miércoles, octubre 16, 2019

Una cruz para Marcelo Fox


Este es el cierre de la trilogía de ensayos sobre el escritor oculto, maldito, olvidado Marcelo Fox para la revista Invisibles. Para el final, me dejó fascinar por el segundo libro de Fox, Señal de fuego, publicado en 1968, una aerolito caído en la literatura argentina que nadie parece haber leído o visto. Y sin embargo... Pueden leer el ensayo completo acá.

sábado, agosto 31, 2019

Osvaldo Lamborghini en La hipotenusa

Hace tiempo que no actualizo este blog. Mis espacios de participación cultural se han ido concentrando en la revista Invisibles y en el instagram de este blog @golosinacanibal donde subo citas, fotos, curiosidades y algunas reseñas fugaces a partir de las lecturas que llevo en la actualidad.
 
Este espacio, este blog que tantas alegrías me dio y me da, permanecerá lo que tenga que permanecer y, por ende, los invito a revisar algunas de las cosas que estuve haciendo en los otros espacios mencionados. 

Además de los artículos sobre Laiseca y sobre Marcelo Fox, en el anteúltimo número de Invisibles, recuperamos relatos no recopilados con anterioridad de Osvaldo Lamborghini. Las particularidades de estos son varias: por un lado, son anteriores a El fiord (aunque probablemente fueran contemporáneos a la escritura del mismo, habría que revisar la biografía de Strafacce para comprobarlo); por otro lado, fueron publicados en una revista de humor olvidada pero no por eso menos importante en la que también participaron Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Copi y el mismo Fox, entre otros llamada La hipotenusa; y por último, porque tienen unos rastros de patafísica, de influencia cortazariana y, a su vez, algunas anticipaciones lamborghineanas que bien valen la pena recuperar. 

Vayan y lean, pues, relatos inéditos de humor de Osvaldo Lamborghini. Dejo algunas imágenes mal sacadas de las que recuperé los textos (un poco el making of...):




domingo, abril 14, 2019

Marcelo Fox, lector de Lautréamont


En Invitación a la masacre, cada narración se presenta en primera persona singular: un hombre se confiesa frente a otras personas. ¿Qué confiesa? Ideologías y creencias, crímenes y delirios, revoluciones y traiciones.
Para leer el artículo completo sobre el libro maldito de Marcelo Fox, seguí por acá.

miércoles, enero 02, 2019

Marcelo Fox, un muerto punk


Para leer el ensayo completo sobre Marcelo Fox, autor de Invitación a la masacre, pueden pasar por el número 24 de la Revista Invisibles. Es el primer texto de una serie sobre el enigmático Fox, su vida, su literatura.

sábado, septiembre 22, 2018

Néstor Sánchez, el tío Ismael y el humor negro

En 1977, Néstor Sánchez y Dolores Sierra antologan y prologan la recopilación Cuentos de humor negro. Libro negro del humor de antología. Poco sé sobre esta antología, sobre Dolores Sierra, quien también tradujo junto a Sánchez algunos libros, y sobre la editorial que la publicó Diexa SRL, que pareciera más una empresa de comercialización de cosas que una empresa de libros. En todo caso, entre los antologados y antologadas, aparecen Boris Vian, Lewis Carroll, Leonora Carrington y Jacques Vaché, entre otros. El libro cuenta con dos prólogos, uno al principio firmado de Sierra y otro en el medio de la selección, firmado por Sánchez. El texto del autor de Siberia blues, que reproduzco más abajo, arranca con una carta de Vaché a André Bretón, una de sus famosas misivas sobre el umor (en estas páginas, traducido como umour). Ya en otro ensayo Néstor Sánchez se había interesado por este modo de percibir la realidad entre el humor negro y el aburrimiento, "El umor de la resistencia absoluta". En este caso, este prólogo, casi un relato inédito, nos presenta la estrafalaria historia del tío Ismael. Pasen y lean.


Prólogo a Cuentos de humor negro (Néstor Sánchez)

JACQUES VACHÉ

Carta a André Bretón, del 29 de abril de 1917

“¡Y luego usted me pide una definición del umour —así nomás!—

ESTÁ EN LA ESENCIA DE LOS SÍMBOLOS EL SER SIMBÓLICOS

me ha parecido durante mucho tiempo digna de serlo en tanto es susceptible de contener una multitud de cosas vivas: EJEMPLO: usted sabe la horrible vida del despertador matutino —es un monstruo que siempre me ha espantado a causa que la cantidad de cosas que sus ojos proyectan, y la manera como ese buen hombre me clava la vista cuando penetro una habitación — ¿por qué entonces tiene tanto umour, pero por qué? Pero atención: es así y no de otra manera — Hay mucho de formidable UBICO también en el umour — como usted verá. Pero esto naturalmente no es — definitivo y el umour deriva demasiado de una sensación como para no ser muy difícilmente expresable —
Yo creo que es”.

Un par de años antes de su suicidio en la piecita de la azotea de Villa Urquiza, mi tío Ismael consiguió que una descendiente de franceses —algo avanzada en edad, viuda, y con un hijo semi-paralítico— le tradujera algunos párrafos de las cartas que un casi aristócrata de París supuestamente homosexual y loco, enviara al futuro jefe surrealista André Bretón —por entonces casi doctor en medicina— desde su estada en el frente de batalla durante la primera guerra mundial.
Jacques Vaché —el soldado loco en versión titubeante— alteró las inclinaciones literarias que Ismael practicara día tras día a partir de aquella inmersión en lo esencial durante una imaginaria bajo las estrellas de Esquel. Poco tiempo más tarde, con un Larousse propio y el recobrado entusiasmo de principiante, mi tío se incluyó por sus propios medios en la magra lista de los que en la Argentina cultivaban la imposible noción de humor negro, término acuñado por el propio destinatario de las cartas una vez que decidió abandonar la medicina. Y la vida de Ismael cambió casi por completo, mejor dicho se inició su gran ciclo de crisis caracterizado por profundas dudas sobre el porvenir del humor a secas, lo negro esqueliano y, por extensión, el aburrimiento universal.
“Llamar negro a cualquier forma de humor, puede convertirse en una solemnidad tipo surrealista”, lo mismo se permitió reflexionar una tarde, antes de darme la espalda y de no permitir que le arrancara una sola palabra aclaratoria. Volví al día siguiente, preocupado por la aparente indiferencia de Ismael hacia los grandes escritores de todos los tiempos. Desde la puerta le grité que especificara y él siguió como si tal cosa sobre un texto de Macedonio Fernández; mucho después, dijo: “Macedonio no estuvo nunca loco y tocaba la guitarra: hace violeta”. Entonces se trepó de un salto al ropero para buscar entre sus papeles y desde allí arriba aclaró: “la patafisica salvará a Nadja de la magia negra”.
En realidad, yo siempre había conservado alguna tímida sospecha respecto a un flanco misógino de Ismael (hermano entero de mi madre), y a cierta tendencia suya un tanto quejosa-testimonial sobre la estupidez humana y todas las otras estupideces. Acto seguido saltó desde el ropero sobre la única silla mientras ojeaba un libro sin tapas que se abstuvo de leerme. Fumó; dijo que Vaché, con unas pocas cartas tartamudas, no sólo estaba en el centro de todo sino que le había confirmado el aburrimiento secreto desde Esquel hasta la fecha; o sea más de diez años —aclaró— embargado por la profundidad entre la ropa tendida de la azotea. De repente exclamó: “en todo caso Inglaterra hace marrón, pero también son pocos y resulta preferible”.
Le restarían unos ocho meses de vida cuando empezó a recurrir a la tiza para polemizar sobre la pared de la izquierda —en relación al que entraba. La tarde en que me releyó el prólogo de Gargantúa y Pantagruel cortado por pausas enormes, en una de las pausas aseguró que Alfred Jarry había leído eso como texto obligatorio en el colegio secundario, que el equívoco no tenía límites. Después divagó (era su única preocupación en esos dos últimos años), que toda negritura alemana, por escasa que sea, es celeste si se piensa en el almidón ario, Emmanuel, la mitología escandinava, Caligari contra Max Linder. “Dame una definición de humor negro, Ismael”, fue lo único que grité. Pareció negarse el tiísimo pero, tiza en mano, escribió apresuradamente en su pared: cuando Gérard de Nerval —simbolista y loco— se ahorcó en la verja, a la intemperie, vestía el frac color verde, era triste y profundo como es prodigio Ducasse pero, por fortuna, lo aburría casi toda la literatura. Entonces siguió, incon-gruente y bastante exaltado, que siglos después un Tzara todavía sin empleo estable en el humanismo, desopilante y también irritado, les propondría a los muchachos del espía Aragón una risa más franca, aunque con el mismo frac.
Ismael, a medida que avanzaba su decisión de suicidarse, se hizo cada vez más elíptico y desconfiado; en la mitad del invierno —su último—, escribió sobre la pared de la izquierda algunas frases hechas por el estilo de la siguiente: se me salvan algunos pocos nombres; los tipos —y ellas— serán mejor que como escriben: la alegría está en otra parte.
La tarde de domingo en que me cedió su pieza para que hiciera el amor con Paula, recibí la llave en un bar de la avenida Triunvirato; levantó la vista porque yo no pensaba sentarme, dijo en forma textual: “eso: dado un colectivo repleto e incómodo, dando que hace calor y la gente traspira, humor negro es un ciego de unos cincuenta años que se levanta para ofrecerle el asiento a una monja de la Compañía de Jesús. Después juegan con el lenguaje y lo lúdico —gracias a Dios— le hace el pito catalán a la Academia”. Tío, según su propia conciencia metafísica, resultaba amarillo casi sepia los domingos a eso de las tres de la tarde en la villa natal; sin embargo, fiel a aquellos primeros anuncios de la madre del lisiado, recaía en premoniciones de un humor inútil a la filosofía, deliraba lo posible festejante que no se opone a lo obvio. Ahora, como los que narran, pienso que Ismael no estaba muy lejos de un alumbramiento en las últimas se manas de su vida terrestre: “en general estuvieron locos a fuerza de paraíso perdido y profundidad, pero el asunto sigue tan mal barajado que dan para salvarse de Cambaceres y las superestructuras mogólicas”. Le reproché que hacía manifiestos, que contrabandeaba prólogos y sobrevino su último ataque voltairiano, enumerativo, cuyo recuerdo colaboraría —hoy lo creo— en empujarlo a la decisión de suicidarse. Por lo tanto, de ahora en adelante, omitiré el entrecomillado. Me asiste la simplísima razón de que Ismael ya pertenece a la cultura y que, quiérase o no, a nadie escapa eso de que con los impulsos desarticulados de los ausentes, el que se empeña hace lo que puede en homenaje a las presunciones del devenir inodoro, incoloro, e insípido. Claro, la risa del tipo en la galaxia, eso debió escuchar de mis labios Laurita en lugar de los gritos a favor del inminente nicho urquicense, sitio del mundo que entibiara la presencia del tío Ismael cuyo corazón, por muy poco, no pudo pertenecer al free-jazz.
Por lo tanto, decimos: la muerte es la ciencia; sin embargo, según Laurita inesperadamente motivada por las inscripciones en la pared, toda alusión terminará siendo alcahuetería. El material no patafísico resulta cada vez más evidente. Lo que uno lee, leído está, y el que de ellos desmitificara está mucho más cerca de la salvación, si procuró reírse, todavía más cerca. Por otra parte Bretón, con lo negro, pasó de las suyas y, alguna vez, debió sentirse negramente solemne. Con todo, inventaría una proximidad espeluznante que hoy inunda las historietas y se merecía su siglo de cuatrimestres. Tal vez humor, en última instancia, sea lo que pretendía de mí Laurita al renunciar a sus hondas pautas clitorianas y recibir la incertidumbre de los sobrinos.
Tío Ismael: yo, que me negué a tu entierro, apenas soporto los colores; pero igual saco tu monja y tu ciego en el equívoco ¿alguien olía a monja?, o mejor desisto de los colectivos y rejunto algo de lo que nos queda, por algún tiempo, en las orejas.
El humor —gritarás algún día desde tu nicho— no será jamás atado al carro de las convenciones pictóricas; pero estos amigos te ayudaron mucho, ¡cadáver!

