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martes, agosto 03, 2021

Se viene Vida, obra y milagros de Marcelo Fox

 

Esta es la historia de un hombre llamado Marcelo Fox. Pocos lo han recordado, muchos lo sumieron en el olvido. Sin embargo, su escritura permanece. 

Las anécdotas alrededor suyo proliferan. En los revoltosos sesenta de la Manzana Loca, hay quienes lo recuerdan gritando “¡soy nazi, soy comunista!”; hay quienes lo vieron cruzando la avenida 9 de Julio a ciegas, tentando a la suerte; hay quienes no olvidan sus dos libros únicos e irrepetibles: Invitación a la masacre, de 1965 y Señal de fuego, de 1968. 

Y si el resto es literatura, este libro pronto a publicarse por Borde Perdido editora y escrito en secreto pacto entre Matías H. Raia y Agustín Conde De Boeck resulta un homenaje al escritor maldito de la literatura argentina. Esto es Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, una biografía fantasmal.

Para sumarte a la preventa promocional, hacé click acá (estará vigente hasta mediados de agosto de 2021). Luego, enviá un mail a bordeperdidoeditora@gmail.com para coordinar la entrega!

lunes, julio 20, 2020

Laiseca en el Moderno, 1968

El vínculo inicial (¿iniciático?) entre Alberto Laiseca, su llegada a Buenos Aires hacia 1966, y el bar Moderno todavía conserva aristas por descubrir. Ubicado en Maipú 918, entre Paraguay y Charcas, el bar mítico de la Manzana Loca aparece mencionado o a través de algunos de sus habitúes en varias novelas del conde.
Por ejemplo, encontramos mencionado el bar en algún relato de Gracias Chanchúbelo y en Por favor, pláguienme. También, es posible cruzarse ficcionalmente con Marcelo Fox (El jardín de las máquinas parlantes, Los sorias y otras menciones menores en varias obras), mariani (Los sorias), Sergio Mulet (Las aventuras de un novelista atonal), y Horacio "Pepe" Romeu (Matando enanos a garrotazos), entre otros a descubrir. Es como si los recuerdos y las experiencias de Laiseca en el Moderno se entrelazaran en filigrana con sus relatos...
También Laiseca ha sabido mencionar el bar Moderno en varias entrevistas como un lugar central para su contacto juvenil con el campo cultural porteño. De dichas menciones da cuenta la valiosa entrada, "Moderno", del "Abecedario Laiseca", armado por Guido Herzovich, para la revista El Ansia, n. 1 (2013):

MODERNO. “Estaba de peón cuando vi un barbudo de pelo largo. ‘Debe ser un intelectual’, pensé. Y le hablé: ‘Mirá… vengo de afuera, recién estoy en Buenos Aires, ¿no hay algún lugar donde se reúnan escritores?’. Y curiosamente el tipo no se me rió y me contestó: ‘Sí, hay un lugar donde se reúnen pintores, escritores, poetas, es el Bar Moderno, que queda en la calle Maipú al 800 y pico’. Y ahí fui, empecé a conocer gente, leía mis cosas, mis manuscritos. (…) El Moderno me cambió la vida a mí. No existe más, pobrecito: qué desgracia” (Entrevista de Gabriela Cabezón Cámara, Ñ, 20/5/2011). El Moderno quedaba en realidad en el 918 de Maipú, cerca de Paraguay. Corría el 66: Laiseca tenía veinticinco años. Además de la fauna variada del Di Tella —que estaba a la vuelta—, lo frecuentaban los integrantes del grupo Opium (Sergio Mulet, Reynaldo Mariani, Ruy Rodríguez), “beatniks argentinos”, amigos del también habitué Néstor Sánchez. “Nos conocimos en revistas, en bares, en confusas reuniones a las tres de la mañana. Nos conocimos orinando en baños donde leímos que Perón o Tarzán nos salvarían; nos miramos a los ojos y sonreímos: ninguno quería ser salvado”, informaba el primer panfleto de Opium. Entre los compañeros de mesa del Moderno, el que retorna con más regularidad en los relatos de Lai es Marcelo Fox: hijo de una familia bien, maldito vocacional, suicida a los treintitantos —decapitado por un tren—, escribió un par de libros inhallables que, según Lai, su familia quiere conservar así. “No quieren que se sepa que el hijo era un monstruo”. Monstruosidad de época que a Lai no le fue del todo ajena: vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver sin cabeza. Esas charlas de café tal vez sean un elemento importante en la genealogía del delirio laisequiano, que se entroncaría así, en una tangente inesperada respecto de sus referencias explícitas, con lo más moderno de la escena estética del medio siglo: el seudo-surrealismo local, las pandillas de Aldo Pellegrini (a quien Darío Canton dice haber visto en el Moderno), el conceptualismo y el arte de los medios, los inicios del rock argentino. (Herzovich, Guido. “Abecedario Laiseca”, en El Ansia, n. 1, 2013)

En fin, baste rememorar algunas notas de ese íntimo vinculo entre Alberto Laiseca y el bar Moderno. Me gusta seguir buscando otros ejes de lectura en su obra, que se corran lateralmente del "realismo delirante" y que abran la puerta a los cruces entre vida y obra, biografía y literatura.
De yapa, dos fotos de 1968 que vienen circulando hace un tiempo en Facebook (gracias a Marcelo Sztrum y a Víctor Kesselman). En estas, Laiseca comparte mesa con miembros de la obra La Orestiada (una obra a la que, más vale tarde que nunca, le dedicaré un post) pero también con mariani y con Alejandro Medina (de Manal), entre otros. Como FB, esa red social vetusta, no tiene ninguna amabilidad para el archivo, aquí van para que puedan encontrarse y disfrutarse:


FOTO 1: Laiseca en el Moderno, 1968


Desde el centro hacia la izquierda: Graciela Dellepiane Rawson, Víctor Kesselman, Alfredo Slavutzky, Horacio "Pepe" Romeu, Marcelo Sztrum, Alberto Laiseca, Rubén de León. Alejandro Medina, Jorge Centofanti. Bar Moderno, 1968. Foto tomada por ¿?


