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lunes, 29 de julio de 2019

Palabras de Joan Payeras durante la presentación de Mi Berghof particular



De izq. a der.: Joan Payeras, Javier Cánaves y Nadal Suau

Como estoy aquí en calidad de primer lector de la novela, de lector anterior a su publicación, me ha parecido pertinente emplear para mi intervención la carta que mandé a Javier al acabar de leer Mi Berghof particular. La encontré por casualidad, cuando estaba dándole vueltas a qué contaros hoy, a cómo hablaros del libro. Y enseguida me di cuenta de que me podía servir, porque creo que traslada lo que sentía justo al terminarla, y puede que eso sea lo que se espera de mí. Para otras lecturas, sin duda más lúcidas, ya tenemos a Nadal Suau. Así que os leo mi carta a Javier: 

“Buenas, Javi. Antes que nada hay que apuntar dos cosas. Por un lado, siento la necesidad de escribir sobre la novela y eso es muy buena señal. Significa que me ha hecho pensar, y además creo que hay en ella uno (o varios) debates latentes. En segundo lugar, es una novela ambiciosa, posiblemente la más ambiciosa de las que has escrito. Eso es genial y peligroso, porque hay que juzgarla como tal. Creo que, inconscientemente, no empleamos el mismo baremo para juzgar, por ejemplo, el Viaje al fin de la noche de Céline que La mujer zurda de Handke. Sin querer, no les pedimos lo mismo, y eso hace que a veces seamos injustos.

¿Y por qué me parece más ambiciosa esta? Leyendo algunas de las primeras entradas del plano no ficcional, podríamos pensar lo contrario. Lo escondes dándole ese aire cotidiano, casi de no saber hacia dónde va todo, asegurando que sólo pretendes poner orden en tu interior, aclararte las ideas. Pero la novela avanza y adquiere otras dimensiones. Los temas se elevan, vamos profundizando o, mejor, viajando constantemente de la superficie al fondo de las cosas y a la inversa. Y la novela se va encontrando con la idea de felicidad, es decir, del sentido de la vida, y también del sentido de la escritura, entre otros temas.

Tu Berghof, Javier, propone una lectura activa, abre interrogantes, y amplía, que diría Houllebecq, el campo de batalla. A eso me refiero con mi impresión de que es la más ambiciosa. Y eso la engrandece, pero también la expone más. Por eso es también una novela valiente.

Recuerdo exactamente el momento en el que supe que la novela me había enganchado por completo. El instante en que me di cuenta de que era una novela diferente. Uno de los protagonistas, Sancevá, pasea por la playa imaginando varios argumentos para posibles novelas. Me dieron ganas de robarte alguno, por cierto. Ahí me enganché hasta el final. Ahí la trama empieza a funcionar como un conjunto de cajas chinas que atrapa, del que no puedes salir. Una novela dentro de otra novela, con lo que eso conlleva de reflexión sobre el proceso de escribir. Un narrador que se pregunta si tal o cuál elección sobre la historia será la correcta, si todo avanza como debe, mientras yo, lector, parezco un invitado de lujo a ese “reality” sobre el proceso de una novela de la que me hacen sentir tan cercano a su ensamblaje, a su creación.

Una novela ambiciosa, vuelvo a ello, tiene un gran enemigo: que sea fallida. No lo es en absoluto. Ha conseguido engancharme, entretenerme, hacerme reflexionar sobre todo lo que te he comentado: sobre la novela que quiero escribir y sobre la esencia misma de la literatura, sobre qué queremos decir cuando decimos que somos felices y sobre la búsqueda del sentido de la vida.

Me dejo muchísimas cosas en el tintero. Pero al terminar de leerla, necesitaba escribirte y escribir sobre ella, con urgencia, porque es una novela que me ha dado ganas de ponerme a trabajar en una, y ya sabes que eso es lo mejor que puedo decir de un libro. Hablamos con calma. Un abrazo y enhorabuena.”

Nada más. Muchas gracias.

