Como escribía en un post anterior, muy poca es la información que se puede encontrar en la web (pero también fuera de esta) sobre el escritor Marcelo Fox (más allá de algunas menciones esporádicas en entrevistas a Laiseca y Fogwill, que se cansaron de recomendar
Invitación a la masacre pero que poco ampliaron sobre su autor o sobre la obra recomendada).
Sin embargo, en un recorrido por algunas páginas como el blog
Inmaculada decepción, administrado por Hugo Vera Miranda, y la revista
Lafarium, dirigida por Diego Arandojo, se pueden leer tres perfiles que transmiten el halo de excentricidad y misterio que rodeaba al autor de
Invitación a la masacre (1965) y
Señal de fuego (1968). En otro post, compartiré la presentación y el fragmento que Juan Jacobo Bajarlía propuso para su antología
Canto a la destrucción (Ediciones Puma, 1968), en la que recopiló a Fox. Vayan pues estas semblanzas escritas por Yoel Novoa, Bajarlía y Poni Micharvegas para reconstruir al menos lateralmente quién fue Marcelo Fox.
1.
Marcelo Fox como autor está olvidado, sin embargo su Invitación a la masacre cuando aparece por Internet, no baja de los 100 dólares.
Lo conocí como “el gordo Fox” y lo leí cuando Opium lo incluía en sus ediciones. Creo que jamás crucé una palabra con él, pero éramos ingredientes de una misma sopa: nos convocaba el Di Tella, el viejo bar “Moderno” y las fiestas que por mediados de los sesenta sucedían en Buenos Aires y sus alrededores, donde casi mágicamente aparecíamos los mismos, la mayoría de las veces sin ser invitados y éramos recibidos como dioses. Esas “fiestas” fueron únicas. Viajando nunca vi algo semejante y cuando volví en el 78, todo eso había muerto.
Fox era un gordo abotargado, grandote, marítimo, que plantaba su presencia como un Buda indiferente. La mayoría de la fauna artística de entonces, decía de él: “Es un nazi de mierda”. Cuando le preguntaron a los de Opium porqué lo publicaban (Opium, una revista postulada anarquista), contestaron “Porque escribe bien”.
Con el pasar del tiempo Fox era cada día más grande y gordo. Se sabía que biológicamente era prácticamente un niño, no sé si habría superado los 20 mientras se inflaba majestuosamente.
Prácticamente nadie le daba pelota. Ese prestigio lo obtuvo luego que Falbo Editores publicara Invitación a la masacre. Pero Fox no se inmutaba, asistía a los lugares del celo y se mostraba.
Si Fox hubiera publicado su libro luego de la experiencia del “Proceso de Reorganización Nacional” en Argentina, el libro hubiera tenido otro peso que el que tuvo. Pero cuando lo publicó, siquiera existían los montoneros.
No soy el indicado para descifrar los vericuetos mentales de Fox, no lo conocí, siempre lo vi de afuera. O sea, todos los que nos veíamos y meneábamos en aquellas fiestas, éramos actores y público, y Fox también, creo, debió llevarse una imagen mía similar.
Durante aquellos días, Fox empezó a aparecer de la mano con una mujer, La Negra, una doctora en letras, artista plástica de la puta madre y hermosa como una pantera. La Negra había sido mujer de Massotta y luego de un período lesbiano se interesó sexualmente por los marginales masculinos. Ahí recaló en Fox.
Entonces Fox adelgazó. Esa mole centenaria en kilos, se convirtió en un esbelto adolescente abrazado a una de las mujeres más importantes de aquella época. Luego las imágenes se esfuman y un día: “¡Fox se mató!”. “¿Cómo?”. “Se suicidó”... No sé si cuando Fox concretó esa maniobra, tendría 22 o 23 años...
2.
En la primera carta que Antonin Artaud envío desde Rodez, el 17 de setiembre de 1945, aquél consignaba ya su repulsa por este mundo ordenado por el terror. Rimbaud, mucho antes, en su carta a Paul Demeny, de 1871, también arremetía contra el orden que impedía la creación poética. Marcelo Fox siguió estas huellas. Creyó en la destrucción para restablecer el reinado del amor y la justicia. O como dirá en Invitación a la masacre (1965), su primer libro: “Buscamos la Esencialidad a través de la destrucción”, esta significación aparecerá después en uno de los aforismos de su Señal de fuego (1968): “Un nuevo orden para sembrar el Desorden; inaugurar las fiestas de la Resurrección”.