NÉSTOR SÁNCHEZ

Fuente: Sierra, Dolores; Sánchez, Néstor (1977). Cuentos de humor negro. Libro negro del humor de antología, Buenos Aires, Diexa SRL., pp. 75-78.

jueves, abril 05, 2018

Dionisios Iseka, autor desconocido

Con el amigo Fede Barea, seguimos tras los rastros que Alberto Laiseca dejó en sus comienzos literarios, allá entre fines de los 60 y principios de los 70. Con la excusa de desentrañar un poco más sobre el seudónimo que utilizó para su primer relato publicado en La Opinión en 1973, "Mi mujer", llegamos a una compilación de humor negro, una de tantas por aquellos años, realizada por el poeta y editor Rodolfo Alonso. Entre las páginas de El humor más negro que hay, publicación de 1974, hallamos, oh sorpresa, un texto titulado "Feísmo", firmado por un tal Dionisios Iseka. 
Unos días más tarde del hallazgo, hablando con Agustín Conde de Boeck, autor de un estudio profundo e inteligente sobre la obra del conde Lai, El monstruo del delirio. Trayectoria y proyecto creador de Alberto Laiseca (La docta ignorancia, 2017), me enteraba de que en una entrevista de 1999 realizada por Flavia Costa, podría estar la génesis de este texto que recuperamos acá. Van, entonces, las palabras de Laiseca:
Cuando uno está muy reprimido -esto lo sé desde la infancia-, inventa personajes superpotentes que hacen lo que se les canta. Yo siempre digo que soy un dictador frustrado. En mis novelas conduzco ejércitos, tengo poderes mágicos maravillosos. Es un mecanismo de compensación psíquica. Los escritores tenemos esos mecanismos. Recuerdo, por ejemplo, un día que estaba muerto de frío y de hambre en una pensión roñosa. Entonces me acosté y me puse a leer unas viejas efemérides de 1968 o 1969 que había comprado en una librería de viejo, de ésas que traen la historia de México o Nicaragua, con anécdotas extraordinarias sobre dictadores de la época. Y se me fue el frío, el hambre, todo: empecé a escribir historias graciosísimas de dictadores inventados.
En fin, un aporte más para la reconstrucción de este primer Laiseca, tras la máscara de Dionisios. Va entonces, "Feísmo", pequeñas semblanzas de humor negro y proto-realismo delirante.
 



Feísmo (Dionisios Iseka)

Cirilo Venancio Porfirio Cipriano Estibaibi Gardfield. General, autoproclamado cónsul, dos meses más tarde procónsul y por aclamación de sus parciales, primer cónsul de la república centroamericana de Guatezuela. Tres meses más tarde se autoproclamó presidente vitalicio; dos meses después, rey; un mes más tarde, emperador; y, a la semana, dios. Murió fusilado cuatro días más tarde, en una ceremonia única: 10.000 hombres integraban el pelotón de fusilamiento, equipados con balas dum dum, y a la orden de un oficial, hicieron fuego todos al mismo tiempo. Levantado por los aires por la gigantesca suma de impactos, quedó deshecho en varios pingajos sanguinolentos.
Rufino Isidoro Prudencio. Se proclamó mesías de la Martinica. Perseguido en la selva muy de cerca por el gobierno francés, al enterarse que sus parciales pensaban devorarlo para que su “santidad” pasase a ellos y no se perdiera cayendo en una prisión francesa, sufrió un fuerte ataque depresivo. Se suicidó cortándose los dedos de los pies con un hacha, dejándose desangrar.
Gamaliel Cáceres Hilarión, presidente vitalicio de la república sudamericana de Paraguabril. En momentos en que oraba en la iglesia ante la tumba del patriarca Tolosa, rogando por la felicidad de su pueblo, una turba famélica y enfurecida penetró en la nave (muy cerca del crucero), y lo hizo pedazos.
Pierre-Dominique L’Afrancé. Desde su tribuna política predicaba el reinado de los “mininos” (especie de gnomos) que según él descenderían del cielo para salvar Haití. Fue muy famoso y tuvo varios seguidores importantes. Cuando sus enemigos se hicieron cargo del país, realizaron con Pierre-Dominique experimentos científicos.
Hernando Anastacio Sucre. Político y gobernante de la república sudamericana de Porfirina. Dilapidó los dineros del pueblo buscando la piedra filosofal y la rectificación del arco. Murió colgado en un poste; previamente las turbas enfurecidas le abrieron una herida en el brazo y después se lo fueron pasando de mano en mano, bebiéndole la sangre. Mientras agonizaba, finalmente fue colgado.
Sergio Ponto Zepeda. Proclamado a los treinta y un años, dios vitalicio de Guatezuela por aclamación de sus parciales; padre de Aniceto, famoso poeta de la misma nacionalidad, que tomaba infusiones de sustancias calcáridas para inspirarse. Go¬bernó a la manera de un Buda viviente durante tres meses hasta que murió en forma natural al comer hongos de apariencia sos¬pechosa. Fue el último Buda viviente de Guatezuela.
Santo Sánchez del Castaño. Firme opositor desde un principio al gobierno de Justo Armeñanza. Cuando éste asumió plenos poderes en la república de Barcelina, lo hizo enviar a las excavaciones de tierras raras donde murió a los seis meses, de cáncer.
Iturbide Braulio Madero. Presidente interino de la república latinoamericana de Ayacucho durante cincuenta y dos años. A su muerte, legó el interinato a su hijo Pedro y se hizo enterrar en la iglesia de San Juan Bautista Confesor, en una tumba pobre y austera. En el entierro, por una expresa disposición suya, tocaron “ich hat einen Kameraden”. Dos años más tarde su hijo Pedro, al beber una pócima preparada por su curandero de cabecera (que nunca fue hallado, por lo que se supone era un enemigo polí¬tico), quedó ciego. Presa del terror se degolló, cayendo el país en la anarquía. Los enemigos de su padre profanaron los restos de Iturbide Braulio Madero, sacándolos de la iglesia de San Juan Bautista Confesor y arrojáronlos al río, donde los comieron las pirañas.
Niceto Alcalá Balmaceda. Presidente de la república insular de Barbuda, en el Caribe. Ejerció el interinato vitalicio durante veintidós años, hasta su muerte, acaecida en la mañana de San Patricio. Su Guardia de Honor sublevada y enfurecida, lo echó al fuego donde fue rápida presa de las llamas.
Solano Hipódromo, dictador de la república de Lima. Or¬denó a sus parciales que lo enterrasen vivo porque se “había muerto, ya hace muchos años”. Como no le obedecían, hizo colgar a uno de ellos de un poste. Entonces, los restantes, inmediatamente, lo enterraron.

Fuente: AA. VV. (1974), El humor más negro que hay, Rodolfo Alonso editor, pp. 51-53.

lunes, marzo 05, 2018

Los jugadores de dados (Rodolfo Walsh)

Recupero este cuento de Rodolfo Walsh que la Biblioteca Nacional encontró, en una revista platense de los años 50, y publicó, en 2015 en un pequeño folleto. Algún rincón de la web cuenta un poco más sobre el hallazgo pero el relato en sí, policial y borgeano o kafkiano, depende el lado del que se lea, estaba difícil de leer.

Los jugadores de dados (Rodolfo Walsh)

Cuando se hizo de día, nadie se acordó de apagar la luz. Ni siquiera advirtieron que era de día. La lamparilla siguió encendida, amarillenta de insomnio. En el cuarto no había un mueble, un cuadro, una tela de araña, una salivadera, nada. Su grisura desnuda oprimía como una muerte lenta. Por una lucerna abierta en lo alto, el cielo arriesgaba, apenas, un goterón de azul reciente.
Los cuatro jugadores estaban sentados en el piso, apoyados contra cada una de las paredes. ¿Por qué tan lejos unos de otros?, es difícil de explicar, pero se me ocurre una teoría: todos estaban armados de filosos cuchillos, cada uno sabía que los demás estaban armados, de producirse una disputa, estando pegados los unos a los otros, ganaba el más traicionero. Cada uno sabía que los otros eran más traicioneros que él. La distancia igualaba las probabilidades.
Arrojaban los dados con cierta violencia automática que los rostros inmóviles no acogían. Cantaban los puntos, decían "gano" o "pierdo". Al perder -o al fingir que lo hacían, pues tanto el ganar como el perder eran fingimiento-, hacían rodar los dados y el dinero por el suelo. Los demás no alcanzaban a ver, por la distancia, los puntos que echaba el jugador. De vez en cuando alguien decía:
-Es mentira -bostezaba, hundía la mano en el bolsillo y pagaba a pesar de todo. Rebelarse era una estupidez.
En una oportunidad, sin embargo, alguien confesó espontáneamente: "pierdo".
Esta sinceridad conmovió a todos, pero no lo imitaron. Él tampoco volvió a imitarse.
En un momento determinado, alguien pensó marcharse. Hizo el recuento de su dinero, advirtió que iba en ganancia. Vio recién entonces la puerta, inexorablemente cerrada, los torvos ademanes reclamando los puñales, la prefiguración del castigo en las caras de súbito animadas. Dar el desquite era ley. Lo embargó una sombría desesperación y siguió jugando.
Rato después -años después, quizás-, otro de los jugadores también pensó en irse. Pero había perdido, debía desquitarse. La rebelión vino de adentro, esta vez. Una desesperación más negra que la de su compañero se apoderó de él, y siguió jugando.
Tal vez alguno llegó a preguntarse, con el tiempo, para qué jugaban, puesto que de un modo u otro estábales prohibido escapar, ya que si ganaban, no podrían irse nunca, y si perdían, tampoco podrían irse nunca. Cuánto había durado aquello, si era así desde siempre y si siempre seguiría siendo así, y, en último término, si valdría la pena escapar, ya que los más probable era que en cualquier otro sitio del mundo. o fuera de él, todos estuvieran haciendo, hubieran hecho y tornaran a hacer lo que ellos hacían.
Y prosiguiendo sus meditaciones, no es improbable que al pasear la vista por las cuatro paredes del cuarto, haya llegado a la conclusión de que así debía ser un dado por dentro, de que aquel cuarto era un dado y alguien estaba jugando también con ellos.