Joan Payeras

     
          

                



jueves, 22 de septiembre de 2016

Poesía en los bares: Joan Payeras

"El vol de la cendra" (Sloper, 2016)

Una mujer elegante, alta y delgada, que se esfuerza por pasar desapercibida y sin embargo atrae la atención de todos los hombres del lugar en que se encuentra, ésta es la imagen que acude a mi mente cuando pienso en la poesía de Joan Payeras. De movimientos medidos y palabra justa, no acabará en el centro de un corro de borrachos a esa hora en que se evita el reloj por no caer en depresión, tampoco obnubilará a ingenuos con su retórica encendida sobre la vida o el arte; se moverá con gracia, hablará lo justo, sonreirá o llorará, sin aspavientos, y dejará un recuerdo indeleble de su paso por la fiesta.  

Siempre que hablo de poesía con Joan Payeras, en algún momento de la conversación aparecen las palabras “silencio”, “despojamiento”, “concreción”. Pero por encima de todas ellas destaca, con una luz intensa, la palabra “tiempo”. La última vez que nos vimos confesaba: “Ya sólo soy capaz de hablar del paso del tiempo, de la angustia y el terror que su huida me produce”. ¿Qué decir ante semejante frase?

En su último libro publicado, El vol de la cendra, cuya gestación es bastante anterior a la conversación antes referida, Joan Payeras logra, en parte, esquivar su obsesión y nos ofrece un relato antibelicista que huye de la historicidad para asentarse en el terreno de la parábola. Una guerra que puede ser cualquier guerra, que de hecho es cualquier guerra. Pero se puede ir más lejos: una guerra como metáfora de la vida, del conjunto de horas adversas a las que todos debemos enfrentarnos. La mirada del individuo en mitad del sinsentido, los retazos aislados y sorpresivos de belleza, algunos recuerdos protagonizados por seres y lugares queridos, estas pequeñas cosas, en principio insignificantes, se erigen como única posibilidad de salvación. La verdad que el libro desnuda, su enseñanza moral, es antigua y simple y no por eso innecesaria.

Dos influencias me atrevo a señalar. De un lado, el desgarro cósmico, existencialista, de Raúl Zurita; de otro, la economía de medios y la contención de José Corredor-Matheos. De la lectura y asimilación de ambos poetas (y de una voz propia forjada libro tras libro) nace este poemario escrito originalmente en catalán y que Sloper ofrece en edición bilingüe catalán-castellano. Una excelente oportunidad para acercarse a la poesía de uno de esos poetas que no acostumbran a estar en el ojo del huracán, que no aparecen en los suplementos culturales, ni participan en recitales, ni se muestran muy activos en las redes sociales (nuestro campo de batalla actual), pero que vale mucho la pena leer. 



Primero

     ¿Y qué haremos con tanta ceniza? Como si un sol negro se fundiese sobre nuestras cabezas, como una lluvia negra y caliente en nuestros labios, una lluvia pesada que nunca termina, una agua negra y caliente que no moja, mientras nuestra lengua seca parece una piedra de sal, y nos miramos las manos llenas de sol negro, de lluvia caliente, de mundo que se va, que se ahoga. 
   ¿Y qué haremos con tanta ceniza?




                   5.


                   Nada añoro                  
                   andamos todo el día entre el silencio
                   porque el sonido del viento
                   o de las botas hundiéndose en el barro
                   son nuestro silencio
                   los gritos de los oficiales
                   los gemidos y las canciones
                   son nuestro silencio
                   y no hay ruido
                   que estorbe lo que pensamos
                   y yo recuerdo las horas de colegio
                   cómo lo hacíamos en el coche de mi padre
                   o el color exacto del mar
                   de Es Trenc cuando tú lo miras
                   puedo recordarlo todo
                   pero como si no me perteneciera

                   como si no me quedase deseo
                   ni añoranza.



                   9.


                   Hoy lo he entendido:
                   el miedo es una palabra.
                   No es como el barro,
                   la comida o la lluvia.

                   El valor no existe,
                   pasan los días
                   y lo que esperabas llega,
                   y eso es todo.
                  
                   Y entonces, de repente,
                   sólo importa lo que está ocurriendo,
                   y no hay nada que decidir,
                   no hay más opciones
                   que estar vivo,
              
                   con todo lo que estar vivo conlleva.



                   15.


