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viernes, junio 24, 2016

Santiago Dabove por Borges

Estas son las entradas más significativas del Borges, de Adolfo Bioy Casares, acerca de Santiago Dabove. El año pasado gracias a la editorial Las cuarenta hemos podido volver a disfrutar de los cuentos recopilados en La muerte y su traje. Van los fragmentos recopilados de los diarios de Bioy:

Miércoles, 18 de mayo de 1955. (…) Borges recuerda la letra de la parodia de Entrada prohibida:

Del Abbaye la espiantaron,
y la razón no le dieron,
pero después le dijeron
que era por falta de higiene,
pues la pobrecita tiene
una costumbre asquerosa
de no lavarse la cosa
por no gastar en jabón.

Dice que, al oírla, Santiago Dabove comentó gravemente que la razón no le dieron es un buen psicologismo. “Tal vez el único de la literatura universal, che” —generalizó Macedonio con su voz tan suave—. Borges observa: “Le gustaba generalizar”.

Domingo, 8 de noviembre de 1959. (…) BORGES: “Santiago Dabove era muy del Oeste. Alguien menciona un pueblo: ‘¿Es de la línea del Oeste?’, preguntaba Santiago. Si le contestaban que no, él exclamaba poco menos que con desprecio: ‘Entonces no lo conozco’”.

Jueves, 27 de julio de 1961 (…) Me habla del prólogo que escribió para el libro de Santiago Dabove. Refiere ahí que Dabove contaba anécdotas que le hubiera gustado a Maupassant; por ejemplo, que en la inauguración de una casa mala, en un pueblo suburbano, los muchachos bien estaban de lo más cómodos, como acostumbrados a esos lugares, y en cambio malevos temibles, que solo conocían el amor en zaguanes, se mostraban intimidados. El caviloso César Dabove se molesto de que Borges pensara incluir esa anécdota.

Jueves, 26 de diciembre de 1962. BORGES: “Peyrou no es rencoroso; olvida las ofensas. Un día, hace muchos años, ante un grupo de amigos refirió que se había indignado con alguien y que estuvo a punto de pegarle una trompada. Santiago Dabove le dijo: ‘A ver, muéstreme la mano’. Peyrou la extendió. Dabove la observó y la palpó, y después comentó: ‘Hizo bien de no pegarle. Se hubiera lastimado la mano’. Peyrou recuerda siempre con afecto a Santiago, como a un amigo muy querido. Sin embargo, este cuento —que en su tipo es bastante perfecto— muestra a Dabove como un malevo inmundo”. BIOY: “Sí, puede uno no tomar en cuenta la ofensa; puede uno olvidarla; pero es difícil querer a quien procede así». BORGES: «Indudablemente, el que queda mal en este cuento es Dabove. Queda particularmente mal porque Santiago, aunque de mayor talento, no era como César, un señor. Santiago trabajaba los domingos en el hipódromo, y el resto de la semana estaba borracho, en el catre, o jugando a los naipes en los almacenes de Morón. Quiero decirte que vivía en un mundo en que un episodio así se ve como una ofensa, como una humillación agresiva, no como una broma. Y fijate: obró ante un grupo de amigos; le palpó la mano estimativamente, manoseando un poco; lo felicito; por un instante sus palabras pudieron parecer una felicitación o un consejo amistoso”. BIOY: “Desde luego, la interpretación de estos episodios depende de cómo los haya sentido quien los padeció. Peyrou no dio a este ninguna importancia: habrá pensado que Santiago estaría un poco borracho y tendría la tentación de imitar a los malevos del anecdotario de Morón; entonces para Peyrou el asunto no contó. Si alguien no reacciona ante un insulto, porque no tiene ganas, porque desprecia al insultador, porque está por encima, porque encuentra que la situación es parcial, el insulto carece de importancia; pero si no reacciona por temor, el episodio es grave y dejara en la víctima un imborrable recuerdo de oprobio”.

Sábado, 20 de junio de 1964. (…) Dice Borges que, según Santiago Dabove, la idea de malevos con sentido del honor era falsísima: “Eran una inmundicia. Cualquier medio, para ellos, era bueno. Esperaban al rival en la sombra y a quemarropa le tiraban un balazo o le metían la puñalada. No entendían de juego limpio. Vicente Rossi, sin embargo, sostenía que en los torneos de tango con quebrada y corte que había en las academias, a ningún participante se le ocurría agraviar al juez o ser descortés con los rivales. ‘Y eso que los participantes eran todos compadritos de barrio’. Rossi sostenía que el fútbol había corrompido al pueblo y que aquellos tiempos eran otros”. (…)

Sábado 4 de septiembre de 1966. Considera que el Fausto de Goethe es el ejemplo más perfecto del faux chef-d'oeuvre. “Santiago Dabove dijo que valía más la admiración por De Quincey de un grupo de entendidos que la del vulgo por Goethe. Tenía razón, pero la frase resultaba graciosa, porque su autor estaba entre el vulgo”.