viernes, febrero 09, 2018

Están entre nosotros...: el Informe Irenäus

"El Informe Irenäus es el primer reporte que se conoce sobre nuestro mundo realizado por un ser de otro sistema solar". Esa es la frase que abre esta serie que llegó a la cuestionada fundación CHARIF org. Es inquietante, siniestra, pero también familiar. Prometen más videos, aclaran que este es solo el primer envío y aseguran que ellos ya están entre nosotros...

lunes, agosto 21, 2017

¡Buena caza! Una historia detrás de Matando enanos a garrotazos

Si hay un título inolvidable en la literatura argentina más o menos contemporánea es el del segundo libro de Alberto Laiseca: Matando enanos a garrotazos. Publicado en 1982 por la Editorial de Belgrano ―en una colección dirigida por Osvaldo Pellettieri que no curiosamente también había publicado a César Aira y a Fogwill como anunciando la renovación literaria posdictadura y un nuevo canon por venir―, este primer libro de cuentos de Laiseca irrumpía desde su tapa con un título de aliteración casi perfecta y un frágil equilibrio entre lo violento y lo kitsch. ¿Cómo olvidar un título tan polémico? Y digo “polémico” porque arranca por un gerundio, tal como lo habría denostado la voz de la literatura nacional. En todo caso, en esa decisión de Laiseca, en ese mal uso del lenguaje literario, que remite sin demasiadas vueltas a la mala escritura de Arlt, se cifra una apuesta pero también una historia. Por los recodos del camino, se vislumbran homenajes vengativos y poemas olvidados, enanos de jardín y actores de vanguardia, plagios y tergiversaciones.
Una pequeña contribución de quien suscribe a la arqueología literaria puede leerse acá, en el nuevo número de la revista Invisibles.

martes, agosto 15, 2017

"El fascismo de El Gordo era más bien formal..." (Fox, mariani y Poni) (2)

Va la segunda parte del recuerdo literario que Poni Micharvegas escribió en su libro de 1988. En este fragmento todo se torna mucho más confuso y un tono de malditismo y misticismo envuelve la figura del Gordo hasta llegar a su violento final. Leed y sacad vuestras propias conclusiones.




Marcelo Fox en Dichosos los ojos que te ven (1988), de Poni Micharvegas (segunda parte)

(...)

Tengo mi tesis: en los días previos a su muerte -donde no sería cierto eso de la separación de Juana-, él habría dado en la tecla, más o menos, de su preciada cosa. El fascismo de El Gordo era más bien formal, si esto fuera posible. Algo para cagarle la vida al otro. Ese cuaderno de notas con los dibujos de esvásticas variables era su especie de test de la mancha. Él buscaba realmente un mandala. Da la puta que todos los caminos conducen a Roma.
A Amor, como decía.
Y no era un inexperto. Un coleccionador de avispas, por ejemplo, en ese medio chato, hubiera provocado las mismas risas nerviosas. En su querer ir a fondo, agarraba a patadas, nada sutiles, a los espejos. En alguna parte la verdad absoluta esperaba como un diamante. Todo ese carbón puerco de los días, de los viejos, de los amigos que no amaba eran parte del humus necesario a ser colado. Toda esa vegetabilidad muerta, caída, era el polvo alrededor del sillón de los ciegos.
Cuando la conocí venía de romper su intención de entrar en el partido y, por el natural desarrollo de la velocidad que traía, se pasó automáticamente de rosca. Se hizo facha, nazi, futurista. Esto le duró tanto como el tiempo que tardó en descubrir que el asunto del Mein Kampf también era un “sueño manoseado por todos”. Él era un aristócrata arruinado. Alguien que no soportaba el tufo de los muchos (además de esa mole (dos metros) y esa gordura (120 kilos) que les repelía a todos). Sentía un gran asco por sí mismo y acentuaba sus desgracias somáticas.
Le recordé al Poeta que le había visto en tiempos de ascetismo, bien trajeado, de corbata, tomando té con limón, sin azúcar.
Eran rachas de una especie de misticismo al revés y no un deseo claro de integrarse al rebaño. Entonces balaba mefluidades. Es cierto, se sacaba. Se le evaporaba toda la humedad. Se bañaba todos los días y cepillaba sus dientes. Todo esto de la puerta de casa para afuera. En su pieza seguía coleccionando libreríos exóticos, revistas pornográficas suecas que conseguía a baldes con sólo suscribirse, primeras ediciones inhallables. Nosotros, mal o bien, éramos niños de pecho ante este despliegue de sus relaciones de información. Claro que pasaba duros tiempos masturbándose infatigable con esas paparruchas, ideando sociedades humanas como rulemanes donde resplandecía la criptonita de su brazo azotador e inexpugnable. Mi laburito consistió en arrancarlo de esas pajas de papel fotográfico. Darle calle, sobarlo, marcarle infantería por cuevas y bares. Yo también me convertí en sus sueños en el hijo del Carpintero que lo incitaba a la pesca del hombre real. Me lo gritaba desde una cuadra cada vez que nos separábamos. Creo que esperaba que algún día yo abriera inmensamente los brazos en medio de "La Joyería" y dijera preclaro: "yo soy la luz del mundo!". Ahí siempre le claudiqué. Yo sólo esperaba que me matara el hambre diaria con un bocado caliente. Y él de mí, que le matara el ragú secular de sus desgracias. Así que para mí eso del tren fue mero accidente.

No estaba acostumbrado a deambular por barrios donde hubiese vías, barreras, pasos a nivel, puentes de andén a andén. Y en esos días habría dado en el clavo de su trascendentalismo. Juntos fuimos a ver "Recuerdos del futuro": pistas de aterrizaje en las crestas de los Andes. Al salir, me habló de su gurú: iban a mirar de frente la destellante luz divina. El gurú, para refrendar el pacto, le martilleó la frente con un clavo. Se le veía el pequeño orificio amoratado del Clavo Trascendente. Se rapó. Tomó como un rebautizo el golpe del punzón. Arregló con Juana la tenencia de los 3 pibes. Quemó todo lo sádico literario que tuvo a mano. Apiló los tomos de poetas místicos y se fue a meditar a una casa prestada por un fulano que indisimuladamente se creía René Daumal dentro de la secta, cerca de Belgrano C. No había ni un mueble. Una jarra de vidrio y unos vasos como para beber agua. Y una heladera, donde el fulano le dejaba al Gordo, una olla semanal de una pastina de legumbres de la que comía directamente con una cuchara de madera. Estaba deformado, es cierto. Rapado. Con esos halos violeta alrededor de los ojos. Pero transmitiendo cierta mansedumbre radiante, che.
Y debe haber sido que al salir, cualquier día, a dar una caminata reflexiva, haya cruzado las calles con aquel paso de arco iris de la Nueve de Julio y sin tener en cuenta donde estaba, se haya llevado por delante el tren.
Sí. Fue el segundo vagón de un expreso con el que tropezó. El choque lo despachó hacia un costado, con una pierna de menos. También algo del corto pelo voló con el golpe. El Gordo debe haber agonizado unos breves segundos: un gran animal de tres patas manando sangre a la luz de una mañana común por aquellos barrios.

Micharvegas, Martín “Poni”. Dichosos los ojos que te ven, Madrid, Proletras Latinoamericanas, 1988, pp. 27-33.

viernes, agosto 04, 2017

Fragmentos de una historia de la microedición

lunes, julio 31, 2017

Estrategias para sembrar el bochorno

Este texto fue nuestra humilde contribución a la muestra Déjalo beat en el Museo del libro y de la lengua durante los meses de mayo y junio de 2017. El catálogo completo con hermosas imágenes y textos de Federico Barea, Reynaldo Jiménez y Tamara Kamenszain se puede leer completo acá.


