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lunes, 4 de febrero de 2013

Releer novelas


Hasta hace poco, durante toda mi vida de lector, sólo había releído tres novelas: Pedro Páramo, de Juan Rulfo, El extranjero, de Albert Camus, y El hombre delgado, de Dashiel Hamett. Estas dos últimas relecturas las acometí por error: en su momento olvidé (parece un chiste, pero no lo es) que ya había leído estos libros. Una vez iniciada su lectura, y pese a darme cuenta del error, decidí continuar… Estoy hablando de volver a leer una novela de principio a fin, no de releer fragmentos o capítulos sueltos. Curiosamente, en los últimos tiempos me ha dado por releer novelas. La cosa empezó a mediados del año pasado. Las escogidas fueron El discurso vacío, de Mario Levrero, y Prisión perpetua, de Ricardio Piglia.  Disfruté de ambas relecturas, es más, diría que lo pasé mejor releyéndolas que leyéndolas por primera vez. ¿Me estaré haciendo viejo? Antes de que acabara el año, volví a las andadas. Reincidí con Levrero. Esta vez, me decanté por Dejen todo en mis manos. La experiencia volvió a ser gratificante. En mi diario apunté lo siguiente: “¿Voy dejando atrás la pulsión acumulativa, tan propia de la juventud (o la inmadurez)? ¿Me decanto paulatinamente por la profundidad, por la demora?”. Me leo y me doy rabia. A veces me resulto insoportablemente pedante. De todos modos, no puedo dejar de pensar: ¿Me estaré haciendo viejo? Hace unos días se me atascó el proyecto en el que vengo trabajando últimamente. Me enredaba en frases reincidentes, no lograba avanzar. Necesitaba dejar de mirarme el ombligo, más acción, que las cosas sucedieran. Entonces recordé uno de los consejos de Zadie Smith*. Cogí de mi estantería un libro de Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía, y empecé a leerlo a ver si esas frases conseguían sacarme del sopor en que había caído. ¿El resultado? Que devoré la novela de principio a fin (y volvió a ser una experiencia gratificante) y que logré desatascar mi proyecto… O sea, ya son siete las novelas que he releído en mi vida. Estoy hablando de volver a leer una novela de principio a fin, no de releer fragmentos o capítulos sueltos. ¿Me estaré haciendo viejo? 

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"Algunos escritores son como los violinistas que necesitan un silencio absoluto para afinar sus instrumentos. Otros quieren oír a todos los miembros de la orquesta: cogen el tono a partir de un clarinete, incluso de un oboe. Yo soy así. Tengo el escritorio lleno de novelas abiertas. Leo frases para nadar en cierta sensibilidad, para tocar una nota concreta, para fomentar el rigor cuando me pongo demasiado sentimental, para conferir cierta relajación verbal cuando estoy sintácticamente tensa. Pienso en la lectura como en una dieta equilibrada; si las frases resultan demasiado barrocas, excesivas, comed menos de Foster Wallace, tan rico en grasas, por ejemplo, y más de Kafka, tan rico en fibra. Si vuestra estética se ha vuelto tan refinada que no os deja poner una sola mancha negra en el papel en blanco, no os preocupéis tanto por lo que diría Nabokov; coged a Dostoievski, santo patrón de la sustancia por encima del estilo". Zadie Smith, Cambiar de idea.


martes, 30 de agosto de 2011

Tarde de cine



Salgo a las tres del trabajo. Como no me apetece ir a casa, me refugio en un Burger King. Una de las características que mejor me definen es la exquisitez de mi paladar. Para matar el hambre y el aburrimiento, me zampo una hamburguesa acompañada de patatas, Coca-cola y Houellebecq. El francés es igual que aquellos a los que detesta, al menos es lo que pienso mientras mastico una Whopper. Todo lo bueno se acaba y generalmente lo hace con un eructo o un bostezo. Le echo un vistazo a la cartelera y decido ir a ver El origen del planeta de los simios. Sí, siempre me gustaron las películas de autor, el llamado cine de culto. De la peli salgo con una idea y un detalle. La idea: los humanos estamos convencidos de que el final nos llegará como consecuencia de la acción de una buena persona, por una buena causa. Ya se sabe, el infierno está lleno de buenas intenciones, pero no nos pongamos bíblicos. El detalle: la primera palabra que pronuncia César, el simio protagonista, es “no”. Todo acto rebelde, toda revolución, empieza con un “no”, un “no” dicho a la cara del amo. En efecto, leí a Camus, soy de esos. Pero aún puedo ponerme más insoportable. Por ejemplo, puedo decir que hay un poema de Idea Vilariño, la poeta uruguaya que fuera amante de Onetti, titulado “Decir no”, si bien no viene a cuento. En la calle me recibe el calor irritante de finales de agosto. Me tomaría una copa, pero corro el riesgo de ponerme sentimental. En un momento de clarividencia, decido volver a casa. Termino el día enganchado al Facebook.