Miércoles 4 de enero de 1967. De Santiago Dabove: “Tenía razón Wilcock: en verdad, parecía un carnicero. Un día dije que Santiago sin duda conocía muchas historias de malevos de Morón; que era raro que no las escribiera. Fernández Latour contestó: ‘No podría. A Santiago le interesan las ideas, no las personas’. En la casa de ustedes de la calle Coronel Díaz, lo encontré a Santiago en el baño. Estaba solo, muerto de risa. Le pregunté qué le pasaba. Me señaló la balanza y me dijo: ‘Es la primera vez que veo una balanza en la letrina’”.

Martes 13 de junio de 1967. Recuerda que Santiago Dabove observaba: “Hay personas estúpidas a quienes les gusta el cinematógrafo por el argumento, las fotografías o el diálogo. El hombre refinado va a ver cuerpos de mujeres. Porque hay que reconocer que las mujeres de las casas públicas no valen nada”. También reputaba Dabove superior el cine norteamericano porque “las actrices son todas lindas, en cambio los franceses ponen famosas actrices de teatro, que son cada loro...”.

Sábado 24 de agosto de 1968. BORGES: “No es como los Dabove, que sin duda creían que Morón era un paraje extraordinario. Una vez le hablé de Adrogué a Santiago. ‘¿Queda en el Oeste?’, me preguntó. ‘No, en el Sur’, le dije, y él declaró sin empaques: ‘Entonces no lo conozco’. Como si dijera: ‘No me interesa, no existe’”.

Miércoles 9 de diciembre de 1970. Cuenta Borges que hablaba un grupo de escritores. Llegan otros: Santiago Dabove les pide silencio, que no interrumpan. Mastronardi insiste: “¿De qué hablan?”. Santiago Dabove contesta: “De colchas”. Macedonio Fernández opina: “Un tema muy masculino”.

Jueves 27 de mayo de 1971. Por la noche llama Borges: “Cicco es un sinvergüenza. Estaba con Cocaro, en la conspiración para hacerme renunciar. Cuando cayó Levingston y renunció la señorita Levillier, renunció a su cargo de investigador en la Biblioteca. Yo por nada hubiera renunciado. No iba a facilitarles las cosas a mis enemigos. Según Santiago Dabove, un hombre no debía amenazar ni dejarse amenazar, porque las dos cosas son ridículas: ‘Uno puede dejarse patear, moler a golpes, pero no dejarse intimidar’. Es claro que si te apuntan con un revólver, podés aflojar, porque vale más seguir viviendo que no ceder a una humillación”.

martes, agosto 04, 2015

La muerte y su traje


En 1961, la editorial Ediciones Culturales Argentinas publica La muerte y su traje, de Santiago Dabove, con prólogo de su amigo cercano, Jorge Luis Borges. Dabove había muerto en 1952 pero su escritura sobrevivía, de algún modo, a su partida con ese libro póstumo que veía la luz en los 60. El libro salía a destiempo, a destiempo de su autor pero también a destiempo de su época. En palabras de Borges: “Para este sueño o realidad que lleva la cifra de 1960, Santiago ha muerto y vive en las realidades o sueños que propone este libro”. Como si fuera un personaje soñado, muy poco sabemos sobre Santiago Dabove.
Sabemos que nació en 1889 y que vivió en Morón: “Una vez nos dijo, sonriendo, que disponía de todos los materiales para la redacción de una gran novela, porque siempre había vivido en Morón”. Nunca escribió esa novela pero nos dejó un cuento casi perfecto titulado “Tren”.
Sabemos también sobre su amistad con Macedonio Fernández ―junto a él y a su hermano Julio César formaron un grupo llamado “La Triquia”, cuyo lugar de reunión era el fondo de la casa de los Dabove en Morón. Sabemos sobre su amistad con Borges, Leopoldo Marechal y Scalabrini Ortiz, sostenida en sus discusiones literarias o filosófico-nihilistas en la confitería La Perla de Jujuy y Rivadavia en el barrio de Once. En esas reuniones, había surgido la idea de escribir una novela fantástica de forma colectiva, se habría titulado El hombre que será presidente.
Sabemos también sobre su admiración literaria por el Quijote, Edgar Allan Poe y “acaso, Maupassant”; y que su cuento “Ser polvo” tuvo la fortuna de sobrevivir de antología en antología, primero elegido por Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo para la Antología de la literatura fantástica, en 1965; hace algunos años, en 1997, recopilado por Héctor Libertella en 11 relatos argentinos del siglo XX (Una antología alternativa). Sabemos que varios de sus cuentos los había publicado en vida en las páginas de la Revista Multicolor de los Sábados del periódico sensacionalista Crítica hacia 1934, tal vez por intercesión del mismo Borges.
Sabemos, finalmente, que falleció en 1952, sin haber publicado un libro y que estaba obsesionado con la muerte, tal como lo recordaba Jorge Calvetti: “Era un poseso de la muerte. Ella le dominó como un demonio. Algunas tardes salía de su habitación como si hubiese estado contemplando sus cenizas”.
Exhumar La muerte y su traje, de Santiago Dabove puede ser la oportunidad de leer o releer una serie de cuentos, poemas y reflexiones donde la muerte, lo fantástico y el humor se entrecruzan para renovar la literatura argentina de los 40 y lanzar sus interrogantes hasta nuestros días.

