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martes, 19 de febrero de 2013

Algunas palabras sobre 'Piscinas iluminadas'. Una posible respuesta a la pregunta: ¿de qué va tu novela?

En breve Baile del sol publicará mi tercera novela, Piscinas iluminadas. Terminé de escribirla el 25 de marzo de 2010. Tres años han pasado, o sea, que no podré alegar falta de tiempo para su corrección. Temo y ansío el momento de tenerla entre las manos. Conozco mi reacción violenta. ¿Inseguridad? ¿Perfeccionismo? ¿Estupidez? Por suerte, a los pocos días se me pasa. Sé que no soy muy original. Me viene a la cabeza algo que escribió Zadie Smith al respecto: “Me resulta muy difícil leer mis libros cuando ya se han publicado. Nunca he leído Dientes blancos. Lo intenté hace cinco años; llegué a leer unas diez frases antes de que me invadieran las náuseas”. Creo que lo mejor será no incidir en el tema. Para no añadir bochorno al bochorno, intentaré no transmitir mis sensaciones más inmediatas. 

 ¿De qué va tu novela?, imagino que me pregunta alguien, un desconocido. Nos encontramos en una ciudad que podría llamarse Lanka, en un quinto sin ascensor. Corre el mes de enero de 2010, por lo que todavía me hallo inmerso en la escritura de la que será mi tercera novela. Me llamo Carlos. Está de más decir que entre Carlos y yo existe una brecha, una escisión tan invisible como inevitable. El desconocido insiste: ¿De qué va tu novela? 

 “Antes de responder, he mirado por la ventana, como si la ayuda en forma de rayo pulverizador o inspiración pudiera proceder del cielo de Lanka. De alguien que no sabe vivir, esta ha sido mi respuesta. Después he seguido: de alguien que se empeña en destruir lo poco que tiene. De alguien que necesita huir a un lugar que no existe para poder respirar, para poder tener una existencia. De alguien que sólo tiene las historias que inventa, unas historias disparatadas, terriblemente malas. De alguien que ha cometido un crimen sin ser consciente de ello. De alguien al que buscan sin que él lo sospeche, o puede que sí, puede que lo sospeche pero que se niegue a aceptarlo porque en el fondo sabe que no tiene salida. Supongo que la historia habla de alguien que no tiene salida porque se empeña en no tenerla, porque tener salida le parece indigno, o fácil, o aburrido”. 

 Seguiré informando.

lunes, 4 de febrero de 2013

Releer novelas


Hasta hace poco, durante toda mi vida de lector, sólo había releído tres novelas: Pedro Páramo, de Juan Rulfo, El extranjero, de Albert Camus, y El hombre delgado, de Dashiel Hamett. Estas dos últimas relecturas las acometí por error: en su momento olvidé (parece un chiste, pero no lo es) que ya había leído estos libros. Una vez iniciada su lectura, y pese a darme cuenta del error, decidí continuar… Estoy hablando de volver a leer una novela de principio a fin, no de releer fragmentos o capítulos sueltos. Curiosamente, en los últimos tiempos me ha dado por releer novelas. La cosa empezó a mediados del año pasado. Las escogidas fueron El discurso vacío, de Mario Levrero, y Prisión perpetua, de Ricardio Piglia.  Disfruté de ambas relecturas, es más, diría que lo pasé mejor releyéndolas que leyéndolas por primera vez. ¿Me estaré haciendo viejo? Antes de que acabara el año, volví a las andadas. Reincidí con Levrero. Esta vez, me decanté por Dejen todo en mis manos. La experiencia volvió a ser gratificante. En mi diario apunté lo siguiente: “¿Voy dejando atrás la pulsión acumulativa, tan propia de la juventud (o la inmadurez)? ¿Me decanto paulatinamente por la profundidad, por la demora?”. Me leo y me doy rabia. A veces me resulto insoportablemente pedante. De todos modos, no puedo dejar de pensar: ¿Me estaré haciendo viejo? Hace unos días se me atascó el proyecto en el que vengo trabajando últimamente. Me enredaba en frases reincidentes, no lograba avanzar. Necesitaba dejar de mirarme el ombligo, más acción, que las cosas sucedieran. Entonces recordé uno de los consejos de Zadie Smith*. Cogí de mi estantería un libro de Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía, y empecé a leerlo a ver si esas frases conseguían sacarme del sopor en que había caído. ¿El resultado? Que devoré la novela de principio a fin (y volvió a ser una experiencia gratificante) y que logré desatascar mi proyecto… O sea, ya son siete las novelas que he releído en mi vida. Estoy hablando de volver a leer una novela de principio a fin, no de releer fragmentos o capítulos sueltos. ¿Me estaré haciendo viejo? 

