Mostrando entradas con la etiqueta Pola Oloixarac. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pola Oloixarac. Mostrar todas las entradas

martes, 12 de julio de 2011

Alma, de Javier Moreno


Leo Alma, de Javier Moreno. A ratos me recuerda al Georges Perec de Je me souviens; a ratos, al Samuel Beckett de Malone muere. También se me hace inevitable pensar en Agustín Fernández Mallo o en Pola Oloixarac. Siempre me atrajo esa manera de proponer historias sin tratar de disimular su carácter de artefacto literario, de “work in progress”, es decir, de invención. Son historias, por un lado, esquemáticas; por otro, repletas de pequeños detalles. Me gusta la manera en que se combinan “la parte inventada” (los personajes María y Eduardo) y “la parte supuestamente real” en que el narrador Javier Moreno habla de sí mismo, de sus recuerdos, de sus gustos y manías, etc., sin más afán que el acumulativo. Una acumulación que acaba por perpetrar un autorretrato del narrador, un autorretrato hecho de multitud de píxeles, siendo cada píxel un recuerdo concreto, una afirmación, una sensación determinada, una porción (con perdón) de su alma. De un tiempo a esta parte, el autorretrato se ha situado en la cúspide de la creación artística. Dicen que el camino lo inició Michel de Montaigne. Ya no hay nada al margen del yo. Vivimos el declive de las teorías generalistas. Ya no nos las creemos. Es el triunfo del capitalismo. No hay ideología, solo una radical subjetividad. La conciencia que tenemos de nuestro estar solos a la intemperie, sin el amparo que otorga la pertenencia a un grupo, es brutal, de ahí que nos aferremos desesperadamente a lo único que podemos considerar nuestro: ese puzzle o laberinto llamado “yo”.

ULTIMA HORA, 12/07/11

sábado, 5 de junio de 2010

Sábado. El verbo perder

.
Las ocho de la tarde. El sol sigue luciendo en el cielo. Esta mañana, después de desayunar, me puse con Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac. Lo terminé. Después bajé a la piscina con Dublinesca, de Enrique Vila-Matas. Leí. Nadé un poco. Escuché música: Iván Ferreiro, Gastelo, Eels, Wilko. De nuevo en casa, me tumbé en el sofá para proseguir con el libro del catalán. Pero me quedé dormido. Hasta la cinco. Me desperté con hambre, pero no tenía nada en la nevera. Recurrí a las Quelitas, esta suerte de tabla de náufrago de los mallorquines que viven solos, y a un trozo de queso no demasiado duro. Seguí leyendo, navegué por Internet, se me ocurrió una idea para una novela, pero no llegué a escribir nada. Ahora son las ocho de la tarde. He utilizado el pretérito perfecto simple porque parece que hayan pasado días. ¿Un sábado perdido? Que cada uno conjugue el verbo perder como le venga en gana. Yo me niego. Conectaré el Messenger para hablar con Cony. Después registraré el congelador, algo tiene que haber, estoy casi seguro. Finiquitaré el sábado viendo alguna película. El otro día me bajé Yo, robot. Creo que no soportaría ver una peli buena. Hoy no. O sea, que tiene todos los números para ser la elegida.

Ahora suena Needlessly, de Linda Draper.
Compartamos algo.
.