It's okay to be different
No sé por qué, pero estas fiestas me estoy acordando de este libro un montón. Es mi libro infantil favorito, con unas ilustraciones preciosas y un mensaje todavía más estupendo: está bien ser diferente. Entre las bellezas que se pueden encontrar, un par de páginas dedicadas a que está bien tener más de una mamá o más de un papá (recordemos que este libro es americano, y por tanto se refiere a padres divorciados que vuelven a casarse, pero se les puede explicar de otra manera a los críos), o que está bien tener amigos invisibles, o pasar vergüenza, o comer espagueti en la bañera.
Pero no tiene las hojas que yo necesito. Yo necesito un libro que me diga que "it's okay to wish for a different family" urgentemente. A poder ser, ya mismo.
Último día del año
Hoy se acaba el año, que ya era hora. Mandamos a la mierda al año que pasará a la historia por ser el último año de Bush y el primero de Obama, por ser el año en que mi padre cayó enfermo, porque murió Paul Newman y porque Raphael lleva 50 años en el escenario. No voy a echar de menos al 2008.
He decidido que este año no tengo propósitos nuevos, que me limitaré a cumplir los viejos que decidí a mitad del 2008, no en Nochevieja. Sólo le pido dos cosas al 2009: salud, porque sin ella cualquier propósito se va al garete (y el pedido se hace extensible a mis seres queridos y a todo el que me lea), y constancia, que es lo que me hace falta para llegar a todos los sitios a los que quiero llegar. Creo que con estos dos elementos me basto y me sobro para cumplir con todo lo que la vida me eche encima, haya o no crisis.
A los demás, sólo os deseo que vuestros sueños se cumplan (no necesariamente este año que entra, sino en el futuro cercano o a medio plazo) y que la salud os acompañe allá donde vayáis. Nos veremos el año que viene con nuevos logros, nuevos fracasos y nuevas alegrías, un poco de todo porque un año da para mucho. Que seáis felices, con o sin gordo de El Niño, y que no desaprovechéis ni el segundo extra que tendrá el último minuto del año.
He decidido que este año no tengo propósitos nuevos, que me limitaré a cumplir los viejos que decidí a mitad del 2008, no en Nochevieja. Sólo le pido dos cosas al 2009: salud, porque sin ella cualquier propósito se va al garete (y el pedido se hace extensible a mis seres queridos y a todo el que me lea), y constancia, que es lo que me hace falta para llegar a todos los sitios a los que quiero llegar. Creo que con estos dos elementos me basto y me sobro para cumplir con todo lo que la vida me eche encima, haya o no crisis.
A los demás, sólo os deseo que vuestros sueños se cumplan (no necesariamente este año que entra, sino en el futuro cercano o a medio plazo) y que la salud os acompañe allá donde vayáis. Nos veremos el año que viene con nuevos logros, nuevos fracasos y nuevas alegrías, un poco de todo porque un año da para mucho. Que seáis felices, con o sin gordo de El Niño, y que no desaprovechéis ni el segundo extra que tendrá el último minuto del año.
Londres
Queridos y queridas visitantes, aquí la menda se va a visitar el Big Ben y a sacarse fotos con los autobuses de dos pisos, así que de aquí al treinta de diciembre no os leeré ni podréis leer nada nuevo por estos lares. Pasadlo bien, digerid bien las cenas varias y que os sean leves las fiestas. Yo estaré practicando el nuevo acento RP que tan encarecidamente me piden en la carrera y que tan poco se parece a mi General American (para una vez que tengo acento, no vale).
Recomendación
Cada vez que leo a este hombre, me digo a mí misma que tengo que hacer una entrada sobre él, pero siempre me enrollo con otras cosas y al final nunca llego a mi blog. Si os gusta la escritura y tenéis un buen nivel de inglés, os recomiendo a este hombre, J.A. Konrath, un escritor relativamente desconocido que se va abriendo paso en el mundo del thriller y que no duda en echar una mano a los demás explicando en su blog todo lo que hace y lo que le funciona para vender libros siendo un novel en el mundillo editorial. Todo aliñado con humor y estupendos consejos que inspiran y te provocan unas tremendas ganas de escribir. Completamente recomendable.
(Por cierto, feliz Navidad a todos.)
(Por cierto, feliz Navidad a todos.)
Vacaciones
Soy rara, lo admito. La gente suele dedicarse a dormir y descansar cuando está de vacaciones. Yo madrugo. No tanto como cuando tengo que ir a trabajar, pero pongo el despertador y me animo a levantarme a una hora que más de uno consideraría intempestiva cuando estás de vacaciones. No me gusta desaprovechar el tiempo libre. Dormir es agradable, sí, pero me entra cargo de conciencia si sólo me dedico a eso.
Me gusta escribir por las mañanas. Me imagino a mí misma viviendo de ello y levantándome para cumplir mis obligaciones de escritora, con un café flojito al lado y el gato sobre el regazo. Tecleo y por un momento pienso que sólo existe eso, sólo existe mi mundo imaginario, el café, el gato y yo. Imagino que es lo que paga las facturas, que es lo que me mantiene, que es lo único que hago, y que lo único que me exige es que me levante a mi hora y le dedique un poco de mi tiempo. Por la tarde no es lo mismo; la tarde es para los estudios, o para ver una película en la tele, o para leer, o para hacer el vago ante el ordenador. Pero las mañanas son sagradas. Las mañanas de los días de fiesta son las horas más productivas de mi semana.
Me gusta madrugar los días de fiesta.
Estoy para que me encierren.
Me gusta escribir por las mañanas. Me imagino a mí misma viviendo de ello y levantándome para cumplir mis obligaciones de escritora, con un café flojito al lado y el gato sobre el regazo. Tecleo y por un momento pienso que sólo existe eso, sólo existe mi mundo imaginario, el café, el gato y yo. Imagino que es lo que paga las facturas, que es lo que me mantiene, que es lo único que hago, y que lo único que me exige es que me levante a mi hora y le dedique un poco de mi tiempo. Por la tarde no es lo mismo; la tarde es para los estudios, o para ver una película en la tele, o para leer, o para hacer el vago ante el ordenador. Pero las mañanas son sagradas. Las mañanas de los días de fiesta son las horas más productivas de mi semana.
Me gusta madrugar los días de fiesta.
Estoy para que me encierren.
Sábado
Sábado, no llueve (para variar), estoy agotada, tengo agujetas, me duele el culo por haberme caído en la pista de patinaje. Quiero escribir un post, pero borro todo lo que escribo porque todo es demasiado personal, demasiado irrelevante. Tengo que estudiar y no me apetece. Debería limpiar la casa y no me apetece. Tengo que ir de compras y no me apetece. No estoy deprimida, ni de bajón, ni nada por el estilo, simplemente estoy cansada tras un trimestre de cuatro meses. Sí, ya parecemos estadounidenses, donde las docenas de donuts son de catorce. Allí todo más, todo más.
Al menos para escribir sí tengo ganas. El Monstruo duerme el sueño de los injustos y yo me valgo y me sobro para cortar y pegar lo que haga falta, sin que el bicho quiera comérselo todo. Por hoy ya he hecho bastante. Ahora, a estudiar. O a limpiar. O a jugar un rato en algún juego chorra en internet.
A descansar.
Al menos para escribir sí tengo ganas. El Monstruo duerme el sueño de los injustos y yo me valgo y me sobro para cortar y pegar lo que haga falta, sin que el bicho quiera comérselo todo. Por hoy ya he hecho bastante. Ahora, a estudiar. O a limpiar. O a jugar un rato en algún juego chorra en internet.
A descansar.
A que le tiro la silla...
Este mes me tocan las reuniones con los padres. A pesar de que solo dos de mis alumnos necesitarían que sus padres les leyeran la cartilla, me gusta juntarme con todos en el primer trimestre y dejar que las circunstancias digan si les tengo que llamar más o no. Normalmente, yo no hablo mucho y son ellos los que me cuentan vida y milagros de sus hijos. Me encantan estas charlas porque me ayudan a conocer mucho mejor a mis alumnos y a sus familias. Hoy hasta me he reído un poco.
Tengo un alumno algo inquieto, muy listo y que no estudia todo lo que debería. En una clase "normal", no sería un niño que llamara la atención, pero como mi grupo tiene un nivel muy alto, canta porque es el único que tiene una media de seis en los exámenes. Le he comentado a la madre que tiene que estudiar más. Ella me ha dicho que cómo se supone que tiene que hacer eso, cuando está todo el día detrás de sus cuatro hijos (¡cuatro!, ¡y un par de gemelos!) para que trabajen y le toman por el pito del sereno. La buena mujer está tan desesperada que acude a la escuela de padres, una reunión quincenal con un psicólogo que les ayuda con ciertas pautas de conducta con los niños.
-Que les castigue, dice -me cuenta-. ¿Qué se cree que hago? ¡Si hace un año que no ven la tele! No tienen consola, les obligo a estudiar al mediodía, se sientan conmigo a leer... Su padre y yo hemos decidido que ya no van a seguir yendo a fútbol, a no ser que mejoren las notas, y les voy a desapuntar de inglés porque se lo toman a cachondeo. Que no están motivados, dice... Casi le tiro la silla. La semana pasada ya ni fui. Estoy de recetas mágicas hasta el gorro.
Ese es el problema. Los educadores, los psicólogos, los profesores, nos dedicamos a dar recetas de talla única que deben servir para todos los niños. El psicólogo de la escuela llegó a decir que no existe ningún niño que se conforme con un aprobado pudiendo sacar más; yo no sé dónde ha estudiado ese psicólogo, porque podría mencionarle una lista interminable de nombres en mi corta vida profesional. Damos sentencias. Nos creemos con la verdad en la mano. Pero luego hay que estar ahí, día a día con el monstruo de turno, luchando porque se levante a su hora y se ponga la chaqueta cuando hace frío. Todo se ve muy bonito cuando el libro asegura tener razón.
Me temo que voy a seguir lidiando con este chaval el resto del curso. Con que deje de reírse de los compañeros que no se saben la lección -cuando él es el primero que no se la sabe nunca-, creo que me conformo. Aunque siga sacando seises todo el curso.
Tengo un alumno algo inquieto, muy listo y que no estudia todo lo que debería. En una clase "normal", no sería un niño que llamara la atención, pero como mi grupo tiene un nivel muy alto, canta porque es el único que tiene una media de seis en los exámenes. Le he comentado a la madre que tiene que estudiar más. Ella me ha dicho que cómo se supone que tiene que hacer eso, cuando está todo el día detrás de sus cuatro hijos (¡cuatro!, ¡y un par de gemelos!) para que trabajen y le toman por el pito del sereno. La buena mujer está tan desesperada que acude a la escuela de padres, una reunión quincenal con un psicólogo que les ayuda con ciertas pautas de conducta con los niños.
-Que les castigue, dice -me cuenta-. ¿Qué se cree que hago? ¡Si hace un año que no ven la tele! No tienen consola, les obligo a estudiar al mediodía, se sientan conmigo a leer... Su padre y yo hemos decidido que ya no van a seguir yendo a fútbol, a no ser que mejoren las notas, y les voy a desapuntar de inglés porque se lo toman a cachondeo. Que no están motivados, dice... Casi le tiro la silla. La semana pasada ya ni fui. Estoy de recetas mágicas hasta el gorro.
Ese es el problema. Los educadores, los psicólogos, los profesores, nos dedicamos a dar recetas de talla única que deben servir para todos los niños. El psicólogo de la escuela llegó a decir que no existe ningún niño que se conforme con un aprobado pudiendo sacar más; yo no sé dónde ha estudiado ese psicólogo, porque podría mencionarle una lista interminable de nombres en mi corta vida profesional. Damos sentencias. Nos creemos con la verdad en la mano. Pero luego hay que estar ahí, día a día con el monstruo de turno, luchando porque se levante a su hora y se ponga la chaqueta cuando hace frío. Todo se ve muy bonito cuando el libro asegura tener razón.
Me temo que voy a seguir lidiando con este chaval el resto del curso. Con que deje de reírse de los compañeros que no se saben la lección -cuando él es el primero que no se la sabe nunca-, creo que me conformo. Aunque siga sacando seises todo el curso.
Euskaldun guztion aberria, Iban Zaldua
Ayer asistí a mi primera presentación de un libro. En Vitoria no hay muchas, y cuando las hay son de gente tan desconocida que hay que tener muchas ganas de conocer a autores noveles para ir; esta, sin embargo, era algo especial porque se trataba de un autor que ya había leído y encima era amigo de una amiga. Así que allí nos fuimos las dos, y tuve el gustazo de conocer a un escritor "de verdad" y cruzar un par de palabras con él.
Iban Zaldua es profesor de historia en la Universidad del País Vasco y compagina su trabajo como docente con una más que decente carrera literaria. Su especialidad son los cuentos, de los que tiene varias colecciones publicadas, y las novelas cortas tanto en euskera como en castellano. Ganador del Euskadi Saria en el 2006, Iban se define a sí mismo como un cuentista porque, según dijo ayer, "cualquiera puede escribir una novela, pero donde realmente se ve si un escritor vale algo es en el cuento". Para los que no habléis euskera, os recomiendo La isla de los antropólogos, Si Sabino viviría o Mentiras, mentiras, mentiras, todos ellos publicados con Lengua de Trapo, para que os hagáis una idea del humor punzante y sumamente inteligente de este autor.
Su última novela (o cuento largo, o novela corta, o lo que se os ocurra llamar a un libro de 120 hojas con letra grande) es, según sus propias palabras, un cuento que salió mal porque necesitaba ser novela. En castellano vendría a llamarse La nación de todos los vascos, y nos narra la vida de Joseba, un profesor de historia que, harto del tan traído y llevado conflicto vasco, decide irse a Alaska a dar unas clases de historia del País Vasco; una vez allí, ni corto ni perezoso, se inventa una historia vasca completamente nueva y describe el mundo que a él le hubiera gustado tener en lugar del que realmente existe.
Reconozco que aún no me he leído el libro, pero está entre los títulos que voy a leer en cuanto pueda pasarme un par de semanas sin estudiar. No sólo me gusta el tema, también me encantó el autor, que hizo una presentación divertidísima de su libro ante un escaso público repleto de caras conocidas por él. El hecho de que él sea historiador augura una lectura entretenida y, encima, de esas en las que puedes aprender algo (y encima saber que es verdad), y el conocerle añade un plus de interés a su lectura.
Estad al loro, que no tardará mucho en salir la traducción al castellano. Y como es el propio autor el que hace la traducción, podéis estar seguros de que la calidad será la misma que en euskera.
Para muestra, un botón.
Y para saber más sobre la presentación, pinchad aquí.
Si bebo, no conduzco, pero ¿cómo vuelvo?
Aunque vivo en el centro, donde está toda la movida y todo el ambiente vitoriano, a veces me apetece cambiar de aires e ir a tomar un par de cervezas a uno de los barrios más o menos jóvenes de la ciudad, uno que queda a sus buenos cuarenta y cinco minutos de paseo desde mi casa. Obviamente, un sábado por la noche no voy a ir andando por una zona completamente desangelada, lloviendo y con tacones, así que ayer, como siempre que voy un poco lejos, cogí el urbano, por eso de poder tomarme lo que me dé la gana sin pensar en las consecuencias. Para ir, ningún problema: puntualidad, buen servicio, parada frente a la puerta del bar en el que había quedado, todo perfecto. Pero para volver, ¡oh, sorpresa!, ayer era festivo y el servicio de línea regular terminó a las diez y veinte. ¡Y no había servicio nocturno!
No me puedo creer que en una capital de comunidad autónoma, con su buen cuarto de millón de habitantes y barrios cada vez más alejados del centro, se pueda dejar a toda la población sin servicio de autobuses desde las diez y media de la noche hasta las ocho de la mañana siguiente durante tres largos días. Me importa tres pepinos que ayer fuera festivo, ayer era sábado y, como tal, día de farra. Más farra aún, porque sabes que tienes todo el domingo para recuperarte y el lunes para hacer lo que normalmente haces los domingos, así que la gente saldría hasta tarde. No se pueden poner anuncios sobre seguridad vial, avisar a la población de los peligros de conducir bebido, y luego dejarles a su suerte y no darles un servicio asequible que pueda llevarlos de un lado a otro.
Por suerte para mí, mientras esperaba al autobús que nunca llegó me encontré con una chiquita que también iba para el centro, así que cogimos un taxi entre las dos (previa llamada, claro, porque Vitoria es la única ciudad del mundo en la que no puedes parar un taxi por la calle). Menos mal que nos dividimos la tarifa, porque la gracia nos hubiera salido por ocho eurazos del ala. Huelga decir que la próxima vez que vaya a dar una vuelta en festivo, no me quedará más remedio que llevar el coche porque mi sueldo no da para taxis a ese precio.
Señor alcalde, mucho tranvía y mucho niño muerto, pero como todos los servicios de transporte público tengan los mismos horarios, muchos bares de según qué zonas de Vitoria van a tener que cerrar (daba pena ver en el que estábamos, que suele estar lleno, vacío a las diez y media de la noche porque todo el mundo se había tenido que volver al centro). Por no hablar, claro, de los accidentes por conducir borracho o los problemas de aparcamiento en el centro. Los días festivos también se sale, sobre todo si es un puente, y si es sábado más aún. Seamos por fin la ciudad que queremos ser y dejemos de hacer las cosas a medias, por favor. Que no me extraña que nos tomen por tontos en Bilbao.
No me puedo creer que en una capital de comunidad autónoma, con su buen cuarto de millón de habitantes y barrios cada vez más alejados del centro, se pueda dejar a toda la población sin servicio de autobuses desde las diez y media de la noche hasta las ocho de la mañana siguiente durante tres largos días. Me importa tres pepinos que ayer fuera festivo, ayer era sábado y, como tal, día de farra. Más farra aún, porque sabes que tienes todo el domingo para recuperarte y el lunes para hacer lo que normalmente haces los domingos, así que la gente saldría hasta tarde. No se pueden poner anuncios sobre seguridad vial, avisar a la población de los peligros de conducir bebido, y luego dejarles a su suerte y no darles un servicio asequible que pueda llevarlos de un lado a otro.