FOTO 2: Laiseca en el Moderno, 1968


Desde la izquierda: Alfredo Slavutzky, Horacio "Pepe" Romeu, Marcelo Sztrum, Alberto Laiseca, Rubén de León, reynaldo mariani, Alejandro Medina, Jorge Centofanti, Graciela Dellepiane Rawson. Bar Moderno, 1968. Foto tomada por Víctor Kesselman.

viernes, julio 10, 2020

Conversación sobre Marcelo Fox en Un mundo feliz

Estuvimos conversando con Sebastián de Caro, conductor del programa de radio "Un mundo feliz", sobre Marcelo Fox, su rastro y sus libros inconseguibles. Pueden escucharlo acá:

jueves, mayo 21, 2020

Las carcajadas de Marcelo Fox

Mi investigación alrededor de Fox, autor de Invitación a la masacre (1965) y Señal de fuego (1968), tuvo su primera condensación en un tríptico de ensayos publicados en la revista Invisibles, entre diciembre de 2018 y octubre de 2019. ¿Por qué leer a Fox? ¿En qué época, en qué ciudad, en qué constelación de textos y autores escribía? ¿Cuál es la historia detrás de este fantasma oscuro y burlón?, fueron algunos de los interrogantes que me movilizaron. 
Hojear o leer Invitación... es una experiencia movilizante, sea por el rechazo o por la fascinación que sus páginas generan. Acercarse a un libro tan extraño como Señal de fuego, con sus aforismos y esvásticas rojas es sentir una piedra molesta en el zapato, es adivinar el sentido de un monolito poético. 
En este post, recopilo ese tríptico que comienza con un ensayo general sobre la figura de Fox, continúa con una lectura de Invitación a la masacre y finaliza con una inmersión literaria-esotérica en Señal de fuego y la muerte del joven escritor. Lo hago para que se puede leer en continuidad, porque estos tres ensayos forman una primera condensación, un primer preparado alquímico para invocar al fantasma foxiano que siga dando sus carcajadas en la noche de esta Gran Llanura de los Chistes.

Primer ensayo: "Marcelo Fox, un muerto punk"


A principios de los años 60, Marcelo Fox, quien se presentaba como “Emperador secreto del mundo”, fue un escritor inclasificable de la vanguardia artística porteña. Habitué del Moderno, integrante lateral del grupo Opium, autor de poemas en revistas contraculturales, tenía el íntimo deseo de “espantar al burgués”.


Segundo ensayo: "Marcelo Fox, lector de Lautréamont"

En esta segunda entrega sobre el escritor argentino Marcelo Fox, que gravitó en la escena porteña a mediados de los años 60 con su intensa vocación de espantar al burgués, analizamos la influencia que tuvo la literatura de Lautréamont en la vida y obra del autor de Invitación a la masacre, y los escritores de su generación.


Tercer ensayo: "Una cruz para Marcelo Fox"


En esta última parte de la investigación sobre el escritor Marcelo Fox, analizamos el alcance que tuvieron en su libro, Señal de fuego, las ideas en torno al esoterismo y el ocultismo. Estas ideas, atravesadas por el nazismo, le permitieron elaborar en su obra final aforismos de una enorme carga poética y visual, con las que imaginó la destrucción del mundo. A continuación del ensayo, una selección de textos de Señal de fuego.

miércoles, octubre 16, 2019

Una cruz para Marcelo Fox


Este es el cierre de la trilogía de ensayos sobre el escritor oculto, maldito, olvidado Marcelo Fox para la revista Invisibles. Para el final, me dejó fascinar por el segundo libro de Fox, Señal de fuego, publicado en 1968, una aerolito caído en la literatura argentina que nadie parece haber leído o visto. Y sin embargo... Pueden leer el ensayo completo acá.

domingo, abril 14, 2019

Marcelo Fox, lector de Lautréamont


En Invitación a la masacre, cada narración se presenta en primera persona singular: un hombre se confiesa frente a otras personas. ¿Qué confiesa? Ideologías y creencias, crímenes y delirios, revoluciones y traiciones.
Para leer el artículo completo sobre el libro maldito de Marcelo Fox, seguí por acá.

miércoles, enero 02, 2019

Marcelo Fox, un muerto punk


Para leer el ensayo completo sobre Marcelo Fox, autor de Invitación a la masacre, pueden pasar por el número 24 de la Revista Invisibles. Es el primer texto de una serie sobre el enigmático Fox, su vida, su literatura.

martes, agosto 15, 2017

"El fascismo de El Gordo era más bien formal..." (Fox, mariani y Poni) (2)

Va la segunda parte del recuerdo literario que Poni Micharvegas escribió en su libro de 1988. En este fragmento todo se torna mucho más confuso y un tono de malditismo y misticismo envuelve la figura del Gordo hasta llegar a su violento final. Leed y sacad vuestras propias conclusiones.




Marcelo Fox en Dichosos los ojos que te ven (1988), de Poni Micharvegas (segunda parte)

(...)

Tengo mi tesis: en los días previos a su muerte -donde no sería cierto eso de la separación de Juana-, él habría dado en la tecla, más o menos, de su preciada cosa. El fascismo de El Gordo era más bien formal, si esto fuera posible. Algo para cagarle la vida al otro. Ese cuaderno de notas con los dibujos de esvásticas variables era su especie de test de la mancha. Él buscaba realmente un mandala. Da la puta que todos los caminos conducen a Roma.
A Amor, como decía.
Y no era un inexperto. Un coleccionador de avispas, por ejemplo, en ese medio chato, hubiera provocado las mismas risas nerviosas. En su querer ir a fondo, agarraba a patadas, nada sutiles, a los espejos. En alguna parte la verdad absoluta esperaba como un diamante. Todo ese carbón puerco de los días, de los viejos, de los amigos que no amaba eran parte del humus necesario a ser colado. Toda esa vegetabilidad muerta, caída, era el polvo alrededor del sillón de los ciegos.
Cuando la conocí venía de romper su intención de entrar en el partido y, por el natural desarrollo de la velocidad que traía, se pasó automáticamente de rosca. Se hizo facha, nazi, futurista. Esto le duró tanto como el tiempo que tardó en descubrir que el asunto del Mein Kampf también era un “sueño manoseado por todos”. Él era un aristócrata arruinado. Alguien que no soportaba el tufo de los muchos (además de esa mole (dos metros) y esa gordura (120 kilos) que les repelía a todos). Sentía un gran asco por sí mismo y acentuaba sus desgracias somáticas.
Le recordé al Poeta que le había visto en tiempos de ascetismo, bien trajeado, de corbata, tomando té con limón, sin azúcar.
Eran rachas de una especie de misticismo al revés y no un deseo claro de integrarse al rebaño. Entonces balaba mefluidades. Es cierto, se sacaba. Se le evaporaba toda la humedad. Se bañaba todos los días y cepillaba sus dientes. Todo esto de la puerta de casa para afuera. En su pieza seguía coleccionando libreríos exóticos, revistas pornográficas suecas que conseguía a baldes con sólo suscribirse, primeras ediciones inhallables. Nosotros, mal o bien, éramos niños de pecho ante este despliegue de sus relaciones de información. Claro que pasaba duros tiempos masturbándose infatigable con esas paparruchas, ideando sociedades humanas como rulemanes donde resplandecía la criptonita de su brazo azotador e inexpugnable. Mi laburito consistió en arrancarlo de esas pajas de papel fotográfico. Darle calle, sobarlo, marcarle infantería por cuevas y bares. Yo también me convertí en sus sueños en el hijo del Carpintero que lo incitaba a la pesca del hombre real. Me lo gritaba desde una cuadra cada vez que nos separábamos. Creo que esperaba que algún día yo abriera inmensamente los brazos en medio de "La Joyería" y dijera preclaro: "yo soy la luz del mundo!". Ahí siempre le claudiqué. Yo sólo esperaba que me matara el hambre diaria con un bocado caliente. Y él de mí, que le matara el ragú secular de sus desgracias. Así que para mí eso del tren fue mero accidente.

