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martes, 4 de marzo de 2014

Charles Bukowski. Los autores no importan

De cada vez lo tengo más claro: los autores no importan. Importa la obra, no el autor. Tal vez por esto mis notas biográficas van menguando a medida que cumplo años. ¿Que a Kafka le gustaba hurgarse la nariz después de comer? ¿Que Kundera una vez se soltó un pedo en el ascensor de un hotel de 5 estrellas? ¿Que Coetzee detesta las corridas de toros? Interesante para biografías y entrevistas, pero aquí no hablamos de eso; lo hacemos de literatura y relevancia. Ah, ya sé: tal hecho sirve para explicar tal característica de su obra; sin tal dato no la podríamos entender de manera cabal; etc. Perfecto. Pero qué quieren que les diga. Me suena a periferia, a desviar la atención, a justificación o relleno. En estas breves líneas hablamos de arte, o esa es nuestra intención. Me refiero a esa cosa tan denostada por estas tierras. A ver: beber en exceso, dormir en el banco de un parque público, pelearte con cierta frecuencia en bares inmundos que no cierran nunca, no te hará mejor escritor. Hablar de tales logros en las solapas de tus libros es un reclamo para malos epígonos de ya sabemos quién. ¿Que el escritor en cuestión fue un dechado de virtudes? ¿Que nunca le deseó el mal a nadie? ¿Que no se hurgaba la nariz ni soltaba ventosidades? Mejor para su santa esposa, sus dulces hijos y sus pacientes amigos. A mí no me importa: no lo traté. Al final, lo que queda, con un mucho de suerte, son los versos, las novelas… Lo demás, como decía aquel guatemalteco guasón, es silencio.

Este arranque de escritura lo ha propiciado la lectura de Fragmentos de un cuaderno manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990), de Charles Bukowski. Me lo regalaron por mi último cumpleaños, seis meses atrás. Debo reconocer que difícilmente me habría hecho con él por propia iniciativa. Cosas buenas de celebrar los aniversarios. Hace poco escribí en un cuaderno (en realidad documento Word) sin manchas de vino ni de ninguna otra clase: “Muchas veces, ni nuestros mejores amigos aciertan con los libros que nos regalan. De todos modos, esta falta de tino no siempre es mala. Gracias a ella, leí libros que todavía recuerdo”. Bien, a lo que iba. La prosa de Bukowski transmite brío y autenticidad, una vez subido a ella resulta difícil bajarse. Con esto, con su estilo*, es con lo que hay que quedarse. Lo otro, lo que lo convirtió en mito para adolescentes, es secundario. Si vas a literaturizar tus vivencias, si vas a caer en esa marranada, recuerda que lo realmente importante es cómo las cuentes, no si te emborrachas más o menos, si follas más o menos, etc.  Dicho esto, no convendría olvidar que la exageración es un recurso literario de lo más útil. Bukowski  lo sabía: “estoy convencido de que nuestra exageración crea Arte”. Pero exagerar no implica hacerte pasar por lo que no eres (no confundir sinceridad con autenticidad). Si caes en ese vicio o debilidad, tu prosa y especialmente tus versos se resentirán. Es muy difícil disfrazar la falsedad; la cosa apesta. Por supuesto, nos estamos refiriendo a un determinado modo de entender la literatura…

Charles Bukowski: Ni beber hace a un escritor ni meterse en trifulcas hace a un escritor, y aunque he hecho en abundancia tanto lo uno como lo otro, es una mera falacia y un romanticismo enfermizo dar por sentado que todos estos actos harán de uno mejor escritor. Como es natural, hay ocasiones en las que uno tiene que pelear y ocasiones en las que uno tiene que beber, pero en realidad esas ocasiones son anticreativas y no hay nada que hacer al respecto.

David Pérez Vega dice algo al respecto en su poema “Charles Bukowski”, incluido en su libro El bar de Lee. Traigo aquí dos versos de este estupendo poema:

si quieres escribir como Bukowski antes de beber
como Bukowski intenta leer como Bukowski.


Otra manera de abordar el tema:

Entrañas

Tal vez debiera pasar la noche en el banco de un parque,
escribir con los dedos de la resaca perforando mis sienes,
pelearme con cierta frecuencia en bares inmundos que no cierran nunca
o dilapidar toda mi paga en los hipódromos
para alcanzar al fin el Gran Poema,
para escribir poemas de verdad,
es decir,
con las entrañas, pero ocurre
que tengo la costumbre de teclear mis poemas con los dedos
de mis manos, que soy propietario de una casa con sus paredes
y techo, que apenas trasnocho, ya que siempre preferí escribir
por las mañanas, que mis únicas peleas son con los horarios,
las palabras y mis hijas, que llego a fin de mes
sin excesivos agobios y, además
y para colmo,
nunca apuesto…

Tras todo lo expuesto, queda claro
que va a ser imposible
escribir el Gran Poema,
ni siquiera –me temo–
uno pasable.