Por suerte para mí, mientras esperaba al autobús que nunca llegó me encontré con una chiquita que también iba para el centro, así que cogimos un taxi entre las dos (previa llamada, claro, porque Vitoria es la única ciudad del mundo en la que no puedes parar un taxi por la calle). Menos mal que nos dividimos la tarifa, porque la gracia nos hubiera salido por ocho eurazos del ala. Huelga decir que la próxima vez que vaya a dar una vuelta en festivo, no me quedará más remedio que llevar el coche porque mi sueldo no da para taxis a ese precio.
Señor alcalde, mucho tranvía y mucho niño muerto, pero como todos los servicios de transporte público tengan los mismos horarios, muchos bares de según qué zonas de Vitoria van a tener que cerrar (daba pena ver en el que estábamos, que suele estar lleno, vacío a las diez y media de la noche porque todo el mundo se había tenido que volver al centro). Por no hablar, claro, de los accidentes por conducir borracho o los problemas de aparcamiento en el centro. Los días festivos también se sale, sobre todo si es un puente, y si es sábado más aún. Seamos por fin la ciudad que queremos ser y dejemos de hacer las cosas a medias, por favor. Que no me extraña que nos tomen por tontos en Bilbao.
Sociograma
Hoy hemos hecho un sociograma en clase. Para el que no lo sepa, se trata de dar a los chavales una tanda de cuatro preguntas sobre sus relaciones con los demás compañeros, del tipo de "con quién te gustaría sentarte en clase y con quien no", "a quién elegirías para trabajar en grupo en clase y a quién no", "con quién formarías equipo en gimnasia y con quién no", etc. Los resultados sirven para hacerse una idea de quién es el alumno que está marginado en clase -si es que hay alguno-, quién es el más popular, a quién consideran los demás un buen estudiante, etc. Una manera estupenda de entender las dinámicas de clase y poder trabajar para mejorarla (¡por fin he encontrado algo que hacer en la optativa a religión!).
Como siempre, la sinceridad de los chavales la deja a una anonadada. He confirmado que uno de mis alumnos es impopular (seamos políticamente correctos), pero también he descubierto una oveja negra de la cual no tenía conocimiento. Una niña ha elegido en el equipo de gimnasia a nuestra alumna de educación especial porque "nadie la elige por ser diferente". Los chicos prefieren jugar con los chicos porque las chicas no saben jugar a fútbol o no se esfuerzan lo suficiente, y las chicas no quieren jugar con los chicos porque se pican con facilidad y siempre les están gritando y diciendo lo que tienen que hacer. A un chico le cae mal la mitad de la clase, y, por supuesto, él también cae mal a esa misma mitad. Un niño ha tenido serios problemas a la hora de elegir aquellos con los que no le gustaría trabajar, y se ha esmerado en especificar razones técnicas (tiene mala letra), apuntillando entre paréntesis que "es muy majo y me cae muy bien". Casualmente, es el niño al que todos quieren en sus equipos y con quien todos quieren sentarse. Pero la mejor ha sido una de las niñas más populares de la clase (según el sociograma y a ojos vista): no me sentaría con x porque estuve sentada con él el año pasado y pega mocos debajo de la mesa.
Nunca había hecho un sociograma, y la verdad es que me ha encantado la experiencia. Estoy deseando ver los resultados "oficiales" para poder ponerme a trabajar en ello. Una de las cosas que más ilusión me ha hecho: el niño que siempre juega con las niñas, el más afeminado y el más sentido es uno de los mejor aceptados en la clase (menos en deporte, que es "muy malo jugando al fútbol y no se esfuerza lo suficiente").
Me gusta mi clase de este año, sí señor.
Como siempre, la sinceridad de los chavales la deja a una anonadada. He confirmado que uno de mis alumnos es impopular (seamos políticamente correctos), pero también he descubierto una oveja negra de la cual no tenía conocimiento. Una niña ha elegido en el equipo de gimnasia a nuestra alumna de educación especial porque "nadie la elige por ser diferente". Los chicos prefieren jugar con los chicos porque las chicas no saben jugar a fútbol o no se esfuerzan lo suficiente, y las chicas no quieren jugar con los chicos porque se pican con facilidad y siempre les están gritando y diciendo lo que tienen que hacer. A un chico le cae mal la mitad de la clase, y, por supuesto, él también cae mal a esa misma mitad. Un niño ha tenido serios problemas a la hora de elegir aquellos con los que no le gustaría trabajar, y se ha esmerado en especificar razones técnicas (tiene mala letra), apuntillando entre paréntesis que "es muy majo y me cae muy bien". Casualmente, es el niño al que todos quieren en sus equipos y con quien todos quieren sentarse. Pero la mejor ha sido una de las niñas más populares de la clase (según el sociograma y a ojos vista): no me sentaría con x porque estuve sentada con él el año pasado y pega mocos debajo de la mesa.
Nunca había hecho un sociograma, y la verdad es que me ha encantado la experiencia. Estoy deseando ver los resultados "oficiales" para poder ponerme a trabajar en ello. Una de las cosas que más ilusión me ha hecho: el niño que siempre juega con las niñas, el más afeminado y el más sentido es uno de los mejor aceptados en la clase (menos en deporte, que es "muy malo jugando al fútbol y no se esfuerza lo suficiente").
Me gusta mi clase de este año, sí señor.
Soy single
He descubierto que soy single. No soltera, ni mucho menos solterona a mis recién cumplidos 33, sino single, que queda mucho más cool que decir que vivo sola. Ahora resulta que, tras toda una historia de miles de años en los que el objetivo de todos los seres humanos parecía ser casarse y formar una familia, la gente ha encontrado otra opción y los empresarios se han dado cuenta. Somos un nuevo sector a investigar. Somos un nuevo mercado a explotar. Ya pronto pondrán bandejas con un solo filete, o venderán los yogures de uno en uno, o te dejarán coger las patatas a granel en los supermercados en lugar de obligarte a comprar mallas de cuatro kilos. Somos singles. Vivimos solos, no tenemos cargas familiares y, en teoría, disfrutamos de mayor poder adquisitivo (será quien no tenga una hipoteca de piso de libre mercado, digo yo). Ser single ya no es un estadio entre parejas, sino una forma de vida definitiva. No estamos en pareja porque no nos da la gana, no porque tengamos verrugas en la cara o porque nos dejara el último novio. Somos singles por elección y vocación, no por obligación.
Se calcula que en los próximos años la población de singles se va a duplicar. En algunos puntos de Europa ya alcanza el 30 por ciento. En España ya han empezado a hacer ferias de singles, que no son lugares para conocer gente sino propuestas que lanzar a este grupo de personas. Poco a poco, empieza a ver en nosotros el filón que siempre hemos sido.
Cuidadín, sociedades modernas: llega la invasión de los singles. ¡Por fin tetra-briks de medio litro!
Se calcula que en los próximos años la población de singles se va a duplicar. En algunos puntos de Europa ya alcanza el 30 por ciento. En España ya han empezado a hacer ferias de singles, que no son lugares para conocer gente sino propuestas que lanzar a este grupo de personas. Poco a poco, empieza a ver en nosotros el filón que siempre hemos sido.
Cuidadín, sociedades modernas: llega la invasión de los singles. ¡Por fin tetra-briks de medio litro!
Diario
Noviembre sigue su curso, y pronto acabará. Mi competición personal, que empezó con el NaNoWriMo el día uno, continuará en diciembre. Estoy muy lejos de las cincuenta mil palabras, y ni falta que me hace. Mi objetivo es otro; mi objetivo es sentarme frene al ordenador y escribir lo más cercano a mil palabras al día que pueda darme mi agotado cerebro al final de la jornada. Unos días son quinientas, otros dos mil quinientas; otros días, como ayer, ni lo intento. Algunos días estoy muy contenta con lo que he escrito, otros no tanto. En líneas generales, creo que he acertado con el tema y que puedo haber encontrado una voz que encaja conmigo. Eso en los días buenos, claro, porque cuando una no está a lo que tiene que estar, lo que sale en pantalla es un churro de feria (hmm, qué ricos). Pero el objetivo no es que salga un primer borrador perfecto, sino que salga algo con lo que pueda trabajar más tarde. Aún no he visto barbaridades incorregibles -aún- y he encontrado un montón de aspectos que se pueden mejorar (y lo mejor es que sé cómo), pero no me voy a poner a ello antes de poner el punto y final (provisional) porque si no, sé que nunca acabaré.
Conozco a mucha gente que escribe. Hoy en día, parece que todo el mundo tiene un libro en la mesita de noche, como dice Doris Lessing. Eso es lo que me hace pensar que escribir no es tan especial, que cualquiera puede hacerlo. Mal o bien, es algo que todo el que me rodea es capaz de hacer. ¿Quién me dice a mí que yo soy especial? ¿Con qué ínfulas puedo ir por la vida diciendo que soy aspirante a escritora, cuando quien más o quien menos tiene un diario más o menos novelado? Son ese tipo de cosas las que hacen que me plantee que probablemente esté perdiendo el tiempo. Es lo que me hace pensar que para qué esforzarme, cuando debe haber millones ahí fuera que escriben mucho mejor que yo.
Pero aunque quiera dejarlo, no puedo. Es mi forma de desahogarme. Me entretiene más que cualquier Gran Hermano o entrevista a Julián Muñoz. Me digo, "voy a escribir sólo para mí, no importa que nadie lo lea jamás", pero sé que es mentira y que necesito la aprobación de otros. Así que empiezo de nuevo una novela, o un cuento que quizás vaya a un concurso en el que nadie lo lea, o escribo en esta pantalla en la que tenéis a bien fisgar de cuando en cuando... Y luego vuelvo a caer, y mis dudas vuelven a resurgir, y vuelve a aparecer alguien más joven, más hábil, más guapo, mejor dotado y, sobre todo, mejor escritor de lo que yo soy o seré jamás...
Conozco a mucha gente que escribe. Hoy en día, parece que todo el mundo tiene un libro en la mesita de noche, como dice Doris Lessing. Eso es lo que me hace pensar que escribir no es tan especial, que cualquiera puede hacerlo. Mal o bien, es algo que todo el que me rodea es capaz de hacer. ¿Quién me dice a mí que yo soy especial? ¿Con qué ínfulas puedo ir por la vida diciendo que soy aspirante a escritora, cuando quien más o quien menos tiene un diario más o menos novelado? Son ese tipo de cosas las que hacen que me plantee que probablemente esté perdiendo el tiempo. Es lo que me hace pensar que para qué esforzarme, cuando debe haber millones ahí fuera que escriben mucho mejor que yo.
Pero aunque quiera dejarlo, no puedo. Es mi forma de desahogarme. Me entretiene más que cualquier Gran Hermano o entrevista a Julián Muñoz. Me digo, "voy a escribir sólo para mí, no importa que nadie lo lea jamás", pero sé que es mentira y que necesito la aprobación de otros. Así que empiezo de nuevo una novela, o un cuento que quizás vaya a un concurso en el que nadie lo lea, o escribo en esta pantalla en la que tenéis a bien fisgar de cuando en cuando... Y luego vuelvo a caer, y mis dudas vuelven a resurgir, y vuelve a aparecer alguien más joven, más hábil, más guapo, mejor dotado y, sobre todo, mejor escritor de lo que yo soy o seré jamás...
Dejar reposar unos meses antes de consumir
El viernes que viene tengo fiesta (sí, venga, ahora empezad con lo de que los profesores vivimos de vicio, bla, bla, bla, pero es el primer día de fiesta desde que empecé el curso, así que no está mal). Como es el día del maestro, es uno de esos días en los que todo el mundo trabaja menos tú; todo está abierto, todas las oficinas funcionan a pleno rendimiento, y puedes aprovechar para hacer el papeleo que normalmente delegas en tu padre jubilado. Un día estupendo para hacer recados, vaya.
Yo voy a aprovechar para entregar en el ayuntamiento los cuentos que quiero que participen en un concurso local. Este fin de semana, por tanto, lo estoy dedicando a buscar en mi extensa carpeta de cuentos escritos y nunca más leídos algo que tenga arreglo y pueda entregar dentro de seis días. Cuál no habrá sido mi sorpresa cuando me he encontrado con un par de cosas que, no sólo no necesitan arreglos visibles (los miraré con lupa esta tarde, pero nada grita ¡arréglame!), sino que me han hecho descojonarme cuando los he releído (esa era la intención del texto, no penséis que me he reído de algo que pretendía ser un drama).
En su momento, ambos escritos me parecieron salados, pero sin más. Los dejé aparcados porque tenía la sensación de que les faltaba algo, de que no eran perfectos. Ya tienen un año. El ordenador ha debido cambiarlos, o quizás yo sea otra persona, porque ahora me parecen estupendos, y los que me leéis a menudo sabéis lo activo que es mi Monstruo y lo difícil que me resulta estar a gusto con algo que yo he escrito. Al ser textos cómicos, no creo que ganen ningún concurso (tengo la teoría de que a los jurados les va lo trascendental, lo morboso, lo doloroso), pero yo estoy segura de que son dos de las mejores piezas que he escrito nunca. Curiosamente, nunca las he mandado a concurso.
Siempre he leído que lo mejor cuando alguien termina de escribir un texto es dejarlo macerar. Cuando lo vuelves a leer, desde la distancia que da el tiempo, te das cuenta de los defectos y virtudes del texto desde la lejanía de alguien que ha olvidado todos sus entresijos. Es como dar algo a leer a otra persona, que termina encontrando cosas en las que tú ni siquiera te habías fijado, que no sabías ni que estaban ahí. Como cuando los pintores se alejan unos pasos de sus cuadros para ver el efecto total de ese detalle que acaban de pintar. Como dejar subir la masa del pan después de echarle la levadura. La escritura también "sube". Es imposible juzgar algo que acabas de terminar.
Lo que me lleva a la última conclusión. La mayor virtud de un escritor: la paciencia. Paciencia para escribir el primer borrador palabra por palabra, paciencia para dejarlo crecer, paciencia para arreglarlo y volverlo a arreglar, paciencia (y una piel muy dura) para recibir las críticas que siempre tardan en llegar, paciencia para que la gente que por fin te lee (si te lee alguien) opine.
Así que, si me lo permitís, voy a ir corriendo a mi rincón a ser paciente y a hilar una palabra con otra, para poder esperar más tarde.
Yo voy a aprovechar para entregar en el ayuntamiento los cuentos que quiero que participen en un concurso local. Este fin de semana, por tanto, lo estoy dedicando a buscar en mi extensa carpeta de cuentos escritos y nunca más leídos algo que tenga arreglo y pueda entregar dentro de seis días. Cuál no habrá sido mi sorpresa cuando me he encontrado con un par de cosas que, no sólo no necesitan arreglos visibles (los miraré con lupa esta tarde, pero nada grita ¡arréglame!), sino que me han hecho descojonarme cuando los he releído (esa era la intención del texto, no penséis que me he reído de algo que pretendía ser un drama).
En su momento, ambos escritos me parecieron salados, pero sin más. Los dejé aparcados porque tenía la sensación de que les faltaba algo, de que no eran perfectos. Ya tienen un año. El ordenador ha debido cambiarlos, o quizás yo sea otra persona, porque ahora me parecen estupendos, y los que me leéis a menudo sabéis lo activo que es mi Monstruo y lo difícil que me resulta estar a gusto con algo que yo he escrito. Al ser textos cómicos, no creo que ganen ningún concurso (tengo la teoría de que a los jurados les va lo trascendental, lo morboso, lo doloroso), pero yo estoy segura de que son dos de las mejores piezas que he escrito nunca. Curiosamente, nunca las he mandado a concurso.
Siempre he leído que lo mejor cuando alguien termina de escribir un texto es dejarlo macerar. Cuando lo vuelves a leer, desde la distancia que da el tiempo, te das cuenta de los defectos y virtudes del texto desde la lejanía de alguien que ha olvidado todos sus entresijos. Es como dar algo a leer a otra persona, que termina encontrando cosas en las que tú ni siquiera te habías fijado, que no sabías ni que estaban ahí. Como cuando los pintores se alejan unos pasos de sus cuadros para ver el efecto total de ese detalle que acaban de pintar. Como dejar subir la masa del pan después de echarle la levadura. La escritura también "sube". Es imposible juzgar algo que acabas de terminar.
Lo que me lleva a la última conclusión. La mayor virtud de un escritor: la paciencia. Paciencia para escribir el primer borrador palabra por palabra, paciencia para dejarlo crecer, paciencia para arreglarlo y volverlo a arreglar, paciencia (y una piel muy dura) para recibir las críticas que siempre tardan en llegar, paciencia para que la gente que por fin te lee (si te lee alguien) opine.
Así que, si me lo permitís, voy a ir corriendo a mi rincón a ser paciente y a hilar una palabra con otra, para poder esperar más tarde.
Un poquito por favor. Por favor.
Conversación en el patio. Llovizna. Los niños no molestan demasiado.
Profesor A: Jo, estoy hecho polvo. A la madre de un amigo mío le han diagnosticado un cáncer y está muy mal.
Profesora B: Ay, pobre, ya lo siento.
Yo: Sí, se pasa mal, pero tranquilo, que hay tratamiento. A mi padre le diagnosticaron un cáncer en mayo, pero ahí está, aguantando.
Profesora B: Uy, pues a mí la semana pasada me dijeron que un vecino mío tenía cáncer. Qué susto, maja, no tienes ni idea de la impresión que te llevas.
No. Qué va. Ni la más mínima, vaya.
Profesor A: Jo, estoy hecho polvo. A la madre de un amigo mío le han diagnosticado un cáncer y está muy mal.
Profesora B: Ay, pobre, ya lo siento.
Yo: Sí, se pasa mal, pero tranquilo, que hay tratamiento. A mi padre le diagnosticaron un cáncer en mayo, pero ahí está, aguantando.
Profesora B: Uy, pues a mí la semana pasada me dijeron que un vecino mío tenía cáncer. Qué susto, maja, no tienes ni idea de la impresión que te llevas.