No estaba acostumbrado a deambular por barrios donde hubiese vías, barreras, pasos a nivel, puentes de andén a andén. Y en esos días habría dado en el clavo de su trascendentalismo. Juntos fuimos a ver "Recuerdos del futuro": pistas de aterrizaje en las crestas de los Andes. Al salir, me habló de su gurú: iban a mirar de frente la destellante luz divina. El gurú, para refrendar el pacto, le martilleó la frente con un clavo. Se le veía el pequeño orificio amoratado del Clavo Trascendente. Se rapó. Tomó como un rebautizo el golpe del punzón. Arregló con Juana la tenencia de los 3 pibes. Quemó todo lo sádico literario que tuvo a mano. Apiló los tomos de poetas místicos y se fue a meditar a una casa prestada por un fulano que indisimuladamente se creía René Daumal dentro de la secta, cerca de Belgrano C. No había ni un mueble. Una jarra de vidrio y unos vasos como para beber agua. Y una heladera, donde el fulano le dejaba al Gordo, una olla semanal de una pastina de legumbres de la que comía directamente con una cuchara de madera. Estaba deformado, es cierto. Rapado. Con esos halos violeta alrededor de los ojos. Pero transmitiendo cierta mansedumbre radiante, che.
Y debe haber sido que al salir, cualquier día, a dar una caminata reflexiva, haya cruzado las calles con aquel paso de arco iris de la Nueve de Julio y sin tener en cuenta donde estaba, se haya llevado por delante el tren.
Sí. Fue el segundo vagón de un expreso con el que tropezó. El choque lo despachó hacia un costado, con una pierna de menos. También algo del corto pelo voló con el golpe. El Gordo debe haber agonizado unos breves segundos: un gran animal de tres patas manando sangre a la luz de una mañana común por aquellos barrios.

Micharvegas, Martín “Poni”. Dichosos los ojos que te ven, Madrid, Proletras Latinoamericanas, 1988, pp. 27-33.

lunes, julio 31, 2017

Estrategias para sembrar el bochorno

Este texto fue nuestra humilde contribución a la muestra Déjalo beat en el Museo del libro y de la lengua durante los meses de mayo y junio de 2017. El catálogo completo con hermosas imágenes y textos de Federico Barea, Reynaldo Jiménez y Tamara Kamenszain se puede leer completo acá.


“Espantar al burgués” [Épater le bourgeois] podía ser una consigna ya obsoleta para la década de 1960, inadecuada para un país ubicado en América del Sur. Típico lema vanguardista en los años 20, se entendía cuando un grupo de dadaístas irrumpía en una galería de arte para provocar con sus acciones irrisorias o, incluso, si un tipo pintaba caras alteradas por la geometría y el color para poner en cuestión la percepción y el gusto... Pero la vanguardia había muerto, había entrado al museo y espantar al burgués en Argentina, cuarenta años más tarde, podía pasar por anacronismo o por travesura infantil.
Y sin embargo, en 1962, en una lectura de poesía por la zona oeste de Buenos Aires, recordaba un hombre memorioso: “Se armó un quilombo infernal. Uno de los poetas que invitamos –Marcelo Fox- empezó a gritar, ‘Soy nazi, soy comunista’. Era un tipo que después lo mató un tren”. ¿Quién era ese loco que gritaba esas cosas por ahí? ¿Cómo reaccionaba ante ese gesto desconcertante una sociedad pacata que asistía molesta al nacimiento de la juventud y de la contracultura?
Ese muchacho, Marcelo Fox, formaría parte un año más tarde de la revista Opium. También, si atendemos a la edición de su primer libro, estaría terminando su opera prima, Invitación a la masacre. En aquella lectura en Moreno, donde Fox provocaba con sus polémicos gritos, compartían la noche otros poetas y escritores como Sergio Mulet, Daniel Giribaldi y José Antonio Barzak. Además de escritor, Mulet fue actor y participó de la película Tiro de gracia (1969), basada en una obra propia y bajo la dirección de Ricardo Becher. Murió acuchillado por su mujer en una aldea de Transilvania en 2007. En el caso de Giribaldi siguió escribiendo hasta fines de los 80 y, entre otros, publicó sus Sonetos mugres (1968), como para seguir espantando burgueses, en los que mezcla la clásica estructura poética con el lunfardo y el bajo fondo. Barzak, quien en los 60 participó de la revista El escarabajo de oro, termina su vida tan abruptamente como Fox: muere en un acantilado de Mar del Plata. Ninguno de estos nombres forma parte del canon literario argentino actual, ninguna de sus obras se ha vuelto a reeditar, casi nadie los recuerda... ¿Por qué? Buena pregunta. Tal vez en esta exposición, organizada por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, bajo el título Déjalo beat, se vislumbren algunas respuestas.
La provocación de estos escritores beat argentinos, ese ánimo de nadar a contracorriente de la sociedad argentina, también se lee en la frase recuperada por reynaldo mariani (así, en minúsculas) al final de sus 7 poemas grassificantes (1973): “No sé de qué están hablando pero me declaro en desacuerdo”. No por nada el libro de relatos de mariani, uno de los miembros centrales de Opium, se titulaba 7 historias bochornosas (1968). Esa palabra tan porteña y la idea de sembrar el ‘bochorno’ en la literatura argentina parecían ser premisas de estos jóvenes que se reunían en el Moderno o en otros bares del centro a tomarse la noche en discusiones bohemias y proyectos poético-culturales. En esas mesas de café, también se sentaba el crítico literario y psicoanalista Oscar Masotta, como bien lo cuenta Carlos Correas en La operación Masotta (1991); Graciela Martínez, primera bailarina pop, y el maestro Juan Carlos Paz compartían charlas sobre el Instituto Di Tella; e, incluso, Alberto Laiseca conoció a Marcelo Fox y a Ithacar Jalí bajo los hechizos del alcohol y la nicotina. Ese ecosistema cultural, ese circuito también llamado la Manzana Loca, fue, de algún modo, el campo de maniobras de estos jóvenes que se reunían en bares que luego, daban lugar a revistas como Opium y Sunda pero también Eco contemporáneo, Agua viva, La loca poesía o Airón.
En los últimos años, con la aparición de proyectos editoriales independientes como Paradiso, Caja Negra, La comarca ediciones, Instituto Lucchelli Bonadeo y gracias al valiosísimo trabajo de recuperación de Federico Barea, algunas de estas experiencias literarias pueden volver al público lector y buscarse un lugar en la literatura argentina. Es el caso de Néstor Sánchez, quizás uno de los narradores que más gravita sobre los escritores y escritoras nucleados en los grupos de Opium y Sunda, marcando un modo de escritura guiado por el ritmo del jazz, del tango, de la propia respiración. Su historia, reconstruida por una voz original y sincera en Sobre Sánchez (2012), de Osvaldo Baigorria, expone elementos que atraviesan a los muchachos y muchachas reunidos en esta exposición: bochorno, errancia y experimentación. En este sentido, los escritores beat argentinos eran el lado oscuro, contracultural, de fenómenos como el boom latinoamericano (aún cuando la sombra de Julio Cortázar pareciera proyectarse sobre algunos de ellos). El mismo José Peroni, autor de Cuerito viejo verde (1966), lo sintetizaría en esta notable frase que reclamaba desde el pie de página de la revista Sunda: “No se debería escribir aquello que puede contarse por teléfono”.
Si hacia 1960 ya no era posible ‘espantar al burgués’ como lo deseaban los dadaístas de 1920, aún era posible desde los bares de Buenos Aires, gestar dos o tres revistas efímeras como Opium y Sunda, publicar algunos libros perdidos en los vericuetos del tiempo como El búho en el vitral (1967) o Terrazajaula (1967) y reunirse en el Moderno para proclamar a los cuatro vientos porteños: “Aparecimos alguna vez y somos persistentes, sobrenadamos todas las formas del rechazo, la repelencia y las burlas. Continuamos nuestro peregrinaje, aún no llegamos: probablemente nunca llegaremos…”.