En 1967 vino a verme. No nos conocíamos. Marcelo Fox, alto, cara redonda, ojos castaños y el cabello en desorden, sólo hablaba de los estómagos. De las luces que se encienden ante la insipidez y la medianía... Su voz profética, impregnada de lecturas ocultistas, veía el aniquilamiento como ley para instaurar el futuro. El orden mágico para diluir las viejas sombras. El rumor enmohecido de las constelaciones.
Cuando lo antologué en Canto a la destrucción (1968), dije de su peculiar manera de sentir el aniquilamiento: “Este concepto, unido al del amor por los hombres, lo desarrolla Marcelo Fox en Invitación a la masacre. Anuncia la destrucción total. El aniquilamiento que ha de sobrevenir cuando el amor sólo sea una palabra vacía, gastada por el tiempo”.
Poco después una voz no identificada, algún amigo extraterrestre que emergía de las tinieblas, obcecado en no dar su nombre, me dijo telefónicamente: “No lo espere a Marcelo. Se arrojó a las vías del tren”.
3.
Martín “Poni” Micharvegas, colaborador de la revista Opium, nos describe con lujo de detalles a Fox: “Si miro hacia atrás, han pasado 50 anios desde que ‘conosí’ a Marcelo Fox. Hacia 1963, como el resto de muchos muchachos curiosos, un sanfernandino como yo, merodeaba el Centro y sus bares. Acababa mi carrera de médico y quería darle manija a otra inquietud constante que me acompaniaba fiel como mi sombra: la escritura y la poesía. Recorría, por entonces, el Coto Grande, el Paulista, el Estaño, el Ramos, el La Paz y el Moderno, el de la caye Maipú (como aprendí luego en Madrid, en esos cafés se reunía ‘lo mejor de cada familia’!).
Ibas aprendiendo de quién era quién, separando el grano de la paja. Fichábamos y nos fichaban. Mi resiente título de galeno me dio pronto un lugar entre los “taitas pesados”, ya que —quien más, quien menos— necesitaba urgente algún tipo de receta para “subir” o “bajar” o hacerse con un buen antibiótico o polvos DDT, que les curase en un pif-paf las tristes purgasiones. Se garchaba mucho y se era garchado un montón! Me abrían cancha. Y el “artista” que uno creía ser se iba consolidando en base a prescripsiones, duchas, comprimidos, intensiones y espolvoreos terapéuticos. Como supe ser discreto, los/las amigas / amigas venían confiados y segurosd.
A Fox lo asosio siempre a ‘El Poeta’ (como le yamábamos a Reynaldo Mariani, a quien le gustaba escribir su apeyido en minúsculas: mariani). Sobrino del gran cuentista, Roberto Mariani poseía un fuerte perfil bohemio meresidísimo y justificado. Mariani era un frecuentador de la ‘malaria’ (no la enfermedad, sino ese pegoteo maléfico del cual ningún portenio que se presie escapa sin esjuerzos!): nada sale bien, no se pega un buen golpe ni por putas, no salen ni ventas ni negocios y paresiera que todas las pestes humanas se metieran con uno!). Fox era un tipo alto, uno ochentaicinco-uno noventa por lo menos, gordo (y, por periodos, increíblemente flaco o enflaquesido!), fofo y desaliniado, con pelo revuelto y anteojos de culo de lábil, frágil, débil. Esa era la imponente imagen que emanaba de él, sin que se preocupara por presentarse o modificarla de otro modo. Yevaba un halo: era considerado por todos un furibundo ‘nazi’ y no se sabía bien qué hasía en aqueyos ambientes progres, revulsivos, revolusionarios. Ya estamos pisando 1966 y los milicos se aprestan a instalar una nueva dictadura leporina! Marcelo andaba con un cuaderno, que mostraba como al descuido, yeno de esvásticas que él mismo dibujaba y hacia en vós baja gala de que Mein kampf era su libro de cabecera. Todos lo tomaban como un grandulón insolente y provocador, quien quería ‘asustar’ a la plebe con su fantaseo de un ‘mundo mejor, justisiero y limpio de