“Espantar al burgués” [Épater le bourgeois] podía ser una consigna ya obsoleta para la década de 1960, inadecuada para un país ubicado en América del Sur. Típico lema vanguardista en los años 20, se entendía cuando un grupo de dadaístas irrumpía en una galería de arte para provocar con sus acciones irrisorias o, incluso, si un tipo pintaba caras alteradas por la geometría y el color para poner en cuestión la percepción y el gusto... Pero la vanguardia había muerto, había entrado al museo y espantar al burgués en Argentina, cuarenta años más tarde, podía pasar por anacronismo o por travesura infantil.
Y sin embargo, en 1962, en una lectura de poesía por la zona oeste de Buenos Aires, recordaba un hombre memorioso: “Se armó un quilombo infernal. Uno de los poetas que invitamos –Marcelo Fox- empezó a gritar, ‘Soy nazi, soy comunista’. Era un tipo que después lo mató un tren”. ¿Quién era ese loco que gritaba esas cosas por ahí? ¿Cómo reaccionaba ante ese gesto desconcertante una sociedad pacata que asistía molesta al nacimiento de la juventud y de la contracultura?
Ese muchacho, Marcelo Fox, formaría parte un año más tarde de la revista Opium. También, si atendemos a la edición de su primer libro, estaría terminando su opera prima, Invitación a la masacre. En aquella lectura en Moreno, donde Fox provocaba con sus polémicos gritos, compartían la noche otros poetas y escritores como Sergio Mulet, Daniel Giribaldi y José Antonio Barzak. Además de escritor, Mulet fue actor y participó de la película Tiro de gracia (1969), basada en una obra propia y bajo la dirección de Ricardo Becher. Murió acuchillado por su mujer en una aldea de Transilvania en 2007. En el caso de Giribaldi siguió escribiendo hasta fines de los 80 y, entre otros, publicó sus Sonetos mugres (1968), como para seguir espantando burgueses, en los que mezcla la clásica estructura poética con el lunfardo y el bajo fondo. Barzak, quien en los 60 participó de la revista El escarabajo de oro, termina su vida tan abruptamente como Fox: muere en un acantilado de Mar del Plata. Ninguno de estos nombres forma parte del canon literario argentino actual, ninguna de sus obras se ha vuelto a reeditar, casi nadie los recuerda... ¿Por qué? Buena pregunta. Tal vez en esta exposición, organizada por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, bajo el título Déjalo beat, se vislumbren algunas respuestas.
La provocación de estos escritores beat argentinos, ese ánimo de nadar a contracorriente de la sociedad argentina, también se lee en la frase recuperada por reynaldo mariani (así, en minúsculas) al final de sus 7 poemas grassificantes (1973): “No sé de qué están hablando pero me declaro en desacuerdo”. No por nada el libro de relatos de mariani, uno de los miembros centrales de Opium, se titulaba 7 historias bochornosas (1968). Esa palabra tan porteña y la idea de sembrar el ‘bochorno’ en la literatura argentina parecían ser premisas de estos jóvenes que se reunían en el Moderno o en otros bares del centro a tomarse la noche en discusiones bohemias y proyectos poético-culturales. En esas mesas de café, también se sentaba el crítico literario y psicoanalista Oscar Masotta, como bien lo cuenta Carlos Correas en La operación Masotta (1991); Graciela Martínez, primera bailarina pop, y el maestro Juan Carlos Paz compartían charlas sobre el Instituto Di Tella; e, incluso, Alberto Laiseca conoció a Marcelo Fox y a Ithacar Jalí bajo los hechizos del alcohol y la nicotina. Ese ecosistema cultural, ese circuito también llamado la Manzana Loca, fue, de algún modo, el campo de maniobras de estos jóvenes que se reunían en bares que luego, daban lugar a revistas como Opium y Sunda pero también Eco contemporáneo, Agua viva, La loca poesía o Airón.
En los últimos años, con la aparición de proyectos editoriales independientes como Paradiso, Caja Negra, La comarca ediciones, Instituto Lucchelli Bonadeo y gracias al valiosísimo trabajo de recuperación de Federico Barea, algunas de estas experiencias literarias pueden volver al público lector y buscarse un lugar en la literatura argentina. Es el caso de Néstor Sánchez, quizás uno de los narradores que más gravita sobre los escritores y escritoras nucleados en los grupos de Opium y Sunda, marcando un modo de escritura guiado por el ritmo del jazz, del tango, de la propia respiración. Su historia, reconstruida por una voz original y sincera en Sobre Sánchez (2012), de Osvaldo Baigorria, expone elementos que atraviesan a los muchachos y muchachas reunidos en esta exposición: bochorno, errancia y experimentación. En este sentido, los escritores beat argentinos eran el lado oscuro, contracultural, de fenómenos como el boom latinoamericano (aún cuando la sombra de Julio Cortázar pareciera proyectarse sobre algunos de ellos). El mismo José Peroni, autor de Cuerito viejo verde (1966), lo sintetizaría en esta notable frase que reclamaba desde el pie de página de la revista Sunda: “No se debería escribir aquello que puede contarse por teléfono”.
Si hacia 1960 ya no era posible ‘espantar al burgués’ como lo deseaban los dadaístas de 1920, aún era posible desde los bares de Buenos Aires, gestar dos o tres revistas efímeras como Opium y Sunda, publicar algunos libros perdidos en los vericuetos del tiempo como El búho en el vitral (1967) o Terrazajaula (1967) y reunirse en el Moderno para proclamar a los cuatro vientos porteños: “Aparecimos alguna vez y somos persistentes, sobrenadamos todas las formas del rechazo, la repelencia y las burlas. Continuamos nuestro peregrinaje, aún no llegamos: probablemente nunca llegaremos…”.

viernes, julio 28, 2017

Una gota de sangre

Por las vueltas de la lectura, este año terminé fascinado por las memorias de uno de los hijos de Natalio Botana y de Salvadora Medina Onrubia. El libro en cuestión se llama Memorias. Tras los dientes del perro, fue escrito por Helvio Botana y publicado en 1977. Entre las muchas anécdotas jugosas que narra, hay una, trágica y contundente, que no quería dejar de citar por acá:

Sería el 8 ó 9 de enero. Almorzábamos con nuestra madre, quien escuchaba silenciosa los delirantes comentarios de Pitón desbordante de amor por Natalio. Mi madre, sin medir palabra ni razón alguna, se levantó y le rompió una fuente de cristal verde en la cabeza. Quedamos muy asustados pues nunca habíamos visto castigar a nadie ni haber sido castigados.
Pitón, con la frente sangrando se levantó en silencio, perseguido por la voz de mi madre que le gritaba: "¡Qué tanto amor por tu padre! ¡Ya hablaremos a solas de eso!". Pitón se fue a la casa de los González Lobo, contándoles que había chocado con el auto y no quería que en casa se asustaran.
El 17 de enero de ese año, Salvadora estaba por subir al auto cuando se cruzó con Pitón y le dijo que quería hablarle a solas.
Tito y yo volvimos del colegio a eso de las 17 y ellos aún seguían reunidos.
De pronto, sentimos el auto de Salvadora que partía -como de costumbre sin despedirse-. Pitón entró en nuestro cuarto y me contó que Salvadora le acababa de probar que no era hijo de Natalio. Ella lo había parido cuando tenía 16 años, antes de conocerlo a papito. Él, aseguró Salvadora, era hijo del doctor Pérez Colman. Natalio le había dado su apellido y lo había hecho su predilecto solamente para quitárselo a ella.
Entonces mi hermano Pitón riéndose nerviosamente nos abrazó con esa fuerza de boa constrictora que le dio el sobrenombre. Nos besó y se pegó un tiro con un revólver niquelado.
Su sangre me salpicó en la cara y una gota cayó sobre el puño izquierdo de mi camisa blanca.
A Tito y a mí nos confinaron a un cuarto en espera de la llegada de Natalio. Salvadora reción volvió entrada la noche.
Con papito llegó un señor gentilísimo. Años después supe que era el Comisario Viancarlos, con quien charlamos hasta que se nos pasó el susto. Recién ahora comprendo que nos interrogaron con tal habilidad que parecía que ni él ni papito querían saber lo que había pasado y tampoco tenían deseos de saber lo que nosotros queríamos contar.
Viancarlos nos recomendó que nunca habláramos de esto porque era triste y lo triste no debe comentarse. Y papito, mi papito, nos recomendó que debíamos cuidar a Salvadora que estaba muy enferma.
Borré fácilmente a Pitón muerto, de mi mente. Lo que tardé en quitarme fue la imagen de su frente sangrando por el golpe con la fuente de vidrio verde, pero toda mi vida he seguido buscando en el puño blanco de mi camisa una gota de sangre.
Horas después, entre sueños, oí aullar a mamita que recién llegaba. Aullidos horrorosos que jamás volví a escuchar ni en las bestias ni en los seres humanos.
Durante largos años tuve con ella un trato gentil pero distante. Más que juzgarla la había condenado.
Botana, Helvio (1977), Memorias. Tras los dientes del perro, Buenos Aires, A. Peña Lillo editor, pp. 36-37.

martes, julio 25, 2017

Una pedagogía afectiva (sobre La lectura: una vida..., de Daniel Link)


Esta reseña fue redactada y gentilmente entregada por el amigo Alan Ojeda.

Hace unas semanas presencié una discusión en torno a los dichos de un escritor sobre “X” libro. En esa discusión, uno de los participantes dijo: “Juzgar un libro es juzgar una vida”. No creo que nadie lo haya entendido como un postulado biograficista. Por el contrario, creo que todos los que presenciamos la discusión pensamos, automáticamente, en los libros leídos, en el tiempo dedicado, en la disposición del cuerpo y el espíritu al escribir, en las elecciones tomadas, en definitiva, el paso de vida impreso en la obra. Todo aquel que haya dedicado la vida a los libros, si mira atentamente, podrá observar a su alrededor una vasta red de amistades, anécdotas, experiencias decisivas y amores. Ese es el caso de La lectura: una vida… (Ampersand, 2017) de Daniel Link.
La lectura: una vida… es una autobiografía lectora que nos introduce en la vida del autor a través, sobre todo, de las alianzas afectivas que ha generado la lectura desde su infancia hasta el presente. En el caso de Link, los libros aparecen como el único destino posible. Desde la tierna infancia comienza a constituirse el pequeño monstruo-poeta: niño curioso, devorador de libros, con facilidad para la expresión oral y escrita, y poco sociable. Como en El primer hombre de Albert Camus, aparecen, entonces, los primeros aliados (¿cómo llamar, si no, a aquellas personas que en el periodo más indefenso nos dan armas para sobrevivir?): las maestras y profesoras. Luego de haber ganado el Nobel, Camus envía una carta a su antiguo profesor, el señor Germain:
Querido señor Germain:
He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le mando un abrazo de todo corazón.
Albert Camus
En un tono similar, Link escribe: “Este libro quiere ser un acto de justicia: yo no sería quien soy sin esas manos amigas (mi abuela, mis padres, mis maestras) que me abrieron los ojos a los libros. Yo no sabría nada de mí, ni del mundo, ni de lo que hay más allá de mí y del mundo, si no fuera por un acto de amor y de enseñanza”. Aquel que llega a la literatura parece siempre estar más desamparado que el resto. Gobierna la incertidumbre y la soledad. La melancolía de un absoluto, de un infinito inalcanzable, se desenvuelve frente a nuestros ojos en cada libro. En el camino, los afectos. La única comunidad: la de los lectores y los libros, que se nos brindan como cartas que han encontrado a su dueño. ¿Quién no ha experimentado, alguna vez, ese diálogo interno en el que al leer un libro asumimos que fue hecho para nosotros? Aún más, nos lleva a preguntarnos “¿Qué sería yo sin esto?”. En el mismo sentido, leemos: “Si me dediqué compulsivamente a la lectura fue por esa necesidad de situarme en el mundo, es decir: para comprender cuál era el conjunto de determinaciones que explicaban mi vida y de las cuales, más tarde o más temprano, iba a librarme, por la vía de la ascesis que la lectura patrocina […]”.
Pero esto no es un mero ejercicio narcisista, es, por el contrario, un ponerse en primer plano para pensarse. Devenir objeto, diseccionarse para entender: leerse. Es por eso que el lector encontrará, en algunas partes del libro, una sensación de familiaridad que le recordará a fragmentos de libros anteriores como Suturas (Eterna Cadencia, 2015). La razón principal es la presencia de la primera persona, un yo que es a la vez quien enuncia y también el predicado de la enunciación. ¿Por qué? Porque el cuerpo y la mente son, y esto Link lo muestra claramente en sus libros, el campo minado de la experiencia. Cada texto empieza en el momento en el que los recuerdos se inscriben en el cuerpo. Es por esa razón que cada capítulo del libro está atravesado, de una manera u otra, por algún tipo de aprendizaje metodológico o teórico. Cada una de esas etapas reformuló la forma en el que ese yo concebía su relación con el mundo y la forma en la que lo habitaba. El médium o catalizador de ese aprendizaje, no es tanto un libro en sí como una relación afectiva.
Podríamos decir que en La lectura: una vida… puede leerse una “pedagogía del amor”. El vínculo con cada uno de los nombrados en libro se transforma en la “y” de la síntesis disyuntiva. Entre Link y la Teoría literaria aparece Pezzoni; entre Link y la Filología está Ana María Berrenechea; entre Link y el CBC vemos a Elvira Arnoux, etc. Es decir, entre cada saber y el yo median esas “manos amigas” o, como diría Camus “mano afectuosas”. Link nos deja claro cómo no hay aprendizaje sin pathos o, mejor dicho, el pathos es lo que hace efectivo y duradero el vínculo entre el conocimiento y el yo.
Por otro lado, La lectura: una vida… es también una biografía en tiempos turbulentos (lo que en Argentina significa “todo el tiempo”). El libro también atraviesa el problema de crecer durante la dictadura, leer durante la dictadura (los libros heredados) y educarse durante la dictadura (el profesorado, los talleres de Ludmer y Sarlo), un camino que pronto se transforma en un cómo enseñar Letras post-dictadura, la estructuración del Ciclo Básico Común, el paso por la cátedra de Teoría y Análisis con Pezzoni, la creación de la materia Literatura del siglo XX, las amistades literarias y los compañeros de trabajo.
En La lectura: una vida…, Daniel Link nos muestra la manera en la que los libros han diagramado una vida y una forma de interacción con el mundo como un telar inconcluso. Cada etapa, una mano amiga, un libro, una nueva forma de leer(se), un nuevo devenir...