Y, sin embargo,
aquí me tienes, tecleando en la oficina
mientras suenan todos los teléfonos del mundo
y escucho pasos incansables a mi espalda,
lo que me obliga a ocultar a cada instante
el documento Word en el que escribo
este poema insulso

sin rastro de órganos
que, por mi bien, mantengo a buen recaudo.



* ¿Y qué era el estilo para Bukowski? Dejemos que sea él quien responda:

Este chico me dijo la otra noche: “Bukowski, puedo escribir como tú pero tú no puedes escribir como yo”. No le contesté porque necesita jactarse de sí mismo, pero en realidad, sólo cree que puede escribir como yo. El genio puede ser la habilidad para decir cosas profundas de una manera sencilla, o incluso decir algo sencillo de una manera más sencilla aún.

(…)

El estilo supone no escudarse en absoluto.
El estilo supone no poner fachada en absoluto.
El estilo es una naturalidad definitiva.
El estilo supone un hombre solo con miles de millones de hombres alrededor.



Todas las citas de Bukowski han sido extraídas de Fragmentos de un cuaderno manchado de vino 

sábado, 1 de febrero de 2014

Charles Bukowski y Antonio Colinas: una extraña pareja

Me he levantado temprano y me he dirigido a la cocina. Mientras tomaba el café con leche, en mi dispositivo móvil sonaban, en orden aleatorio, Andrés Calamaro, Damien Rice, Led Zeppelin… Una vez en el cuarto del ordenador, me he puesto a leer poesía: Charles Bukowski y Antonio Colinas. Sí, ya sé: una mezcla rara. Digamos que estas combinaciones extrañas me estimulan. Cada uno me aporta cosas diferentes que en realidad no son tan diferentes. Más allá de criterios estéticos, está el modo en que manos distintas nos tocan el sentimiento o la inteligencia (o ambas cosas), logran meterle mano a ese barullo invisible –pero cierto– que el cúmulo de experiencias instaló en nosotros. Andamos con ese fardo y, a veces, una canción, un poema, un olor, lo revuelven todo o despiertan algo. Generalmente, dura pocos minutos. Se trata de nuestra dosis necesaria de daño y belleza. De nostalgia. Por lo demás (y con objeto de dejar atrás este conato de sentimentalismo peligroso), debo decir que hay poemas de Charles Bukowski que me parecen malos o tontos del mismo modo que hay poemas de Antonio Colinas que me parecen aburridos o pretenciosos… ¿Acaso no me pasa algo similar con algunas canciones de Andrés Calamaro, Damien Rice o Led Zeppelin? 

Para terminar y, ya de paso, cambiar la tendencia fúnebre de estos días, traigo aquí el poema de un poeta vivo: Antonio Colinas. Es el primero que leí esta mañana. Que tengan un buen sábado. 

GIACOMO CASANOVA ACEPTA EL CARGO DE BIBLIOTECARIO 
QUE LE OFRECE, EN BOHEMIA, EL CONDE DE WALDSTEIN

Escuchadme, Señor: tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme: he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor: de París a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor: aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serrallos azules de Estambul.


De su libro Sepulcro en Tarquinia.

martes, 26 de julio de 2011

Vacaciones


Andas de vacaciones, pensando en las vacaciones que vas a necesitar para recuperarte de estas vacaciones. Te pasas el día en la playa, destrozándote la piel, tratando de atrapar cangrejos para tu hija. Los cangrejos conocen todos tus trucos, que no son más de dos o tres. Se ocultan en sus agujeros, a resguardo del sol, y no salen por mucho que los incites con una pluma de pájaro que encontraste sobre las rocas. Después llega la hora de comer. La sombra de un pino es lo más parecido al paraíso sobre la tierra. Desde tu posición observas a los otros padres andar pendientes de sus hijos. Los hay que juegan a la pelota o a perseguirse y lanzarse arena. Las maneras de fastidiar son infinitas. Algunas madres andan con las tetas al aire. Las hay a las que todavía no les cuelgan hasta el ombligo. Luego están las adolescentes, pero no quiero hablar de las adolescentes. Me hago viejo. Durante el verano, mi cerebro se reblandece. Las ideas me llegan en frases sueltas y deshilvanadas. Pienso, sin venir a cuento, que no soy más que seis o siete claves de acceso. Luego recuerdo un poema de Charles Bukowski, un poema en el que cuenta que siempre se está perdiendo, lo que le lleva a meterse en gasolineras para que le indiquen cómo regresar a casa. En esto nos parecemos. Mi última hazaña consistió en perderme con mi hija en el interior de Port Aventura. Quería salir y no había manera. Afuera nos esperaban para llevarnos al aeropuerto. Este artículo demuestra que lo logré y que necesito otras vacaciones.

ULTIMA HORA, 26/07/11