domingo, mayo 28, 2017

"Vos tan nazi y viviendo en pleno Once...?" (Fox, mariani y Poni) (1)

En 1988, el poeta y escritor argentino Martín "Poni" Micharvegas publica Dichosos los ojos que te ven en Madrid. El libro casi no circuló por nuestro país; sin embargo, entre sus páginas, quedaron grabadas algunas imágenes y recuerdos alrededor de la figura de Marcelo Fox, autor de Invitación a la masacre. De esto me enteré tras contactar a Poni vía mail y mantener un intercambio breve pero fructífero sobre Fox. Lamentablemente, Poni falleció el año pasado. En uno de nuestros últimos diálogos, me envió fotografías de ese fragmento en  sus libro Dichosos... en el que evoca a reynaldo mariani (el Poeta), compañero de Fox en Opium, quien a su vez evoca al Gordo y su oscuro brillo. Doble mediación entonces: Micharvegas escribe lo que mariani contaba sobre Fox y lo que él mismo recordaba. Palabras sobre palabras y por debajo los rastros elusivos del autor de Señal de fuego. Va la primera parte del fragmento. 


Marcelo Fox en Dichosos los ojos que te ven (1988), de Poni Micharvegas

Cualquier rescate. Aún el rescate de su confesión de estar ya totalmente jugado (cosa que nadie iba a dudar): su libertad era un anarquismo indeciso. Prefería merodear el mundillo de los frustrados que venden zapatos de mujer y ropa de temporada… Entendía pésimamente lo que pasaba con todo, con nosotros, con Perón, con la Argentina. Una hubiese olvidado todo lo dicho sin consistencia en esa mesa. Una vez más la sesuda realidad se nos negaba. Pasaba a ser alpistecito de sociólogos, historiadores y políticos: los nuevos dueños de la literatura. Pero su relación con El Gordo era mi intriga.
En algún momento aquello tenía que salir a flote. Daríamos vueltas por los morros llenos de bichas nocturnas que se animan en las escaleritas repletas de ocultos especialistas en la transacción. Y habría que recorrer el mundo del Poeta, con putos melenudos de tetitas insinuantes (hechas con silicones - y decía: yo no creo que eso lo consigan a fuerza de hormonas), en sus histerias y costuras de grandes trajes plateados y coronas de oro falso para las festividades de carnaval. Él también, como yo y el resto de los que fuimos, amábamos lo textual -que es infinito- y la posibilidad profética de entrar alguna vez a la temida trastienda del mundo donde se juegan a los dadas o cartas nuestros destinos. El Poeta esquiceu. Su rescate saludable del cuerpo duró hasta que apoyamos los codos en la dega. Quise hacer abrir una lata de sardinas, pero el Poeta volvió con su vieja palma a golpearse suavemente el mítico hígado. El Poeta bebeu. Un largo trago por su gaznate afónico. Todo el teclado golpeado del mundo. Oh, Jim Ellis, dónde quedó Bird? (el boxeador, lógico, con sus problemitas de isquemia cerebral, no supo qué responder. Solo ensayó un juego de cintura en el cual ninguno de nosotros creyó). De allí, pasamos a un “restaurante baratito de la esquina”. Eran las tres de la tarde en la subida sucia de una calle perpendicular al mar. Hastiados de los días nublados, de las lloviznas de tizne y poeira. Daríamos sentados, una gran vuelta por nombres y recuerdos, sobre kilómetros de olvidos y malos recuerdos, antes de llegar al punto en que hablásemos de El Gordo. Vuelos sobre recuerdos y malos recuerdos: una nueva manía. El Poeta quería decirnos que El Gordo había sido un bebé bello. En el montón quedaban: la fractura del fémur del Yeti y la pálida de la cortada de huevos de Isidro.
Tengo que decírtelo antes de comer. Después podría hacerte mal. I. en el baño de la casa, con una navaja en la mano, agarrando la bolsa por la raíz, pegando el tajo, soltando el alarido.
Pensándolo bien es coherente.
Salvó la vida, parece.
Sus testículos llevados envueltos en una toalla de cara hasta la sala de guardia. La hemorragia a los largo de las piernas, inundando con sus coágulos los mocasines vencidos. Algo más que Vincent.
Algo más lejos que un amor insospechado por una cuñada viúva.
El secuestro de Miguel Ángel, el tiroteo en Mendoza donde caería Paco, la desaparición de Haroldo por manos enmascarados.
Toda una gran vuelta de ronda apocopándose, sintagmáticamente. Quedarías afuera de toda esperanza. Poeta. En tu reloj la hora caía misericordiosa. El tiempo nuestro rebotaba en la tela de tus jeans. Ahora tendremos que mirar hacia adelante donde estaba tu escudilla reasegurada, sujeta con una cadena que en los ratos libres nos colgaríamos al cuello con otras chucherías.