                   Como el vuelo de la ceniza                  
                   que gira y gira
                   a las órdenes del viento
                   y de repente cae
                   quieta por unos instantes
                   como fundida con la tierra
                   antes de iniciar de nuevo el vuelo
                   ligero azaroso sutil

                   nuestro vuelo como el vuelo de la ceniza
                   con idéntica insignificancia
                   con idéntica belleza.



                   21.


                   Escribir la palabra luna.                  
                   Levantar la cabeza y mirarla.
                   Cerrar los ojos y en voz alta
                   decir la palabra dios,
                   temblando como un niño pequeño
                   que no es capaz de cruzar una puerta.

                   Abrir los ojos.
                   Ver la luna en el mismo sitio,
                   y la puerta cerrada.




sábado, 15 de febrero de 2014

lunes, 22 de abril de 2013

Joan Payeras, entre la intensidad de la luz y la elegancia del frío


El martes 16 de abril aparecía publicado en el diario Última Hora un artículo que escribí sobre Joan Payeras y su último libro, La luz y el frío. Creo que puede servir como introducción a la entrevista que hoy publico en “Tu cita de los martes”.

«Conozco a Joan Payeras desde los 19 años. Soy consciente de que hablar bien de su último libro, La luz y el frío, ganador del premio Café Comercial, me coloca automáticamente bajo los focos de la sospecha. No importa. Al final, en la hora de la defensa, los libros se quedan solos… Media un abismo (y no me refiero sólo al tiempo transcurrido) entre aquellos primeros poemas de Joan Payeras, leídos en el bar de la facultad de derecho, y los que integran su último poemario. Podría pensarse que esto, hasta cierto punto, no es meritorio. Pero el empecinamiento de algunos poetas por mantenerse en los albores de su propia escritura convierte este hecho en algo remarcable. La cosa, sin embargo, no termina aquí. Libro a libro, Payeras se ha ido superando, aunque tal vez sería más acertado emplear el verbo crecer. Efectivamente, el poeta Joan Payeras ha ido creciendo con cada nueva publicación hasta alcanzar las cotas de La luz y el frío. Se trata, en este caso, de un crecimiento sin aspavientos ni grandes saltos, un crecimiento sereno y continuado, diría que natural. Cuando hablo de crecimiento, estoy hablando de evolución, de calidad, de hondura. Curiosamente, este crecimiento supone una disminución en el número de versos de sus poemas, en el protagonismo que la anécdota adquiere en ellos. Pero preferiría que fueran ustedes los que descubrieran a este fantástico poeta de Palma. Que el desconocimiento de su nombre no les haga recular. Está a la altura de los mejores poetas que publican hoy en España».

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Ayer acometí la tercera lectura de La luz y el frío. La primera, hace ya algunos meses, la realicé en folios sueltos; las otras dos, en su formato libro. Las tres veces lo he hecho bolígrafo en mano. Las notas que fui tomando mientras leía los poemas configuran algunas de estas preguntas:

Antes de hablar del libro en su conjunto, quisiera hacerlo del primer poema, “Ideal”. Todo él, desde su título hasta la cita de Paul Valéry con la que arranca (“Un buen poema es silencioso”), es una declaración de intenciones. ¿Resume este poema lo que persigues cuando te sientas a escribir poesía?

Es una idea que resume, en realidad, lo que he perseguido mientras escribía este libro en particular. Normalmente, al releer los poemarios anteriores suele molestarme lo que sobra. Nunca echo nada de menos, sino de más. Así que existía una voluntad de concreción, de jugar con los silencios, de intentar no decir más de lo necesario. Era un "ideal", no sé si logrado, para el tono de este libro. Pero en absoluto es una declaración que vaya más allá. No sé qué buscaré en el siguiente libro, por ejemplo. Y me gustan autores que sí podrían casar con esta idea, y otros que en absoluto. No hablaba de la poesía en general, aunque la cita es muy taxativa, desde luego. Pero creo que Valéry era algo más dogmático que yo, al menos en ese sentido.

