Decía Onetti que él no corregía sus
textos. Así como salían, quedaban. En este sentido, esto que ahora tecleo va a
constituir una entrada onettiana. La falta de tiempo moldea nuestro estilo. No
esperen mucho, pues. Además de onettiana, será una entrada sombría. La culpa la
tiene la lectura del último libro de Zygmunt Bauman, cuyo título, incluso antes
de leer la contra, ya suena a pregunta retórica: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? La respuesta de
Bauman es contundente y desoladora: no. Es más, según el sociólogo polaco, tal
acumulación de riqueza en unos pocos no hace más que ampliar la brecha que
separa a los ricos, cada vez más ricos, de los pobres, cada vez más pobres
(consumidores frustrados), hasta límites insoportables. Uno termina el libro
con la certeza de que el mundo que heredarán nuestros hijos será peor, mucho
más cruel, que el que heredamos nosotros. Así de claro lo dice Bauman: «en casi
todas las partes del mundo la desigualdad está creciendo rápidamente, y esto
significa que los ricos, y especialmente los muy ricos, son cada vez más ricos,
mientras que los pobres, y especialmente los muy pobres, son cada vez más
pobres».
Traigo
aquí un extracto de la nota que emitió Europa Press con motivo de la
publicación de este ensayo:
Entre las cifras que Bauman incluye en su
ensayo destacan las siguientes (se recomienda leerlas despacio y repetir la
lectura, para mejor asimilarlas): El 10 por ciento de la población mundial
posee el 85 por ciento de la riqueza. La riqueza de las 1.000 personas más
ricas del mundo es casi el doble que la riqueza de los 2.500 millones más
pobres. Las 20 personas más ricas del mundo tienen recursos iguales a los
recursos de los mil millones más pobres… Así pues, con la connivencia de los
gobiernos, cuyas leyes les favorecen, la mayor parte de los beneficios del
progreso económico acaba en manos de quienes tienen ya rentas más altas.
Pero Bauman no se queda en la mera denuncia
de un sistema (basado en la desregularización de los movimientos de capital y
los mercados laborales) que posibilita y, lo que es peor, alienta y justifica
tales hechos. Demuestra o trata de demostrar sus conclusiones con datos y
cifras sacados de una destacada bibliografía así como de diferentes estudios.
Mejor
cambio de tema. Tengo la impresión de no ser yo quien escribe. Como si alguien se
hubiese adueñado de mi cuerpo. Estoy por ponerme frente al espejo del baño para
ver si me ha salido coleta. Para zanjar el tema, traigo aquí un fragmento de
una entrevista a Bauman publicada en El País (18.01.2014): «El comunismo era
una fortaleza de la hipocresía. El mensaje teórico se basaba en los lemas de la
Ilustración, Liberté, Égalité, Fraternité, pero la práctica era
muy diferente».
Deberíamos
apostar por un capitalismo sostenible, consciente de la limitación de los
recursos que poseemos, y con un sistema eficiente
de redistribución razonable. Ni tanto
ni tan poco.
En
fin, qué sé yo. Este no es mi campo. En realidad, carezco de campo propio.
Balbuceo. Acumulo palabras, frases. Lo mismo hablo de fútbol que de política o
poesía. No soy más que un diletante con un blog, uno de tantos.
Pero no quiero levantarme de la silla
sin comentar antes la última novela que leí. Navidad y Matanza, del chileno Carlos Labbé. A las pocas páginas de
la novela, vino a mi mente algo que escribió Vila-Matas: «Los libros que me
interesan son aquellos que el autor ha comenzado sin saber de qué trataban y
los ha terminado igual, en la misma penumbra. Los libros que más amo son
aquellos que, como decía Proust, parecen escritos en una lengua extranjera. Son
aquellos que, feliz de no entenderlos, sigo leyendo con entusiasmo».
Algo
así me pasaba con esta novela. Leía con entusiasmo sin tener muy claro qué
estaba leyendo. Las distintas reseñas que el libro ha suscitado hablan de juego,
de novela-juego, lo cual no tiene por qué ser relevante ni necesariamente
positivo. Se combinan diferentes historias, personajes, se entrecruzan, y tú
sabes que no vas a llegar a ninguna conclusión, que al terminar la novela
seguirás en la misma penumbra, eso sí, feliz por las ganas de escribir que la lectura te ha insuflado… En fin, hablo de mí, faltaría más.
Por si a alguien le interesa, copio y
pego el texto de la contra:
El lector de Navidad
y Matanza debe
desentrañar cuál de estas historias no es una alegoría: un adolescente y su
chófer se dedican a recorrer playas en un Cadillac, engañando a los bañistas y
robándoles sus toallas; siete científicos se encierran en un recóndito
laboratorio norteamericano hasta dar con la fórmula de una droga llamada «el
éxtasis del odio»; un periodista melancólico investiga la desaparición de los
jóvenes hermanos Bruno y Alicia Vivar durante una exclusiva celebración internacional
que se lleva a cabo en el litoral de Chile.
Como en una novela de Chesterton, los
personajes de Navidad
y Matanza cambian a cada página de identidad para forzar los
límites de su propio relato y alcanzar al propio autor de esta novela –el joven
escritor chileno Carlos Labbé–, como un tablero de juegos cuyas fichas avanzan
hacia un final impensable.
Un final que también puede ser leído como
otra alegoría más: sobre la dictadura de Pinochet y sus desapariciones.
Para terminar, confieso que no pillé
esta otra posible alegoría. Uno, que tiene sus limitaciones.