lunes, junio 15, 2015

Un señor del siglo XVIII se pone celoso (Santiago Dabove)

Mi mujer era una belleza, es decir, una atracción máxima. Ya tuve en las fiestas que celebrábamos el tono y preludio de lo que ella debía de ser en las alcobas extramatrimoniales... Pendulaba sus ojos de rostro en
rostro, de bigote en bigotito, como aprobando el amor poliándrico. Comprendo que una mujer así no debía
ser de uno solo, pero... me chocaba que a mi gónada, se añadieran tantos pisaverdes, con sacos como batitas, pantalones planchados filosos, bigotitos peluquería, pañuelitos fruncidos como flores, gominas y otros encantos.
A pesar de ser, en principio, un feroz individualista, me parece tremendo tener que suprimir una mujer bella,
aun cuando ya no sea mi esposa en el corazón; pues una mujer bella es la que posibilita el engendramiento de los bien formados, únicos dignos de ser vistos, junto con los inteligentes y morales.
Por eso, y por sentimiento y caridad cristianos, dudé mucho antes de hacer aserrar la hoja de un florete francés que tenía, y ponerle, en substitución, una aguja de acero finísima. Me engañaba a mí mismo pensando que, si se la introducía en el pecho, su corazón apasionado era el culpable moviéndose.
En mi casa, todos los espejos, cristales, vidrios, estanques del jardín y azulejos del baño, reflejaban a mi mujer, y ella se complacía en esto, pues en el fondo era un Adonis, que amándose a sí mismo, amaba el amor y no los hombres y las mujeres.
Un día abordé al amante principal de toda la cohorte de amantes, que era como una especie de jefe de oficina erótica que andaba detrás de mi mujer.
—Ud. conoce a mi mujer más que todos los azulejos de su baño...
—Señor...
—Ud. conoce la geometría, o más bien la “carnimetría” de mi mujer, sus medidas planas y de espacio. Porque el ancho y largo se aprecian con la vista, pero como Ud. ha palpado... y el tacto según los entendidos es lo único que da el sentido de la profundidad, de la tercera dimensión...
—Señor...
—Usted sabe que cuando ella, sin ropa, se mueve en el espacio, provoca muy interesantes efectos de luz. ¡Usted es un Cézanne de mi mujer!
—Señor, nada entiendo de pintura, ni de escultura.
—Pero, si sólo fuera su pintor, no me importaría. Usted es también su escultor. Trabaja en una estatua blanda, sin ser capaz de hacer y crear un falangín o un meñique, como no sea trabajando por su culpa para la especie. Reciba tranquilo la cachetada que se merece desde el principio de los tiempos, cuando no habia Smith y Wetsson.
Fue un día muy esperado y emocionado, ese del regreso de una de las fiestas suyas, y ella no sospechaba
que fuera el día en que el alfiler clava la mariposa... Llegó, al fin, y después de mucha toilette se metió en la cama.
Durmióse con la sonrisa inocente de la mujer de todos. Me aproximé con el alfiler que tenía el mango de florete francés; ése, con el ∞ que volcado es también el símbolo del infinito en matemáticas. Lo levanté sobre el pecho... pensando en las oscilaciones del infinito, cuando el corazón sorprendido moviera el ∞ de la aguja. Pero, no sé si por desgracia o felicidad, el efecto de la droga que había tomado para darme ánimo me paralizó el brazo.
...Ensueño... la vida es mágica por sus luces, sombras, sonidos, olores... y la muerte espera quizá enternecida por un vago renacimiento, sueño de opio sin mañana...
La vejez de un Adonis es lo grave; perder formas y morbidez ante el espejo, acordeonarse ante el espejo.
Basta con eso, no se precisan alfileres ni estoques... 
Pero, ella murió sin duda apurada por la velocidad de un corazón demasiado amoroso. Yo creo que se buscaba a sí misma, con dicha, con prisa, y hasta palpándose por miedo de que se agotara una forma tan perfecta. 
Pero, desde que murió mi inquietud fue mayor.
Ahora la veo en cada espejo, en cada azulejo o cristal, en todo lo que refleja; desnuda y victoriosa, en el índice forrado con un dedo de guante, sosteniendo en una suerte de malabarismo bufonesco y familiar, una aguja terminada en mango de florete francés.
Victoriosa, la desearía de nuevo viva, y aun con todos los amantes colgados en su pedestal, arañando en vano por subir.

Dabove, Santiago. La muerte y su traje, Buenos Aires, Las cuarenta, 2015, pp. 176-179.
 

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