martes, mayo 30, 2017

Lo que se viene en 2017 (III) (Nudista)

Seguimos con la propuesta de novedades para 2017. La primera entrega pueden verla acá, la segunda, acá.


La editorial Nudista, con asiento en Río Tercero, está trabajando sin parar y anuncia algunos de los títulos que va a publicar en este 2017:

C6/C7, de Fernando Callero
Un diario de internación construido con una prosa tan exquisita como fluida, que oscila entre la ficción y lo autobiográfico. El autor santafesino sufrió un accidente hace pocos años y en pleno estado de recuperación escribió este libro profundo, poético y divertido.

LAS SIETE MARAVILLOSAS ANTOLOGÍAS CONTEMPORÁNEAS, de Pablo Natale
Con esta selección de libros, antologías por excelencia, Natale vuelve a la poesía en distintos estados de concepción y formas de ser propuesta. Con brillo y agudeza, cada antología se planta con su propia temática, desafío y lógica, donde los lectores somos partes interpeladas, sin pasar desapercibidas.

TERU TERU XY, de Jorge Brondo
El inclasificable artista de Río Tercero nos trae un primer libro, también inclasificable. Brondo es músico, dibujante, poeta y reúne en este volumen, en cada página de este libro, universos gráficos y poéticos que dan cuenta de una creatividad sensible y absoluta.

COMETA DE LA NOCHE NEGRA, de Diego Vigna
La muerte de un familiar puede dar origen a distintos interrogantes en el fuero interior y dentro de una constelación de parientes. Esta novela se construye a partir de ese punto y contiene una prosa precisa que hilvana tensiones y suspenso, sin dudas una joya en la narrativa argentina.

LA ESGUINCE Y OTRAS CUESTIONES, de Irene Gruss
Este libro de relatos breves y profunda sensibilidad construye una atmósfera que cautiva desde la primera línea. La escritora propone estas piezas breves, urbanas, donde algo desespera o desvela a los protagonistas, para cerrar con “La Esguince”, uno de los relatos más conmovedores que hay en nuestro catálogo.

LA TARDE DE LOS PROFETAS, de Juan Revol
El joven escritor cordobés, radicado actualmente en Buenos Aires, ha escrito este libro audaz, inteligente y entretenido, de estructura bíblica. La propagación de un virus es la génesis de un giro en el destino de la humanidad y los versículos de estas “sagradas escrituras de la tarde de los profetas contienen un regalo muy especial para todo lector de su doctrina”.

LECCIONES DE ROMANTICISMO ALEMÁN, de Carlos Surghi
Poesía y versos que se transforman en relatos, como una forma de entendimiento de lo que sucede en tiempo real mientras un grupo de amigos acampa en las afueras de la ciudad, en plenos días de invierno. Este libro de Surghi es de una belleza sin límites.

NGORONGORO, de Leopoldo Castilla
Nuevo libro de poemas del Teuco Castilla, donde nos regala en palabras la esencia sonámbula del África, sus bellezas y terrores. y es cautivante cada registro que florece en sus versos, con la cadencia y los silencios de su misma forma de hablar, salteño del mundo.

LUCES DE NAVIDAD, de Francisco Bitar
Reedición del primer volumen de cuentos del autor de TAMBOR DE ARRANQUE y ACÁ HABÍA UN RÍO, que cosechó elogios en toda la crítica y sin dudas es una obra obligatoria para todo lector que disfruta de lo mejor de la narrativa contemporánea argentina. Sobre la base de las relaciones humanas, los vínculos de pareja y sus vaivenes invisibles, todo está condensado con maestría en los relatos de este libro.


domingo, mayo 28, 2017

"Vos tan nazi y viviendo en pleno Once...?" (Fox, mariani y Poni) (1)

En 1988, el poeta y escritor argentino Martín "Poni" Micharvegas publica Dichosos los ojos que te ven en Madrid. El libro casi no circuló por nuestro país; sin embargo, entre sus páginas, quedaron grabadas algunas imágenes y recuerdos alrededor de la figura de Marcelo Fox, autor de Invitación a la masacre. De esto me enteré tras contactar a Poni vía mail y mantener un intercambio breve pero fructífero sobre Fox. Lamentablemente, Poni falleció el año pasado. En uno de nuestros últimos diálogos, me envió fotografías de ese fragmento en  sus libro Dichosos... en el que evoca a reynaldo mariani (el Poeta), compañero de Fox en Opium, quien a su vez evoca al Gordo y su oscuro brillo. Doble mediación entonces: Micharvegas escribe lo que mariani contaba sobre Fox y lo que él mismo recordaba. Palabras sobre palabras y por debajo los rastros elusivos del autor de Señal de fuego. Va la primera parte del fragmento. 


Marcelo Fox en Dichosos los ojos que te ven (1988), de Poni Micharvegas

Cualquier rescate. Aún el rescate de su confesión de estar ya totalmente jugado (cosa que nadie iba a dudar): su libertad era un anarquismo indeciso. Prefería merodear el mundillo de los frustrados que venden zapatos de mujer y ropa de temporada… Entendía pésimamente lo que pasaba con todo, con nosotros, con Perón, con la Argentina. Una hubiese olvidado todo lo dicho sin consistencia en esa mesa. Una vez más la sesuda realidad se nos negaba. Pasaba a ser alpistecito de sociólogos, historiadores y políticos: los nuevos dueños de la literatura. Pero su relación con El Gordo era mi intriga.
En algún momento aquello tenía que salir a flote. Daríamos vueltas por los morros llenos de bichas nocturnas que se animan en las escaleritas repletas de ocultos especialistas en la transacción. Y habría que recorrer el mundo del Poeta, con putos melenudos de tetitas insinuantes (hechas con silicones - y decía: yo no creo que eso lo consigan a fuerza de hormonas), en sus histerias y costuras de grandes trajes plateados y coronas de oro falso para las festividades de carnaval. Él también, como yo y el resto de los que fuimos, amábamos lo textual -que es infinito- y la posibilidad profética de entrar alguna vez a la temida trastienda del mundo donde se juegan a los dadas o cartas nuestros destinos. El Poeta esquiceu. Su rescate saludable del cuerpo duró hasta que apoyamos los codos en la dega. Quise hacer abrir una lata de sardinas, pero el Poeta volvió con su vieja palma a golpearse suavemente el mítico hígado. El Poeta bebeu. Un largo trago por su gaznate afónico. Todo el teclado golpeado del mundo. Oh, Jim Ellis, dónde quedó Bird? (el boxeador, lógico, con sus problemitas de isquemia cerebral, no supo qué responder. Solo ensayó un juego de cintura en el cual ninguno de nosotros creyó). De allí, pasamos a un “restaurante baratito de la esquina”. Eran las tres de la tarde en la subida sucia de una calle perpendicular al mar. Hastiados de los días nublados, de las lloviznas de tizne y poeira. Daríamos sentados, una gran vuelta por nombres y recuerdos, sobre kilómetros de olvidos y malos recuerdos, antes de llegar al punto en que hablásemos de El Gordo. Vuelos sobre recuerdos y malos recuerdos: una nueva manía. El Poeta quería decirnos que El Gordo había sido un bebé bello. En el montón quedaban: la fractura del fémur del Yeti y la pálida de la cortada de huevos de Isidro.
Tengo que decírtelo antes de comer. Después podría hacerte mal. I. en el baño de la casa, con una navaja en la mano, agarrando la bolsa por la raíz, pegando el tajo, soltando el alarido.
Pensándolo bien es coherente.
Salvó la vida, parece.
Sus testículos llevados envueltos en una toalla de cara hasta la sala de guardia. La hemorragia a los largo de las piernas, inundando con sus coágulos los mocasines vencidos. Algo más que Vincent.
Algo más lejos que un amor insospechado por una cuñada viúva.
El secuestro de Miguel Ángel, el tiroteo en Mendoza donde caería Paco, la desaparición de Haroldo por manos enmascarados.
Toda una gran vuelta de ronda apocopándose, sintagmáticamente. Quedarías afuera de toda esperanza. Poeta. En tu reloj la hora caía misericordiosa. El tiempo nuestro rebotaba en la tela de tus jeans. Ahora tendremos que mirar hacia adelante donde estaba tu escudilla reasegurada, sujeta con una cadena que en los ratos libres nos colgaríamos al cuello con otras chucherías.

