos personajes consistentes y cautivantes que hacen de una trama que en un primer término parece simple, algo complejo, espinoso, tal vez demasiado humano.

2. La recurrencia: otros de los rasgos formales que se destacan en la última novela de Martini es la recurrencia casi precisa de fragmentos y escenas. Esa repetición deliberada produce un pliegue del espacio textual que se dobla sobre sí mismo para volver una y otra vez sobre diversos momentos (muchas de estas reiteraciones están relacionadas con Sívori: los paseos por Palermo; las salidas con sus amigos; su mirada vouyerista a través de la persiana americana; sus comidas; pero también nos encontramos con la aparición redundante del guión de la película sobre Evita). Lo interesante es que en esa recurrencia intervienen variaciones que si bien a veces resultan imperceptibles, demuestran un deliberado gesto del autor que parece estar llamándonos a una reflexión constante, como la del guionista que protagoniza la novela, en torno al tiempo, a la repetición y la diferencia y a los artificios novelescos (véase, por ejemplo, la salida de los tres amigos que se repite en las páginas 99 y 141, se notarán la repetición y las variaciones en las descripciones de los estados sentimentales de los personajes).

3. El narrador y su relación con el protagonista: tal vez uno de los rasgos más notables de la novela sea el tratamiento que Martini hace del narrador omnisciente. Por un lado, ¿es un narrador omnisciente? En verdad, no siempre logra acceder a los pensamientos y sentimientos de su protagonista, Sívori, por lo que en cierto sentido su omnisciencia estaría puesta en duda y en este sentido su limitación tiene como correlato la opacidad, como ya lo mencionamos, del personaje del guionista que se mueve por motivaciones oscuras o difusas para el lector pero también para el narrador. Por otro lado, uno de los aciertos de la voz narrativa, a la par de cierto ritmo del relato, es la intercalación de preguntas que interrogan por las causas, los pensamientos, las actitudes y los sentimientos del protagonista y de los demás personajes; preguntas que a veces se responden y que otras veces, quedan flotando generando una atmósfera de duda y misterio; preguntas que se hace Sívori respecto de su vecina pero que son enunciadas por el narrador, confundiendo ambas voces en un tono interrogativo minucioso. Hay van ejemplos varios: “¿[Sívori] Tiene hambre? A veces no.” (p. 12); “¿En qué momento ella detuvo la película, que apenas comenzaba y por qué? ¿Antes de poner la sartén en el fuego? ¿Antes de quedarse dormida?” (63); “¿Por qué se detiene Sívori ante el puma? ¿Sabe, Sívori, lo que dice saber sobre el puma?” (106); etc. Así, el narrador mediante su omnisciencia y sus interrogaciones intenta un acercamiento y una focalización sobre Sívori que, en general, se le vuelve en contra como boomerang poniendo en evidencia más bien la complejidad (y opacidad) del protagonista, de su vida y también, a través de la mirada del guionista, de los demás personajes.

4. Potpourrí: me gusta la opción de Martini por posponer reiteradamente el sujeto “Sívori” en varias de las oraciones de Cine (“Y se pregunta, Sívori:” (24); “En seguida cambia, Sívori, y decide despertarla.” (65); “Es, Sívori, un hombre amaestrado por sus costumbres…” (139)) y también me gusta cuando pospone al “Sívori” experimentante (“Le gustan esos ascensores, a Sívori.” (26)). Me gustan además las oraciones breves y concisas que escanden el relato (me hacen acordar a una de las primeras novelas de Martini, Los asesinos las prefieren rubias) y me gusta la yuxtaposición como elección sintáctica, me parece que de alguna manera trabaja en el realismo expandiendo sus posibilidades. A nivel más temático, me gusta el guión que escribe Sívori sobre Evita y su posición crítica respecto del peronismo y de la producción en torno a dicho movimiento y me gusta la exploración de las relaciones humanas y sus complejidades. Otro elemento por destacar son las descripciones fantásticas sostenidas en el vouyerismo del protagonista que mira a través de las persiana americana y que sólo alcanza a ver ciertos gestos, ciertas zonas, ciertas luces y sombras; las descripciones que hace Martini merecen atención. Finalmente, me causaron sorpresa las notas al pie: algunas me parecieron pertinentes en relación con el trabajo narrativo pero otras me resultaron un mero agregado de datos que quedaban con un sentido superfluo. Sí quiero señalar el acierto con las “Escenas no incluidas” que juegan con la novela como artificio pero también con la relación entre la literatura y el cine, tema del que dije en el principio que me negaba a tratar y es por eso que ahora cierro la boca.

