
No podemos evitar imaginar el infierno como un lugar angosto, cerrado, irrespirable, donde las lenguas de fuego alcanzan alturas incalculables y graduaciones inimaginables, y donde los cuerpos y las almas son chamuscados como pago a esos deliciosos desvaríos cometidos a lo largo de toda una vida de mierda. Pero no todo tiene que ser así. (...)