Hablando de la voluntad de concreción, José Ángel Valente, uno de tus poetas predilectos, o eso creo, aseguraba que su búsqueda poética estaba en la economía del lenguaje, de ahí que se acercase a otras artes, a la pintura, a la arquitectura o a la música, en busca de las estéticas de la condensación, de la precisión de los lenguajes. ¿Podría decirse que tu búsqueda, al menos hasta ahora, ha ido por estos derroteros?  Lo pregunto porque, al repasar en orden cronológico tus cuatro libros anteriores, me parece percibir un afán cada vez mayor de concreción, como si con cada nueva publicación tus poemas necesitaran de menos elementos para decir más… ¿Lo sientes así?

En parte sí, al menos hasta ahora. Creo que en realidad, al principio, se da de manera casi inconsciente. En los últimos libros, y como te decía sobre todo en La luz y el frío, ya soy consciente de que es una búsqueda formal determinada, pero no sé hasta qué punto es una elección mía o parte de una evolución natural que no depende tanto de nosotros. Y además de la concisión, de intentar ser más preciso, los poemas han sido cada vez menos narrativos, ha crecido mi interés por los silencios, por la elipsis, por dejar cada vez una mayor parte del juego al lector, dar cada vez menos pistas.

Y sí, José Ángel Valente es desde luego uno de mis poetas imprescindibles, y no sólo por esa concreción de la que hablábamos. También me atrae su misticismo, comparto esa vertiente espiritual del laico que no deja de buscar.

Pero como te comentaba antes, hay otros poetas a los que tengo también como indispensables que están muy alejados de la propuesta de Valente.

Sigamos con La luz y el frío. En el siguiente poema, “El paseo”, ya aparece una de las claves del libro: el Tiempo. Es poco el que se nos concede en esta vida, todo pasa demasiado rápido y, al echar la vista atrás, vemos que aquello tan importante apenas es ceniza, algo inservible y engañoso, al menos es lo que se desprende de muchos de tus poemas. Me consta que la paternidad acentuó tu conciencia de fugacidad, el miedo a perder lo que tienes… ¿Nos puedes hablar de esto? ¿Podemos afirmar que se trata de un libro más pesimista que Eva en América, tu anterior poemario? 

Eva en América es un libro más vitalista, un divertimento. La luz y el frío es un libro más temeroso. Pero ese miedo es el de alguien que ama la vida, la ama hasta el punto de parecerle inconcebible que pueda acabar, y es incapaz de asumir su final, asumir que las personas a las que quiere, por ejemplo, no volverán a ser abrazadas, ni siquiera recordadas en esa nada que espera al no creyente, claro. Vivimos seguramente en la época que menos piensa en la muerte, porque por primera vez no hay asideros, no hay dioses, estamos solos frente al final infinito. Bajo esta premisa, a muchos les parecerá un libro triste. De todos modos, creo que el paso del tiempo y la memoria han sido temas que han aparecido en mi poesía desde siempre.

Otra de las claves del libro radica en la confrontación entre la luz y el frío. Me gustaría que desarrollases esta idea.

La palabra "luz" es posiblemente la que más aparece en el libro. La luz como metáfora de nuestra vida, de lo que nos pertenece mientras seguimos aquí, en confrontación al frío que nos espera agazapado, paciente. El libro avanza en el intento de atrapar esa luz como si pudiéramos con ella enfrentarnos al final, a la ausencia de luz, de calor, de vida: al frío. Una metáfora que no es nueva, claro, y un intento abocado al fracaso.

Por primera vez te has atrevido con la prosa poética y debo decir que algunas de ellas, como “El paseo”, “La maldición” o “Aquí, ahora”, me han parecido excelentes. ¿Cómo surge la idea de escribir esas prosas? ¿Ya sabes, antes de sentarte a escribir, la forma que adoptará eso que vas a escribir?

Normalmente sí. La disposición es otra, el planteamiento también. La prosa poética me ha permitido utilizar recursos que en el tono y la forma de los poemas no encajaban. Creo que en la lectura del libro tienen una función muy importante, tanto de ruptura y descanso entre los poemas como de ir abriendo puertas, dejando pistas.

La verdad es que me he sentido muy cómodo, he disfrutado mucho escribiéndolas, y puede que eso se note.