No. Qué va. Ni la más mínima, vaya.
Lo dejo
Lo dejo. Me voy. Abandono. Ya no puedo más.
No, no me refiero al blog, ni a la escritura. Me refiero al dibujo.
Me apunté a dibujo porque creía que iba a tener muchas horas libres y necesitaba algo que activara mi parte creativa. Aproveché que vivo al lado de la Escuela de Artes y Oficios para empezar de cero, con su curso más básico. Allí nos enseñaron a medir distancias, a proporcionar un dibujo, a captar algo vivo y real sobre el papel. Nos enseñaron a hacer copias de la naturaleza, con muy pocas referencias a cuadros ajenos. Y aun cuando nos pedían copiar un cuadro ajeno, éramos nosotros los que elegíamos el tema y la profa nos invitaba a hacer nuestra propia versión de él, aun a riesgo de que saliera un churro. Me lo pasaba pipa. Descubrí que nunca iba a ser famosa con el dibujo, pero que era lo suficientemente buena para tenerlo como hobby. Aunque el estudio exigiera más horas que las que le otorgaba, yo nunca sacrificaba dibujo. Me encantaba. No faltaba un solo día.
Este año hemos empezado el curso con tinta china y acuarela, probablemente las técnicas más difíciles que hay. Desde el primer día nos advirtió que no iba a haber dibujo, que todo iba a ser pintura; nos dio un esquema de un cuadro ajeno -ni siquiera nos dejó hacer nuestra propia versión del original- y nos invitó a que rellenáramos los huecos. Su teoría decía que la acuarela es una de las técnicas que menos habilidad requiere, un arte menor, una tontería, vaya. Yo no había hecho acuarela en mi vida y odiaba la tinta china a muerte. El primer dibujo fue un paisaje marino. Horror. Sus instrucciones se limitaban a "haz que no se noten las pinceladas", pero no te decía cómo, o "aquí te ha quedado muy soso, dale más vida". ¿Qué es dar más vida? ¿Le pinto unas maracas? "Este color no es igual que el del original". Es que nunca he mezclado colores. "Así no se coge el pincel". ¡Pues dime cómo! ¡Enséñame!
Si a esto le sumamos el hecho de que las asignaturas de segundo de carrera son más difíciles que las de primero y que este año tengo la presión añadida de una clase con un altísimo nivel, se entiende que no quiera derrochar el tiempo en algo que no me llena. Al menos yo quiero verlo así. Quiero entender este plante a todo como una priorización, no como un abandono. Estoy poniendo mis estudios y la escritura por delante de un hobby que ya no me aportaba nada. Estoy rescatando seis horas a la semana para mí. Seguiré haciendo retratos de Alan Rickman cuando tenga tiempo, aunque cada vez serán peores (y eso que nunca fueron buenos), pero lo haré porque me guste, no por obligación. Me queda la rabia de rendirme, y de haberlo dejado en un momento de bajón -de verdad, qué mal se me da la acuarela-, pero yo sé que no me voy por ser mala en ello, sino por estar física y mentalmente agotada. Que el sábado casi me quedo dormida sobre el plato de bacalao, hombre.
Hala, ya dejo de llorar. Otro día os cuento la odisea de ser administradora de la comunidad y tener goteras entre vecinos que no se llevan bien. Genial, vaya. Maravilloso. Fantástico.
No, no me refiero al blog, ni a la escritura. Me refiero al dibujo.
Me apunté a dibujo porque creía que iba a tener muchas horas libres y necesitaba algo que activara mi parte creativa. Aproveché que vivo al lado de la Escuela de Artes y Oficios para empezar de cero, con su curso más básico. Allí nos enseñaron a medir distancias, a proporcionar un dibujo, a captar algo vivo y real sobre el papel. Nos enseñaron a hacer copias de la naturaleza, con muy pocas referencias a cuadros ajenos. Y aun cuando nos pedían copiar un cuadro ajeno, éramos nosotros los que elegíamos el tema y la profa nos invitaba a hacer nuestra propia versión de él, aun a riesgo de que saliera un churro. Me lo pasaba pipa. Descubrí que nunca iba a ser famosa con el dibujo, pero que era lo suficientemente buena para tenerlo como hobby. Aunque el estudio exigiera más horas que las que le otorgaba, yo nunca sacrificaba dibujo. Me encantaba. No faltaba un solo día.
Este año hemos empezado el curso con tinta china y acuarela, probablemente las técnicas más difíciles que hay. Desde el primer día nos advirtió que no iba a haber dibujo, que todo iba a ser pintura; nos dio un esquema de un cuadro ajeno -ni siquiera nos dejó hacer nuestra propia versión del original- y nos invitó a que rellenáramos los huecos. Su teoría decía que la acuarela es una de las técnicas que menos habilidad requiere, un arte menor, una tontería, vaya. Yo no había hecho acuarela en mi vida y odiaba la tinta china a muerte. El primer dibujo fue un paisaje marino. Horror. Sus instrucciones se limitaban a "haz que no se noten las pinceladas", pero no te decía cómo, o "aquí te ha quedado muy soso, dale más vida". ¿Qué es dar más vida? ¿Le pinto unas maracas? "Este color no es igual que el del original". Es que nunca he mezclado colores. "Así no se coge el pincel". ¡Pues dime cómo! ¡Enséñame!
Si a esto le sumamos el hecho de que las asignaturas de segundo de carrera son más difíciles que las de primero y que este año tengo la presión añadida de una clase con un altísimo nivel, se entiende que no quiera derrochar el tiempo en algo que no me llena. Al menos yo quiero verlo así. Quiero entender este plante a todo como una priorización, no como un abandono. Estoy poniendo mis estudios y la escritura por delante de un hobby que ya no me aportaba nada. Estoy rescatando seis horas a la semana para mí. Seguiré haciendo retratos de Alan Rickman cuando tenga tiempo, aunque cada vez serán peores (y eso que nunca fueron buenos), pero lo haré porque me guste, no por obligación. Me queda la rabia de rendirme, y de haberlo dejado en un momento de bajón -de verdad, qué mal se me da la acuarela-, pero yo sé que no me voy por ser mala en ello, sino por estar física y mentalmente agotada. Que el sábado casi me quedo dormida sobre el plato de bacalao, hombre.
Hala, ya dejo de llorar. Otro día os cuento la odisea de ser administradora de la comunidad y tener goteras entre vecinos que no se llevan bien. Genial, vaya. Maravilloso. Fantástico.
Y dios creo el mundo.
Hoy hace 33 años que existe el mundo. Al menos para mí, claro. Y, como decía una tira de Mafalda, si existía antes, ¿para qué?
Cuando vivía en Estados Unidos, siempre aprovechaba que el día doce era fiesta nacional (el día de los veteranos) para cogerme el día de mi cumpleaños fiesta y hacer unos hermosos puentes. Tomé por costumbre irme a Las Vegas a celebrar mi cumpleaños; no iba sola, claro, vaya celebración de las narices, yo y mi caballo, sino que se apuntaba un número variable de amigos de allí. Cenábamos en el Paris, Paris, nos íbamos a bailar al Caesar's Palace o nos pasábamos las horas muertas jugando al black jack en las mesas de cinco dólares del Flamingo. Lo hice tres o cuatro años seguidos. Me lo pasaba en grande.
Ahora no puedo pedirme el día de mi cumpleaños libre porque el sistema de sustitutos no funciona como allí (allí teníamos diez días al año, acumulables, para lo que necesitáramos, que podíamos coger prácticamente cuando quisiéramos; eso sí, si se te acababan esos diez días y te tenían que operar de apendicitis, te quedabas sin paga). Hoy he ido a trabajar con chuches para los críos y un pastel para los profesores; he comido chuchitos en casa de mis padres y he abierto el regalo que mi hermano me ha dejado antes de salir para Sevilla a las cinco de la mañana. Tengo el móvil pegadito a mí porque suena cada poco. He recibido emails de mis antiguas alumnas y tengo una bolsa llena de tarjetas de felicitación escritas por mis actuales monstruos.
No voy a caer en el tópico y decir que no cambiaría esto por Las Vegas porque me lo pasaba muy bien allí, igual que me lo paso aquí. Simplemente, son etapas distintas que nos tocan vivir en momentos diferentes, ni mejor ni peor, solo distintas. Sería ridículo echar de menos Las Vegas, igual que era ridículo desear estar en casa cuando vivía en California. Hay que alegrarse de tener lo que se tiene y, sobre todo, de haber tenido lo que se ha tenido. Hay que saborear cada minuto, porque si nos pasamos la vida mirando a lo que fue, nunca tendremos la sensación de estar viviendo lo que nos merecemos.
Hoy es mi cumpleaños. Y me encanta.
Cuando vivía en Estados Unidos, siempre aprovechaba que el día doce era fiesta nacional (el día de los veteranos) para cogerme el día de mi cumpleaños fiesta y hacer unos hermosos puentes. Tomé por costumbre irme a Las Vegas a celebrar mi cumpleaños; no iba sola, claro, vaya celebración de las narices, yo y mi caballo, sino que se apuntaba un número variable de amigos de allí. Cenábamos en el Paris, Paris, nos íbamos a bailar al Caesar's Palace o nos pasábamos las horas muertas jugando al black jack en las mesas de cinco dólares del Flamingo. Lo hice tres o cuatro años seguidos. Me lo pasaba en grande.
Ahora no puedo pedirme el día de mi cumpleaños libre porque el sistema de sustitutos no funciona como allí (allí teníamos diez días al año, acumulables, para lo que necesitáramos, que podíamos coger prácticamente cuando quisiéramos; eso sí, si se te acababan esos diez días y te tenían que operar de apendicitis, te quedabas sin paga). Hoy he ido a trabajar con chuches para los críos y un pastel para los profesores; he comido chuchitos en casa de mis padres y he abierto el regalo que mi hermano me ha dejado antes de salir para Sevilla a las cinco de la mañana. Tengo el móvil pegadito a mí porque suena cada poco. He recibido emails de mis antiguas alumnas y tengo una bolsa llena de tarjetas de felicitación escritas por mis actuales monstruos.
No voy a caer en el tópico y decir que no cambiaría esto por Las Vegas porque me lo pasaba muy bien allí, igual que me lo paso aquí. Simplemente, son etapas distintas que nos tocan vivir en momentos diferentes, ni mejor ni peor, solo distintas. Sería ridículo echar de menos Las Vegas, igual que era ridículo desear estar en casa cuando vivía en California. Hay que alegrarse de tener lo que se tiene y, sobre todo, de haber tenido lo que se ha tenido. Hay que saborear cada minuto, porque si nos pasamos la vida mirando a lo que fue, nunca tendremos la sensación de estar viviendo lo que nos merecemos.
Hoy es mi cumpleaños. Y me encanta.
Regalos
Metas
Estos últimos meses (quizás debería decir el último año) he estado aprendiendo a ponerme metas. Antes creía que sabía hacerlo, que era lo más fácil del mundo, pero no hace mucho tiempo me di cuenta de que no tenía ni idea. Yo podía decir algo así como "quiero ser escritora", y después sentarme a imaginar cómo debe ser eso de ser escritora, sólo los lados positivos, claro, y sólo el punto de vista de los super ventas. Me veía como una Stephen King, firmando autógrafos nada más salir de casa. Pero no me ponía a escribir, a hacer algo por conseguir esa meta.
Ahora mis metas son en sí mismas pequeños pasos para alcanzar una meta más grande. Ya no pienso "quiero ser escritora", sino que pienso "quiero escribir". Así dicho parece lo más fácil del mundo, pero luego llega la vida, como dijo una alumna mía el año pasado, y todo se tuerce. Hay que trabajar. Hay que estudiar (porque otra de mis metas es ser licenciada, o de ahí para arriba). Hay que dibujar (porque tanto ejercitar el lado lógico del cerebro no es bueno). Y luego, si sobra tiempo y el sueño y el cansancio lo permiten, hay que escribir. Porque sí, hay que escribir. Si me he puesto esa meta, tengo que cumplirla. Se acabó lo de pensar en "me gustaría..." y luego cambiar de opinión a la semana siguiente. Una meta es una promesa que me hago a mí misma, y esas son las que no hay que romper.
El segundo paso, o segunda meta, será la revisión de eso que he escrito, que sé que va a ser mucho más difícil que el primer paso porque no sé hacerlo. Pero la revisión es fundamental, es lo que da forma al escrito, lo que le da sentido. Tengo que hacerlo. Es otra meta. Y para llegar a ella, tengo que estudiar cómo se hace. Buscar en internet, en libros, preguntar... Tengo que lograr pulir mi diamante en bruto. Tengo que formarme como escritora.
El siguiente paso, o la siguiente meta: dejar que alguien lo lea. Eso ya me convertiría, de por sí, en escritora. Nunca he dejado que alguien lea algo largo mío, más que nada porque nunca me ha gustado nada de lo que he escrito. Pero cuando esté pulido, barnizado y abrillantado, tengo que dar el salto, darle un mamporro al Monstruo y sacar la copia en papel del ordenador. O mandarla por correo a alguien de confianza. O poner extractos en el blog (con lo peligroso que es eso). Pero, de alguna manera, necesito saber que gusta.
Y después de pulido, leído y vuelto a pulir, sacarlo a que le dé el aire. Buscar a alguien que lo quiera publicar.
Y empezar a recoger cartas de rechazo.
Os parecerá una locura, pero sueño con el día en que reciba la primera carta de rechazo. Eso significará que todas mis anteriores metas se han cumplido, que estoy en el último paso, que ya no depende de mí. Eso significará que, a efectos morales, seré escritora. Y esa, esa y no otra, es la meta que representa la suma de todas las otras metas. La suma de todas mis luchas. Y si encima alguna vez publico algo, ya será la leche. Pero con la carta de rechazo me conformo.
Mientras llega la carta, por supuesto, habrá que seguir escribiendo. Que es lo que a una la hace escritora.
Estoy aprendiendo a ir paso a paso. Todavía estoy en la primera etapa, y la estoy disfrutando como una enana, porque sé que es la más fácil. El calvario vendrá después. Lo difícil viene luego.
Pero mi meta está clara. Y los pasos que he de dar para llegar a ella, también.
Por fin.
Ahora mis metas son en sí mismas pequeños pasos para alcanzar una meta más grande. Ya no pienso "quiero ser escritora", sino que pienso "quiero escribir". Así dicho parece lo más fácil del mundo, pero luego llega la vida, como dijo una alumna mía el año pasado, y todo se tuerce. Hay que trabajar. Hay que estudiar (porque otra de mis metas es ser licenciada, o de ahí para arriba). Hay que dibujar (porque tanto ejercitar el lado lógico del cerebro no es bueno). Y luego, si sobra tiempo y el sueño y el cansancio lo permiten, hay que escribir. Porque sí, hay que escribir. Si me he puesto esa meta, tengo que cumplirla. Se acabó lo de pensar en "me gustaría..." y luego cambiar de opinión a la semana siguiente. Una meta es una promesa que me hago a mí misma, y esas son las que no hay que romper.
El segundo paso, o segunda meta, será la revisión de eso que he escrito, que sé que va a ser mucho más difícil que el primer paso porque no sé hacerlo. Pero la revisión es fundamental, es lo que da forma al escrito, lo que le da sentido. Tengo que hacerlo. Es otra meta. Y para llegar a ella, tengo que estudiar cómo se hace. Buscar en internet, en libros, preguntar... Tengo que lograr pulir mi diamante en bruto. Tengo que formarme como escritora.
El siguiente paso, o la siguiente meta: dejar que alguien lo lea. Eso ya me convertiría, de por sí, en escritora. Nunca he dejado que alguien lea algo largo mío, más que nada porque nunca me ha gustado nada de lo que he escrito. Pero cuando esté pulido, barnizado y abrillantado, tengo que dar el salto, darle un mamporro al Monstruo y sacar la copia en papel del ordenador. O mandarla por correo a alguien de confianza. O poner extractos en el blog (con lo peligroso que es eso). Pero, de alguna manera, necesito saber que gusta.
Y después de pulido, leído y vuelto a pulir, sacarlo a que le dé el aire. Buscar a alguien que lo quiera publicar.
Y empezar a recoger cartas de rechazo.
Os parecerá una locura, pero sueño con el día en que reciba la primera carta de rechazo. Eso significará que todas mis anteriores metas se han cumplido, que estoy en el último paso, que ya no depende de mí. Eso significará que, a efectos morales, seré escritora. Y esa, esa y no otra, es la meta que representa la suma de todas las otras metas. La suma de todas mis luchas. Y si encima alguna vez publico algo, ya será la leche. Pero con la carta de rechazo me conformo.
Mientras llega la carta, por supuesto, habrá que seguir escribiendo. Que es lo que a una la hace escritora.
Estoy aprendiendo a ir paso a paso. Todavía estoy en la primera etapa, y la estoy disfrutando como una enana, porque sé que es la más fácil. El calvario vendrá después. Lo difícil viene luego.
Pero mi meta está clara. Y los pasos que he de dar para llegar a ella, también.
Por fin.
NaNoWriMo, again
Pues sí, ya llegó noviembre, ya llegó el frío, y por supuesto llegó el NaNoWriMo (usease, el National November Writing Month, o noviembre, mes nacional de la escritura). Algún loco hay por ahí (y no miro a nadie, así que el que se sienta aludido por algo será) que se ha propuesto, como todos los años, escribir cincuenta mil palabras en un solo mes para ganar una apuesta que se ha hecho consigo mismo y de lo que no va a sacar ni un euro. Pero ojo, cincuenta mil palabras con sentido, con orden y concierto, que cuenten una historia, no como las que escribiría, por poner un ejemplo, Jiménez Los Santos (¿será hoy su santo?, y el de toda su familia, supongo, por eso de Todos los Santos), que podría escribir cincuenta mil veces el mismo insulto y se quedaría tan ancho. No. Repito, tiene que tener sentido.
