Cuentos Romanos
Hace 21 horas.
Cuando uno revisa las publicaciones científicas desperdigadas en las revistas especializadas –en particular, aquellas orientadas a la psicología experimental–, descubre que una buena parte del trabajo científico se desarrolla, en cierta forma, dentro de una órbita muy próxima a la de la pornografía. Los textos que escribí en torno de la cirugía plástica fueron tomados, en gran medida, de un estudio científico sobre el tema; sólo cambié los nombres, ilustré el proceso y lo llevé hasta las últimas consecuencias. Uno puede leer perfectamente todos esos informes científicos como si trataran de pornografía pura. No contienen ningún elemento sexual explícito, pero son tan obsesivos, se muestran tan fascinados con la carne como cualquier acólito al hardcore. Y hablando en términos generales, me parece que la ciencia ha dejado de tomar su material de estudio directamente de la naturaleza, para terminar absorbiendo las obsesiones científicas de los investigadores; esto es algo que se puede notar particularmente en la ciencias blandas como la psicología, cuyos investigadores tienden a plasmar en sus experimentos las propias conjeturas acerca de, por ejemplo, la cantidad de dolor que una persona es capaz de tolerar, y con ese fin se establecen experimentos en los que los voluntarios se infligen dolor unos a otros. Ha habido algunos casos famosos en los que se descubrió, “sorpresivamente”, que la gente disfrutaba mucho haciéndose daño. Ahora bien, la mayoría de estos experimentos hablan más sobre la mentalidad de los investigadores que acerca de los sujetos estudiados. Las ciencias están empezando a mostrar signos compartidos con muchas de las características obsesivas del porno, inclusive con muchos de los conflictos psicopáticos que uno encuentra en la pornografía realmente patológica. Una pared muy delgada separa a ambos campos. Aquellos relatos o piezas que escribí en torno de la cirugía plástica reflejan tan sólo un aspecto de la cuestión; la misma tendencia puede verse en textos como “¿Por qué quiero coger con Ronald Reagan?”, donde ocurre una serie de experimentos imaginarios que ponen a prueba la reacción de los individuos frente a la imagen manipulada de algunas figuras célebres. Y experimentos como éste han tenido lugar desde hace al menos veinte o treinta años.
Con este libro de Germán N. Rozenmacher, la Editorial Anuario inaugura su colección Nuevos Narradores Argentinos. Su autor, nacido en Buenos Aires en 1936, obtuvo en 1960, el Premio Prensa Latina, que le fuera otorgado en La Habana por su artículo sobre la nueva literatura norteamericana; en agosto de 1962 recibió un Premio en el Concurso de Cuentos auspiciado por el CEM; en noviembre del mismo año obtuvo el Primer Premio —compartido— del II Concurso de Cuentistas Americanos organizado por la revista literaria El Escarabajo de Oro, por la narración "Los pájaros salvajes", especialmente recomendada por el jurado Dalmiro Sáenz, la que se incluye em este volumen.Germán N. Rozenmacher intenta una consecuente realismo crítico, enriquecido por las influencias del surrealismo, de la novelística norteamericana, sobre todo de Faulkner, y del realismo italiano de posguerra, vinculándose fundamentalmente con una tradición de la narrativa argentina que trata de recrear la compleja realidad nacional a partir de datos inmediatos, rechazando las evasiones, las concepciones substancialistas o fácilmente metafísicas propuestas por los escritores de la derecha. Contribuye así a la labor de recuperación de nuestra realidad, deformada por una cultura oficial.La ternura humana, que nos permite acceder al mundo postergado de sus personajes, nos permite redescubrir al hombre común que vive en los más alejados lugares de la República. Esta tarea constituye un aporte a la integración de las diversas realidades del país, a la formación de una conciencia nacional. Ya el título del libro adelanta la intención de enfrentar sin eufemismos y sin tabúes problemas de vigencia inmediata. El autor, que tenía 19 años a la caída de Perón, comienza a analizar en el cuento "Cabecita negra", dos momentos claves: el peronismo y la estructura mental de nuestras clases medias. Germán N. Rozenmacher, que pertenece a la novísima promoción de escritores crecidos durante el proceso que comienza en 1946, ha vivido, por su ubicación cronológica, con particular intensidad la quiebra total de estructuras que quedaron al desnudo a partir de 1955, y el caos que aún perdura. Es bueno señalar que, en los seis cuentos que integran este volumen, asistimos a un primer acercamiento del autor a distintas situaciones y problemas que le permitirán lograr, sin lugar a dudas, en futuros libros, una visión más totalizadora de nuestra realidad. No espere el lector encontrarse con cuentos "políticos"; la militancia de este escritor de izquierda supone más bien un hondo compromiso con toda una realidad que debe ser desentrañada en todos sus aspectos y con un público que espera del escritor el cumplimiento de una función. Por otra parte, el replanteo de la vieja disyuntiva de civilización y barbarie que aún nos acosa, problema más que argentino americano, inscribe al autor en la línea verdaderamente creadora, es decir popular, de nuestra literatura: la de "El Matadero", la de Roberto Payró, la que implica una aceptación lúcida de nuestra realidad.
Eduardo Masullo
Estoy en 24 35/36 con 2 mts de agua, en un 1er piso. No baja. Somos 9 adultos y 6 nenes.
— El Dié (@SevDiGiovanni) 3 de abril de 2013
cuando fui al depto mi imaginación quedó reducida a una nuez. La devastación total. Autos amuchados en las ramblas. Pilas de muebles.
— El Dié (@SevDiGiovanni) 5 de abril de 2013
Una entrevista a Agamben sobre sus últimos libros traducidos y por publicarse, acá.-¿Y en qué sentido Homo sacer llega a su fin?-En general muchos esperan una parte construens, porque afirman que todo lo que he escrito hasta ahora sería una parte destruens, es decir, una arqueología crítica del pasado. Yo, por mi parte, creo que no es posible distinguir una parte destructiva de una parte constructiva, porque ambas coinciden perfectamente. Por otro lado, la parte construens consiste en el hecho de que aparecen cada vez menos las cosas criticadas, que se transforman en cosas naturalizadas, absorbidas por el conjunto. En estos días pensaba acerca de qué significa el fin de una obra. Tengo la impresión de que incluso en la literatura existe una escasa reflexión sobre el final. Habría que preguntarse por qué, en cierto momento, un autor decide poner fin a una obra. Muchas veces intervienen factores puramente contingentes. De cualquier manera, es un momento curioso de la creación. En el derecho romano, el auctor -de donde proviene la palabra actual autor- era el tutor que convalidaba un acto de una persona inválida o menor de edad. Como si el autor fuera quien convalida una obra inacabada y que, en el momento en que ese autor le pone fin, se vuelve autónoma. Es decir, mientras no está terminada una obra, es menor de edad. Terminada, ya es mayor y es abandonada.
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