Por lo cual El Gordo no dejaba de brillar, al fondo de su recuerdo, como un lindo mozalbete.
Cómo es eso de cuando uno cree ser y termina siendo lo opuesto a lo que creía? Al Gordo lo deformaron.
Lo conoció en el bar Coto Chico. El Gordo andaba con sus primeros versos mostrables en el bolsillo, con su aire de pavo descomunal (sus anteojos de culo de botella cayéndoseles permanentemente hacia la punta de la nariz), sudado y sucio, hablando de su obra de teatro con monjitas sangrientas. El Poeta se conmovió ante este chico foto lleno de tanta gracia y capaz de despertar tanto repudio. Confesó que lo llevó a la casa:
Y le di de comer y beber como en el Viejo Testamento.
Arriba y abajo, charlando proyectos para impulsar al abismo el féretro con ruedas de la literatura nacional. La hora en que abrían los mitos, narcisos y heroísmos. La hora de las Lauras. Los días de las Tres Marías. De aquel asunto mal fraguado y peor realizado del prostíbulo de hombres con la mayordomía de la Negra Castigadora, la fabulosa ninfa spilimberguiana.
El comienzo de los 60 (mientras el escorpión centelleaba en el cielo con su cola en signo de interrogación). Se iba hacia la escritura que lo contendría todo: disquisición, fanatismo. La hora de la sinceridad rayana en el espanto (juego de la verdad escrita). Tiempo de romper los moldes de la nada. Periodo lleno de declaraciones, de manifiestos, de editoriales para 150 lectores: conferencias hasta el amanecer. De aquel entonces el Poeta conserva resabios en el habla solemne: el uso de arcaísmos. Un detalle fugaz que no le importa en su raíz a nadie. Un retrato de la lengua del poeta ejercitada en la penumbra del balbuceo surreal. Y su odio al barrio.
Pero yo quería saber cómo vivía él. En qué casa? Con qué gente?
Supo por sus cuentos que la Vieja era ciega y que obligaba al Viejo y a él a hacer de la casa un claustro donde no entrara nadie.
Típica familia clase alta decadente: un bisabuelo ministro, un abuelo senador, un padre lleno de ideas que no daba pie con bola en ningún negocio.
Nadie tiene que entrar en esta casa!, dando bastonazos a troche y moche por costillas fantasmales. Orden cerrado con cuerpos a tierra por la violencia de la ciega, repartiendo como un molinete turbo, mandobles a rolete.
Yo tenía mi enigma y quería colaborar en el destronamiento de aquella bruja. Así que forcé al Gordo a llevarme a su casa, un piso grande, roñoso, en Junín y Ayacucho, en pleno gueto. “Vos tan nazi y viviendo en pleno Once, cómo puede ser, Herr Goebels?” Como no tenía respuesta (él también como Martí, y en las antípodas, se sentía vivir en “las entrañas del monstruo”) entrar en su mundo fue más que fascinante. Un salón de aquellos con bustos de mármol caídas de sus peanas y con una alfombra de polvo de cuarenta años de sedimentación. Allí, al trono de la ciega, no entraría nadie. Poder pispiar desde la puerta. Estar casi al alcance de su pelo justiciero (y ella, sentir con ese otro tacto de los ciegos, mi presencia), y El Gordo mintiéndole diciendo que allí estaba él solo. Él solo.
Él solo.
El Poeta reconoció que el asunto del suicidio del Gordo era algo improbable.
Lo que pasa es que nunca salió de los barrios del centro. Tenía su ruletita rusa: cruzar la Nueve de Julio, por ejemplo, sin detenerse, con los ojos fijos, como un ciego, justamente. Me agarraba la cabeza cuando veía los filetes que le hacían los autos. Y El Gordo, inconmensurable, con su mole pesada (elefante unos días, hipopótamo otros) siguiendo adelante con sus trancas de aurora. (...)

Micharvegas, Martín "Poni". Dichosos los ojos que te ven, Madrid, Proletras Latinoamericanas, 1988, pp. 27-30.

sábado, mayo 06, 2017

la contundencia y la gracia

Primera entrega: la escritura es un hecho atómico (sobre hecho atómico ediciones)
Segunda entrega: los matices del gris (sobre 17grises editora)
Tercera entrega: una mirada extrañada (sobre China editora)
Cuarta entrega: las huellas de la imaginación (sobre Fiordo editorial)
Quinta entrega: seguir el hilo rojo (sobre Hilo rojo editores)
Sexta entrega: cuidado con el libro (sobre Cave librum editorial) 
Séptima entrega: trazar recorridos (sobre Excursiones editorial)
Octava entrega: atípicos (sobre editorial Letranomáda)
Novena entrega: conexiones íntimas (sobre Santiago Arcos editor)
Décima entrega: la juntidad espeluznante (sobre La Comarca libros)
Undécima entrega: el deseo de editar (sobre Palabras amarillas ediciones)
Duodécima entrega: entre lo exótico y lo familiar (sobre Páprika editorial)
Décimotercera entrega: cómo narrar lo contemporáneo (sobre Momofuku libros) 
Décimocuarta entrega: entre ruinas y umbrales (sobre Cabiria ediciones) 
Décimoquinta entrega: una excusa para hacer una utopía (sobre hekht libros)
Décimosexta entrega: un choque cuerpo a cuerpo (sobre Alto pogo ediciones) 

Hacía bastante tiempo que no retomaba esta serie de preguntas a proyectos editoriales argentinos pequeños y medianos. Me pareció que valía el esfuerzo retomarlo. Rearrancamos entonces con la editorial El Elefante Blanco (FB). Esta editorial que se inició hacia 1996 sostiene su catálogo con obras recuperadas del olvido de la literatura y la historia argentinas. Tal como lo presentan en su página sus libros son "objetos documentales, crónicas de viajes apasionantes, fuentes originales de distintos períodos de nuestra historia y, además (y quizás especialmente), textos divertidísimos y vigentes".Viajeros como Guillermo/William Hudson o cronistas como Ignacio Ezcurra son autores acobijados por este proyecto que se empeña en rescatar textos y voces. Van entonces las preguntas y las respuestas en boca de Marta Gallardo y Julieta Correa, editoras del sello El Elefante Blanco.



GC: ¿Por qué la editorial se llama El Elefante Blanco?
Marta Gallardo: Un elefante blanco alude a empresas imposibles o incordiosas, pero tiene además la contundencia y la gracia de lo que nos evoca.

GC: ¿Qué criterios tienen en cuenta a la hora de armar el catálogo? ¿Organizan su fondo en colecciones?
MG: Son libros que elijo yo porque me gustan, obras de autores que conozco de toda la vida, que busco o aparecen.

GC: ¿Por qué apuestan por la recuperación de textos, memorias y historias en un campo cultural dominado por la urgencia de novedad y los fantasmas de lo último?
MG: Por patriotismo bien entendido, por tradición familiar, por gusto.

GC: ¿Qué tipo de lector imaginan para sus libros? ¿Qué recepción han encontrado en estos años?
MG: Muy buena recepción, mejor de lo que esperaba.

GC: ¿Qué tienen en mente durante este año, 2017, para afirmar la presencia de la editorial?
MG: Esperen y verán.
Julieta Correa: Este año arrancamos con muy buenas noticias. Quedamos seleccionados para estar en el Nuevo Barrio de la Feria del Libro, estaremos hasta el 15 de mayo en el stand 2107 del Pabellón Amarillo. Estamos súper agradecidas con la Fundación El Libro por el espacio, que no habríamos podido tener de ningún otro modo. Si pasan por el stand, van a poder encontrarnos a nosotras, Marty López Lecube y yo, a Nicolás Bocles que sabe todo y da recomendaciones buenísimas, y 70 títulos del catálogo que no se consiguen en librerías en este momento.

GC: ¿Están trabajando sobre alguna novedad?
JC: Vamos a sacar dos novedades en este primer semestre, la primera es una recopilación de textos de cautivos hecha por Mimí Bullrich con textos muy valiosos e inconseguibles. Además, vamos a reimprimir ejemplares de algunos títulos que no se consiguen hace varios años.

 

martes, mayo 02, 2017

Escritura poemática, un libro sobre el taller de Néstor Sánchez

En los últimos años, el proyecto editorial impulsado por Claudio Sánchez bajo el nombre de La Comarca ediciones nos ha permitido recuperar las obras y las ideas del gran escritor de culto y oculto Néstor Sánchez. Si la editorial irrumpió con un libro inigualable titulado Ojo de rapiña, una recopilación totalmente inédita de artículos y ensayos de Sánchez sobre la escritura y la literatura, este año, 2017, promete una gran novedad: Escritura poemática. Se trata de una obra que recupera las experiencias en el taller literario que brindaba el autor de Siberia blues: testimonios, apuntes, preparación de clases pero también textos seleccionados por Sánchez y entrevistas en las que abordó el cómo escribir y la ética del desacato literario. Meterse en la cocina de la escritura poemática, asomarse a las clases que preparaba Sánchez y las percepciones de sus alumnos y alumnas son algunas de las posibilidades que abre este libro para nosotros, sus lectores.
Va pues la tapa, algunos fragmentos cedidos generosamente por Claudio y el flyer de la presentación que será este viernes 5 de mayo.


Mi idea de crear un taller es de alguna manera la posibilidad de encontrar un grupo homogéneo y perdurable. Tengo cosas que transmitir, además de la escritura, y la posibilidad de discernir la responsabilidad extrema de escribir.
Néstor Sánchez

MÓDULO I

Características:

Una característica indesmentible de esta forma de escritura (que no tiene por qué ser constante) es la obsesividad, el “automatismo”, como podría suceder con un instrumento solista que improvisa largamente.
Si yo vivo la novela como poema, con la relación de ritmo, el capítulo es el verso. Hace falta un lector que advierta las resonancias. Se trata de libros que necesitan una lectura poemática pues fueron concebidos poemáticamente. El lector, habituado a leer novelas donde los elementos de interés se fundan en lo anecdótico fracasa en la relación de resonancia, no está entrenado.
Entonces, ¿qué habría que decir sobre el problema de la lectura? Se habla del adiestramiento del escritor, pero hay que tener en cuenta el adiestramiento del lector que es el reescritor del texto. Sería el adiestramiento de la atención poemática que es fundamental para mi planteo de la estructura novelística.
Pavese decía que el escritor está obligado a leer. Yo lo vivo de la misma manera: un grupo de personas se contagia la posibilidad de aprender a leer. No hay escritura sin lectura. Incluso hay textos que requieren la lectura en voz alta. Una de las experiencias más válidas de mi vida fue la lectura de textos en común. Propongo en el taller esa actividad.

(...)

MÓDULO II

El equilibrio de las herramientas:

• Abolición de los puntos suspensivos y de los signos de admiración.
• Supresión del adjetivo delante del sustantivo (salvo casos muy aislados).
• Valor del silencio (revisión del sentido de pausa: puntuación, espacios en blanco, doble y triple, etc. ej: Hechos memorables - pag. 104).
• La voz propia tiene relación directa con el sentido de pausa y es preciso respetar como en la música, los elementos de la puntuación, estableciendo sus grandes diferencias. En un momento dado incluso pueden faltar.
• Paréntesis.
• Guiones.
• Uso del condicional.
• Cuidar el infinitivo.
• Economía del adverbio. Su importancia expresiva.
• No al gerundio.
• La pregunta: una pregunta extrema, en lo posible extensa
(manejo del tono de pregunta, como con un título).
• Ataque y remate (su importancia).
• Cuidar que lo lapidario no impida trabajar más. No caer con demasiada frecuencia en el remate lapidario; también es posible esperar antes del corte. Con remate se abre el raro conflicto del “propósito” de una escritura, y puede presentirse la posibilidad de aliento.
• Cuando la tendencia es “lapidaria” será necesario leer a autores que tiendan al párrafo amplio, con o sin tendencia a la enumeración: El viento, de Claude Simon, me parece un buen inicio. También el último capítulo de Nosotros dosque, en cierta medida, representó para mí una toma de partido (por supuesto para el contrapunto) en relación con apertura, con búsqueda de aliento.