Yo lo intenté una vez. Por supuesto, yo por aquel entonces era una kamikaze que lo hacía todo a lo bestia, y me lancé a escribir sin tener una idea clara de lo que quería hacer. A las diez mil palabras, y viendo que no iba a acabar con cincuenta mil ni de coña, me rendí. Además, sigo convencida de que los que ponían en la web que escribían cinco mil palabras al día mentían por los poros, para fardar. Yo, si llegaba a las dos mil, me sentía triunfante. Me pasó un día; no dormí de la emoción (o del café que me tomé para celebrarlo). No volvió a suceder (ni lo de tomarme un café a las ocho de la tarde, ni lo de las dos mil palabras).
Este año no lo voy a intentar. Tengo una idea que me ronda la cabeza, pero estamos como en aquel infame año 2005, cuando sabía cómo iba a empezar la novela pero no lo que iba a pasar hasta el final (que tampoco estaba muy atado). Ahora mismo tengo una premisa, tres personajes y muchas ideas en la cabeza, pero ¿es suficiente? Creo que podría aguantar tres o cuatro capítulos con lo que tengo hasta ahora. Sé el final, que ya es más de lo que sabía en 2005 (con la otra novela, claro, de esta no sabía nada todavía, prácticamente acabamos de conocernos, ni siquiera sé cómo se llama); sé el nombre de dos personajes y sé que va a ser de humor, porque me apetece probar algo nuevo. Me apetece hacerme reír, mejor dicho, porque lo estoy necesitando. Pero ni siquiera sé si estará contada en presente o en pasado, o en primera o tercera persona. Son decisiones que hay que tomar antes de lanzarse al vacío, y hoy ya es uno de noviembre. Y tengo cinco asignaturas que estudiar, y trabajo a jornada completa, y tengo una niña de educación especial que me exige cierta investigación sobre su caso, con lo que le puedo dedicar a la novela, con suerte, un par de mañanas y alguna noche de insomnio, pero no mucho más. No, no puedo participar en el NaNoWriMo. Ahora no. ¿Pero y si...? Que no, que no.
¿Cuándo se le ocurrirá a algún castellanoparlante hacer un NaNoWriMo a la española, o sea, un MeNoEsNa (mes de noviembre de la escritura nacional)? ¿Cuándo una de esas fantásticas páginas que "regalan" los del NaNo en castellano, para que gente que de hecho habla tu idioma pueda leer lo que estás escribiendo y darte su opinión? Lanzo la petición para el/la que se anime, que necesitamos un poco de creatividad en cristiano en la red. No todos los bestsellers van a estar escritos en inglés, digo yo. Lo único que, conociéndonos, igual un NaNo a la española bajaba el límite a 20 000, o proponía botellón para celebrar llegar a la meta... Peligrosillo, madre.
(¿Y si me marco yo mis propias bases y me conformo con diez mil palabras este mes y un principio bien pulidito para echarme yo misma unas risas en momentos de bajón? No sé, no sé... Qué coño. ¿Qué mejor cosa que hacer un sábado por la tarde con un frío que pela en la calle? A escribir se ha dicho.)
Yo lo intenté una vez. Por supuesto, yo por aquel entonces era una kamikaze que lo hacía todo a lo bestia, y me lancé a escribir sin tener una idea clara de lo que quería hacer. A las diez mil palabras, y viendo que no iba a acabar con cincuenta mil ni de coña, me rendí. Además, sigo convencida de que los que ponían en la web que escribían cinco mil palabras al día mentían por los poros, para fardar. Yo, si llegaba a las dos mil, me sentía triunfante. Me pasó un día; no dormí de la emoción (o del café que me tomé para celebrarlo). No volvió a suceder (ni lo de tomarme un café a las ocho de la tarde, ni lo de las dos mil palabras).
Este año no lo voy a intentar. Tengo una idea que me ronda la cabeza, pero estamos como en aquel infame año 2005, cuando sabía cómo iba a empezar la novela pero no lo que iba a pasar hasta el final (que tampoco estaba muy atado). Ahora mismo tengo una premisa, tres personajes y muchas ideas en la cabeza, pero ¿es suficiente? Creo que podría aguantar tres o cuatro capítulos con lo que tengo hasta ahora. Sé el final, que ya es más de lo que sabía en 2005 (con la otra novela, claro, de esta no sabía nada todavía, prácticamente acabamos de conocernos, ni siquiera sé cómo se llama); sé el nombre de dos personajes y sé que va a ser de humor, porque me apetece probar algo nuevo. Me apetece hacerme reír, mejor dicho, porque lo estoy necesitando. Pero ni siquiera sé si estará contada en presente o en pasado, o en primera o tercera persona. Son decisiones que hay que tomar antes de lanzarse al vacío, y hoy ya es uno de noviembre. Y tengo cinco asignaturas que estudiar, y trabajo a jornada completa, y tengo una niña de educación especial que me exige cierta investigación sobre su caso, con lo que le puedo dedicar a la novela, con suerte, un par de mañanas y alguna noche de insomnio, pero no mucho más. No, no puedo participar en el NaNoWriMo. Ahora no. ¿Pero y si...? Que no, que no.
¿Cuándo se le ocurrirá a algún castellanoparlante hacer un NaNoWriMo a la española, o sea, un MeNoEsNa (mes de noviembre de la escritura nacional)? ¿Cuándo una de esas fantásticas páginas que "regalan" los del NaNo en castellano, para que gente que de hecho habla tu idioma pueda leer lo que estás escribiendo y darte su opinión? Lanzo la petición para el/la que se anime, que necesitamos un poco de creatividad en cristiano en la red. No todos los bestsellers van a estar escritos en inglés, digo yo. Lo único que, conociéndonos, igual un NaNo a la española bajaba el límite a 20 000, o proponía botellón para celebrar llegar a la meta... Peligrosillo, madre.
(¿Y si me marco yo mis propias bases y me conformo con diez mil palabras este mes y un principio bien pulidito para echarme yo misma unas risas en momentos de bajón? No sé, no sé... Qué coño. ¿Qué mejor cosa que hacer un sábado por la tarde con un frío que pela en la calle? A escribir se ha dicho.)
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¿Y qué vino en 1975?
Estamos dando historia en sociales. Hemos empezado el libro por detrás para que nos dé tiempo a dar los temas que suelen ser un poco más rollo, y no dejarlos para el final del curso. Estos días hemos mencionado mucho la dictadura, Franco y demás historias. Yo les he comentado a los chavales que nací el mismo año que murió Franco, una semana antes, para ser exactos. Les he asegurado que si recuerdan que en 1975 se acabó la dictadura y nació la mejor profesora del mundo mundial, les subo la nota en el examen.
Hoy estábamos haciendo una línea temporal de repaso. Yo soltaba la chapa en la pizarra y los niños coreaban, con más o menos acierto, las respuestas.
-A ver, ¿qué hubo en 1931?
-La repúúúúública.
-¿Y en 1936?
-La guerra civiiiiiiiil.
-¿Y en el 39?
-La dictaduuuuura.
-¿Y qué llegó en el 75?
Yo esperaba que todos contestaran "la democracia", pero la clase ha gritado:
-¡Ruth!
Del ataque de risa que me ha dado, no he podido seguir con la clase. Eso les pasa por escucharme.
Hoy estábamos haciendo una línea temporal de repaso. Yo soltaba la chapa en la pizarra y los niños coreaban, con más o menos acierto, las respuestas.
-A ver, ¿qué hubo en 1931?
-La repúúúúública.
-¿Y en 1936?
-La guerra civiiiiiiiil.
-¿Y en el 39?
-La dictaduuuuura.
-¿Y qué llegó en el 75?
Yo esperaba que todos contestaran "la democracia", pero la clase ha gritado:
-¡Ruth!
Del ataque de risa que me ha dado, no he podido seguir con la clase. Eso les pasa por escucharme.
Se acerca...
¡Ay, qué ganas tengo de ver esta peli, madre! Aunque la hayan retrasado, aunque no se parezca en nada al libro, parece que han mantenido la única, ÚNICA escena que yo considero fundamental...
Ahora solo espero que el "fight back, you coward!" se lo esté diciendo a Snape, porque sino va a ir a ver la peli Rita la Cantaora...
Ahora solo espero que el "fight back, you coward!" se lo esté diciendo a Snape, porque sino va a ir a ver la peli Rita la Cantaora...
¿Crisis? ¿Qué crisis?
El que deja de hacer cosas por falta de dinero, es porque quiere.
Tengo dos amigos (llamémoslos Elvis y Priscilla, por respeto a su anonimato) cuyo sueño ha sido siempre casarse en Las Vegas. Pero claro, la gracia de una boda en Las Vegas es poder llevarte a tus amigos para que lo celebren contigo, y estando las cosas como están eso era poco menos que imposible. Parecía que la unión pecaminosa y libidinosa que habían mantenido durante los último diez años iba a continuar por lo menos otros diez; la crisis, el dólar, el euribor y la santa madre iglesia no hacían más que poner trabas. El viaje a Las Vegas era imposible. ¿Cuál podía ser la solución?
Por supuesto, traer Las Vegas a Vitoria. Más exactamente, al salón de su propia casa.
Así que ahí tenéis a la feliz pareja, rodeados de sus más allegados en una íntima ceremonia en la que aquí la menda (atea a ultranza) se plantó el alzacuellos para casarles como dios manda, en inglés y con subtítulos, que tampoco era cuestión de perder a los invitados. Como en cualquier boda que se precie, hubo banquete, champán, lanzamiento de ramo e intercambio de pelucas, y sobre todo ciego impresionante y resaca de campeonato al día siguiente (dos kilos perdí, ¡dos!). Pero el objetivo está cumplido: Elvis y Priscilla son marido y mujer ante los ojos de su gato y en nombre de La Pasionaria. Ya no van al infierno. Ya pueden pedir pensión de viudedad. Ya pueden lucir el anillo (uno lo lleva en el dedo índice y la otra en el corazón, no hay manera) y decir que es una alianza símbolo de su amor eterno.
Que ya están casados, vamos.
Tengo dos amigos (llamémoslos Elvis y Priscilla, por respeto a su anonimato) cuyo sueño ha sido siempre casarse en Las Vegas. Pero claro, la gracia de una boda en Las Vegas es poder llevarte a tus amigos para que lo celebren contigo, y estando las cosas como están eso era poco menos que imposible. Parecía que la unión pecaminosa y libidinosa que habían mantenido durante los último diez años iba a continuar por lo menos otros diez; la crisis, el dólar, el euribor y la santa madre iglesia no hacían más que poner trabas. El viaje a Las Vegas era imposible. ¿Cuál podía ser la solución?
Por supuesto, traer Las Vegas a Vitoria. Más exactamente, al salón de su propia casa.
Así que ahí tenéis a la feliz pareja, rodeados de sus más allegados en una íntima ceremonia en la que aquí la menda (atea a ultranza) se plantó el alzacuellos para casarles como dios manda, en inglés y con subtítulos, que tampoco era cuestión de perder a los invitados. Como en cualquier boda que se precie, hubo banquete, champán, lanzamiento de ramo e intercambio de pelucas, y sobre todo ciego impresionante y resaca de campeonato al día siguiente (dos kilos perdí, ¡dos!). Pero el objetivo está cumplido: Elvis y Priscilla son marido y mujer ante los ojos de su gato y en nombre de La Pasionaria. Ya no van al infierno. Ya pueden pedir pensión de viudedad. Ya pueden lucir el anillo (uno lo lleva en el dedo índice y la otra en el corazón, no hay manera) y decir que es una alianza símbolo de su amor eterno.
Que ya están casados, vamos.
Best sellers
La literatura que más se vende parece llevar siempre el sanbenito de mala. Todo aquel libro que venda más de X copias es acusado de seguir un patrón, un "one size fits all" que a muchos les parece denigrante y nocivo para la literatura. Se acusa a la mayoría de la gente de no tener gusto leyendo, de elegir libros facilones, libros que yo llamo de "encefalograma plano". Pero, ¿hasta qué punto tiene la culpa el consumidor?
Para empezar, los libros no son baratos. Cuando una persona con presupuesto ajustado va a comprar un libro, se basa en las experiencias de otros que hayan leído ese libro, porque no se va a lanzar a la aventura y gastarse veinte eurazos en un completo desconocido. Si hay mucha gente que lo ha comprado y de esa gente un pequeño porcentaje le da buenas críticas, adquirir ese libro parece una inversión segura. Quizás no sea una obra de arte, pero con que no nos obligue a cerrarlo por la mitad nos conformamos; es como ir al cine y quedarte dormido viendo una película muda japonesa con la que te atreves por probar algo nuevo (aquí la menda, que se las da de friki pero no lo es tanto), en lugar de tragarte una comedia romántica que no te convierte en un lumbrera pero te entretiene un rato. Porque para eso leemos (o, al menos, para eso leo yo), para entretenernos, aunque supongo que alguno habrá que lea para poder decir que ha descubierto a tal o cual autor, al que conocen solo en su pueblo a la hora de comer pero que nos hace quedar muy bien.
Y luego está la distribución de esos libros. Yo, lo confieso, me dejo llevar por las portadas, los títulos y la síntesis de las contraportadas, pero sobre todo me llama la atención la colocación del libro. Si tengo que girar el cuello para buscar un título en una estantería repleta de volúmenes tan ajustados que es difícil sacar uno sin tirar tres, seguramente no lo compre. Si me lo presentan en una mesa, con un cartel bien grande que llame mi atención, sin envoltura que valga y con una pegatina que proclama "20% de descuento" (aunque sea mentira), hay más posibilidades de que lo adquiera. Qué le vamos a hacer, me gusta ojear en las librerías, pero ando justa de tiempo y no me gusta cansarme. Soy vaga. Me va lo fácil. Y como yo, cientos de miles de personas.
Las editoriales con poder adquisitivo colocan sus libros en las mesas y las que no lo tienen, en las estanterías. El rico se hace más rico y el pobre se queda como estaba. Los bestsellers venden más porque se ven más, no necesariamente porque la gente no sepa distinguir entre lo bueno y lo malo. La distribución lo es todo. Saber vender lo es todo. Y yo, lo siento mucho, seguiré leyendo bestsellers y colando algún experimento -que, por cierto, suelen salirme rana-, porque si el próximo libro que me compro se parece lo más mínimo a Mil Soles espléndidos o Middlesex, me merecerá la pena. Que alguno hay también que se escapa y nos alegra el día a los lectores más remolones.
Para empezar, los libros no son baratos. Cuando una persona con presupuesto ajustado va a comprar un libro, se basa en las experiencias de otros que hayan leído ese libro, porque no se va a lanzar a la aventura y gastarse veinte eurazos en un completo desconocido. Si hay mucha gente que lo ha comprado y de esa gente un pequeño porcentaje le da buenas críticas, adquirir ese libro parece una inversión segura. Quizás no sea una obra de arte, pero con que no nos obligue a cerrarlo por la mitad nos conformamos; es como ir al cine y quedarte dormido viendo una película muda japonesa con la que te atreves por probar algo nuevo (aquí la menda, que se las da de friki pero no lo es tanto), en lugar de tragarte una comedia romántica que no te convierte en un lumbrera pero te entretiene un rato. Porque para eso leemos (o, al menos, para eso leo yo), para entretenernos, aunque supongo que alguno habrá que lea para poder decir que ha descubierto a tal o cual autor, al que conocen solo en su pueblo a la hora de comer pero que nos hace quedar muy bien.
Y luego está la distribución de esos libros. Yo, lo confieso, me dejo llevar por las portadas, los títulos y la síntesis de las contraportadas, pero sobre todo me llama la atención la colocación del libro. Si tengo que girar el cuello para buscar un título en una estantería repleta de volúmenes tan ajustados que es difícil sacar uno sin tirar tres, seguramente no lo compre. Si me lo presentan en una mesa, con un cartel bien grande que llame mi atención, sin envoltura que valga y con una pegatina que proclama "20% de descuento" (aunque sea mentira), hay más posibilidades de que lo adquiera. Qué le vamos a hacer, me gusta ojear en las librerías, pero ando justa de tiempo y no me gusta cansarme. Soy vaga. Me va lo fácil. Y como yo, cientos de miles de personas.
Las editoriales con poder adquisitivo colocan sus libros en las mesas y las que no lo tienen, en las estanterías. El rico se hace más rico y el pobre se queda como estaba. Los bestsellers venden más porque se ven más, no necesariamente porque la gente no sepa distinguir entre lo bueno y lo malo. La distribución lo es todo. Saber vender lo es todo. Y yo, lo siento mucho, seguiré leyendo bestsellers y colando algún experimento -que, por cierto, suelen salirme rana-, porque si el próximo libro que me compro se parece lo más mínimo a Mil Soles espléndidos o Middlesex, me merecerá la pena. Que alguno hay también que se escapa y nos alegra el día a los lectores más remolones.
Chupópteros
¿Hay algo más desalentador que una compañera de trabajo a la que no le guste su trabajo? ¿Hay algo peor que llevar treinta años haciendo algo que elegiste sólo porque tus amigas estudiaban esa carrera y decidiste que no querías estudiar sola? ¿Hay algo que chupe más energías que hablar con una persona que todo lo ve negro, para lo que todo es negativo y que no quiere aventurarse en nada nuevo porque ya ve la jubilación cerca?
Odio los chupópteros. Me dejan sin energías.
Odio los chupópteros. Me dejan sin energías.
Memorias
Mi bisabuelo era jefe de estación, lo que significaba que la familia se movía siempre de un lado para otro. Eran tres hermanos, dos chicas y un chico, y la menor, mi tía abuela, tenía obsesión por los gatos. No valían de nada las protestas de su padre, las amenazas de su madre o las envidias de sus hermanos, siempre se las arreglaba para encontrar un gatito nuevo que llevarse a casa en cuanto llegaban a su nuevo hogar. Me pregunto qué haría con ellos cuando tuvieran que mudarse. Conociéndola, seguro que los dejaba en familias con muy buenas referencias.