Por lo cual El Gordo no dejaba de brillar, al fondo de su recuerdo, como un lindo mozalbete.
Cómo es eso de cuando uno cree ser y termina siendo lo opuesto a lo que creía? Al Gordo lo deformaron.
Lo conoció en el bar Coto Chico. El Gordo andaba con sus primeros versos mostrables en el bolsillo, con su aire de pavo descomunal (sus anteojos de culo de botella cayéndoseles permanentemente hacia la punta de la nariz), sudado y sucio, hablando de su obra de teatro con monjitas sangrientas. El Poeta se conmovió ante este chico foto lleno de tanta gracia y capaz de despertar tanto repudio. Confesó que lo llevó a la casa:
Y le di de comer y beber como en el Viejo Testamento.
Arriba y abajo, charlando proyectos para impulsar al abismo el féretro con ruedas de la literatura nacional. La hora en que abrían los mitos, narcisos y heroísmos. La hora de las Lauras. Los días de las Tres Marías. De aquel asunto mal fraguado y peor realizado del prostíbulo de hombres con la mayordomía de la Negra Castigadora, la fabulosa ninfa spilimberguiana.
El comienzo de los 60 (mientras el escorpión centelleaba en el cielo con su cola en signo de interrogación). Se iba hacia la escritura que lo contendría todo: disquisición, fanatismo. La hora de la sinceridad rayana en el espanto (juego de la verdad escrita). Tiempo de romper los moldes de la nada. Periodo lleno de declaraciones, de manifiestos, de editoriales para 150 lectores: conferencias hasta el amanecer. De aquel entonces el Poeta conserva resabios en el habla solemne: el uso de arcaísmos. Un detalle fugaz que no le importa en su raíz a nadie. Un retrato de la lengua del poeta ejercitada en la penumbra del balbuceo surreal. Y su odio al barrio.
Pero yo quería saber cómo vivía él. En qué casa? Con qué gente?
Supo por sus cuentos que la Vieja era ciega y que obligaba al Viejo y a él a hacer de la casa un claustro donde no entrara nadie.
Típica familia clase alta decadente: un bisabuelo ministro, un abuelo senador, un padre lleno de ideas que no daba pie con bola en ningún negocio.
Nadie tiene que entrar en esta casa!, dando bastonazos a troche y moche por costillas fantasmales. Orden cerrado con cuerpos a tierra por la violencia de la ciega, repartiendo como un molinete turbo, mandobles a rolete.
Yo tenía mi enigma y quería colaborar en el destronamiento de aquella bruja. Así que forcé al Gordo a llevarme a su casa, un piso grande, roñoso, en Junín y Ayacucho, en pleno gueto. “Vos tan nazi y viviendo en pleno Once, cómo puede ser, Herr Goebels?” Como no tenía respuesta (él también como Martí, y en las antípodas, se sentía vivir en “las entrañas del monstruo”) entrar en su mundo fue más que fascinante. Un salón de aquellos con bustos de mármol caídas de sus peanas y con una alfombra de polvo de cuarenta años de sedimentación. Allí, al trono de la ciega, no entraría nadie. Poder pispiar desde la puerta. Estar casi al alcance de su pelo justiciero (y ella, sentir con ese otro tacto de los ciegos, mi presencia), y El Gordo mintiéndole diciendo que allí estaba él solo. Él solo.
Él solo.
El Poeta reconoció que el asunto del suicidio del Gordo era algo improbable.
Lo que pasa es que nunca salió de los barrios del centro. Tenía su ruletita rusa: cruzar la Nueve de Julio, por ejemplo, sin detenerse, con los ojos fijos, como un ciego, justamente. Me agarraba la cabeza cuando veía los filetes que le hacían los autos. Y El Gordo, inconmensurable, con su mole pesada (elefante unos días, hipopótamo otros) siguiendo adelante con sus trancas de aurora. (...)

Micharvegas, Martín "Poni". Dichosos los ojos que te ven, Madrid, Proletras Latinoamericanas, 1988, pp. 27-30.

miércoles, febrero 22, 2017

Señal de fuego (Marcelo Fox) (selección 2)


En 1968, Marcelo Fox publica Señal de fuego, por un sello efímero llamado Yelpo editor. En el colofón del libro de tapas color madera se lee: 
Se terminó de imprimir el dos de junio de mil novecientos sesenta y ocho, en los talleres gráficos "FOX". Buenos Aires, Argentina. 
Estuvo al cuidado de su autor, natural de Occidente, América. 
Fueron tirados unos pocos ejemplares.
Supuestamente el libro no se vendía; el mismo Fox se lo regalaba a amigos y conocidos.
Continúo con una segunda selección de Señal de fuego, aforismos escritos al calor de las llamas.

Señal de fuego (selección - Parte 2) (Marcelo Fox)

Quiero arar en el infinito mi propia parcela infinita.

***

El conocimiento último. Saber que todo es vacío colgando del vacío. Plenitud colgando de la plenitud. Plenitud y vacío que son aire, llamas, vegetales, objetos, dialécticas, dioses, ramificaciones momentáneas, eternidades efímeras, concretas, huecas, rastros del sol para los ojos de los peregrinos de lo absoluto, alimentos cotidianos, rejas, para los otros, los que duermen.
Saber que las palabras, aun las más altas, son espejos ariscos, capaces, en manos inexpertas, de inocular con sus juegos el sueño, hasta el sueño más profundo, el soñar que se está despierto.

***

Pensamientos como piedras incendiadas para arrojas en las aguas del leteo cotidiano.

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El santo deseo de destruir, de hacer hogueras de libros, de empezar todo de nuevo a partir de ciertas verdades fundamentales.

***

Dicen que hay ciudades, laberintos, risas, pájaros, niños, cielos, medallas al mérito, fosforecencias, divertidas charadas, arquitectos eficaces. Yo sólo veo un desierto opaco, yo sólo veo restos de antiguos naufragios y dioses estrangulados, estatuas que se agitan vanamente tratando de atrapar el viento, alguna que otra hoguera clandestina que se diluye al poco tiempo de encenderse, bajo la lógica uniforme de lo gris.

***

Lenguaje, traición servicial.

***

El desastre, el juego de locos, comienza cuando los hombres renuncian a ser sabios y se proclaman amigos de la sabiduría. Cuando arrojan el fuego de sus cráneos para alucinarse con vislumbres efímeras y cavernas oscuras.

***

El cráneo, templo natural del fuego.

***

Yo, resumen del Todo. Instrospección, salto hacia las raíces del ser. Metapsíquica = Metafísica.

***

La lucha, el cambio, el devenir, nivel del Logos. La paz, la permanencia, la eternidad, nivel del Ser.