Ampliemos el objetivo. En tus dos primeras respuestas comentas que entre tus autores indispensables se hallan poetas cuyas propuestas son muy diferentes entre sí. Me gustaría que me hablases de esos autores, de cómo crees que te han influido, de lo que más aprecias de esas propuestas… En fin, háblanos de tu formación como poeta. 

Enseguida me vienen a la cabeza la poesía existencial de Blas de Otero, la hermosa decadencia culturalista de José María Álvarez o el hondo silencio de Valente. La propuesta de Álvarez y la de Valente, por ejemplo, son muy diferentes, y los dos son autores a los que vuelvo constantemente. Pero son muchos nombres: José Agustín Goytisolo, Gil de Biedma, Juan Luis Panero o José Corredor Matheos. Releo también mucho a Pizarnik, a Rabindranath Tagore. Y hay muchos novelistas que me han influido tanto o más que estos poetas, estoy seguro. Pero aquí sí que ya la lista se haría muy larga.

Seguimos con el tema de las influencias. Decía José Ángel Valente, citando a Keats, que el poeta tiene que aniquilar su identidad para dejar que el universo pase a través de él; aseguraba que el poeta que habla de su experiencia personal yerra estrepitosamente. Sin embargo, en tus poemas encuentro mucho de experiencia personal. Por su parte, hablar de José María Álvarez supone hablar de un culturalismo exacerbado, ligado, eso sí, a una experiencia vivencial. Sin embargo, en la experiencia vivencial de tus poemas ese culturalismo a lo Álvarez apenas tiene presencia. ¿Estás de acuerdo con esta reflexión? ¿Es tu poesía un cruce de ambas propuestas? 

Cualquier voz, cualquier poesía, es el cruce de muchas propuestas, de muchos libros, de una vida. No creo que sea tan fácil. Evidentemente, son dos autores que me inspiran muchísimo y algo habrá de ellos y de otros muchos en mi poesía. Creo que en La luz y el frío, al menos formalmente, quizás encontramos más ecos de Valente, o de Corredor Matheos. Pero soy incapaz de reducirlo a un cruce de dos propuestas. Antes no te he dado nombres de novelistas, pero para mi educación literaria algunos de ellos, como Thomas Wolfe, o Salinger, han tenido tanta importancia como los que mencionas. Seguro que también hay algo de ellos entre los versos, porque en su momento me cambiaron la vida. Y no hemos hablado de Pessoa, o de Jorge Guillén, o de un simple cuento de Carver que de repente enciende algo que se queda para siempre. Quiero decir que sería interminable la lista de lo que nos conforma.

Todos los autores que mencionas nacieron antes de 1950, algunos mucho antes. ¿Qué me dices de los autores actuales, más cercanos a tu generación? ¿Alguna propuesta ha llamado tu atención?

Desde luego, hay bastantes autores a los que seguir. Estos últimos meses he disfrutado mucho con la lectura de Los archivos griegos de Blanca Andreu y de Violeta profundo de Rafael Fombellida, por ejemplo. Me interesa mucho la obra de Manuel Vilas, Felipe Benítez Reyes, Jon Juaristi o Sánchez Robayna. Y también estamos dejando multitud de nombres en el tintero, porque me vienen a la cabeza muy buenos libros de Ada Salas, Vicente Gallego, Luis Muñoz, Carlos Alcorta, Ben Clark...Y aquí sigue habiendo voces muy diversas.

Diría que, últimamente, las lecturas poéticas conjuntas, las jam sessions de poesía, se han puesto de moda. En una ciudad como Palma, que yo sepa, existen dos que parecen gozar de buena salud, por no hablar de lo que ocurre (todos tenemos Facebook) en ciudades como Madrid o Barcelona. ¿Qué piensas de este fenómeno? ¿Te imaginas participando en uno de estos eventos?

Siempre he entendido la literatura como un asunto muy íntimo, un puente entre autor y lector que se modifica en cada relación. Nunca me gustaron las lecturas. Antes de que existieran estas jam sessions, ya me costaba mucho disfrutar de una clásica lectura poética. Disfrutaba con las conferencias y con las charlas de los buenos conferenciantes, pero nunca de la lectura como cuando lo hacía en casa, a solas. Me temo que estas sesiones están proporcionando una falsa idea de que la poesía sigue viva, de que goza de buena salud, de que interesa. Pero no es poesía, es otra cosa. A mí no me interesan en absoluto, están muy alejadas de lo que entiendo por literatura. Y como espectáculo, tampoco me gustan. En cualquier caso no creo que fuera capaz de disfrutar de un buen poema así. Necesito estar solo, leerlo para mí.