Mi tía abuela fue funcionaria, franquista, extremadamente religiosa y soltera hasta su buen medio siglo. No tuvo hijos, pero quiso a sus sobrinos como si lo fueran y se convirtió en la tía molona que se los llevaba de veraneo y los presentaba en los círculos de gente bien que conocía. Nunca faltaron gatos en su casa, ni una criada (como ella las llamaba, porque no era muy dada a los eufemismos banales). Cuando cumplió cincuenta, se casó. Todos creyeron que lo hacía por no estar sola, por tener a alguien que cuidara de ella. Murió a los setenta y tantos; tres meses después se fue su marido. Quizás sí fuera amor, después de todo. El gato se lo quedó Anastasia, la criada de noventa años que había acompañado a mi tía los últimos veinte. Aunque ella insistía en llamarla criada, nosotros sabíamos que era más amiga que empleada. ¿Lo sabrían ellas también?
Mi tía abuela fue funcionaria, franquista, extremadamente religiosa y soltera hasta su buen medio siglo. No tuvo hijos, pero quiso a sus sobrinos como si lo fueran y se convirtió en la tía molona que se los llevaba de veraneo y los presentaba en los círculos de gente bien que conocía. Nunca faltaron gatos en su casa, ni una criada (como ella las llamaba, porque no era muy dada a los eufemismos banales). Cuando cumplió cincuenta, se casó. Todos creyeron que lo hacía por no estar sola, por tener a alguien que cuidara de ella. Murió a los setenta y tantos; tres meses después se fue su marido. Quizás sí fuera amor, después de todo. El gato se lo quedó Anastasia, la criada de noventa años que había acompañado a mi tía los últimos veinte. Aunque ella insistía en llamarla criada, nosotros sabíamos que era más amiga que empleada. ¿Lo sabrían ellas también?
Teoría de la literatura
Mi única asignatura en castellano este año es Teoría de la Literatura, y es, paradójicamente, la más incomprensible de las cinco que he cogido este curso. Los libros son dificilísimos de entender, utilizan un metalenguaje muy por encima de mis posibilidades y me cuesta una barbaridad leer y entender cada página del libro. Aún así, cuando por fin consigo entender lo que se me intenta explicar, me gusta.
El último capítulo que he trabajado hablaba, en parte, de la función de la literatura, basándose en la dicotomía de lo didáctico y lo placentero. ¿Debe la literatura enseñarnos, como decía Horacio (creo), o debe su fin ser el de proporcionar placer al lector, como decía Aristóteles (o viceversa)? Y, lo que yo me pregunto, ¿son mutuamente excluyentes ambas opciones? ¿Por qué no se puede aprender con una literatura que además te entretiene?
Hoy les he preguntado a los niños para qué creen que existe la poesía, y sus dos primeras respuestas han sido tanto la una como la otra: para enseñarnos cosas y para disfrutar leyendo. Es algo que está metido en nuestro bagaje cultural, que llevamos escrito a fuego en nuestro inconsciente colectivo. Una u otra, o quizás las dos, pero está claro que esas son las principales funciones y fines de la literatura. Me ha llamado mucho la atención que a los críos les saliera una respuesta tan pronta y que encaja tan bien con lo poco que he entendido de la asignatura. He llegado incluso a pensar que lo que estoy estudiando puede que sirva para algo. Puede. Quizás.
¿Cuál es el fin último de la literatura, pregunto? Y, sobre todo, ¿elegir uno desestima el otro? ¿Se os ocurre alguna obra que fuera tan entretenida como didáctica? ¿Existe algo así?
El último capítulo que he trabajado hablaba, en parte, de la función de la literatura, basándose en la dicotomía de lo didáctico y lo placentero. ¿Debe la literatura enseñarnos, como decía Horacio (creo), o debe su fin ser el de proporcionar placer al lector, como decía Aristóteles (o viceversa)? Y, lo que yo me pregunto, ¿son mutuamente excluyentes ambas opciones? ¿Por qué no se puede aprender con una literatura que además te entretiene?
Hoy les he preguntado a los niños para qué creen que existe la poesía, y sus dos primeras respuestas han sido tanto la una como la otra: para enseñarnos cosas y para disfrutar leyendo. Es algo que está metido en nuestro bagaje cultural, que llevamos escrito a fuego en nuestro inconsciente colectivo. Una u otra, o quizás las dos, pero está claro que esas son las principales funciones y fines de la literatura. Me ha llamado mucho la atención que a los críos les saliera una respuesta tan pronta y que encaja tan bien con lo poco que he entendido de la asignatura. He llegado incluso a pensar que lo que estoy estudiando puede que sirva para algo. Puede. Quizás.
¿Cuál es el fin último de la literatura, pregunto? Y, sobre todo, ¿elegir uno desestima el otro? ¿Se os ocurre alguna obra que fuera tan entretenida como didáctica? ¿Existe algo así?
Baja preventiva
No he leído mi horóscopo estos días, pero seguro que debe poner algo como "serás propensa a los accidentes, guarda una tirita en el bolsillo por si acaso". El lunes me caí por las escaleras y me golpeé la espalda con seis peldaños. Ayer fui a cortar un trozo de chocolate negro y casi me cerceno el dedo. Esta mañana, al venir andando a trabajar con mis botas nuevas con un poquito de tacón, me he torcido el tobillo en una grieta de la acera.
No sé si ir pidiéndome la baja ya, para adelantar los trámites.
No sé si ir pidiéndome la baja ya, para adelantar los trámites.
Tiempo
Últimamente ando metida en un millón de cosas, y como siempre que esto pasa me da la sensación de que no llego a nada. Aún no es estrés, pero sí noto que lo será pronto a este ritmo. La cabeza me bulle con ideas que quiero poner en práctica y, por una vez, no estoy saboteándome a mí misma diciéndome que no voy a ser capaz, con lo que las pocas horas libres que tenía (ese ratito de después de cenar) se han convertido en momentos productivos, por no hablar del camino al trabajo o el momento antes de dormirme. Cuando no hago, pienso en hacer y después lo hago. Es un buen cambio, pero no voy a llegar a diciembre si sigo así.
Ayer, saliendo de clase de dibujo (esa clase a la que voy para relajarme, que este año me está estresando más que nunca porque estamos haciendo técnicas de agua y no me sale nada bien), me patiné en las escaleras y bajé media docena de peldaños de culo. Tengo el orgullo por los suelos y los riñones amoratados, aparte de unas décimas de fiebre que no tienen nada que ver con la caída pero que me vienen siempre en esta época del año. Mañana iré al médico, con lo que perderé ¿qué?, sí, tiempo, un tiempo precioso que podría dedicar a leer el libro que me toca en literatura inglesa o a estudiar alemán, que ya se me ha olvidado lo poco que sabía del tiempo que hace que no lo toco. Y después iré a dibujo, y saldré asqueada con mi acuarela, y me sentaré delante de la tele y terminaré yéndome a la cama pronto porque no hay nada que ver, qué asco madre.
Debería escribir, así me desahogaría. Pero no tengo tiempo. No, miento, no tengo ganas. Porque si quisiera haría tiempo, como he hecho siempre. Pero aquí la menda siempre echa mano de excusas vacuas para sabotearse en algún campo...
Migraña, o esa grandísima putada
Sufro de migrañas, y las odio. Hoy he tenido una que no ha sido de las peores, menos mal, pero que me ha impedido tener un día normal y me ha librado del trabajo (creedme, trabajaría una semana gratis a cambio de eliminar una sola migraña). Ni siquiera es el dolor de cabeza, ese dolor insistente que parece que quiere taladrarte de lado a lado, que te obliga a no moverte durante horas y que convierte el simple hecho de darte la vuelta en la cama en una verdadera tortura. Es la suma de todos sus componentes, como las chiribitas que te bailan ante los ojos y te avisan de que algo no va bien, o la imposibilidad de hablar y mucho menos escribir (intentad decir en el trabajo que tenéis que iros a casa cuando no podéis emitir una palabra con sentido, cuando no sois capaces ni de balbucear "migraña"; una vez, para decírselo a mi madre, intenté buscar la palabra en el diccionario y me di cuenta de que no sabía con qué letra empezaba). Son los vómitos, y la presión extra que ellos ejercen en la cabeza, con lo que lo único que quieres es que alguien te pegue un palazo en la cabeza que te deje sin sentido. Es el mal cuerpo, las horas perdidas tirada en la cama, o en el sofá, muy quietecita porque el menor movimiento te hace ver las estrellas.
No sé si, como dice el dibujo, es una disfunción de los vasos sanguíneos o, simplemente, una grandísima putada que nos toca a algunas (y utilizo el femenino porque la mayoría de las sufridoras somos mujeres), pero me sorprende muchísimo que todavía se trate esta enfermedad como si fuera un simple dolor de cabeza y que no haya una pastilla mágica que corte los síntomas de cuajo.
Horrible, vaya.
Morritos Newman
A beautiful day
Hoy es un día perfecto.
Tengo un agujero en el suelo, la tubería al aire y goteras en las tuberías nuevas. El fontanero que me hizo la obra se hace el sueco y no parece estar por la labor de arreglar lo que hizo mal.
El vecino de al lado insiste en poner un buzón de publicidad cuando el resto de los vecinos no quiere. Le han arañado el papel que ha puesto en el buzón para que no le echen propaganda y me ha venido a montar un pollo.
He engordado.
No tengo ni un solo puente hasta diciembre. Mi horario es tan agobiante y me he propuesto meterles tanta caña a los críos que no llego con las pilas cargadas ni hasta el miércoles.
Pero todo esto da igual. Todo esto es indiferente. El escáner ha mostrado una reducción del tumor. Todo, metástasis incluida, es más pequeño.
It's a beautiful day!
Gente "Snape"
Desde que ha empezado el curso, he dejado una manía que había desarrollado los últimos años y he decidido olvidarme del ipod cuando voy a trabajar. No tengo nada en contra de la música (aunque escuchar todos los días las mismas canciones, aunque tengas más de mil, termina haciéndose pesado), pero es que ir con los cascos no me dejaba pensar con claridad. Cada canción tiene una historia, un momento, un recuerdo del que echar mano, y siempre me dejaba atrapar por esa magia y prácticamente dejaba la mente en blanco. Ahora que voy sin música medito, pienso, hago conexiones. Hoy, sin ir más lejos, me ha dado por hacer alegorías con el personaje de Severus Snape en Harry Potter.
(Aquí varias personas han dejado de leer porque ya he vuelto a las andadas con mis “fricadas” y sólo hay unos pocos que las aguanten. Gracias a los demás por darme el beneficio de la duda y esperar que no me ponga a hablar de pociones varias.)
Severus Snape tuvo una infancia horrible. Sus padres discutían, su madre era incapaz de mostrar afecto, su padre no se preocupaba por nada y encima el propio Severus era un bicho raro por sus dones y su forma de vestir. Sus circunstancias eran horribles. No había nadie que de pequeño le enseñara a apreciar a los demás, ni siquiera a sí mismo; nadie a excepción de una amiga, una persona en la que apoyarse. A pesar de ese apoyo, Severus eligió el camino que no debía, un camino que le separaría de la única persona que le había enseñado a sentir afecto. Esa ayuda, sin embargo, fue suficiente para que, cuando llegó el momento de la verdad y realmente tuvo que elegir entre echarse a perder del todo o volver a una senda más o menos recta, eligiera lo correcto. Y con ello le llegó un segundo apoyo que le mantuvo entero, aunque con una coraza de tal tamaño que nadie más pudo acercarse a él. Los que habéis leído el libro, espero que estéis de acuerdo en la definición; los que no, espero que os hayáis enterado de algo.
A pesar de ser un personaje de ficción, Snape es tan real para mí que a veces me da la sensación de que lo conozco. ¿Cuánta gente Snape conocéis? ¿Cuántas personas a las que se os hace imposible acercaros? Esa gente que no os cae bien, que siempre tiene una sonrisa irónica en la boca, solitaria y algo huraña. ¿Por qué son así? La gente antipática, borde, grosera, ¿nace o se hace? Tenemos tendencia a apartar a esa gente de nuestro lado. Irradian energía negativa, nunca tienen un comentario amable, te sueltan una puñalada en cuanto tienen la oportunidad. Es difícil quererlos, por no decir imposible, pero ¿os habéis parado a pensar que son la gente que más lo necesita? Están acostumbrados al rechazo, a no gustar, a que la gente les ignore en el mejor de los casos. Nada de lo que nosotros podamos sentir por ellos les causará el menor impacto. Nada, claro, excepto lo más difícil: afecto.
No seré yo quien abogue por un trato digno a las personas antipáticas, amargadas, bordes, algo hirientes, porque soy la primera que huye de ellos. Simplemente me ha dado por pensar, por hacer una reflexión más o menos profunda en los veinte minutos de paseo que me cuesta llegar al trabajo, en que quizás deberíamos dejar de juzgar superficialmente a la gente que nos trata mal y tratar de imaginarnos cómo han sido tratados ellos. Una reflexión inútil, probablemente, porque ya ves tú lo que va a solucionar que en vez de querer estamparle un palo de béisbol en la cabeza me dé pena el que me ha soltado una animalada, pero una reflexión, al fin y al cabo. Y ya que últimamente ando escasa de ideas, me apetecía plasmarla.
Espero que me permitáis la “fricada”. Ya sabéis que de vez en cuando tengo la edad mental de una niña de diez años.
(Nota al margen: con lo que me gusta Alan Rickman y lo que me gusta el personaje de Severus Snape, qué poco me gusta Rickman haciendo de Snape en las películas. ¿Cómo se lo han podido cargar de semejante manera?)
(Aquí varias personas han dejado de leer porque ya he vuelto a las andadas con mis “fricadas” y sólo hay unos pocos que las aguanten. Gracias a los demás por darme el beneficio de la duda y esperar que no me ponga a hablar de pociones varias.)
Severus Snape tuvo una infancia horrible. Sus padres discutían, su madre era incapaz de mostrar afecto, su padre no se preocupaba por nada y encima el propio Severus era un bicho raro por sus dones y su forma de vestir. Sus circunstancias eran horribles. No había nadie que de pequeño le enseñara a apreciar a los demás, ni siquiera a sí mismo; nadie a excepción de una amiga, una persona en la que apoyarse. A pesar de ese apoyo, Severus eligió el camino que no debía, un camino que le separaría de la única persona que le había enseñado a sentir afecto. Esa ayuda, sin embargo, fue suficiente para que, cuando llegó el momento de la verdad y realmente tuvo que elegir entre echarse a perder del todo o volver a una senda más o menos recta, eligiera lo correcto. Y con ello le llegó un segundo apoyo que le mantuvo entero, aunque con una coraza de tal tamaño que nadie más pudo acercarse a él. Los que habéis leído el libro, espero que estéis de acuerdo en la definición; los que no, espero que os hayáis enterado de algo.
A pesar de ser un personaje de ficción, Snape es tan real para mí que a veces me da la sensación de que lo conozco. ¿Cuánta gente Snape conocéis? ¿Cuántas personas a las que se os hace imposible acercaros? Esa gente que no os cae bien, que siempre tiene una sonrisa irónica en la boca, solitaria y algo huraña. ¿Por qué son así? La gente antipática, borde, grosera, ¿nace o se hace? Tenemos tendencia a apartar a esa gente de nuestro lado. Irradian energía negativa, nunca tienen un comentario amable, te sueltan una puñalada en cuanto tienen la oportunidad. Es difícil quererlos, por no decir imposible, pero ¿os habéis parado a pensar que son la gente que más lo necesita? Están acostumbrados al rechazo, a no gustar, a que la gente les ignore en el mejor de los casos. Nada de lo que nosotros podamos sentir por ellos les causará el menor impacto. Nada, claro, excepto lo más difícil: afecto.
No seré yo quien abogue por un trato digno a las personas antipáticas, amargadas, bordes, algo hirientes, porque soy la primera que huye de ellos. Simplemente me ha dado por pensar, por hacer una reflexión más o menos profunda en los veinte minutos de paseo que me cuesta llegar al trabajo, en que quizás deberíamos dejar de juzgar superficialmente a la gente que nos trata mal y tratar de imaginarnos cómo han sido tratados ellos. Una reflexión inútil, probablemente, porque ya ves tú lo que va a solucionar que en vez de querer estamparle un palo de béisbol en la cabeza me dé pena el que me ha soltado una animalada, pero una reflexión, al fin y al cabo. Y ya que últimamente ando escasa de ideas, me apetecía plasmarla.
Espero que me permitáis la “fricada”. Ya sabéis que de vez en cuando tengo la edad mental de una niña de diez años.
(Nota al margen: con lo que me gusta Alan Rickman y lo que me gusta el personaje de Severus Snape, qué poco me gusta Rickman haciendo de Snape en las películas. ¿Cómo se lo han podido cargar de semejante manera?)
Otoño
Me gusta el otoño.
Ya sé que todavía estamos en verano, o eso dice el calendario, pero cada vez me doy más cuenta de que el otoño es mi estación favorita. Esta semana ha habido un par de días fríos de verdad, de esos en los que dudas si ponerte la cazadora vaquera o pasar directamente al chambergo de invierno; sientes el frío en la cara, las manos bien resguardadas bajo los brazos y el sol, que todavía calienta, tentándote a quitarte la chaqueta en las zonas soleadas. Las hojas todavía no han empezado a cambiar de color, pero pronto lo harán y me sentiré tentada, como siempre, a sacar la caja de óleos que me compré sin saber utilizar y ponerme delante de un árbol para tratar de copiarlo (sin éxito, porque ¿cómo se puede copiar algo tan vivo como un árbol?).
En casa aún no es tiempo de poner la calefacción, pero el frío ya se ha metido entre las cuatro paredes. Me pongo el chándal, que sólo utilizo para estar en casa, y me subo la cremallera de la chaquetilla hasta la barbilla. Me siento en el sofá con mis libros de literatura inglesa, o el de alemán, o Las uvas de la ira en versión original, y dejo que el gato se acurruque contra mí y me caliente las pantorrillas. A veces, incluso me echo una manta fina por encima, para estar lo más caliente posible y sentir esa modorra que anuncia la hora de la cena y de lectura en la cama.