(...)

Victoria Morana: Fue mi maestro, era una persona sensible y sabía escuchar. Aprendí a hacer un análisis textual, el placer de la disección que permite entender un texto en su totalidad, descifrar en la trama los secretos de la historia. La primera clase propuso un juego: cada encuentro uno de nosotros tenía que llevar una cita para leer en el grupo y debíamos anotarla en el cuaderno. Si tuviese que elegir de las frases que Néstor propuso, las que más lo definirían creo que son: “Todo es vanidad y apacentarse de viento” del Eclesiastés, y “La tentativa que te propongo hacer conmigo puede resumirse en dos palabras: permanecer despierto” de René Daumal.

Inés Pereyra: Me prohibió el uso del punto porque decía que mis frases eran muy lapidarias. Fue buenísimo porque me obligó a tirar de la piola.

Norberto Guarnieri: Sus comentarios eran muy escuetos y había que saber tomar rápidamente lo que decía e interpretarlo. Aquello de la puntuación, siempre recuerdo la coma, el punto y coma; ¡ah!. Los dos puntos: nunca había escuchado hablar de la puntuación de esa manera, algo muy importante en su estructura de enseñanza. Nos recalcaba siempre el cuaderno de notas y la lista de palabras (a la que yo llamaba “palabras listas”) como algo fundamental para cualquier aspirante a escritor; insistía con que la materia prima de un escritor es la palabra, entonces cada uno debía forjar su propio tesoro con frases y palabras que en algún momento iba a utilizar.



sábado, abril 22, 2017

Los géneros de la patria. Entrevista a Josefina Ludmer en El ojo mocho (tercera y última parte)

Esta es la última parte de la entrevista a Josefina Ludmer publicada en 1994 en El ojo mocho. La próxima: Carlos Correas.

Los géneros de la patria. Entrevista a Josefina Ludmer en El ojo mocho (primera parte)
Los géneros de la patria. Entrevista a Josefina Ludmer en El ojo mocho (segunda parte)

Los géneros de la patria (tercera y última parte)