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"Algunos escritores son como los violinistas que necesitan un silencio absoluto para afinar sus instrumentos. Otros quieren oír a todos los miembros de la orquesta: cogen el tono a partir de un clarinete, incluso de un oboe. Yo soy así. Tengo el escritorio lleno de novelas abiertas. Leo frases para nadar en cierta sensibilidad, para tocar una nota concreta, para fomentar el rigor cuando me pongo demasiado sentimental, para conferir cierta relajación verbal cuando estoy sintácticamente tensa. Pienso en la lectura como en una dieta equilibrada; si las frases resultan demasiado barrocas, excesivas, comed menos de Foster Wallace, tan rico en grasas, por ejemplo, y más de Kafka, tan rico en fibra. Si vuestra estética se ha vuelto tan refinada que no os deja poner una sola mancha negra en el papel en blanco, no os preocupéis tanto por lo que diría Nabokov; coged a Dostoievski, santo patrón de la sustancia por encima del estilo". Zadie Smith, Cambiar de idea.


viernes, 13 de enero de 2012

Diario de un hombre cojo [25]

viernes, 13 de enero de 2012

Hoy me siento perezoso. Sin embargo, me fuerzo a escribir unas líneas para no romper esta dinámica de entrada diaria. No abordaré el plano ficcional. Cuanto más perezoso me siento, más me cuesta inventar. Hablaré un poco de mi pie derecho. Hoy tuve mi primera cita con la doctora encargada de supervisar mi rehabilitación. Me ha parecido una mujer bastante competente, además de agradable. Ha estudiado mi pie con detenimiento. Me pedía que lo moviera y lo dejara quieto en tal o cual posición mientras ella iba tomando medidas con un reglita. Después se ha colocado delante de mí y me ha hecho avanzar hacia ella. A partir de ahora sólo tengo que emplear una muleta. Evidentemente, me ha explicado cómo hacerlo de la manera más conveniente. Por otro lado, me ha tranquilizado diciéndome que es normal que el pie siga hinchado. Si está como está es porque apenas lo he ejercitado. Ahora tengo que caminar, fortalecer músculo y huesos. Me ha contado una historia entretenida sobre el primer viaje espacial, concretamente, sobre cómo afectó la falta de gravedad en los huesos de esos primeros astronautas. La moraleja o conclusión era algo así como que si el hueso deja de soportar peso, es decir, deja de ser útil, de realizar su función, se deteriora rápidamente. La doctora ha empleado la palabra osteoporosis. Gracias a la Wikipedia, ya he averiguado qué significa. Por lo demás, seguí leyendo Cambiar de idea. Como ya dije, Zadie Smith es un ser sumamente equilibrado. Al igual que mi doctora, es encantadora. Es cierto que estar de acuerdo con alguien siempre puede llegar a ser aburrido. A veces necesitamos que nos lleven la contraria. A veces nos sentimos atraídos por aquellos que opinan diferente a nosotros  por el simple placer de discutir. A veces preferimos a los radicales antes que a los moderados porque con los moderados uno no puede cabrearse y eso sí que cabrea. De todos modos, es imposible cabrearse con Zadie Smith. La inglesa habla de Barthes y de Nabokov, concretamente, de la idea de lector y autor que manejaban ambos escritores, y uno se queda encantado. Y hablando de autores y lectores, hace un momento he dado con una afirmación de Michel de Montaigne con la que no sé si el bueno de Nabokov estaría de acuerdo. Dice así: «Un agudo lector descubre a menudo en los escritos de otro perfecciones distantes a las que el autor ha puesto y percibido, prestándoles sentidos y aspectos más ricos». Bien, dejo aquí la cuestión. En breve llegará Salva Ginard. Tenemos planeado acudir al recital poético que se celebra esta noche en el Vamp Café Concert. Por lo general, siento recelo frente a este tipo de actos. No me suelen gustar, esta es la verdad. Para mí la literatura es algo que se disfruta en soledad. Cuando se escribe, evidentemente, pero también cuando se lee. Además, jamás me gustó que me leyeran, ni siquiera un cuento o una noticia del periódico. Prefiero hacerlo yo, a mi ritmo. Así entiendo mejor las cosas. Mi fallo, pienso, estriba en otorgar a este tipo de actos el calificativo de literarios. En realidad, tienen más de espectáculo, de show, que de literatura, al menos tal y como yo la concibo. Se trata, en fin, de relajarse y tratar de pasar un buen rato. Me hincharé a cervezas, no se hable más. Por otra parte, no debo olvidar que alguna que otra vez he protagonizado uno de estos espectáculos llamados recitales. Mejor dejo el tema, que me lío. Lo último que querría es crearme enemigos a causa de las tonterías que escribo en este diario. Voy a asearme. Mañana más.

martes, 10 de enero de 2012

Diario de un hombre cojo [22]