Me gusta el otoño porque huele diferente, suena diferente. Tiene una paz que no tiene el verano, un frescor que no tiene ninguna otra estación. La gente, sorprendida por el frío quizás, no grita tanto como en verano, no alborota. Se ven caras serenas. Me hace sentir tranquila.
Me gusta el otoño. Estoy deseando que empiece.
Ya sé que todavía estamos en verano, o eso dice el calendario, pero cada vez me doy más cuenta de que el otoño es mi estación favorita. Esta semana ha habido un par de días fríos de verdad, de esos en los que dudas si ponerte la cazadora vaquera o pasar directamente al chambergo de invierno; sientes el frío en la cara, las manos bien resguardadas bajo los brazos y el sol, que todavía calienta, tentándote a quitarte la chaqueta en las zonas soleadas. Las hojas todavía no han empezado a cambiar de color, pero pronto lo harán y me sentiré tentada, como siempre, a sacar la caja de óleos que me compré sin saber utilizar y ponerme delante de un árbol para tratar de copiarlo (sin éxito, porque ¿cómo se puede copiar algo tan vivo como un árbol?).
En casa aún no es tiempo de poner la calefacción, pero el frío ya se ha metido entre las cuatro paredes. Me pongo el chándal, que sólo utilizo para estar en casa, y me subo la cremallera de la chaquetilla hasta la barbilla. Me siento en el sofá con mis libros de literatura inglesa, o el de alemán, o Las uvas de la ira en versión original, y dejo que el gato se acurruque contra mí y me caliente las pantorrillas. A veces, incluso me echo una manta fina por encima, para estar lo más caliente posible y sentir esa modorra que anuncia la hora de la cena y de lectura en la cama.
Me gusta el otoño porque huele diferente, suena diferente. Tiene una paz que no tiene el verano, un frescor que no tiene ninguna otra estación. La gente, sorprendida por el frío quizás, no grita tanto como en verano, no alborota. Se ven caras serenas. Me hace sentir tranquila.
Me gusta el otoño. Estoy deseando que empiece.
Principio y fin
Mañana tengo un funeral. No voy a ir porque vienen los fontaneros a ponerme la casa patas arriba, así que voy a hacer acto de presencia en el tanatorio esta tarde. Mi tío ha venido desde Sevilla. Mi tía (política, pero más amiga que tía) viene desde Donostia aún a riesgo de encontrarse con el ex al que no puede ni ver. Mis tías de Bilbao ya están aquí. Todos mis primos, tíos y familiares cercanos se van a reunir por primera vez en muchos años. Va a ser mi primer encuentro con algunas personas en los últimos tres lustros. Que se dice pronto.
Odio la muerte. No, mejor dicho, la temo. Es el fin de todo, el acabose, el hasta aquí hemos llegado, el aquí ya no hay más. Es dejar un vació enorme en la vida de mucha gente. Es que todo el mundo se junte para llorarte, por más que no te celebraran en vida. Odio esa falsedad. Si no nos hacemos caso cuando estamos vivos, ¿a qué viene la parafernalia de después? La primera reunión familiar del siglo, por más que lo hayamos intentado otras veces.
Y, sobre todo, no dejo de pensar en lo terrible que debe ser tener que desenchufar a una madre.
Odio la muerte. No, mejor dicho, la temo. Es el fin de todo, el acabose, el hasta aquí hemos llegado, el aquí ya no hay más. Es dejar un vació enorme en la vida de mucha gente. Es que todo el mundo se junte para llorarte, por más que no te celebraran en vida. Odio esa falsedad. Si no nos hacemos caso cuando estamos vivos, ¿a qué viene la parafernalia de después? La primera reunión familiar del siglo, por más que lo hayamos intentado otras veces.
Y, sobre todo, no dejo de pensar en lo terrible que debe ser tener que desenchufar a una madre.
Se han rajado
Para este nuevo curso, el Gobierno Vasco había planeado un arrinconamiento de la religión en la educación secundaria que a mí me encantaba. Se trataba de no obligar a aquellos que no escogieran religión a dar una asignatura "equivalente", con la pérdida de tiempo y de esfuerzo por parte de todos que una asignatura sin currículum conlleva. Querían poner la religión a primera o última hora, para que el resto de los alumnos no tuvieran una hora libre en medio del horario. Por supuesto, la iglesia se les ha echado encima. No se contentan con que se dé religión en horario escolar, se tiene que notar. "¿Qué adolescente va a querer dar una hora más de clase al día? ¿Quién va a querer tener una materia más que los demás?" Yo me debo estar volviendo loca, porque a mí eso me parecía religión: una asignatura para el que la quiera, no para los demás.
Pues el Gobierno Vasco se ha rajado. Al final ha incluido la asignatura dentro del horario, para disgusto de profesores y la mayoría de los padres. Todavía está por ver si va a conseguir el plan B, o sea, que en lugar de "ética" se den asignaturas de refuerzo para esos niños (la mayoría) que no van a religión. A esto la iglesia también se opone, porque no es justo (según ellos) que los demás tengan ayudas y a los de religión se les nieguen. No, si no se les niega, se les da a elegir. La educación pública no llega a tanto.
Veremos cómo termina esto. Yo este año tengo dos niñas, entre veintiún alumnos, que van a religión, y por ellas tengo que hacer encaje de bolillos e inventarme algo para tenerles entretenidos una hora y media. No puede ser académico, ni lectura, ni refuerzo,... No sé, les enseñaré calceta, o veremos películas de Disney con finales felices, o hablaremos de fútbol y de Nadal. Al final, esa hora y media que podría utilizar para hacer actividades extras con un excelente grupo que iba a dar mucho de sí se queda en nada.
Seguiré quejándome de la religión en las escuelas en entradas sucesivas, no os quepa duda. Algún día conseguiremos una escuela laica de verdad.
Pues el Gobierno Vasco se ha rajado. Al final ha incluido la asignatura dentro del horario, para disgusto de profesores y la mayoría de los padres. Todavía está por ver si va a conseguir el plan B, o sea, que en lugar de "ética" se den asignaturas de refuerzo para esos niños (la mayoría) que no van a religión. A esto la iglesia también se opone, porque no es justo (según ellos) que los demás tengan ayudas y a los de religión se les nieguen. No, si no se les niega, se les da a elegir. La educación pública no llega a tanto.
Veremos cómo termina esto. Yo este año tengo dos niñas, entre veintiún alumnos, que van a religión, y por ellas tengo que hacer encaje de bolillos e inventarme algo para tenerles entretenidos una hora y media. No puede ser académico, ni lectura, ni refuerzo,... No sé, les enseñaré calceta, o veremos películas de Disney con finales felices, o hablaremos de fútbol y de Nadal. Al final, esa hora y media que podría utilizar para hacer actividades extras con un excelente grupo que iba a dar mucho de sí se queda en nada.
Seguiré quejándome de la religión en las escuelas en entradas sucesivas, no os quepa duda. Algún día conseguiremos una escuela laica de verdad.
Karma
Me gusta mi trabajo. Lo hago a gusto. Lo disfruto casi todos los días y hago lo posible porque se note (porque se nota). Trato de facilitar el trabajo de los que pululan a mi alrededor; soy flexible, no impongo mi santa voluntad, no me molesta hacer favores, me amoldo a lo que me den. Entiendo que mi clase no es mi castillo, sino propiedad del centro y por tanto susceptible de ser utilizada por otras personas. Entiendo que somos una mini sociedad y que no podemos ponernos la zancadilla los unos a los otros o dejar de ayudarnos cuando otros lo necesitan, porque arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. No me niego a nada que entienda que entra dentro de mis capacidades como profesora, siempre que no abusen y que no tenga una razón de peso para no hacerlo (hasta ahora nunca he tenido ninguna). Y eso, al final, trae su recompensa.
Este año, además de mi tutoría en quinto, voy a tener dos horas de inglés a la semana en segundo. La directora me ha preguntado una y otra vez si no me molesta, azoradita perdida, y yo le he asegurado que no, que sé cómo de petado tiene el horario la chica que tendría que hacerlo en mi lugar y sé que yo iba a librar dos horas más que mis compañeras de curso porque no tengo desdobles (no habría sido la que más librara del centro, pero sí de mi curso). Me he dado cuenta de que ha venido a mí como último recurso, porque estaba intentando dejarme esas dos horas extras libres, pero al final le ha sido imposible. A cambio, los viernes me ha dejado un horario que da gloria verlo, con la última hora del día libre (que se agradece mucho). Cuando me he dado cuenta y lo he dicho en voz alta, ella me ha dicho "hombre, alguna pelotilla tendremos que tener, ¿no?"
Karma. Se llama karma. Si tú te esfuerzas por no molestar y ayudar en lo que puedas al prójimo -que, la verdad, la mayor parte de las veces no cuesta tanto-, te pasan cosas buenas. Y sé que es una nimiedad, que en el gran esquema de las cosas es un átomo insignificante, pero a mí me ha hecho sentir apreciada y querer seguir como hasta ahora. Y eso vale su peso en oro.
Este año, además de mi tutoría en quinto, voy a tener dos horas de inglés a la semana en segundo. La directora me ha preguntado una y otra vez si no me molesta, azoradita perdida, y yo le he asegurado que no, que sé cómo de petado tiene el horario la chica que tendría que hacerlo en mi lugar y sé que yo iba a librar dos horas más que mis compañeras de curso porque no tengo desdobles (no habría sido la que más librara del centro, pero sí de mi curso). Me he dado cuenta de que ha venido a mí como último recurso, porque estaba intentando dejarme esas dos horas extras libres, pero al final le ha sido imposible. A cambio, los viernes me ha dejado un horario que da gloria verlo, con la última hora del día libre (que se agradece mucho). Cuando me he dado cuenta y lo he dicho en voz alta, ella me ha dicho "hombre, alguna pelotilla tendremos que tener, ¿no?"
Karma. Se llama karma. Si tú te esfuerzas por no molestar y ayudar en lo que puedas al prójimo -que, la verdad, la mayor parte de las veces no cuesta tanto-, te pasan cosas buenas. Y sé que es una nimiedad, que en el gran esquema de las cosas es un átomo insignificante, pero a mí me ha hecho sentir apreciada y querer seguir como hasta ahora. Y eso vale su peso en oro.
Nuevo curso
Nuevo curso (pero no nueva ikastola, menos mal), nuevo grado, nuevo grupo. Aún me estoy familiarizando con los nombres sin cara, hablando con su profesora del segundo ciclo y oyendo maravillas de ellos, colocando tarjetitas con sus nombres en las mesas, recibiendo a mis antiguos alumnos que me vienen a visitar. Luego vendrá el papeleo, los horarios, la burocracia, pero de momento me pierdo en libros nuevos, planificaciones de nuevas excursiones y emociones varias.
Todo esto aliñado con una avería de fontanería en casa que tiene a mi vecina de abajo con el suelo encharcado y a mí sin agua para tratar de no inundar su casa. Y el fontanero, avisado desde el viernes, que no viene. Me va a oír el seguro.
Septiembre. Adelante con la cuesta.
Todo esto aliñado con una avería de fontanería en casa que tiene a mi vecina de abajo con el suelo encharcado y a mí sin agua para tratar de no inundar su casa. Y el fontanero, avisado desde el viernes, que no viene. Me va a oír el seguro.
Septiembre. Adelante con la cuesta.
Bofetadas
Vale, sí, lo admito, soy feminista, y a veces un poco más radical de lo que a la gente le gustaría. Abogo por un lenguaje que no discrimine, veo ataques machistas en todas partes, me siento marginada cuando en un grupo de seis en el que hay un solo hombre se nos saluda con un "hola a todos". Soy así, qué le vamos a hacer. También tengo acné y lo llevo lo mejor que puedo.
Pero tengo que aclarar que mi feminismo no es un machismo llevado al otro extremo. Yo no creo que los hombres sean inferiores a las mujeres, que se les deba mermar sus derechos en favor de los nuestros o que nos deban algo. No quiero que nadie me regale nada, simplemente que no se me trate con condescendencia y no se me quite nada que merezco, igual que no quiero que me den nada que no merezca. Claro que habrá gente que opine que yo creo que las mujeres merecen mucho más de lo que en realidad merecemos, y ahí empezarán nuestras diferencias y nuestras discusiones sobre lo que es "ser justo" y lo que es "pedir demasiado". Una de las coletillas que más me revientan es "con las cosas que pasan en el mundo, ¿a quién le importa que se diga médico o médica?" Pues a mí, oiga. También hay miles de personas muriéndose de hambre en el mundo, pero cada uno se preocupa por su hipoteca. ¿O no?
Me estoy yendo por las ramas. A lo que venía yo hoy era a hacer un análisis de las imágenes que estoy viendo cada vez más últimamente, las bofetadas de mujeres a hombres. Hoy en día nadie se atrevería a poner una bofetada como esas que le daban a Greta Garbo en una película, faltaría más, pero al revés parece que sí se puede. Ahí estaba yo, viendo una película de lo más soso e inocente, cuando de repente una chica menudita y muy poquita cosa le suelta un guantazo a un tío que le sacaba tres cabezas porque sí, sin venir a cuento. El chico, por supuesto, no respondió. La mayoría de esas escenas terminan con la chica marchándose muy digna y con la cabeza muy alta, y con el chico acariciándose la mejilla con cara de qué habré hecho yo para merecer semejante guarrazo. Os suenan, ¿no? Aquí suele venir el comentario colectivo que sueltan muchas de ellas, un "qué bien le está" o similar.
Pues me llamaréis exagerada, pero a mí esto me parece un signo de machismo implícito. Y lo más triste es que viene de nosotras mismas.
Nos siguen poniendo como el sexo débil. Nos siguen retratando como la mujer que puede abofetear a alguien mucho más fuerte que ella porque sabe que él no le va a devolver el sopapo, porque sabe que él piensa que pegar a una chica está mal. Soy más débil, soy más indefensa, por eso estarías abusando. ¿Y no está ella abusando de su debilidad? Una chica jamás pegaría a otra chica si sabe que ésta es más fuerte que ella. ¿Por qué? Porque le va a devolver la bofetada y la va a dejar en el sitio. Pero se puede pegar a un hombre de metro ochenta y saber que no te va a tocar un pelo. Por una vez, aquí el héroe es él y la machista ella. Si le devolviera el golpe, él sería un cobarde, pero como sólo lo recibe se queda en sufridor de una educación machista.
Que un hombre pegue a una mujer es tan cobarde como que una mujer pegue a un hombre. No hay dobles lecturas, no hay doble moral. Las bofetadas tan peliculeras que nos cuelan en las comedias románticas de los sábados por la tarde son violencia, punto. Lo que no quieres para ti, no lo quieras para los demás.
A veces me da la sensación de que hilo demasiado fino y veo ataques donde otros sólo sueltan una carcajada. ¿Me estaré volviendo una exagerada? (Yo sigo pensando que no.)
Pero tengo que aclarar que mi feminismo no es un machismo llevado al otro extremo. Yo no creo que los hombres sean inferiores a las mujeres, que se les deba mermar sus derechos en favor de los nuestros o que nos deban algo. No quiero que nadie me regale nada, simplemente que no se me trate con condescendencia y no se me quite nada que merezco, igual que no quiero que me den nada que no merezca. Claro que habrá gente que opine que yo creo que las mujeres merecen mucho más de lo que en realidad merecemos, y ahí empezarán nuestras diferencias y nuestras discusiones sobre lo que es "ser justo" y lo que es "pedir demasiado". Una de las coletillas que más me revientan es "con las cosas que pasan en el mundo, ¿a quién le importa que se diga médico o médica?" Pues a mí, oiga. También hay miles de personas muriéndose de hambre en el mundo, pero cada uno se preocupa por su hipoteca. ¿O no?
Me estoy yendo por las ramas. A lo que venía yo hoy era a hacer un análisis de las imágenes que estoy viendo cada vez más últimamente, las bofetadas de mujeres a hombres. Hoy en día nadie se atrevería a poner una bofetada como esas que le daban a Greta Garbo en una película, faltaría más, pero al revés parece que sí se puede. Ahí estaba yo, viendo una película de lo más soso e inocente, cuando de repente una chica menudita y muy poquita cosa le suelta un guantazo a un tío que le sacaba tres cabezas porque sí, sin venir a cuento. El chico, por supuesto, no respondió. La mayoría de esas escenas terminan con la chica marchándose muy digna y con la cabeza muy alta, y con el chico acariciándose la mejilla con cara de qué habré hecho yo para merecer semejante guarrazo. Os suenan, ¿no? Aquí suele venir el comentario colectivo que sueltan muchas de ellas, un "qué bien le está" o similar.
Pues me llamaréis exagerada, pero a mí esto me parece un signo de machismo implícito. Y lo más triste es que viene de nosotras mismas.
Nos siguen poniendo como el sexo débil. Nos siguen retratando como la mujer que puede abofetear a alguien mucho más fuerte que ella porque sabe que él no le va a devolver el sopapo, porque sabe que él piensa que pegar a una chica está mal. Soy más débil, soy más indefensa, por eso estarías abusando. ¿Y no está ella abusando de su debilidad? Una chica jamás pegaría a otra chica si sabe que ésta es más fuerte que ella. ¿Por qué? Porque le va a devolver la bofetada y la va a dejar en el sitio. Pero se puede pegar a un hombre de metro ochenta y saber que no te va a tocar un pelo. Por una vez, aquí el héroe es él y la machista ella. Si le devolviera el golpe, él sería un cobarde, pero como sólo lo recibe se queda en sufridor de una educación machista.
Que un hombre pegue a una mujer es tan cobarde como que una mujer pegue a un hombre. No hay dobles lecturas, no hay doble moral. Las bofetadas tan peliculeras que nos cuelan en las comedias románticas de los sábados por la tarde son violencia, punto. Lo que no quieres para ti, no lo quieras para los demás.
A veces me da la sensación de que hilo demasiado fino y veo ataques donde otros sólo sueltan una carcajada. ¿Me estaré volviendo una exagerada? (Yo sigo pensando que no.)