Y claro, no me imagino participando. Soy además muy mal lector en público, como saben los que me conocen, así que creo que tanto las jams como yo estaremos mejor si seguimos ignorándonos.

Sigamos con la actualidad. Hace ya tiempo, las llamadas nuevas tecnologías revolucionaron el panorama cultural, las distintas redes sociales son una realidad indiscutible, el abaratamiento de costes en el mundo de la impresión y la autopromoción a través de esas redes sociales y demás plataformas digitales hace que hoy se publiquen y se tenga acceso a más libros que nunca. Como suele decirse, los poetas inéditos son una especie en vías de extinción. ¿Cómo ha afectado todo esto, si es que lo ha hecho, al mundo de la poesía? ¿Es buena toda esta proliferación?

Como siempre, este tipo de facilidades sólo ayudan a los que tenían un criterio sólido anterior, a los que tienen la capacidad de distinguir el grano de la paja. Para los que no tengan esa capacidad, la red parecerá que les ayuda, pero será todo lo contrario. Poder consultar en cualquier momento algo en la wikipedia no es como saberlo. Y tener acceso a todo tipo de poetas, de cualquier nivel, mezclados unos con otros en una gran cesta, sin la formación ni el criterio adecuados, también puede dar lugar a equívocos. Antes, la publicación era un filtro, muchas veces injusto, pero un filtro al fin y al cabo. Está muy bien que todo el que quiera pueda darse el capricho de publicarse el libro. Pero no hay que engañarse, ni dejarse engañar.

Vuelvo a tu primera respuesta. En ella dices que no sabes lo que buscarás en el siguiente libro. ¿Ya has empezado a trabajar en él? ¿Entraría dentro de lo posible encontrarnos con un Joan Payeras más expansivo, menos concreto?

Estaría dentro de lo posible casi cualquier cosa. Por primera vez en muchos años, no tengo nada en marcha. Aunque ya empiezo a notar algún síntoma sospechoso...

Para termina, hace unos años uno de tus cuentos resultó finalista en el certamen NH de relatos. ¿Veremos algún día un libro de relatos o una novela de Joan Payeras?

Una novela lo veo difícil. Nunca se sabe, pero me temo que no tengo el aliento necesario. El libro de relatos sí es una de las ilusiones, de los retos pendientes. Sigo escribiendo relatos, de vez en cuando, sobre todo como desintoxicación y descanso de la poesía. Me gustaría poder reunirlos algún día en un libro, cuando haya material suficiente.



lunes, 28 de marzo de 2011

Un poema de "Eva en América", de Joan Payeras

.
AMÉRICA

.

Está en el modo que ha tenido el viento
de moldear la piedra,
está en las avenidas de neón
y en la noche sin luna en la autopista.
Marca a esta tierra joven
con un silencio antiguo
y una luz que es deseo.

Es la violencia.

Se asoma en las miradas,
en cada rostro y cada esquina,
y ya empieza a notarse
en mi forma de conducir,
o en cómo hacemos el amor
cuando la puerta del motel de turno
se convierte en excusa suficiente,
en coartada feroz,
en última frontera.

martes, 15 de marzo de 2011

Limpieza y absorción en el blog de Joan Payeras


Si te apetece acceder al blog, pincha AQUÍ.

Después de leer palabras así, uno se ruboriza y emociona y piensa qué exagerado pero en el fondo agradece y llama y no sabe qué decir sin que suene muy tonto o muy cursi.

