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viernes, 26 de junio de 2015

Poesía en los bares: Alejandro Zambra

"Mudanza" (Ediciones Contrabando, 2014)


(1)

 

Me dijeron que avisara treinta días
antes me dijeron que avisara treinta
veces al menos me dijeron que al
menos avisara treinta veces y que
en días como estos no se debe
–no se puede– trabajar. Que me fuera,
que dos cuadras más abajo preguntara
si quedaba sopa para uno si quedaba media
botella para uno me dijeron que a medias
quedaba una botella
y tenían razón:
                                   si te gusta te gusta
si no te gusta no te gusta no más
me dijeron que tenían razón y tenían razón:
ella es débil y blanca y tú eres
pobremente oscuro y eso es todo cuanto hay
no en el fondo sino encima de la cama
cuando besas y te besa.
                                                  Atardece, mientras cae
no la noche pero algo y en las fundas
una forma peligrosa que se mueve
como un bulto del que buscas la salida.
O te quedas, me dijeron, y decides caer
–como la noche– rendido a los pies de
los pies de la amante que duerme sin saber
que duermes a su lado. Y que duele el brillo oscuro
en los brazos noche arriba.
                                                        O abajo,
de izquierda a derecha, treinta
noches con sus días en las fundas
que nos guardan y nos cierran y nos
guardan, embalados en las cajas
que ellos abren muchas veces con
sus días y sus noches con sus veces
y sus días, hasta que ellos por si acaso
cambiarán la cerradura por si acaso
regresaras el camino ya no importa
que la llave se desfonde en el bolsillo
ni es preciso repasar la borra espesa
de la taza picada. No nos quites el
saludo, no nos quites el dinero
no tenemos más
cigarros porque en noches
como estas no se puede –no se debe–
trabajar, no se puede –no se pudo–
hacer favores ni hacer caso de las voces
que te dicen: ella duerme por las noches
a tu lado y no lo sabe porque duerme,
ella besa y tú la besas, eso es todo, era todo
cuanto había no en el fondo sino encima
de la cama embalada treinta días,
treinta veces me avisaron que dijera
que me iba y no volvía. No nos quites
los cigarros, que me fuera tan tranquilo y callara
si te gusta y cerrara la boca si no te gusta,
no te cuesta nada hacernos el favor
de sentarte con prudencia a la espera de noticias
tan tranquilo tan sentado mientras cae
no la noche pero algo y una forma
peligrosa se remueve en la memoria
como un bulto del que buscas la salida.

martes, 19 de agosto de 2014

La risa loca del lúcido



domingo, 17 de agosto de 2014

Disponer de dos caras, una hacia afuera, exterior, y otra hacia adentro. Mostrar, a través de la exterior, una parte de ti: la que descree, la que se ríe, la que toma distancia. La otra, la que mira en tu interior, ha de ser la cara del héroe, del loco, la que en el fondo se cree alguien especial, con un destino cierto. Escribir los poemas con la cara interior, eso sí, salpicada por esa risa y esa distancia. La risa loca del lúcido. La distancia de alguien que sólo concibe el poema desde la implicación absoluta.

A veces la mente funciona así: lees el poema XIV (“Otros duermen en vagones de carga y necesitan / tratamientos antialcohólicos y psiquiatras”) de Crónica del forastero, libro escrito por Jorge Teiller, e inmediatamente vuelas hasta aquel primer verso del famoso poema de Allen Ginsberg: “He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura…”. Por su parte, este verso (la mención de la destrucción, de la locura) te remite a Roberto Bolaño, a su concepción inicial de la poesía (que nunca abandonó): “Desplazamiento del acto de escribir por zonas nada propicias para el acto de escribir”. Entonces recuerdas lo que escribió Alejandro Zambra sobre su compatriota: “los poemas de Bolaño son los poemas de los personajes de Bolaño”. Y así.

(…)





lunes, 18 de agosto de 2014

(…) Acabo de darme cuenta. Llevo diez años escribiendo en este diario. Fue en agosto de 2004 cuando lo inicié, concretamente, el día 3. Lo inauguré con esta frase: Hoy es Santa Lidia. Menuda manera de empezar un diario. Diez años ya. Ha habido épocas en que me he olvidado de él, pero siempre termino por regresar. Es un banco de pruebas, un gimnasio; es otra manera de hablar conmigo. Alguna que otra vez se parece a un confesionario. Soy proclive a perdonármelo todo.


martes, 19 de agosto de 2014

La cultura tiende a la enfermedad, de ahí que deba andar medicándose constantemente.

Hoy me acerqué a Babel. Tuve en las manos La tentación del fracaso, dietario íntimo de Julio Ramón Ribeyro. Estuve tentado de hacerme con él. No es la primera vez que me pasa. Finalmente, lo devolví al anaquel del que lo extraje. Algo me dice que no es el momento. Por otro lado, tengo en casa varios diarios de escritores cuya lectura no finalicé. Algunas tardes vuelvo a ellos, leo unas páginas y los devuelvo a la estantería, donde se quedan hasta que de nuevo me acerco a ellos, unos meses después. Así me pasa con El oficio de vivir de Cesare Pavese, con los Diarios de John Cheever o con El cuaderno gris de Josep Pla… Finalmente, me hice con La muerte del padre, de Karl Ove Knausgård. Está claro que hoy latía en mí un ansia por lo autobiográfico.