Ni Phelps, ni Bolt: Cid
Comentaba Maripuchi hace unos días que no era justo decir que Phelps era el mejor olímpico de la historia porque no se pueden conseguir tantas medallas como en natación en ninguna otra disciplina. No es justo decir que es mejor que un atleta que compite en cuatro pruebas, o que un tenista que sólo puede ganar una o dos medallas. Todos tienen su mérito independientemente de la cantidad de metales que acumule su cuerpo.
Un ejemplo, la guapísima, elegantísima, estupendísima y vitorianísima Almudena Cid, que a sus 28 añazos se ha colado en su cuarta final olímpica en gimnasia rítmica, nada menos, una disciplina donde a los 20 ya se es una vieja. Ahí la tenemos, haciendo historia, dejando el pabellón vitoriano bien alto e iluminando Pekín con esa sonrisa que ocupa más que ella. Las medallas quedan muy lejos, son territorio exclusivo de las deportistas de los países del este, pero ser una presencia constante en una final olímpica desde los dieciséis años ya vale un oro.
Almudena, Vitoria está contigo. Quedes primera, segunda o décima, ya has hecho historia y has vuelto a ganarte el cariño de todos y todas. Volverás con la cabeza bien alta, con el orgullo intacto y con el objetivo cumplido. Zorionak berriro, Almudena!
Michael Phelps y su profesora de lengua
Me acabo de enterar de que Michael Phelps se ha acordado "cariñosamente" de una profesora de lengua de la secundaria que le dijo que nunca llegaría a nada en la vida. Se lució, la señora.
Esto me vuelve a demostrar, como ya he sabido siempre, que hay gente a la que no se le puede dar posiciones de poder. Un docente tiene una posición de poder; tiene el control de mentes en formación y, nos guste o no, los críos se suelen tomar a pies juntillas lo que decimos, aunque estemos equivocados. El gran error es creérnoslo nosotros también.
Yo jamás he juzgado a ninguno de mis alumnos en clase. Es más, sé que tienen más posibilidades de triunfo esos niños y niñas que nunca prestan atención, que están más preocupados por actividades extraescolares o que pasan olímpicamente de lo que su profesora o su madre puedan decirle. Demuestran una seguridad en sí mismos que no poseen los alumnos más aplicados de clase, esos que siempre se preocupan por la nota del último examen, aunque me cuido muy mucho de decírselo a unos y a otros, claro. Además, con las vueltas que da la vida y todas las características de un ser humano, ¿cómo puede la profesora de una sola asignatura decir si un chaval va a triunfar o no? Yo era pésima en física, y no me ha ido nada mal. Si mi profe de física me llega a decir que iba a fracasar en la vida (ganas no le faltaron, cómo se reía de mí cada vez que suspendía, qué cabrón era el tío), quizás me hubiera hundido y me hubiera apartado de mi vocación, la enseñanza. O, quién sabe, quizás hubiera sido campeona olímpica y ahora sería la mejor nadadora de todos los tiempos (eso va a ser que no: la de gimnasia nunca me lo dijo porque era una bellísima persona, pero ella sí que podía haberme dicho "maja, no te dediques a esto").
Imaginaos lo que le tuvieron que escocer a Phelps las palabras de su profesora para acordarse de ella en un momento como el que está viviendo. Me gustaría ver la cara de ella, que seguro que lo ha oído y se ha reconocido en sus palabras.
Esto me vuelve a demostrar, como ya he sabido siempre, que hay gente a la que no se le puede dar posiciones de poder. Un docente tiene una posición de poder; tiene el control de mentes en formación y, nos guste o no, los críos se suelen tomar a pies juntillas lo que decimos, aunque estemos equivocados. El gran error es creérnoslo nosotros también.
Yo jamás he juzgado a ninguno de mis alumnos en clase. Es más, sé que tienen más posibilidades de triunfo esos niños y niñas que nunca prestan atención, que están más preocupados por actividades extraescolares o que pasan olímpicamente de lo que su profesora o su madre puedan decirle. Demuestran una seguridad en sí mismos que no poseen los alumnos más aplicados de clase, esos que siempre se preocupan por la nota del último examen, aunque me cuido muy mucho de decírselo a unos y a otros, claro. Además, con las vueltas que da la vida y todas las características de un ser humano, ¿cómo puede la profesora de una sola asignatura decir si un chaval va a triunfar o no? Yo era pésima en física, y no me ha ido nada mal. Si mi profe de física me llega a decir que iba a fracasar en la vida (ganas no le faltaron, cómo se reía de mí cada vez que suspendía, qué cabrón era el tío), quizás me hubiera hundido y me hubiera apartado de mi vocación, la enseñanza. O, quién sabe, quizás hubiera sido campeona olímpica y ahora sería la mejor nadadora de todos los tiempos (eso va a ser que no: la de gimnasia nunca me lo dijo porque era una bellísima persona, pero ella sí que podía haberme dicho "maja, no te dediques a esto").
Imaginaos lo que le tuvieron que escocer a Phelps las palabras de su profesora para acordarse de ella en un momento como el que está viviendo. Me gustaría ver la cara de ella, que seguro que lo ha oído y se ha reconocido en sus palabras.
Sin nada que decir
Verano, nada que decir, mucho tiempo libre... Y a una le da por mirar viejas páginas de You Tube.
Ya sé que dije que no iba a odiar más, pero ahora mismo a esta mujer le tengo algo de manía. No sé por qué será.
Por cierto, yo así también bailo: el tío se queda quieto y deja que la otra gire a su alrededor. No te jode... (aunque supongo que bastante hace a sus sesenta y cuatro, el pobre).
Ya sé que dije que no iba a odiar más, pero ahora mismo a esta mujer le tengo algo de manía. No sé por qué será.
Por cierto, yo así también bailo: el tío se queda quieto y deja que la otra gire a su alrededor. No te jode... (aunque supongo que bastante hace a sus sesenta y cuatro, el pobre).
Que lo despidan, ya
Estoy viendo las noticias de La Cuatro cuando veo el siguiente titular:
LAPORTA COJE AIRE
Dice mi hermano que los titulares los escriben los becarios. Pues QUE ECHEN AL BECARIO, POR FAVOR.
(Lo mejor, lo de mi hermano: "Sí, ya sé que coger es con g, pero en mayúscula es con jota, ¿no?)
LAPORTA COJE AIRE
Dice mi hermano que los titulares los escriben los becarios. Pues QUE ECHEN AL BECARIO, POR FAVOR.
(Lo mejor, lo de mi hermano: "Sí, ya sé que coger es con g, pero en mayúscula es con jota, ¿no?)
¿Es esto racista?
¿Es esta imagen racista, como afirman británicos y estadounidenses? (No sé si veis bien la foto, es la selección de baloncesto rasgándose los ojos; podéis verla en El País.) Mi primer impulso es decir que no, pero como no soy china no sé si me ofendería.
Así que he cambiado el gesto. Imaginemos por un momento que las olimpiadas se celebraran en Euskadi y un grupo saliera vestidos todos con boinas. O con tripas falsas fingiendo ponerse hasta el culo de bacalao al pil-pil. O vestidos de levantadores de piedras, de vascos de caserío o de pescadores. Nada de eso me ofendería; es más, me moriría de la risa. Ahora, si alguno saliera fingiendo ser un etarra, le ponía un pleito, directamente. Pero creo que lo de la foto se puede comparar sin miedo a lo de la txapela. Los chinos tienen los ojos rasgados, es un hecho. ¿Es racista imitar el gesto? No se están riendo de ellos. ¿O sí?
No lo sé. Me confunde. Igual que yo veo ataques misóginos por todas partes, otros ven ataques racistas. No sé si yo soy corta de miras o que a los demás les sobran aumentos.
Verano
Debería haber aprovechado el verano para meterle algo de caña al blog, pero me ha dado pereza. Todos los días, a eso de las cuatro y media de la tarde, la modorrilla de la siesta me trae mil ideas a la cabeza que podía haber convertido en entradas más o menos entretenidas, pero al despertar se han ido o han perdido su interés. Estoy cambiando; antes escribía guiada por las musas, por momentos de inspiración. Ahora sólo escribo tras meditar bien lo que voy a escribir, con el culo bien pegado a la silla delante del ordenador y el reloj marcándome los minutos que tengo que estar -por narices, porque lo digo yo- "trabajando". No sé si es mejor o peor. Más productivo sí que es, desde luego, porque no he conocido cosa más inestable que la inspiración.
Ayer abrí la caja donde guardo varios primeros borradores de cuentos que en su momento me parecieron una auténtica porquería y me he encontrado con que, oh milagro, algunos de ellos han pasado de ser carbón a ser diamante. Es verdad lo que todo el mundo dice -incluso yo a mis alumnos-, que hay que dejar macerar las obras un tiempo para poder verlas luego desde la distancia, como si las hubiera escrito otro, y poder juzgarlas más objetivamente. Hoy le voy a dar un premio al Monstruo, encerrado en su oscura mazmorra desde que empezó el verano, y voy a pedirle que use un boli rojo para tallar esos diamantes brutos. Con un poco de suerte, antes de que acabe el verano habré participado en alguno de los cientos de concursos literarios que abundan por ahí.
También encontré, oh terror, el comienzo de dos novelas que en su momento dejé por poco originales, porque no se me ocurría cómo seguir o porque la vida se me echó encima y recortó mi tiempo de escritura. Y ahora me da una rabia tremenda haberlas dejado a medias, porque me gustan esas primeras veinte o treinta páginas que escribí, y me enfurezco conmigo misma por no haber sido constante. Eso sí he aprendido este verano: constancia. Todos los días a la misma hora y durante cada vez más tiempo delante del ordenador para acabar lo que empiezo. Este verano me he sentido escritora.
El uno de septiembre vuelvo a la realidad a lo bestia y sin anestesia. El mismo uno empiezo a trabajar, la universidad y un cursillo de traducción por Internet. En octubre le sumaré las clases de dibujo. Mi vida ataca de nuevo, y mi yo escritora se va a ver relegada a las noches en las que no echen House, Anatomía de Grey, o Medium en la tele. Por eso quiero aprovechar al máximo el tiempo que tengo, por eso me gustaría tener la fuerza mental suficiente para pasarme cuatro o cinco horas escribiendo todos los días. Pero me tengo que conformar con dos -y gracias-, y con un Monstruo dormido.
Me siento toda una profesional. Aunque no publique una sola letra en toda mi vida, este verano he sido escritora. Y me ha encantado la sensación.
Ayer abrí la caja donde guardo varios primeros borradores de cuentos que en su momento me parecieron una auténtica porquería y me he encontrado con que, oh milagro, algunos de ellos han pasado de ser carbón a ser diamante. Es verdad lo que todo el mundo dice -incluso yo a mis alumnos-, que hay que dejar macerar las obras un tiempo para poder verlas luego desde la distancia, como si las hubiera escrito otro, y poder juzgarlas más objetivamente. Hoy le voy a dar un premio al Monstruo, encerrado en su oscura mazmorra desde que empezó el verano, y voy a pedirle que use un boli rojo para tallar esos diamantes brutos. Con un poco de suerte, antes de que acabe el verano habré participado en alguno de los cientos de concursos literarios que abundan por ahí.
También encontré, oh terror, el comienzo de dos novelas que en su momento dejé por poco originales, porque no se me ocurría cómo seguir o porque la vida se me echó encima y recortó mi tiempo de escritura. Y ahora me da una rabia tremenda haberlas dejado a medias, porque me gustan esas primeras veinte o treinta páginas que escribí, y me enfurezco conmigo misma por no haber sido constante. Eso sí he aprendido este verano: constancia. Todos los días a la misma hora y durante cada vez más tiempo delante del ordenador para acabar lo que empiezo. Este verano me he sentido escritora.
El uno de septiembre vuelvo a la realidad a lo bestia y sin anestesia. El mismo uno empiezo a trabajar, la universidad y un cursillo de traducción por Internet. En octubre le sumaré las clases de dibujo. Mi vida ataca de nuevo, y mi yo escritora se va a ver relegada a las noches en las que no echen House, Anatomía de Grey, o Medium en la tele. Por eso quiero aprovechar al máximo el tiempo que tengo, por eso me gustaría tener la fuerza mental suficiente para pasarme cuatro o cinco horas escribiendo todos los días. Pero me tengo que conformar con dos -y gracias-, y con un Monstruo dormido.
Me siento toda una profesional. Aunque no publique una sola letra en toda mi vida, este verano he sido escritora. Y me ha encantado la sensación.
The Uski's
Para el que no lo sepa, Vitoria está de fiesta. Desde el cuatro de agosto hasta el nueve, las calles del centro se llenan de conciertos, actuaciones y actividades varias que consiguen gustar a todo el mundo, como en todas las fiestas de cualquier lugar. Hay conciertos "serios" en la Plaza de los Fueros (Chenoa, La quinta estación, Barricada, Rosendo, Ruper Ordorika), verbenillas en todas las plazas (con la siempre segura actuación de los sempiternos Joselu Anayak, a los que van a tener en los Fueros pronto porque no cabía un alfiler en la Plaza del Arka) y "txokos" euskaldunes repartidos por un par de puntos de Vitoria. Al que le gusten las danzas vascas, la trikitixa, el txistu, al Machete; si lo que te gusta es más político (qué cansos, madre), están las txoznas, que este año están más limpias que nunca con el invento del alquiler del vaso.
Yo tengo la suerte de tener una cuadrilla a la que le gusta de todo. Nos paseamos por distintos puntos de la ciudad, escuchamos un poco de aquello, un poco de lo otro y bailamos hasta que se nos canse el cuerpo (o se nos tuerza el tobillo, como es mi caso este año). Las txoznas están bien para comer un bocadillo tranquilos y tomar un pote sin tener que pelearte por llegar a la barra; el otro día los conciertos del centro eran tan malos que no nos movimos de las txoznas, y como hay que tomar un pote en cada una, llegamos a casa más bien intoxicados. Ayer, sin embargo, los conciertos merecían la pena y allí que nos fuimos; subimos a la Plaza del Machete un rato y luego bajamos a Fueros a escuchar a La quinta estación -justo los bises, o sea, las que nos sabíamos-. Una pena que se juntaran dos conciertos buenos.
Porque en el Machete estaban The Uski's, un grupo vizcaíno que toca música surfera en euskera y que suenan estupendamente bien en directo (para que os hagáis una idea, visitad www.theuskis.com). Música surfera, digo, con lo que ello supone en cuestión de letras: me ha dejado, qué chica más guapa, te echo de menos, vete a tomar vientos, todo lo que necesito para vivir es mar, playa, cerveza y marihuana, y otras lindezas tan triviales como esas. Trivialidades, al fin y al cabo, que es lo que uno está buscando en una noche de fiestas, sin letras cargadas de mensajes políticos, con unos chicos majísimos vestidos con vaqueros y camisas blancas libres de eslóganes que pegaban unos saltos dignos de ver en el escenario. Intercalaron alguna que otra canción en castellano que no tienen en sus discos (genial la de "Yo soy Armónica Levinski), encandilaron hasta a la amiga que iba con nosotras que no les conocía y ni siquiera habla euskera y nos dejaron a sus fans con ganas de seguir escuchando hasta que se acabara la noche. Pero todo se acaba y The Uski's (para los que nos sepáis euskera, es un juego de palabras entre Eguzki -sol- y Uski -ano-) tuvieron que poner también su punto final.
Una gozada, en resumen, poder escuchar un concierto en euskera sin tener que aguantar los mensajes velados (y no tan velados) que la mayoría de los grupos insertan en sus canciones. Esto sí que es promocionar la cultura vasca, acercarla a los nuevos tiempos, convertirla en algo cercano que los padres puedan comprar para sus hijos sin tener que preocuparse de qué les pueden estar inculcando en las letras.
Una gozada, vaya. A ver si vuelven.
Yo tengo la suerte de tener una cuadrilla a la que le gusta de todo. Nos paseamos por distintos puntos de la ciudad, escuchamos un poco de aquello, un poco de lo otro y bailamos hasta que se nos canse el cuerpo (o se nos tuerza el tobillo, como es mi caso este año). Las txoznas están bien para comer un bocadillo tranquilos y tomar un pote sin tener que pelearte por llegar a la barra; el otro día los conciertos del centro eran tan malos que no nos movimos de las txoznas, y como hay que tomar un pote en cada una, llegamos a casa más bien intoxicados. Ayer, sin embargo, los conciertos merecían la pena y allí que nos fuimos; subimos a la Plaza del Machete un rato y luego bajamos a Fueros a escuchar a La quinta estación -justo los bises, o sea, las que nos sabíamos-. Una pena que se juntaran dos conciertos buenos.
Porque en el Machete estaban The Uski's, un grupo vizcaíno que toca música surfera en euskera y que suenan estupendamente bien en directo (para que os hagáis una idea, visitad www.theuskis.com). Música surfera, digo, con lo que ello supone en cuestión de letras: me ha dejado, qué chica más guapa, te echo de menos, vete a tomar vientos, todo lo que necesito para vivir es mar, playa, cerveza y marihuana, y otras lindezas tan triviales como esas. Trivialidades, al fin y al cabo, que es lo que uno está buscando en una noche de fiestas, sin letras cargadas de mensajes políticos, con unos chicos majísimos vestidos con vaqueros y camisas blancas libres de eslóganes que pegaban unos saltos dignos de ver en el escenario. Intercalaron alguna que otra canción en castellano que no tienen en sus discos (genial la de "Yo soy Armónica Levinski), encandilaron hasta a la amiga que iba con nosotras que no les conocía y ni siquiera habla euskera y nos dejaron a sus fans con ganas de seguir escuchando hasta que se acabara la noche. Pero todo se acaba y The Uski's (para los que nos sepáis euskera, es un juego de palabras entre Eguzki -sol- y Uski -ano-) tuvieron que poner también su punto final.
Una gozada, en resumen, poder escuchar un concierto en euskera sin tener que aguantar los mensajes velados (y no tan velados) que la mayoría de los grupos insertan en sus canciones. Esto sí que es promocionar la cultura vasca, acercarla a los nuevos tiempos, convertirla en algo cercano que los padres puedan comprar para sus hijos sin tener que preocuparse de qué les pueden estar inculcando en las letras.