Aprovecho que me hallo inmerso en pleno proceso de autopromoción para recordar que este jueves, a las 20 horas, en la Biblioteca de Babel (calle Arabí, junto al café Antiquari) presento Limpieza y absorción acompañado de Fabio de la Flor, editor de Delirio, y Nadal Suau, crítico literario. Sin duda, ellos harán que valga la pena asistir…

Una última cosa: que alguien lleve cámara y haga fotos.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Saturday night

Ben Clark, uno de mis poetas favoritos, me pidió un poema y yo se lo envié. Si te apetece leerlo, tendrás de pinchar aquí. Ahora pienso que pasarán muchos meses antes de que vuelva a adelantar un poema perteneciente a un libro en proceso de gestación. Salvo que me lo pida Miriam Reyes, o Manuel Vilas, o Joan Payeras, o José Luis Piquero, o Carmen Camacho…

Es sábado por la noche y nada me retendrá en casa.

sábado, 16 de octubre de 2010

Escribir, siempre escribir


El año que me concedieron el premio Hiperión por Al fin has conseguido que odie el blues (8 de cada 10 personas no dicen bien el título), aquel año, Rafael Courtoisie (¿cómo coño se pronuncia?), montevideano nacido en el 58, ganaba el decimocuarto Premio de Poesía Blas de Otero con su libro Casa de cosas, libro que por casualidad saqué el otro día de la biblioteca. Esta tarde empecé su lectura. Poemas dedicados a cucharas, tenedores, vasos; un Morandi de inclinaciones surrealistas dotado de ingenio y oficio. Pero si me he sentado frente al ordenador no ha sido para ejercer de crítico literario. Si me he sentado frente al ordenador ha sido para escribir que en la penúltima página del libro en cuestión se encuentra la típica lista de autores publicados en esa colección (colección Julio Nombela de la Asociación de escritores y artistas españoles). Estas listas de editoriales pequeñas, por lo general, me deprimen profundamente, ya que suelen ser listas extensas en las que no reconozco ningún nombre. Cientos, miles, millones de tipos anónimos encorvados como yo frente al ordenador para escribir sus libritos de mierda que sólo leen (quien dice leer, dice ojear) familiares, amigos y despistados. Esta vez, sin embargo, se obró la excepción. En el puesto 32 de la colección se halla Pedro Andreu y su libro Partida entre canallas, libro que ya descansaba en la librería de mi casa anterior. Este año, Pedro Andreu, poeta mallorquín al que no conozco personalmente, ganó el séptimo Premio Cafè Món con su poemario El frío. ¿Eran necesarias 257 palabras para contar esta anécdota intrascendente y aburrida? Seguramente no. El aburrimiento, ya se sabe. Pero dejen que continúe. El otro día, el también poeta mallorquín Joan Payeras (no sólo somos grandes tenistas y motoristas) me regaló su último poemario, Calle del Mar. Para mi pequeña sorpresa de sábado por la tarde, el libro se abre con una cita de Blas de Otero, una cita que dice: “esta angustia de ser y de sabernos / a un tiempo sombra, soledad y fuego”. Todo esto (nada, una tontería, modos de ver un horizonte o de matar el tiempo) en su conjunto ha hecho que me sentara frente al ordenador y me pusiera a escribir. Escribir, siempre escribir. Bueno, ya lo he contado, y ahora qué. Ahora nada. Leer un poco más, pegarme una ducha, salir a la calle. Necesito volver a odiar el blues.

sábado, 2 de mayo de 2009

MODOS DE VER UN HORIZONTE (Ed. Fecit, 2009), de JUAN PAYERAS, con prólogo de Javier Cánaves


LO QUE LE PEDIMOS A LA POESÍA
(Prólogo)

Estoy en casa y acabo de leer Modos de ver un horizonte, de Juan Payeras. Dudo entre escuchar a John Lee Hooker o Lou Reed, tal es el estado en que me ha dejado el libro. Finalmente me decanto por abrir la ventana y dejar que la ciudad me invada con su banda sonora. Los acordes de siempre, nunca iguales. Y con ellos, los fantasmas. Hay fantasmas que chantajean y los hay con quines uno se sienta a beber cerveza y escuchar música. Es una de las enseñanzas de Juan Payeras en un libro que no pretende enseñar nada a nadie. Es demasiado inteligente para esto, sensatamente individual. Por lo demás, desde que terminé su lectura, no puedo desprenderme de una cita que todavía no he encontrado. Pero sé que lo haré. Habla, estoy casi seguro, de la soledad.