Fox, Marcelo (1968). Señal de fuego (selección), Buenos Aires, Yelpo editor.

sábado, enero 14, 2017

Mutilación / Adiós, gracias por todo (Marcelo Fox)

Este relato de Marcelo Fox fue publicado en la revista Opium, n° 4, en 1965 y, hace unos meses, recuperado en la genial antología preparada por Federico Barea, Argentina beat (Caja negra, 2016). Su título es "Mutilación". 
Ahora bien, el relato también puede encontrarse en el sitio web del psicólogo Alfredo Moffatt bajo el nombre de "Adiós, gracias por todo" (es la versión que copio más abajo). Moffatt conoció a Fox en uno de los bares de la Manzana Loca y este le regaló una copia del cuento con otro título distinto al publicado en Opium. Dato simplemente curioso.
Se trata de un relato breve, intenso y violento, como casi todo lo que Fox escribió, donde el cuerpo del protagonista se pone en riesgo a través de la palabra autorizada. Léanlo y me cuentan.

Mutilación / Adiós, gracias por todo (Marcelo Fox)

Me corté los labios al afeitarme. La sangre salía. Era dulce. Me gustaba. Después traté que la pequeña herida se cerrara. No lo conseguía. Dormí con un esparadrapo sobre la boca. A la madrugada desperté. La almohada estaba manchada de rojo. Las sábanas. El piso. Miré un espejo. Por la mejilla izquierda se extendían gránulos escarlatas.
Un día u otro habría tenido que suceder. Me lo habían avisado. Una cuestión genética hereditaria, dijeron. Fui al médico.
―Por el momento la única forma de salvación es que le amputemos la cabeza.
―Pero doctor...
―No se preocupe. La ciencia avanza. El cerebro, los ojos y demás centros vitales le serán transplantados a la cavidad abdominal.
Ahora salgo, aunque nada más que de noche, cuando las gentes tienen menos oportunidad de distinguir que sobre mis hombros hay solamente un mazacote de yeso reproduciendo rasgos humanos. Desprendiéndome la camisa puedo ver. Me alimento por el ombligo.
Logro articular sonidos mediante un aparato injertado un poco más arriba. Con algo por el estilo, oigo.
Adaptarse. Resignarse. Una psicóloga me ayuda a ello.
La cosa volvió a comenzar por un pie y una mano del mismo lado. Del mismo lado izquierdo.
Seguir amputando. No veo, no hay otra salida...
―Pero doctor…
―Cálmese hombre, cálmese, considero que el problema técnico de amputar cuatro extremidades es mucho más simple que el de separar una cabeza del tronco y trasladar los órganos de los sentidos a...
―Comprendo, quiero comprender. Está bien... Lo que no entiendo es por qué las cuatro extremidades deben de ser...
―Bueno... Es que total tarde o temprano ... En fin…Usted sabe como son las cosas..
Perdóneme pero hay otros pacientes que... Venga, salga por la puerta trasera.
Casi inmóvil. En un rincón. La psicóloga me habla de los fines de la humanidad, de las consecuencias siempre funestas del pesimismo. Me lee también a Parménides. Y me lo interpreta. Si el ser está inmóvil y el movimiento es mera apariencia, para que preocuparme de inmovilidad. Los habla oído nombrar a Freud, Marx, Hegel, San Lactancia, Nietzche, antes de decidirme por Parménides como más conveniente para mi caso
Lo único que lamento es no poder masturbarme. A veces trato de refregar el miembro contra las paredes. Solo consigo laceraciones. Me pedí que me castraran. Lo hicieron
―Discúlpeme que les cause tantas molestias, es que...
―No. No se preocupe. Nosotros estamos aquí para ayudarlo.
He acabado siendo un cerebro que flota en un líquido de no se qué color. Solo quedan conectados con el exterior mis centros auditivos. Oigo una voz que repite los evangelios. Hablan de la fatuidad del mundo y la carne y de reinos infinitos.
Trato. Debo de estar contento. Se ocupan de mí hasta el fin. En el lóbulo occipital ya empiezo a sentir los síntomas conocidos. Adiós. Gracias por todo.

miércoles, septiembre 28, 2016

¿Quién conoce a Marcelo Fox? Tres perfiles

Como escribía en un post anterior, muy poca es la información que se puede encontrar en la web (pero también fuera de esta) sobre el escritor Marcelo Fox (más allá de algunas menciones esporádicas en entrevistas a Laiseca y Fogwill, que se cansaron de recomendar Invitación a la masacre pero que poco ampliaron sobre su autor o sobre la obra recomendada). 
Sin embargo, en un recorrido por algunas páginas como el blog Inmaculada decepción, administrado por Hugo Vera Miranda, y la revista Lafarium, dirigida por Diego Arandojo, se pueden leer tres perfiles que transmiten el halo de excentricidad y misterio que rodeaba al autor de Invitación a la masacre (1965) y Señal de fuego (1968). En otro post, compartiré la presentación y el fragmento que Juan Jacobo Bajarlía propuso para su antología Canto a la destrucción (Ediciones Puma, 1968), en la que recopiló a Fox. Vayan pues estas semblanzas escritas por Yoel Novoa, Bajarlía y Poni Micharvegas para reconstruir al menos lateralmente quién fue Marcelo Fox.

1.



Marcelo Fox como autor está olvidado, sin embargo su Invitación a la masacre cuando aparece por Internet, no baja de los 100 dólares.
Lo conocí como “el gordo Fox” y lo leí cuando Opium lo incluía en sus ediciones. Creo que jamás crucé una palabra con él, pero éramos ingredientes de una misma sopa: nos convocaba el Di Tella, el viejo bar “Moderno” y las fiestas que por mediados de los sesenta sucedían en Buenos Aires y sus alrededores, donde casi mágicamente aparecíamos los mismos, la mayoría de las veces sin ser invitados y éramos recibidos como dioses. Esas “fiestas” fueron únicas. Viajando nunca vi algo semejante y cuando volví en el 78, todo eso había muerto.
Fox era un gordo abotargado, grandote, marítimo, que plantaba su presencia como un Buda indiferente. La mayoría de la fauna artística de entonces, decía de él: “Es un nazi de mierda”. Cuando le preguntaron a los de Opium porqué lo publicaban (Opium, una revista postulada anarquista), contestaron “Porque escribe bien”.
Con el pasar del tiempo Fox era cada día más grande y gordo. Se sabía que biológicamente era prácticamente un niño, no sé si habría superado los 20 mientras se inflaba majestuosamente.
Prácticamente nadie le daba pelota. Ese prestigio lo obtuvo luego que Falbo Editores publicara Invitación a la masacre. Pero Fox no se inmutaba, asistía a los lugares del celo y se mostraba.
Si Fox hubiera publicado su libro luego de la experiencia del “Proceso de Reorganización Nacional” en Argentina, el libro hubiera tenido otro peso que el que tuvo. Pero cuando lo publicó, siquiera existían los montoneros.
No soy el indicado para descifrar los vericuetos mentales de Fox, no lo conocí, siempre lo vi de afuera. O sea, todos los que nos veíamos y meneábamos en aquellas fiestas, éramos actores y público, y Fox también, creo, debió llevarse una imagen mía similar.
Durante aquellos días, Fox empezó a aparecer de la mano con una mujer, La Negra, una doctora en letras, artista plástica de la puta madre y hermosa como una pantera. La Negra había sido mujer de Massotta y luego de un período lesbiano se interesó sexualmente por los marginales masculinos. Ahí recaló en Fox.
Entonces Fox adelgazó. Esa mole centenaria en kilos, se convirtió en un esbelto adolescente abrazado a una de las mujeres más importantes de aquella época. Luego las imágenes se esfuman y un día: “¡Fox se mató!”. “¿Cómo?”. “Se suicidó”... No sé si cuando Fox concretó esa maniobra, tendría 22 o 23 años...
 