ULTIMA HORA, 30/08/11

lunes, 24 de enero de 2011

Algunas lecturas recientes: Fernando Savater, Odo Marquard, Jean Echenoz, Albert Camus, F. M. Dostoyevski, Unica Zürn, Alberto Olmos, Nadal Suau



La música de las letras (Sello Editorial), de Fernando Savater. Lo compré en el aeropuerto de Palma. Una urgencia. ¿Por qué Savater? Porque es un tipo simpático con cara simpática y porque se me antojaba ideal para el trayecto Palma-Madrid-Palma. No me decepcionó. Todas las frases o párrafos subrayados en el libro pertenecen a otros autores: Claudio Magris, Elias Canetti, Patrice Canivez… Uno de esos libros que, además de entretener, te llevan de la mano a otros libros todavía mejores. Gracias a Savater me hice con…

Filosofía de la compensación (Editorial Paidós), de Odo Marquard. Un librito que me tiene subyugado. Su lectura me ha convertido en un ferviente seguidor de la filosofía de la compensación. ¿Por qué? Por frases como ésta. “Ese ser carencial que es el ser humano compensa sus carencias físicas con la cultura”. O como esta otra: “Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo; más bien se dan por supuestos, y la atención se concentra entonces en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de los restos: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye”. ¿Debo añadir algo más?

Correr (Anagrama), de Jean Echenoz. Libro que se lee del tirón, a la velocidad con que Emile Zátopek rebasaba a sus adversarios. Entretiene, no cae en la tentación del melodrama, te obliga –una vez concluida su lectura– a ir al Youtube para teclear el nombre del checoslovaco y contemplar su emblemática falta de estilo. Cosas de la empatía. En fin, una biografía (breve) que es mucho más que una biografía. Este libro conecta a la perfección con…

El hombre rebelde (Alianza Editorial), de Albert Camus. Uno de esos libros imprescindibles. Se recomienda alternar esta lectura con otras más ligeras. Camus, como Orwell, es uno de esos autores de izquierdas (socialistas de antaño) que la derecha actual adora. Ya sé que esto es simplificar mucho las cosas, pero yo siempre he sido un tío muy simple. Además, adoro a Camus y uno de mis libros favoritos es Rebelión en la granja. En fin. ¿Por qué he dicho que este libro y el de Echenoz conectan a la perfección? Creo que ya he dado suficientes pistas. Otro libro con el que podría conectar es…
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Apuntes del subsuelo (Alianza Editorial), de F. M. Dostoyevski. Este librito está dividido en dos partes. La primera, “Subsuelo”, me parece brutal. Prueba de ello (quien no me crea, que se pase por casa) son los innumerables subrayados y anotaciones al margen que llenan sus páginas. Uno de sus mayores atractivos reside en la antipatía que despierta el personaje. Siempre me gustaron los protagonistas antipáticos, patéticos, abyectos, iracundos. Se trata de un reaccionario que 147 años después no ha perdido un ápice de vigencia. Clama contra la racionalidad, contra el empeño de algunos hombres en convertir a sus semejantes en piezas de un sistema perfecto. Lo que pasó con esos sistemas que tenían que traernos el Bien Común, la Perfección, obviando el carácter voluble e imprevisible del individuo, primando al Estado por encima de éste, es de sobra conocido. Seguro que el ruso, como los columnistas de El Mundo o ABC, clamaría contra la negativa de Francia a homenajear a Louis-Ferdinand Céline en el cincuenta aniversario de su muerte. En fin, es lo que tiene haber sido un cerdo (un cerdo cojonudo, todo hay que decirlo).

Primavera sombría (Siruela), de Unica Zürn. Librito desasosegante, tenebroso, que te arrastra y te empuja por la ventana ante la mirada incrédula de Hans Bellner. Ya se sabe: no hay mejor operación de marketing que un buen suicidio a tiempo. Mejor cuanto más escabroso. A continuación reproduzco un pasaje del libro: “Si él le diera un beso, se habría acabado el juego. Ella desea vivir siempre en la espera. Con el beso terminaría todo. ¿Qué puede venir después? Al segundo beso, todo se hace costumbre”. Una vida desgraciada y una obra intensa. ¿Ha de ser siempre así? Otra cita, si cabe, todavía más esclarecedora: “La vida monótona y protegida de la familia resulta aburrida, y todo está permitido con tal de mantener la emoción. La vida, sin la desgracia, es insoportable”. ¿No es puro Dostoyevski? Lástima que los callejones sin salida no resulten rentables a la hora de vivir…

El estatus (Lengua de Trapo), de Alberto Olmos. Tres amigos me hablaron de este libro. Dos de ellos no consiguieron pasar de la página 37; el tercero me dijo que no estaba mal. ¿Por qué Alberto Olmos? El marketing agresivo tiene sus recompensas. Seamos sinceros: me lo regaló una amiga. Con todo, El estatus viene a demostrar que hoy en día es más rentable cagarse en todo dios que limitarse a escribir. Una advertencia: el libro no está mal. Recuerda a la peli Los otros, es cierto, pero es que la peli de Amenábar está muy bien. Eso sí, una vez vista pierde toda su gracia.

