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junio 23, 2014

HE LEÍDO





SÓLO DE LO PERDIDO

Carlos Castán

Editorial Destino, 2008

Sólo de lo perdido, es un libro triste, de una tristeza verdadera y opaca. Todos los personajes de este libro están perdidos, no saben que no pueden ser otro sino el que son. Algunos se mueren, pero continúan viviendo. Son días vacíos, con pocos planes. Algunos sin sueños, con días idénticos. Vidas al límite. Personajes que rezuman dolor, atormentados.
Son dieciocho cuentos en el que el tono no cambia. Los personajes perdidos se arrastran por una existencia de la que quieren huir pero en la que terminan atrapados, carentes de fuerza, con cierta acomodación en la rutina. Inmersos en la soledad y en la añoranza de lo que no se recupera. Amor imposible. El glamour perdido del terciopelo. El pasado persiguiéndose y persiguiéndonos. El desasosiego matando por amor. Decisiones que paralizan. La isla de una persona en la que reposar. La carga de los días felices.

Un fragmento:

…Y hay un miedo que acecha por cada costado: el temor de que año tras año la vida continúe siendo apenas esto, los días lentos y repetidos, el pasillo lleno de puertas de mi hotel imaginario, la pastilla para conciliar un sueño en cuyos umbrales acierto a ser otro, y sólo entonces, sólo así; y por otra parte, pavor de doble garra, el pánico a todo lo contrario, a la más puta calle, fundamentalmente a mí mismo y a esa vena de homeless con querencia hacia todos los tugurios y arrabales que recuerden el frío atroz de los márgenes del mundo. Entretanto, cruz de duda. Culpa por no vivir y por la posibilidad de vivir, meses, sin nada que pasan veloces como los cielos de Gus Van Sant.

mayo 24, 2013

HE LEÍDO



Polvo en el neón
Carlos Castán
Fotografías de Dominique Leyva
Tropo editores, 2012

Carlos Castán nos lleva junto a las imágenes del fotógrafo Dominique Leyva, por una narración que tiene dos viajes respecto al mismo protagonista (Quinn). Por un lado viaja a cobrar la herencia que le deja una tía lejana, y por otro, dentro de ese mismo viaje físico se desarrolla el viaje interior, el que analiza la vida mientras recorre esos lugares y en ese trayecto que cruza la ruta 66. Esa ruta y las diferentes paradas en los moteles le pone delante sus pasiones, sus naufragios, sus miedos y sus anhelos. Los sonidos, los vacíos, lo que hay que destruir y lo que hay que rescatar. Carlos Castán nos vuelve a reencontrar con la imagen de la soledad, de las soledades, del amor y los desamores que nos acompañan allá donde estemos, donde viajemos.


Se mezcla perfectamente el mundo de las fotografías de Dominique Leyva que construyen las imágenes físicas de esa ruta ‘interior’, una narración transversal donde una se diluye con la otra. En el argumento están los personajes de los que las fotografías carecen y en las fotografías las luces, las sombras, los planos que el argumento contiene. Narración=Fotografía.

Personalmente es un libro que me ha llevado muy lejos poniendo de manifiesto los demonios que siempre acompañan. Un libro que me ha recordado el fondo de los mundos, las imágenes de Carver, en esa frase de la página 59, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? seco, duro, despiadado, lleno de silencios que gritan de una forma ensordecedora y rebosante de ese sentimiento que es el centro de la vida.


Un fragmento

Parecían claras las cosas al principio, buscar moteles sucios, arrancarse la ropa, decirse las palabras que despiertan al monstruo. Y habría sido perfecto si no fuese por el puto amor que todo lo acaba ensuciando de ternura y envuelve a los amantes en la añoranza de una luz más triste y una tarde vacía en la que recordar la vida o dormirse viendo la televisión enredados en el sofá, la manta de ganchillo tapándolos como una red, con un café olvidado sobre el mantel y revistas ya leídas por todas partes. El amor siempre requiere poner sobre la mesa la idea de futuro. Y el deseo lo pudre tan pronto como puede, y pide a cambio flores, masajes en la espalda, reclama paseos con las manos unidas por calles y vergeles, y toda esa confusión de proyectos, facturas y violines. (…)

Pensó que probablemente lo que de verdad le gustaba en esta vida era irse, y que todo es banal y pequeño al lado del que se va.