2.



En la primera carta que Antonin Artaud envío desde Rodez, el 17 de setiembre de 1945, aquél consignaba ya su repulsa por este mundo ordenado por el terror. Rimbaud, mucho antes, en su carta a Paul Demeny, de 1871, también arremetía contra el orden que impedía la creación poética. Marcelo Fox siguió estas huellas. Creyó en la destrucción para restablecer el reinado del amor y la justicia. O como dirá en Invitación a la masacre (1965), su primer libro: “Buscamos la Esencialidad a través de la destrucción”, esta significación aparecerá después en uno de los aforismos de su Señal de fuego (1968): “Un nuevo orden para sembrar el Desorden; inaugurar las fiestas de la Resurrección”.
En 1967 vino a verme. No nos conocíamos. Marcelo Fox, alto, cara redonda, ojos castaños y el cabello en desorden, sólo hablaba de los estómagos. De las luces que se encienden ante la insipidez y la medianía... Su voz profética, impregnada de lecturas ocultistas, veía el aniquilamiento como ley para instaurar el futuro. El orden mágico para diluir las viejas sombras. El rumor enmohecido de las constelaciones.
Cuando lo antologué en Canto a la destrucción (1968), dije de su peculiar manera de sentir el aniquilamiento: “Este concepto, unido al del amor por los hombres, lo desarrolla Marcelo Fox en Invitación a la masacre. Anuncia la destrucción total. El aniquilamiento que ha de sobrevenir cuando el amor sólo sea una palabra vacía, gastada por el tiempo”.
Poco después una voz no identificada, algún amigo extraterrestre que emergía de las tinieblas, obcecado en no dar su nombre, me dijo telefónicamente: “No lo espere a Marcelo. Se arrojó a las vías del tren”.

3.


Martín “Poni” Micharvegas, colaborador de la revista Opium, nos describe con lujo de detalles a Fox: “Si miro hacia atrás, han pasado 50 anios desde que ‘conosí’ a Marcelo Fox. Hacia 1963, como el resto de muchos muchachos curiosos, un sanfernandino como yo, merodeaba el Centro y sus bares. Acababa mi carrera de médico y quería darle manija a otra inquietud constante que me acompaniaba fiel como mi sombra: la escritura y la poesía. Recorría, por entonces, el Coto Grande, el Paulista, el Estaño, el Ramos, el La Paz y el Moderno, el de la caye Maipú (como aprendí luego en Madrid, en esos cafés se reunía ‘lo mejor de cada familia’!).
Ibas aprendiendo de quién era quién, separando el grano de la paja. Fichábamos y nos fichaban. Mi resiente título de galeno me dio pronto un lugar entre los “taitas pesados”, ya que —quien más, quien menos— necesitaba urgente algún tipo de receta para “subir” o “bajar” o hacerse con un buen antibiótico o polvos DDT, que les curase en un pif-paf las tristes purgasiones. Se garchaba mucho y se era garchado un montón! Me abrían cancha. Y el “artista” que uno creía ser se iba consolidando en base a prescripsiones, duchas, comprimidos, intensiones y espolvoreos terapéuticos. Como supe ser discreto, los/las amigas / amigas venían confiados y segurosd.
A Fox lo asosio siempre a ‘El Poeta’ (como le yamábamos a Reynaldo Mariani, a quien le gustaba escribir su apeyido en minúsculas: mariani). Sobrino del gran cuentista, Roberto Mariani poseía un fuerte perfil bohemio meresidísimo y justificado. Mariani era un frecuentador de la ‘malaria’ (no la enfermedad, sino ese pegoteo maléfico del cual ningún portenio que se presie escapa sin esjuerzos!): nada sale bien, no se pega un buen golpe ni por putas, no salen ni ventas ni negocios y paresiera que todas las pestes humanas se metieran con uno!). Fox era un tipo alto, uno ochentaicinco-uno noventa por lo menos, gordo (y, por periodos, increíblemente flaco o enflaquesido!), fofo y desaliniado, con pelo revuelto y anteojos de culo de lábil, frágil, débil. Esa era la imponente imagen que emanaba de él, sin que se preocupara por presentarse o modificarla de otro modo. Yevaba un halo: era considerado por todos un furibundo ‘nazi’ y no se sabía bien qué hasía en aqueyos ambientes progres, revulsivos, revolusionarios. Ya estamos pisando 1966 y los milicos se aprestan a instalar una nueva dictadura leporina! Marcelo andaba con un cuaderno, que mostraba como al descuido, yeno de esvásticas que él mismo dibujaba y hacia en vós baja gala de que Mein kampf era su libro de cabecera. Todos lo tomaban como un grandulón insolente y provocador, quien quería ‘asustar’ a la plebe con su fantaseo de un ‘mundo mejor, justisiero y limpio de judíos’. Como no habían perdido vigencia las ‘boutades’ ni los ‘pú epatér les buryóis’, y dada y el surrealismo eran objetivos fuertes a alcanzar y la ‘revoluta cultural’ yanqui estaba en marcha y apogeo con sus contestatarios saboteadores y el movimiento jipi, porqué no iba a soportarse a ese ‘Gordo’ seboso que quién te dirá si no tiene razón y talento? Se chismorreaba mucho sobre su obra teatral Las Monjitas Sangrientas, de la que jamás vi representación o edisión en libro alguna. No podemos asignarle a Marcelo Fox que, viviendo en la pampa asfaltada como vivíamos y en la siudá con puerto inmenso y brutal amnesia derivada, tuviéramos los pies en esos boliches ruidosos y las cabesitas, ya en Francia, Inca-La-Perra o los EEUU! También los jerarcas de las FFAA eran, como él, germanófilos al mango y nadie andaba a los gorrasos con ellos por esa afiliasión perversa! Venía de una familia de clase media adinerada (aunque algunos le vincularan a viejos ministros de gobiernos pasados y, por su padre, a la fabricación de asensores que subíbajaban la siudá con ese mismo logotipo: Fox). Guita en los bolsiyos, no le faltaba. Y era magnánimo e invitador, aunque Mariani fuera uno de su ‘clientes’ habituales y, charlando sobre la importancia de esto o de lo otro, El Poeta se garantizaba su buen sánguche de milanesa con tomate y un vasito de vino, que bien podían ser tres. Fox era abstemio. El ‘malditismo’ como épica, era un tema reiterativo en esos paliques y coinsidían con los alaridos de Pound en aqueya jaula impuesta por sus mismos compatriotas en Italia, así como en la novela negra (la policial y la del Monje Lewis). Pura solidaridad entre solitarios? Podría ser... Fox tenía una madre ciega y muy irritada que impedía que Marcelo resibiera, su habitasión que era un escándalo de abandono y susiedad con libros de autores místicos que se empenió en mostrarme, revistas porno venidas de los fríos pueblos del Norte en correos sertificados, envases de drogas sicotrópicas, analgésicas, jarabes, gotas nasales y colirios que contendrían efedrina o algún derivado de la coca y consumidas como estimulantes: recursos de esos anios esperimentales... Lo de la marca del clavo en la frente como punto inisiático, fue suseso real. Su Maestro Esotérico de entonses y quien le dió el martiyaso, era Jalí, El Sol Negro, adversario inquebrantable en la lucha trasendental y cósmica, del mendosino Silo, quien mesclaba las cartas ideológicas con mucha más eficasia que Jalí, primo segundo por su rama De la Serna, de Ernesto ‘Che’ Guevara. Con respecto a su final trágico, resibí esa versión de su distrasión crónica y el posible olvido de estar crusando un paso a nivel prósimo a la estasión Belgrano del ferrocaril Mitre, por donde entonses vivía ya matrimoniado. Se había casado con una muchacha de nombre Graciela o Gabriela, a quien conosíamos del Bar “Los Estudiantes” (Avenida Córdoba, serca de las Facultad de Medicina, del Hospital Clínico y de la de Economía...) y tuvieron un par de ninios. O sea: que no se si aqueya muchacha simpática pero sin mucho atractivo físico para nuestros desencadenados deseos libidinosos, seguirá viva. Tampoco tengo referensias de ningún tipo de sus hijos. La notisia de su ‘suisidio’ cayó como una roca pesada en la barra de bohemios ya trasladados al ‘Bárbaro’, de la caye Reconquista. Fox se habría arrojado a las vías del tren. Otros desconfiaron (El Yeti, Ruy, Quique, La Negra Cuéllar, Yuyo, Rubén, La Flaquita Marité, Duarte, Plank, Mario...) y aseptaron como más que posible la versión del asidente, del tropieso como se dijo sin ironisar, de ese gran talento literario, enfrascado más en si mismo que en la realidad vertiginosa que se yevó por delante”.

