
Con todo, y esa es otra de las constantes de la obra de Almudena, nos deja un resquicio para la esperanza, a través de la presencia de la otra parte de los protagonistas, los buenos, un puñado de hombres y mujeres honrados y valientes que no se resignan, que se echan al monte (qué bonita metáfora para hilar con toda su obra anterior) y que, contra todas las adversidades, resisten y son capaces de hacer frente y hacer tambalear un sistema que se consideraba omnipotente. Un final optimista, pero poco, sobre todo si tenemos en cuenta aquello de que la historia se repite y consideramos la del siglo XX en este país y, más si hemos conocido los resquicios que tan magistralmente nos relató en sus inconclusos Episodios de una Guerra Interminable. Los que crecimos bajo los ecos del franquismo y la transición, nunca agradeceremos suficientemente a Almudena Grandes, que nos revelara de forma rigurosa y amena, aquella parte de nuestra historia que las autoridades se empeñaron en ocultarnos.
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