Hace unos días conversaba con unos amigos sobre el 'destino' en la vida. No nos poníamos de acuerdo, unos a favor y otros en contra.
¿Qué es el destino? -decían unos- sino lo que nosotros mismos vamos construyendo.
No -decían otros-, el destino lo llevamos escrito y de alguna forma va saliendo a nuestro paso.
Por un momento imaginé a César Vallejo escribiendo su poema y prediciendo la forma de su muerte. Se me agolpaban sus versos dolientes, su ¿destino? para encontrase con la muerte con un día de diferencia.
César vallejo fallece el 15 de abril de 1938, un viernes santo con llovizna en París, pero no un jueves, como escribió en su poema. El 19 de abril sus restos son trasladados a la Mansión de la Cultura y más tarde al cementerio de Montrouge. El 3 de abril de 1970, Georgette Philippart, cumple uno de los sueños más caros del poeta y traslada sus restos al
cementerio de Montparnasse y escribe en su epitafio:
“He nevado tanto, para que duermas”.
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy de otoño
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y,
jamas como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
De su libro: Poemas Humanos
Donde
Vallejo alcanza su verdadera expresión es en
Los heraldos negros, poemas de filiación modernista, la primera de la serie da título al libro y se refiere a los momentos en que la muerte, o el simple paso del tiempo, nos dan una señal angustiosa.
"...son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema."
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Los Heraldos negros, 1918