lunes, noviembre 30, 2015

Señal de fuego (Marcelo Fox) (selección 1)

Me enteré de la existencia de Marcelo Fox, a partir de un comentario al pasar de un conocido. El comentario señalaba el lugar de escritor maldito que Fox se había ganado en los años 60 y la dificultad de conseguir sus escasas obras: Invitación a la masacre (1965) y Señal de fuego (1968). De esta última me enteraría más tarde por medio de una carambola de tuits y recorridas por Mercadolibre.
De Fox poco se sabe. Hay algunos datos aislados en el blog inmaculada decepción, acá y acá. Las anécdotas que lo tienen como protagonista lo instalan en un lugar incómodo. También se sabe que Fogwill y Alberto Laiseca lo han mencionado en varias oportunidades. El amigo Vespa nos refirió esta entrevista de Fogwill donde menciona a Fox y lo señala como inspiración para un personaje de Vivir afuera (1998).
En todo caso, la obra de Marcelo Fox se ha perdido entre los anaqueles de la literatura argentina, quedando relegada a un lugar oculto y maldito. Su libro Invitación a la masacre es inconseguible y los proyectos de reeditarlo se han frustrado rápidamente por problemas con los herederos de Fox. En la web se pueden leer algunos extractos de ese primer libro: acá, acá y acá. Su otro libro, Señal de fuego, se consigue un poco más fácilmente, aunque con un precio que puede complicar el bolsillo de cualquiera y en una cantidad de ejemplares limitada ya que se trata de la primera edición. Justamente, el objeto-libro Señal de fuego es de lo más particular: tapa y contratapa simil papel madera, letras góticas en portada, tinta roja en la tipografía de sus páginas, esvásticas como separadores de las diversas partes, una imagen del autor provocadora, mirando hacia el lector, con un puño sobre el pecho y una especie de cruz de hierro por detrás. De ese libro, una colección de aforismos escritos en el filo de la razón, en las tinieblas de la violencia, extraigo esta primera selección.

Señal de fuego (selección – Parte 1) (Marcelo Fox)



No es deseo del diablo destruir el mundo, su vivero de víctimas.

***

Hasta ahora los gritos de los profetas sólo han producido breves pesadillas en el sueño de los hombres.

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El estómago del mundo termina digiriéndolo todo.

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No saben que viven, no saben que mueren, pero mantienen firmemente el timón en la mano para que el barco no se desvíe de su eterna trayectoria circular.

***

El fuego no hace brillar los rostros de los que habita, eso sería facilitar demasiado la tarea de los esbirros de la grisura, la oquedad, el hielo.

***

Cuando la sangre delira, los túneles, las ciudades, las coartadas, se derrumban.

***

Como aman la Libertad, la han sepultado en un hermoso panteón en cuyas paredes se halla primorosamente esculpidos los principios eternos del derecho, las ordenanzas municipales, los artículos de la constitución y las leyes de tránsito. Sobre el catafalco en que ella yace con su mortaja de yeso hay un cartel escrito en letras góticas que dice: Prohibido escupir en el suelo.
Las ceremonias que se celebran allí mismo en su honor son reguladas por luces de semáforos, para que todo se desarrolle dentro del máximo orden y corrección.

***

Llaman hombres libres a los esclavos; y a los hombres libres, asesinos y libertinos.

***

Si no quieren que los rebeldes griten no les peguen.

***

Fogata entre los témpanos de hielo y la oscuridad, mi voz guía hacia las arenas de este mundo a la caballería aérea de la muerte.

***

Sólo cuando las tinieblas sean totales el sol renacerá.

***

Los actores cambian. Los decorados cambian. El sueño permanece.

Fox, Marcelo (1968). Señal de fuego (selección), Buenos Aires, Yelpo editor.
 

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