PD.: Desde ya, recomiendo Cine de Juan Martini. Agradezco a Eterna Cadencia por continuar editando buenos libros y por la buena onda.

viernes, agosto 21, 2009

Juan Martini y la literatura de la sospecha

Mi conocimiento de la obra de Juan Martini se limita a dos de sus primeras novelas policiales, El agua en los pulmones (1973) y Los asesinos las prefieren rubias (1974) (estas dos más El cerco (1975) fueron recopiladas en su momento en el libro Tres novelas policiales (Legasa, 1985)). La primera me resultó, lo recuerdo, bastante apegada al policial negro norteamericano si bien contextualizaba dicho género en la ciudad de Rosario lo que le daba cierta peculiaridad; la segunda, en cambio, me parece una apuesta formal y en relación con el contexto histórico muy interesante (algunos de sus elementos: la figura del doble, la represión militar, el policial negro pasado por un tamiz paródico, las estrellas de Hollywood y la fama, las referencias mezcladas y cruzadas entre Argentina y Estados Unidos, una prosa precisa y sintética, etc.).
Hace poco, sin embargo, me agencié La vida entera (1981), como para empezar de una vez por todas con sus novelas más recientes. Obviamente, todavía no tuve la oportunidad de arrancar pero sí lo hizo Ezequiel Acuña en el blog El cieguito con su breve reseña sobre El fantasma imperfecto (1986). En dicho post, Ezequiel trae a colación una categoría para leer parte de la obra de Martini:
El fantasma impertecto se mueve gracias a la sospecha. Algo como la teoría del iceberg de Hemingway y los recuerdos de guerra de Nick, pero más abocado a la paranoia sudaca. En su momento, recuerdo, se me ocurrieron muchísimos ejemplos de los que ahora no estoy tan seguro: desde Casa tomada (lógico), pasando por Nadie nada nunca (obvio) hasta Los pichiciegos (aunque supongo que Fogwill me crucificaría). Mi idea era sacarme de encima el policial y sus discusiones de género para proponer una literatura argentina que hace de la sospecha su motor, su máquina deseante; una literatura tiernamente paranoica, para eludir, de paso cañazo, el "fantástico", "realismo mágicos", "realismo fantástico" y todas sus derivaciones horrendas. Digamos, literatura de sospecha no como un género o una cualidad estilística-formal sino como una manera de pensar la creación artística de forma inacabada, no cerrada.
La reseña de El fantasma imperfecto, cuyo título es "Los rulos de Medusa", sigue acá. La categoría "literatura de la sospecha" que Ezequiel menciona me parece útil para escapar a las etiquetas literarias que a veces no pueden dar cuenta de las características propias de ciertos textos.
Ahora bien, más allá de las novelas sobre Juan Minelli, Juan Martini presenta el jueves 27 de Agosto su nueva novela, Cine. Abajo copio la invitación, acá pueden leer un breve comentario sobre su trama y acá el primer capítulo de la novela. Juan Martini es uno de esos autores a los que recomiendo seguirles el rastro ya que varias de sus novelas han dado frutos realmente ejemplares en una adaptación peculiar y no automática del género policial al contexto argentino.
 

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