Salgo a la terraza para mirar el horizonte e inspirarme. La ciudad, las historias que encierra, su poesía muda que pide a gritos ser rescatada. El tiempo, como afirma Payeras, es una trampa de espejos donde se confunden sueños y recuerdos, realidad y ficción. Por eso es fácil haber sido Pierre Bezújov en 1812, por eso mismo resulta de lo más normal encontrarse en la puerta de casa con Peter Handke y Chet Baker dispuestos a pasar la tarde con uno. Pero yo sigo solo, en la terraza, ese espacio fronterizo que separa a la ciudad –con sus bares y callejones sin salida, con sus recuerdos de tantas otra ciudades– del interior de casa, del refugio en el que, sin embargo, tantas veces llueve.

No es nada fácil abarcar el horizonte...

Dentro de algunas horas amanecerá y la ciudad se irá alzando, lentamente, como una guillotina perezosa pero implacable. Juan Payeras lo sabe y nos lo cuenta con una sencillez que apabulla. La poesía más eficaz es aquella que nos cuenta con sencillez lo que ya sabemos y que, pese a ello, consigue golpearnos. No puedo desprenderme de esta imagen, la de la guillotina, con la que el poeta inaugura la puesta en escena de uno de los grandes protagonistas del libro: la ciudad, las ciudades. La ciudad como escenario imprescindible en el que se dan cita los otros grandes temas: la soledad, el tiempo, la música, la literatura.

Abandono la terraza y me instalo en el sofá. De pronto me siento como uno de los personajes que pasean su rabia contenida y sus renuncias por los poemas del libro. Ellos saben que, en innumerables ocasiones, el mundo de afuera es un mundo inhabitable, frío, por eso se apresuran en llegar a casa para encontrarse de cara con el silencio del televisor encendido, de la página en blanco, con la pregunta que un descuido de la memoria ha dejado caer. En efecto, Modos de ver un horizonte está plagado de interiores que no aciertan a cumplir con su función de guarida y acaban erigiéndose en prolongación de la intemperie. Poemas como el que da título al libro, o como Tormenta, Cuatro hombres y una dama o Dulce hogar son ejemplos perfectos de la dificultad que entraña esta huida. Cuando la intemperie se adhiere a nuestra piel, es muy difícil sacárnosla de encima.

Me sacudo de encima algún que otro fantasma (mío o de Juan Payeras, no lo sé) y recuerdo la cita que andaba buscando. Es de Paul Auster que, como todo el mundo sabe, se inició en la literatura como poeta. Pertenece a su primera novela, La invención de la soledad: “Cada libro es una imagen de la soledad. Es un objeto tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula de esa soledad. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. El libro puede hablar de soledad o compañía, pero siempre es necesariamente un producto de la soledad”.

Producto de la soledad y de este conglomerado intraducible que es la vida, Modos de ver un horizonte, como todo buen libro, es también una invitación al viaje. No es de extrañar que la palabra que cierra el libro sea precisamente ésta: viaje. Algo elemental pero que me veo en la obligación de recordar en este prólogo: Los viajes siempre son irreales, puesto que ocurren en la imaginación o en la memoria, de ahí su textura onírica. Visita a Hampsdtead, Madrid 2001, Hermoso y maldito o Lisboa hablan de viajes desde la perspectiva del que ya regresó, del que ya casi olvida, por lo que transitan entre el ajuste de cuentas imposible y el homenaje entusiasta del que vivió y se aferra a ello. En cambio, The way back home y Caleidoscopio cantan la necesidad de huida, del viaje por hacer, sobriamente, sin engañarse al respecto. Juan Payeras acierta al decir que uno vuelve a casa desde el instante mismo en que parte. La otra salida sería el desvarío.

Desvarío o no, vuelvo a la terraza para aullar en la noche. Mi voz se une al coro de voces que cimientan la ciudad, humanizándola. Es mi homenaje al pasado vivido en libros y música, leído en días y viajes. Todo tiempo será leyenda y no hay maleta que pueda con tanta memoria amarilla, así nos lo cuenta Juan Payeras. Un buen libro es aquel con el que resulta fácil dejar de ser lector para pasar a ser protagonista, y Modos de ver un horizonte lo consigue.

¿No es esto, acaso, lo que le pedimos a la poesía?