Parapetos. Crítica literaria y cultural (2004-2008) (Lleonard Muntaner, Editor), de J. M. Nadal Suau. Una confesión: odio a Josep Maria. ¿Por qué? Sencillo: nació en 1980 y su cultura y sus lecturas (¿sinónimos?) triplican o cuadruplican las mías. En cantidad y calidad. Pensaba invitarle a tomar un café un día de estos, pero creo que voy a abstenerme. Mi amor propio y mi instinto de supervivencia así me lo aconsejan. ¿He disfruta con la lectura del libro? Mucho. Incluso cuando habla de autores que me interesan más bien poco o no conozco. ¿Algo a destacar? El horror que le produce el pensamiento dirigido, fácil, excluyente; su alergia al proselitismo; la elegancia de su pesimismo moderado; su amor incondicional por los libros, por la cultura no como mero entretenimiento. Algunas frases que le retratan: “La literatura, si lo es, nace de una pulsión trágica: y no hay tragedia mayor que la provocada por esta tensión: carne y espíritu, vida y muerte”. “Los libros, por su parte, militaron un día en el ámbito de la cultura, contraponiéndose a la naturaleza. Hoy, en el escenario vertiginoso de textura pixelada que nos acoge, las acacias y Homero se han reencontrado, bajo la batuta de Bach. Son todo ruinas”. ¿Su posicionamiento político? Algo así como moderación crítica. Lean esta sentencia: “El peor enemigo de los federalistas es… el nacionalismo periférico”. ¿Algo que no me haya gustado? Sí. Nadal Suau detesta el porno.

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¿Y poesía? ¿No he leído poesía últimamente? Sí, pero empiezo a estar cansado y me cuesta horrores comentar los poemas de otros. Me limitaré (tengo el día generoso) a recomendar algunos títulos:
Marimba. Antología personal, de Jorge Boccanera.
Museo de cera, de José María Álvarez.
Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El silenciero, de Antonio Di Benedetto (jugando a ser crítico literario)

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Necesito que pase un tiempo. Siempre ha sido así. Soy de digestión lenta. Da igual, me apresuro a hablar de El silenciero, que acabo de leer.
No soy crítico, ya lo dije. Suena a excusa, pero es resignación. Yo hubiese querido ser George Steiner o Francisco Casavella. Tendré que abrazar el dogma posmoderno y de mi limitación hacer una virtud.
Antonio Di Benedetto, autor del libro, es la reencarnación mendocina de Albert Camus, al menos en esta novela. El silenciero (1964) es una recreación secreta y delirante, es decir cómica, de L’Étranger (1942). Con todo, que se disfrutara con la lectura de El extranjero no garantiza que ocurra lo mismo con la de El silenciero. Son libros muy distintos.
Ambos hablan del absurdo y la resignación. También de la locura. En realidad hablan de muchas cosas (tantas como lectores se adentren en sus páginas).
Trampas sencillas y eficientes, un escritor no necesita mucho más.
El silenciero, como toda buena novela (y no sé si ésta es buena), es una metáfora, pero metáfora de qué.
Esta pregunta queda contestada algo más arriba.
Antonio Di Benedetto practica un laconismo irónico y retorcido. Su ironía es discreta, casi invisible, por esto mismo contundente.
Edgardo Dobry dice que la novela trata del silencio como objeto de locura, aunque yo haría recaer el acento sobre su contrario, el ruido.
El ruido que nos impide pensar, existir, ser.
El ruido que generamos los seres humanos.
Una aventura metafísica, como dice Besarión, amigo del protagonista. Una aventura que lo lleva de casa en casa, de pensión en pensión, para tratar de esquivar el ruido.
Pero huir del ruido es tanto como pretender despojarnos de nuestra esencia.
En fin, tal vez El silenciero sólo hable de una patología particular.
Ahora me toca decidir si me ha gustado o no.

lunes, 17 de agosto de 2009

La noche que fuimos Albert Camus después de varias copas


Fotos: Carlos Ovejero-Vela




Poco que decir en infinitas combinaciones.
El novelista y filósofo asegura que el hombre es siempre presa de sus verdades.
Al final se trata de escoger entre las dos únicas opciones válidas, el azar o lo otro.
Ella desconfía, desde su amor sin sobresaltos. Digamos que me sigue el juego.
Dice: Si a la palabra “artista” le quitamos la primera “t”, nos quedamos con la palabra “arista” (5. f. Geom. Línea que resulta de la intersección de dos superficies, considerada por la parte exterior del ángulo que forman); si sustraemos la segunda “t”, deja de tener sentido, es decir, cobra su verdadera significación. Pierde peso.
De acuerdo, nada tiene sentido, la levedad nos libera, pero no basta. Es demasiado fácil.
Estamos nosotros y está el mundo, dice. Y esto, con sentido o sin él, es lo que importa.
Buscar la salida es de cobardes.
Es posible, concedo.
El calor y la elegancia resultan incompatibles.
Poco más puedo decir.
Jugaremos el error o el acierto hasta el final.
(Pero el final de qué, pregunta alguien).
Necesito saber que nos queremos, aunque carezca de importancia más allá de nosotros,
aunque el verbo querer implique voluntad.
Déjame que te mienta un secreto al oído.
Hablar de probabilidades es vulgar y de necios.