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martes, 22 de diciembre de 2009

Arrebato, lecturas, autobombo


Aviso: esto es un arrebato, no esperen grandes cosas.
Puesto que hoy en Ultima Hora apareció mi artículo Palais Royal, publicado en este blog –en primicia mundial– el pasado diez de diciembre, me encuentro con que es martes y no tengo nada que ofrecer salvo este arrebato de escritura.
Tendré que hablar de mí.
En realidad no existe otro tema (obvio).
Tenía pensado escribir un artículo sobre la polémica desatada por la decisión del parlamento de Cataluña de admitir a debate la iniciativa popular consistente en la prohibición de las corridas de toros. Pero no voy a escribirlo, no ahora.
Ahora toca hablar de mis últimas lecturas. Hablaré de un modo vago porque nunca he sabido hacerlo de otro modo.
La imposibilidad de convertirme en un buen crítico literario me llevó a ser escritor. A intentarlo por lo menos.
En efecto, es mucho más fácil ser escritor que crítico literario. Y yo siempre opté por lo más fácil.
De entre mis últimas lecturas quiero destacar dos títulos:
- Mis premios, de Thomas Bernhard.
- Fin, de David Monteagudo.
Mis premios hizo que me reencontrara con el mejor Bernhard, o al menos el Bernhard que más me gusta a mí: el irónico, iracundo, exagerado y prepotente Thomas Bernhard. Después de Helada y Amras, me hacía falta este reencuentro. Se me ocurrió, tras su lectura, que yo podría tratar de hacer algo parecido, pero enseguida reparé en que no era ni seré Thomas Bernhard y que probablemente nunca conseguiré que todo un ministro de cultura abandone, abochornado y furioso a causa de mi discurso, el recinto donde se me acaba de conceder un premio.
Fin, de Monteagudo, me enganchó, así de simple. Como te enganchan algunas pelis. No sé nada del autor (salvo que se trata de un gallego afincado en Cataluña) ni falta que me hace. El libro no me hizo reflexionar, su estilo no me llamó la atención, su estructura es más bien convencional. Pero la historia engancha. Al salir del trabajo tenía prisa por llegar a casa para poder seguir con su lectura. Digamos que es todo lo contrario a Austerlitz, de Sebald. Y aquí lo dejo. Me da pereza seguir, explicarme mejor.
Otras lecturas:
El hombre que vio caer a Deleuze, de Vidal Valicourt. Se lee fácil. Tiene momentos inspirados. Pero me temo que se olvida con la misma facilidad con que se lee.
El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán. Lo abandoné en la página 60. (Una pena, con la pasta que me costó).
Por lo demás, voy por la página 160 de Providence, de Juan Francisco Ferré, por la 61 de Focus, de Inés Matute, y por la 35 de César Vallejo y el pan, de Emilio Arnao.
En poesía tengo empezados En resumidas cuentas, de José Emilio Pacheco (ya ven que no soy inmune a las condecoraciones) y El fin de semana perdido, de José Luis Piquero.
Y ya está.
Ahora toca despedirse.
Y para hacerlo, qué mejor que compartir con todos ustedes la entrevista que me hicieron en Ítaca, un programa de TV Mallorca.
Tienen mi permiso para reírse a mi costa. Yo lo haría.
Feliz Navidad.
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jueves, 10 de diciembre de 2009

Jueves, Palais Royal


Extraigo de la librería Billy que preside la sala-comedor de casa el libro de Rodrigo Rey Rosa titulado Ningún lugar sagrado, leído ya hace algún tiempo. Lo hago sin premeditación, casi sin darme cuenta. Lo hojeo hasta detenerme en el quinto cuento, justo en el ecuador del libro. Se titula Vídeo y en realidad no se trata de ningún cuento, sino de la descripción de los diez vídeos que más impresionaron a Rey Rosa durante su estancia en Nueva York. Empieza así: “De las ciento treinta y nueve videocintas que vi durante mi estadía de casi un año en Nueva York, éstas son las que más me impresionaron:”. A partir de aquí el guatemalteco se pone a describir estos diez vídeos. La mayoría son inquietantes, algunos abiertamente desagradables. No sé por qué, pero este cuento –que en realidad, ya dije, no es un cuento, sino un conjunto de diez prosas breves o micro-cuentos– siempre me ha fascinado. El micro-cuento o vídeo titulado “PASEO VIRTUAL” empieza así: “Ludwig Wittgenstein paseando con Gertrude Stein por los jardines del Palais-Royal”. Transcribo este principio porque, una vez devuelto el libro a su lugar, me tumbo en el sofá para acometer el final de Austerlitz, de W.G. Sebald. El punto de lectura se encuentra en la página 262 del número 350 de la colección Compactos de Anagrama. Empiezo a leer y a los pocos segundos doy con esta frase: “fuimos por calles en las que soplaba una agradable brisa hasta el Palais Royal”. Se hace inevitable imaginar el encuentro entre los dos profesores (Wittgenstein y Sebald), si bien enseguida caigo en la imposibilidad de tal encuentro. Con todo, esta coincidencia (bastante pobre, todo hay que decirlo) me pone de buen humor. A veces, es cierto, me conformo con poco.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Saturado, feliz, ligeramente asqueado


Toda la tarde en casa. Me vendo humo, sin escrúpulos. Juego a ser quien no soy. Sonrío frente al espejo como un mal actor desesperado. Me retoco la barba, las patillas. Debería estar tirado en el sofá, frente a la tele. Leí algunas páginas de W. G. Sebald. Habría mucho que decir, pero no digo nada. Estoy saturado, feliz, ligeramente asqueado. El otro día me enteré de la existencia de la isla de la basura, allá en el Pacífico. Fue descubierta por un tal Charles Moore en 1997. Dicen que tiene aproximadamente el tamaño de Texas. Pienso en mudarme allí. Una casita en primera línea, sin vecinos. El sueño de cualquier mortal. Las puestas de sol, el reverbero de la luz sobre los plásticos acumulados. Aseguran que en aquella zona reina la calma chica. Como aquí. Todo en calma. Feliz. Escribiendo por escribir. O tal vez exista una razón oculta, desesperada. ¡Corten!