martes, 10 de enero de 2012

Estoy de bajón. No me apetece escribir, pero me fuerzo a ello. He pasado muy mala noche a causa de mis pies: los tenía helados. Normalmente, suelo tenerlos fríos, pero lo de esta noche no ha sido ni medio normal. El helor me llegaba hasta las rodillas y no había manera de que remitiera. Era tan intenso que incluso me producía dolor físico. Ya eran las tres de la madrugada cuando han empezado a adquirir una temperatura medianamente humana. Pero no, este bajón no tiene nada que ver con la temperatura de mis pies durante la noche. El causante, cómo no, es la literatura.
                Ayer recibí los ejemplares que me corresponden como autor de la novela Los artistas. El libro ha quedado precioso. La fotografía que Miguel Ángel Abraham hizo para la portada es estupenda. Posee fuerza y elegancia a partes iguales. Fue un auténtico subidón poder ver y tocar esos libros. Me sentía como un niño en la mañana de Reyes. Cómo no, lo anuncié en Facebook y fueron bastantes los que me felicitaron o le dieron al botón de “Me gusta”. Todo era perfecto hasta que me encerré en mi habitación para volver a leerla. Quizá esto motivó que se me congelaran los pies. Debería estar acostumbrado. Ya me pasó lo mismo tras la lectura, una vez publicada, de La historia que no pude o no supe escribir. Siento horror, un disgusto enorme. No me gusto. Querría hacerme con todos los ejemplares publicados y quemarlos. Que no quedara rastro. Curiosamente, esto nunca me ha pasado (al menos, no de un modo tan intenso) con la poesía. (Tema a analizar). Sé que con el transcurrir del tiempo me vuelvo indulgente. Por otro lado, me consta que hubo personas, entre ellas mi editor, a las que mi primera novela gustó bastante. Me digo que no debería ser tan duro conmigo. Mejor dejo el tema. Se supone (permitidme el chiste) que estoy o debería estar en fase de promoción. Dónde se ha visto que un autor diga de su propia obra que no vale la pena. Volveré al libro unos días más tarde, cuando esté más tranquilo. Seguro que veo las cosas de forma diferente. Será entonces cuando hable de él.
               No obstante, añadiré que esta novela, como le expliqué a Julia anoche por mail, es una especie de ejercicio de estilo donde lo principal es la cadencia enfermiza de las frases. Abuso, ciertamente, de los adjetivos. Caigo en un barroquismo que entiendo que pueda molestar. Pero se trata de algo hecho adrede. Si bien ahora no la escribiría del mismo modo, debo decir que hay pasajes de la novela que me siguen gustando (como el que publiqué en el blog el sábado 3 de diciembre de 2011, así como algunos otros que no desvelo aquí).
               Para finalizar, diré que esta novela forma parte de una trilogía. Esta trilogía (soy poco original, lo sé) se asienta sobre, como diría Kundera, la continuidad del mismo tema. Este tema no es otro que el de la Huida. En La historia que no pude o no supe escribir, me centro en lo que sucede tras esa huida, es decir, en la búsqueda que acontece después de que el protagonista rompa o crea romper con sus asfixiantes circunstancias. En Los artistas (que terminé de escribir en junio de 2008), trato de explicar los motivos (oscuros) que llevan al protagonista a desear la huida. Aquí me centro en las semanas previas a esa huida liberadora y, cómo no, engañosa. En Piscinas iluminadas, todavía no publicada, la huida física ya no es posible, por lo que el protagonista se ve forzado a la huida mental, es decir, a través de  la imaginación, algo mucho más peligroso, sobre todo en una mente enferma como la suya.
               Una vez dicho esto, resulta fácil llegar a la siguiente conclusión: la literatura es mi vía de escape, el viaje que emprenden todos mis protagonistas, lo que preciso para no desmoronarme. 
               Por lo demás, he decidido abandonar por un tiempo La novela luminosa. La paranoia empezaba a ser excesiva. Por recomendación de Julia, he iniciado la lectura de Cambiar de idea, de Zadie Smith. De momento he leído los dos primeros ensayos. La inglesa expresa con claridad, en una prosa muy bien escrita, todas sus ideas, cosa que se agradece. Zadie Smith es un ser equilibrado, razonable, con el que es difícil estar en desacuerdo. Cierto que sólo he leído los dos primeros ensayos ocasionales (así los llama ella) y que, además, estos dos primeros ensayos versan sobre autores  (Zora Neale Hurston y E.M. Foster) de los que no he leído absolutamente nada. Veremos si sigo pensando lo mismo cuando pase a hablar de temas más generales o de algún autor al que sí haya leído.
               Otra vez vuelvo a olvidarme de Sancevá. Seguro que está cabreado. Apuntaba como claro protagonista de este diario y llevo unos días en que no le doy ni bola. Mañana, lo prometo. Tengo la escena que quiero narrar en mente. Transcurre en la piscina comunitaria de mi (su) casa. No, no adelanto nada, por si luego cambio de idea.

(17:51)
Me acabo de dar cuenta de que en el muro de Facebook de Baile del Sol publican cada una de las entradas de este diario (los enlaces al blog, se entiende). Ups. Pienso que es posible que no les haga mucha gracia leer lo que esta mañana escribí sobre Los artistas. Tal vez pueda convencerles de que se trata de una modalidad poco convencional de promoción: hablar mal de uno mismo. Son tantos los que se creen geniales, los que hablan bien de sí mismos, que un poco de autoflagelación puede resultar estimulante. Desde aquí animo a todo el mundo a que compre la novela. Nunca deben hacer caso de lo que un autor opina sobre su propia obra. Como dice Levrero (¡maldición, otra vez!), «es sabido que los autores nunca dicen exactamente la verdad acerca de sus obras, a menudo porque la ignoran». Pues eso.