Una gozada, vaya. A ver si vuelven.
Darwinismo frente al Diseño Inteligente
Cuando trabajaba en Estados Unidos, uno de mis directores resultó ser un pastor de no sé qué religión cristiana (una de esas denominaciones protestantes de las que al final acabé perdiendo la cuenta) que se había metido a director de escuela porque los pastores no tenían jubilación y se ganaba más en la enseñanza. No era un hombre mayor, rondaría los cincuenta o menos, y era un cachondo mental con muy poca seriedad en su trabajo que no te daba problema ninguno, pero tampoco te los solucionaba. A pesar de su aparente "campechaneidad", permítaseme el palabro, no nos hizo falta mucho tiempo para darnos cuenta de que dentro de él se escondían varios "ismos" que a los españoles que trabajábamos con él no nos gustaron nada: racismo, machismo y creacionismo, entre otros. También era republicano, pero bueno, muchos otros lo eran y no tenían por qué ser malas personas.
Teniendo en cuenta que trabajaba en un pueblo con una población mayoritariamente inmigrante y en una profesión en la que se veía rodeado de mujeres, entenderéis que los dos primeros "ismos" no eran de tomarse a broma. Sin embargo, la anécdota que me ha venido hoy a la cabeza por un artículo sobre Darwin que he leído esta mañana en el periódico tiene que ver con el creacionismo.
Era costumbre en las escuelas de King City que los directores editaran un pequeño panfleto, una especie de carta, con las actividades de la semana que comenzaba, al que añadían también un pequeño artículo personal que trataba, normalmente, sobre algún tema que había ocurrido en la escuela. Eran artículos que animaban al profesorado, que les decían lo maravillosos que eran todos y lo bien que hacían su trabajo; en definitiva, eran la versión adulta de una "cheerleader" para los profesores, en vez de para los jugadores de fútbol. Nuestro director, sin embargo, tenía la puñetera costumbre de escribir artículos que a veces no tenían mucho que ver con lo que estaba ocurriendo en el colegio y sí con lo que anunciaban los telediarios, dando su punto de vista completamente parcial sobre el tema y dejándonos a todos con cara de gilipollas porque no teníamos manera de replicar. Una vez habló de que teníamos que apoyar a las tropas americanas en Irak. Otra, en defensa de los profesores europeos que trabajábamos allí, porque no había que confundírsenos con los mejicanos (le montamos un buen pollo y le dijimos que nos daba lo mismo con quién nos compararan, que no lo tomábamos como un insulto, y no lo entendió). Pero el que a mí más daño me hizo fue uno en el que se metió con el equivalente al ministro de educación de California.
Este hombre (el ministro), en un valiente intento de acallar polémicas, prohibió la equiparación de la enseñanza del Génesis con la de la teoría de la evolución de Darwin en las escuelas, defendiendo que una cosa eran las creencias y otra la ciencia. Nuestro querido director le puso a caldo, diciendo en el artículo de marras que este hombre no era un educador, no era nadie para venir a decirnos a los profesores lo que teníamos que enseñar o no. Que él creía más en el diseño inteligente que en Darwin (lo equiparó, si señor) y que el ministro no iba a obligarle a cambiar sus creencias, porque eran eso, creencias, ya que Darwin no tenía ninguna prueba de que su teoría fuera cierta. Muchos nos subimos por las paredes. Fui a hablar con él. Le dije que me había ofendido, y él siguió en sus trece de que no había pruebas para decir de dónde venimos y a dónde vamos. Mi queja le entró por un oído y le salió por el otro.
Este hombre ha sido despedido por su incapacidad como director. No ha sido por este artículo, aunque ha ayudado, y mucho, en su declive, y me alegro de que ya no esté en una posición de poder.
No tengo ningún problema con la Biblia, con el Génesis y con cualquier otro libro religioso. Me parece una preciosa colección de historias que me permiten ver cómo la gente de hace miles de años se explicaba lo que ocurría a su alrededor. No me molestan los creyentes, cada uno es libre de creer en lo que sea si le ayuda. Pero cerrar el camino a la ciencia porque contradice una creencia es volver a los siglos más oscuros de nuestra historia, y tenemos que evitarlo de cualquier manera. Por suerte, vivimos en un continente donde directores como el que yo tuve no sobrevivirían a una inspección de educación, pero todavía hay mucho trabajo que hacer en el mundo. Y que uno de los lugares que necesita más ayuda sea el país más fuerte del mundo, me aterra.
Hoy es el primer día del resto de tu vida
No vale de nada hacerse propósitos de Año Nuevo. No digo que no valga de nada hacerse propósitos, sino que es inútil hacerlos en una fecha determinada. Los propósitos llegan a nosotros cuando tienen que llegar, no forzados. Uno no deja de fumar porque sea 31 de diciembre, sino porque le jode toser por las mañanas y un día decide dejarlo, así, sin más. Ni menos, que no es moco de pavo.
Yo nunca hago propósitos de Año Nuevo, pero me hago nuevos propósitos todo el año. No todos de golpe, ojo. He aprendido, a costa de ganarme fama de inconstante en mi familia, que si una intenta hacer demasiadas cosas a un tiempo probablemente no consiga ninguna. Hace un par de años me dije "quiero hacer un curso de traducción a distancia". Para eso necesitaba unas pocas horas de trabajo constante todas las semanas, algo completamente accesible con mi horario, así que no fue difícil hacerme a la rutina. Ya que estaba con el curso, inmersa en el inglés, decidí que era un buen momento para estudiar un poco y sacarme el Proficiency. Conseguí una A. Después de eso, mientras continuaba con mi curso de traducción, anunciaron las oposiciones y, como no tenía absolutamente nada que perder, decidí estudiar a ver si sonaba la flauta. Sonó, casi un ocho, pero no conseguí plaza porque me faltaban puntos. Pero yo me había probado que podía.
Viendo que todo lo que me había propuesto durante el año había dado buenos resultados, me animé con más. Me apunté a filología inglesa. Mi madre soltó una risilla y dijo "a ver cuanto duras", comparando mi constancia con el estudio con mi constancia con el gimnasio, que es menos que nula. He terminado el curso con dos matrículas de honor y tres notables. Como no todo en la vida es estudiar, me apunté a dibujo para conocer gente y matar alguna hora a la semana, y mi madre de nuevo miró al cielo y se acordó de todos los días que faltaba a aeróbic. Aparte de un par de viernes donde el estrés del trabajo y del estudio exigían una cerveza fresquita, y la semana de exámenes que coincidía en horario con las clases, fui a todas. Nunca seré Sorolla, pero tengo una afición nueva y he aprendido un montón. Seguiré el año que viene.
Este verano, con todo el tiempo del mundo para pensar, he sentido la necesidad de hacerme otro propósito. Este no tiene nada que ver con los estudios (que voy a continuar), con escribir (que hago todos los días, era mi propósito para el verano y vaya si lo estoy cumpliendo) o con el trabajo (sigo donde estaba, y muy contenta además), sino con mi salud mental y mi trato con los demás, que en este caso va unido. Me explico.
Soy una persona históricamente rencorosa. Es fácil herirme. Tengo una piel muy fina, como dicen en inglés. Cuando alguien me hace daño, lo guardo, no olvido, y sólo perdono si me piden perdón o si veo un cambio notable en esa persona, cosa harto difícil cuando todo lo que yo hago es lanzarle miradas de odio cuando me la cruzo por la calle. He decidido no hacerlo más. He decidido que mi paz mental bien merece dejar atrás antiguos piques y ofensas, que bastante tengo con lo de mi padre para encima acordarme de que tengo que odiar a esa que pasa por ahí porque a los trece años se juntó con otras dos para darme una paliza. No me merece la pena. Ojo, que no estoy diciendo que esté olvidando ni perdonando (¿cómo se perdona a alguien que no tiene conciencia de haber hecho algo malo?, ¿para qué sirve?), sino que voy a dejarlo pasar. Sin olvidarlo. Sin empezar de cero. Sin convertir ahora a esas enemigas históricas que todas tenemos en amigas de alma. Pero voy a intentar, al menos, saludarles al pasar, quizás incluso dedicarles una sonrisa (si me sale, tampoco es cuestión de forzar las cosas), quizás, si estoy de muy buen humor, incluso pararme a hablar con ellas (bueno, igual esto es pasarse, pero quién sabe). Porque no me merece la pena odiar. No es sano. No adelantas nada, no te hace mejor persona, no te hace más fuerte. Y provoca úlceras (esto no sé si está probado científicamente, pero ya os digo yo que sí). Fijaos si estoy empecinada en dejar de odiar que estoy convencida de que sería capaz de hacerles un favor que a mí no me costara mucho (hace un año, mi mayor placer hubiera sido negarles hasta el aire que respiran). Creo que eso significa que estoy madurando. Estoy pasando página.
Así que hoy es el primer día del resto de mi vida. Hoy dejo de odiar. Es definitivo.
Yo nunca hago propósitos de Año Nuevo, pero me hago nuevos propósitos todo el año. No todos de golpe, ojo. He aprendido, a costa de ganarme fama de inconstante en mi familia, que si una intenta hacer demasiadas cosas a un tiempo probablemente no consiga ninguna. Hace un par de años me dije "quiero hacer un curso de traducción a distancia". Para eso necesitaba unas pocas horas de trabajo constante todas las semanas, algo completamente accesible con mi horario, así que no fue difícil hacerme a la rutina. Ya que estaba con el curso, inmersa en el inglés, decidí que era un buen momento para estudiar un poco y sacarme el Proficiency. Conseguí una A. Después de eso, mientras continuaba con mi curso de traducción, anunciaron las oposiciones y, como no tenía absolutamente nada que perder, decidí estudiar a ver si sonaba la flauta. Sonó, casi un ocho, pero no conseguí plaza porque me faltaban puntos. Pero yo me había probado que podía.
Viendo que todo lo que me había propuesto durante el año había dado buenos resultados, me animé con más. Me apunté a filología inglesa. Mi madre soltó una risilla y dijo "a ver cuanto duras", comparando mi constancia con el estudio con mi constancia con el gimnasio, que es menos que nula. He terminado el curso con dos matrículas de honor y tres notables. Como no todo en la vida es estudiar, me apunté a dibujo para conocer gente y matar alguna hora a la semana, y mi madre de nuevo miró al cielo y se acordó de todos los días que faltaba a aeróbic. Aparte de un par de viernes donde el estrés del trabajo y del estudio exigían una cerveza fresquita, y la semana de exámenes que coincidía en horario con las clases, fui a todas. Nunca seré Sorolla, pero tengo una afición nueva y he aprendido un montón. Seguiré el año que viene.
Este verano, con todo el tiempo del mundo para pensar, he sentido la necesidad de hacerme otro propósito. Este no tiene nada que ver con los estudios (que voy a continuar), con escribir (que hago todos los días, era mi propósito para el verano y vaya si lo estoy cumpliendo) o con el trabajo (sigo donde estaba, y muy contenta además), sino con mi salud mental y mi trato con los demás, que en este caso va unido. Me explico.
Soy una persona históricamente rencorosa. Es fácil herirme. Tengo una piel muy fina, como dicen en inglés. Cuando alguien me hace daño, lo guardo, no olvido, y sólo perdono si me piden perdón o si veo un cambio notable en esa persona, cosa harto difícil cuando todo lo que yo hago es lanzarle miradas de odio cuando me la cruzo por la calle. He decidido no hacerlo más. He decidido que mi paz mental bien merece dejar atrás antiguos piques y ofensas, que bastante tengo con lo de mi padre para encima acordarme de que tengo que odiar a esa que pasa por ahí porque a los trece años se juntó con otras dos para darme una paliza. No me merece la pena. Ojo, que no estoy diciendo que esté olvidando ni perdonando (¿cómo se perdona a alguien que no tiene conciencia de haber hecho algo malo?, ¿para qué sirve?), sino que voy a dejarlo pasar. Sin olvidarlo. Sin empezar de cero. Sin convertir ahora a esas enemigas históricas que todas tenemos en amigas de alma. Pero voy a intentar, al menos, saludarles al pasar, quizás incluso dedicarles una sonrisa (si me sale, tampoco es cuestión de forzar las cosas), quizás, si estoy de muy buen humor, incluso pararme a hablar con ellas (bueno, igual esto es pasarse, pero quién sabe). Porque no me merece la pena odiar. No es sano. No adelantas nada, no te hace mejor persona, no te hace más fuerte. Y provoca úlceras (esto no sé si está probado científicamente, pero ya os digo yo que sí). Fijaos si estoy empecinada en dejar de odiar que estoy convencida de que sería capaz de hacerles un favor que a mí no me costara mucho (hace un año, mi mayor placer hubiera sido negarles hasta el aire que respiran). Creo que eso significa que estoy madurando. Estoy pasando página.
Así que hoy es el primer día del resto de mi vida. Hoy dejo de odiar. Es definitivo.
Pasito a paso, pero hacia adelante
Hoy me he puesto a describir a la protagonista de un proyecto que puede que salga o que no, pero que de momento me está gustando. Estoy intentando escribir "con mapa", tener todos los puntos bien atados antes de enfrentarme a la hoja en blanco, y quiero conocer bien a mis personajes antes de usar sus voces para escribir. Creando a mi personaje, me he encontrado con esto:
“Y trato de olvidar aquella noche, aquella horrenda noche en la que Luis, como siempre, había bebido de más después de tratar y no lograr terminar aquel capítulo en su tesis. Aquella noche en la que cogió un cuchillo y se dedicó a perseguirme por toda la casa, ven aquí, puta, ven que te voy a enseñar a ti lo que es un ataque para que puedas ponerlo en tu mierda de novelita, así le das más realismo. ¿No te apetece sentir cómo se desgarra la piel tras una cuchillada, sentir manar la sangre y saber que no puedes pararla? ¿Por qué no dejas que te degüelle y así puedes describir lo que se siente, novelera del tres al cuarto que se cree una diosa, si es que consigues sobrevivir sin pescuezo? Y yo corría por la cocina, alrededor de la dichosa isla que el decorador me había convencido en instalar, y él me cerraba el paso, y yo lloraba y apenas podía ver dónde estaba él porque las lágrimas me cegaban. Hasta que sentí su mano en el tobillo, y me tiró al suelo, y él clavó la punta del cuchillo en mi muslo, sé que sin ánimo de clavarlo hasta el fondo, sé que sólo para asustarme, porque era lo que le gustaba hacer, pero yo me solté de su agarre y moví la pierna, y la punta del cuchillo surcó mi muslo de lado a lado, desde la cadera hasta la rodilla. Me puse en pie, sangrando y llorando, pero sin dolor del susto que llevaba en el cuerpo, alargué la mano, cogí el cuchillo que tenía especialmente afilado para cortar las lonchas de jamón tan finas como a él le gustaban y me volví hacia él, que se me había lanzado encima. La punta del cuchillo se encontró con su garganta, pero no la perforó. Me sorprendí al ver que mi mano no temblaba. Me sorprendí al mirarle y darme cuenta de que estaba dispuesta a atravesarle el cuello si hacía el más mínimo movimiento hacia mí. Me sorprendí al ver en sus ojos el convencimiento de que yo era capaz de matarle si volvía a tocarme. Y entonces vi toda la cobardía de mi marido en esos ojos que se abrieron como platos cuando yo empujé el cuchillo ligeramente, sin un solo temblor, y él supo que yo era completamente capaz de atravesarle la yugular.
No volvió a tocarme. No volví a verle. A la mañana siguiente me marché de Logroño, contacté con una agencia inmobiliaria para que vendiera la casa y me instalé en Vitoria”.
Tengo unas ganas locas de contar la vida de esta mujer.
“Y trato de olvidar aquella noche, aquella horrenda noche en la que Luis, como siempre, había bebido de más después de tratar y no lograr terminar aquel capítulo en su tesis. Aquella noche en la que cogió un cuchillo y se dedicó a perseguirme por toda la casa, ven aquí, puta, ven que te voy a enseñar a ti lo que es un ataque para que puedas ponerlo en tu mierda de novelita, así le das más realismo. ¿No te apetece sentir cómo se desgarra la piel tras una cuchillada, sentir manar la sangre y saber que no puedes pararla? ¿Por qué no dejas que te degüelle y así puedes describir lo que se siente, novelera del tres al cuarto que se cree una diosa, si es que consigues sobrevivir sin pescuezo? Y yo corría por la cocina, alrededor de la dichosa isla que el decorador me había convencido en instalar, y él me cerraba el paso, y yo lloraba y apenas podía ver dónde estaba él porque las lágrimas me cegaban. Hasta que sentí su mano en el tobillo, y me tiró al suelo, y él clavó la punta del cuchillo en mi muslo, sé que sin ánimo de clavarlo hasta el fondo, sé que sólo para asustarme, porque era lo que le gustaba hacer, pero yo me solté de su agarre y moví la pierna, y la punta del cuchillo surcó mi muslo de lado a lado, desde la cadera hasta la rodilla. Me puse en pie, sangrando y llorando, pero sin dolor del susto que llevaba en el cuerpo, alargué la mano, cogí el cuchillo que tenía especialmente afilado para cortar las lonchas de jamón tan finas como a él le gustaban y me volví hacia él, que se me había lanzado encima. La punta del cuchillo se encontró con su garganta, pero no la perforó. Me sorprendí al ver que mi mano no temblaba. Me sorprendí al mirarle y darme cuenta de que estaba dispuesta a atravesarle el cuello si hacía el más mínimo movimiento hacia mí. Me sorprendí al ver en sus ojos el convencimiento de que yo era capaz de matarle si volvía a tocarme. Y entonces vi toda la cobardía de mi marido en esos ojos que se abrieron como platos cuando yo empujé el cuchillo ligeramente, sin un solo temblor, y él supo que yo era completamente capaz de atravesarle la yugular.
No volvió a tocarme. No volví a verle. A la mañana siguiente me marché de Logroño, contacté con una agencia inmobiliaria para que vendiera la casa y me instalé en Vitoria”.
Tengo unas ganas locas de contar la vida de esta mujer.
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