-En el párrafo del Facundo, claro. Ahora: para mí en ese momento era clarísimo de qué modo Sarmiento construía el otro, porque… bueno: eso es una cosa obvia, todo el mundo lo dice “no hay que ahorrar sangre de gauchos”, etcétera, ¿no?, que constituía el revés exacto de la gauchesca, y por lo tanto que había que integrarlo como su revés, y en qué consistía ese ser revés, y entonces yo ahí juego con la idea de Chile, de los Andes separando un lado y el otro lado, y al mismo tiempo con la idea del revés porque no toma la voz, porque no lo oyó a Facundo, ¿no? El que oye a Facundo no puede escribir ese texto, ¿no?
ER: -Y el otro que “no oiría” la voz del gaucho, después, sería Borges, en la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, porque ahí escribe…
-Exacto. Porque ahí escribe desde Sarmiento…
HG: -Pero en forma… sin la ley, digamos. Vos decís eso.
-No, pero eso es en el otro. Eso es en “El Fin”. En la “Biografía…” la idea es escribir a Cruz desde Sarmiento, ¿no?, tapándole la voz.
HG: -Yo decía lo de Martínez Estrada porque ahí Cruz aparece como el culpable de la detección del texto, aparece como un traidor…
-Bueno, para mí no era un traidor. Yo tenía todo el tiempo la escena del Acorazado Potemkin, cuando desertan los marineros. Ese era el momento que yo tuve todo el tiempo cuando escribía eso, ¿no? La idea de deserción para unirse a un movimiento de otro tipo. O sea, la idea de salir del sistema para entrar a un tipo de mundo de iguales. Para mí esa es la marca de la literatura popular: el momento de la deserción como momento clave donde el que abandona el poder pasa a las filas de pueblo.
HG: -Sí, por eso me pareció siempre interesante que Martínez Estrada rechace eso, no sé si disputando o no con la interpretación de Borges: no sé si escribió Muerte y transfiguración antes o después…
-Y… cuarenta y ocho, más o menos en el mismo momento.
HG: Por eso. Me parecía una polémica sobre el carácter del traidor. En Martínez Estrada de un traidor que además arruina, con una especie de impudicia y de picardía que no reprime y vos no, ¿no?
-Sí, sí, obviamente, porque Martínez Estrada está escribiendo desde un lugar absolutamente imposible, ¿no? Yo me acuerdo de una cosa que era “el viejo Vizcacha es malo porque está rodeado de perros”; tiene directamente enunciados cómicos, Martínez Estrada. Para mí era un texto cómico, en algún momento. O: “En el Martín Fierro no hay obscenidades”, ¿no? Eso es imposible de aceptar. O sea: ¿qué es lo que está tapando todo el tiempo Martínez Estrada, cuando él precisamente dice que está trabajando sobre lo tapado, sobre lo no dicho? O sea: yo creo que su trabajo de tapadura es mucho mayor.
HG: -Sí, pero igual yo te digo: pondría a El género gauchesco en la línea, como un análisis de la vinculación entre grandes libros y grandes tragedias históricas, la sombra de Martínez Estrada yo la veo en tu libro.
-Bueno, yo estoy todo el tiempo polemizando con él, porque es el libro que yo consideraba anterior al mío. O sea: es el libro anterior al mío que trató de pensar la gauchesca. Y obviamente tenés que polemizar con el libro anterior al tuyo que piensa tu mismo campo. Si no, no podés escribir.
HG: -Sí, bueno. Pero da la casualidad de que no hay muchos.
-Bueno, pero no sé, además… Qué se yo: la figura de Martínez Estrada no me es simpática. No me era simpática cuando yo veía los análisis que hacía… fundamentalmente del Martín Fierro, porque no trabaja demasiado sobre los otros textos. O sea: no coincidía. Tuve que no coincidir para poder escribir.
HG: -Pero… yo recuerdo una frase (no sé si de ahí o de alguna otra parte): nadie puede leer el Martín Fierro sin revolcarse en el suelo, o algo así. Es la sensación de que nadie puede leer el Martín Fierro, y la gauchesca en general, sin la sensación de que está hablando de luchas muy actuales, de tradiciones de heroísmo o de… en fin: de voces de las luchas, de la cuestión de la ley, de la justicia hoy, ¿no? O sea: revela que la crítica literaria como máquina es… Máquina y guerra es muy parecido, ¿no? No hay guerra sin máquina, y a la inversa.
-Sí: una máquina de lectura es una máquina de guerra, también. De modo que… el construir la máquina es apasionante, ¿no? Cuando al principio leés el corpus, o un cantidad de textos y tenés como elementos aislados, como palabras sueltas, ¿no? Hasta que todo eso empieza a funcionar interrelacionado y en forma de red, o en la forma que le quieras dar: es un trabajo de elaboración bastante entretenido, diría yo: por lo menos te saca el aburrimiento, ¿no? Y a partir de ahí es que no me interesa más una crítica literaria que trabaje con textos individuales o con figuras de escritores, ¿no? Me dejó de interesar la figura del escritor y más bien me empezó a interesar cada vez más esa categoría de “masa textual” que forma parte de la cultura. Que es un poco la idea del próximo libro.
ER: -Bueno: entre los “escritores” a los que sí les das bolilla te llevaría a Borges. Digo: porque es el gran ausente, el ausente “imperdonable” de la “máquina Viñas”, y en cambio en tu propia “máquina” ocupa un lugar central. No sé si se podría decir que vos armaste tu máquina con las mejores piezas de la de Viñas y la de Borges, pero lo cierto es que Borges aparece, en El género gauchesco, como el último eslabón del género, y al mismo tiempo como el que da vuelta el género, el que lo piensa de nuevo.
-Sí: Borges era para mí el verdadero lector de la gauchesca, o sea: la lectura de la gauchesca que hizo Borges fue para mí el punto de partida. Porque Borges dice expresamente, en su lectura de la gauchesca: no son gauchos, están usando la voz del gaucho, y es a partir de ahí que yo empiezo a pensar, ¿no? O sea que para mí Borges aparece como lector y reescritor de la gauchesca.
HG: -Una idea que siempre…. Yo sé que algunos lo dijeron, que algunos dedican su vida a pensarlo, ¿no?, pero me parece muy… o sea, lo que veo de místico: ¿es posible una voz sin texto? Porque me da la impresión de que en tu libro hay… la idea más “anarquista”, digamos, para seguir con esa palabra, sería la pregunta de si hay una voz que esté sin texto, sin escritura, sin escritor. Incluso una voz que no escuche nadie, ¿no?: sería un momento final… O sea: ¿hay alguna posibilidad de utilizar una voz y que alguien no la escuche y haga con eso otra cosa? ¿Hay alguna posibilidad?
-Bueno, yo creo que sí; que hay una posibilidad. Pero una de las características de la voz es que es escuchada.
HG: -Claro, y otros hacen otra cosa con ella. Pero en tu libro aparece una continua molestia con el hecho de que alguien haya escuchado y haya hecho otra cosa con ella: que la haya puesto en términos de una ley y le haya dado ciertos usos. Me pareció que hay una incomodidad de que haya sido así.
-No, fijate. Yo incluso en algún momento empecé a jugar con la idea de la locura, ¿no? De la alucinación auditiva: con la idea de “escuchar voces”, que aparece en algún momento en el texto, también. Porque a medida que me iba metiendo en la escritura, obviamente la escritura tiene mucho que ver con ciertos momentos muy locos, muy, muy limítrofes, diría yo, y… en algún momento pensé en Hernández oyendo las voces de los gauchos para escribir, la idea de una voz que te dicta, la idea de la alucinación auditiva de los locos.
HG: -La sensación mística. El episodio de los marinos colgados, también. Si es así que funcionan los textos, los textos se escuchan mutuamente como textos.
-Obviamente.
HG: -Pero se escuchan de una forma aviesa, digamos. Bah: enigmática, no sé. No es un cierto proceso de influencias detectable bajo lecturas de la crítica convencional, ¿no? Se precisa maldad para interpretar la forma en que estas influencias se producen. Maldad y humorismo, como en lo de Cantor, ¿no? Y… los nombres siempre ocultan cosas. El malo siempre trata de ver qué ocultan los nombres, y cae mal que revele qué ocultan los nombres… o qué nombre no se ha dicho. Dónde está el vacío… Por eso pensé si no hay una idea de alegoría que… ¿no hay la idea de alegoría, en tu sistema, en tu “máquina”?
-Totalmente. Éste es un libro totalmente alegórico.
HG: -Pero no lo decís. No es una idea que esté explicitada, ¿no?
-No, no, no. Hay muchas ideas que no están explicitadas: yo creo que la alegoría no hay que explicitarla. Pero es una alegoría bejaminiana, eh, no es una alegoría de tipo medieval: es una alegoría totalmente pasada por Benjamin en el sentido de que por encima de un texto podés leer siempre otro, ¿no?: ésa es la idea de la alegoría; de una especie de segundo nivel.
HG: -No, por eso: lo que me pareció cuando lo leí era que era un intento de decir lo máximo que pasó aquí en los años setenta sin aludir. Excepto muy contados momentos, a los setenta: era un libro del presente.
-Sí, sí, por eso, como decíamos antes, al principio: Cómo nombrar el horror, ¿no? ¿Con qué discurso decir el horror? Yo ahí en la investigación ésa me encontré con el horror, ¿no? En el Martín Fierro es clarísimo: el horror del exilio, el horror de que te tocan el cuerpo en el cepo (el horror de la tortura, ¿no?), está todo el tiempo. Y está todo el tiempo en el género: con los amputados y con todos esos cuerpos que hablan allí, todo lo largo del género. Está en la guerra: la guerra de que la guerra es la destrucción y que la destrucción te llega al cuerpo. Y ahí yo creo que… yo encontré eso ahí: ese discurso del horror, ¿no? Y a partir de ahí un poco seguí pensando, ¿no? Cómo… cómo hablar de eso.
HG: -Todo eso junto a un lado “científico”, digamos, en tus investigaciones literarias…
-Yo me considero una descendiente de científicos, y por lo tanto la fascinación del pensamiento científico está siempre presente para mí, ¿no? La fascinación de la transparencia de la ciencia. Que por supuesto es un mito total, pero que está como horizonte, y todas las investigaciones del siglo XX en el campo de la imaginación, donde se pueden comparar la imaginación científica y la imaginación creadora, humanística o literaria, o cualquier tipo de imaginación, también están presentes. Para mí leer material científico... o sea: yo soy una fanática de la revista Science, por ejemplo. No me pierdo ningún número, porque siempre encuentro una inspiración. Inspiración en el tipo de pensamiento, en el tipo de mecanismos para lograr datos, para llegar a las construcciones, para describir estados de cosas, etcétera. De modo que en ese caso era muy importante para mí poder pensar en términos de una especie de no sé, de guía: tener la ciencia como una especie de guía de un tipo de reflexión, nada más. Y además otra cosa: porque lo que a mí me interesa es la divulgación científica, como discurso: el tipo de discurso que lleva las abstracciones máximas de la tienda a la posibilidad de comunicarlo y divulgarlo, ¿no?: ese tipo de discurso me interesaba especialmente. Que procede por comparaciones, que procede por analogías con la vida cotidiana: es ahí en el momento del discurso de divulgación donde yo lo encuentro más literario.
ER: - Bueno: la introducción, en El género gauchesco, del recorte sobre la teoría de los anillos de Einstein...
-Que era el modo de datar un día, porque para mí lo importante ahí era la fecha. ¿Vieron que los diarios se usan para las fechas, a veces, no? Para poner eso como que ese día quedaba completamente grabado, y bueno: de paso encontré la idea de Einstein de... bueno: en realidad es un aparato de lectura, ¿no?, la construcción de un telescopio. O sea: cómo tiene que ser un telescopio para poder ver lo que se quiere ver, y me pareció una buena metáfora de aparato de lectura, ¿no? O sea: que hay que tener una distancia, que tiene que estar bien enfocado, que el observador tiene que estar en tal lugar...
HG: -Ah, yo pensé esa nota sobre la base de una gran gratuidad. La leí sin saber bien de qué se trataba…
-Y... de un aparato de lectura.
HG: -Ah, pero yo no había percibido eso.
-Pero además, el título es: "Se descubrió la teoría de los anillos", y yo estoy todo el tiempo con los anillos, las alianzas... Que después al final se transforma en el señor de los anillos. Porque esos anillos son las alianzas típicas del género, ¿no? Y al mismo tiempo es el modo de ligar el discurso literario con lo real: Porqué tiene una conexión de un lado y una conexión del otro, y forma como un anillo, entonces: la metáfora del anillo, que es la metáfora de la alianza, del anillo-alianza, que es la metáfora del matrimonio desde el punto de vista del género femenino, ¿no?, me pareció que en ese momento en que yo había encontrado que a partir de la teoría de Einstein se había demostrado la "teoría de los anillos" (creo que dice así), bueno, dije: ésta es la cosa, la cosa es la teoría de los anillos.
HG:- Bueno, sí. Pero eso... no quita cierta gratuidad... Lo interpretable es lo exhaustivo, ¿no? Lo interpretable lleva a algo exhaustivo, necesariamente. El texto queda convertido en metáfora, alegoría, política, contrato, alianza... La pregunta sería si todo esto no te acerca bastante al gran estructuralismo... toda esta idea acerca de tos textos, la serie de textos, el cuerpo de textos.
-Al post-estructuralismo, tal vez. Supongo que sí: mi formación estructuralista no la puedo ocultar en ningún momento; además yo del estructuralismo aprendí técnicas de análisis que todavía me siguen resultando bastante útiles en el momento de analizar textos. Si uno deja de lado toda la obsesión binaria del estructuralismo, yo creo que hay una cantidad de elementos técnicos que se pueden seguir usando. Y aparte esta idea de una textualidad sin autor, que, bueno, no es solamente estructuralista, ¿no?; está bastante en la tradición literaria. Valéry hablaba constantemente de esto, ¿no?: de una especie de masa –“del espíritu”, la llamaba él ¿no?: producida por el espíritu-, de tal modo que si no hubiera aparecido tal autor cualquier otro hubiera escrito eso porque eso era como el desarrollo necesario de una historia.
ER: -En el libro hay una especie de foucaultismo de base muy fuerte, a pesar de que Foucault aparece muy poco, o lateralmente –vía Chomsky– mencionado…
-Sí: Está, por supuesto, todo Foucault, está todo Bajtin. No sé: están todas las lecturas del momento en que yo trabajé en este libro, ¿no? O sea: todas las lecturas teóricas, de años, que podían servirme. Tomé de todos lados. Uno podría decir qué es lo que no tomé. Yo creo que está un poco aprovechada una serie de lecturas de años.
ER: -No, pensaba en la idea de disciplina de Foucault, y tu idea acerca de la contemporaneidad entre el disciplinamiento de la voz del gaucho a través de la métrica “culta” de la poesía gauchesca y el disciplinamiento de su cuerpo a través del aparato estatal, del ejército. O sea: aparece la poesía como un aparato estatal, disciplinario, contemporáneo y convergente con el otro.
-Sí, sí: eso es totalmente foucaultiano. Hay mucho Deleuze, también.
HG: -Deleuze, eso te estaba por decir. Ya que estamos en los grandes próceres. Digo: la idea de “máquina”...
-Sí, sí. Por eso: no sé qué no está…
HG: -Claro: Está todo, pero has hecho otra cosa con eso. Bah: está Macedonio Fernández… Por eso: es un libro de nuestra época, de nuestras lecturas y de nuestras vidas políticas, y es un tratado sobre lo que leímos y sobre cómo leímos. Por eso yo me sentí muy identificado. Me pareció un libro de los más cercanos a la experiencia de una generación de lectores argentinos de los más diversos temas, y es un libro, en ese sentido, muy político, extremadamente político.
-Sí, yo quiero trabajar mejor el tema de la relación entre la literatura y la política, y pienso hacerlo en mi próximo libro. Lo que pasa es que para este próximo libro ya no tengo (y creo que todos estamos un poco en eso, ¿no?), no tenemos la cantidad de lectura que yo podía tener a fines de los ochenta, cuando escribí esto, ¿no? Que en realidad venía de los setenta. O sea: para trabajar ahora en la relación entre literatura y política, que no me gustaría repetir la conceptualización anterior, sino bueno: inventar un aparato nuevo, ¿no? No hay demasiado material, ¿no? Estamos tratando de cambiar discursos y no tenemos… modelos, no sé cómo llamarlos, ¿no? O sea que para mí, en este momento (y eso que vengo de un centro que desde el punto de vista bibliográfico es absolutamente exhaustivo) la sensación es de bastante orfandad.
HG: -¿Y vos dirías que en las carreras, o en los departamentos, como se dice, de Letras, considerados en abstracto, hay más chances que en los departamentos de las otras viejas áreas humanísticas?
-Yo diría que todos estamos trabajando con las mismas lecturas, en este momento, en todos los departamentos. Creo que vos tenés que coincidir conmigo porque supongo que tus lecturas y las mías coinciden bastante, ¿no? En este momento lo que yo veo es una especie de confluencia total de las humanidades, hasta el punto tal que la categoría de departamento misma parece estar cuestionada.
HG: -Sí, pero al mismo tiempo las luchas políticas entre territorios, departamentos, etc., aquí en la Argentina por lo menos, recrudecen cada vez más.
-Sí, sí: Recrudecen justamente ante el peligro de la disolución total. Porque lo que nos unifica ahora son problemas, y no ya disciplinas. O sea: tipos de problemas, que los trabajamos desde todos los lugares, ¿no? Ése es el Estado actual de las humanidades, que se dividen por tipos de problemas o por campos problemáticos y ya no por disciplinas.
ER: -Sí, si eso se pudiera arrastrar a las formas organizativas de las Universidades, destruye un modelo de Universidad.
-Bueno: Yo creo que la Universidad dentro de poco va a tener que reformarse totalmente, ¿no?, hacia unas nuevas humanidades.
HG: -Sí; acá se percibe eso, pero lo absurdo es ese sistema de custodiar pequeñas unidades académicas con criterios de perro guardián, ¿no?, rechazando lo ajeno, rechazando a los Invasores, a los “colgados” y a los intrusos de una especie de definición ideal del “campo científico”. Al menos en el campo de las ciencias sociales...
-Sí, sí, en literatura también. En literatura se ve clarísimo, ¿no? No sé: tal vez resolvería la cosa plantearla en términos de “estudios culturales”, que parece ser una zona donde se resolverían ese tipo de convergencias, permitiendo una ampliación del campo de la literatura al de la cultura, donde se encuentran todas las otras disciplinas. Yo supongo que este proceso se va a acentuar cada vez más, y por lo tanto los “guardianes”, como vos decís, se van a poner cada vez más duros.

Fin de la entrevista

(Entrevista realizada por H. González y E. Rinesi)

Fuente: Revista El ojo mocho, n° 4, 1994.
 

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