judíos’. Como no habían perdido vigencia las ‘boutades’ ni los ‘pú epatér les buryóis’, y dada y el surrealismo eran objetivos fuertes a alcanzar y la ‘revoluta cultural’ yanqui estaba en marcha y apogeo con sus contestatarios saboteadores y el movimiento jipi, porqué no iba a soportarse a ese ‘Gordo’ seboso que quién te dirá si no tiene razón y talento? Se chismorreaba mucho sobre su obra teatral Las Monjitas Sangrientas, de la que jamás vi representación o edisión en libro alguna. No podemos asignarle a Marcelo Fox que, viviendo en la pampa asfaltada como vivíamos y en la siudá con puerto inmenso y brutal amnesia derivada, tuviéramos los pies en esos boliches ruidosos y las cabesitas, ya en Francia, Inca-La-Perra o los EEUU! También los jerarcas de las FFAA eran, como él, germanófilos al mango y nadie andaba a los gorrasos con ellos por esa afiliasión perversa! Venía de una familia de clase media adinerada (aunque algunos le vincularan a viejos ministros de gobiernos pasados y, por su padre, a la fabricación de asensores que subíbajaban la siudá con ese mismo logotipo: Fox). Guita en los bolsiyos, no le faltaba. Y era magnánimo e invitador, aunque Mariani fuera uno de su ‘clientes’ habituales y, charlando sobre la importancia de esto o de lo otro, El Poeta se garantizaba su buen sánguche de milanesa con tomate y un vasito de vino, que bien podían ser tres. Fox era abstemio. El ‘malditismo’ como épica, era un tema reiterativo en esos paliques y coinsidían con los alaridos de Pound en aqueya jaula impuesta por sus mismos compatriotas en Italia, así como en la novela negra (la policial y la del Monje Lewis). Pura solidaridad entre solitarios? Podría ser... Fox tenía una madre ciega y muy irritada que impedía que Marcelo resibiera, su habitasión que era un escándalo de abandono y susiedad con libros de autores místicos que se empenió en mostrarme, revistas porno venidas de los fríos pueblos del Norte en correos sertificados, envases de drogas sicotrópicas, analgésicas, jarabes, gotas nasales y colirios que contendrían efedrina o algún derivado de la coca y consumidas como estimulantes: recursos de esos anios esperimentales... Lo de la marca del clavo en la frente como punto inisiático, fue suseso real. Su Maestro Esotérico de entonses y quien le dió el martiyaso, era Jalí, El Sol Negro, adversario inquebrantable en la lucha trasendental y cósmica, del mendosino Silo, quien mesclaba las cartas ideológicas con mucha más eficasia que Jalí, primo segundo por su rama De la Serna, de Ernesto ‘Che’ Guevara. Con respecto a su final trágico, resibí esa versión de su distrasión crónica y el posible olvido de estar crusando un paso a nivel prósimo a la estasión Belgrano del ferrocaril Mitre, por donde entonses vivía ya matrimoniado. Se había casado con una muchacha de nombre Graciela o Gabriela, a quien conosíamos del Bar “Los Estudiantes” (Avenida Córdoba, serca de las Facultad de Medicina, del Hospital Clínico y de la de Economía...) y tuvieron un par de ninios. O sea: que no se si aqueya muchacha simpática pero sin mucho atractivo físico para nuestros desencadenados deseos libidinosos, seguirá viva. Tampoco tengo referensias de ningún tipo de sus hijos. La notisia de su ‘suisidio’ cayó como una roca pesada en la barra de bohemios ya trasladados al ‘Bárbaro’, de la caye Reconquista. Fox se habría arrojado a las vías del tren. Otros desconfiaron (El Yeti, Ruy, Quique, La Negra Cuéllar, Yuyo, Rubén, La Flaquita Marité, Duarte, Plank, Mario...) y aseptaron como más que posible la versión del asidente, del tropieso como se dijo sin ironisar, de ese gran talento literario, enfrascado más en si mismo que en la realidad vertiginosa que se yevó por delante”.